Simbiosis afectiva: laboratorios de creación en medio de una pandemia*

Affective symbiosis: creative laboratories in the middle of a pandemic

Simbiose afetiva: laboratórios de criação em meio à pandemia

Andrea Ospina Santamaría

Simbiosis afectiva: laboratorios de creación en medio de una pandemia*

Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas, vol. 20, núm. 2, 2025

Pontificia Universidad Javeriana

Andrea Ospina Santamaría

Universidad Nacional de Colombia , Colombia


Recibido: 13 enero 2025

Aceptado: 03 marzo 2025

Publicado: 01 julio 2025

Resumen: Este artículo aborda las metodologías de laboratorio virtual y creación participativa como un camino para el diálogo en torno a momentos de tensión entre la vida y la enfermedad. Se centra en la experiencia personal de la coordinación del Laboratorio Biotecológico y el Laboratorio Ecosistémico, realizados para el Centro Cultural de España en Santiago (CCESantiago) durante 2021 en el marco de un proyecto más amplio llamado Pichintún de Yerbas. El propósito de este espacio fue, en medio de la pandemia, generar debates y encuentros a partir de sesiones de conversación y entrevistas con personas y colectivos invitados desde las artes visuales, así como procesos de creación conjunta por participantes de diferentes latitudes. La reflexión en torno a los resultados de esta experiencia permite expresar ciertos puntos de tensión entre las miradas desde diferentes espacios geográficos y metodologías de creación, así como puntos de encuentro en el diálogo con el territorio, el espacio y la afectividad desde Latinoamérica.

Palabras clave:práctica artística, artes visuales contemporáneas, laboratorio de creación, creación participativa, arte en pandemia, arte y ciencia.

Abstract: This article addresses methodologies such as virtual laboratory and participatory creation as a path to a dialogue around moments of tension between life and illness. It is centered in the personal experience surrounding the coordination of the Biotechnological Lab and the Ecosistemic Lab, carried out by the Spanish Cultural Center in Santiago (CCESantiago for its acronym in Spanish) during 2021, framed around a broader project named Pichintún de Yerbas. The purpose of this space was, in the middle of the pandemic, to generate debates and encounters starting from conversation sessions, interviews with people and invited collectives from the visual arts, as well as communal creative processes carried out by participants of different latitudes. The reflection around the results of this experience allows the expression of certain stress points between views from different geographic spaces and creative methodologies, and meeting points in the dialogue surrounding the territory, the space and the affectivity from Latin America.

Keywords: art practice, contemporary visual arts, creation laboratory, participatory creation, art in pandemic.

Resumo: Este artigo aborda as metodologias de laboratório virtual e criação participativa como caminho para o diálogo em torno de momentos de tensão entre vida e doença. Foca-se na experiência pessoal da coordenação do Laboratório Biotecnológico e o Laboratório Ecossistêmico, realizados para o Centro Cultural de Espanha em Santiago (CCESantiago) durante 2021 no quadro de um projeto mais amplio nomeado Pichintún de Yerbas. O propósito deste espaço, em meio à pandemia, foi gerar debates e encontros a partir de rodas de conversa e entrevistas com pessoas e coletivos convidados desde as artes visuais, bem como processos de criação conjunta por participantes de diferentes latitudes. A reflexão sobre os resultados dessa experiência permite expressar certos pontos de tensão entre os olhares desde diferentes espaços geográficos e metodologias de criação, bem como pontos de encontro no diálogo com o território, o espaço e a afetividade desde Latino-américa.

Palavras-chave: prática artística, artes visuais contemporâneas, laboratório de criação, criação participativa, arte em pandemia, arte e ciência.

Pulsiones de vida y muerte colectiva

> Recuerdo la primera vez que ingresé a un depósito de colección de un museo, en este caso, de antropología, con la mirada de una artista/educadora/museóloga latinoamericana. Era curiosa la relación de tensión que se sentía entre la vida y la muerte: cómo un compendio de historias biológicas era contenido entre cajas blancas y materiales artificiales, un archivo infinito de memorias que resistían a su propia desaparición, a su descomposición natural, a sus usos y ambientes.

Cuanto más veía esas piezas, más me preguntaba dónde estarían si no hubieran sido momificadas por la conservación, una práctica occidental, blanca e higienizadora, que siempre me deja en conflicto. ¿Deberíamos permitir el avance del caos y la destrucción? ¿Están bien estos intentos de eternidad?

¿Cómo guardamos la memoria sin esterilizarla? Me imaginaba la inmensidad del paisaje latinoamericano, la pulsión de vida de sus mares y desiertos, la incertidumbre de sobrevivir en los páramos y las dunas, la ritualización del agua y el manglar. Tal vez esas piezas querían volver a sentirse parte de esos lugares. Tal vez esas piezas querían seguir contando ese testimonio. Para mí, la museología es ese intento de archivar universos encapsulados entre lo artificial y lo natural, lo vivo y lo muerto, lo inmenso y lo pequeño, la clasificación y lo inconmensurable (figura 1).

Sin duda, no hay forma de permitir que el archivo sea ese entramado poroso, anacrónico y versátil que debería ser, si estas piezas, relaciones y discursos no son puestos a prueba en un espacio colectivo, porque la vida no puede surgir sin interdependencia. Como menciona Ana María Guasch (2011), el archivo implica “leer la experiencia del presente a través de destellos, fragmentos o gotas del pasado” (22), una narración abierta e inagotable que se aleja de la linealidad, que entrecruza los umbrales de lo que resiste y lo que se desvanece sin pretender convertirse en una historia. Creo que es, precisamente, en esos espacios de encuentro donde es posible reactivar pensamientos ancestrales, ambientales y culturales que se “pacifican” 1 en la institución cultural. Por eso, esta investigación se centra en la educación y en los espacios colectivos como potencias de diálogo entre la vida y la muerte, en la posibilidad de hacer archivos dialogados que se alejan del objeto congelado en el tiempo.

Esta tensión de pensar la simbiosis y la resistencia de lo natural y lo artificial, lo vivo y lo muerto, se acrecentó posterior a 2020. Es curiosa la velocidad con la que las personas del mundo académico lograron afrontar la pandemia del coronavirus. En los últimos años, puede ser uno de los temas más conversados en espacios académicos de múltiples áreas del conocimiento, tanto así que, a inicios de la pandemia (febrero y marzo de 2020), ya circulaban compilaciones textuales colectivas tan ricas y debatibles como Sopa de Wuhan (ASPO). En uno de los capítulos del libro, Slavoj Zizek (2020) menciona cómo esta pandemia sería un golpe para el capitalismo, demostrando la urgencia latente de cambiar una forma de vida que lleva el mundo a un declive programado, donde la crisis activa una necesidad de solidaridad y un replanteamiento de procesos internacionales.

Fragmento de investigación fotográfica Coleccionismo
blanco, Andrea Ospina Santamaría (2024)
Figura 1
Fragmento de investigación fotográfica Coleccionismo blanco, Andrea Ospina Santamaría (2024)


Como profesionales, asumimos este reto con la inmediatez que el sistema nos exige, pero, como persona, siento que apenas hoy, cinco años más tarde, puedo realmente acercarme a lo que fue vivir una de las paradojas más grandes de nuestra existencia. Por un lado, estábamos viviendo el hipercontrol de los cuerpos, la biopolítica de Michel Foucault 2 parecía fluir por el exceso de información científica no comprendido y las cadenas virulentas de noticias falsas que nos indicaban cómo y cuándo debíamos enfermar o vivir, sumado a las conspiraciones de WhatsApp y banderas rojas por hambre que nos mostraban que el cuerpo es político y social. Por otro lado, teníamos la realidad de una serie de seres biológicos que se enfrentaban a un pequeño espécimen que se esparcía como una amenaza a la vida y, con él, seres sociales que se daban cuenta de su compleja condición de dependencia, fragilidad y desventaja contextual. Haber vivido esta etapa de la humanidad nos situó a muchos, como nunca, en un panorama frente a la potencia de la vida en medio del desastre.

Pero, en todo este marco, este artículo no se centra en el miedo y en la dificultad anecdótica de una pandemia, sino en cómo este contexto activó un pensamiento geopoético 3 en diversas iniciativas internacionales en las que buscábamos, ante cualquier excusa, espacios de encuentro para digerir este momento de tensión y soledad, en este caso, a partir de la realización de un laboratorio de creación virtual que llevó a retomar raíces ancestrales, incomodar contextos de enfermedad y mutar ante la incertidumbre.

Entendemos como laboratorio de creación un espacio de conversación interdisciplinar que se distancia del taller al no imponer determinantes de acción, sino lanzar provocaciones que permitan las decisiones colectivas o individuales. Al igual que la residencia artística, el laboratorio no tiene un fin fijo o, en este caso, determina una serie de formatos cuyo contenido se irá perfilando desde la investigación-creación que se gesta en el momento. El laboratorio es una zona de excepción a la normalidad de la institución, la educación y la creación artística individual, un momento de aprendizaje no convencional. Como menciona Gutiérrez Andérez (2019), hablando de otros espacios desde la mediación, estos responden a la necesidad de reconexión que se revindicaba en la pandemia:

Hacer memoria, recordar cómo son las cosas cuando escuchamos y miramos con todo el cuerpo. Abandonarnos a una mirada que nos afecte, que nos obligue a hacernos preguntas, que nos haga experimentar aquí, en este momento, que nos invite a disfrutar; pero a la vez que nos permita, en cada experiencia, trazar constelaciones entre nuestros recuerdos, nuestros conocimientos y nuestras emociones. Lugares que entretejan nuestra biografía y nos conecten en comunidad en caminos de ida y vuelta. (15)

La particularidad de estos laboratorios ha sido precisamente extender esta necesidad de articulación no solo a nuestros contextos como personas, sino hacia otros seres que se entrelazan en nuestro ecosistema. Para ello, nos acercamos a algunas de las formas en que el arte y las ciencias han explorado la relación entre tecnología y naturaleza, abordando caminos de creación que han repensado la tecnología como parte de nuestro ecosistema, desde lo social y lo biológico, y metodologías de investigación en prácticas artísticas que recorren el territorio.

Es ahí donde entra la importancia de comprender lo humano como parte de la naturaleza y no como su opuesto. Ya decía Silvia Rivera Cusicanqui (2018) que “quizás sea hora de volver la mirada sobre la minucia de los detalles de la existencia, para hallar en ellos las pautas de conducta que nos ayuden a enfrentar los desafíos de esta hora de crisis” (35). En este marco, la idea de abordar la relación con el territorio y la vida, humana y no humana, fue detenerse por un segundo a hablar en colectivo de procesos sensibles que rodeaban a las personas participantes del laboratorio. Siguiendo a la misma autora, trabajar en medio de un panorama internacional que permitía la virtualidad, sin pensar en identidades aisladas, hace posible un conocimiento social de realidades planetarias que, aunque situadas, se permean entre sí, haciendo necesario repensar la crisis, releer lo local y conectarlo con la filosofía y el arte latinoamericano.

A partir de este marco, pretendo abordar las prácticas de creación colaborativa como esa forma de comprender que la verdadera apropiación de nuestras formas de vida está más allá de lo individual, aun en un contexto hostil frente a la naturaleza, los cuidados y las artes mismas. ¿Cuáles fueron las relaciones que nacieron de estos laboratorios en cuanto a la naturaleza y las formas de trabajo colectivo? ¿Cómo se presenta la vida como una pulsación constante entre el desecho, la muerte y el miedo?

Laboratorios de creación para pensar el presente

Ya con estas definiciones básicas claras, entraré a relatar el contexto específico de este proceso. Durante 2021 tuve la oportunidad de participar en la coordinación de dos laboratorios de creación virtual, los cuales nacen de un programa llamado Pichintún de Yerbas 4 que comenzó en el CCESantiago en 2019. Este programa, pensado desde la mediación, procuraba espacios de encuentro con comunidades específicas en torno a los conocimientos medioambientales, especialmente las plantas medicinales y los entornos de cuidado que se generan al compartir sus saberes. Los laboratorios se plantean con el fin de acercarse a una comunidad de artistas emergentes y creativos de diferentes disciplinas por medio de una convocatoria virtual internacional, pensando en que, en el contexto latinoamericano, aún los espacios de encuentro entre artistas pueden ser débiles en la institucionalidad. Además, estos lugares para conversar implican ciertos niveles de privilegio, especialmente en una pandemia que restringió hasta último momento la actividad cultural presencial.

Metodológicamente ambos laboratorios funcionaron de manera similar: cinco sesiones virtuales durante un mes con artistas visuales invitadas, conversaciones abiertas y ejercicios creativos que se reunían en un tablero digital colaborativo (figura 2). Cada laboratorio contó con 20 a 25 participantes, principalmente de Colombia, Chile, Argentina, España y migrantes latinos en Estados Unidos, quienes trabajaron en subgrupos. En las sesiones, compartimos nociones de distintos temas y un detonante creativo para activar preguntas y procesos estéticos, además, las personas y colectivas invitadas nos mostraron sus metodologías de trabajo y las relaciones que desarrollan sus proyectos en torno a los temas de los laboratorios tanto en las conversaciones como en entrevistas publicadas en la web. 5

En el primer laboratorio, titulado Ecosistémico, las metodologías, tales como la cartografía, la deriva y la taxonomía fueron abordadas como tres maneras de leer lo que nos rodea, las cuales hacen parte de los caminos que como especie hemos implementado para comprender el mundo natural, ubicarnos dentro de este y, en muchas ocasiones, intentar dominarlo.

Las sesiones se dividieron según las metodologías mencionadas teniendo como espacio inaugural una conversación con Miriam Martínez Guirao (España), quien trabaja psicología ambiental y vegetación urbana con una investigación que se centra en las malezas que resisten al ahogo del concreto y la medida de la huella de carbono en las artes. En la segunda sesión, estuvimos conversando sobre la cartografía con las investigaciones de Vania Caro Melo (Chile) y Melissa Ferreira (Chile), quienes han trabajado el mapa y el territorio como herramientas políticas, biológicas y participativas, repensando lo ilógico del control con las fronteras geográficas, la sensibilidad para leer el entorno y la posibilidad de apropiación del territorio por comunidades específicas. En el tercer encuentro, estuvimos con Rodrigo Arteaga (Chile) y el Colectivo Jeleton (España) dialogando sobre la importancia de hackear y repensar las formas de taxonomía, archivo y clasificación que la ciencia ha tenido sobre la naturaleza, basadas en separar y utilizar, a partir de las acciones de comunidades disidentes, la experiencia estética y el sur global. Por último, se realizó un encuentro con Natalia Castañeda (Colombia), quien ha trabajado la deriva y el pensamiento ambiental desde las relaciones del agua y la montaña, especialmente los glaciares condenados hoy a muerte en la mayoría de los lugares, y el I ching (libro oracular chino), compartiendo la misma sesión con el Colectivo Manila Santana (Colombia/España), quienes desde la participación han vinculado la idea de habitar el espacio en diálogo con las plantas.

Tablero de trabajo colaborativo, Laboratorio Ecosistémico (2021). 

Plataforma Miró
Figura 2
Tablero de trabajo colaborativo, Laboratorio Ecosistémico (2021). Plataforma Miró


Por otra parte, en el Laboratorio Biotecnológico, las conversaciones nos llevaron a percibir la diversidad de indagaciones del campo artístico sobre las tecnologías ancestrales, la robótica y la inteligencia artificial (IA). Para esto, contamos con la presencia de Valeria Radrigán (Chile), quien nos habló de la idea del cíborg y su contextualización en diversas culturas como una extensión de la noción de lo humano y sus relaciones afectivas (figura 3). También conversamos sobre las tecnologías ancestrales y actuales desde el quipu investigado por Constanza Piña (Chile) con un enfoque de género y participación para el bien común desde conocimientos que históricamente han sido aislados de lo que llamamos ciencia. En la tercera sesión, abordamos el trabajo interdisciplinar con la ciencia que ha efectuado Miguel Moreno (España), en el que se pensaron los límites éticos para los procesos creativos. Para terminar, conversamos sobre los wearables (dispositivos tecnológicos para ser utilizados en el cuerpo e interactuar con su métrica) que dialogan entre plantas, máquinas y persona del Colectivo UH513 (España), quienes con su obra logran aumentar la capacidad del cuerpo de percibir el entorno para generar nuevos cuestionamientos de los límites del lenguaje y lo biológico.

Asimismo, los detonantes planteados para las sesiones invitaban a revisar el espacio donde cada uno se encontraba y motivaban al cuestionamiento, especialmente sobre el futuro y los conceptos complejos de la relación arte, naturaleza y tecnología. ¿Cómo entendemos la vida en este contexto de tecnología, enfermedad y soledad? ¿Cómo expandimos y enfrentamos el caos y el desecho en nuestro propio barrio? Como ejemplo de estos ejercicios, en el Laboratorio Ecosistémico nos preguntamos si era posible establecer un límite entre lo natural y lo “no natural”, planteamos la realización de una cartografía interespecie, reflexionamos sobre la posibilidad taxonómica del infinito y se invitó a pensar el paisaje desde la mirada del viajero. En el Laboratorio Biotecnológico, abordamos las conexiones del cuerpo con los objetos, la posibilidad de imaginar diferentes sistemas digitales motivada por el acto de anudar y preguntas sobre los límites de las artes y la ética, así como la hibridación entre humanos y plantas.

Para generar procesos de creación colectiva, se solicitó a los participantes organizarse en grupos de trabajo en los cuales exploraron desde su trayectoria artística sus conocimientos previos y los temas de las sesiones hasta llegar a una serie de relaciones e interconexiones rizomáticas a partir de las cuales nacieron a modo de resultados dos publicaciones virtuales. 6 Las piezas audiovisuales, los textos y recorridos reunidos demuestran todos los rumbos que puede tomar la investigación y el trabajo colectivo en un espacio de creación y diálogo compartido durante un mes.

Entre los resultados de esta experiencia, es curioso cómo se encuentran cruces, que, incluso, traspasan ambos laboratorios, para demostrar espacios comunes de cuestionamientos, llegando al punto en el que los participantes coinciden de forma tajante con personas con quienes no tuvieron comunicación en ningún momento: derivas que se vuelven tecnológicas, propuestas de archivo y taxonomía que se sitúan en la IA, entre otros casos.

Al revisar la estructura de los laboratorios en conjunto, se hace evidente que, aunque cada encuentro fue concebido de manera independiente, existía una trama latente de conexiones que atravesaba los distintos enfoques y provocaciones. Las sesiones no funcionaron como bloques aislados, sino como partes de un mismo cuerpo que respiraba a través de las ideas compartidas, dejando ecos que se extendieron más allá de su momento específico y que se intentarán sintetizar en la siguiente sección.

Collage de sesión con Valeria
Radrigán. Laboratorio Biotecnológico (2021)
Figura 3
Collage de sesión con Valeria Radrigán. Laboratorio Biotecnológico (2021)


Fuente: CCESantiago (2021).

Simbiosis afectiva ante la fragilidad

Entre los invitados y los resultados de los participantes, hay múltiples cosas en común en las que se van hilando esas pulsiones de vida, con su descomposición y caos, en una reflexión colectiva desde lo político, lo sensible, la espiritualidad y la colaboración. La repetición de ciertas inquietudes, la convergencia de temas que surgían desde lugares distintos y la forma en que se fueron contaminando poéticamente unas experiencias con otras dan cuenta de una red de pensamiento que desbordó los límites de la programación y que propició una forma de escucha expandida, capaz de reconocer patrones comunes aun en la diferencia. En los siguientes apartados, realizaré un intento de unión de estas pulsiones compartidas.

Seres

En los ejercicios, se plantearon diálogos con variados seres y, para hablar con ellos, prima el gesto como un transformador del paisaje, la huella que dejamos en las superficies tanto en lo físico como desde los lenguajes. Estos gestos de transformación no solo se centran en lo humano, sino también en los paisajes generados por los demás organismos, como el insecto que mientras come dibuja laberintos sobre las hojas de un árbol, como un símbolo de presencia, movimiento y vida.

Para entender de forma más sencilla estas conversaciones, pueden agruparse en cuatro categorías.

Primero, las plantas, como sinónimo de lo natural en la cotidianidad, presentes casi en la totalidad de invitados y de participantes, quienes desde lo sensible se acercan a la presencia de estas en el espacio, la historia y la intimidad.

Segundo, el paisaje y el territorio como espacios vivos, dinámicos, sociales y naturales, especialmente en los participantes, quienes plantearon relaciones utilizando herramientas como Google Maps y fotografías de los entornos que habitan, recolección de información de cada uno de los lugares donde residen y comparación entre los que los rodea.

Fragmento de memorias del Laboratorio Ecosistémico CCESantiago
(2021). Ejercicio colaborativo Ríííos (Clara Best, Javiera Canales y Johan C. Muñoz)
Figura 4
Fragmento de memorias del Laboratorio Ecosistémico CCESantiago (2021). Ejercicio colaborativo Ríííos (Clara Best, Javiera Canales y Johan C. Muñoz)


Fuente: CCESantiago (2021a).

Tercero, llama mi atención la connotación del agua y el río entendido como un ente vivo y conectado, como arteria principal, el cual, sumado a los glaciares, nos recuerda que la crisis hídrica que atraviesa el mundo deja de verse solo como una excusa poética para entender que el pensamiento ambiental es altamente político.

Un ejemplo de la presencia del agua es el ejercicio realizado por Clara Best, Javiera Canales y Johan C. Muñoz (figura 5), quienes compararon poéticamente la vida de los tres ríos que han marcado las ciudades que habitan: Miami en Estados Unidos, Biobío en Chile y Ucayali en Perú. Utilizaron los gráficos, el videoarte, la recolección de muestras y la conversación para activar tres ecosistemas que muestran el alto nivel de dependencia de la organización humana alrededor de las fuentes de agua, su movimiento y el deseo que potencian.

Cuarto, la presencia de hongos e insectos como lo menos visible en el medio ambiente y la exploración científica convencional, pero que representan la dependencia de la vida hacia las más mínimas presencias. Por ejemplo, en el proceso incluido en la publicación del Laboratorio Biotecnológico del grupo conformado por Pía Vásquez, Andrea González y Alfredo Gil (figura 5), puede verse una reflexión sobre la capacidad de dudar en un mundo lleno de certezas. Ese cuestionamiento se ve reflejado en las especies y la materialidad de lo insignificante, como las células, las hojas de las plantas y los insectos, que se interconecta con las formas de habitar de sociedad humanas y la observación macro de las galaxias.

Espiritualidad y poder

Más allá de lo ecológico y lo sensible, también emergió una dimensión claramente política en torno al uso del conocimiento, la tecnología y la espiritualidad. El posicionamiento político de las reflexiones queda en evidencia cuando casi todos los invitados plantean la importancia de situar la discusión desde el sur con comentarios conscientes de las relaciones de poder en el contexto. La indagación de formas de pensar que se han quedado al margen de lo que llamamos ciencia, como es lo ancestral, lo colectivo y lo intersubjetivo, entre otras, está presente en las propuestas visuales. Ya lo menciona Constanza Piña (2021) en su entrevista realizada en el Laboratorio Ecosistémico: “Si rescatáramos los conocimientos infravalorados y desprestigiados por la ciencia dominante y desarrolláramos nuestras propias tecnologías pensadas desde fuera de la norma, nuestra realidad sería totalmente diferente” (CCESantiago 2021a).

Fragmento de memorias del Laboratorio Biotecnológico, CCESantiago (2021). Ejercicio colaborativo Dwo (Pía Vásquez, Andrea González y Alfredo Gil)
Figura 5
Fragmento de memorias del Laboratorio Biotecnológico, CCESantiago (2021). Ejercicio colaborativo Dwo (Pía Vásquez, Andrea González y Alfredo Gil)


Fuente: CCESantiago (2021a).

Era evidente la constante interpelación desde Latinoamérica a las teorías y personas participantes con arraigadas raíces en Europa. En el Laboratorio Biotecnológico, aún se sentía viva la brecha entre latitudes geográficas, teniendo a un lado la tendencia de utilizar la naturaleza para la complacencia de experimentos de los seres humanos y al otro un intento por pensar los procesos de forma política y social.

De esa misma manera que enlaza relaciones de poder, se llega a la exploración de los paisajes considerados “dañados”, de los residuos y los espacios no habitables, lo cual permitió pensar cómo la sensibilidad es una estocada al consumismo capitalista y, al mismo tiempo, un acercamiento casi afectivo a esta sensación de lo putrefacto. Por tanto, uno de los grandes temas de las memorias es el pensamiento de lo cíclico: la imposibilidad de lo que se desecha, la vida del fermento, la continuidad natural que apunta constantemente a que toda latencia de vida persiste en el entorno.

Aquí está presente la mirada afectiva y simbólica desde la cual se cuestiona la historia misma con la que hemos leído nuestro entorno, planteando el debate entre lo “occidental” y otras formas de comprender los ecosistemas y la biotecnología. Por esta razón, prevalece a lo largo del Laboratorio Biotecológico la hibridación de la cosmovisión y la espiritualidad en tensión con el cuerpo mismo y, por consiguiente, la relación con lo biológico que se extiende a las formas en que la conexión con el territorio se vuelve social.

Desde diferentes pensamientos de lo indígena y lo popular, con deidades animales y terrenales, hasta proyectos tan concretos como la elaboración de cartas del tarot de uno de los grupos participantes o el I ching mencionado por Natalia Castañeda, la conexión espiritual con el entorno y con otros seres fue de vital importancia, un entramado simbólico que, aunque mediado por la tecnología, se conecta con toda la historia de saberes ancestrales y elementos naturales ritualizados. Lo espiritual nace como un espacio liminal, entre la vida y la muerte, la realidad y la fantasía, el destino y la decisión, como en una grieta se desliza la palabra, el juego y la imagen de lo imposible.

Afectividades

Finalmente, uno de los aspectos que más resaltan en el Laboratorio Biotecológico es el deseo de intercambio y cercanía en medio de la virtualidad. Este laboratorio se convirtió en un espacio para compartir no solo ideas, sino también fragmentos emocionales, cotidianos y poéticos que se volvieron colectivos al acercarse al territorio afectivo de otras personas o disciplinas, mostrando el interés de ampliar las reflexiones. La confluencia de lenguajes desafía la exactitud de las ciencias con la sensibilidad de las prácticas artísticas, permeando el límite disciplinar al utilizar los mismos elementos de cercanía y análisis (como la cartografía o la taxonomía) para fines menos utilitarios y más poéticos e íntimos.

Tal vez por los meses de cuarentena o por la imposibilidad de vivir el mismo lugar a causa de la virtualidad, estuvo muy presente el interés por mostrar fragmentos de relaciones que siguen siendo personales para volverlas colectivas, como fueron las impresiones más íntimas relacionadas con la casa, los espacios de la memoria y el ejercicio creativo espontáneo. Por ejemplo, aprovechar la sincronía que suponía internet para la escritura, las posibilidades de envíos internacionales y la conversación de investigaciones personales fue una forma de sentirnos un poco más cerca.

La tecnología es asumida desde el trabajo participativo y colaborativo, presente en la gran mayoría de las personas invitadas al Laboratorio Biotecológico, y se convierte en una utopía de modificar nuestras realidades desde nuevos planteamientos compartidos, tomando el tiempo necesario para entender los lenguajes de otros seres y activar colectividades que socialmente han sido dejadas al margen de este avance que parece no tener fin. La apuesta final es bajar el ritmo, apropiarse de lo ya existente y proponer desde la diversidad nuevas formas en que la tecnología y la naturaleza sean caminos de cuidado, salud mental y futuros colectivos como resistencia al miedo y el dolor.

En el proceso, muchos de los participantes fueron, poco a poco, alejándose del Laboratorio Biotecológico, y, por el contrario, otros encontraron una inmensa cantidad de puntos en común para hablar, al menos por un momento, desde la sensibilidad y los afectos, desde los cuidados y las diferencias. Las personas participantes no solo respondieron a las sesiones una a una, sino que, de forma casi orgánica, entretejieron conceptos, gestos y afectos que circulaban en todo el proceso.

Situarse en el camino

Estas capas de pensamiento afectivo, simbólico y situado no solo atraviesan los resultados del Laboratorio Biotecológico, sino que invitan a una reflexión más íntima y prolongada. Desde ese lugar, es necesario volver a lo personal como punto de partida para entender lo colectivo, por lo que inicio estas conclusiones en primera persona y en singular. Si algo he recopilado en los procesos de educación y gestión de la práctica artística, es que el aprendizaje generado inicia por las intenciones con las que se propone un espacio.

Recuerdo muy bien esos días de estar frente al computador pensando en la quietud que el mundo exterior traía en medio de las cuarentenas. Días de culpa, de pensar que afuera las personas estaban en serios problemas que parecían no ser comparables con los míos. Al mismo tiempo, días de conflicto, en los que toda idea y manifestación sensible podía llegar a parecer una ornamentación de la muerte. Por esto, nace el deseo de generar un laboratorio como excusa para seguir tensiones, incomodar realidad y, por qué no, encontrar espacios más cálidos.

No fue nada fácil pensar en conectar con nociones como naturaleza y territorio desde el aislamiento, la digitalización y el caos social, pero, a fin de cuentas, ¿no es esto lo que siempre hemos tenido?, ¿no ha sido la muerte una compañía permanente que da sentido a la creación artística?

En los laboratorios, se detona la complicidad ante las tensiones de un mundo que parece más hostil de lo usual: el mundo del duelo, del capitalismo que exige normalidades poco naturales y de la fragilidad humana. Aún hoy, los laboratorios son una forma de lidiar con traumas colectivos desde un punto de enunciación de la transformación de nuestro propio paisaje, lo que nos llevó, en muchas conversaciones, a comprender la repercusión social de la pandemia.

María Negroni (2022), en Pequeño mundo ilustrado, realiza una relación entre el mapa y la escritura:

No sería otra cosa la escritura, el sueño de unos paseos interminables por paisajes olvidados, una grafía incierta donde cada lugar es un mundo (un espacio interior) que indica solo lo impronunciable: esa quietud inspirada donde buscamos reconocernos, unirnos a aquello de nosotros mismos que pertenece al Absoluto, en el que todo participa. (174)

No puedo evitar pensar que para mí es esta la potencia de la práctica artística, un espacio de intersección entre lo colectivo, lo personal y esa posibilidad de existencia que representa todo lo que nos rodea, una capa permeable de presencias, ficciones, lenguajes y sentires que son un reflejo de puntos de enunciación territoriales, políticos y económicos.

Estos encuentros, marcados tanto por fricciones como por conexiones, revelan el potencial transformador del arte para navegar entre lo desconocido y lo posible. En su tránsito por dimensiones, territorios y saberes, las prácticas artísticas trazan puentes que median entre mundos diversos y complejos, movilizan territorios simbólicos y proponen nuevos lenguajes que desafían las fronteras tradicionales. Estas iniciativas demuestran que el arte no solo interpreta el mundo, sino que lo reconfigura, haciendo fértiles las grietas y cultivando esperanza en medio de la incertidumbre de forma situada.

Entre las relaciones que emergieron de este proceso curatorial y editorial que parte de los laboratorios, concluyo que las artes son una práctica que activa el constante cuestionamiento y sirve como puente entre múltiples lenguajes. Cada forma de expresar abre un camino para reflexionar sobre la crisis actual desde perspectivas afectivas, de cuidado, poéticas y críticas, porque, como menciona Pedro Antonio Rojas Valencia (2023):

Comprendo, por ejemplo, la curaduría, como una manera de cuidar al otro, no se trata tanto del cuidado de una pieza, sino de un ejercicio de creación —colectiva— de unos campos de sensaciones con sus intensidades, tensiones y reposos. Se trata de la puesta en marcha de relaciones, de la creación de un espacio en el que puedan ocurrir todo tipo de experiencias extraordinarias. (112)

Precisamente en estos ejercicios de creación colectiva suelen generarse más preguntas que respuestas, y creo que ese es su propósito. ¿Qué pasa realmente cuando nos sentamos a conversar? ¿Cómo interpretamos estos diálogos compartidos entre artistas y su ecosistema? ¿Cuánto tiempo nos damos como sociedad para entender las realidades planetarias? ¿Qué tan rápido puede pasar al olvido un par de años de biocontrol, muerte y enfermedad?

Hoy, después de leer con distancia el proceso, siento que lo que predominó fue la idea de que lo personal es político y biológico; por ende, lo que parece ser individual se proyecta inevitablemente como parte de una naturaleza asumida desde nociones colectivas. Por un momento, objetos cotidianos que parecen inertes volvieron a la vida, las personas podían cambiar los cursos de los ríos, los desechos podrían ser piezas artísticas y podían compartirse plantas de un país a otro. En este contexto, el territorio, el ecosistema, la biotecnología y el pensamiento situado no son simples temas, sino puntos de enunciación para transformar nuestra mirada.

Además, puedo identificar cómo las relaciones entre arte, naturaleza y tecnología se adaptan según los espacios geográficos que habitamos. No solo la apropiación del lenguaje sobre el territorio cambia directamente, sino también la conexión con desiertos y montañas, alimentos y seres, entre otras muchas cosas que influyen en el posicionamiento político e ideológico sobre lo natural. Es esperanzador el avance significativo del sur en considerar los seres que comparten nuestro ecosistema a partir de un nexo sensible y espiritual (no solo como un recurso) y, por tanto, la vida y la muerte como una espiral de dependencia que se aleja de las nociones de futuro y ciencia. La única manera de enfrentar la crisis del capitalismo actual es arraigarnos a la realidad y a las luchas locales que, con las herramientas de la ficción, pueden hackear los actuales sistemas de orden, clasificación y disección de la vida, la muerte y la corporalidad.

Por otro lado, destaco el reconocimiento que tanto participantes como personas invitadas daban a la magnitud histórica desde donde podemos debatir las teorías que han sido marcadas como innovación y futuro en una idea de progreso sin conciencia ambiental. Qué valiente es atrevernos a replantear el mundo cuando nos encontramos en una paradoja de tener día a día mejor tecnología, a la vez que los problemas ambientales continúan avanzando y las mismas voces perpetúan un silenciamiento sistemático.

En este marco, los conocimientos ancestrales, la diversidad de género, los espacios que se han cultivado desde las artes en Latinoamérica y el cuestionamiento directo a los sistemas previos recuerdan que las miradas sobre la tecnología, el explorador, las deidades, entre muchas otras reflexiones que han conectado arte, tecnología y naturaleza, han estado latentes en formas diversas que hemos dejado en el olvido.

A pesar de que los diálogos con los ecosistemas fueron sensibles y sinceros, la virtualidad y las convenciones institucionales del arte limitan en muchos momentos el flujo espontáneo de la conversación, especialmente en un contexto marcado por la hiperproducción de experiencias digitales y la pandemia, que, aunque parecía acercarse a su fin, planteaba el desafío de adaptarse a las “nuevas normalidades” que retomaban la presencialidad.

Por esto, puedo afirmar que queda mucho por trabajar, por ejemplo, el acercamiento del lenguaje se da desde una perspectiva que, aunque, por un lado, complementa la noción de ser parte de lo natural, por otro, no puede evitar el distanciamiento que hemos generado con los espacios que habitamos, especialmente desde ciertos conocimientos que parecen alejarse de lo corporal (como lo intelectual, el lenguaje escrito o numérico, o el enfoque científico). A pesar de que seguimos contraponiendo lo social a lo natural, y lo físico a lo espiritual, aquí intentan tensionarse y modificarse, lo cual hace visible un debate que intentamos enfrentar.

De igual manera, el sistema del arte y su concepción seguirán teniendo un foco antropocéntrico, por lo que resulta paradójico y difícil escapar de esta ruptura, especialmente cuando nace de un marco institucional. Seguimos sonando, una y otra vez, como seres que se consideran aislados de la naturaleza ecosistémica y contextual que los rodea, sin reconocer que somos solo una pequeña y frágil parte del entramado, además una parte con gran potencial para el daño, un cúmulo de potencial muerte. Esto nos recuerda una deuda de pensarnos de forma colectiva con actos tan sencillos como plantear los cierres de los procesos desde la retroalimentación y tan complejos como las propuestas geopoéticas expandidas y situadas a trabajos comunitarios de largo aliento.

Por esto, los documentos resultantes son más bitácoras de procesos dialogados que piezas artísticas, con diferentes frecuencias, tiempos y niveles de interés, que demuestran precisamente un lugar no romantizado de encuentro. Hay cosas que funcionan, otras que se olvidan, cosas que, incluso, sobran y otras que se quedarán grabadas; un laboratorio de creación activa procesos, pero no podemos entenderlo como solución a problemas ni una justificación para limitar el alcance de lo que hacemos más allá de un ámbito profesional.

A pesar de esto, siguiendo las reflexiones de Ana Patricia Noguera de Echeverri (2000), en los laboratorios pudimos sentir que lo simbólico-biótico 7 estuvo presente de forma permanente y que la estética y la práctica artística se extendían, más allá del objeto y el resultado, hacia un diálogo educativo más sensible, intuitivo y corporal: es más el afán de compartir el sentir de lo diverso que el de enseñar algo concreto y con falsas expectativas de verdad. Los espacios de creación son una manera de modificar de forma crítica, sensible y estética las nociones de sistema artístico, sistema científico y sistema educativo.

Cada una de las propuestas resultantes da puntos de apoyo para acercarnos a una realidad más amena en la que es posible sentir a partir de pantallas lo que los ríos o los caminos nos indican gracias a la palabra, la imagen y el cuerpo. Creo que los laboratorios, con su amplio margen de creación, han demostrado que no hay una sola forma de generar diálogo y que escuchar investigaciones que llevan años, como las de las personas invitadas, nos lleva a darnos cuenta de cómo un pensamiento se vuelve acciones que les dan la vuelta a las zonas de confort de la ciencia y de las artes mismas.

Los laboratorios de creación que exploraron las conexiones entre arte, ciencia y tecnología nos invitan a reflexionar sobre la interdependencia que caracteriza tanto a los sistemas vivos como a los procesos creativos. Al igual que los virus necesitan de un huésped para activar su potencial, las prácticas artísticas encuentran sentido en la interacción, en la coexistencia con otras disciplinas y perspectivas. Estos espacios nos desafían a repensar el acto creativo como un ecosistema donde lo viral, lo mutualista o, incluso, lo parasitario son dinámicas que impulsan la experimentación y la permeabilidad. Así, la práctica artística se convierte en un nicho para reconocer al otro no solo como indispensable, sino como catalizador de nuevos mundos posibles.

Espero que próximos encuentros nos sigan permitiendo la diversidad de puntos de tensión, al igual que el compartir de tan variados acercamientos a nuestro lugar en el mundo desde la experimentación, la pausa, lo lúdico y el compartir saberes. Cierro este artículo invitando a quienes leen a recorrer los archivos recolectados de esta experiencia en la web del CCESantiago y a seguir la trayectoria de estos detonantes que en la investigación de cada persona involucrada siguen trazando caminos.

REFERENCIAS

CCESantiago (Centro Cultural de España en Santiago). 2021a. “Laboratorio Biotecológico”. https://ccesantiago.cl/evento/laboratorio-biotecnologico/.

CCESantiago (Centro Cultural de España en Santiago). 2021b. “Laboratorio Ecosistémico”. https://ccesantiago.cl/evento/laboratorio-ecosistemico/ .

CCESantiago (Centro Cultural de España en Santiago). 2021c. “Pichintún de Yerbas”. https://ccesantiago.cl/pichintundeyerbas/ .

CCESantiago (Centro Cultural de España en Santiago). 2021d. “Tecnologías ancestrales en Laboratorio Biotecnológico”. https://ccesantiago.cl/evento/tecnologias-ancestrales-en-laboratorio-biotecnologico/ .

Foucault, Michel. 2007. Nacimiento de la biopolítica: Curso en el Collège de France 1978-1979. México: Fondo de Cultura Económica.

Guasch, Ana María. Arte y archivo, 1920-2010: Genealogías, tipologías y discontinuidades. Madrid: Akal, 2011.

Gutiérrez Andérez, Carolina. 2019. “Los afueras, escuchar y disfrutar.” En Gira. Vol. 1, 15-20. Madrid: Museo Reina Sofía. https://www.museoreinasofia.es/sites/default/files/aaff_gira_lres.pdf.

Negroni, María. 2022. Pequeño mundo ilustrado. Buenos Aires: Caja Negra.

Noguera de Echeverri, Ana Patricia. 2000. Educación estética y complejidad ambiental. Manizales: Universidad Nacional de Colombia.

Rivera Cusicanqui, Silvia. 2018. Un mundo ch’ixi es posible: Ensayos desde un presente en crisis. Buenos Aires: Tinta Limón. https://tintalimon.com.ar/public/s7loyv7qkqkfy9tlizbaucrk6z67/pdf_978-987-3687-36-5.pdf.

Rojas Valencia, Pedro Antonio. 2023. Devenires animales: Mediación y provocación en el arte contemporáneo. Manizales: Universidad de Caldas.

Zizek, Slavoj. 2020. “El coronavirus es un golpe al capitalismo a lo Kill Bill”. En Sopa de Wuhan, editado por Pablo Amadeo, 21-28. ASPO. https://iips.usac.edu.gt/wp-content/uploads/2020/03/Sopa-de-Wuhan-ASPO.pdf.

Notas

* Artículo de reflexión.

1 Retomo la pacificación como un proceso institucional en el que, más que buscar un espacio de confluencia, se genera un silenciamiento sistemático que permite con mayor facilidad la organización y estandarización de la vida al eliminar las tensiones, los orígenes y los significados de los objetos y las prácticas que les darían sentido en contextos culturales y situados.

2 La biopolítica, según Foucault (2007), puede entenderse como un conjunto de tecnologías de poder y control, principalmente institucionales, científicas y de política pública, que buscan gestionar y administrar la vida de las poblaciones, regulando procesos biológicos de los cuerpos colectivos, como la natalidad, la salud, la sexualidad o la mortalidad.

3 Entendido como un modo de actuar poético y sensible frente a nuestra conexión con lo natural y lo territorial, una mirada para acercarse al mundo y comprender nuestra relación con él y las formas en que lo habitamos. Al estar muy ligada al viaje y al recorrido, la geopoética en este caso permite que nos posicionemos en las territorialidades propias, pero también en la de los demás para traspasar fronteras desde lo estético.

4 Pichintún en mapudungún significa “un cachito”, formado por la palabra pichin (“ser poco”) y el sufijo tun que es usado para formar verbos a partir de sustantivos. Con esta palabra, nos referimos a esa pizca de conocimiento que todos aportamos cuando buscamos soluciones a grandes temas de forma colectiva (CCESantiago 2021c).

5. Tanto las entrevistas como las memorias de los laboratorios se pueden encontrar en https://ccesantiago.cl/evento/laboratorio-ecosistemico/ y https://ccesantiago.cl/evento/laboratorio-biotecnologico .

6 Contenido de libre consulta disponible en la página web del CCESantiago.

7 Entiendo lo simbólico-biótico como una noción que supera la separación entre naturaleza y cultura, ya que reconoce que nuestras formas de vida están tejidas a la vez por procesos biológicos y por prácticas simbólicas (lenguaje, cultura, afectos, representaciones) que funcionan como un entramado de vida y sentido.

Información adicional

CÓMO CITAR: Ospina Santamaría, Andrea. 2025. “Simbiosis afectiva: laboratorios de creación en medio de una pandemia”. Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas 20 (2): 38-53. https://doi.org/10.11144/javeriana.mavae20-2.salp

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