De cuando el presidente se bañaba en el río Tunjuelito*

When the President Bathed in the Tunjuelito River

De quando o presidente tomava banho no rio Tunjuelito

Juan Camilo Escobar González

De cuando el presidente se bañaba en el río Tunjuelito*

Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas, vol. 17, núm. 2, 2022

Pontificia Universidad Javeriana

Juan Camilo Escobar González **


Recibido: 11 enero 2022

Aceptado: 14 enero 2022

Publicado: 01 julio 2022

Resumen: Esta investigación es la reunión de una serie de procesos que llevo trabajando y re- flexionando desde hace años acerca de la cuenca del río Tunjuelito, al sur de Bogotá, en la localidad de Bosa. La premisa surge desde mi interés por saber más del entorno donde pasé mi infancia; una historia que alguna vez oí sobre el Tunjuelito cuando estudiaba en el colegio, de alguna forma, despertó una visión diferente de como estuve acostumbrado. Todo lo que se sabe del Tunjuelito, antes que empezara a ser registrado en documentos oficiales para realizar obras en la ciudad, con el objetivo de suplir de agua a una creciente población, es precaria, y quienes atestiguaron su esplendor se fueron sin poder heredar sus relatos, voces perdidas entre un olvido que ha sido por siglos un programa político local y del mundo contemporáneo. En Colombia, el problema más grande que aflige las posibilidades de algún día lograr ese proyecto de nación equitativa pasa por las crisis ambientales que atravesamos actualmente, consecuencia de políticas explotativas abusivas y una cultura forjada durante décadas de violencia que ha normalizado la muerte, el hiperindividualismo y que no se siente responsable del estado de su ambiente. Un desarraigo que lo han sufrido de la peor forma los ríos y otros cuerpos de agua. El objetivo principal es hablar del Tunjuelito tal y como lo recuerdo, indagar cómo pudo ser antes que se convirtiera en el vertedero que es ahora, ver en una escala nacional cómo es con otras fuentes hídricas y lo que podrían volver a ser y significar.

Palabras clave:río, memoria, olvido, ser, significado, imaginación.

Abstract: This research gathers together a series of processes that I have been working and reflecting on for years about the basin of the Tunjuelito River, south of Bogotá, in the Bosa locality. The premise stems from my interest in knowing more about the environment where I spent my childhood; a story that I once heard about the Tunjuelito River when I was in school, in some way, sparked a different perspective than what I was used to. All that was known about the Tujuelito River before people started recording it in official documents in order to perform construction works in the city, with the purpose of supplying water to a growing population, is precarious, and those who witnessed its splendor left, being unable to pass down their stories, their voices lost to an oblivion that has been a political program at a local level and for the contemporary world. In Colombia, the main problem that affects the possibilities of one day achieving that project of an equitable nation is due to the current environmental crises, a consequence of abusive exploitative policies and a culture forged during decades of violence that has normalized death, hyper-individualism and that does not feel responsible for the state of its environment. The main objective is to talk about the Tunjuelito River as I remember it, to investigate what it could have been like before it became the landfill it is now, and to see, on a national scale, what it is like with other water sources and what it could be and mean again.

Keywords: river, memory, oblivion, being, meaning, imagination.

Resumo: Esta pesquisa é o encontro de uma série de processos que venho trabalhando e refletindo há anos sobre a bacia do rio Tunjuelito, ao sul de Bogotá, na localidade de Bosa. A premissa surge do meu interesse em saber mais sobre o ambiente onde passei minha infância; uma história que uma vez ouvi sobre o Tunjuelito quando estudava na escola, de alguma forma, despertou uma visão diferente do que eu estava acostumado. Tudo o que se sabe sobre o Tunjuelito, antes de começasse a ser registrado em documentos oficiais para fazer obras na cidade, com o objetivo de for- necer água a uma população crescente, é precário, e quem presenciou seu esplendor partiu sem poder herdar suas histórias, vozes perdidas em um esquecimento que, por séculos, tem sido um programa político local e do mundo contemporâneo. Na Colômbia, o maior problema que aflige as possibilidades de um dia concretizar esse projeto de nação igualitária se deve às crises ambientais que vivemos atualmente, consequência de políticas de exploração abusiva e de uma cultura forjada durante décadas de violência que normalizou a morte, o hiperindividualismo e que não se sente responsável pelo estado de seu ambiente. Um desenraizamento que rios e outros corpos de água já sofreram da pior maneira. O objetivo principal é falar sobre o Tunjuelito como eu me lembro, investigar como poderia ter sido antes de se tornar o aterro que é agora, ver em escala nacional como é com outras fontes de água e o que poderia ser e significar novamente.

Palavras-chave: rio, memória, esquecimento, ser, significado, imaginação.

Introducción

Todo esto surge a partir de los primeros recuerdos del lugar que habité y recorrí a la par que crecía, antes de poder retener con mejor precisión, apenas tengo impresiones de un humilde y dispar ecosistema de potreros, sembradíos para lechugas, papas… atravesado por zanjas de aguas residuales, asentado en las riberas de un río muerto que en sus días más felices viajó llevando consigo la memoria de un pueblo y del mundo mismo.

Atestigüé con el paso de los años emerger de este aún rural ambiente un proyecto urbanístico a medio hacer y continuamente interrumpido por desinterés, dispares ideas de cada nueva Administración y quién sabe cuántas apropiaciones indebidas.

Estudié parte de primaria y la mayoría de secundaria en el Colegio IED San Bernardino, localidad de Bosa y territorio muisca, donde a pocos metros cruza el río Tunjuelito que siempre vi como poco más que una cloaca, al cruzar por su borde intentaba imaginar cómo era antes, qué pudo haberle sucedido o quiénes fueron los responsables de convertirlo en ese hediondo vertedero.

No he hallado una sola respuesta que logre satisfacer por completo mi interrogante; pero un rumor, que ya no logro recordar siquiera cuándo exactamente lo escuché, me dio una certeza que generó toda una dimensión diferente de lo que alguna vez fue el Tunjuelo: un ser lleno de vida y belleza cuya corriente era tan refrescante que hasta el presidente nadó en ella y reposó en su orilla.

Busco que texto e imágenes, que presento a continuación en este proceso de escritura, conformen un lenguaje uniforme que dé cuenta de la visión con la que expongo las reflexiones que impulsan lo que en palabras más concretas se me escapa puntualizar; pero para mí lo más interesante es lo que el texto sin proponérmelo pueda llegar a sugerir.

Todo se trata de un flujo de indefiniciones como antídoto a lo asfixiante que muchas veces encuentro el pragmatismo; me interesa más mostrar las pistas y dar un pequeño margen a quien lea de ejercitar su instinto deduciendo qué hay más allá de imágenes y palabras, qué puede inspirarle este recorrido gramático (figura 1).

Durante años he jugado con esa idea de muchas formas, esa imagen que tengo de un paraje agreste y panorámicas inequiparables a cualquier otro lugar del planeta, algo que hoy día nos llenaría de orgullo, deseo de cuidar y proteger a toda costa. Todo el proceso se trata de reconstruir ese recuerdo, desde expresiones muy arraigadas a mi proceso creativo, dar cuenta de esa fascinación. Deseo reconfigurar las nociones sobre este afluente e impulse aún más la necesidad de virar hacia gestos, más que reconstructivos, de regeneración, sanar el agua y la relación con nuestro río.

Juan Escobar González, Paseo de olla, 2019, dibujo grafito sobre papel
Figura 1.
Juan Escobar González, Paseo de olla, 2019, dibujo grafito sobre papel


La fotografía siguiente es un texto hecho con una máquina de escribir que me fue obsequiada de niño y con la que disfruté tardes y noches inventando historias, dando rienda suelta a la imaginación; el escrito mecanografiado es un ejercicio mnémico sobre las vistas desde la casa donde pasé la infancia. Una exploración sobre las imágenes evocadas desde las palabras (figura 2).

Las realidades sociales y políticas, las emergencias humanitarias que acarrean, priorizaron la gestación de hábitats para gente que no tenía más a dónde ir, huyendo de cada conflicto levantado a lo largo de dos siglos sin tregua. Empujados a actuar acorde con lo que las circunstancias dictaban, nos desarraigamos del lugar que nos dio todo para surgir; concentrados en nuestras discusiones humanistas, la obsesión por ganar nuestras batallas nos quitó la capacidad de imaginar, de ver más allá del humero expedido por los cañones; el susurro del páramo nos enajenó cuando su lenguaje extraviamos ensordecidos por las máquinas.

Parte del camino que debía recorrer para ir al colegio iba por la loma hecha con tierra bordeando la orilla del Tunjuelito; durante la temporada de precipitaciones crecía el río en tal vastitud y atestiguar esa sublime escena desencadenaba en mí pesadillas recurrentes en las que resbalaba y caía en sus aguas negras, hundiéndome hasta su lecho rodeado de todo tipo de cosas muertas e inmundas, un terror que aún me recorre al imaginar el fondo de ese cauce.

Juan Escobar González, Escrito mnémico, 2017, fotografía
Figura 2.
Juan Escobar González, Escrito mnémico, 2017, fotografía


¿Cómo se convirtió en recipiente de todos nuestros defectos más abominables como especie?

Tal vez el problema con la cuenca del río Tunjuelo sea la manera y el enfoque con que se ha estudiado, conocido y gobernado. Las actividades Humanas en la cuenca deben ser valoradas como un proyecto social consciente en apropiarse y crear un espacio para aquellos que han visto en este sector una oportunidad para progresar. (Osorio Osorio 2007, 11-12)

Este es un proceso escrito para pensar y re-pensar el río Tunjuelo, observar a escala nacional el estado de los afluentes que irrigan nuestro país, un flujo de reflexiones que llevo procesando desde mis tiempos de estudiante, teniendo muy presente todas las noticias que sigo oyendo una y otra vez sobre las atrocidades cometidas contra los afluentes, contra víctimas desaparecidas en sus corrientes. Las preguntas constantes que impulsan la búsqueda por respuestas subrepticias en el fondo de la mar de dudas, y tal vez no sé si logre definir puntualmente, son estás: ¿qué significa el río para mí?, ¿qué pueden ser las cuencas para nuestro imaginario?

Descripción

El río Tunjuelito recorre 73 km a través de la ciudad y es el más grande de toda la capital, su cuenca comprende 390 km2, un área rectangular que colinda hacia el norte con la sabana de Bogotá, la zona de Bosa desembocadura del río Bogotá, hacia el oriente con los cerros orientales entre el páramo de Sumapaz y el cerro de Guacamayas; hacia el sur con la localidad de Ciudad Bolívar.

En el sector norte del páramo de Sumapaz se ubica el valle alto del río Tunjuelo, que drena sus aguas hacia el río Magdalena. Este lugar alto andino es el límite natural del páramo de Sumapaz con la sabana de Bogotá. En esta zona nace el río Tunjuelo, cuyos rastros más antiguos se remontan a los yacimientos morrenicos dejados por las últimas glaciaciones hace 14.000 años. (Osorio Osorio 2007, 29)

La zona alta donde el río nace comprende desde la laguna de La Virginia hasta el área metropolitana del municipio de Usme, un recorrido de 14 km. La cuenca media comprende desde este punto hasta la localidad de Tunjuelito, laguna La Chiguaza, un recorrido de 17 km y de ahí cruza su tramo más largo de 40 km donde vierte sus aguas en el río Bogotá.

La zona media del río es alimentada por otros pequeños afluentes, que bajan desde los cerros orientales incrementando su caudal, y en su recorrido final, debido a un drenaje deficiente, presenta constantes inundaciones y formación de humedales; esta zona ha sido la más urbanizada para habitantes llegados de otras regiones del país, lo que ha representado históricas inundaciones y catástrofes humanitarias.

En un momento, fue parte de un proyecto que resolvería el problema de abastecimiento de agua de la ciudad para comienzos del siglo XX, finalmente siendo desestimado y optándose por traer el agua desde zonas apartadas de la ciudad.

La idea de traer agua de fuentes lejanas a la ciudad se fundamentaba en la concepción médica decimonónica según la cual las enfermedades se transmitían a partir de los miasmas o fluidos que emanan de los líquidos contaminados por la corrupción del entorno urbano, producto de la marginalidad y la pobreza, que tenían como origen las costumbres antihigiénicas del pueblo. (Osorio Osorio 2007, 23)

Desde el principio, la concepción de una ciudad que supliera de forma eficiente todas las necesidades sanitarias de su creciente población partió enrevesada por el clasismo y el racismo, una cultura heredada desde la Colonia que hasta hoy sigue vigente en cómo los Gobiernos abordan y ejecutan los planes para mejorar las ciudades. Las jerarquías se reafirman desde la misma ubicación territorial, los privilegios que se reparten según la cercanía con el poder central y sociedades mejor establecidas económicamente.

Durante 300 años de historia colonial, el valle alto del río Tunjuelo representó un paraje marginal. Su riguroso clima y la lejanía de la ciudad lo convirtieron en un sitio poco atractivo, a diferencia de los alrededores de Bogotá y la sabana, que fueron los lugares predilectos para las labores agrícolas, la ganadería y las actividades de descanso. (Osorio Osorio 2007, 30)

El nombre Tunjuelo en la cultura chibcha referencia uno de los más especiales mojanes (guardianes de los portales, lagos y lagunas, al mundo de los muertos y dioses) llamado Tunjo, un ser de género indefinido que podía ser macho, hembra, o ambos simultánea- mente; revela la multiversalidad de las sociedades nativas en muchos aspectos de la construcción de identidad, desde el punto de vista de las falaces dicotomías típicas de Occidente que flagelan nuestras discusiones y consensos sobre construir equidad, lo que degenera en vulneraciones históricas de derechos a poblaciones de zonas menos favorecidas, comunidades raizales, indígenas y diversas de género.

No hay diferenciación entre el nombre Tunjuelo o Tunjuelito para denominar el cauce, más allá de que la palabra es un diminutivo hispano para indicar su ascendencia desde el cerro del Tunjo donde sus aguas se originan; se ha optado por el último para describir la cuenca media y baja que atraviesa el casco urbano hasta su desembocadura en el río Bogotá. “Una especie nativa que vivió en el Tunjuelito fueron los Guapuchas, pescados y consumidos por los Muiscas asentados en el territorio que comprende la actual localidad de Bosa” (Gómez Londoño 2005, 349).

¿Cómo era antes de que comenzara a registrarse su existencia en los archivos locales? No es muy abundante la información sobre su estado primigenio o cómo exactamente los habitantes aborígenes lo concebían y relacionaban con él; la muerte del río fue acompañada de un total olvido, como si la naturaleza propia del agua manifestara en qué plano temporal nos asentamos, una bruma oscura cubriendo cada dirección hacia donde intentamos proyectarnos.

Una de las características del comportamiento hídrico de los ríos es que en sus zonas bajas presentan otros cuerpos de agua asociados al cauce principal. Estos espejos de agua cumplen la función de regular los excesos de escorrentía drenados por la cuenca alta y media. Estas zonas de humedales fueron sitios de gran variedad ecológica. Los humedales albergaron fauna endémica, aves como la tingüa, pollas de agua o peces como el capital (Eremophilos mutissi), la guapucha (Grunulus bogotensis), además de una gran variedad de insectos, anfibios y reptiles. También sirvieron como lugar de descanso de aves migratorias que iban al piedemonte o las selvas colombianas. (Osorio Osorio 2007, 63)

Hacia el río para olvidar



La cultura ha sido violentada. Las letras de canciones que acompañan tambores, llamadores, millos, tiples, guitarras, marimbas, gaitas y en general toda cultura ribereña, no hablan ya tanto del amor y la naturaleza, ahora también narran el dolor de la tragedia causada; hablan de los líderes asesinados, de los hijos que quedaron solos, de un río que llora. El conflicto le impuso al río calificativos de miedo, dolor y angustia. ¡Lo reconocemos, rechazamos y no queremos que se repita!

Fuente: —Comisión de la Verdad



El que no sabe llevar su contabilidad por espacio de tres mil años se queda como un ignorante en la oscuridad. Y solo vive al día.

Fuente: —Goethe

Juan Escobar González, Ser río, 2021, dibujo tinta sobre papel
Figura 3.
Juan Escobar González, Ser río, 2021, dibujo tinta sobre papel


El agua del río fluye tal como el curso de nuestras vivencias cotidianas asentándose en el lecho lo que las horas traen sin preverlo, y este sedimento se conforma de capas y capas de momentos determinantes que forjan nuestro carácter y comportamiento, nunca exentos de cambiar abruptamente de curso y desbordados cuando recibimos más de lo que podemos abarcar; pero inevitablemente sujetos a las leyes de la naturaleza que nos han sido dictadas, corriendo siempre hasta llegar al mar de la eternidad y lo desconocido; en este recorrido, lo que se lleva el agua es lo irrecuperable, lo que tuvimos en algún momento la certeza de que fue. Ser río para olvidar, no caer en el caos ni la locura si tuviéramos la capacidad de retenerlo absolutamente todo.

Pero el olvido impuesto con el fin de dominar y manipular desde el terror es una de las peores violencias que nunca puede permitirse naturalizar, también deliberadamente borrar de nuestra memoria momentos de la historia que hoy nos traería vergüenza. Recordar solo para confrontar nuestro estado social actual, y desde ahí rehilar a partir de la verdad el tejido social. Actuar diferente de lo que las lógicas contemporáneas señalan en lugar de transitar una espiral destructiva, que solo la extinción resolverá dando comienzo a un mundo nuevo del que ya no seremos parte.

No hace mucho en la radio escuché una entrevista hecha a un pescador o arenero de la región del Bajo Cauca hablando de los incontables muertos que junto con sus coterráneos atestiguan a diario bajar por la corriente del río, quienes con resignación declaran cómo su labor se volvió más pescar cadáveres que el sustento. Víctimas anónimas de conflictos casi irresolubles de índole política o negocios ilícitos, muchas veces ambos siendo lo mismo. Otras veces será un desentendimiento, en el que el cuerpo personifica este problema que solo el agua puede llevar lejos.

He buscado hasta ahora sin éxito esta entrevista para volver a escucharla y recordar lo que en ese momento sentí de imaginar cuerpos violentados inertes flotar río abajo, imposibles de identificar y esperados con angustia en sus hogares. Me es muy difícil lograr comprender cómo los cauces en esta cultura que hemos forjado solo representan un olvido violento.

El río arrastra un cadáver. Desde el puente de Juanchito la gente curiosea la muerte de ese alguien en el caudal de agua, barro y palos. Nadie puede dejar de mirarlo mientras un silencio extraño rodea esta escena que se volvió cotidiana. Unos muchachos se acercan a la orilla a mirar el cuerpo que aparece hinchado y blanquecino. Algunas veces, que- da anclado en un recodo del trayecto; esta vez, pescadores y areneros han rescatado a este náufrago, sin vida, pero se apartan de inmediato para evitar líos. (Valencia 1991)

Lo que se va río abajo nunca existió, bajo el peso de ser otro error flotando a kilómetros una ley de silencio se impone, y de lo que jamás ha sido no se habla, tal como cada verdad incómoda que se decide encajetar en los confines del miedo. Borrar los días en los que alguna vez estuvo lo condenado a olvidarse significa vivir el mismo día siempre, el día en que ya no fue más; entonces no hay memoria ni aprendizaje, la sabiduría que solo da la experiencia se ha extinguido.

Mujeres que yacen fragmentadas en la orilla, empacadas en bolsas y a la espera de la corriente que las lleve lejos de todo lo que aman o más bien amaron, de sus amigos, familiares e hijos o hijas; a la incertidumbre y fuera de todo alcance de una justicia que revindique su memoria y dignidad.

Los ríos convertidos en cómplices, símbolos del renacer y transitoriedad natural de todas las cosas, instrumentalizados para borrar, abandonar, deshumanizar. Los rostros se hinchan hasta quedar irreconocibles, sin nombre, desfigurados, solo son restos que flotan hacia la eternidad en total anonimidad. Yacen sobre el Leteo, el río del que beben las almas del inframundo para olvidar su vida en la tierra; pero quienes olvidan son los vivos, mueren y renacen cada día y no saben cómo volver a sentir el dolor de quien pierde lo irremplazable.

Hay un río al sur de la ciudad, sus aguas son la desmemoria, las ilusiones desaparecidas, despojado de su historia, del tiempo que llevó consigo en cada nacimiento y ascenso. Tal vez por eso poco se sabe de él antes de su triste presente, eterno y en amnesia crónica al paso de las generaciones, en peligro de nunca despertar de la oscuridad de una temporalidad sin un pasado ni futuro, más extensos que el de este régimen de inmediatez impuesto por la modernidad.

Nos quita la posibilidad de pensar mejores formas de existir en la naturaleza que nos acoge, forzados a solo pensar en lograr nuestros propósitos; más que regresar a un antiguo estado más estable, es proyectarse hacia un devenir no calculado ni medido en estimaciones financieras, impredecible para las predicciones establecidas de la lógica capitalista. Más bien un futuro que nos establezca a la par del agua, del árbol, del animal, de la nube… que nos re-naturalice.

El análisis sobre los costos y ajustes a un sistema establecido desde la Revolución Industrial es un estudio del que no ahondaré entre los puntos clave de este artículo, pero que invito a reflexionar, en tanto dialogar sobre gestos emancipadores y reivindicativos que no sublevan las posibilidades de seguir beneficiándose de los grandes avances científicos, tecnológicos, sociales u otros sectores consecuente de su apadrinamiento por sociedades económicamente más establecidas. Una cuestión esencial que nos permita sobrepasar los clichés discursivos sobre propuestas para actuares ambientalmente sanos.

Baptiste (2019), en la introducción que elabora para el libro Nuestro planeta, nuestro futuro, escribe una brillante reflexión sobre acciones ecológicamente éticas, la labor de la ciencia en mantener los estudios y el análisis reconociendo a la especie humana como una de igual valor y esencial de su territorio, al margen de ideas ambientales hiperbolistas, alimentadas por conclusiones de divulgadores del pasado que construyeron una separación equívoca entre ser humano y naturaleza.

Los afluentes como sujetos de derechos

No pudo haber sido nunca, ni ha podido ser ninguna gran civilización sin los ríos donde se incubaron: Yangtzé, Nilo, Tigris, Éufrates, Ganges, río Amarillo, Támesis, Sena, Tíber… Otros históricos. Fuentes de inspiración de obras maestras, que definieron grandes momentos: Hudson, Mississipi, Arno, Jordán, Magdalena… “Los ríos interactúan constantemente con la cultura, de tal manera que la forma como se tratan está ampliamente determinada por una maraña de relaciones y narrativas que afectan al río y con las que este está constantemente negociando e incluso resistiendo” (Lahiri-Dutt 2019, citado en Cagüeñas, Galindo Orrego y Ramussen 2020, 170-171).

Entre 2016 y 2018, dos fallos históricos se dieron por parte de la Corte Constitucional y el Tribunal Superior de Medellín, que reconocieron los ríos Atrato en el Pacífico y Cauca en los Andes como sujetos soberanos con derechos, gracias a denuncias interpuestas por comunidades locales, en conjunto con colectivos activistas para detener proyectos mineros y proteger el modo de vida de pesqueros, amenazados por la construcción de una hidroeléctrica. “La apuesta es […] la declaración de un nuevo sujeto no humano de derechos que posibilita el cumplimiento de los derechos de los humanos cuyas vidas dependen de él” (Cagüeñas, Galindo Orrego y Ramussen 2020, 175).

“El paso más importante está en reformar la mirada y cosmovisión de los ríos, bosques, pantanos […] como más que objetos inanimados donde la salud de quienes los habitan no está intrinsecada con el bienestar de estos entornos” (Cagüeñas, Galindo Orrego y Ramussen 2020, 174-175), los ríos como entes sintientes, cuyas dolencias se manifiestan en los cuerpos de sus especies nativas, sean animales, vegetales o humanas. La medicina contemporánea no puede restaurar por sí misma estas aflicciones, si tampoco se acompaña de iniciativas para exigir una mayor atención en proteger y trabajar para revitalizar las cuencas; un río enfermo es una civilización enferma.

“La otra parte depende de las comunidades que habitan las cuencas, organizarse y crear grupos que velen y demanden cumplimiento de las sentencias, el momento donde emerge el ejercicio de imaginación ecopolítica” (Cagüeñas, Galindo Orrego y Ramussen 2020, 175).

Hablar de comunidades y aprender de sus costumbres, formas de gobierno e interacción social pasa por evaluar el territorio y estado de sanidad de los recursos del que dependen, una labor que involucra todas las áreas del desarrollo de conocimiento humano. Es natural que cada profesional de su interés se concentre más en lo que le interpela; pero un trabajo en conjunto forma un paisaje donde sociedad y entorno ya no son dos cuadros distintos.

Cuando los linderos del Tunjuelito fueron rellenados para proyectos urbanísiticos, los humedales y toda la riqueza biodiversa que pudo contener, desaparecieron antes de lograrse registrar detalladamente, probablemente más de lo que se tienen hasta ahora catalogado en otras zonas de Bogotá como La conejera o Santamaría. (Osorio Osorio 2007, 64)

“Históricamente se juzgaron los humedales de forma errónea como contenedores de enfermedades y en documentos médicos que datan del siglo XIX, se llama a que deben ser saneados para controlar las pestes que plagaron la capital antes de la llegada de la medicina moderna” (Osorio Osorio 2007, 64).

Imaginario ecopolítico

Por imaginación ecopolítica entendemos aquellos ejercicios deliberados en los que una colectividad se reúne para concebir una futura casa común en donde se encuentre “recompuesta la continuidad de lo colectivo” (Cagüeñas, Galindo Orrego y Ramussen 2020, 175)

El 2002 fue el año de una de las peores inundaciones del Tunjuelito registradas hasta ahora, en el pasado ya se sucedieron otras que obligaron a construcción de jarillones (muros de tierra) que nunca resolvió la problemática, ya que los desbordes del río se daban por el desbalance en la circulación natural del agua, al erosionarse su suelo consecuencia de construcción de embalses como el de La Regadera, y reacomodación del suelo para agricultura y cría de ganado. (Osorio Osorio 2007, 36-37)

El 9 de junio debido una temporada de lluvias que no cesó por más de un mes, el embalse de La Regadera se rebosó y el exceso de aguas bajó junto al río llegando a las zonas residenciales de barrios como Tunjuelito, produciendo una catástrofe humanitaria sin precedentes. (Salazar 2002)

Recuerdo perfectamente la noche que mis padres tuvieron que salir con vecinos de la cuadra y barrios aledaños a trabajar para reforzar la altura de los jarillones. El pánico se palpaba en todo el vecindario, nadie durmió tranquilo por una semana hasta que se dispersó la noticia para alivio que el agua había empezado a bajar.

Esa noche, oyendo la forma preocupante en que mis padres nos comentaron a mis hermanos y a mí lo que pasaba, recreé toda una escena en la cabeza donde la corriente estaba a tope y un ligero sacudón, una gota más de agua, enviaría toda la ola negra dispersándose como un tsunami hasta nuestra casa trayendo consigo todo tipo de inmundicias.

Días después vi en las noticias a los rescatistas en lancha recogiendo a los damnificados refugiados en sus terrazas y pisos superiores, otras personas prácticamente nadando para cruzar de un lado a otro de la calle. La comunidad local de mi barrio se movilizó de forma inmediata cuando la amenaza de un desborde no dio espera, cuando todo nuestro bienestar iba a ser afectado el tiempo de debatir si era tan serio como parecía o no era irrelevante.

Elevar aún más los montículos de tierra no sería suficiente si otras acciones no fueran menesteres; estudios completos para ubicar el origen del desastre. Aun así son soluciones que no estarán exentas de que otras variables negativas se presenten; pero, cuando el no actuar solo agrava más la crisis, una acción, aunque imperfecta, pero fundamentada en el conocimiento y entendimiento, en la investigación, vale más que esperar a que la fórmula ideal definitiva, que no incomode a nadie, se presente sola por sí misma.

No se puede esperar a que exclusivamente los Gobiernos tomen acción en las políticas transformadoras para tomar participación. Es deber individual de todos los sectores y la comunidad atender a los llamados de líderes, identificarse como agente indispensable en las iniciativas, la lucha por restaurar la casa necesita mucho más que expectantes al primer paso de alguien más.

Mitopoeia

Cuanto más aguda y más clara sea la razón, más cerca se encontrará de la Fantasía. Si el hombre llegara a hallarse alguna vez en un estado tal que le impidiese o le privase de la voluntad de conocer o percibir la verdad (hechos o evidencias), la Fantasía languidecería hasta que la humanidad sanase. (Tolkien 1999, 44)

Antes de que pudiéramos contar los días, fueron las historias las que estuvieron ahí para responder nuestras incipientes preguntas en el amanecer de la razón; ahora nos obsesiona la verdad y los hechos comprobables, pero hubo una época en la que la fe era todo lo que necesitábamos para tener la certeza de que el sol volvería a brillar y espantar los peligros de la noche; la lluvia volvería a caer para fertilizar la tierra.

Historias sobre seres con todo el poder imaginable, envueltos en luchas épicas en las que saldría triunfante el bien y la humanidad prevalecería, hombres y mujeres con voces excepcionales hablando el lenguaje de los dioses, compartiendo sus vivencias místicas de las que sus congéneres dependían para llevar a cabo sus planes y actuar en beneficio de la comunidad, o en pro de acabar una amenaza.

Sagan (1985, 12), en la introducción de su libro insigne Cosmos, concibe los mitos y relatos de grandes fuerzas ultraterrenales influyendo en cada aspecto de la vida como formas ingenuas y reduccionistas de comprender lo que de otra forma no había cómo explicar; acredita a la ciencia y la exactitud académica la ampliación del mundo conocido por los primeros humanos.

Tolkien compuso un poema como respuesta a su amigo C. S. Lewis que juzgó los cuentos de hadas e historias de fantasía como poco más que mentiras adornadas carentes de valor, aunque fueran “susurradas a través de Plata” (Tolkien 1999, 82), lo que le motivó a escribir Mitopoeia, una carta abierta de Filomito a Misomito.

El poema es una respuesta al racionalismo y materialismo occidental, al apreciar las cosas primero desde un frío distanciamiento so peso de perder la “objetividad” que eleva el valor de la crítica; en este ascetismo de posiciones que podrían comprometer la imparcialidad, todo recae en un área gris o más bien un terreno estéril que sin importar hacia donde pretenda girarse, es el mismo horizonte.

Rechazo profundamente la noción del absoluto alturismo que protege la hoja en blanco contra la imperfección, una plataforma estrecha cuya única lucha es elevarse aún más que privilegie una visión original, pero completamente desconectada de sus contextos y diálogos.

Los terrenos baldíos de la objetividad tienen que llenarse, regarlos con ideas vitales que sólo pueden perfeccionarse en lo que otros aportes complementan; tales ideas no provienen de distantes miradas sino del esfuerzo por dejar una huella, de traer al plano tangible visones que muchos pueden concebir también pero nunca trascienden, que emergen en el mismo explorar adentrándose al conocimiento construído previamente, inquietudes fundamentadas en mitos, creencias y búsqueda de entendimiento en la ausencia de herramientas más efectivas para explicar la naturaleza. La ciencia emergió entre arriesgadas búsquedas, de hacer realidad las fantasías que sacudieron el corazón de las mentes más inquietas.

No ve ninguna estrella quien no ve ante todo

hebras de plata viva que estallan de pronto

como flores en una canción antigua,

que el eco musical desde hace tiempo

persigue. No hay firmamento,

solo un vacío, o una tienda enjoyada

tejida de mitos y adornada por elfos; y ninguna tierra,

sino la matriz de donde todo nace.

(Tolkien 1999, 83)

Veo en la fantasía una herramienta poderosa por la que podemos despertar nuevas apreciaciones y revalorizar tesoros en riesgo de desaparecer, llamar la atención de lugares donde aún es invisible la presencia del Estado. Imposible no identificar Macondo en cada pueblo remoto de la nación; ha calado tan profundo en nuestro subconsciente colectivo que descubrir la existencia de estos lugares es como leer de Cien años de soledad por primera vez; las historias de sus habitantes son extractos de pasajes del libro, el cual abrió una perspectiva nueva del mapa de Colombia, una que siento ha despertado voces cada vez más resonantes que demandan la construcción de un país descentralizado.

Encuentro fascinante la presencia tan poderosa que poseen los ríos en las culturas y su protagonismo en los mitos, el río Amazonas, la gran serpiente de la que descendemos toda la especie humana; el Estigia que divide el inframundo del mundo de los vivos… Siento el Importar imagen lamento de Karamakate por ignorar muchos conocimientos de mis raíces, emprendo esta búsqueda de navegar entre páginas para profundizar lo que sé por encuentro casual y arraigarme al lugar por que siempre sentí alivio de volver.

Juan Escobar González, Pequeño bosque en alrededores del Tunjuelito
Figura 4.
Juan Escobar González, Pequeño bosque en alrededores del Tunjuelito


Concebir una historia es la mejor forma con que establezco una relación personal con el río, querer despertar este interés que siento hacia otras personas independiente de si son nativas o habitan en otras latitudes del mundo; en mis mejores pretensiones, deseo que esta pequeña pieza de ficción impulse la búsqueda por su revitalización, tal como Victor Hugo rescató del olvido la iglesia más icónica de Francia y un monumento intemporal de la historia medieval europea.

Más allá de la cuestión del valor de la fantasía en la construcción de conocimiento, es cómo asimilamos la realidad y la búsqueda de generar un impacto en ella, de cambiar algo que parece no se adecúa a una narrativa ideal del mundo; de muchas formas buscamos aportar para inspirar ese cambio, incluso, si nunca tendremos la posibilidad de atestiguar su realización.

La vida se manifiesta mucho más que solo en los elementos naturales que la componen, también en las palabras, los recuerdos y la capacidad de construir pequeños universos, ya sea desde las imágenes, ya sea desde la prosa. En el compendio Acerca de la memoria y la reminiscencia, de Aristóteles, el filósofo formula una teoría en la que se vinculan muy estrechamente tiempo, memoria e imaginación: “solo los seres que perciben el tiempo recuerdan, con la misma facultad con que advierten el tiempo” (Agamben 2010, 14); esto significa la capacidad de imaginar. Rememorar es poner en acción la imaginación; recordar es vivir e imaginar, infundir vida que siempre florecerá en los oídos y ojos atentos, de quien se sienta conmovido por estas realidades relatadas.

Como parte de mi proyecto de grado, compuse una serie de relatos fantásticos a partir de la memoria de mi abuelo que murió cuando aún no tenía la capacidad para reconocerlo, y casi sin ninguna imagen de él en la casa o algún objeto suyo; solo tengo de referente las pala- bras de mi madre: lo que ella recuerda de él representa mucho más de lo que una fotografía expondría. Basado en lo que sé sobre la época que él habitó, reconstruyo sus vivencias en las que la premisa es algo que oí alguna vez hace tiempo, establecer lo más remotamente posible el origen de ese rumor que encendió mi curiosidad (figura 4).

La fotografía anterior es sobre uno de los últimos emplazamientos rurales de la ciudad unos kilómetros arriba de donde viví mis primeros años.

Cuando las realidades nos exhiben todo un problema histórico y la lucha por la supervivencia demanda que cada quien desde lo que le es posible se involucre, ¿qué es lo mejor que podemos hacer? Siempre vuelvo en mi memoria a ese ambiente tan diferente de otras locaciones de la ciudad, a medida que pasa el tiempo más especial se hace, fue un lugar que me dio una vista a las montañas desde mi casa, un apego y respeto profundo por la naturaleza. Viviré cada día intentando comprender cuándo exactamente se dio ese giro de ver un territorio como potencial de beneficio a costa de su degradamiento, cuando alrededor todo es un milagro de la creación.

Cómo volver a ver con ojos de fascinación, sentirnos parte de un mundo donde la lógica no deshace el encanto de una naturaleza mística, sino que nos hace maravillarnos aún más de la pequeña fracción de tiempo que se nos ha concedido para disfrutarla y preservarla, para que la imaginación que despierta nos lleve adelante cuando la razón nos paralice ante un problema, ver en sus raíces y ramificaciones expandiéndose, subiendo hasta una cúpula celeste adornada de miles de millones de posibles mundos, la infinita cantidad de soluciones si tan solo las soñamos.

Juan Escobar González, Memorial, 2019, dibujo grafito sobre papel
Figura 5.
Juan Escobar González, Memorial, 2019, dibujo grafito sobre papel


Porque recordamos las desventuras del pueblo de Macondo, la soledad infinita que acarreó su destrucción, queremos que un día las historias de esos pueblos ocultos en la Colombia profunda y sus gentes sean más felices; es el impacto de una obra localizada en un lugar que no existe.

Somos río, recorremos, descendemos de la lluvia; a fuerza de eventos extraordinarios nuestros cursos pueden cambiar, nos alimentamos de otros afluentes tanto como nosotros a quienes precedemos, dependemos mutuamente, y cuando un río se seca por acciones injustas, nos acercamos aún más a la destrucción.

El río define nuestra identidad y cultura ribereña; en definitiva, lo que somos es la expresión de sonidos, formas y pensamientos que han surgido del agua y que produjeron piezas de arte magníficas que hoy recorren los sentidos de personas en todo el mundo. Como los afluentes al Magdalena, la convergencia multiétnica, multicultural, multicéntrica, se entre- lazó con el agua para dar como resultado una raza y etnia fuerte que posee un melódico rugir de manifestaciones llenas de riqueza poética. “¡Somos la voz del agua, somos fuerza que cuida! ¡Somos agua, somos vida y nos comprometemos a cuidarla!” (Comisión de la Verdad 2021).

Lo que mejor me surge es inventar escenarios en los que esos infundios son la premisa del drama (figura 5).

Juan de Jesús en su niñez alguna vez oyó hablar de cómo Bogotá estaba rodeada de hermosos sitios de esparcimiento campestre, fértiles prados y claras lagunas donde los más privilegiados disfrutaron días de ocio, despreocupados de cualquier irrupción no deseada de afuera.

El presidente cada que tenía la posibilidad iba a disfrutar de un merecido descanso a la otrora hacienda de Bosa y para ese entonces un municipio vecino de la capital de la República, este pequeño conglomerado de casas alrededor de la plaza donde se encuentra aún la cruz que supuestamente marca el punto de encuentro entre Sebastián de Belalcázar, Nicolás de Federmán y Jiménez de Quesada, y frente a esta la fachada de la iglesia que levantaron para conmemorar la épica reunión; no muy lejos corre el único testigo silente de toda esta historia, un afluente del río Bogotá que continúa su curso hasta hoy inalterado de todos los eventos nacionales y mundiales: el Tunjuelito.

Tristemente cayó víctima de una irreparable enfermedad por causas aún desconocidas y que pareciera nunca podrá recuperarse nuevamente. Este es un relato de su auge y caída en los días tempranos de la República.

Fuera del antiguo pueblecito, todo eran extensos campos repartidos entre dueños de pequeñas parcelas, propietarios de considerables extensiones de prados para ganado y sobrevivientes de los muiscas que por siglos siguieron trabajando la tierra que no les arrebataron.

Bosa fue el lugar más fértil para cultivos de los muiscas y era el granero de la sabana, que el mismo zipa guardaba con recelo, ya que era común que pueblos exteriores todo el tiempo lo asaltaran para robar y dañar los sembrados, así como para raptar mujeres. En un momento, el ferrocarril abasteció con cosechas regadas por el Tunjuelito las plazas capitalinas y varias regiones del país.

El curso tranquilo de este río era atractivo suficiente para que los más acomodados, hasta el mismo mandatario, pasaran tardes dominicales nadando en sus aguas y almorzando en su orilla; de esto solo quedan recuerdos fragmentados entre las palabras y rumores.

Este río, que por centurias alimentaba toda la región del altiplano y regiones más lejanas, empezó a perder claridad y acorde con los habitantes más cercanos, advirtieron cómo en el transcurso de unos días una mancha negra pútrida empezó a aparecer marchitando la vida en su corriente sin que nadie pudiera hacer algo.

Contrario a la vida que solía dar, los alimentos que irriga ahora sus aguas espesas han degenerado en una repentina desmemoria en quienes los consumen, una caída en la oscuridad que los impulsa a actuar solo para sí mismos, en no tener ninguna consciencia de sus obras, puesto que no saben cómo han llegado ahí y completamente ignorantes de su conexión con la tierra que les ha dado todo. La mayoría fue víctima de este hado antes de que se pudiera actuar, siendo más bien por descuido y desinterés la destrucción de cualquier posibilidad por curarlo. Ya nadie sabe cómo era antes, ni un poema o canción que lo rememore, que avive la pasión por revitalizarlo.

Un funcionario cercano al presidente escuchó de la tragedia y se movió enseguida a verificar con sus propios ojos qué pasaba y, al bajarse del carro, se paró en la orilla, a ser un espectador más de la agonía del afluente, mientras algunos locales contemplaban apostados de un lado y otro comentando entre sí el aterrador fenómeno.

—¡Virgen Santísima! Se le salió al burócrata apretando su sombrero contra el pecho, al contemplar la mancha dispersarse, tragándose los peces como si los desmaterializara al alcanzarlos y matando al instante las plantas del lecho; era semejante a ver una nube de humo negra cubrir un cielo perfecto.

Mientras tanto el presidente en su oficina, aún ignorante del fenómeno y de algunos rumores de que se había atisbado la mancha también en el río Bogotá, vio que era la época perfecta del año para irse a dar un refrescante descanso y llamó a su secretario para entregarle los asuntos que organizó los días anteriores.

—¿Aló? —contestó al otro lado de la línea el secretario.

—Ya dejé firmado todos los papeles —dijo el presidente—, y respecto de lo de esa ley, cuando regrese el lunes la revisaré, iré con mi mujer y mis hijos de paseo este domingo después de misa al Tunjuelo.

—Señor —dijo el secretario—. Me temo que no podrá ir a nadar a la hacienda de Bosa. —Hizo una pequeña pausa—. El río está muriendo.

—Entiendo —respondió el presidente con voz parsimoniosa casi sin sorprenderse del triste suceso para luego colgar el teléfono; por un momento se quedó pensando con la mano en la bocina recién colocada sobre el aparato con la cabeza baja, sacudió sus pensamientos cerrando los ojos y exhalando hasta sacar todo el aire; se irguió, salió de su estudio y caminó hacia un pasillo oscuro donde su figura se fundió.

Después de la lamentable noticia, nunca más regresó al río, los siguientes presidentes ignoraron por completo lo bello que alguna vez fue el Tunjuelito, ni hicieron algo por recuperarlo, una tragedia más en la historia nacional.

Cuando Juan de Jesús viajó para colaborar en la refundación de Bogotá habiéndose limpiado por completo los despojos de una guerra que se llevó muchos tesoros históricos, nunca halló un solo remanente de ese paisaje idílico, más bien se encontró algo que a sus ojos parecía la representación definitiva del infierno; en su mente, crecían dudas de que esos relatos del susodicho paraíso no fueron otra cosa sino una fantasía trágica inventada por ciertos poderes, para actuar como fuera menester contra los que se levantaron para exigir justicia por el futuro que les arrebataron.



Pero cómo hacer una rosa con tanto olvido, cómo regresar con tantas partidas, mil aves que huyen no reemplazan a una que se posa, y tanta oscuridad simula mal el día.

Fuente: —Jules Supervielle

REFERENCIAS

Agamben, Giorgio. 2010. Ninfas. Valencia: Pre-textos.

Baptiste, Brigitte. 2019. Introducción a Nuestro planeta, nuestro futuro, de Manuel Rodríguez Becerra, 11-19. Barcelona: Debate, 2019.

Baptiste, Brigitte. 2019. “Volver a la ecología”. En Nuestro planeta, nuestro futuro, de Manuel Rodríguez Becerra, 11-19. Bogotá: Debate.

Cagüeñas, Diego, María Isabel Galindo Orrego y Sabina Rasmussen. “El Atrato y sus guardianes: Imaginación ecopolítica para hilar nuevos derechos”. Revista Colombiana de Antropología 56, nº 2 (2020): 169-196. https://doi.org/10.22380/2539472x.638.

Comisión de la Verdad. 2021. “Manifiesto a Colombia sobre la verdad del río Magdalena”. https://comisiondelaverdad.co/actualidad/noticias/manifiesto-a-colombia-sobre-la-verdad-del-riomagdalena#:~:text=El%20’Manifiesto%20a%20Colombia%20sobre%20la%20verdad%20del%20rio%20Magdalena,al%-20buen%20vivir%20de%20las

Gómez Londoño, Ana María, ed. 2005. Muiscas: Representaciones, cartografías y etnopolíticas de la memoria. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.

Osorio Osorio, Julián Alejandro. 2007. El río Tunjuelo en la historia de Bogotá, 1900-1990. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá. https://www.culturarecreacionydeporte.gov.co/sites/default/files/adjuntos_paginas_2014/1.3.3_rio_tunjuelito_baja.pdf

Rodríguez Becerra, Manuel. 2019. Nuestro planeta, nuestro futuro. Bogotá: Debate.

Sagan, Carl. 1985. Cosmos. Barcelona: Planeta.

Salazar, Manuel. 2002. “Continúa drama de tres mil personas por desbordamiento de río en Bogotá”. https://caracol.com.co/radio/2002/06/09/nacional/1023573600_107180.html.

Tolkien, J. R. R. 1999. Árbol y hoja. Barcelona: Minotauro.

Valencia, José Luis. 1991. “El río Cauca también es una tumba”. El Tiempo, 19 de enero. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-12187#:~:text=El%20r%C3%ADo%20arrastra%20un%20cad%C3%A1ver,escena%20que%20se%20volvi%C3%B3%20cotidiana.

Notas

* Artículo de reflexión. Este artículo es una reunión de reflexiones escritas y visuales, que reúne todo un proceso de investigación independiente de varios años en torno a los entornos ambientales donde crecí, fragmentos de recuerdos que aparecen entre dibujos y párrafos.

Notas de autor

** Maestro en Artes Visuales con énfasis en Expresión Plástica por la Pontificia Universidad Javeriana. Dibujante, ilustrador, archivista. Seleccionado en la segunda edición Ficcionario Colombiano, Radio Nacional de Colombia 2021. ORCID: 0000-0003-3448-1976 Correo electrónico: juancamiloegonzalez@gmail.com

Información adicional

CÓMO CITAR: Escobar González, Juan Camilo. 2022. “De cuando el presidente se bañaba en el río Tunjuelito”. Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas 17 (2): 176–195. https://doi.org/10.11144/javeriana.mavae17-II.pbrt

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