Gilberto Owen, cronista de la Cámara de Representantes de Colombia en El Tiempo: un estilo subversivo*

Gilberto Owen, Chronicler of the Colombian House of Representatives in El Tiempo: a Subversive Style

Antonio Cajero Vázquez

Gilberto Owen, cronista de la Cámara de Representantes de Colombia en El Tiempo: un estilo subversivo*

Cuadernos de Literatura, vol. 28, 2024

Pontificia Universidad Javeriana

Antonio Cajero Vázquez a

El Colegio de San Luis, México


Recibido: 23 marzo 2023

Aceptado: 10 diciembre 2023

Publicado: 05 agosto 2024

Resumen: En este artículo, me propongo demostrar en qué momento Gilberto Owen se incorporó como cronista o relator de la Cámara de Representantes de Colombia a principios de septiembre de 1933. Para ello, primero, presento las noticias que permiten ubicar al autor de Perseo vencido como sucesor de Oliverio Perry en el registro de los debates parlamentarios; luego, ofrezco el análisis textual de las primeras crónicas owenianas desde la perspectiva retórica, con el fin de demostrar la autoría de Owen y las implicaciones de esta labor en una polémica con Jorge Eliécer Gaitán en los primeros días de octubre; por último, hago el recorrido de un leitmotiv que atraviesa las relatorías entre el 7 y el 17 de septiembre, en aras de confirmar la consistencia del estilo y los reiterados tópicos que el cronista recienvenido emplea para dar cohesión a una serie de relatorías, en esencia, inconexas.

Palabras clave:Gilberto Owen, cronista, Cámara de Representantes, El Tiempo, Colombia.

Abstract: In this article, I propose to demonstrate at what point Gilberto Owen became a chronicler or reporter of the Colombian House of Representatives in early September 1933. To do so, first, I present the news that allow placing the author of “Perseus vanquished” as Oliverio Perry’s successor in the registration of parliamentary debates; then, I offer a textual analysis of the first Owenian chronicles from a rhetorical perspective, in order to demonstrate Owen’s authorship and the implications of this work in a polemic with Jorge Eliécer Gaitán in the first days of October; Finally, I trace a leitmotif that runs through the chronicles between September 7 and 17, in order to confirm the consistency of the style and the reiterated topics that the newcomer chronicler employs to give cohesion to a series of chronicles, in essence, unconnected.

Keywords: Gilberto Owen, Chronicler, House of Representatives, El Tiempo, Colombia.

De los miembros del grupo Contemporáneos, Gilberto Owen (1904-1952) fue quien más tiempo vivió autoexilado de México. A partir de julio de 1928, inicia su primer periplo en Estados Unidos: se integra al cuerpo del Consulado de México en Nueva York; pasa por Detroit y Cincinnati; luego, a mediados de 1931, viaja a Perú, donde permanece hasta mayo de 1932 cuando la legación se traslada a Panamá, mientras que Owen funge como escribiente; en junio de ese año, sale hacia Guayaquil, donde, unos meses después, nuevamente resulta destituido del cargo consular por participar en actividades pilíticas de un país ajeno; por último, a finales de 1932, llega a Colombia sin nombramiento oficial. Ya en Bogotá, empieza a colaborar con asiduidad en El Tiempo desde enero de 1933. Una de las ocupaciones del rosarino consistió en registrar las sesiones de la Cámara de Representantes de Colombia para su difusión en el mencionado diario de los hermanos Santos, Eduardo y Enrique.

Con la intención de hacer visible este oficio desconocido de Owen, en el presente artículo reconstruyo, en principio, su participación en El Tiempo desde principios de 1933; luego, con base en un riguroso análisis retórico, determino el momento en el que empieza a fungir como cronista de la Cámara y me dedico, casi exclusivamente, a pormenorizar las relatorías del rosarino, como antecedente directo de una intensa polémica cargada de xenofobia e intransigencia por parte de Jorge Eliécer Gaitán y sus aliados, incubada desde el 16 de septiembre de 1933 (cfr. Cajero, “Gilberto Owen, Jorge Eliécer Gaitán”). Para fijar en qué momento Owen asumió una empresa tan delicada en términos políticos, recurro al examen de estilo y a las constantes retóricas y temáticas de las primeras crónicas de factura oweniana, y las contrasto con las que estuvieron a cargo de su antecesor, el doctor Oliverio Perry. Espero, así, demostrar que Owen imprime un estilo subversivo, y hasta juguetón, al redactar las crónicas de la Cámara de Representantes.

Con frecuencia, la crónica parlamentaria de una nación era encomendada a escritores de prestigio como parte de una labor esencialmente periodística, verbigracia, Émile Zola, Charles Dickens y Azorín; en Hispanoamérica, los casos de Abraham Valdelomar o Germán Arciniegas resultan paradigmáticos. Este, por su parte, se preciaba de haber escrito una novela a partir de su experiencia como “cronista del Congreso” en 1932. Luego, dejaría esta labor para convertirse en representante de los estudiantes universitarios ante la Cámara de Representantes, durante el periodo ordinario de sesiones de 1933, donde defendió el proyecto de ley “La Universidad Colombiana”. Por su parte, el mexicano Gilberto Owen se une a esta dinastía cuando recibe el encargo de redactar las crónicas de la Cámara para su difusión en El Tiempo, de Bogotá, a principios de septiembre de 1933: testigo de los destinos de una nación ajena, Owen tuvo que improvisarse una segunda patria desde los palcos del parlamento colombiano.

En el nicho de un género tan versátil, y tan rico en tensiones, como la crónica periodística, a caballo entre la literatura y la vida, entre el presente y el porvenir, entre el sujeto y la masa, entre la actualidad desafiante y la caducidad del gesto,1 la crónica de los debates parlamentarios exige una visión neutral, porque en ella el cronista debe privilegiar la información sobre la interpretación o la crítica: deviene en un mediador privilegiado, sí, pero sin gran margen para la creatividad. La crónica parlamentaria, además, debe apegarse al orden del día de las sesiones legislativas, con el fin de registrar el desarrollo de los asuntos según van saliendo a discusión y no de acuerdo con su importancia relativa. Nada más alejado de la literatura.

Owen, en sus primeras relatorías, no parece haber tenido en cuenta las restricciones de este género en el que se registran asuntos de la actualidad política en voz de sus actores, además de la extrema formalidad propia de los debates oficiales. La crónica parlamentaria tampoco permite, por ello, el libre desarrollo del estilo ni el ejercicio de una escritura tan personalizada como la crónica teatral, literaria, social, cotidiana o de otro corte. Queda, pues, eximida de humor, de opinión y de una voluntad de estilo, contrarios a la gravedad de los asuntos tratados, y obliga al cronista a despersonalizarse, si cabe, hasta de sus convicciones políticas. Neófito de las condiciones de una labor tan específica, Owen exhibió sus inconfundibles marcas de estilo, una clara subversión del género en las primeras crónicas publicadas; con el paso de los días, los artificios fueron desplazados por un discurso más descriptivo, noticioso y directo: más objetivo, a riesgo de cometer una contradictio in adiecto en la escritura oweniana.

La adopción del recienvenido

Desde principios de los años veinte del siglo pasado, Gilberto Owen estuvo ligado al periodismo, ya como editor y jefe de redacción, ya como colaborador, tal como se puede constatar en las revistas toluqueñas Manchas de Tinta, Raza Nueva y Esfuerzo. Quincenal Ilustrado. Información, Cultura y Arte (Pérez).2 Esta inicial labor periodística será la tabla de salvación para el diplomático refugiado en Bogotá desde finales de 1932, como lo testifica el ministro plenipotenciario de México en Colombia, Óscar E. Duplán, en un informe diplomático del 14 de octubre de 1933: “El señor Gilberto Owen, mexicano, se encuentra en esta capital desde fines del año pasado y trabaja actualmente en El Tiempo que es el principal diario de este país” (citado por Rojas 78-79).

En esta nueva excursión sudamericana, Owen experimenta una vida agitada desde el punto de vista personal y político, como lo refiere a Reyes, en una carta del 14 de marzo de 1933. A unos meses de haber sido cesado de la legación de México en Ecuador, por participar en política “interna de un país extranjero”, Owen acepta que se encuentra buscando, y haciendo, muchas cosas en Bogotá; que se siente satisfecho por saber que estaba en plena acción el refundado Partido Socialista Ecuatoriano, cuya sección general de Pichincha estaba a cargo de su amigo Benjamín Carrión; que se halla defendiendo la causa aprista en los periódicos colombianos; que enseña en una escuela de obreros; que traduce el Jeremías, de Zweig; que proyecta una revista nonata: diálogo;3 que prepara un libro sobre estética y otro con sus artículos sobre la tragedia peruana, en fin, explica lo siguiente: “Estoy viviendo una vida dura, sabrosa, a la que sólo le falta la conversación con México para ser lo que la he querido, a la que le falta como agua el consejo de mis amigos para fecundar” (Owen, “Cartas” 277).4

De acuerdo con investigaciones recientes, Owen se mantuvo en el cuerpo de redacción de El Tiempo, por lo menos, de enero de 1933 a mediados de 1936, en sus diversas facetas de traductor de cables, cronista y articulista (cfr. García y Cajero); luego, de 1938 a 1942, sería secretario de Redacción y colaborador de las revistas colombianas Estampa, Estampa en la Guerra y Esfera (Cajero, “Gilberto Owen en Estampa), y acaso también de una inhallable publicación humorística de la que se tiene noticia de cuatro emisiones: la efímera Guau-Guau,5 también impresa en las prensas de Fernando Martínez Dorrién.

Aun cuando siempre se creyó que las primeras colaboraciones del rosarino habrían sido publicadas en Lecturas Dominicales, una cuidadosa revisión de las emisiones diarias de El Tiempo arrojó una información completamente desconocida entre los estudiosos de la vida y la obra de Owen. Así, en la emisión del 16 de enero de 1933, aparece “Filipinas en su víspera”, acompañado por la siguiente leyenda: “Con este artículo comienza la serie de artículos de nuestro colaborador Gilberto Owen para El Tiempo” (Owen, “Filipinas en su víspera” 5). Desde esta fecha, el periódico bogotano se convertirá en un punto de referencia para conocer atisbos de la biografía intelectual de Owen en Colombia. Este quehacer, como lo refiere a Carrión, habría marcado negativamente su escritura, en lugar de enriquecerla: “Aquí notarás mi prosa muy en decadencia; piensa que estoy aprendiendo a escribir para los periódicos y te lo explicarás todo” (“Carta a Benjamín Carrión” 134). En realidad, Owen estampó una marca propia en las secciones de El Tiempo que estuvieron a su cargo, de humor e ingenio, que no se registra ni antes ni después de su polifacética participación en este periódico.

Owen entregó artículos firmados con su nombre, como el mencionado “Filipinas en su víspera” o “El sacrificio estéril”; columnas cronísticas con sus iniciales, “G. O.”, verbigracia, “Al Margen del Cable” y “Suceso”; con el seudónimo “GOG”, las “Escenas Grotescas” y con su nombre invertido “Newo Otreblig”, al menos un artículo: “Francia ante las dictaduras. Las elegantes legiones de La Rocque han logrado la unión de izquierdistas”. En total, cerca de setenta prosas soterradas durante decenios. Respecto de su papel como encargado de las crónicas de la Cámara de Representantes para las planas de El Tiempo, no se sabe casi nada. Por esta razón, aquí me propongo reconstruir, siquiera sucintamente, cómo el rosarino asumió esta riesgosa tarea que puso a prueba su capacidad para recoger los asuntos fundamentales de la política colombiana durante la consolidación del liberalismo, mientras que el conservadurismo iba en picada y los comunistas y uniristas se disolvían por sus fracturas internas.

El cambio de estafeta en las crónicas de la Cámara en El Tiempo

Luego de colaborar con asiduidad, Owen es considerado como uno de los “empleados” de El Tiempo. La primera vez que aparece incluido en “La redacción de El Tiempo” ocurre el 20 de octubre de 1933, en los términos siguientes:

Con motivo del retiro del doctor Oliverio Perry —que siempre estará presente en esta casa y cuya hidalguía seguirá inspirando a sus compañeros— el cuerpo de redacción de este diario queda definitivamente así.

REDACCIÓN: jefe de redacción, Alberto Lleras Camargo.

Cuerpo de redacción: Max Grillo, Jaime Barrera Parra, L. E. Nieto Caballero, Joaquín Quijano Mantilla, José Umaña Bernal, Germán Arciniegas, Federico Rivas Aldana, Rafael Guizado, Luis Enrique Osorio, Adolfo Samper.

Redactores en el exterior: en Nueva York: Carlos Puyo Delgado, Abraham Martínez, Walter R. Douglass, North American Newspaper Alliance. En París: Carlos Deambrosis Martins.

Jefe de los servicios de información: Ángel Jaramillo.

Relator del Senado, Antolín Díaz.

Relator de la Cámara: Gilberto Owen.

Redactores: Hernando Téllez, Jorge Santos Forero, Arcesio Zambrano, José Joaquín Jiménez.

Redactor deportivo: Antonio César Gaitán.

Redactores taurinos: Jorge Forero Vélez y Camilo Pardo.

Secretario de la dirección: Antonio María Sepúlveda.

Como un reconocimiento de las admirables cualidades de inteligencia, discreción y rectitud que ha mostrado en todo momento don Ángel Jaramillo, la dirección le ha confiado la jefatura de la sección de información, que en sus manos continuará siendo modelo de pulcritud y veracidad.

Al mismo tiempo que la separación del doctor Perry, El Tiempo lamenta vivamente que el puesto de honor a que ha llamado el gobierno al maestro Sanín Cano, lo prive de la colaboración semanal del más ilustre de sus redactores, cuyos editoriales abrieron el más hondo surco en la conciencia nacional y fueron aporte incomparable para la defensa de los altos intereses patrios.

Los miembros de la redacción están provistos del respectivo carnet. Ninguna persona distinta de ellos puede solicitar informaciones para El Tiempo. Ni el carnet da a quienes lo posean prerrogativas ningunas distintas de las de solicitar informaciones. (“La redacción de El Tiempo” 5)

El servicio que Sanín Cano presta a la patria en ese momento se debe a su nombramiento como ministro plenipotenciario de Colombia en Argentina, cargo que desempeñaría a partir de noviembre de 1933.6 En cuanto a la separación del doctor Oliverio Perry de la redacción del diario, aun cuando se lamenta dos veces, nunca se dice ni cuándo ni por qué dejó de colaborar después de casi diez años de lealtad laboral. Perry estaba encargado de las relatorías de la Cámara de Representantes. Mediante un cuidadoso seguimiento de las crónicas a partir de septiembre de 1933, y el examen concienzudo de ellas, descubrí que la transición entre Perry y Owen se produce desde principios de septiembre de 1933, es decir, un mes y medio antes de la aclaración reproducida arriba en que Owen aparece como “Relator de la Cámara”. En la página editorial de El Tiempo, se registran dos notas de despedida relacionadas con el experimentado cronista de la Cámara, una del 23 y otra del 24 de octubre. En la primera, el mismo Perry se despide del secretario de Redacción, Alberto Lleras Camargo. Ahí, manifiesta no solo que ha servido al periódico durante “un decenio largo” al lado del destinatario, sino el motivo por el cual abandona sus labores periodísticas: “La pausa que hoy me lleva animosamente a ser obrero entusiasta de la obra fecunda de Plinio Mendoza Neira en la Contraloría, por gallarda e indeclinable invitación suya” (“Despedida” 5). La otra es un telegrama en el que Perry se despide del director de El Tiempo, Eduardo Santos, que en ese momento se encuentra en París:

Bogotá, octubre 19 de 193.

Eduardo Santos-París.

Al separarme TIEMPO, donde aprendí servirle república, partido, encontrando caluroso ambiente hogar, reitérole adhesión inquebrantable, eterna gratitud, leal devoción. Abrázole.

OLIVERIO PERRY. (“Telegrama a Eduardo Santos-París” 4)

La respuesta de Santos se produce el mismo día y en términos muy parecidos, de camaradería y agradecimiento:

París, octubre 19 de 193.

PERRY-Bogotá.

Gracias una vez más. Ha sido usted el más leal de mis colaboradores y amigos y débele EL TIEMPO invaluables servicios que nunca olvidaremos. Allí está siempre su puesto. Yo espero que volveremos a trabajar juntos. Deséole muchos triunfos y asegúrole que siempre lo acompañará mi amistad agradecida e invariable.

EDUARDO SANTOS. (“Telegrama a Oliverio Perry-Bogotá” 4)

El 30 de octubre, Perry publica la que sería su última colaboración antes de integrarse al equipo del recién nombrado contralor de la República, Plinio Mendoza Neira: “Una admirable organización se ha dado a la Casa Liberal Nacional” (“Una admirable organización” 1-2). Se trata de una larga crónica dedicada a describir el edificio sede del liberalismo colombiano y otros proyectos impulsados por Mendoza Neira, incluida la revista Acción Liberal. El retirado cronista de acendrado cuño liberal y el líder de la Casa Liberal, para ese momento, se hallan en plena mudanza a la Contraloría de la República por mandato de la Cámara de Representantes.

Por fin, el 3 de noviembre de 1933, el doctor Plinio Mendoza Neira toma posesión de la Contraloría General de la Nación. En esa ceremonia, el nuevo contralor hizo público el nombramiento de secretario general a Perry, como se informa en El Tiempo: “También fue nombrado secretario general de la Contraloría el doctor Oliverio Perry, quien tomó posesión de su cargo en las primeras horas de la tarde, y entró a despachar los asuntos más urgentes de la oficina” (“Completa reorganización” 16). En dicha nota, asimismo se informa que el doctor Manuel J. Ramírez Beltrán habría renunciado al cargo de la Secretaría General de la Contraloría el 5 de octubre; el 23 del mismo mes se aceptó su renuncia, aunque se mantendría en el encargo hasta que “llegue su reemplazo” (16).

Finalmente, en una carta fechada el mismo 3 de noviembre, ya investido como secretario de la Contraloría, Perry se dirige al director de El Tiempo para comunicarle, en abierta muestra de lealtad, que se hallará atento a las recomendaciones surgidas del diario insignia del liberalismo colombiano:

Bogotá, noviembre 3 de 1933.

Señor director de El Tiempo. E. S. D.

Gustoso comunico a usted que en virtud de [la] honrosa designación hecha por el señor contralor general de la República, me ha encargado la secretaría general de este departamento.

Al ofrecerme a sus gratas órdenes en el desempeño de este importante cargo, quiero significar a usted que me anima el más sincero deseo de colaborar con lealtad y tesón en la obra que se propone llevar a cabo el nuevo contralor y que en tal virtud el despacho a mi cargo pondrá especial esmero en estudiar y atender las observaciones que se digne hacer el importante diario que usted tan acertadamente dirige. Conocedor del elevado espíritu patriótico en que se inspira la prensa colombiana, los conceptos de ella habrán de merecerme el mayor respeto y acatamiento.

De usted atento y seguro servidor.

Oliverio Perry. (“El contralor de la República no hará más cambios” 9)

Esta dilatada digresión revela el motivo de la renuncia de Perry como cronista de El Tiempo: se convierte en secretario de la Contraloría General de la República; sin embargo, no se puede inferir de ella cuándo cesó de escribir las relatorías de la Cámara. No ocurre, por supuesto, ni el 23 o el 24 de octubre de 1933 (o el 3 de noviembre, si nos atenemos al último testimonio citado), sino antes, como lo corrobora el evento que detonó el ataque xenofóbico de Eliécer Gaitán contra Gilberto Owen en la sesión del 15 de septiembre, difundida en el diario al día siguiente y con fuertes resonancias entre el 5 y el 7 de octubre siguientes. Por estos datos, Owen habría sido cronista emergente de la Cámara desde principios de septiembre, en específico, la del 7 de septiembre de 1933 presenta un estilo con los rasgos distintivos de la prosa oweniana, como lo muestro abajo: el leísmo, el barroquismo expresivo, la ironía, la inversión de términos y de perspectivas, las redundancias temáticas, la adjetivación recurrente y sugestiva, la hipérbole y las gradaciones micro- y macrotextuales.

Para el reciente encargo, Owen estaba provisto de una mínima experiencia adquirida en sus años mozos en las publicaciones toluqueñas mencionadas. Tenía, sí, la habilidad necesaria para registrar el discurso oral y espontáneo de los debates, pues en su desempeño como secretario de la Legación de México en Nueva York no solo requería tener un inglés fluido, sino saber de contabilidad fiscal y taquigrafía, destreza que habría aprendido en una semana. En agosto de 1928, escribe a Clementina Otero, el amor platónico con quien compartiera papeles en El peregrino, de Charles Vildrac, y en los ensayos de El tiempo es sueño, de Henri Lenormand: “Creo que en esta semana he aprendido taquigrafía; una muy arbitraria, pero práctica y enteramente mía. Es una mezcla de la Pitman, que casi no recordaba, y de la Gregg, que quisiera saber bien” (“Me muero de sin usted” 171). Esto, sin duda, contribuyó en su labor como cronista parlamentario, pues si bien hubo ocasiones en que entregaba seis u ocho cuartillas al día, en otras llegó a ocupar casi dos páginas a ocho columnas, es decir, entre quince y veinte cuartillas que traducía de la versión taquigráfica, y las revisaba entre las ocho de la noche en que terminaban regularmente la sesiones vespertinas de la Cámara (siempre y cuando no se prolongara o se declarara en sesión permanente) y la media noche en que seguramente se iniciaba el tiraje del diario.

La prueba del estilo en las crónicas parlamentarias de Gilberto Owen

A fin de demostrar cómo se transforma el estilo de las crónicas de la Cámara entre el 6 y el 7 de septiembre de 1933, es decir, entre la que sería la última de Perry y la primera de Owen, examinaré algunos pasajes significativos en los que la retórica, el tono, el enfoque y los énfasis de ambas colaboraciones divergen abismalmente. La crónica del 6 de septiembre arranca de manera abrupta y completamente dirigida a informar, sin juicios ni (deliberadas) segundas intenciones:

Presidencia Prieto, Ramírez Moreno, Hernández Gutiérrez.

La sesión comenzó a las 4 y 25.

Al discutirse el acta de la sesión anterior le hicieron reparos los RR. Vargas Héctor José, quien se sorprendió de que no se hubieran consignado allí las razones que adujo para no votar el proyecto sobre aumento de las dietas. Él mismo anunció que se estaba formalizando un grupo de parlamentarios con el objeto de impedir la lectura de documentos sin importancia y de todo aquello que tienda a entrabar la correcta y eficaz labor de la cámara, y el R. Cadavid Restrepo, quien se sorprendió de que no se hubiera anotado que había votado negativamente el proyecto de acto reformatorio de la constitución por el cual se conceden derechos políticos al clero. El R. Toro también manifestó que se habían entendido mal sus razones en torno al proyecto de las dietas y solicitaba nuevamente su inclusión.

Con esto se aprobó el acta. (“Debemos luchar contra el prejuicio” 1)

Como se observa, la crónica inicia con la apertura de la sesión y la respectiva aprobación del acta del día anterior. Esta revisión contrae algunas modificaciones por parte de los representantes Vargas y Cadavid Restrepo que, no obstante la personalización, apenas si tienen alguna marca valorativa en la crónica. Acaso, puede leerse en este registro la palabra “reparos”, que no implicaría un juicio, si se considera su sentido como ‘objeciones’; o la doble expresión “se sorprendió”, pero, debido a que se trata de un discurso indirecto, el lector no puede saber si los representantes Vargas y Cadavid Restrepo dijeron “me sorprende” o si es una descripción del cronista a partir de los gestos de los personajes aludidos. El resto del incipit me parece más un ejercicio descriptivo, hasta cierto punto neutral, en el que el cronista intenta reconstruir los dichos de manera concisa, ya que expresiones como “impedir”, “documentos sin importancia”, “entrabar”, “correcta y eficaz labor”, de cariz tasativo, deben adjudicarse al representante Vargas. En este caso, en la oración principal se observa un verbo introductorio que descarga la responsabilidad del cronista en voz ajena: “Él mismo anunció”. Si pudiera decirse, más que una visión crítica o interpretativa por parte del cronista, nos encontramos ante un recuento de eventos con trazas de objetividad. El modo expositivo responde a un orden cronológico y a un esquema fijo que puede identificarse en muchas crónicas previas: nombre del presidente de la sesión en marcha, rectificaciones al acta de la sesión anterior y la firma respectiva.

Para ver las cualidades formales y expresivas de la prosa oweniana, sugiero ahondar en la crónica de la Cámara del 7 de septiembre, en la que el redactor no va directo a los asuntos oficiales, como la aprobación del acta y el pase de lista, sino que desde el principio se dedica a intepretar y valorar los actos y las actitudes, incluso desemboca en la ridiculización o en la grotecidad de un “pequeño espectáculo”. Véase, ahora, el inicio de la que sería la primera crónica de la Cámara a cargo de Owen:

Presidencia de Moisés Prieto.

Se abrió la sesión a las cuatro y veinticinco minutos de la tarde. Sin embargo, hubo necesidad para ello [de] que el presidente recorriese mesa por mesa las tertulias formadas en el café de la Cámara, suplicando a cada uno de los representantes pasar al salón. Tenemos, repetía a cada uno, que trabajar. No sé qué hacer para que la Cámara trabaje. Hace cuatro días que no entramos a la orden del día. Aconséjeme qué hacer, compañero.

—Lo mejor sería, aventura alguno, reformar el reglamento.

“Acaso, sostiene otro, fuera mejor trasladar el salón al café o viceversa”.

Por último, ya abierta la sesión con un quorum sospechoso, se recurre a una inocente argucia. Un mensajero recorre los corrillos del café y del salón de pasos perdidos avisando a los liberales que se va a votar en ese instante un asunto de interés vital para la mayoría; otro hace la misma invitación, en secreto, a los conservadores: se va a votar algo esencial para la minoría. Así se consigue un público aceptable en número para el pequeño espectáculo que ya ha iniciado, ante las curules vacías, el representante Ramírez Moreno. (“Se inició ayer el debate” 1)

Nótese, primero, la intención de seguir el patrón de la crónica del 6 de septiembre: se indica el nombre del responsable de la presidencia y la hora de inicio de la sesión; pero no fue este, sino un amago de formalidad, porque, en lugar de comenzar con la crónica de la sesión, el cronista presenta un recuento retrospectivo, con un significativo “sin embargo”, para explicar cómo se llegó a iniciar la sesión mediante la inversión de papeles en que el presidente, quien representaría la máxima autoridad, esa tarde al menos, tiene que andar suplicando a los representantes para que suspendan las charlas de café y ocupen sus curules. Aunque en discurso indirecto, el cronista sigue a Moisés Prieto en un patético deambular a la busca del quorum perdido. La amplificatio, combinada con la hipérbole, cumple una función cardinal para crear el efecto humorístico del pasaje, pues el presidente, aparte de que parece no presidir nada, primero recorre las mesas del café, suplica a oídos sordos, los arenga a cumplir con su deber y, por último, pide consejo para obligar a los rebeldes a cumplir con el orden del día al primer “compañero” que le hace caso: recibe dos respuestas, una más descabellada que la otra (“Acaso, sostiene otro, fuera mejor trasladar el salón al café o viceversa”). Esta propuesta, sin embargo, implicaría un riesgo: si la sesión se trasladara al café, los representantes podrían optar por irse a tomar el café al salón en una persecución infinita. Más que el sabor carnavalesco de la escena, el cronista subraya la abulia de los representantes en una tarde soporífera de café.

Como ese primer artilugio del presidente Prieto no alcanza para reunir a los representantes de las dos bancadas, ya arrancada la sesión, recurre a una nueva treta: sendos mensajeros visitan los corrillos de liberales y conservadores para anunciarles que se tratará un asunto en que se ponen en juego sus respectivos intereses y solo así el “quorum sospechoso” se vuelve “suficiente”. A diferencia de la crónica del 6 de septiembre, en la del 7 se aprecia una intención crítica, enjuiciadora, que se desprende de la copiosa y mordiente adjetivación. Por ejemplo, la hipálage en que lo sospechoso no es el quorum, sino los representantes confabulados por sus filias y fobias políticas en pasillos y mesas del café; también se aprecia una valoración expresa por parte del cronista en frases como “público aceptable” —¿por la cantidad o por la calidad moral del público? —, “pequeño espectáculo” —¿es decir, un show insignificante?— o en el adnominal, cuyo sentido resulta inaprehensible en una primera lectura, “salón de pasos perdidos”. A mi juicio, esta construcción tiene un doble fondo retórico: primero, como construcción en la que se combina un sustantivo que refiere algo concreto y un complemento polisémico; segundo, en este, a su vez, se advierte una sinécdoque en la que los pasos aluden a los representantes, de manera que, por no hallarse donde deberían estar a esa hora, se podría leer como “salón de representantes perdidos”.

El registro del desarrollo de la sesión también presenta peculiaridades en ambos casos. En la del 6, apenas si puede notarse un cambio de tono en el desarrollo y el cierre: se alternan paráfrasis y citas textuales de los debatientes, de manera que la voz del cronista —que no deja de cumplir su función selectiva y jerarquizadora de la información— se reduce al mínimo; su presencia aflora en las transiciones de un asunto a otro y en las glosas para ostentar su papel de mediador objetivo (“El R. Baena propuso que se entrara a discutir el proyecto de ley”; “Al discutirse esta reforma los RR. Córdoba y Arellano presentaron una proposición”; “El R. Rocha hizo a continuación una detallada exposición sobre cómo funcionan las oficinas de registro”, etc. [Perry, “Debemos luchar contra el prejuicio” 12]). Por el contrario, en la del 7, destaca la voz del cronista en varios planos retóricos:

  1. Hay un despliegue de creatividad que contrasta con la solemnidad que exige el registro de los debates parlamentarios y, por ello, el de los destinos de una nación; el paradigma al respecto sería el incipit ya citado, sin duda; pero el siguiente extracto sobre el representante Ramírez Moreno no va a la zaga:

    Desde el sitial de los secretarios, y considerando tal vez que el escaso público no amerita aún el desarrollo de una gimnástica oratoria como la que acostumbra, empieza el representante conservador a sostener su proposición. Más adelante su oratoria peripatética tendrá ocasión de más brillantes minutos.

    Le interrumpe casi la primera modificación de las mil y una que sufrió su citatorio. (Owen, “Se inició ayer el debate” 13)

    Primero, el cronista fija su atención en el performance del “representante conservador” Augusto Ramírez Moreno y lo descifra a partir de una peculiar escala de valores. Luego, se aprecia un discurso desautomatizante, inusual en las crónicas precedentes: a la manera de prolepsis, refiere un evento que habrá de retomar en párrafos ulteriores con la frase “Más adelante su oratoria peripatética tendrá ocasión de más brillantes minutos” (ilustrativa gradatio in crescendo de “gimnástica oratoria”). Pululan, también, las declaraciones valorativas y un humorismo que combina la enciclopedia libresca con la intención hiperbólica en un solo pincelazo: “Le interrumpe casi la primera modificación de las mil y una que sufrió su citatorio” (la práctica peripatética de Aristóteles y el relato interminable de Las mil y una noches aquí se adunan con exactitud).

  2. En las personalísimas manías lingüísticas y retóricas: en este caso, detecté al menos una docena de expresiones leístas, por ejemplo “Le interrumpe” de la cita anterior, en lugar de “Lo interrumpe”; otras más: “le han oído” [a Ramírez Moreno], por “lo han oído”; “Explica la razón personal que le [a Hernández Ramírez] movió a denunciar los abusos de la policía”, por “Explica la razón personal que lo movió a denunciar los abusos de la policía”; “le imitaran [a Lloyd George] principalmente en lo conciso del discurso”, por “lo imitaran principalmente en lo conciso del discurso”; “después de haberle [a la Cámara] atacado”, por “después de haberla atacado” y, para no alargar la lista, “un gobierno que no quiso llevarle [al pueblo] a mayores rigores y desgracias”, por la forma académica recomendada: “un gobierno que no quiso llevarlo a mayores rigores y desgracias”. En relación con algunas manías retóricas de la prosa oweniana, habría que destacar asimismo la recurrencia a la hipérbole, la gradación o la ironía ya mencionadas.

  3. En una adjetivación marcada con el filo de la ironía: no ignoro que este representa un recurso retórico más; lo considero un tema aparte, sin embargo, porque constituye un sello de estilo en Owen. He aquí unas muestras del fragmento citado en el punto 1: “escaso público”, “gimnástica oratoria”, “oratoria peripatética” y “más brillantes minutos”. En un sentido gradatorio, estas calificaciones sobre el discurso de Ramírez Moreno tendrán repercusiones —ecos, mejor dicho— más adelante cuando el cronista retome las expresiones para ironizar sobre la alteración del orden del día en el que el representante propone, con un formalismo exacerbado que no escapa al cronista, darse la palabra a sí mismo.

    salta [para no desentonar con la oratoria gimnástica y peripatética] nuevamente Ramírez Moreno con una hábil [aquí sigue la gradatio del atlético representante estigmatizado], pintoresca y prometedora proposición.

    “Altérese el orden del día, mientras se considera lo siguiente.

    Óigase al representante Ramírez Moreno”. (“Se inició ayer el debate” 13)

  4. En una constante interpretación de los actos de los representantes y, por ello, el privilegio del cómo sobre el qué, del performance sobre el discurso.

    Se le oye, naturalmente, para sostener su proposición, y empieza una exposición peripatética, que le lleva desde su curul hasta los pasillos de la cámara, de donde regresa entre dos frases violentas para meterse entre las curules de la extrema izquierda, y terminar entre el señor Sotero Peñuela y el ministro de educación que, como otras tardes, espera, espera, espera.

    Empieza ágil y saltarín su recorrido, entre las manifestaciones encontradas de la barra, que aplaude el espectáculo, pero que desconfía de lo que va a seguir, rogando a los representantes de la mayoría liberal que interpreten esos aplausos que saludan su pirueta como un símbolo de la curiosidad del público, de la curiosidad de todo el pueblo colombiano, por conocer las causas que el gobierno se empeña en mantener secretas y que motivan el arreglo de Ginebra en la cuestión de Leticia.

    [...]

    Al entrarse por entre los bancos de la izquierda, fulminó Ramírez Moreno a los que hacen discursos de cuatro horas y se niegan en cambio a oírle a él, ocultando debajo de la enagua al gobierno y limitando inauditamente el derecho de palabra de Ramírez Moreno. Antes de salir de entre las curules liberales, incitó a sus ocupantes para que vuelvan en sí y no le nieguen la cita que con su querido amigo Urdaneta Arbeláez desea tener, y que le oigan, en la promesa de que no hará 4 horas de gimnasia.

    En este punto le recordó Hernández Rodríguez que le han oído, exactamente la misma cantinela [sic], durante cuarenta días, a lo que Ramírez Moreno replicó pidiéndole que fuesen cuarenta días y cuatro horas. Siguió lamentándose de la práctica que a él le parece inmoral de no alterar el orden del día para tratar de algo tan importante como el conflicto con el Perú, y considerando (los miembros de la mayoría) que más importante era seguir hablando de la industria de la hormiga o de la organización de la manufactura de la tela de araña. Después de recorrer, con habilidad de alpinista que fue muy aplaudida, toda la Cámara, terminó Ramírez Moreno retirando su proposición no sin antes tronar contra los oradores económicos, contra la marcha de la paz, y contra la negativa parlamentaria a la alteración del orden del día, que acusó como fenómeno inaudito, escandaloso y despavorido. (“Se inició ayer el debate” 13)

    El examen de esta larga cita permite identificar el trabajo retórico con evidente énfasis en figuras como la gradación, la hipérbole y la hipálage, como base de la reconstrucción del discurso ambulante de Ramírez Moreno por todas las bancadas: un espectáculo anticipado de oratoria peripatética, por un lado; por otro, de gimnasia (“ágil y saltarín”), por los ademanes bruscos y los amplios recorridos por los pasillos del salón: visita a los representantes de “la extrema izquierda”, al representante Sotero Peñuela y al ministro de Educación, a la barra, a la bancada de la izquierda y a la de los liberales, a toda la Cámara, con alguna “pirueta” y algún “salto de alpinista” que ilustrarían sus habilidades deportivas.

    He marcado en cursivas los pasajes en que se fincan los artificios retóricos que perfilan, y magnifican, la agilidad física de Ramírez Moreno, propia del gimnasta que no solo lleva a cabo saltos y piruetas, sino que estimula un cúmulo los malabares discursivos del cronista: los leísmos, los adjetivos de carácter valorativo (“oratoria peripatética”, “frases violentas”), las hipérboles (“el ministro de educación que, como otras tardes, espera, espera, espera”; “un símbolo de la curiosidad del público, de la curiosidad de todo el pueblo colombiano”) y registros léxicos de un choteo discursivo (“espectáculo”, “pirueta”, “desconfía”, “fulminó”, “tronar”). Puede distinguirse, asimismo, una especie de amplificatio anticlimática que va del animado y fluido discurso del representante al retiro de su proposición. “Mucho ruido y pocas nueces”, parece concluir el cronista. Destaco, asimismo, estructuras bimembres o trimembres en el empleo de adjetivos con fines humorísticos e inquisitoriales: Ramírez Moreno, “nervioso y feliz”, “empieza ágil y saltarín” antes de presentar una “hábil, pintoresca y prometedora proposición”. Hasta un mexicanismo, me parece, se cuela silencioso: “ocultando debajo de la enagua al gobierno”. Este afán por enjuiciar no se queda en las personas: también hay un evento que se califica como “fenómeno inaudito, escandaloso y despavorido”.

  5. Finalmente, en un protagonismo que supera su carácter de narrador omnisciente y omnipresente; así ocurre en el excipit de la crónica hasta aquí comentada.

    El orden del día

    A todo esto, ninguno de los asuntos del orden del día fue tratado, a pesar de los buenos propósitos que animaban al presidente Prieto al iniciarse la sesión. Acaso fuera conveniente, para que algún día de éstos se den cuenta los representantes de la presencia en la Cámara de un ministro citado, el de educación, que el presidente pusiese en vigor cierta cláusula del reglamento, que por ahí anda y no puede ignorar, según la cual nadie podrá hacer uso de la palabra durante más de quince minutos para proponer alteraciones del orden del día. (“Se inició ayer el debate” 13)

    La sugerencia del cronista para aplicar el reglamento puede parecer inocente a primera vista. No resulta así, sin embargo: a manera de leitmotiv, se convertirá en el hilo conductor en las primeras crónicas de Owen: la idea de aplicar la cláusula de los quince minutos para quien se proponga hacer alteraciones del orden del día tiene secuelas en sesiones posteriores, pues en la del 8 de septiembre el presidente pone en práctica la sugerencia del cronista, y la aplica a rajatabla, aunque el reglamento concede otros diez minutos más a los oradores. En la crónica del 8, Owen abunda sobre esta disposición reglamentaria desde el inicio, consciente de su papel injerencista en el afán de dar cumplimiento al orden del día, aun cuando no forma parte del parlamento:

    Cuando, al final de nuestra reseña de ayer, sugeríamos la aplicación del artículo reglamentario que limita a quince minutos el uso de la palabra para proponer alteraciones al orden del día, ni pensamos en verdad que su aplicación fuera tan difícil, ni menos aún que despertara cóleras como las que llenaron el recinto durante toda la sesión de ayer tarde. Lo sugeríamos, tímidamente, como una medida para lograr una sesión siquiera de acuerdo con el orden del día, y sólo pudo servir, en realidad, para que se olvidase ese orden por completo.

    Hay sólo un medio, en realidad, para que ese orden del día se cumpla fielmente: ha sido descubierto, lo reconocemos, por el presidente de la Cámara, que con escéptico desengaño de sus posibilidades de ordenador redactará el orden de hoy en esta forma: “El que el deseo de los señores [representantes] acuerde en el curso de la sesión”.

    La habilidad de los representantes encontrará sin embargo la forma de que también este se altere. Cierto que los proyectos detenidos por esa habilidad son ya innumerables; pero bien pueden esperar en la mesa de la Secretaría, pues peor fuera, o al menos no tan factible, que esperasen los discursos de quienes ven pasar sus días de parlamento sin esperanzas de intervenir en debates para los que se requiere, según han inventado ahora, conocimientos de economía, de jurisprudencia, de quién sabe qué más.

    Ejemplo: el joven suplente de la derecha, urgido, conminado por su principal a dejarle la curul, que estalló hoy en la conmovedora sonata que más adelante titulamos: “La muerte del cisne”. (Owen, “La Cámara aprobó un saludo” 2)

    Esta larga cita demuestra la consistencia de la escritura oweniana (ahora regida por el modesto plural mayestático) y por ello no quisiera sino subrayar que los recursos expositivos del cronista vulneran la “cronicidad” y la “objetividad” exigidas en la relatoría de los debates parlamentarios. El carácter digresivo del texto citado resulta una licencia para develar los entretelones del Congreso y sus actores, con una explícita mirada crítica. Al respecto, descuella la reductio ad absurdum en que desemboca la anarquía por el (ab)uso de la palabra, para cuya solución el presidente no tendría más remedio que dejar que los representantes redacten el orden del día en el curso de la sesión según sus deseos (es decir, el cronista sugiere que el orden del día quede a expensas del desorden y las interpelaciones y proposiciones anárquicas de los representantes); no obstante, en el colmo del absurdo, expresa el cronista, “la habilidad de los representantes encontrará sin embargo la forma de que también éste se altere”. Nótese, también, la humorística prolepsis a la que me refería: “La muerte del cisne”, por las analogías entre la fugaz participación del representante suplente Estrada Monsalve, urgido por su titular para que abandonara la Cámara, y el cisne que lanzaría su canto postrero antes de morir.7

    El tema de los quince minutos tenía la intención de no aplazar las comparecencias de los ministros citados ad aeternum, como el caso del de educación que, por las estrategias dilatorias de los conservadores, “espera, espera, espera”, a pesar de la urgencia con que fue llamado a testificar. Es tanta la inquietud generada por el control del tiempo que llega a ser objeto de burla por parte del cronista y aun entre los representantes. Aparte de tratar el asunto desde el inicio de su relato, el cronista dedica al tema del tiempo un apartado ex profeso en los siguientes términos.

    Los quince minutos

    Y empezó la pugna de la presidencia por imponer el artículo reglamentario a que aludimos al principio de esta crónica [el de los quince minutos]. Pugna, pudiera decirse, entre el orden del día y las necesidades oratorias de algunos representantes, pugna de los que no pueden resignarse a que el Parlamento sea una cámara legislativa, entendiéndola más bien como tribuna personal de todos y cada uno de los representantes (“La Cámara aprobó un saludo” 2)

    El jolgorio sobre el artículo del reglamento de marras adquiere dimensiones apoteósicas, ya que el cronista incluye otro apartado denominado “Siguen los quince minutos”; además, registra diversas ocasiones en que el tema sale a flote: “Intervino entonces Lleras Restrepo, pidiendo a la Presidencia que se aplicara al autor de la linda ‘jugada’ el artículo reglamentario de los quince minutos de límite”; “un desprestigio de que en ese cuarto de hora iba a tratar de librarle”; “Dijo adiós, sonrió con cierta amargura y desapareció segundos antes de que fenecieran los fatales quince minutos”; “Al principio de su exposición transcurrieron los quince minutos, y se le aplicó por primera vez en esta temporada y en muchas anteriores la disposición reglamentaria pertinente. Conmoción. [...] Se le concedieron, de acuerdo con el reglamento, otros diez minutos”; “tocó a Hernández Gutiérrez el deber doloroso de hacer callar al doctor Libardo López a los quince minutos”; “Ese artículo del reglamento que limita a un cuarto de hora el derecho del uso de la palabra” (“La Cámara aprobó un saludo” 2).

    En el extremo de lo que otro cronista definía como “la perfecta refracción del espíritu nacional, siempre en rebelión contra el orden y la eficacia” (“El Bataclán” 5), y como si no se hubiera desatado una batahola en la sesión anterior, en la crónica del 9 de septiembre se registran ecos sobre el asunto: “Con cierta premura, y para ganar tal vez el tiempo perdido en el incidente del cuarto de hora, aprobó el día anterior la Cámara dos de los artículos de la ley que amplía la 37 de 1932” (Owen, “El doctor Chaux concluyó” 9). También la del 16 de septiembre tiene su prurito de humorada: “El R. Campo —Entonces pido que se le aplique el cuarto de hora [...] // El presidente —Desde este momento, once menos cuarto, principia a contarse el cuarto de hora” (Owen, “La mayoría liberal de la Cámara” 15); “y estando para vencerse el cuarto de hora manifestó que apelaba al criterio de los HH. RR.” (16); “y al cumplirse el cuarto de hora que habían solicitado, terminó con una invocación a Colombia” (16). Antes que diluirse, en la del 17 el tema del cuarto de hora sigue vigente, como ADN que permite, primero, filiar las crónicas a partir del 7 de septiembre y determinar su autoría, porque para el 16 la tarea de Owen ya había sido cuestionada por Gaitán. Obsérvese la insistencia, y el regodeo, de Owen por registrar el desarrollo del asunto que él mismo habría desencadenado desde la relatoría del 7 de septiembre: “El R. Paillie —Señor presidente, solicito la aplicación del cuarto de hora”, intervención que desata los entusiasmos de las barras en apoyo del representante De la Vega; asimismo, el cronista inserta otro apartado con el título “Nuevamente el cuarto de hora”, a propósito de la interrupción del representante Montalvo, a quien “al cumplirse el cuarto de hora reglamentario, el presidente le manifiesta que no puede continuar” (“Castro Martínez fue elegido” 3).

    Para poner freno a los desbordes retoricistas y la falta de eficacia de los debates parlamentarios, se había creado un reglamento que, apenas puesto en marcha, padeció de muerte prematura, como se denuncia en una croniquilla de “Cosas del Día”:

    Después de haberse dado un estatuto férreo y prudente, una especie de cinturón para contener los excesos de la retórica, la Cámara no lo quiere soportar y lo sabotea. La sesión de ayer fue la defunción de ese reglamento. Apenas estrenado, se produce un pronunciamiento general contra sus artículos. Los representantes no se someten a la dosis, no aceptan freno ni valla a su elocuencia, califican de despotismo todo cuanto limite su entusiasmo. De este modo, dentro de un ambiente de francachela, en medio del huracán retórico, se tratan los problemas de la nación y las soluciones se aplazan. (“El Bataclán” 5)

    Aun cuando la crónica declara la defunción del documento regulador de las intervenciones de los representantes, no puede tomarse tan literal, porque todavía se mantuvo con respiración artificial hasta por lo menos diez días después, como se aprecia en las crónicas owenianas aludidas. Además, la pervivencia del asunto de los quince minutos opera como hilo de Ariadna para demostrar que Owen no solo empezó a redactar las crónicas de la Cámara el 7 de septiembre, sino que desde esa palestra desató la bulla que continuó registrándose hasta, al menos, el 17 de septiembre, fecha en la que el “redactor extranjero” ya habría herido la susceptibilidad del representante Eliécer Gaitán, cuyo recelo contra Owen saldría a flote el 5 de octubre, sin otra consecuencia que el respaldo casi unánime a favor del mexicano. Así se aprecia en el comunicado del 20 de octubre en que Owen aparece confirmado como “Relator de la Cámara” (“La redacción de El Tiempo).

Para concluir, debo señalar que la reconstrucción del episodio en que Owen asumió el papel de cronista de la Cámara de Representantes de Colombia contribuye a perfilar, con mayor precisión, su estadía en la que podría considerarse como su segunda patria. Al mismo tiempo, permite dimensionar los alcances de su participación en El Tiempo, de enero de 1933 a mediados de 1936, que no se limita a una docena de colaboraciones en Lecturas Dominicales, el suplemento literario: en el cuerpo del periódico publica varios artículos de fondo; tiene a su cargo la página de información internacional; sostiene varias columnas con noticias bizarras y extraordinarias; escribe crónicas para la página editorial, “Cosas del Día”, y se encarga de las relatorías de la Cámara. Sobre estas últimas puede argüirse que la mayoría carece de valor literario; sin embargo, el seguimiento de esta sección en el periódico permitió determinar la fecha en la que Owen habría empezado a colaborar como “relator de la Cámara”. En este orden de ideas, fue útil un minucioso análisis textual para identificar la autoría de las crónicas, hecho que se confirmaría en la polémica registrada en las emisiones de El Tiempo entre el 5 y el 7 de octubre, cuyo detonador tuvo lugar en la crónica del 16 septiembre.

Con descubrimientos como el que aquí he presentado, la vida y la obra de Owen en Colombia deja cada vez menos resquicios para la conjetura. De la misma manera, se aprecia el trabajo descomunal que desarrolló, primero, en El Tiempo y, luego, como jefe de redacción de las revistas Estampa, Esfera y Estampa en la Guerra (1938-1942), después de administrar y atender durante más de un año su Librería 1936. Al final, la “vida dura, sabrosa” que Owen experimentó en Colombia se concretó en numerosos testimonios periodísticos que lo ubican como un digno representante de los Contemporáneos fuera de México, con las mismas tribulaciones materiales que padecieron Villaurrutia o Novo, quienes dedicaron buena parte de su vida, uno, a la crónica de cine y, otro, a la crónica política y cultural. Por último, resta decir que otras crónicas de las fechas aquí revisadas tratan sobre asuntos de la Cámara, tan específicos, que solo quien estuvo en el Parlamento pudo haberlas redactado. Cito aquí unos ejemplos que cumplen con todos los rasgos de la prosa oweniana; estos pueden consultarse en la página editorial de El Tiempo, “Cosas del Día”: el citado “El Bataclán parlamentario”, “La oveja parlamentaria” y “Después de Carthagene”, del 8, 13 y 14 de septiembre, respectivamente.

Finalmente, el análisis detallado permitió establecer diferencias abismales entre el estilo acartonado y despersonalizado, objetivo se diría, de Oliverio Perry y los atrevimientos estilísticos de Owen. Podría afirmarse que este subvierte no solo la forma, sino el contenido, de las crónicas parlamentarias de El Tiempo. Esta subversión, a su vez, contribuyó a fechar el arranque de Owen como encargado de relatar los debates de una Cámara entrampada en la oratoria huera de los representantes de una nación en pleno apogeo, así como entrever el motivo por el que Owen sufrió los ataques de Jorge Eliécer Gaitán, que desembocaron en una escaramuza de dimensiones épicas.

Referencias

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Cajero, Antonio. Gilberto Owen en Estampa. Textos olvidados y otros testimonios. El Colegio de San Luis, 2011.

“Completa reorganización de la Contraloría se hizo ayer”. El Tiempo, 3 de noviembre de 1933, p.16.

“Después de Carthagene”. El Tiempo, 14 de septiembre de 1933, p. 5.

“El Bataclán parlamentario”. El Tiempo, 8 de septiembre de 1933, p. 5.

García, Celene y Antonio Cajero, editores. Gilberto Owen en El Tiempo de Bogotá, prosas recuperadas (1933-1935). Porrúa, UAEM, 2009.

“La oveja parlamentaria”. El Tiempo, 13 de septiembre de 1933, p. 5.

“La redacción de El Tiempo”. El Tiempo, 20 de octubre de 1933, p. 5.

Owen, Gilberto. “Carta a Benjamín Carrión”. Correspondencia I. Cartas a Benjamín, editado por Jorge Enrique Adoum, Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, 1995, pp. 134-135.

---. “Carta a Celestino Gorostiza”, Cartas a Celestino Gorostiza, editado por Gabriel Zaid. El Equilibrista, 1988, pp. 56-58.

---. “Cartas”. Obras, editado por Josefina Procopio, Fondo de Cultura Económica, 1979, pp. 256-294.

---. “Castro Martínez fue elegido ayer presidente de la Cámara”. El Tiempo, 17 de septiembre de 1933, pp. 1, 3.

---. “El doctor Chaux concluyó la exposición sobre los colonos”. El Tiempo, 9 de septiembre de 1933, pp. 1, 9, 16.

---. “Filipinas en su víspera”. El Tiempo, 16 de enero de 1933, p. 5.

---. “La Cámara aprobó un saludo a la república del Brasil ayer”. El Tiempo, 8 de septiembre de 1933, p. 2.

---. “La mayoría liberal de la Cámara triunfó brillantemente en el debate internacional”. El Tiempo, 16 de septiembre de 1933, pp. 1, 13, 15, 16.

---. “Se inició ayer el debate sobre la paz de Ginebra en la Cámara”. El Tiempo, 7 de septiembre de 1933, pp. 1, 13.

---. Me muero de sin usted. Cartas de amor a Clementina Otero, editado por Marinela Barrios y Vicente Quirarte, Siglo XXI, 2004.

Pérez Gómez, Gonzalo. “Gilberto Owen en Toluca”. Dos Valles. Revista del Estado de México, núm. 3, 1988, pp. 55-68.

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Rotker, Susana. La invención de la crónica. Fondo de Cultura Económica, Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, 2005.

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Santos, Eduardo. “Telegrama a Oliverio Perry-Bogotá”. El Tiempo, 24 de octubre de 1933, p. 4.

Sefchovich, Sara. “Ensayo sí, novela no”. Revista de la Universidad de México, núm. 157, 2017, pp. 38-41.

Notas

* Artículo de investigación.

1 Sobre los avatares de la crónica en Hispanoamérica, puede consultarse Rotker (2005); para el caso mexicano, Sefchovich (2017). Como decía Rotker, este género periodístico, nacido en las postrimerías del siglo xix, constituye un espacio de condensación o resolución donde se expresa la tensión entre términos, realidades y fenómenos antagónicos: “Espíritu/materia, literatura/periodismo, prosa/poesía, lo importado/lo propio, el yo/lo colectivo, arte/sistemas de producción, naturaleza/artificio, hombre/animal, conformidad/denuncia” (53); también habría que destacar su alto grado de autonomía artística, gracias a una voluntad de estilo, en detrimento del valor circunstancial de los asuntos de la época: “Tanto es así que, si como material periodístico las crónicas debían presentar una alto grado de referencialidad y actualidad (la noticia), como material literario han logrado sobrevivir en la historia una vez que los hechos narrados y sus cercanía perdieron toda significación inmediata, para revelar el valor textual en toda su autonomía” (116).

2 Habría que subrayar que, además de aportar algunos datos biográficos de Owen, Gonzalo Pérez Gómez reproduce las colaboraciones de este en Manchas de Tinta y Esfuerzo. En la actualidad, las mencionadas publicaciones pueden consultarse en la Colección Especial Mario Colín del Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México.

3 El título completo sería Diálogo. hojas de examen quincenal. Entre quienes habrían sido invitados, además de Reyes, se encuentra Benjamín Carrión, como se lee en una carta de marzo de 1933: “Te escribo sobre Diálogo mañana” (Owen, “Carta a Benjamín Carrrión” 134). A Celestino Gorostiza, el 8 de mayo de 1933, en hojas membretadas con el logo de la revista proyectada, le escribe: “El mes próximo empiezan a salir las hojas de ‘Diálogo’, que edito. ¿Puedo contar con tu colaboración? Gracias porque sé que sí” (Owen, “Carta a Celestino Gorostiza” 57).

4 Con Xavier Villaurrutia se ahorra los detalles al respecto, va al grano con un dejo de megalomanía: “Estoy improvisándoles una literatura, un arte, un partido político, casi un mundo” (Owen, “Cartas” 269). Por cierto, la frase oximorónica “una vida dura, sabrosa” aparece, reformulada, en la carta a Celestino citada: “Mi vida actual, dura y sabrosa” (“Carta a Celestino Gorostiza” 57); y en uno de los artículos firmados con el seudónimo GOG, en El Tiempo, imprime un nuevo giro: “vida ruda y deliciosa” (García y Cajero 172).

5 Se publicó entre enero y febrero de 1939 (cfr. Cajero, Gilberto Owen en Estampa 19-21).

6 La noticia del decreto que lo inviste como “enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Colombia en la República Argentina” se produce el 4 de octubre de 1933 (“Sanín Cano es nuevo ministro en Argentina” 1); mientras se concreta el nombramiento diplomático, Sanín Cano sigue fungiendo como representante en la Cámara hasta finales de octubre.

7 Owen juega con la leyenda del canto del cisne desde la manera en que caracteriza al fugaz representante Estrada Monsalve, cuya “sonata”, interpretada “con una bella voz de tenor”, no lo salva de la ignominia y el bochorno: “Dio a entender que era el suyo como el canto del cisne que sólo alza su voz antes de morir, pues era la última vez que la Cámara oiría su voz, ya que su principal (el señor Estrada Monsalve actúa como suplente) le conminaba a abandonar la curul. Dentro de pocos minutos la Cámara tendría el dolor de verle salir por esa puerta, dolor que él compartía, como es natural. // Parece que se refirió también a las cuestiones educativas, pero la Cámara y los cronistas, conmovidos por la enternecedora despedida, no pusieron mucha atención en esos puntos. Dijo adiós, sonrió con cierta amargura y despareció segundos antes de que fenecieran los fatales quince minutos” (“La Cámara aprobó un saludo” 2).

Notas de autor

a Autor de correspondencia. Correos electrónicos: acajerov@hotmail.com y antonio.cajero@colsan.edu.mx

Información adicional

Cómo citar: Cajero Vázquez, Antonio. “Gilberto Owen, cronista de la Cámara de Representantes de Colombia en El Tiempo: un estilo subversivo”. Cuadernos de Literatura, vol. 28, 2024, https://doi.org/10.11144/Javeriana.cl28.gocc

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