Dos aproximaciones a prácticas cotidianas del cuidado como escenarios de lo político y de mantener la vida *

Two Approaches to Daily Care Practices as Scenarios of Politics and Sustenance

Duas aproximações a práticas cotidianas do cuidado como cenários do político e do manter a vida

Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas, vol. 15, núm. 1, 2020

Pontificia Universidad Javeriana

Catalina Cortés Severino **

Universitá di Siena, Italia


Recepción: 28 Mayo 2019

Aceptación: 17 Julio 2019

Fecha de publicación: 01 Enero 2020

Resumen: La invitación de este numero a pensar y reflexionar sobre establecer vínculos con diferentes sistemas de vida quiero desarrollarla a partir de una aproximación a ciertas prácticas culturales y acciones cotidianas de cuidado que se configuran desde lo frágil y crean tejidos de solidaridad para habitar el mundo y mantener la vida.

Este argumento lo desarrollaré a través de dos etnografías que realicé en años anteriores y que hoy quiero releerlas y repensarlas desde dichas problemáticas. El primer trabajo de campo es el resultado de un proceso de acercamiento audiovisual y etnográfico a dos movimientos sociales: la Comunidad de Paz de San José de Apartado y la Organización de Mujeres Wayuu Munsurat. El segundo trabajo es una aproximación a los procesos que emergieron de las reclamaciones y demandas comunes por parte de las mujeres que lideraron la toma de tierras en los 80 en el barrio San Martin de Porres/Bogotá.

Las preguntas que me han acompañado a lo largo de estas investigación tienen que ver con ¿Cómo estas etnografías nos empujan a repensar y cuestionar lo que estamos entendiendo por lo político desde el cuidado y sus posibilidades de reparar y crear vínculos diferentes entre territorios y cuerpos? y ¿Porqué es necesario tener un acercamiento al cuidado y su relacionalidad con mantener el cuerpo y los territorios?

Las acciones y coaliciones creadas y generadas por estas mujeres desde la vulnerabilidad tenían como principal objetivo mantenerse y sobrevivir, es decir, reparar los tejidos vitales. Y es precisamente esto lo que me interesa de sobremanera, el indagar en esa articulación entre el cuidado-como la necesidad de mantener la vida- y lo político- como forma de apropiarse del mundo y de reformular la existencia.

Palabras clave:cuidado, etnografía, prácticas cotidianas, lo político, mantener la vida.

Abstract: I want to develop this issue’s invitation to think and reflect on establishing links with different life systems from an approach to certain cultural practices and daily care actions that are configured from a position of fragility and which create solidarity fabrics to inhabit the world and to sustenance.

I will develop this argument through two ethnographies that I made in previous years and which now I want to reread and rethink based on these problems. The first fieldwork is the result of a process of audiovisual and ethnographic approach to two social movements: the Peace Community of San José de Apartado and the Wayuu Munsurat Women’s Organization. The second work is an approximation to the processes that emerged from the common claims and demands by women who led the land occupations in the 80s in the San Martin de Porres neighborhood in Bogotá.

The questions that guided me throughout this research are: How do these ethnographies push us to rethink and question what we understand about politics from the perspective of care and its possibilities to repair and create different links between territories and bodies? And why is it necessary to have an approach to care and its relationship with sustaining the body and the territories?

The actions and coalitions created and generated by these women from a position of vulnerability were aimed at sustaining themselves and surviving, that is, at repairing vital tissues. And this is precisely what interests me, to inquire into this articulation between care - as the need to sustain yourself - and politics - as a way to appropriate the world and reformulate existence.

Keywords: care, ethnography, daily practices, the political, sustenance.

Resumo: Quero desenvolver o convite deste número a pensar e refletir sobre estabelecer vínculos com diferentes sistemas de vida a partir de uma aproximação a certas práticas culturais e ações cotidianas de cuidado que se configuram desde o frágil e criam tecidos de solidariedade para habitar o mundo e manter a vida.

Este argumento será desenvolvido através de duas etnografias que realizei em anos anteriores e que hoje quero reler e repensar a partir dessas problemáticas. O primeiro trabalho de campo é o resultado de um processo de abordagem audiovisual e etnográfica a dois movimentos sociais: a Comunidade de Paz de San José de Apartado e a Organização de Mulheres Wayuu Munsurat. O segundo trabalho é uma aproximação aos processos que emergiram das reclamações e demandas comuns por parte das mulheres que lideraram a tomada de terras nos anos 80 no bairro San Martin de Porres/Bogotá.

As perguntas que me acompanharam ao longo destas pesquisas têm a ver com: como estas etnografias nos empurram a repensar e questionar o que estamos entendendo pelo político a partir do cuidado e suas possibilidades de reparar e criar vínculos diferentes entre territórios e corpos? E porque é necessário ter uma aproximação ao cuidado e sua relacionalidade com manter o corpo e os territórios?

As ações e coalisões criadas e geradas por estas mulheres desde a vulnerabilidade tinham como principal objetivo se manter e sobreviver, ou seja, reparar os tecidos vitais. E é precisamente isto o que me interessa grandemente, o indagar nessa articulação entre o cuidado-como a necessidade de manter a vida- e o político- como forma de apropriar-se do mundo e de reformular a existência.

Palavras-chave: cuidado, etnografia, práticas cotidianas, o político, manter a vida.

No podemos construir una sociedad alternativa y un movimiento fuerte capaz de reproducirse si no redefinimos nuestra reproducción en términos más cooperativos y ponemos un punto final a la separación entre lo personal y lo político, entre el activismo político y la reproducción de nuestra vida cotidiana.

Silvia Federici

Introducción

La invitación de este número a pensar y reflexionar sobre establecer vínculos con diferentes sistemas de vida quiero desarrollarla a partir de una aproximación a ciertas prácticas culturales y acciones cotidianas de cuidado que se configuran desde lo frágil y crean tejidos de solidaridad para habitar el mundo y mantener la vida. Me interesan esas acciones que se gestan en la cotidianidad, elaboran duelos y regeneran tejidos sociales rotos o violentados; por eso, nuestra comprensión del cuidado en la investigación que presentaremos tiene que ver con la reproducción de la existencia en tanto “lo común, lo colaborativo y lo relacional son centrales en la sostenibilidad de la vida a partir de las solidaridades y reciprocidades” (Gil 2017, 220).

Desde esta perspectiva, en este artículo, me sitúo particularmente en la articulación entre cuerpo y el territorio como escenarios de lo político. Al mismo tiempo que aclarar que lo que estamos entendiendo por vínculos con diferentes sistemas de vida se encuentra inscrito en esa misma relación. Este argumento lo desarrollaré con dos etnografías que realicé en años anteriores y que hoy quiero releerlas y repensarlas desde estos problemas. Quiero profundizar la relación entre cuerpo y territorio desde el vínculo con el trabajo del cuidado, que entiendo como “el trabajo fundamental para que la vida continúe, el cual nos hace repensar la dependencia humana como la representación de nuestra vulnerabilidad” (Carrasco 2001, 177-178).

Desde estas articulaciones las preguntas que me han acompañado a lo largo de esta investigación tienen que ver con cómo estas etnografías nos empujan a repensar y cuestionar lo que estamos entendiendo por lo político desde el cuidado y sus posibilidades de reparar y crear vínculos diferentes entre territorios y cuerpos y por qué es necesario tener un acercamiento al cuidado y su relacionalidad con mantener el cuerpo y los territorios.

El primer trabajo de campo es el resultado de un proceso de acercamiento audiovisual y etnográfico a dos movimientos sociales: la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y la Organización de Mujeres Wayuu Munsurat. Mi aproximación a las acciones desplegadas por dichos movimientos ha sido a través de sus formas de rehabitar los espacios y los cuerpos tocados por la violencia, de la puesta en escena de los duelos íntimos y colectivos, y de las prácticas y poéticas del recordar, entendidas todas estas desde las prácticas cotidianas de cuidado, de resistencia y de resignificación de los espacios de devastación (Das 2008).

El segundo trabajo es una aproximación a los procesos que emergieron de las reclamaciones y demandas comunes por parte de las mujeres que lideraron la toma de tierras en la década de 1980 en el barrio San Martín de Porres en Bogotá. Su condición compartida —común— de la ausencia de un lugar para vivir articuló sus intereses y esfuerzos políticos para emprender una acción de ocupación y mejoramiento territorial.

Aunque los dos proyectos parten de contextos específicos, cuestionamientos particulares y relaciones afectivas diferentes, con la reflexión que realizaré en este artículo, quiero conectar algunos planteamientos comunes en los que la preocupación principal gira en torno a las posibilidades que desde el cuidado (cómo mantener la vida) permite la reparación y sanación de vínculos entre territorios y vidas. Tanto las mujeres de bahía Portete y la comunidad de paz como las mujeres a las que nos acercamos en Bogotá nos permitieron aproximarnos a las texturas, las densidades, las fuerzas y los impulsos que conforman algunos de los espacios cotidianos; un acercamiento a los límites y excesos; un descenso a la cotidianidad para seguir los ritmos, rumores, desvíos y eventos que transcurren en el terreno inestable de la vida.

Las acciones y coaliciones de estas mujeres nos hacen darnos cuenta de que la resistencia no es solo ir en contra y subvertir las relaciones de poder, sino que las acciones y coaliciones creadas y generadas por estas mujeres desde la vulnerabilidad tenían como principal objetivo mantenerse y sobrevivir, reparar los tejidos vitales. Acciones y coaliciones frágiles, vulnerables, pero que desde su posición fueron generando cambios cotidianos y estructurales. Y es precisamente esto lo que me interesa de sobremanera, indagar esa articulación entre el cuidado como la necesidad de mantener la vida y lo político como forma de apropiarse del mundo y de reformular la existencia. Con la articulación entre estos dos conceptos, podemos comprender mejor cómo la necesidad que vieron estas mujeres por mantener la vida, al luchar por su vivienda, su barrio, el retorno a su territorio y su supervivencia, las llevó a crear tejidos y vínculos de solidaridad para habitar el mundo.

Mujeres de la Organización de Mujeres Wayuu Munsurat

Mi aproximación a la Organización de Mujeres Wayuu Munsurat comenzó en 2008 cuando trabajé con el Grupo de Memoria Histórica (GMH) sobre una cartografía de iniciativas de memorias de la violencia por parte de movimientos sociales, actores locales, colectivos, artistas, en fin. Después de este trabajo, seguí en contacto con algunas de las mujeres que componen la organización y continúe desarrollando mis preguntas de investigación desde un acercamiento a las formas en que la violencia es experimentada en la vida cotidiana, pero no solo en consideración a los espacios de la muerte y la destrucción, sino también a los modos en que las personas padecen, perciben, persisten y resisten esas violencias, recuerdan sus pérdidas y les hacen duelo. Sin embargo, es necesario acercarse, además, a las formas en que absorben esas violencias y pérdidas, las sobrellevan y las articulan en su cotidianidad, las usan para su beneficio, las evaden o simplemente coexisten con ellas (Riaño-Alcalá 2006).

La Organización de Mujeres Wayuu Munsurat se conformó por un grupo de mujeres wayuu después de la masacre de bahía Portete, en La Guajira, ocurrida el 18 de abril de 2004, cuando un grupo paramilitar asesinó e hizo desaparecer a mujeres y niños del clan Uriana Epinayú, habitantes ancestrales de esta localidad, cuyos familiares sobrevivientes huyeron a Riohacha y a Maracaibo. La organización está conformada fundamentalmente por mujeres víctimas de la masacre, cuyos principales objetivos han sido la lucha por una reparación por parte del Estado y el retorno a su territorio. La primera vez que tuve contacto con las mujeres de bahía Portete fue en 2008, cuando realizaron el primer encuentro yanama, 1 cuatro años después de la masacre. El principal objetivo de este encuentro era volver a estar ahí; dormir, cocinar, estar juntos nuevamente en el territorio, recodar a sus muertos y estar junto a ellos. Durante esos días se realizaron recorridos por el territorio como una forma de volverlo a caminar. Mi acercamiento a las mujeres de bahía Portete me permitió ampliar mis preguntas y aproximaciones sobre los procesos de reparación y cuidado territorial, ya que me llevaron a explorar problemas como el papel de los sueños en la forma de elaborar el duelo, el espacio de la pérdida, la relación con los muertos y los espíritus en su vida cotidiana, las ambigüedades de las resistencias y las relaciones de género en las prácticas de duelo y mediación, entre tantas otras que fueron enriqueciendo mis perspectivas.

Espacios como los yanamas están abriendo posibilidades a otras relaciones y reconfiguraciones temporales y espaciales, a través de la pérdida y el duelo como punto de partida de lo político. Lo político desde el duelo (Butler 2006) implica situarse en un lugar de sentido más allá de las configuraciones institucionales del tiempo y abre campos para otras reconfiguraciones de lo temporal que creen nuevos espacios y tiempos alejados de consensos normalizadores y más cercanos a los disensos que hacen parte del duelo interminable inscrito en los cuerpos. Desde esta perspectiva, me fui acercando a sus movilizaciones basadas en la exigencia de un reconocimiento por parte del Estado, las instituciones, las comunidades indígenas y las organizaciones de mujeres, a la vez que reflexioné sobre el exceso, las contradicciones, lo inconmensurable y lo que escapa a estas movilizaciones y reivindicaciones. El desplazamiento de su territorio y el hecho de no poder regresar a él es la pérdida más grande para la comunidad de bahía Portete. Para ellos, el retorno es el principal motivo de su movilización política. La masacre y lo que ella generó y desplegó condujeron a una transformación de la comunidad por medio de la pérdida. Una política desde el duelo, a diferencia de una política desde la restauración y la eliminación del espacio de la pérdida, para lograr la fantasía de un mundo ordenado y de un espacio “superado”. Es decir, la micropolítica propuesta desde Guattari (1989) entra en conversación con esta política desde el duelo, ya que tales perspectivas no tienen que ver con una “superación” o un cambio estructural, sino que, por el contrario, parten de la resignificación de los cuerpos y los territorios, de nuevas prácticas sociales y relaciones cotidianas.

Cuando estábamos recorriendo las casas “violadas”, como llaman las mujeres de bahía Portete a las casas que fueron saqueadas y abandonadas (este es uno de los actos que se realizan en los yanamas), observamos los grafitis que evocaban la violencia y recordaban su huella en el presente. “Se borran pero vuelven a aparecer, los vuelven a dibujar. Siguen ahí para intimidarnos, para que uno sienta pena, para que uno sienta miedo […] Aparecen de nuevo, porque los paramilitares, bajo otra sigla, siguen allí y todavía tienen a las mujeres en la mira” (Débora Barros, comunicación personal, 15 de abril de 2009).

En las paredes de algunas casas, fueron dejados estos grafitis amenazantes, que usaban imágenes de penetración y violación del cuerpo de una mujer por la boca, la vagina y el ano, y los nombres de una de las líderes del proceso. Este tipo de imágenes y mensajes hacen parte de esas formas de marcar el cuerpo como territorio, con fines de humillar, acallar y castigar a mujeres líderes, así como una transgresión del espacio doméstico. Son reinscripciones que vuelven a generar terror, desazón y desesperanza. ¿Cómo volver a vivir con esos cuerpos marcados y transgredidos? Si el cuerpo fue el territorio de inscripción del terror, ¿cómo puede ser el mismo territorio de regeneración y resignificación? El cuerpo como territorio deja ver también esas huellas que quedan registradas en él y, al mismo tiempo, las nuevas formas de habitarlo, o de no poder habitarlo más. Una de las ancianas de la comunidad, María Antonia Fince, a quien le tocó ver cómo su hija era masacrada, se desplazó a Maracaibo y murió de tristeza. “Mi tía no aguantó tanta tristeza y se murió” (Sulimar Epiayu, comunicación personal, 17 de abril de 2009). Esta anciana murió de pena moral en Maracaibo, sumida en los recuerdos, el dolor y la desesperación por haber perdido sus cosas, sus animales y haber sido desplazada de su territorio. “Quedó en un estado de demencia, donde constantemente repetía que dónde estaban sus animales, su casa; ella murió hablando de sus chivos y de sus gallinas” (Sulimar Epiayu, comunicación personal, 17 de abril de 2009). María Antonia murió el 28 de enero de 2010 en Maracaibo y fue enterrada en el cementerio de bahía Portete.

El cuerpo es el lugar mediador entre el adentro y el afuera, el lugar donde, por excelencia, la historia queda registrada e inscrita. Los repertorios de la violencia lograron que esta quedara grabada en las fibras más íntimas del cuerpo, con la transgresión de los cuerpos femeninos, transgresión que implica la reconfiguración de los espacios cotidianos, de sus formas de relacionarse con sus cuerpos y de habitarlos, transgresión que va desde las torturas y asesinatos cometidos hasta la violación de los espacios de intimidad (sus casas, donde el cuerpo se resguarda, habita y reposa). La masacre de bahía Portete transgredió las relaciones de género y causó una fractura en el orden social de la comunidad, su relación con el mundo de los muertos y su territorio. Como expuse, el cuerpo de las mujeres fue un territorio donde se inscribió el terror. Una mujer contaba que el asesinato de mujeres y niños fue lo que hizo que “saliéramos corriendo como chivos y que nos uniéramos las mujeres para crear la organización en nombre de las compañeras muertas, ya que mataron mujeres que somos símbolo de paz, que damos la vida, mataron niños 2 ” (Sulimar Epiayu, comunicación personal, 17 de abril de 2009). Por ello, es necesario preguntarse de qué manera las diferentes violencias que han sufrido las mujeres wayuu han hecho posible establecer otras formas de relacionarse con su cuerpo y su territorio, nuevos mecanismos de comunicación, de movilización política y, claro está, de habitar la cotidianidad (Das 2008).

Las movilizaciones políticas de la Organización de Mujeres Wayuu Munsurat están en la intersección entre discursos de antidiscriminación, explotación por las multinacionales, solidaridad de género, violencias históricas y luchas locales por el retorno al territorio y la reparación de las violencias sufridas como familia y comunidad. Pero lo político no se queda acá, sino que también tiene que ver con las prácticas cotidianas de volver a habitar esos lugares de devastación (Das 2008). En estas prácticas, se van dando los trabajos de transformación, las emergencias de nuevos significados, los procesos formativos y los afectos imposibles de definir y clasificar, en que se junta el pensamiento como sentimiento y el sentimiento como pensamiento (espacios para nuevas configuraciones de lo sensible y la intervención política).

Para Karmen Epiayu, la mamá de Débora y Telemina Barros (dos de las líderes del movimiento), parte de su agenda política ha sido la defensa de su territorio. Pero Karmen también ha sido la fuerza afectiva de la familia, como lo manifiesta Telemina: “Mi mamá es la que nos ha dado alientos para seguir, desde su apoyo a la Organización hasta la ayuda en la criada de nuestros hijos” (Sulimar Epiayu comunicación personal, 17 de abril de 2009). Karmen adoptó a dos hijas de sus hermanas asesinadas que viven en su casa, en Riohacha, junto con su hija Telemina y las hijas de cada una. Katerin, una de las sobrinas adoptadas de Karmen, quien no regresaría a bahía Portete sino después de cinco años, en un yanama, con su hija de dos años, contaba que fue el apoyo de su tía, el nacimiento de su hija y la convivencia en la casa de Riohacha lo que le habían permitido vivir más tranquila después del asesinato de su mamá. Una casa habitada por las ausencias que conforman el presente y por las nuevas vidas que traen esperanza. También Memme Epiayu, una de las hermanas de Karmen, adoptó a dos jóvenes después de la masacre: “Ellas me han devuelto la vida, me han hecho renacer y poder vivir con todo ese dolor que cargo, además fue mi oportunidad de tener los hijos que nunca pude tener” (Sulimar Epiayu, comunicación personal, 17 de abril de 2009).

La capacidad de las mujeres de recomponer la cotidianidad y la solidaridad de género es parte fundamental de sus subjetividades políticas. Hoy día, la mayoría de las víctimas en Colombia son mujeres, y es frecuente ver cómo entre ellas crean lazos de solidaridad y de apoyo para realizar los duelos de manera colectiva. A partir de las pérdidas, se conforma su accionar político. Memme afirma que “compartir el sufrimiento nos fortalece a las mujeres” (Sulimar Epiayu comunicación personal, 17 de abril de 2009). Es ahí donde las mujeres de bahía Portete han tenido una mayor fortaleza, porque han sido ellas las que reinstauren la cotidianidad, al preocuparse por lo que van a comer al día siguiente, cuidar de los niños, pensar dónde van a dormir, etc. Casi siempre depende de ellas la adaptación a las nuevas circunstancias. Por tanto, el agenciamiento político de las mujeres de bahía Portete no solo se puede entender desde su accionar público, sino también desde el ámbito de lo íntimo y lo privado; desde la resistencia en la cotidianidad y el modo en que estos ámbitos interactúan conjuntamente. Como manifiestan algunas de ellas, “uno de los acontecimientos más importantes del cuarto yanama fue volver a estar en Portete y poder volver a cocinar, a dormir ahí, simplemente volver a estar ahí todas juntas” (Sulimar Epiayu comunicación personal, 17 de abril de 2009). Lo íntimo y lo público no son zonas separadas, sino zonas en contacto que se conforman mutuamente y que, en la conformación de las subjetividades políticas de las mujeres de bahía Portete, están totalmente entrelazados. “Las mujeres somos la conexión entre los indígenas y los blancos, y también entre los vivos y los muertos” (Débora Barros, comunicación personal, 20 de abril de 2009). Es una zona fronteriza donde se puede negociar y crear puentes entre los diferentes mundos y sentidos, y una zona de contacto donde están emergiendo las subjetividades políticas en medio de las espirales de tiempo.

Esto nos lleva a comprender mejor de qué manera en estos escenarios de violencia las mujeres son las que tienen mayor capacidad de volver a hacer habitable la cotidianidad (Das 2008), a partir de gestos de duelo y su tarea por mantener la vida. El asesinato de mujeres y la exposición de sus cuerpos torturados produjo una total transgresión en la comunidad de bahía Portete, pero fueron también las mujeres quienes crearon el espacio de duelo desde la recogida de los cadáveres, la organización del entierro, el cuidado de los cementerios, la adopción de los hijos que quedaron huérfanos y la conformación de la Organización de Mujeres Wayuu Munsurat. Se trata, pues, de mujeres que constituyen una especie de “zonas de frontera” que median entre lo sacro y lo profano; ellas logran mediar con las instituciones, participar en eventos con otras organizaciones, buscar fondos para la organización, cuidar de sus hijos y de los cementerios, organizar sus hogares y comunicarse con sus muertos.

Las prácticas y acciones de las mujeres de bahía Portete han partido de la necesidad de crear, conservar, cuidar y sostener la vida en medio del desplazamiento que sufrieron y la fractura de su cotidianidad, en que no solo han luchado por la supervivencia por fuera de su territorio, sino también todo esto las ha llevado a procesos de reconfiguración de sus subjetividades y reparación de sus territorios.

Mujeres de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó

En 2007, comencé a frecuentar la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, una comunidad que se constituyó como comunidad de paz el 23 de marzo de 1997 después de una de las masacres más grandes que se habían dado en la zona del Urabá antioqueño. La creación de la comunidad fue inspirada por las declaraciones del obispo de la Diócesis de Apartadó, monseñor Isaías Durarte (posteriormente asesinado en Cali), que instaban a la formación de espacios neutrales que garantizaran la seguridad de la población civil. La fórmula de comunidad de paz, conformada por campesinos de la región, se definió como una apuesta por la no violencia con la que se comprometieron a no llevar armas, a no comerciar con los actores armados, a no entregar información a cualquiera de las partes, a no pedir ayuda a ninguna de las partes en conflicto y a buscar una solución pacífica y dialogada como solución al conflicto colombiano.

Rehabilitar los espacios de devastación comienza desde la cotidianidad (Das 2008). Es el caso de la “casa herida” de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, que fue ocupada para comenzar el retorno a Mulatos, una de las veredas de donde habían sido desplazadas muchas familias de la comunidad. Esta casa tiene todas sus paredes bombardeadas, con grafitis de las brigadas del Ejército, los paramilitares y la guerrilla. Con estos se puede entreleer y percibir las huellas de los agentes de tales escenarios de terror. Sin embargo, dicha casa comenzó a ser rehabitada por Marina Gómez, una de las mujeres líderes de la comunidad de paz, quien lleva consigo una historia de violencia inscrita en su cuerpo desde la década de 1950, cuando su papá, su esposo y sus hijos fueron asesinados. Hoy día, Marina vive en esa casa bombardeada. Impulsa el retorno de algunas familias de la comunidad a Mulatos, al tiempo que vive con la incertidumbre de ser desplazada nuevamente, debido a las amenazas que le llegan día a día. Ese gesto de ocupación, de rehabitar la casa herida, es una manera de volver a darle sentido a lo que fue totalmente fracturado y robado por el terror.

Me interesa ver cómo esas violencias sedimentadas se encuentran inscritas en las materialidades del presente, cómo se han incorporado en la cotidianidad y en las relaciones de las personas, y delineado las inscripciones que permanecen y, sobre todo, las respuestas y formas de habitarlas. El caso de Marina no implica solo rehabitar una casa literalmente en ruinas, sino que toda su historia de vida ha estado marcada por inscripciones en su cuerpo que han dejado las violencias de una región como Urabá, abandonada por el Estado. Violencias desencadenadas por los intereses de las economías legales e ilegales que buscan apropiarse de tierras y rutas, por la militarización de la región y, en general, por miles de violencias que se entrecruzan y que han dejado las ruinas sobre las que hoy la comunidad de paz intenta construir nuevos proyectos de vida.

Parte de sus estrategias de resistencia consisten en volver a habitar los lugares de los que fueron desplazados, con la ocupación de casas abandonadas, peregrinaciones de conmemoración a las personas de la comunidad que han sido asesinadas y el rearme de economías alternativas que les permitan ser autosuficientes, en lo posible. Está conformada principalmente por campesinos del interior de Antioquia y, más recientemente, por campesinos de Córdoba. No pretendo entrar en generalizaciones y universalizaciones deterministas, pero sí hay ciertos patrones culturales de las comunidades campesinas de esta región que considero relevantes. Entre ellos, el patriarcalismo, mezclado con un fuerte apego e influencia de la religión católica y en que el hombre, en ciertos ámbitos, tiene privilegios sobre la mujer. Existen varios casos de mujeres abandonadas, porque sus maridos se fueron con otras mujeres, de madres solteras y violencias intrafamiliares que eran naturalizadas, como contaba Juana Morales, una mujer de la comunidad, de treinta años aproximadamente:

Antes, las violencias contra las mujeres eran muchas, por parte de nuestros compañeros, nuestras familias y el mismo Estado. Hoy en día esto ha cambiado; nosotras, las mujeres, hemos entendido que tenemos derechos y valores, los mismos que los hombres. Antes, por ejemplo, mi pareja me podría violentar verbal o de otra forma, y yo me abstenía a decirlo o enfrentarlo, porque yo decía: Si yo lo denuncio o me separo, voy a quedar sola. Pero ahora yo ya no tengo miedo y de esto doy gracias a nuestros líderes, que nos han dado talleres sobre mujeres, y también a doña Brígida, que siempre nos ha ayudado a entender nuestra dignidad como mujeres. (comunicación personal, 18 de junio de 2010)

Estos patrones han cambiado con el tiempo y han hecho emerger otro tipo de fenómenos, que van desde las luchas sindicales hasta el aumento de la cantidad de madres solteras, debido al asesinato de sus esposos y familiares.

Las mujeres desempeñamos un papel muy importante y más en estos momentos, porque muchas mujeres que nunca habían trabajado hoy les toca desempeñar ese doble papel de ser mamá y papá, les toca trabajar, sembrar para poder sostener a sus hijos, entonces es ese doble rol tanto en la casa como en el trabajo con la comunidad. También tenemos más paciencia y capacidad de dialogar con la gente. No es una lucha solo por mí, sino por toda la comunidad. (Juana Morales, comunicación personal, 18 de junio de 2010)

Dentro de la comunidad de paz no hay agendas específicas dirigidas a la cuestión de género desde el punto de vista de discursos y movilizaciones, pero en esas maneras de habitar la cotidianidad hay prácticas, resistencias e historias de vida que dejan ver otras emergencias de esas subjetividades femeninas que se han ido formando en medio de esos escenarios de cruces de violencias, como la historia de Brígida, Juana y Marina. Estas tres mujeres han vivido con las sedimentaciones violentas que han conformado al Urabá y sus perspectivas y formas de ser mujer han cambiado en medio de estas coyunturas. Brígida ha mantenido su lucha en los movimientos sindicales por los derechos de las mujeres trabajadoras, al igual que su labor como pedagoga entre las mujeres de la comunidad, para difundir sus derechos tanto en el trabajo como en la casa. Marina ha sido líder de la comunidad de paz, cabeza de familia e impulsadora del retorno a Mulatos. Ella comenzó ese retorno volviendo a habitar la “casa herida”. Juana también es cabeza de familia. A ella le asesinaron a su primer compañero y, luego, el segundo se fue con otra mujer. Cada día lucha por sacar adelante a su hija —que padece de polio— y, paralelamente, trabaja para la comunidad de paz. Allí ve la única esperanza de continuar en su tierra. Estas nuevas emergencias de género no están articuladas a agendas o movilizaciones específicas, sino que van surgiendo en medio de la cotidianidad, donde muchas veces no hay lenguajes que las articulen o les otorguen nombres específicos; simplemente surgen en esos espacios donde las ruinas vuelven a tomar nuevos sentidos. “Aprender a mirar estas maneras de hacer, fugitivas y modestas, que a menudo son el único lugar de inventividad posible del sujeto” (Giard 2006, 154), lo que me hacía pensar más cercanamente en esas subjetividades femeninas, esculpidas a lo largo del tiempo.

Brígida es de esas mujeres que se sientan con placer a contar su historia de vida y las historias de violencia que han cruzado el Urabá y de las que ella ha hecho parte, desde la persecución a los sindicalistas hasta la entrada de los paramilitares y toda la maquinaria del terror que persiste hasta hoy. Una de las tardes que me senté a conversar con ella; desde la silla donde estaba sentada, vi un dibujito, en un rincón de la casa, que era casi imperceptible. Le pregunté sobre el dibujo y me dijo que lo había hecho su hija —quien había sido asesinada en 2005— y que ella no lo había movido del sitio donde su hija lo había dejado. “Ese dibujo es como ella quería vivir en el campo, rodeado de animales y árboles, yo no lo he movido de ahí, porque ella ahí lo dejo y ahí quiero que se quede” (Brígida Pérez, comunicación personal, 23 de junio de 2010), deseos que habían quedado inscritos y congelados en ese dibujo y que un acto de barbarie había hecho desaparecer. También me mostró una foto de ella y su hija, que tenía guardada en una caja. La había plastificado para que la humedad y el calor no la dañaran y deshicieran. Sacó la caja de debajo de una cama que había en la mitad del cuarto, me dijo que ese era el lugar donde ella dormía con su hija y que había tenido que correrla para que ella no se le apareciera todas las noches.

Se trata de intentos íntimos por preservar, guardar y cuidar esas memorias, para que no se vayan o se refundan por ahí. Son formas de vivir con la ausencia de su hija en medio de su cotidianidad y de hacerla presente con los trazos que quedan de ella. Cuando iba saliendo de su casa, me llevó al jardín, que estaba lleno de planticas que había sembrado y cuidado su hija. “Por eso, cuidar este jardín es lo que me ha dado fuerzas para seguir viviendo” (Brígida Pérez, comunicación personal, 23 de junio de 2010). Memorias registradas e inscritas en matas, cajas, ángulos, sueños y objetos que dan el impulso para seguir viviendo.


Figura 1.



Fotografía de la autora.


Figura 2.



Fuente: Fotografía de la autora.

En medio de la tristeza que se sentía en el aire cuando Brígida me contaba de su hija, también repetía la necesidad de seguir luchando por no ser desplazados de sus tierras y continuar fortaleciendo la comunidad de paz y de entender la complejidad del conflicto, donde “los que se enfrentan son campesinos: los paramilitares son campesinos, los guerrilleros y los mismos militares, entonces esta va más allá de malos y buenos” (Brígida Pérez, comunicación personal, 23 de junio de 2010). Brígida tiene un hijo que fue parte de la guerrilla y después desertó. Ahora hace parte de la comunidad de paz. Otro de sus hijos trabaja con Acción Social —el programa del Estado para los desplazados— en San José de Apartadó. Así, fue el espacio de la cotidianidad lo que más me permitió adentrarme en esos espacios y tiempos, en los que más compartí con las mujeres y sus hijos. En medio del fogón, al lado del lavadero, en el patio trasero donde guardan los animales y en sus cuartos fueron saliendo esas intimidades de la memoria y el olvido, al igual que las ambigüedades y complejidades que conforman el hecho de ser parte de la comunidad de paz.

El acercamiento a estas mujeres por medio de una indagación materialista y cotidiana en el contexto amplio de la violencia, desde una aproximación etnográfica, me permitió aproximarme a la pregunta por el sujeto como una cuestión en la que se está redefiniendo lo político y paralelamente nos lleva a cuestionar el discurso victimizante que está operando hoy día en torno al “posconflicto” que termina fijando los cuerpos a ciertas identidades susceptibles de ser intervenidas y encauzadas contrariamente a lo que sucede en las prácticas cotidianas y en las materialidades corporales donde nuevas reconfiguraciones del sujeto surgen en medio del duelo, la pérdida, la supervivencia y los deseos, no en el sentido de una “superación”, sino, por el contrario, en la emergencia de nuevas praxis desde el despojo y las desposesiones. Por ejemplo, en las mujeres de la comunidad de paz, se ve cómo son las mujeres las encargadas de mantener la vida y de qué forma las prácticas del cuidado de sus hogares, de las tierras abandonadas, de los jardines, de la alimentación, entre otras, son las que permiten volver a hacer habitable la cotidianidad.

Mujeres del barrio San Martín de Porres en Bogotá

La primera aproximación a esta investigación comenzó con un proyecto titulado Trasegares (2015), que realicé con un grupo interdisciplinario de filósofas, antropólogas y artistas dentro del 15 Salón Regional de Artistas, Zona Centro. El proyecto de investigación-creación tuvo como objetivo repensar la relación entre ciudad (Bogotá) y producción de subjetividades, desde algunos espacios domésticos, pero no para hacer una cartografía “esencialista” o “ identitaria” (Guattari 1989; Preciado 2008). Se trataba más bien de reparar en ciertos cuerpos atravesados por múltiples relaciones de poder y la manera en que circulan por espacios bien delimitados y codificados de la ciudad (del sur al norte, del norte popular al norte estratos 5 y 6, 3 de sus casas a otros espacios domésticos, de una intimidad a otra), para atender a cómo experimentan esas relaciones, codificaciones y fronteras, que se subjetivan en el espacio, en las segmentadas geografías por las que transitan, al incorporarlas en sus formas de tener experiencia, en sus prácticas cotidianas. En concreto, el proyecto se enfocó en las prácticas de cuidado de niños y de ancianos, a partir de la reflexión sobre lo que está en juego en la misma actividad del cuidado; una práctica laboral que implica el involucramiento de las emociones, de los afectos y del contacto, como parte del proceso de trabajo y de las labores de servicio, y que por esto mismo parece exceder también lo que se considera como actividad productiva.


Figura 3.



Fotografía de la autora.


Figura 4.



Fotografía de la autora.

Además, se trata de prácticas que producen cierta feminidad como identidad cultural y social sedimentada (en nuestro medio el trabajo de cuidado, se sabe, es básicamente femenino), pero que también permiten reinventar de cierto modo estas subjetividades, en sus formas de circular y habitar los espacios y los flujos afectivos, y perforar las sedimentaciones socioculturales que atraviesan las segmentadas geografías de la ciudad. De ahí que el proyecto se interesó en seguir prácticas cotidianas en Bogotá, en las que se producen y viven unas formas de subjetivación atravesadas por desplazamientos y ambivalencias 4 (Cortés y Quintana 2016).

A partir de ese proyecto, quedé en contacto con Luz Chaparro, una de las mujeres que trabaja cuidando niños y que es habitante y líder del barrio San Martín de Porres, uno de los tantos barrios populares en los cerros que se conformaron en Bogotá con las migraciones que llegaron a la ciudad desde la década de 1950 debido a desplazamientos por la violencia rural. 5 Mis conversaciones con Luz comenzaron durante la realización del proyecto Trasegares, que se enfocaron principalmente en el trabajo de cuidado que ella realiza cuidando niños y en la narración de su historia de vida. También compartimos varios espacios en común donde los niños salen a jugar en el barrio donde ella los cuida y yo habito y algunas veces en la casa donde ella trabaja. Conocer las perspectivas de Luz sobre su trabajo de cuidadora al igual que su historia de vida de líder comunitaria me hicieron expandir mis preguntas sobre el cuidado, es decir, comencé a ver la necesidad de ampliar y complejizar el concepto, no solo al trabajo del cuidado de niños y ancianos, sino al cuidado de la vida; el cuidado como las prácticas de sostenibilidad de la vida y de reproducción de la vida cotidiana.

Parte de la lucha de los habitantes del barrio San Martín de Porres ha sido la defensa de sus terrenos, la construcción de sus casas y el reconocimiento legal de sus barrios por parte del Distrito Capital. 6 Barrios como San Martín de Porres han surgido por fuera de la planeación de la ciudad y dejado ver el exceso y lo que escapó a esos deseos y utopías de la tan anhelada ciudad moderna, planificada y controlada en su crecimiento. Circuitos viales, la carrera 7 y después la avenida Circunvalar 7 fueron agentes para poder crear fronteras entre la ciudad del progreso y la ciudad que escapaba a estas utopías, ya que estos permitieron circular mejor entre sur y norte, y al mismo tiempo situar los barrios populares más hacia la montaña, donde estorbaran menos, donde esa ciudad no planeada tuviera sus confines y no interrumpiera los deseos y las fantasías del proyecto moderno. Pero estos procesos de urbanización, desplazamiento, reasentamiento y reconfiguración espacial desbordaron esas fronteras, esos confines, y permitieron que surgiera lo inesperado, el exceso y lo no controlado en la ciudad. Barrios que nos muestran otras formas de hacer ciudad, de vivirla y habitarla.

A lo largo de los años, estos barrios han tenido una condición de segregación al estar alejados de las vías principales, el transporte público, las expropiaciones de sus terrenos, la ausencia de servicios públicos y la intervención constante de las fuerzas policiales para desalojarlos. Las luchas que sus habitantes han llevado a cabo se encuentran entre lograr el reconocimiento legal de los barrios por parte del Estado y el enfrentamiento a los intentos de desalojamientos al visibilizar su pertenencia, presencia y apropiación de sus terrenos y casas. La mayoría de las mujeres que habitan el barrio trabajan en casas de los estratos 5 y 6 como empleadas domésticas, cuidadoras de niños y ancianos, o en economías domésticas vendiendo comida o productos cosméticos. La mayoría de los hombres trabajan en construcción. Como vemos, los habitantes de los barrios populares como San Martín de Porres son “armada de reserva” de Bogotá, son ellos los que trabajan en la industria de servicios y de la construcción, que es pilar importante del crecimiento económico general del país. Luz, un día me dijo una frase que resume esta dinámica: “Si los de abajo se mueven los de arriba se caen” (Luz Chaparro, comunicación personal, 10 de marzo de 2017).

Mi interés de aproximación al barrio San Martín de Porres, y en específico al grupo de mujeres que lideraron la toma de tierras de la década de 1980 para la construcción de sus casas, se debe principalmente a que en las acciones y coaliciones que llevaron a cabo estas mujeres encuentro un espacio enriquecedor para acercarme a repensar la articulación entre cuerpo y territorio. Una de las frases que repetía una de las mujeres mientras me contaba sobre esos años de lucha me hacía pensar en la necesidad de entender lo político desde lo cotidiano y la vulnerabilidad: “Nuestra lucha era por la casa y el terreno, teníamos la meta por una vivienda en paz y tranquilidad, eso es por lo cual luchábamos todo el tiempo” (Negra Márquez, comunicación personal, 18 de agosto de 2017).

La casa, la tierra y, consecuentemente, la subsistencia y poder mantener la vida fueron los objetivos principales de sus luchas políticas. Mujeres que desde su posición de vulnerabilidad (hijas de migrantes campesinas, falta de acceso a servicios públicos, trabajos precarios, etc.) se unieron para lograr, desde intereses comunes, la vivienda, la sostenibilidad de la vida, de sus hijos, hermanos y padres, y en general alcanzar la reproducción de la vida cotidiana. Mahmood (2005 [2012]) nos recuerda que “la capacidad de agencia social está implicada no solo en aquellos actos que producen cambio (progresista), sino también en aquellos cuyo objetivo es la continuidad, la estasis y la estabilidad” (184; traducción mía). Y es desde acá que este artículo se sitúa, al querer entender lo político desde las micropolíticas que permiten vivir en medio de las estructuras de poder que configuran la experiencias de la vida cotidiana y, al mismo tiempo, proponen nuevas formas de apropiarse del mundo y de reformular la existencia.

Las movilizaciones que emprendieron estas mujeres en la década de 1980 eran para tener un espacio, una vivienda, en Bogotá donde habían llegado sus mamás y abuelas desplazadas de la violencia rural. Luchas barriales para solucionar problemas cuyo origen está en las contradicciones asociadas a la organización colectiva del modo de vida: las tácticas cotidianas a nivel familiar y las prácticas colectivas concertadas o conflictivas gestadas en el espacio barrial, tendientes a la consecución de vivienda y a la construcción de la infraestructura de servicios comunales. Las acciones y coaliciones del grupo de mujeres que lideraron la toma de la década de 1980 hay que comprenderlas dentro de sus contextos específicos y condiciones materiales emergentes, es decir, no podemos hablar de agencias y resistencias llevadas a cabo por ellas deliberadamente, sino entender en qué consistieron esas acciones en esos momentos particulares, de qué estaban compuestas y con qué y quiénes estaban articuladas. Sus coaliciones no nacieron de ninguna mesa de estrategas políticos, sino que sus puestas en común surgieron desde el engranaje de las múltiples experiencias de vulnerabilidad y despojo en las que se encontraban, experiencias singulares que remitían a un mismo mundo, a un común.

Duramos dos años recuperando nuestro territorio y haciendo nuestras casas, en esos momentos hervíamos, ya no nos paraba nadie, habíamos aprendido a defender nuestros terrenos, a estrechar afectos y tejer nuestro proyecto de vida, nos reuníamos, planeábamos, nos enfrentábamos a la Policía, aprendimos a hablar en voz alta, realizamos la autoconstrucción de las casas, hacíamos turnos de vigilancia, en fin, aprendimos a cuidarnos mutuamente… Nuestra principal preocupación era que teníamos que pensar en viviendas dignas, no más ranchos de lata, y fortalecer la pertenencia al territorio, al barrio, es decir, nuestras hormonas se fueron hacia el hacer tejido social. (Negra Márquez, comunicación personal, 29 de agosto de 2017)

Esa chispita era la que nos movía, mucho lo hicimos por intuición, nosotras trabajamos en las construcciones de nuestros salones comunales, pegábamos ladrillos… Ahí fuimos aprendiendo, llevábamos ladrillos a la espalda, por eso es que nos sentimos tan orgullosos de esos barrios, los amamos. (Luz Chaparro, comunicación personal, 10 de marzo de 2017)

Las mujeres del barrio San Martín de Porres crearon un accionar en común, desde su posicionalidad vulnerable, compartir fragilidades, una comunidad que aconteció en un momento determinado y que se fue desplegando en medio del devenir mujeres cabeza de familia, líderes barriales, etc. Estas mujeres lograron crear un común desde la relacionalidad que se fue tejiendo entre ellas y entre el mismo deseo de hacer barrio, hacer casas, es decir, en hacer un lugar para sostener la vida. Claro está que también es clave pensar acá en cómo la vulnerabilidad, que ha hecho parte de la formación de estos cuerpos, ha sido un lugar común que las hizo unirse y pensarse en común. Butler nos recuerda la necesidad de penar en:

la forma en que la idea de vulnerabilidad corporal se configura en la constitución de coaliciones que intentan contrarrestar la precariedad. Los cuerpos se congregan precisamente para demostrar que son cuerpos, y para que quede políticamente claro lo que significa persistir como cuerpo en este mundo, qué requerimientos deben ser cumplidos para que los cuerpos sobrevivan, y qué condiciones hacen que una vida corporal, la única que tenemos, sea finalmente digna de vivir. (2017, 16)

Aquí lo político no tiene que ver con cuestiones identitarias, sino, más bien, con la vulnerabilidad y precariedad compartida que generan acciones, coaliciones y afectaciones que permiten el desencadenamiento de ciertos movimientos.

Conclusiones: cuidar y mantener la vida como lugar de lo político

Me ha interesado aproximarme a las prácticas de sostenibilidad de la vida humana o trabajos del cuidado y los saberes alrededor de estos, que no están separados del mismo vivir, sino que, por el contrario, están inscritos en los cuerpos y en los territorios.

Como lo expuse, las dos etnografías me permitieron expandir mi pregunta por el cuidado, es decir, comencé a ver la necesidad de ampliar y complejizar el concepto, no solo al trabajo del cuidado de niños y ancianos, sino al cuidado de la vida, el cuidado como las prácticas de sostenibilidad de la vida y de reproducción de la vida cotidiana. 8 Las luchas y acciones de las mujeres del barrio San Martín de Porres en Bogotá, de las mujeres de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y de la Organización de Mujeres Wayuu Munsurat han partido de la necesidad de crear y conservar la vida, sostenerla y cuidarla en medio de procesos de despojo, desplazamientos, asesinatos, falta de acceso a los servicios públicos, marginalización y segregación en la ciudad, entre otros, donde no solo han logrado la supervivencia, la configuración de nuevas vidas, los retornos y la toma de tierras para la construcción de sus casas y de espacios para su barrio, sino que también todo esto las llevó a procesos de reconfiguración de sus subjetividades y a repensarse desde otras posiciones diferentes de las que fueron educadas y ubicadas socialmente.

Vemos que el cuidado, como parte de las prácticas cotidianas de esas mujeres, también se amplía al cuidado de su barrio, al volver a cuidar y recomponer lugares devastados, a la construcción de las viviendas, a los planes con la junta de acción comunal (JAC) para pasar proyectos de comedores comunitarios, un salón para actividades culturales o también denunciar y visibilizar los atropellos que han cometido contra sus comunidades. Es decir, unas prácticas de mantener la vida que nos complejizan indudablemente el concepto de cuidado y nos llevan a entender estas prácticas dentro de las micropolíticas de la vida cotidiana. Aquí es necesario pensar la relación entre el cuidado, lo político y la vulnerabilidad para poder entender la agencia de estas mujeres, quienes han tenido sus experiencias singulares, radicalmente diferentes, pero donde también comparten muchas experienciales en común. Mujeres que han hecho parte de movimientos sociales, partidos políticos, sindicatos, etc.; pero, también, desde las necesidades cotidianas, el cuidado de los hijos y de sus familias fue que surgió la necesidad de la acción, de las coaliciones y de las fuerzas de las movilizaciones para lograr construir lugares mejor para vivir, para mantener la vida.


Figura 5.



Fotografía de la autora.

Es necesario también cuestionar este concepto de cuidado y ver que esas relaciones de poder en las que están inmersas estas mujeres, como las que les recaen del cuidado como su función “natural”, son las que les han permitido emanciparse y desde el cuidado generar sus acciones y coaliciones; es decir, no podemos entender sus agencias como resistencias al entramado de relaciones de poder en las que viven, sino en medio de estas relaciones de poder es que han configurado su accionar político. Ha sido desde el cuidado, y en general desde la necesidad de sostener la vida, que sus coaliciones se crearon y generaron acciones clave dentro de sus hogares y barrio, como la adquisición de terrenos, los retornos a sus territorios, la construcción de sus casas y el fortalecimiento de las relaciones vecinales e institucionales.

Aproximarnos al cuidado desde la mirada amplia de la sostenibilidad de la vida implica entender prácticas de reparación, como las de cuidar el territorio, la solidaridad, las economías alternativas, las ollas comunitarias, el trabajo en las casas, en tanto formas de poder sostener la vida que cargan con ciertos saberes y conocimientos que permanecen inscritos en los cuerpos y en las prácticas sociales. Todo esto tiene que ver con la reproducción de la vida, que ha estado principalmente en manos de las mujeres, por lo que “se necesita abrir una lucha colectiva en torno a la reproducción, que reclame el control sobre las condiciones materiales de nuestra reproducción y cree nuevas formas de cooperación alrededor de este trabajo, que se encuentra fuera de la lógica del capital y el mercado” (Federici 2014, 46). Desde estos planteamientos, podemos comprender aún más cómo lo político de las coaliciones que surgieron por parte de las mujeres del barrio San Martín de Porres en Bogotá, de las mujeres de la Organización de Mujeres Wayuu Munsurat y de las mujeres de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó no se puede entender alejado del trabajo de reproducción de la vida cotidiana, que implica tanto cargas afectivas como materiales, sino como parte fundamental de este, ya que desde ahí, desde las luchas por la reproducción de la cotidianidad, fue que surgió la necesidad de juntarse, de hacer y pensar formas posibles de mantener la vida.


Figura 6.




Figura7



Fuente: Fotografía de la autora.

Referencias

Butler, Judith. 2006. PrecariousLife: The Power of Mourning and Violence. Nueva York: Verso.

Carrasco, Cristina. 2001. “La sostenibilidad de la vida humana: ¿un asunto de mujeres?”. Mientras Tanto 82: 43-70.

Cortés Severino, Catalina y Laura Quintana. 2016. “Trasegares: una exploración por espacios cotidianos de la ciudad”. Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas 11 (2): 51-73.

Federici, Silvia. 2014. La inacabada revolución feminista: mujeres, reproducción social y lucha por lo común. México: Ediciones desde abajo.

Giard, Luce. 2006. Hacer de comer. En La invención de lo cotidiano. Vol. 2: Habitar, cocinar, de Michel de Certeau, Luce Giard y Pierre Mayol. Madrid: Universidad Iberoamericana.

Gil, Javier. 2017. “Poéticas de lo cotidiano, estéticas de la vida”. Nómadas [Universidad Central - Colombia] (46): 212-225.

Guattari, Félix. 1989. Cartographiesschizoanalytiques. París: Galilée.

Preciado, Paul B. 2008. “Cartografías queer: El flâneur perverso, la lesbiana topofóbica y la puta multicartográfica, o cómo hacer una cartografía ‘zorra’ con Annie Sprinkle”. En Cartografías disidentes, editado por José Miguel Cortés, 337-368. Barcelona: Seacex.

Riaño-Alcalá, Pilar. 2006. Dwellersof Memory: Youth and Violence in Medellin, Colombia. New Jersey: Transaction Publishers.

Notas

* Artículo de investigación. Resultado del proyecto de investigación Narrativas del conflicto social, el despojo y la violencia en Colombia y del proyecto Trasegares en el marco del 15 Salón Regional de Artistas, Zona Centro: el “museo efímero del olvido”.

1 Los yanamas son encuentros que se realizan cada año para conmemorar la masacre de bahía Portete.

2 Cabe dejar sentado que la sociedad wayuu es de organización matriarcal, por lo que los crímenes expuestos resultan particularmente horrendos en esas circunstancias.

3 Bogotá está dividida en seis estratos socioeconómicos que se emplean para realizar la facturación de las empresas de servicios públicos domiciliarios, focalizar programas sociales y determinar tarifas del impuesto predial unificado de las viviendas, de la contribución por valorización y de las curadurías urbanas. Además, es un proceso para clasificar los inmuebles residenciales de un municipio o distrito según las características de la vivienda y de acuerdo con el nivel socioeconómico, a efectos de facturación y subsidios.

4 Para saber más sobre este proyecto, consultar http://efimero.org/project/colectivo-las-disensuales-trasegares/ y http://revistas.javeriana.edu.co/index.php/cma/article/view/16170/Art%204

5 La Violencia de la década de 1950 es como se denomina un periodo histórico de Colombia en que hubo enfrentamientos entre simpatizantes del Partido Liberal y el Partido Conservador, que, sin haberse declarado una guerra civil, se caracterizó por ser extremadamente violento, que incluyó asesinatos, agresiones, persecuciones, destrucción de la propiedad privada y terrorismo por el alineamiento político. El conflicto causó entre 200 000 y 300 000 muertos, y la migración forzosa de más de dos millones de personas, equivalente casi a una quinta parte de la población total de Colombia, que para ese entonces alcanzaba los 11 millones de habitantes.

6 La legalización de barrios es el procedimiento mediante el cual la Administración distrital reconoce, si a ello hubiere lugar, la existencia de un asentamiento humano, aprueba planos, regulariza y expide la reglamentación para los desarrollos humanos realizados clandestinamente, sin perjuicio de la responsabilidad penal, civil y administrativa de los comprometidos.

7 Estos circuitos viales son algunos de los prioritarios al unir el sur de la ciudad con el norte.

8 Con la noción de sostenibilidad de la vida humana, se trata de proporcionar una comprensión del trabajo que dé cuenta del sostenimiento de la vida como “un proceso que requiere recursos materiales, pero también contextos y relaciones de cuidado y afectos” (Carrasco 2001, 169).

Notas de autor

** Doctora en Antropología, Historia y Teoría de la Cultura y profesional, y Antropologa de la Universitá di Siena (Italia). Magister en Artes y Estudios de la Comunicación de la University of North Carolina (EE.UU.) Diplomada en Producción de documental de la University of Duke (EE.UU). ORCID: 0000-0001-6480-7274

Información adicional

Como citar: Cortés Severino, Catalina. 2020. “Dos aproximaciones a prácticas cotidianas del cuidado como escenarios de lo político y de mantener la vida”. Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas 15(1): 34-53. http://doi.org/10.11144/javeriana.mavae15-1.dapc

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