Magíster en Teología. Docente e investigador de los programas de Maestría en Didáctica y Licenciatura en Teología, Universidad Santo Tomás, Bogotá. Orcid: 0000-0002-4632-4700. Correo electrónico: juanessantrax87@hotmail.com; juanesantamaria@ustadistancia.edu.co
Autor de correspondencia. Correo electrónico: juanessantrax87@hotmail.com
El artículo identifica la “victimidad” como “lugar político” en el contexto del conflicto armado colombiano; y resalta la relevancia de dicha condición humana como “lugar teológico” y “lugar teologal” desde la propuesta de Ignacio Ellacuría. La importancia de la victimidad se comprende a partir del dinamismo intelectivo y sentiente como estructura humana de aprehensión, apropiación y transformación de la realidad por parte de las víctimas; también a partir de la significación del “lugar teológico” en su triple dimensión (lugar de la presencia histórica del Padre; mediación para la vivencia de la fe desde el seguimiento histórico de Jesús; y posibilidad para el “hacer teológico” en cuanto praxis teológica) y la implicación teologal para la fe cristiana y la praxis eclesial.
This article appropriates victimhood as a “political place” in the context of the Colombian armed con- flict; at the same time, it highlights the importance of this human condition as a Locus Theologicus from the perspective of Ignacio Ellacuría. The relevance of victimhood is understood from the intellective and sentient dynamism as a human structure of apprehension, appro- priation and transformation of reality by the victims; it is also understood from the meaning of the Locus Theologi cus in its three dimensions (the place of the historical presence of the Father; the mediation for the experience of faith from the historical following of Jesus; and the possibility of the “theological doing” as theological praxis) and the theologal implication that it brings to the Christian faith and to the ecclesial praxis.
La victimidad como “lugar teológico” señala el giro interpretativo que supone hacer teología desde la realidad histórica. Para Ignacio Ellacuría, la “realidad histórica” se entiende como una realidad estructural y abierta hacia su realización última:
En efecto, la realidad histórica, ante
todo, engloba todo otro tipo de realidad: no hay realidad histórica sin
realidad puramente material, sin realidad biológica, sin realidad personal y
sin realidad social; en segundo lugar, toda forma de realidad donde da más de
sí y donde recibe su para qué fáctico –no necesariamente finalístico– es en la
realidad histórica; en tercer lugar, esa forma de realidad que es la realidad
histórica es donde la realidad es “más” y dónde es “más suya”, donde también es
“más abierta”.
El “hacer teológico” propuesto en esta reflexión implica comprender la victimidad como signo integrante de la “realidad histórica” que representa el conflicto armado en Colombia. De igual manera, exige apropiarla como condición de las personas afectadas por los hechos de violencia que de allí se desprenden y, particularmente, como “lugar político” de resistencia y transformación.
A la luz del Concilio Vaticano II (GS 4 y 11) este “hacer teológico” exige apropiar la victimidad como signo la historia, o mejor aun, como “lugar teológico” de la revelación histórica de Dios; en consecuencia, posibilita su reconocimiento como “lugar teologal” toda vez que la praxis transformadora de las víctimas es praxis liberadora y salvífica de Dios en la historia (teopraxia).
Este giro hermenéutico-teológico prefigura la progresiva realización del Reinado de Dios desde la praxis transformadora de las víctimas, y en igual medida, la exigencia de una praxis teologal para el creyente, la Iglesia y la teología que contribuya con la transformación material e histórica de la realidad hacia su trascendencia.
El conflicto armado en Colombia es multicausal
A propósito de su desarrollo histórico, el fenómeno de la violencia en Colombia consta de tres etapas, todas ellas vinculadas sistémicamente:
La primera está asociada a las
consecuencias que dejaron las guerras civiles y regionales posteriores a la
independencia del país, en razón de las tensiones políticas y sociales que
emergieron por la posesión de tierras y las políticas diseñadas para su administración
(1900-1930). La segunda etapa
obedece a la delimitación política e histórica de tales tensiones, en el
contexto de la lucha bipartidista (liberal-conservadora)
La tercera etapa
está sujeta a las transformaciones ideológicas, económicas, sociales y
políticas generadas por los actores del conflicto armado y vinculadas a la
proliferación de los cultivos ilícitos en el país, su constitución como fuente
principal de ingresos y manutención de algunos sectores, y sobre todo, como eje
central de la lucha y posesión territorial de los actores del conflicto
(1970-2016).
En este contexto, la reflexión sobre la victimidad quiere centrarse en los efectos y consecuencias que ha supuesto la última etapa del conflicto armado para la población campesina, indígena, raizal y urbana.
El despliegue de la guerra desde la emergencia de los cultivos ilícitos y el control territorial de los actores armados (FARC-EP, ELN, AUC, FF.AA., entre otros), a fin de garantizar su expansión y poder, son factores que han recrudecido la confrontación armada y han repercutido directamente en las poblaciones ajenas al conflicto. Prueba de ello son las 7’936.566 personas víctimas de la violencia que actualmente han sido caracterizadas por el Registro Único de Víctimas
La victimidad como condición está determinada por los factores biopsicosociales que predisponen a las personas sometidas a distintas modalidades de violencia (armada, familiar, sexual, etc.) y sus consecuencias
El proceso de la
victimidad debe ser entendido dentro del marco histórico específico de las
comunidades en donde se produce, ya que son esas experiencias las que pueden
llegar a determinar espacios de sentido para las personas y su situación
actual.
Mediante los distintos testimonios
La victimidad representa la capacidad que las víctimas desarrollan para constituir nuevas formas de estar en su realidad
Por lo anterior, es preciso señalar que la victimidad supone el despliegue de la capacidad implicativa de la persona frente a su condición, a partir de la cual constituye su identidad y le otorga sentido a su vida en razón de los efectos y secuelas de la guerra.
La victimidad se presenta como “la construcción conjunta del considerarse o percibirse como víctima por sucesos que dejaron huellas en la forma de entender y relacionarse con el mundo”
Ejemplo de estas acciones son los Grupos de Apoyo Mutuo (GAM), que contribuyen a reparar la situación de victimización y a la reconfiguración de la identidad comunitaria a partir de la recuperación de la memoria histórica, la construcción de símbolos y el desarrollo de procesos de pacificación, reconciliación y unión comunitaria
Al concebir la
victimidad como una condición, apelo al estado-situación (presente o futura) en
que se halla alguien que se considere o perciba como víctima, pero sin entender
el contexto de su vida como definitiva o sin salida, sino con posibilidades de
maniobrar, de hacer elecciones y tener cierto espacio de acción con respecto a
las afectaciones psicosociales que produjo la guerra en su vida.
La victimización no representa el final del proceso devastador que ha supuesto el conflicto armado en Colombia para miles de personas y comunidades. La capacidad de las víctimas de apropiar la realidad representa la oportunidad para establecer acciones y estrategias encaminadas al resarcimiento de los efectos de la guerra. De ahí que “la construcción de la victimidad entraña un proceso de elaboración de identidad. […]. La pertenencia a un grupo o a una minoría social o el carácter intracomunitario o intercomunitario del conflicto son factores relevantes”
En los términos expuestos, puede inferirse entonces que la condición de victimidad se presenta como la capacidad que tienen las personas afectadas por hechos de violencia para hacerse cargo de su realidad. En otras palabras, es la “habitud por la cual las víctimas conocen, apropian y se enfrentan con su situación de victimización.
De acuerdo con Zubiri –cuyo pensamiento es apropiado por Ellacuría–, el desarrollo de esta capacidad en las víctimas depende de la operatividad de su “inteligencia sentiente”
Así las cosas, desde la victimidad se aprecian las capacidades que sustentan la habitud de las víctimas para aprehender su realidad y transformarla por medio de acciones concretas. De ahí que “la victimidad se debe enfocar desde los procesos sociales que permiten que las prácticas y los discursos de un conjunto de personas se estructuren y reproduzcan a partir del considerarse o percibirse como víctimas”
La victimidad como condición de las personas afectadas por las distintas formas de violencia que adopta el conflicto en Colombia es entonces una construcción de identidad respecto de lo que significa ser víctima, de las posibilidades históricas que ello implica y de los mecanismos que demanda para la transformación de su situación desde el hecho de percibirse y considerarse como tal.
Cabe aclarar que, al ser dinámica esta condición, su campo de acción se amplía de tal manera que su autonomía está sujeta a las situaciones que afrontan las víctimas con miras a reconfigurar el tejido social, su identidad y tradiciones. Si bien son trascendentales los impactos de la guerra en la dimensión psicosocial de los sujetos, son las consecuencias de la guerra las que brindan la posibilidad de reconfigurar su identidad desde la reparación de sus vidas, el establecimiento de procesos de reconciliación y la ejecución de acciones transformadoras de la realidad.
La apuesta por la
victimidad como categoría de análisis puede dar cuenta de diferentes procesos
de sufrimiento en las víctimas, desde donde se contempla otras miradas de
índole cultural, históricas, políticas e intersubjetivas. Por ello, planteo la
victimidad como una construcción que circula en las prácticas y discursos […],
y que puede evidenciar el sufrimiento en las interacciones cotidianas.
Entender la victimidad como condición de las víctimas de la violencia armada en Colombia permite comprender su operatividad en razón de las características históricas que determinan la situación de victimización. Toda vez que la victimidad implica un ejercicio de reparación de la dimensión psicosocial y psicoafectiva de las personas y comunidades, a partir del despliegue de acciones y mecanismos por parte de las mismas, es también una condición que otorga representatividad histórica, social y política a su acción en cuanto mecanismo de resistencia y transformación.
Desde esta perspectiva, la condición de victimidad es “lugar político”
Al respecto, es importante señalar el planteamiento de Ignacio Ellacuría a propósito del “lugar político”. Para él, los pobres de nuestro tiempo son “lugar político” de revolución y fuerza indispensable para la reestructuración del sistema dominante. Según esto, la condición de victimidad es “lugar político”, debido a su carácter histórico y a la posibilidad que brinda para la transformación de la realidad desde la acción histórica de las víctimas, su “habitud” y su capacidad para “habérselas” con la realidad. Los testimonios y acciones
Según lo anterior, la victimidad como “lugar político”
Al reconocer las características de la victimidad a la luz de las acciones que emprenden las personas afectadas por la violencia armada en Colombia y su relevancia como “lugar político” –en atención al significado que tienen sus acciones históricas y transformadoras como dinamismos de resistencia–, es preciso indagar en qué medida puede considerarse la victimidad como “lugar teológico”. Al respecto, resulta pertinente la pregunta que Ignacio Ellacuría formula: “¿En qué sentido son ‘lugar teológico’ los pobres en América Latina?”
Comprender la victimidad como “lugar teológico” implica –a la luz del Concilio Vaticano II– la lectura atenta de esta condición como signo de los tiempos en el cual la revelación histórica de Dios es real (GS 4 y 11)
En razón de su experiencia biográfica y real, Ignacio Ellacuría afirma que “los pobres en América Latina son lugar teológico en cuanto constituyen la máxima y escandalosa presencia profética y apocalíptica del Dios cristiano, y consiguientemente, el lugar privilegiado de la praxis y de la reflexión cristiana”
La profundidad teológica de esta expresión exige comprender la particularidad de la teología de Ignacio Ellacuría. Al respecto, José Sols Lucía señala que es imposible separar realidad y teología en el teólogo vasco. La reflexión teológica de Ellacuría es “desde” un lugar específico, es contextuada, y su objeto principal de estudio es la comprensión de la presencia de Dios en la realidad histórica
Al considerar esta ubicación contextual, es posible resaltar el significado que Ellacuría da al “lugar teológico”, particularmente en tres dimensiones conexas entre sí. La primera hace alusión a la presencia real de Dios en la realidad material de pobreza y marginalidad a la cual son sometidos los pobres del subcontinente. La segunda se refiere al lugar privilegiado que representa como lugar de la praxis de fe. Y en tercera instancia, lo reconoce como escenario que posibilita la reflexión cristiana, o en sus términos, el “hacer teológico”
La victimidad se abre paso como realidad que hace explícita la presencia de Dios, particularmente en razón de las acciones de las personas afectadas por la violencia armada en el país, a fin de aprehender y apropiar intelectiva y sentientemente su realidad, y con miras a posibilitar
Apropiar
“Lugar teológico” se
entiende aquí […] el lugar donde el Dios de Jesús se manifiesta de modo
especial, porque el Padre así lo ha querido. Se manifiesta no solo a modo de
iluminación revelante, sino también a modo de llamada a la conversión.
Si
el “lugar teológico” es el lugar en el cual se revela de modo especial el
Padre, es preciso afirmar cómo la victimidad es signo de esta manifestación en
una realidad histórica específica. Su revelación, como “iluminación revelante”,
no está ligada a un querer arbitrario sino a una encarnación que se hace signo
y presencia histórica en la humanidad
Nuestro tiempo está lleno de signos a
través de los cuales se hace presente el Dios que salva la historia. El
problema está en discernirlos, en llegar a saber qué dice Dios a través de
ellos y cómo debemos responder los hombres a esa voluntad de Dios, apuntada a
través de signos. Porque a esos signos nos referimos cuando hablamos de signos
de los tiempos. Son signos temporales, históricos, de modo que, a través de
ellos, a través de su opaca transparencia, se nos hace presente el Dios
histórico, el Dios que es más Dios de vivos que de muertos, más de las personas
que de las cosas, más del acontecer histórico que del curso natural.
La
revelación de Dios en la victimidad es llamado a la conversión
Es inicialmente una presencia
escondida y desconcertante, que tiene características muy semejantes a lo que
fue la presencia escondida y desconcertante del Hijo de Dios, en la carne
histórica de Jesús de Nazaret; es inmediatamente después una presencia
profética, que dice su palabra primera en la manifestación desnuda de su propia
realidad, y su palabra segunda en la denuncia y el anuncio, que son la
expresión de su propia realidad, vivida cristianamente y resultado de una
praxis, que busca quitar el pecado del mundo; es finalmente, una presencia
apocalíptica, porque en muchos sentidos contribuye a consumar el fin de este
tiempo de opresión, mientras que apunta con dolores de parto y con signos
escalofriantes al alumbramiento de un nuevo hombre y de una nueva tierra, en
definitiva, de un nuevo tiempo.
Las características que señala Ellacuría sobre la presencia de Dios (“lugar teológico”) en la realidad histórica se hacen reales en la victimidad toda vez que supone un proceso de apropiación para el creyente y la teología desde su experiencia de fe. Cabe aclarar que esta revelación es escondida y desconcertante por su significación histórica a la luz del sufrimiento de las víctimas por los hechos de violencia padecidos. Así mismo, es una manifestación profética dado que las secuelas psicosociales
La apropiación de la victimidad como “lugar teológico” a la luz de la propuesta de Ignacio Ellacuría señala la forma en que se hace explícita la presencia de Dios en signos concretos de nuestra historia. Y, de igual manera, deja entrever el discernimiento y conversión a la cual deben someterse el creyente, la Iglesia y la teología a la luz de las acciones que realizan las víctimas desde su situación de victimización. En este sentido, el “lugar teológico” al decir de Burke interpretando a Ellacuría, implica el posicionamiento del creyente en su realidad histórica, ya que “Ellacuría gives extensive attention to the context within wich theological reflection occurs. In his own words, he seeks the best possible
El marco que caracteriza la victimidad a partir de las acciones que realizan las víctimas del conflicto armado en Colombia da sentido al dinamismo transformativo de esta condición. Identificar la victimidad como “lugar teológico” implica afirmar que es lugar de la manifestación de Dios en un contexto histórico determinado, así como posibilidad para dinamizar la experiencia de fe desde ese Dios que se revela en la historia. En este sentido, la victimidad asume un carácter experiencial, el cual, a la luz de la segunda dimensión propuesta por Ignacio Ellacuría, se comprende de la siguiente forma:
“Lugar teológico” se entiende aquí […]
el lugar más apto para la vivencia de la fe en Jesús y para la correspondiente
praxis de seguimiento. Hay lugares peligrosos para la fe auténtica, como es,
entre nosotros, la riqueza y el poder. Cuando Jesús habla de la dificultad de
que los ricos y los poderosos entren en el Reino de los Cielos, no se refiere
tan solo a una dificultad moral, sino que se refiere primariamente a una
dificultad teológica: los instalados en la riqueza tienen una enorme dificultad
para la fe cristiana, entendida como aceptación real de la totalidad concreta
de Jesús –y no solo de su divinidad descarnada– y como seguimiento real y
concreto de lo que fue su vida.
Esta apreciación expone dos elementos fundamentales: la necesidad de ubicar el escenario más apto para la vivencia de la fe del creyente, y a la vez, la praxis de seguimiento que implica a la luz de la vida de Jesús
En los términos de esta reflexión, dicho lugar no es otro que la victimidad como condición de las personas afectadas por la violencia armada en Colombia. Por medio de sus relatos y la comprensión de lo que está contenido en ellos es posible realizar una apropiación de la revelación histórica de Dios en atención al significado teológico que adquieren las acciones que las víctimas emprenden (“habitud”-“habérselas”) para transformar su realidad; y al mismo tiempo, dimensionar la interpelación que subyace a la fe cristiana ante la apropiación teológica
La vivencia de la fe a partir del seguimiento histórico de Jesús
The
ideal theological place would be that particular, historically real location
most capable of manifesting God’s revelation and call to conversion […], the
place most likely to inspire a living faith in Jesus and a corresponding praxis
of discipleship […], and the place most apt to stimulate a lively, authentic
theological understanding of faith…
En
tales términos, la experiencia de fe y el seguimiento supondrán para el
cristiano un seguimiento continuo y una realización constante de la historia,
cuya misión sea a imagen y semejanza de Jesús. De esta forma será posible
constituir una liberación frente a la situación de opresión y una salvación de
la historia
…lugar donde se hace historia la
palabra y donde el Espíritu la recrea. Y en esa historización y recreación es
donde “connaturalmente” se da la praxis cristiana correcta, de la cual la
teología es, en cierto sentido, su momento ideológico. Hay que reconocer que es
fundamental para la praxis y la teoría cristiana el lugar de recepción, de
interpretación y de interpelación, y hay que reconocer que ese lugar es de modo
preferencial y connatural el lugar teológico que constituyen [las víctimas], ya
[asumidas] en su materialidad por el Espíritu de Jesús.
La victimidad –entendida como lugar de recepción, interpretación e interpelación del acontecer histórico de Dios– abre la posibilidad para configurar la vivencia de la fe a partir del seguimiento histórico de Jesús de forma explícita. Esta condición es el lugar en el cual se actualiza el mensaje de Jesús y opera activamente la presencia del Espíritu.
De esta forma, si la experiencia de fe y el seguimiento
La tercera dimensión que Ignacio Ellacuría propone sobre el “lugar teológico” supone tener en cuenta las características que subyacen a la victimidad. De esta forma será posible señalar cómo el “lugar teológico” es factor que constituye una reflexión teológica cuya finalidad será la trascendencia de la realidad a partir de la constitución de una praxis de fe en razón de la acción histórica de las víctimas en su condición de victimidad.
“Lugar teológico” se entiende aquí,
finalmente, el lugar más propio para hacer la reflexión sobre la fe, para hacer
teología cristiana. Lo que conduce a determinar que son los pobres lugar
teológico en este tercer sentido es, por un lado, el reconocimiento creyente
del designio y la elección de Dios, que ha querido que lo deshecho y lo
desechado de este mundo se haya convertido en piedra angular para confundir al
mundo; por otro lado, la adopción del principio metodológico según el cual se
afirma que el lugar óptimo de la revelación y de la fe es también el lugar
óptimo de la praxis salvífica liberadora y de la praxis teológica.
El acontecer de Dios en la realidad histórica es un hecho constatable a la luz de los testimonios de vida y de las acciones que expresan las personas afectadas por los hechos de violencia armada, con el fin de buscar formas más dignas y humanas de vida
El anuncio de las bienaventuranzas
Bienaventurados los que tienen hambre
y sed de la justicia, porque ellos serán saciados […] Bienaventurados los que
trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con
mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa (Mt 5,6.9-11).
En concordancia con el discurso de las bienaventuranzas de Jesús es posible afirmar cómo la victimidad es “lugar teológico” que implica un “hacer teológico” explícito en razón del carácter material e histórico de esta condición
Una de estas exigencias está ubicada en la perspectiva del carácter profético y utópico
La victimidad es donde adquiere carácter histórico el sentido del “lugar teológico” como mediación para una praxis salvífica y liberadora del creyente, la Iglesia y la teología. Este aspecto exige un giro trascendental para el “hacer teológico” con miras a comprender proféticamente la presencia de Dios en los signos de la historia, ya que la apropiación de la victimidad es la condición por la cual las víctimas transforman su realidad histórica; así mismo, la acción de las víctimas remite utópicamente a una praxis y reflexión teológicas, ya que en su situación de victimización adquiere relevancia el seguimiento histórico de Jesús como posibilidad para su configuración y puesta en marcha.
El desconocimiento de este asunto daría lugar para que la praxis teológica careciera de sentido, y con ello incurriera en su categorización como realidad estática a imagen de una falsa comprensión de la victimidad
La revelación se da en una acción
histórica y solo es debidamente asimilable en una acción histórica; no se trata
primordialmente de verdades eternas, sino de intervenciones históricas y no se
trata de una recepción pasiva, sino de una acogida, de una salida al encuentro
por parte del hombre entero. Esta acción histórica es una acción efectiva sobre
la realidad histórica, que tiene en sí misma un momento de contemplación en
cuanto trata de percatarse de lo que se da en la realidad y del sentido de eso
que se da en la realidad, pero la contemplación no es sino un momento de esa
acción.
La contemplación del lugar en el cual actúa Dios es base para configurar el sentido del “hacer teológico” dado que su interés es responder desde el dinamismo evangélico de la experiencia de fe cristiana a la realidad. Esta contemplación implicará que la reflexión se encamine hacia la configuración de una praxis que contribuya a la liberación que las víctimas realizan de su situación de victimización desde su praxis histórica.
El discurso de las bienaventuranzas es claro cuando afirma: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Según esto, el “hacer teológico” debe asumir el seguimiento de la misión de Jesús en la realidad histórica, ya que llevará a la teología y a los cristianos hacia la constante conversión encaminada a la trascendencia de la realidad desde la apropiación de los signos de la historia como realidades interpelantes que implican un constante discernimiento del acontecer histórico de Dios.
El reconocimiento de las víctimas en la marcha de la historia
Este “hacerse cargo de la realidad” es la implicación directa de las víctimas en su realidad, la cual tiene tres dimensiones conexas entre sí: “Hacerse cargo de la realidad”, que supone un estar real en la realidad; “cargar con la realidad”, de la cual subyace el carácter ético de dicho estar real; y “encargarse de la realidad”, que resalta el carácter práxico de la inteligencia hacia la apropiación y comprensión de la realidad, así como el despliegue de una praxis histórica transformadora.
“Hacerse cargo de la realidad” es la implicación directa de las víctimas en su realidad, y mantiene la relación con las otras dos dimensiones conexas entre sí (“cargar con la realidad” y “encargarse de la realidad”) para representar juntas un estar real en la realidad, asumir el carácter ético de dicho estar real y considerar el carácter práxico de la inteligencia humana hacia la apropiación y comprensión de la realidad histórica, y hacia el despliegue de una praxis histórica transformadora en ella.
La reconfiguración de los proyectos de vida y de las tradiciones culturales por parte de las víctimas confirma la capacidad que ellas despliegan para transformar su existencia y reordenar su realidad histórica desde su condición de victimidad. Esta acción humana es una interpelación directa para la fe cristiana debido al significado que tiene y la manera como exige un discernimiento para la Iglesia y los creyentes sobre la presencia de Dios en los signos de los tiempos. Esta –por demás– supondrá una posterior praxis teológica de liberación y de salvación en solidaridad y resistencia con la praxis histórica de las víctimas.
El signo de la presencia de Dios en la victimidad lleva al “hacer teológico” hacia un constante cuestionamiento de su opción evangélica; de esta manera, su proposición seguirá siendo histórica y real. Desde este punto, el carácter del “hacer teológico” presenta una manera como la reflexión de fe da razón y sustento a la praxis teológica desde la historia y a la luz de la victimidad, ya que este es el lugar de la presencia histórica de Dios.
Consequently,
only by taking charge of the weight of reality can Theology realize and
shoulder the weight of reality. Only as a praxis of
liberation, which grounds exercise of intelligence in the dynamics of
historical reality, does Theology fulfill its mission to interpret and
actualize the Christian Gospel.
Así
las cosas, expuestas las tres dimensiones que definen el “lugar teológico”
según la propuesta de Ignacio Ellacuría, el “lugar óptimo de la praxis
salvífica liberadora y de la praxis teológica”
La victimidad como “lugar político” representa las acciones de resistencia que las víctimas del conflicto armado en Colombia ejercen ante las formas de violencia a las cuales son sometidas. De igual manera, al atender el giro que propone el Concilio Vaticano II respecto de la comprensión del acontecer de Dios en la historia, es posible reconocer, desde la propuesta de Ignacio Ellacuría, la victimidad como “lugar teológico” de la presencia histórica de Dios, “lugar” para la vivencia de la fe a partir del seguimiento histórico de Jesús, y mediación para el “hacer teológico” en tanto que praxis teológica.
Ahora bien, apropiar la victimidad como “lugar teologal”
La apropiación de la victimidad como “lugar teologal” implica comprender cómo esta condición es el lugar en el cual la revelación de Dios no solo manifiesta su plan de salvación (“lugar teológico”) sino también la exigencia de una praxis cristiana auténtica. Para Ellacuría, la existencia de los pobres y oprimidos de nuestro tiempo va contra la realización del Reinado de Dios. Dicha existencia está en contraposición al Padre misericordioso con sus hijos, en contra la filiación de Jesús con el Padre y su misión, y finalmente, contra la acción del Espíritu Santo, expulsado por la humanidad ante su pecado.
En este sentido, aunque la situación de victimización a la cual son sometidas las personas afectadas por la violencia armada en el país es una realidad lacerante, la condición de victimidad es una praxis histórica que posibilita la transformación de la realidad por parte de las víctimas; y es dinamismo teológico que prefigura el Reinado de Dios
El Reino de Dios es, en definitiva,
una historia trascendente o una trascendencia histórica, en paralelo estricto
con lo que es la vida y la persona de Jesús, pero de tal forma que es la
historia la que lleva a la trascendencia, ciertamente porque la trascendencia
de Dios se ha hecho historia, ya desde el inicio de la creación.
La pregunta de Ignacio Ellacuría en atención al “lugar teológico” en el contexto de la condición de victimidad es una inquietud resuelta en el momento en que la teología se apropia del carácter histórico de su acción como mediación para la liberación
Los testimonios de vida
Desde esta perspectiva, apropiar la victimidad como “lugar teologal”
El “lugar teologal” que representa la victimidad es el lugar constitutivo de la praxis teologal para el cristiano, la Iglesia y la teología. La victimidad permite articular dicha praxis teniendo en cuenta el proceso de aprehensión intelectiva y sentiente de la realidad que realizan las víctimas. De esta forma, al ser condición que las identifica, es el aspecto por el cual el proceso kenótico
Es importante señalar aquí que el proceso kenótico de la experiencia de fe está asociado al carácter histórico de la revelación de Dios desde la condición de victimidad que desarrollan y despliegan las personas afectadas por el conflicto armado en Colombia. Así las cosas, esta kénosis acontece desde la apropiación del Dios que se encarna en la historia, representado en el fracaso de su muerte por su misión histórica y en la lucha de las víctimas en procura de su liberación.
En esto consistiría el carácter
teologal de todas las cosas y especialmente el carácter teologal del hombre y
de la historia. No sería solo que Dios estuviera en todas las cosas, según el
carácter de ellas, por esencia, presencia y potencia; sería que las cosas
todas, cada una a su modo habrían sido plasmadas según
la vida trinitaria y estarían referidas esencialmente a ella.
La victimidad como “lugar teologal” constata la presencia de Dios en esta condición y en las acciones que emprenden las víctimas. También implica reconocer cómo la esencia, la presencia y la potencia de la revelación del Padre están presentes en el sentido de sus acciones. Así las cosas, es sugerente afirmar cómo –en este signo de los tiempos– la presencia histórica y real del Padre, el carácter y la misión histórica de Jesús, y la acción del Espíritu Santo adquieren relevancia para el cristiano, con el fin de realizar una conversión auténtica de su experiencia de fe, que le permita articular una praxis teologal teniendo en cuenta la dimensión salvífica que representa la praxis de las víctimas.
La victimidad reitera cómo la vida trinitaria de Dios es signo histórico y real a partir del cual es posible configurar una praxis teologal. Su punto de partida es la apropiación de las acciones y el sentido que expresan los testimonios y las acciones de las personas afectadas por la estructura opresora de la violencia.
El momento efectivo de esta praxis reside en comprender cómo el lugar de salvación que representa la victimidad, para el cristiano y la teología, es posibilidad para articular una salvación de la historia que haga progresiva la realización del Reinado de Dios, y por tanto, la trascendencia de la realidad
José Sols Lucía señala que en la teología de Ignacio Ellacuría existe una distinción entre “lo salvífico-teologal” y “lo histórico-liberador”, y que para Ellacuría “hay una sola historia, y en ella se da ‘lo histórico-liberador’ y ‘lo salvífico-teologal’, sin que sean ‘lo mismo’, pero sin ser tampoco “dos históricas distintas’ que de algún modo acaben confluyendo”
La causa de las víctimas, por ellas mismas, permite comprenderlo así. La trascendencia histórica cristiana debe apropiar el sentido de las acciones de las víctimas para procurar una salvación de la historia
En este sentido, la experiencia de fe por la cual se reconoce el carácter teologal de la victimidad abre el horizonte hacia una praxis que tiene su sentido en la acción de las víctimas. Dicho carácter salvífico implica apropiar intelectiva y sentientemente
La dimensión teologal del mundo
creado, que no debe confundirse con la dimensión teológica, estribaría en esa
presencia de la vida trinitaria, que es intrínseca a todas las cosas, pero que
en el hombre puede aprehenderse como real y como principio de personalidad. De
esta dimensión teologal hay estricta experiencia y a través de ella hay una
estricta experiencia personal, social e histórica de Dios.
El
“lugar teologal” que representa la victimidad posibilita así una praxis
teologal en atención al carácter salvífico que implica, para la fe cristiana,
la acción transformadora de las víctimas. Esta praxis no solo es presencia
trinitaria de Dios
La apropiación teologal de la victimidad, en razón de su significación histórico-política, teológica y teologal, señala el carácter que tienen los signos de la historia (GS 4 y 11) como lugar de la revelación de Dios, así como de su interpelación y exigencia para el creyente, la Iglesia y la teología. El “hacer teológico” del creyente y de la Iglesia debe asociarse a la acción histórica de las víctimas, toda vez que dicha praxis señala el carácter liberador y salvífico de la acción de Dios en la realidad histórica (teopraxia).
La teopraxia, entendida como revelación de Dios en el actuar humano, da sentido al dinamismo salvífico que representa la victimidad pues, por un lado, la teofanía se da en la praxis humana de liberación que realizan las víctimas de la violencia armada en Colombia, y por el otro, esta praxis remite al cristiano, a la Iglesia y a la teología, para que constituyan una praxis salvífica que trascienda la realidad histórica en relación directa con la acción de las víctimas. De ahí la implicación de una praxis teologal, pues lleva al cristiano hacia la apropiación de la victimidad como dato fundamental que contribuye a la liberación y salvación de la realidad en camino hacia la realización del Reino de Dios.
En los términos propuestos por Ignacio Ellacuría, este carácter “teologal” implica –para el creyente– aprehensión y apropiación intelectiva y sentiente de su realidad a la luz de su experiencia de fe, dinamismo que demanda una praxis teologal. Esta debe posibilitar la transformación material e histórica de la realidad en solidaridad y resistencia con las víctimas, así como su progresiva trascendencia. Por tanto, la apropiación teologal de la realidad señala el camino para un “hacer teológico” y para una “teología de la realidad histórica” cuyo eje articulador sea la acción histórico-teologal de las víctimas de nuestro tiempo como agentes transformadores de su realidad.
Artículo producto de la monografía de Maestría, “La victimidad como lugar teológico. Apropiación para una teología de la realidad histórica desde la propuesta de Ignacio Ellacuría”, Facultad de Teología, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2016.
Ellacuría,
“Las ‘causas’ son sin lugar a dudas múltiples y se multiplican también a lo largo del tiempo. Lo que es causa en una fase se puede convertir en consecuencia en otra. Una vez que los enfrentamientos se generalizan se convierten a su vez en contexto. En realidad cada vez es menos posible analizar este último independientemente de los actores: cuando se trata de organizaciones que buscan objetivos apelando al recurso de la fuerza, la referencia exclusiva a una situación ‘objetiva’ previa es muy insuficiente. La dinámica de sus interacciones pasa a un primer plano” (Pécaut, “Un conflicto armado al servicio del statu quo social y político”, 2).
Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas,
Wills Obregón, “Los tres nudos de la guerra colombiana”, 5.
Las fechas propuestas son estimadas. No existe consenso entre los investigadores del conflicto armado colombiano y su desarrollo a propósito de la misma. Para corroborar esta información es preciso remitirse a las relatorías de diversos intelectuales del país a propósito de las causas y desarrollo de la guerra interna. Estas relatorías están contenidas en el documento
El número de víctimas del conflicto armado en Colombia, de acuerdo con los datos del Registro Único de Víctimas, es de 7’936.566 personas. Esta información incluye el Registro de Víctimas anterior al año 1985 (308.768 víctimas) y posterior al mismo (7’627.798 víctimas). El número de víctimas está asociado a los 9’482.972 eventos de victimización registrados, los cuales tienen como referencia datos de personas, lugares y fechas determinadas (Red Nacional de Información, “Registro Único de Víctimas, RUV”).
Tamarit, “Paradojas y patologías en la construcción social, política y jurídica de la victimidad”, 6; Hernández Pérez, “Victimología”, 9.
Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas,
Ibíd., 258-328.
El término “capacidad” resalta al sujeto como agente transformador de su realidad. Ellacuría señala que la capacidad es principio formal de posibilitación de la realidad, del avance o del retroceso de la realidad histórica de manera cualitativa (Ellacuría,
Acosta, “Análisis de la victimología de las personas menores de edad en los delitos sexuales de Pérez Zeledón”, 10.
Grupo de Memoria Histórica,
Ignacio Ellacuría afirma que la realidad histórica es una totalidad dinámica, estructural y dialéctica. Al ser así presenta formas superiores de realidad las cuales, apoyadas en formas inferiores o previas, abren la posibilidad para su realización de acuerdo con el carácter mismo de la realidad y las posibilidades que allí existen para su realización (Ellacuría,
Tamarit, “Paradojas y patologías en la construcción social, política y jurídica de la victimidad”, 7.
Paniagua, “La victimidad. Una aproximación desde el proceso de resarcimiento en la región Ixhil del noroccidente de Guatemala”, 87.
Grupo de Memoria Histórica,
Villa y otros.
Centro Nacional de Memoria Histórica y University of British Columbia,
Paniagua, “La victimidad”, 55.
Tamarit, “Paradojas y patologías en la construcción social, política y jurídica de la victimidad”, 7.
Grupo de Memoria Histórica,
Ellacuría,
Para Ellacuría, el “habérselas” con la realidad es el resultado del proceso de “trasmisión tradente”. Este proceso señala cómo la persona aprende desde su materialidad biológica, personal y social a desplegar acciones que le permitan crear nuevas formas de estar en ella. Según el autor: “El hombre, por tanto, además de recibir por transmisión genética determinadas estructuras psico-orgánicas, recibe también, aunque no genéticamente, determinadas formas de estar en la realidad” (Ellacuría,
Ellacuría apropia de Zubiri la categoría “inteligencia sentiente”. Zubiri quiere dar razón al modo como el ser humano apropia su realidad experiencialmente y, en ello, cómo es capaz de constituir procesos de intelección que le permitan comprender su realidad desde las “impresiones” que ella brinda. Lo “sentiente” obedece a la capacidad sensorial del sujeto, lo “intelectivo” a su razonabilidad. Así, cuando Ellacuría propone la apropiación e intelección de la realidad está en sintonía con Zubiri; destaca también que este proceso es propio del phylum humano, dimensión que constituye a la persona desde su materialidad biológica, personal y social. En los términos de Zubiri, esta estructura de la persona se caracteriza por los siguientes aspectos: “Sentir algo real es formalmente estar sintiendo intelectivamente. La intelección no es intelección ‘de’ lo sensible, sino que es intelección ‘en’ el sentir mismo. Entonces, claro está, el sentir es inteligir: es sentir intelectivo. Inteligir no es, pues, sino otro modo de sentir (diferente del puro sentir). Este ‘otro modo’ concierne a la formalidad de lo sentido. La unidad de inteligencia y de sentir es la unidad misma de contenido y formalidad de realidad. Intelección sentiente es aprehensión impresiva de un contenido en formalidad de realidad: es justo la impresión de realidad. El acto formal de la intelección sentiente es, repito, aprehensión impresiva de la realidad” (Zubiri,
Paniagua, “La victimidad”, 83.
Grupo de Memoria Histórica,
Paniagua, “La victimidad”, 54.
Ibíd., 87.
Ellacuría, “Los pobres, ‘lugar teológico’ en América Latina” I, 158.
Grupo de Memoria Histórica,
Ellacuría, “Los pobres, ‘lugar teológico’ en América Latina” I, 157-161.
El hombre como sujeto y agente de su realidad histórica depende del carácter constitutivo de su naturaleza humana que, según Ellacuría, está abierto y en constante realización: “El hombre, por tanto, no es una realidad meramente substante, sino una realidad suprastante, en el doble sentido de poder estar sobre sí y de ofrecerse a sí mismo posibilidades, que no emergen naturalmente de él, sino que debe crearlas muchas veces y debe apropiárselas siempre” (ídem,
Ellacuría, “Los pobres, ‘lugar teológico’ en América Latina” I, 148.
Documentos del Vaticano II,
Ellacuría, “Los pobres, ‘lugar teológico’ en América Latina” I, 148.
Sols Lucia,
Ellacuría, “La teología como momento ideológico de la praxis eclesial” I, 167.
Como lo propone Ignacio Ellacuría, las posibilidades son lo que posibilita una realidad. Posibilitar supone el poder de optar de manera multidireccional y dinámica frente a las posibilidades posibilitantes que el sujeto histórico tiene en su historia. Las posibilidades no determinan una única realidad, sino todo lo contrario, apelando al carácter de la libertad humana, están abiertas al poder de opción que el individuo tiene (ídem,
Ignacio Ellacuría señala que el término “tensidad” está asociado a la respectividad de cada cosa con un sistema. Esta respectividad es dinámica, lo cual significa que cada cosa, siendo ella misma, está implicada en un “dar de sí” frente a las demás (ídem,
Según Ricoeur, una hermenéutica de la apropiación implica para el sujeto “comprenderse a sí mismo ante el texto”. Para el caso de esta reflexión, dicha apropiación está dada en la implicación que representa para el cristiano la condición de victimidad y su significación social, teológica y teologal (Ricoeur, “Hermenéutica de la idea de revelación”, 163).
Ellacuría, “Los pobres, ‘lugar teológico’ en América Latina”, 149.
Ellacuría resalta que la revelación y la salvación cristiana es histórica y constituye una historia de salvación. Al ser la revelación histórica, no es conclusa. Depende de su acción en el transcurso de la historia para el ser humano tenga una mejor apropiación de Dios y de su acción (ídem, “El desafío cristiano de la teología de la liberación” I, 22)
Ídem, “Discernir ‘el signo’ de los tiempos” II, 133.
Según Ellacuría, “el ‘lugar social’ supone una cierta parcialidad evangélica, una preferencialidad, pero no pretende excluir de la llamada a la conversión y a la perfección a ninguno de los hombres y a ninguno de los pueblos” (ídem, “El auténtico lugar social de la Iglesia” II, 441).
Para Ellacuría, la divinidad de Jesús se manifiesta en su humanidad; humanidad relacionada con los pobres y su pobreza. Por ello, los pobres en sí mismos son “lugar teológico” (ídem, “Los pobres, ‘lugar teológico’ en América Latina” I, 149).
Ibíd., 150.
Cinep,
Burke,
Ellacuría, “Los pobres, ‘lugar teológico’ en América Latina” I, 150.
Ídem, “Aporte de la teología de la liberación a las religiones abrahámicas en la superación del individualismo y positivismo” II, 207.
La apropiación “teológica” del actuar de Dios hace alusión a la comprensión que el creyente tiene de sí mismo ante el texto revelado (victimidad). Esta comprensión es implicativa, dada su vinculación directa con su realidad. La relación del creyente con el acontecimiento histórico está dada por su significación histórica, y con ello, por las exigencias que demanda desde el marco teológico propuesto (Ricoeur, “Hermenéutica de la idea de revelación”, 166).
Ellacuría, “El pueblo crucificado. Ensayo de soteriología histórica” II, 138-139.
Ídem, “Teología moral fundamental” III, 187.
Ídem, “Fe y justicia” III, 318.
La misión de Jesús, en los términos que Ellacuría propone, se caracteriza por ser una misión política y religiosa, profética y liberadora. Desde esta perspectiva quiere fundamentarse la vivencia de la fe a partir del seguimiento de Jesús en razón la victimidad como condición de las personas afectadas por la violencia en Colombia, pues es en ella en donde se hace propicio el lugar de la revelación de Dios así como la configuración de la praxis y reflexión teológicas (ídem, “Carácter político de la misión de Jesús” II, 20).
Burke,
Ellacuría, “En torno a la idea y al concepto de liberación” I, 634.
Ídem, “Los pobres, ‘lugar teológico’ en América Latina” I, 153.
Ibíd., 151.
La historia se presenta como el lugar óptimo y pleno de la trascendencia; transcendencia que se da en la irrupción misma de la historia y en la desinstalación de sus estructuras de opresión (ídem, “Historicidad de la salvación cristiana” I, 550).
Ídem, “Los pobres “lugar teológico” de América Latina” I, 151.
Grupo de Memoria Histórica,
El análisis que Ellacuría realiza al discurso de las bienaventuranzas de Jesús lo hace en relación directa con la situación de los pobres en América Latina. Su interés es presentar cómo este anuncio exige de la Iglesia la construcción del Reino desde su servicio en los pobres y con los pobres (ídem, “Las bienaventuranzas, carta fundacional de la Iglesia de los pobres” II, 418).
Ibíd., 436.
Ídem, “Utopía y profetismo desde América Latina. Un ensayo concreto de soteriología histórica” II, 235.
Paniagua, “La victimidad”, 6; 161.
La contemplación exige reconocer el lugar más adecuado, el “desde donde” se manifiesta Dios. Para Ellacuría, este lugar son “los pobres de la tierra”. La presencia de Dios en esta realidad potencia su presencia en la Escritura, la tradición, el magisterio, los signos de la historia, la naturaleza y en la marcha de la historia (Ellacuría, “Historicidad de la salvación cristiana” I, 592).
Ídem, “Fe y justicia” III, 367.
Ídem, “Historicidad de la salvación cristiana” I, 582.
Ídem, “Hacia una fundamentación del método teológico latinoamericano” I, 208.
Burke,
Ellacuría, “Los pobres, ‘lugar teológico’ de América Latina” I, 155.
Ídem, “Relación teoría y praxis en la teología de la liberación” I, 235.
Ídem, “Pobres” II, 179.
Ídem, “Utopía y profetismo desde América Latina. Un ensayo concreto de soteriología histórica” II, 237.
Ibíd., 263.
Ídem, “La Iglesia de los pobres, sacramento histórico de liberación” II, 455.
Grupo de Memoria Histórica,
Ellacuría, “Relación teoría y praxis en la teología de la liberación” I, 236.
Ídem, “Los pobres, ‘lugar teológico’ en América Latina” I, 148.
La resistencia cristiana implica apropiar la realidad histórica de los oprimidos, compartir su marcha en la historia, angustias y sufrimientos, y posibilitar su liberación y transformación. Esta resistencia entiende a las víctimas de nuestro tiempo como sacramento y cuerpo histórico de Cristo (ídem, “Fe y justicia” III, 367).
Ídem, “Historicidad de la salvación cristiana” I, 579.
Ibíd., 590.
Sols Lucía,
Ellacuría, “Historicidad de la salvación cristiana” I, 582.
Ídem, “Anuncio del Reino y credibilidad de la Iglesia” I, 668-669.
“For
Zubiri and Ellacuría, human intelligence does not create reality, but finds
itself in direct contact with, even confronted by, reality in sensible
apprehension. The senses not only give us content but make reality formally
present for us. This does not imply a realism in which
human knowing simply mirrors an exterior reality, because reality itself is not
considered a ‘thing,’ but a formality.” (Lee,
Ellacuría, “Historicidad de la salvación cristiana” I, 579.
Ibíd., 578-579.
Ídem,
Ídem, “Historicidad de la salvación cristiana” I, 552.