Paisajes de la memoria al final de la tarde*

Landscapes of Memory at the End of the Afternoon

Paisagens da memória ao final da tarde

Mario Hernán López Becerra , Carlos Alberto Molano Monsalve

Paisajes de la memoria al final de la tarde*

Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas, vol. 18, núm. 2, 2023

Pontificia Universidad Javeriana

Mario Hernán López Becerra **

Universidad de Caldas, Colombia


Carlos Alberto Molano Monsalve ***

Universidad de Caldas, Colombia


Recibido: 10 enero 2023

Aceptado: 04 marzo 2023

Resumen: Este artículo hace parte de los trabajos realizados en un programa de investigación y agenciamiento social y artístico iniciado en 2018, con finalización en 2023. El programa busca aportar a la construcción de paces mediante la generación y el fortalecimiento de capacidades políticas y de creación en territorios heridos por la confrontación armada reciente en Colombia. Está escrito al alimón por dos personas cuyas formaciones y experiencias las han llevado a trabajar conjuntamente en campos complementarios: el estudio y agenciamiento de paces territoriales y la investigación-creación. En el centro de la concepción metodológica del proceso, se encuentra la investigación-acción, traducida en acciones cocreativas a partir de las cuales investigadores sociales y artistas de procedencia académica, en diálogo con integrantes de comunidades de seis territorios en tres departamentos de Colombia, han diseñado y emprendido rutas de acción para la construcción de paces en contextos situados. La inmersión de los equipos de trabajo en los territorios, las conversaciones informales en tardes y noches, así como los recorridos por lugares cargados de historias de conflictos y violencias llevadas a límites impensados, atraviesan las subjetividades, provocan otros balances en las emociones y construyen experiencias estéticas que desbordan las formalidades de las producciones académicas más convencionales. Quizá a semejanza de los uróboros, el artículo recoge momentos presentes que son devorados por potencias más poderosas. Al inicio, se ofrecen dos reflexiones, necesarias para enmarcar el posterior registro literario de situaciones en las cuales los sujetos devienen personajes, lo cual permite realizar una aproximación estética y política a los modos colectivos e individuales de habitar los territorios en medio de las rupturas y continuidades propias de las transiciones. Fue escrito a partir de notas de campo tomadas por los autores e incluye una consideración final sobre la investigación desde el arte.

Palabras clave:investigación-creación, narrativas, transiciones, conflictos, paces, maricas.

Abstract: This article is part of the work conducted in a social and artistic research and agency program initiated in 2018 and ending in 2023. The program seeks to contribute to peacebuilding by generating and strengthening political and creative capacities in territories affected by recent armed conflict in Colombia. It is co-authored by two individuals whose backgrounds and experiences have led them to work together in complementary fields: the study and agency of territorial peace and research-creation. At the core of the methodological conception of the process lies action research, translated into co-creative actions through which social researchers and academically trained artists, in dialogue with members of communities in six territories across three departments of Colombia, have designed and undertaken pathways for peacebuilding in situated contexts. The immersion of the work teams in the territories, the informal conversations in the evenings and nights, as well as the journeys through places laden with histories of conflicts and violence pushed to unthinkable limits, permeate subjectivities, provoke different emotional balances, and build aesthetic experiences that go beyond the formalities of the most conventional academic productions. Perhaps, akin to the ouroboros, the article captures present moments that are devoured by more powerful forces. It begins with two reflections necessary to frame the subsequent literary account of situations in which individuals become characters, enabling an aesthetic and political approach to collective and individual modes of inhabiting territories amidst ruptures and continuities inherent to transitions. It was written based on field notes taken by the authors and includes a final consideration on research through art.

Keywords: research-creation, narratives, transitions, conflicts, peace, queer.

Resumo: Este artigo faz parte dos trabalhos realizados em um programa de pesquisa e agenciamento social e artístico iniciado em 2018, com conclusão em 2023. O programa visa contribuir à construção de pazes mediante a geração e o fortalecimento de capacidades políticas e de criação em territórios feridos pelo confronto armado recente na Colômbia. É escrito de mãos dadas por duas pessoas cujas formações e experiências as levaram a trabalhar juntos em campos complementares: o estudo e agenciamento de pazes territoriais e a pesquisa-criação. No centro da concepção metodológica do processo, acha-se a pesquisa-ação, traduzida em ações cocriativas a partir das quais pesquisadores sociais e artistas de procedência acadêmica, em diálogo com integrantes de comunidades de seis territórios em três departamentos da Colômbia, desenharam e realizaram rotas de ação para a construção de pazes em contextos situados. A imersão das equipes de trabalho nos territórios, as conversas informais nas tardes e noites, bem como os percursos por locais carregados de histórias de conflitos e violências levadas a limites inimagináveis, atravessam subjetividades, provocam outros balanços nas emoções e constroem experiências estéticas que ultrapassam as formalidades das produções acadêmicas mais convencionais. Quiçá a semelhança dos ouroboros, o artigo coleta momentos presentes que são devorados por potências mais poderosas. De inicio, oferecem-se duas reflexões, necessárias para enquadrar o posterior registro literário de situações em que os sujeitos devêm personagens, o que permite uma aproximação estética e política dos modos coletivos e individuais de habitar os territórios em meio às rupturas e continuidades próprias das transições. Foi escrito a partir de notas de campo tiradas pelos autores e inclui uma consideração final sobre a pesquisa a partir da arte.

Palavras-chave: pesquisa-criação, narrativas, transições, conflitos, pazes, bichas.



Si en este rostro casi seco
siguen saltando lágrimas de alegría.
Si este corazón de piedra pómez
se deshace como pantano
la culpa es de ustedes
— Mario Hernán López Becerra

Introducción

Durante cuatro años, más de treinta integrantes de un proyecto de origen universitario hemos recorrido y habitado los centros poblados y las áreas rurales de seis municipios localizados en tres departamentos de Colombia: Chocó, Caldas y Sucre. El propósito del proyecto ha sido apoyar procesos de construcción de paces, así como la generación de capacidades políticas en regiones heridas por la confrontación armada reciente. Para ello, hemos trabajado de la mano de organizaciones, personas y comunidades que han resistido de muchas formas a las atrocidades de las violencias. En los trayectos recorridos en avión, camionetas, lanchas, buses, pangas, motocicletas y camperos, así como en las caminatas y en las conversaciones cotidianas entre integrantes del equipo con habitantes de los pueblos, ampliamos nuestra comprensión de las formas de vida local. Hablar con los pobladores y escuchar sus historias nos ha permitido entender mejor los mecanismos que operan en los orígenes y despliegues de los conflictos sociales y políticos; también ha hecho posible que podamos conocer directamente experiencias de resistencia y reexistencia, narradas en detalle por quienes han vivido la guerra en carne propia.

Al recorrer los caminos de lo que algunos denominan la Colombia profunda, la memoria y la sensibilidad se llenan de otros contenidos que los procedimientos académicos formales se resisten a registrar. En los territorios se conversa, se generan encuentros cotidianos y se crean confianzas, también se entablan diálogos formales para crear agendas de trabajo en común. Al final de la tarde, luego de las sesiones de trabajo, por las puertas y ventanas de los sentidos, van ingresando imágenes, frases leídas en los libros cargados en morrales, sonidos, sabores, palabras lanzadas al aire que dan cuenta de los propios pensamientos, así como pedazos de los contenidos de la cotidianidad de la gente que habita en medio de adversidades y violencias.

Este artículo es un mosaico de imágenes, emociones y voces recogidas en trayectos y caminos. Elaborado a la manera de piezas para una bitácora, presenta, en tono autobiográfico (autoetnografía hermenéutica lo llamarían los especialistas), situaciones que dan cuenta de pequeños paisajes de la memoria en los cuales los sujetos devienen personajes.

Luego de dos apartados de apertura: uno sobre el papel que pueden cumplir los proyectos sociales en las universidades y otro sobre los procesos transicionales en los lugares donde se llevan a cabo las acciones del proyecto Hilando Capacidades Políticas para las Transiciones en los Territorios, el artículo abre un espacio narrativo en el cual van apareciendo, con distintos paisajes de fondo, lugares y hechos de guerra y reexistencia, jóvenes indígenas que despliegan los potenciales de sus cuerpos con la danza, una voz de mujer en Condoto que da cuenta de la pobreza extrema, relatos de maricas de río y montaña, un homenaje a los zapatos gastados en los caminos recorridos y breves interpretaciones de las transiciones tamizadas por conversaciones que se dieron mientras se escalaba una montaña en alguna zona rural. El eventual lector o lectora encontrará trasescenas de la investigación-creación, cuyos contenidos se convierten en relatos omniscientes, en escritos en primera persona o en revelaciones poético-políticas.

Desde las palabras clave, en el artículo se emplea la palabra “marica” en su sentido resignificado. Se trata de la apropiación de un término de frecuente uso peyorativo para asumirlo como reivindicación, como posición política. Quitarles a los homófobos esta expresión y reconocerse en ella, asumiendo su acepción como ejercicio de identidad, deja sin poder a quienes la han utilizado para hacer uso de las violencias simbólicas y directas. Tampoco hacemos con ella un símil con la voz anglosajona gay, la cual, en su trasfondo de corrección política, deja por fuera a todos los marginados, excluidos, perseguidos, a los pobres, a los viejos, a los feos, a los afeminados. Gay es un eufemismo en el que la falsa tolerancia acoge solo a cierto segmento de la población marica, que, por lo general, es blanca, acomodada. En la ruralidad, en los territorios olvidados por Dios y por el Estado, en las comunidades afrodescendientes e indígenas, a la marginalidad y la exclusión por motivos étnicos y raciales se les solapan los señalamientos con la invisibilización de las corporeidades diversas, y de las orientaciones sexuales y de género disidentes.

Los textos que se presentan ofrecen interpretaciones de lo que acontece, así como fragmentos de historias que pueden ser definidas como escritos en movimiento, como narraciones fractales o como una literatura del instante, cuyo propósito, parafraseando a Badiou (2007), radica en proponer documentos existenciales en los cuales se expone un trozo de la subjetividad inscrita en mundos más anchos.

Narrar las verdades

Derrida (2002) dibuja la vida universitaria como pequeñas aristocracias intelectuales cuyo compromiso central consiste en decir públicamente la verdad: “Sin duda, el estatus y el devenir de la verdad, al igual que el valor de la verdad, dan lugar a discusiones infinitas” (10). Como se sabe, en algunos lugares de Colombia, decir verdades, interpretar los acontecimientos, compromete la integridad de las personas.

Para Derrida (2002), la universidad es uno de los últimos lugares de resistencia frente a los poderes hegemónicos. A su juicio, el compromiso académico de quienes se ocupan de estudiar y enseñar humanidades radica en hacerse cargo del proceso de crítica, de disidencia, de incomodar e interpelar, recurriendo para ello a las más variadas estrategias deconstructivas.

En América Latina, en el terreno de las ciencias sociales aplicadas a la generación de alternativas a los conflictos colectivos, ha habido una larga tradición de movimientos universitarios y críticas de procedencia académica que han buscado relacionar la tarea universitaria con las demandas políticas de la ciudadanía. Recientemente, en la búsqueda de mayor legitimidad, integrantes de las comunidades universitarias en el país se están lanzando al espacio público para trabajar en procesos colaborativos con organizaciones sociales y comunidades y, de esta manera, hacer parte de movilizaciones por la justicia social, la dignidad y la salida negociada a las confrontaciones armadas. En estas búsquedas, coinciden universidades públicas y privadas.

La imagen de sociedades y culturas observadas a través de las ventanas de cristal de los edificios universitarios suele ser la caricatura que representa las distancias entre los recintos académicos y el mundo comunitario. El proyecto Hilando Capacidades Políticas para las Transiciones en los Territorios1 ha sido una experiencia social, artística y política dirigida a romper las barreras que separan a las universidades de las comunidades. Mediante acciones de educación popular, atención psicosocial, fortalecimiento de organizaciones y trabajos artísticos y de creación con poblaciones diversas, el proyecto se ha orientado a la construcción de paces en regiones fuertemente afectadas por las confrontaciones armadas recientes y habitadas por personas que viven en condiciones de desigualdades lacerantes y grandes ausencias estatales, sustituidas estas últimas por poderes ejercidos a sangre y fuego por parte de actores armados ilegales.

Para estudiantes, profesores y profesionales de las ciencias sociales, así como para artistas y creadores vinculados al proyecto, compartir cotidianamente con poblaciones indígenas, con campesinos víctimas y organizaciones de mujeres, así como con integrantes de poblaciones diversas y juventudes, genera implicaciones profundas en las formas de comprender los conflictos, pensar las teorías sociales y los agenciamientos. Trabajar de la mano con hombres y mujeres que habitan en las orillas de los ríos o que viven en el frío de las montañas, y luego regresar a las aulas o a los talleres, convierte el relato y la vivencia directa en una experiencia situada que, desde el punto de vista de la generación de conocimiento, alimenta las categorías de análisis y las metodologías diseñadas por expertos en procesos comunitarios de creación e investigación.

Derrida (2002) define la “universidad sin condición” como “el derecho primordial a decirlo todo, aunque sea como ficción o experimentación del saber, y el derecho a decirlo públicamente, a publicarlo” (14). A partir de esta idea general, durante los días y las noches de viajes, de conversaciones y encuentros con personas que habitan en los municipios donde se realizan las acciones del proyecto, recogimos imágenes, registramos opiniones y elaboramos relatos que insinúan movimientos en espiral urdidos, anchos y complejos.

Rupturas y continuidades

Luego de la firma de los acuerdos de paz en 2016, la transición social y política del país derivó en distintos procesos territoriales; algunos de ellos se manifiestan en rupturas y otros en continuidades en materia de conflictos y violencias. Al examinar estas manifestaciones en los tres departamentos donde se realizan las acciones del proyecto Hilando Capacidades Políticas para las Transiciones en los Territorios, es posible reconocer las grandes diferencias en la búsqueda de paz social y política. En efecto, mientras en regiones como el Chocó continuó y se intensificó la confrontación armada, en otras zonas, como es el caso de los Montes de María, en tiempos recientes se ha puesto en evidencia la magnitud del control paramilitar del territorio. En un proceso transicional que inició antes de la firma de los acuerdos, el conflicto armado en el Eje Cafetero se redujo en la última década como resultado, entre otros factores, de la acción estatal y de las capacidades institucionales desplegadas en las dos últimas décadas (López Becerra 2013).

En el Chocó, en particular en los municipios de Riosucio y Bojayá, la actividad armada y las disputas por el control de recursos legales e ilegales ha aumentado en los últimos años. A pesar de la expectativa creada por los acuerdos firmados entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), los actores armados ilegales de diversa procedencia sostienen y multiplican las confrontaciones por el control territorial, en una región donde se entrelazan las ausencias estatales con violencias directas, estructurales y culturales. En pueblos del Bajo Atrato, los lugareños afirman que no hubo desmovilización de combatientes: “Lo que hubo fue un cambio de brazaletes”, suelen afirmar.

En la región de Montes de María, la transición ha estado marcada por el control territorial ejercido por parte de grupos paramilitares. Al iniciar 2022, en los municipios de Chalán y Ovejas, la magnitud del control se puso en evidencia con el paro armado impuesto por el Clan del Golfo. A través del paro y la criminalidad desatada, el paramilitarismo hizo una demostración de su capacidad de ocupación subnacional. Durante semanas, los habitantes de la región sufrieron un confinamiento impuesto, al mismo tiempo que en las redes sociales circularon imágenes de policías asesinados en distintas ciudades, como retaliación por la captura y extradición de Otoniel, entonces comandante paramilitar.

Para el caso del departamento de Caldas, luego de una confrontación armada cruenta e invisibilizada por las élites locales durante casi dos décadas (en un proceso no exento en la actualidad de riesgos y alertas sobre la activación de violencias asociadas al aumento de economías ilegales), las comunidades que habitan en las subregiones oriente y occidente buscan crear formas de convivencia y movilización que permitan realizar las acciones colectivas e institucionales necesarias para reconstruir el tejido social y activar capacidades políticas. Como ocurre en otras regiones del país, en Caldas la desactivación de la guerra no ha estado acompañada de un conjunto de políticas públicas suficientes y eficaces para impulsar el desarrollo humano.

Los dueños del mundo

Una delegación numerosa de líderes y lideresas sociales, de jóvenes pertenecientes a comunidades negras, de artistas, campesinas e indígenas de tres departamentos, así como hombres y mujeres que integran los equipos territoriales del programa Colombia Científica, fuimos llegando a Quibdó (ciudad ubicada a las orillas del río Atrato y capital del departamento del Chocó), los días previos a la última semana de octubre de 2022, para encontrarnos en una serie de eventos, entre ellos el IX Seminario de Educación Artística: “De legados: arte, verdad y futuros posibles” y el II Seminario Internacional Educación, Ciencia y Sociedad: “Experiencias y desafíos para la paz social y ambiental en los territorios”.

Tres días antes de iniciar los eventos, circuló por las redes sociales un panfleto amenazante adjudicado al Ejército de Liberación Nacional (ELN). El grupo exigía a la Universidad Tecnológica del Chocó (UTCH) (una institución pública, financiada con presupuestos estatales), sede del II Seminario Internacional Educación, Ciencia y Sociedad, realizar “una contribución para la guerra” de 50 millones de pesos. La amenaza advertía sobre el lanzamiento de artefactos explosivos a las instalaciones universitarias y la posibilidad de daños para las vidas humanas, “sobre los cuales no se harían responsables”. La comunidad universitaria, que no termina de acostumbrarse al miedo y a la zozobra sembrada por grupos armados de todo pelambre, dejó vacías las instalaciones.

“Esos son los dueños del mundo”, dijo Reinaldo Cuesta, becario y profesor de la UTCH, desde sus alturas de hombre corpulento, reflexivo y sensible. Con la voz gangosa que lo acompaña, Reinaldo describió en detalle la manera en que Los Mexicanos, el Clan del Golfo y Los Palmeños han provocado una guerra urbana por el control territorial. “Este año ya han asesinado a 160 jóvenes en los barrios contiguos a la Universidad Claretiana”, denunció dos días después un profesor de la Facultad de Derecho, en la inauguración del evento.

En una ciudad en la cual tres de cada cinco jóvenes se integran en organizaciones ilegales, “los dueños del mundo” es el nombre más triste que se le puede dar a quienes buscan crear una sociedad que apenas pueda distinguir entre la vida y el infierno.

Maricas de río

Natasha tomó el micrófono y, a capella, cantó a lo que le daba la voz: “¿Quién es ese hombre? que me mira y me desnuda…”, mientras una multitud de jovencitos colegiales le hacían coro y la animaban. No pudo continuar, quizá porque cantaba sin técnica alguna, pues en Riosucio, municipio del Bajo Atrato chocoano, no hay quien le enseñe; quizá porque la altura de Manizales no le ayudaba; quizá porque su voz se iba a quebrar en cualquier momento, conmovida hasta el alma porque se trataba de una mujer negra transgénero que estaba llenando el escenario del Teatro los Fundadores, y cumplía su sueño de ser la artista a quien aplaudían. Desde el escenario, Blanquita, una hermosura andrógina de rostro perfecto y género fluido, hacía evidentes esfuerzos para comprender lo que a ambas les estaba sucediendo. Blanquita permanecía sentada, acompañada de delegaciones de indígenas de las comunidades emberá-dobidá y wounaan con quienes comparten territorio, y con jóvenes de la subregión de los Montes de María sucreños. Todos trajeron sus cortometrajes a la Feria Internacional de Cine de Manizales (FICMA), llegaron con los colores de la alegría que no se han dejado arrebatar y trajeron sus paisajes, su música y lo que significa vivir sus vidas, en narrativas audiovisuales cocreadas con los investigadores del proyecto Hilando Capacidades Políticas para las Transiciones en los Territorios. Todos en ese momento eran Natasha. Ella intentó con dos o tres canciones más, con igual resultado. Sin embargo, el aplauso en cada oportunidad se escuchó fuerte y sincero. Al final, mi sobrina, quien estaba entre las adolescentes que habían invitado al evento, fue una de las tantas que subió a la tarima y posó en las fotografías que todos querían tomarse con Natasha y Blanquita. El reconocimiento. Eso se llevaron de nuevo al Chocó.

Elogio de los zapatos

Demócratas es una marca de zapatos fabricados en Brasil. Un par de ellos caminaron conmigo durante tres años por la zona bananera y los Montes de María, navegaron en panga por el río Atrato y andareguearon sin pausa por calles y montañas de Caldas.

No terminan su vida útil sin homenaje. En un congreso académico en Medellín, les hice un reconocimiento público: narré sus andanzas y desandanzas, di cuenta de sus cualidades para moverse en veredas y trochas cargadas de historias de guerra, también en calles de ciudades enmudecidas por las violencias. Hace apenas unos días un grupo de maestros y maestras rurales de Caldas los revisó con curiosidad cuando supieron de sus capacidades para caminar sobre tremedales y piedras húmedas.

La suela del zapato derecho colapsó en medio de un aguacero en Bogotá. Los demócratas cerraron su ciclo en la carrera 7 (con la discreción propia de un valor de uso) frente al Teatro Jorge Eliécer Gaitán; los guardo como un recuerdo futuro de los caminos recorridos.

Fuerza ancestral

La crisis del modelo civilizatorio de Occidente es una cuestión central de las reflexiones en las ciencias humanas y sociales. En los tiempos que corren, al gran daño ambiental global se agregan la pobreza material creciente, las desigualdades sociales y la precarización existencial propia de las sociedades de consumo. El mundo cruje.

En el caso de las comunidades indígenas, la invocación de una transformación en la piel cultural está en el centro de las conexiones con los orígenes, en el contenido de los rituales y las prácticas cotidianas de las comunidades emberá-chamí en el resguardo de San Lorenzo (Riosucio, Caldas). Ante el ahogo civilizatorio, veinticinco jóvenes del resguardo acuden a tradiciones, juntanzas y rituales para emprender luchas de resistencia cultural y espiritual; con ellas abren caminos que señalan rutas simbólicas y políticas útiles para transformar las codicias del capital y las mezquindades del poder hegemónico imperante.

En un pequeño territorio que conserva en sus paredes las huellas de la guerra reciente, jóvenes indígenas del resguardo de San Lorenzo y artistas provenientes de las academias vinculadas al proyecto Hilando Capacidades Políticas para las Transiciones en los Territorios apelan a su fuerza espiritual, al misterio de los rituales y a la gracia natural de sus cuerpos para extender un hilo que se hace tejido con la fuerza ancestral de la danza.

Maricas de montaña

El argentino me esperaba en la recepción del hotel. Estaba invitado expresamente a participar en un encuentro con los jóvenes del Resguardo de San Lorenzo, uno de los cuatro resguardos de Riosucio (Caldas). Rodeamos la cuadra y subimos al cuarto piso del hotel donde los chicos se estaban hospedando. El joven era un activista ambiental invitado al seminario internacional que realizamos en Quibdó. Sudaba copiosamente por la humedad con la que el río Atrato envuelve los días y las noches quibdoseñas, pero eso no le quitaba el halo de frescura con el que se envolvía. De entrada, recibió el rapé sin hacer preguntas. Cristian, el médico tradicional, nos acogió en la armonización con su habitual gesto, siempre respetuoso de sus tradiciones, pero dispuesto a compartir. Rodaron el tabaco, la chicha y el itúa. El argentinito ya estaba sentado en el piso, descalzo y conectado con el momento. Lo llevé como carnada. Ya varios de los chicos del resguardo, a quienes conocí en un diplomado y que luego tuve la oportunidad de dirigir en una obra de teatro a la que bautizamos Fuerza ancestral, no le quitaban los ojos de encima y trataban de hacerse notar. Yo quería hablar con ellos de algo que me daba vueltas desde que los conocí. Los emberá-chamíes, que en su dialecto quiere decir “gente de montaña”, evaden el asunto… saben que en su comunidad hay chicos homosexuales, pero de eso no se habla. Lo mismo ocurre con otras comunidades emberaes de las selvas del Pacífico, y habitantes de las cuencas del Atrato o del río Sinú, como los emberá-dobidas y los katíos. Los llamé aparte y les propuse que hiciéramos una obra en la cual ellos pudieran expresar lo que son. Allí estábamos, a solo unos metros del malecón. Éramos un docente universitario proveniente de Manizales y tres muchachos de Riosucio (Caldas) conspirando arte. El argentino, del otro lado de la terraza, nos sonrió, pues no dejábamos de mirarlo. Luego de esa sonrisa, en coro, los chicos del resguardo me dijeron: “Hagámoslo”. Nos abrazamos y sellamos un pacto de maricas de montaña ganosos de churrasco.

Violeta en Condoto

Tiene 22 años, estudia Trabajo Social y realiza el semestre de práctica académica en alguna dependencia de la Alcaldía Municipal de Condoto (Chocó). Violeta cuenta historias tristes con talento de narradora. Haciendo pausas para pensar, exhibe sus ojos grandes y brillantes, y comparte detalles de la vida dura en el pueblo. A su lado, las compañeras y amigas de Kelly y Maritza la escuchan en silencio, probablemente sorprendidas por las palabras con las cuales describe cada detalle de la vida dura para los niños de Condoto.

“Al lado de mi casa, los niños salen en las noches a robar plátanos para poder comer”, dijo. Y luego habló de corrido sobre las diferencias entre la política y la politiquería, dos males menores en un pueblo atrapado en las disputas a muerte entre guerrilleros y paramilitares por el control de las economías de guerra.

A la memoria del muerto

“El cadáver estaba a la orilla de la carretera, arrojado en una cuneta unos kilómetros adelante de Bajirá”, les dije primero al padre Álvaro y un rato después a la personera del municipio de Riosucio (Chocó).

“¿Y no lo vio nadie más?”, preguntó el padre Álvaro, introduciendo una duda en el relato. “Uno puede ver muchas cosas por miedo”, sentenció.

“No he tenido ningún reporte. ¿Será que usted venía asustado?”, respondió más tarde en su oficina la personera del municipio. Ante la duda, me puse a revisar en la memoria la cara del difunto, las barbas del muerto, los brazos estirados del cadáver arrastrado, los parches oscuros en su cuerpo, las hipótesis sobre su origen y destino elaboradas en el resto del viaje.

“Desde hace días, desde cuando capturaron al comandante Otoniel, todos estamos temerosos y a la espera de que algo suceda”, susurró la funcionaria dando a entender la mala hora de la noticia mientras dejaba caer la mirada sobre el escritorio vacío.

Maricas de colinas y tierras bajas

Desde uno de los balcones de la Escuela Popular El Bonche (Chalán, Sucre), pudimos seguir la procesión de la Virgen del Carmen, sin involucrarnos mucho. El día anterior, al recorrer el pueblo, fuimos a un rancho solitario al que los lugareños llaman la Casa de Muñecas, en alusión a que en él habitan las maricas del pueblo. Se encontraban departiendo alegremente, mientras adornaban la imagen de una virgen de yeso para el acto religioso. El cuadro resulta algo paradójico, pues la extrema devoción que dedican a la tarea contrasta con sus habituales prácticas de adivinación, santería y otras supersticiones. Pese a que esto último se trata de un secreto a voces, desde la parroquia no dejan de encomendarles tal labor. En este pueblo, el buen gusto se destaca más en las locas arrebatadas de prácticas non sancta que en las beatas. Las maricas del pueblo se organizaron bajo una figura jurídica, consiguieron una casa en la acera contigua a El Bonche, adornaron su fachada con murales y la llamaron Corporación Casa de Colores. Que una organización de esta naturaleza haya nacido en la subregión sucreña de los Montes de María es toda una hazaña. Han luchado contra la homofobia y todo tipo de discriminación, además de cargar con el pecado de ser maricas, de ser pobres, de no tener oportunidades. Su proceso creativo con el proyecto Hilando Capacidades Políticas para las Transiciones en los Territorios se vio truncado varias veces; primero, por las amenazas de los grupos armados dirigidas contra la comunidad LGTBIQ+ (lesbiana, gay, trans, bisexual, intersexual y queer), las cuales provocaron que se decidiera la salida del territorio del investigador en artes que los acompañaba en el proceso y que era experto en la creación artística con esta comunidad y miembro, y luego por problemas variopintos en su organización. No pudieron viajar a Quibdó con la obra Vistiendo santos de colores para participar en el Seminario Internacional de Educación Artística, tampoco asistir al Encuentro Internacional de Performance en Manizales, y la promesa de transformar su propuesta en un cortometraje para participar en la Feria de Cine de Manizales parece diluirse de nuevo. ¿Será que las malas energías del sincretismo ritual que han practicado les han pasado factura? ¿O fueron tantos rumores los que las dividieron? Este también es un resultado de investigación sobre el que tenemos que hacernos preguntas y que deja sueños maltrechos, mutilados, como quedaron también los cuerpos después de la explosión del tristemente célebre burro-bomba por el que es recordado Chalán.

Pueblo chico, infierno grande. El recuerdo del sonido de la procesión desde el balcón, con ecos desacompasados de letanías y cantos desafinados entonados por el cura del pueblo con su voz gangosa a través del megáfono, se entremezcla hoy con rumores de todo tipo. En el pueblo, no se dejaba de hablar de lo que decían propios y extraños sobre lo que sucedía en la Casa de Muñecas y luego en la Casa de Colores: que el consumo, que el expendio, que las orgías, que el puteo. Lo que sí se puteó fue el proceso, ante tanta orfandad y tanto chisme.

Encimadas

Omaira vive en el corregimiento de Encimadas y nunca ha caminado más allá de los límites del municipio de Samaná (Caldas). Durante un recorrido de 10 horas por los bordes de la selva de Florencia, Omaira contó a los caminantes historias de su vida campesina y del conflicto armado que aterrorizó a los habitantes de la región.

“Primero llegó la guerrilla, los paramilitares pasaron por aquí, pero la guerra fue de la guerrilla contra el ejército”, dijo.

“Un día la comunidad le pidió a la guerrilla que no desapareciera los cadáveres, ellos aceptaron, los siguieron dejando en la carretera para poderlos recoger y enterrar”, contó, mientras señalaba con sus manos campesinas los lugares de Caldas donde ocurrieron los mayores desastres de la guerra reciente.

¿Es posible cocinar las ideas?

Imaginemos una acción performativa. Mujeres de un municipio de los Montes de María, Ovejas, por ejemplo. Entra usted en un espacio cerrado. Afuera hace frío porque es temporada de lluvias, y está en Manizales. Es el Festival de la Imagen, y es un privilegio estar allí. Dentro lo espera la penumbra. Usted distingue inicialmente que el espacio es cuadrado, y que en las cuatro paredes hay proyecciones de dibujos un tanto primitivistas. Además de estar más cálido el interior del recinto, se entremezclan aromas. Huele preponderantemente a ajo, y luego hay otros olores, medio dulzones, medio agrestes, pero usted no logra identificarlos porque el ajo lo ha invadido todo. Se cierra la puerta. Sus ojos se acostumbran un poco y logra distinguir que, frente a cada proyección de cada una de las cuatro paredes, hay mujeres vestidas de blanco que parecen mimetizarse entre los dibujos que representan calderos, ingredientes de cocina, caminos que son más bien barrizales, y una que otra alusión a la violencia asociada al conflicto armado. Imagine ahora que distingue a las mujeres porque bailan, se mueven hacia usted y le ofrecen macerados de cosas que usted puede oler y probar.

Imagine que lo invitan, además, a que con estas pastas se unte su rostro; entonces, usted se pinta con el amarillo intenso del achote, el rojo oscuro de la remolacha hecha papilla y el aromático buqué del pimentón pelado en fogón de leña. Por supuesto, usted no se da cuenta de que tiene el rostro pintado sino hasta que la experiencia termina; pero volvamos al interior del recinto. Suponga que esas mujeres cantan, bailan alrededor suyo, se confunden con el público, le cuentan cosas al oído, invitan a los asistentes a liberar a una de las mujeres que está sentada y tiene un pie enyesado; le quitan su peso, la invisten y la desvisten de su pesada carga. Luego, usted sale de allí y se devuelve para conocer a esas mujeres.

Ve una matrona grande y fornida de nombre Otilia, le da las gracias, y se dispone a marcharse. No puede. Entabla una conversación con ella, y de sus palabras teje otros significados, se pregunta otras cosas… se da cuenta de que es posible cernir los sueños para que no se le cuele el miedo, que es mejor que después del primer hervor reserve en un recipiente limpio lo que le queda de esperanza, que hay que cortar de tajo tanto el ñame como el patriarcado, que hay que meter muchas manos a la mezcla para que tengan sazón los nuevos significados del cuidado, que hay que cantar mientras se alcanza el primer hervor del potaje de la sororidad. Luego usted se va, y cree que cocinar es lo más parecido al arte de la vida.

Entre ojos

En el corregimiento de San Diego (Samaná, Caldas), los campesinos cuentan en detalle y facilidad historias del tiempo de la guerra. A pesar de la tragedia vivida durante una década y media, la memoria y la imaginación agregan notas de humor en los relatos.

Karina, comandante del Frente 47 de las FARC-EP, había perdido el ojo izquierdo en un combate y es personaje central de las historias. Cuentan los campesinos que en su paso por el pueblo ella echaba al vuelo discursos desde la terraza del hotel frente al parque, y soltaba madrazos estruendosos acompañados de ráfagas de fusil cuando nadie respondía al grito de “¡vivan las FARC!”.

“Profes”, dijo una mujer campesina inteligente y cargada de buen humor, “cómo les parece que los comandantes guerrillo y paraco de la región estaban tuertos; cuentan que ellos hablaban por teléfono, se echaban la madre, se amenazaban de muerte, se trataban de tuerto hijueputa y luego hacían grandes negocios con cultivos, procesamientos y comercios de coca”.

La mano de Diego Armando

A las seis en punto de la mañana inició el recorrido la buseta colorida de Rápido Tolima que nos transportaría desde el municipio de La Dorada hasta el corregimiento de San Diego. Una hora y diez minutos después, cuando nos acercábamos a la bifurcación que separa las rutas entre el río La Miel y el centro urbano del municipio vecino de Norcasia, un golpe fuerte en el pecho con la mano derecha de Diego Armando, el asistente administrativo del proyecto, me sacó de un sueño malsano; el gesto oportuno de Diego protegió mi cuerpo de un impacto inevitable: al salir de una curva, se rompió la dirección y el carro fue a dar contra un barranco. Un par de pasajeros sufrieron heridas en el rostro. “Nos salvamos de echarnos a rodar por un voladero”, dijo Diego mientras señalaba la forma desbocada de la montaña unos metros más adelante.

El conductor de la buseta y su ayudante improvisaron una solución a martillo y cincel; los pasajeros mirábamos la escena con ojos incrédulos. Con una mezcla de ingenuidad y estupidez, subimos de nuevo al viejo vehículo que nos llevaría al municipio más cercano. Tres horas después llegamos al destino final apretujados en un mototaxi.

Al enterarse del suceso, el profesor David Osorio, pérfido o canalla, advirtió que esa historia podría hacer parte de un libro de sucesos hilarantes en trabajos de campo; el título es perfecto para la ocasión: “El antropólogo inocente”.

¿Qué le queda a la guerra si no le damos nada?

El malecón, justo al costado de la catedral. El Atrato de fondo, unas cuantas pangas y balsas cargadas de plátano y de gente. Cada una de las letras del nombre propio de Quibdó, pintadas de vivos colores; y en el contorno de sus formas, niños y niñas que pegan sus cuerpos para adornar cada grafema con sus pieles tostadas. Tres mujeres les dan la espalda al caudaloso río y a los curiosos niños, pero miran de frente al público, el mismo que ha abandonado las gradas de la carrera 1 para acercarse a ver la obra de teatro. Son tres mujeres que provienen de Atrato abajo, de Riosucio. Una es negra, otra es indígena y otra mestiza. Están vestidas de manera tradicional. Cantan y hablan, se contorsionan y juegan con sus manos, con el agua que traen en poncheras y con la que lavan la ropa y la loza de la utilería. Atrapan a todos, incluso a los que pasan, y los obligan a quedarse. Usan varias metáforas, sobre todo la de las manos: aquellas que se alzan, las que se empuñan, las que acarician, las que prodigan cuidado, las que acogen, las que alientan con un gesto, las que están callosas, doloridas y torcidas. Son manos de muchas mujeres, que pertenecen a nombres de mujeres que habitan el territorio; de las hermanas, las tías, las abuelas, las amigas de las actrices. Todos esos nombres se enuncian a manera de homenaje, todos esos nombres estiran las manos para tocar al público. Y el público se conmueve, incluso, llora. Suena como cierre una canción de Marta Gómez, la misma que entonó la joven indígena en emberá al inicio de la obra. El público espera, no se va al final, sino que espera; así como se quedaron cuando a la mitad de la obra comenzó a llover, y tuvieron que llevarse el parlante por el cual iba a sonar la música porque era prestado. Lo que sí era propio eran las palabras que las actrices pronunciaron. Un dramaturgo las tejió luego de reunirse con ellas varias veces por videollamada desde Manizales. Los cuatro llegaron a un acuerdo: que la canción que le daría nombre a la obra sería la tarea de todos ellos en adelante

Manos de paz

En Colombia todo se superpone, todo acontece en el mismo momento y sin respiro. La banda sonora de la historia del país es al mismo tiempo una larga festividad y una batahola, una explosión colectiva de alegría en la mañana y de tristeza al final del día. Los sonidos de las violencias han sido un fondo musical enquistado en la historia de nuestras emociones que ahora se interpreta con marcado acento territorial.

Conocemos, por las artes y la vida cotidiana, que Colombia es un país exagerado, con características de temperamento sanguíneo, idóneo para alimentar alegrías y celebrar caudillismos. También sabemos que se trata de un país productor de innumerables iniciativas y acciones de paz. Esculcando en los versos del poeta Gonzalo Arango (2020), se encuentra la invitación a realizar una revolución acompañada de un compás marcado por las manos de millones de víctimas:



Una mano
más una mano
no son dos manos
son manos unidas
une tu mano
a nuestras manos
para que Colombia no esté
en pocas manos
sino en todas las manos.

Maestros hasta los huesos

A la derecha, en una fotografía tomada por la antropóloga Juliana Jaramillo, se puede observar a una mujer joven, funcionaria de la Alcaldía Municipal de Istmina. En la fotografía, aparecen otros participantes del taller sobre políticas públicas para la paz, al que fuimos invitados por el profesor Carlos Arturo Gallego Marín.

En un momento, la mujer a la derecha de Juliana contó historias de maestros y maestras de las zonas rurales de Istmina que son desplazados por las violencias: “Cuando los maestros llegan al centro poblado con sus comunidades, los niños y las niñas siguen reuniéndose con ellos para recibir las clases; las maestras van hasta los albergues y llevan las guías para seguir enseñando”.

Niños y niñas se reúnen en el lugar de acogida para seguir recibiendo la educación más esperanzada del mundo.

Los violentos se llevaron hasta los muros

Los esténciles estaban listos. Viajaron desde Bojayá hasta Quibdó para plasmar en los muros de la UTCH los rostros de las cantadoras de Pogue, mujeres que hacían presencia en la capital del Chocó gracias al evento académico que por esos días se llevaba a cabo. Las cantadoras se hicieron a un gran reconocimiento gracias a que fueron invitadas a cantar en el acto de la firma de los acuerdos de paz de La Habana. Sus voces recias fueron transformando sus tradicionales cantos fúnebres a capella en cantos a la vida, a la paz, a la justicia, a la no repetición de hechos tan cruentos como los que les arrebataron a los suyos. En Bella Vista, un pueblo reconstruido Atrato arriba de lo que fue el Bojayá que todo el país recuerda por la muerte sin sentido de decenas de personas que, para huir del fuego cruzado, se refugiaron en la iglesia. El antiguo pueblo está en ruinas y en él permanecen en pie unos cuantos muros. Allí, los sobrevivientes tienen en la nueva iglesia a un Cristo mutilado, y un centro conmemorativo para recordar a sus seres queridos muertos por un cilindro-bomba. También tienen ahora un muro pintado con los rostros de estas mujeres hacedoras de paz. En Quibdó, no hallamos muros. No fue posible replicar el mural en la UTCH, porque por esos días el ELN la estaba extorsionando. Se nos ocurrió que el piso del extenso malecón podía suplir la necesidad de espacio, pero no contábamos con los permisos necesarios. La Universidad Claretiana nos había acogido para realizar el evento, pero no había permisos ni muros disponibles para plasmar los rostros de las cantadoras. Ellas estaban presentes, sus voces habían retumbado en el recinto del auditorio como parte de la programación, pero la mayoría de los asistentes no conocíamos los alcances de la experiencia del mural en Bojayá. Ya que los esténciles viajaron en vano, la única alternativa posible fue utilizar los registros y los testimonios de las mujeres en un pequeño e improvisado documental. El equipo de artes y comunicaciones de Bojayá trasnochó lo que pudo para rescatar el material audiovisual inédito que hizo posible conocer la experiencia. Son las peripecias de la creación artística, y como acto de creatividad y búsqueda de soluciones, fue pertinente y necesario; pero, sobre todo, fue significativo para las cantadoras. No en vano improvisaron un extenso canto de agradecimiento a cada miembro del equipo del proyecto Hilando Capacidades Políticas para las Transiciones en los Territorios. “Los vamos a extrañar”, repicaba el estribillo hasta el cansancio. Sus cantos quedaron impresos en los muros del auditorio de la Universidad Claretiana, sin más color que el de sus voces negras.

El libro como fetiche

En algunos municipios del Chocó, se encuentran pequeñas bibliotecas con diseños arquitectónicos cómodos y coloridos, dotadas de buena literatura internacional y con colecciones de autores colombianos reconocidos.

En municipios como Condoto, Bojayá o Riosucio, gracias a donaciones internacionales y a pequeñas inversiones públicas, los lectores pueden encontrar libros de narradores consagrados internacionalmente, como Paul Auster, Haruki Murakami o Julian Barnes; también es posible hallar ensayos sociológicos de alta calidad académica sobre Colombia o relatos de música ligera con homenajes a Nino Bravo, escritos por Octavio Escobar Giraldo.

A pesar de ser nuevas, las colecciones están maltratadas por la humedad y el descuido; los libros reposan en las estanterías, olvidados por la inapetencia lectora. “¿La gente lee literatura?”, pregunté con candor al encargado de la biblioteca. “Usted sabe cómo es aquí”, respondió sin prestar mayor interés a la pregunta.

Guayacanal: historia de un territorio

A propósito de libros, en un relato de tono autobiográfico titulado Guayacanal, el poeta y ensayista William Ospina (2019) narra la configuración ambiental, social, cultural y política de un territorio que lo vincula de manera familiar y personal, donde se llevan a cabo acciones del proyecto Hilando Capacidades Políticas para las Transiciones en los Territorios. Ospina es oriundo de Padua (Tolima), un pueblo frío de montaña, ubicado en la vía hacia el oriente de Caldas.

Las historias, contadas en primera persona, recorren buena parte de la extensión geográfica e histórica de lo que ahora es la jurisdicción del departamento de Caldas, en conexión con el departamento del Tolima. Los paisajes culturales, los conflictos y las violencias, las vidas privadas inocentes o mezquinas mueven una novela que lleva de la mano al lector a la hora de explorar los detalles de las fotografías que acompañan la narración.

Al leer Guayacanal, sentado en un banco del parque del corregimiento de Encimadas (Samaná), el relato va convirtiéndose en la trasescena remota de los acontecimientos que ahora hacen parte de la memoria de los pobladores.

Currusio en Bojayá

Currusio nació en Medellín y lo compró un habitante de Bojayá, a quien llaman Sobao, por la escandalosa cifra de 120 000 pesos. Dice Sobao que pagó esa fortuna por un felino gris y blanco, de ojos amarillos, de los mismos que regalan con facilidad en las casas campesinas del interior del país para cazar ratas y espantar alimañas. “Una moto mató el gato que tenía y compré este en Medellín”, dijo mientras atendía a un concejal malhumorado que esperaba con evidente ansiedad la panga para viajar de Bojayá hasta Quibdó.

Sobao vende cupos para viajar en las lanchas que suben y bajan por el Atrato. Desde la ventana de su oficina, improvisada en una casa vieja hecha con tablas verticales, hace cuentas del tiempo que durará el viaje hasta la capital del Chocó. Como casi todos los lugareños, usa chanclas de plástico, pantalón corto y una camiseta que no logra cubrir su descomunal barriga.

Currusio está en la etapa de gato osado y juguetón. Sus ojos brillantes con ranura de alcancía parecen mirar al concejal malhumorado que ahora se ocupa de observar el río. Sin medir consecuencias, salta y trepa con sus uñas de alfiler por una pierna morena del político que lo recordaría sin pausa durante todo el viaje.

Elegía a Desquite

En la ruta hacia Samaná, al cruzar el valle y ascender las montañas por el municipio de Victoria (Caldas), los lugareños hablan de la masacre ocurrida en la vía que de este municipio comunica con Marquetalia y en la que fueron asesinadas más de 40 personas por órdenes del bandolero liberal José William Ángel Aranguren, conocido como el capitán Desquite. La masacre ocurrió el 5 de agosto de 1963.

Con la imagen del cadáver fresco del capitán Desquite, perforado por ocho balas disparadas por el Ejército el 17 de marzo de 1964, el poeta nadaísta Gonzalo Arango (2020) escribió una elegía que da cuenta de la espiral de violencias en Colombia y de las motivaciones de los pistoleros para “pensar en términos de sangre”.

Cincuenta y siete años después de la muerte de Desquite, el profeta Gonzalo deja una frase en su lápida para que le sea leída en voz alta a las barras bravas de las tribunas a la derecha e izquierda de la guerra: “Yo pregunto sobre su tumba cavada en las montañas: ¿no habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?”.

Libros en el morral

Algunos pasajes de la novela Cada oscura tumba, de Octavio Escobar Giraldo (2022), dan vueltas y vueltas en la cabeza por la imposibilidad de discernir, como lector militante, entre lo real y lo ficticio, entre lo que se escucha en las historias que cuentan los pobladores de Montes de María, de Caldas y el Chocó, y lo narrado por el escritor caldense.

Con gran cuidado político y estético en el tratamiento de un asunto tan aterrador como los falsos positivos, este autor pone sobre la mesa dilemas morales que se tramitan con la muerte o el altruismo.

Escobar Giraldo ha logrado escribir una novela capaz de poner en evidencia que el odio no es ajeno, que somos, al mismo tiempo, lo sublime y lo canalla, y en ello consiste toda biografía posible. Como en alguna frase adjudicada a Oscar Wilde, los personajes de Cada oscura tumba recuerdan que todo santo tiene un pasado y todo pecador un futuro.

El desgano de la guerra

En 2005, el artista bogotano Miguel Ángel Rojas presentó El David, una serie fotográfica de cuerpos atléticos, bellos, mutilados por minas antipersonales. La imagen de El David corresponde a un joven campesino caldense: una mina le arrancó una pierna, en algún paraje del Tolima.

En 2018, un exsoldado profesional del Ejército, también mutilado en la guerra, publicó un conjunto de crónicas de jóvenes campesinos empobrecidos (en algunos casos desplazados por las violencias) que se convirtieron en soldados profesionales. En las crónicas recogidas bajo el título Sí hay vida después de la guerra: Memorias de soldados mutilados por minas antipersonales, el autor va narrando cada detalle con oficio de periodista y convicción de hombre desganado de la guerra. En sus palabras, el interés en la escritura es contribuir “para no olvidar lo que pasó aquí, con el propósito de no repetir estos sucesos que han marcado la vida de estas y muchas otras personas”.

La casa de la memoria a cuestas

Así como el caracol, que lleva su casa a cuestas, así se carga el recuerdo, así se arrastran las penas. A diferencia del caracol, que moriría si deja su caparazón, para los seres humanos es posible cambiar las cargas. Los Custodios de la Memoria, organización del Resguardo de Origen Colonial Cañamomo y Lomaprieta, cargó con sus chécheres hasta Quibdó para poner en escena una obra de teatro del mismo nombre. El trasteo tiene el peso de la memoria que ellas y ellos han recogido con sus manos. En cada elemento objetual, hay una carga que los conecta con su territorio, con sus costumbres, pero también con las heridas que llevan a cuestas. La maqueta de una casa hecha con tubos de PVC es el contenedor espacial para la obra. Por ella transitan los personajes de la misma manera en que transitan el espacio donde suelen reunirse como organización comunitaria. La obra es una síntesis de sus luchas de resistencia. Entre tantos ires y venires de los personajes al interior de la casa sin muros, en ocasiones quienes actúan suelen perderse, olvidar sus entradas y salidas. La metáfora de la casa cobra todo el sentido una vez termina la obra. Los creadores alientan al público a subir al escenario, y es entonces cuando sucede la magia. Uno como espectador puede ahora entrar en la casa, atravesar sus dinteles, aventurarse a caminar el pequeño recuadro, ver de cerca los objetos de memoria y, sobre todo, habitar con ellos por un instante el espacio simbólico de la resistencia al olvido. Eso es más poderoso que si hubiera un telón pintado. La casa de PVC, aunque aparatosa, cumple su cometido, porque al final de la obra se puede invitar a transitar sus vericuetos, y es posible abrazar a quienes le han dado sentido. Ese día, en el auditorio de la Universidad Claretiana, en su pequeña planta, cupimos todos.

Nota final: investigar desde el arte

Llevé mi ponencia, como coordinador de Artes, Cultura y Comunicaciones, ante un grupo de investigadores de Colombia Científica y del Instituto de Paz de la Universidad de Granada (España). Como suele suceder, 10 minutos no fueron suficientes para compartir la experiencia de investigación-creación, mucho menos para ampliar con suficiencia los procesos detrás de las 18 obras artísticas coconstruidas con las comunidades, y de recoger el grueso volumen de aprendizajes de todos los participantes. Logré romper un poco el protocolo y extender la presentación gracias a la complicidad del director científico, quien en tono de orgullo pidió que pusiera a rodar uno de los productos audiovisuales: una animación en lengua emberá sobre los orígenes creacionales de la tradición de la kipara, pintura corporal hecha con el fruto de la jagua.

Traté de recoger las imágenes mejor logradas y más representativas de las obras de teatro, de las acciones performativas, de las instalaciones plásticas, de los ejercicios muralísticos, de la producción videográfica. Poco tiempo y un leve acartonamiento académico. Escribir es la oportunidad de compartir otras imágenes que tengo en la memoria, las que no quedaron en audios, en videos o en fotografías. Son vivencias que me han quedado del encuentro con las comunidades del Chocó, Sucre y Caldas, y que se pueden narrar al desenmarañar los mecanismos que entorpecen la memoria, y que terminan ficcionando la realidad al pasarse por tantos filtros. Narrativas que, al fin y al cabo, dan cuenta de otra dimensión de lo que nos sucede a los que investigamos desde el arte en los contextos sociales y comunitarios, que muestran nuestras reflexiones, nuestras transformaciones y nuestros aprendizajes y a los que regularmente no se les da el valor de hallazgos porque se encuentran por fuera del marco metodológico, pero que bien valen la pena, pues son lo que nos sucede, lo que nos atraviesa, lo que no se puede olvidar. Estas experiencias emergen en los diferentes contextos a manera de subtexto que, regularmente, no va en los informes, ni se escribe en los artículos científicos. En tanto la comunidad académica se aventura a dar valor a estos registros de la memoria, vamos a apostarle a desempolvar estos recuerdos en aras de comprender la fuerza que tiene el encuentro con otros cuerpos, con otras sensibilidades, con otras formas de ser y estar en el mundo.

Como conclusiones de esta experiencia, se puede afirmar que el apoyo de los investigadores de campo del área social fue decisivo para los logros obtenidos, gracias a la comprensión que ellos alcanzaron de las dinámicas propias de la creación artística en el contexto social y comunitario. El accionar de estos profesionales fortaleció la lectura de las realidades del territorio para los profesionales de artes y comunicaciones. Los productos de creación se constituyen en producto de conocimiento, en el que el proceso creativo ha permitido reconocer las posibilidades de construcción de empoderamientos pacifistas.

La creación de obras efímeras y procesuales, en diversos lenguajes y plataformas, es hoy una memoria viva de los esfuerzos del proyecto en los distintos territorios donde hace presencia; se constituye en parte de un legado que el proyecto deja para las comunidades y organizaciones, en un proceso que les ha devuelto la voz y la esperanza, y les ha permitido sanar las historias personales y la memoria colectiva, al poder narrarse y narrar su territorio en clave de alegría. ¿Qué se narra? Las luchas y resistencias, los empoderamientos pacifistas, las experiencias de construcción de paces, la reexistencia; pero también la cotidianidad, la relación de las comunidades con la naturaleza, las artes y los oficios tradicionales, entre tantas otras cosas que en estos territorios hacen parte de seguir adelante pese a todo.

El equipo territorial de Samaná (Caldas) realizó enormes esfuerzos, pues, siendo los últimos en conformar el equipo de artes y comunicaciones, asumieron la responsabilidad de la producción artística, pese a que estaba por fuera de su campo de formación y experticia.

REFERENCIAS

Arango, Gonzalo. 2020. Elegía a Desquite. Bogotá: Instituto Distrital de Artes.

Badiou, Alain. 2007. Justicia, filosofía y literatura. Rosario: Homo Sapiens.

Derrida, Jacques. 2002. Universidad sin condición. Madrid: Trotta.

Escobar Giraldo, Octavio. 2022. Cada oscura tumba. Bogotá: Planeta.

López Becerra, Mario Hernán. 2013. “Concepciones y enfoques de políticas públicas para transformar la crisis cafetera en el departamento de Caldas —Colombia— como parte de una agenda para la paz positiva e imperfecta”. Tesis de doctorado, Universidad de Granada. https://digibug.ugr.es/bitstream/handle/10481/30791/21946541.pdf?sequence=1

Mata Daza, Dagoberto. 2018. Sí hay vida después de la guerra: Memorias de soldados mutilados por minas antipersonales. Bogotá: Universidad del Rosario.

Ospina, William. 2019. Guayacanal. Bogotá: Penguin Random House.

Notas

* Artículo de investigación. El artículo hace parte de los resultados del trabajo desarrollado en el programa de investigación Reconstrucción del Tejido Social en Zonas de Posconflicto en Colombia, código SIGP: 57579. En particular, ha sido elaborado como parte del proyecto de investigación Hilando Capacidades Políticas para las Transiciones en los Territorios, código SIGP: 57729. Y ha sido financiado dentro de la convocatoria Colombia Científica, contrato n.º FP44842213-2018.

1. El proyecto Hilando Capacidades Políticas para las Transiciones en los Territorios hace parte de un programa de investigación y de trabajo comunitario para la paces que se lleva a cabo desde 2018. El programa Reconstrucción de Tejido Social en Zonas de Posconflicto se desarrolla por una alianza de universidades colombianas e internacionales, con el apoyo del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MinCiencias).

Notas de autor

** Administrador de empresas por la Universidad Nacional de Colombia, magíster en Gestión Ambiental para el Desarrollo Sostenible por la Pontificia Universidad Javeriana y doctor en Paz, Conflictos y Democracia por la Universidad de Granada. Profesor del Departamento de Economía y Administración de la Universidad de Caldas, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Investigador principal del programa Colombia Científica.

*** Licenciado en Artes Escénicas con énfasis en Teatro por la Universidad de Caldas, magíster en Educación por el Tecnológico de Monterrey y doctorando en Pensamiento Complejo de Multiversidad Edgar Morin. Profesor del Departamento de Artes Escénicas de la Universidad de Caldas. Coordinador del equipo Arte, Cultura y Comunicaciones del Proyecto Hilando Capacidades Políticas para las Transiciones en los Territorios.

Información adicional

CÓMO CITAR: López Becerra, Mario Hernán y Carlos Alberto Molano Monsalve. 2023. “Paisajes de la memoria al final de la tarde”. Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas 18 (2):122-141. https://doi10.11144/javeriana.mavae18-2.pmft

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