Prácticas expresivas del hacer y de la vida cotidiana durante el estallido social en Bogotá en 2021*

Expressive Practices of Doing and Daily Life During the Social Uprising in Bogotá in 2021

Práticas expressivas do fazer e da vida cotidiana durante a revolta social em Bogotá em 2021

Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas, vol. 17, núm. 1, 2022

Pontificia Universidad Javeriana

Miguel Ángel Palencia Reyes **

Universidad Nacional de Colombia, Colombia


Catalina Cortés Severino

Universidad Nacional, Colombia


Recibido: 01 Julio 2021

Aceptado: 06 Septiembre 2021

Publicado: 01 Enero 2022

Resumen: Este artículo tiene como objetivo situar las prácticas del hacer y de la vida cotidiana como manifestaciones estético-expresivas desde las que ha sido posible pensar formas alternas de hacer resistencia y política en el paro nacional de 2021 en Bogotá en los tiempos de restricción a causa de la pandemia por covid-19. La metodología toma la perspectiva del cuidado y los afectos para acercarse desde la experiencia íntima de los autores a un viaje experiencial sobre las atmósferas e intensidades sentidas durante las movilizaciones y las maneras en que lo expresivo se situó en haceres como los de la olla comunitaria, las prácticas diarias del hogar y los seminarios de clases. Todos estos escenarios de la vida ordinaria de los autores que nos permitieron pensar en las relaciones mismas entre público y privado, y la relación compleja entre arte y política. En conclusión, pensamos que el primer ejercicio necesario para comprender las condiciones en que toma forma un arte subversivo y político requiere volver a pensar la práctica artística y su relación con la vida cotidiana y las formas de hacer y sentir manifiestas a través del cuidado y los afectos. Desde ahí, retornando a la práctica artística sus cualidades comunitarias, se hace posible localizar las preguntas por cómo lo artístico teje expresividades que sostienen la acción política y su fuerza subversiva. Compartimos, además, para este viaje algunos collages inspirados en este artículo, realizados por Valentina Arias Rojas, integrante y compañera del semillero.

Palabras clave:afectos, estallido social, Bogotá, pandemia, vida cotidiana, cuidado, prácticas estético-políticas.

Abstract: This paper aims to position the practices of doing and daily life as aesthetic-expressive demonstrations, based on which we have been able to think about alternate ways to do resistance and politics during the 2021 National Strike in Bogotá while under restrictions related to COVID-19. The methodology uses the perspective of care and affection to do, from the authors’ personal experience, an experiential journey through the atmospheres and intensity felt during the protests and the ways in which the forms of expression appeared in actions such as the potluck suppers, the daily home practices, and class seminars. All of these daily life scenarios of the authors allowed us to think about the very relationships between the public and the private, and the complex relationship between art and politics. In conclusion, we think that the first exercise is necessary to understand the conditions in which a subversive and political art takes shape through care and affection. From there, and returning the community qualities to artistic practices, it is possible to guide the questions based on how art weaves in expressiveness that sustain political action and its subversive force. We also share, for this journey, a few collages inspired by this paper, made by Valentina Arias Rojas, a member and colleague of the research incubator.

Keywords: affection, social uprising, Bogotá, pandemics, daily life, care, aesthetic-political practices.

Resumo: Este artigo tem como objetivo situar as práticas do fazer e do cotidiano como manifestações estético-expressivas a partir das quais foi possível pensar formas alternativas de fazer resistência e política na greve nacional de 2021 em Bogotá em tempos de restrição devido à pandemia da COVID-19. A metodologia assume a perspectiva do cuidado e do afeto para se aproximar, a partir da vivência íntima das autoras, a uma viagem experimental sobre os ambientes e intensidades sentidas durante as mobilizações e os modos como a expressão se situou em ações como as das refeições comunitárias, práticas domésticas diárias e seminários de classe. Todos esses cenários da vida cotidiana dos autores nos permitiram pensar as próprias relações entre o público e o privado e a complexa relação entre arte e política. Concluindo, pensamos que o primeiro exercício necessário para compreender as condições em que se concretiza uma arte subversiva e política é repensar a prática artística e sua relação com o cotidiano e os modos de fazer e sentir manifestados por meio do cuidado e dos afetos. A partir daí, devolvendo à prática artística suas qualidades de comunidade, torna-se possível localizar os questionamentos sobre como o artístico tece expressividades que sustentam a ação política e sua força subversiva. Compartilhamos também, para esta viagem, alguns collages inspirados neste artigo, feitas por Valentina Arias Rojas, integrante e companheira do grupo de pesquisa.

Palavras-chave: afetos, revolta social, Bogotá, pandemia, vida cotidiana, cuidado, práticas estético-políticas.

Introducción

En 2021, en Colombia, tras dos años de restricciones a la movilidad y al espacio público ocasionadas por la crisis sanitaria a causa de la covid-19, y luego de una serie de medidas e intentos por parte del Gobierno Nacional de implementar reformas tributarias y de salud en detrimento de las clases medias y bajas de la población, sumadas a las constantes, sistemáticas y no reconocidas formas de violencia contra líderes sociales, organizaciones comunitarias y población en general a manos de la policía y agentes paraestatales, diferentes sectores sociales decidieron, poniendo en segundo plano las posibles consecuencias producidas por las aglomeraciones, salir a las calles y manifestarse en contra de la injusticia, la violencia y la represión del Estado. Este artículo de reflexión, en esa línea, nace de un proyecto de investigación sobre prácticas del cuidado, de una tesis de maestría acerca de prácticas artísticas y domésticas, y del trabajo del Semillero de Correspondencias en Confinamiento de la Facultad de Ciencias Humanas y de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia, espacios de reflexión desde los que vimos como urgente pensar la coyuntura de crisis social y sanitaria a través del posicionamiento de nuestras prácticas específicas y cotidianas como ejercicios políticos y expresivos. La metodología toma la perspectiva del cuidado y los afectos para acercarse desde la experiencia íntima de los autores a un viaje sobre las atmósferas e intensidades sentidas durante las movilizaciones y las maneras en que lo expresivo se sitúa en haceres como los de la olla comunitaria, las prácticas diarias del hogar y los seminarios de clases (lugares que son ahora más que nunca ambientes del hogar), para con ello poner en tensión, las relaciones mismas entre público y privado, y la relación compleja entre arte y política.

Desde nuestras ventanas

Con una oleada de sentimientos encontrados, vimos aparecer durante abril y mayo a miles de personas de nuevo en las calles. Atestiguamos cómo plazas, parques y vías principales colapsaron, esta vez no por la urgencia del tránsito en hora pico o por la larga espera de una fila por una prometida vacuna, sino más bien por el hormigueo constante y multitudinario fruto de la indignación y un profundo sentimiento de inequidad. Con angustia y terror, contemplamos la circulación de imágenes, videos y audios en los que personas de diferentes lugares del país eran abusadas, asesinadas y desaparecidas. Vimos arder, con un fuego que se convirtió en la única luz de la noche, buses, paraderos y estaciones de policía. Escuchamos llantos, gritos y explosiones. A nuestras casas entró la vibración y el olor de lo que se quema y de lo que explota.

Pero también nuestros cuerpos fueron tocados por la fuerza y esperanza de otros cuerpos y por la energía contagiosa de un cada día que daba inicio con una nueva marcha, una nueva acción o un nuevo volver a reconstruir la parada o el sitio tomado. Por nuestras ventanas también entraron canciones y risas, el olor a comida de calle y los zumbidos de las danzantes. Por los mismos medios, nos llegaron audios de personas que con diferentes acentos cantaban las mismas arengas, imágenes que reivindicaban o señalaban luchas que ni siquiera alcanzábamos a comprender y videos de multitudes alegres que parecían venir de un pasado que ya se nos declaraba como extinto.

En medio de este panorama de crisis y esperanza, las formas de la vida y el cuidado fueron herramientas fundamentales de reivindicación y lucha. Las variadas estrategias de manifestación nos acercaron a las prácticas cotidianas como herramientas de resistencia y como lugares de construcción política y expresiva. La práctica de lo político, en esa línea, tomó la forma de juntanzas en torno a saberes y haceres, y la acción cultural se convirtió en sinónimo de retomar y habitar espacios públicos, de resignificar monumentos y de producir lazos y tejidos solidarios.

Este panorama de extrañas aleaciones y desintegraciones nos convocaba a pensar las posibilidades de las luchas expresivo-estéticas en una triple condición: la pandemia, el estallido social y los regímenes sensibles contemporáneos. Vistas estas condiciones como un entramado en que se cruzan afectos, géneros, domesticidades y tensiones entre lo público y lo privado; pero que, sobre todo, nos permitían pensar en las formas en que el escenario del sentido y el territorio de lo sensible se ablandaba, se hacia viscoso, y constituía cierta falta de borde o delimitación, más bien componiendo la hibridez, la indeterminación, el desborde, la pegajosidad, la virilidad, la espontaneidad y la emergencia (figura 1).

Desde una perspectiva que une las prácticas y reflexiones sobre el cuidado y el género, la perspectiva de los afectos y las preguntas sobre las prácticas de lo diario y lo cotidiano, nos proponemos construir un viaje a través de las potencias expresivas y estéticas que han tenido algunas formas de manifestación durante el estallido social de 2021. Sabemos que lo que se materializa hoy en las calles de las diferentes ciudades del país hace parte de una masa que empezó su fermentación hace tiempo y de la que hoy presenciamos la espuma y el fervor. Reconocemos la imposibilidad o limitación que implica una reflexión en tiempo real sobre el fenómeno amplio, profundo y complejo del que nacen las diferentes consignas y reivindicaciones que movieron este paro nacional, y a la vez vemos en ello la exigencia de comprender y pensar en carne viva, con un sentimiento a flor de piel, que nos permita captar las atmósferas e intensidades del aquí y ahora.

El giro afectivo complicó los viejos mantras que articulaban nuestra comprensión sobre la estructura, la mediación, la representación y la codificación, los cuales en su momento habían logrado operar como atajos a la cultura y al poder. Más allá de la simple crítica a la representación, lo afectivo trajo consigo una crítica que se ejerce en modo afirmativo, pues explora, con sorpresa, qué y cómo ocurren las cosas. La labor es esperar y así ver cómo se desenvuelven las cosas en un momento, tomar nota de los puntos de contacto, reconocer el peso o el olor de la atmósfera, o rastrear la distribución de las intensidades en los sujetos, objetos, instituciones, leyes, materialidades y especies (Stewart y Ponce de León 2019, 172).

Valentina Arias, Lo público, lo privado, 2021.
Figura 1.
Valentina Arias, Lo público, lo privado, 2021.


Collage digital.

De igual manera, uno de los principales lugares donde nos situamos en este artículo a pensar estos tiempos de descomposición, como los llama Haraway (2019), “momentos donde el pensamiento ocurre cuando las cosas que funcionaban dejan de funcionar y la posibilidad de otra cosa se vuelve más urgente y fácil de imaginar” (25), es cuestionar desde lo cotidiano esos tránsitos entre lo público y lo íntimo, los cuales se han movido, han mutado y nos han llevado a resignificar e imaginar nuevas prácticas cotidianas y corporales, es decir, nuevas formas de cohabitar y hacer práctica expresivo-estética. En ese sentido, en este viaje, partiremos de pensar lo político desde el cuerpo y lo cotidiano, para cuestionar sus límites y componer fronteras líquidas. Devendremos cacao para encontrarnos en los alimentos y sus potencias comunitarias, localizaremos nuestros hogares como espacios de enunciación para construir domesticidades mensajeras y herviremos en el espacio público al ritmo de la olla comunitaria. Todo este ejercicio implica, además, viajar sobre la escritura como un entrar y salir, un poner el cuerpo y darse a otros cuerpos; por ello, esta escritura viaja entre la primera y la tercera persona. Es una escritura del ser y del hacer presencia.

Lo político desde el cuerpo y lo cotidiano

Estos dos eventos (la pandemia y el estallido social) nos han hecho regresar a la materialidad del cuerpo, a la necesidad de repensar el cuidado y a nuestra rotunda relacionalidad con los otros humanos y no humanos. Es a partir de y con nuestros propios cuerpos que estamos pensando, sintiendo y creando, y, claro está, son nuestras experiencias entrecruzadas con tantas otras las que nos permiten cuestionarnos y descentrarnos de nosotros mismos para lograr entrelazar diferentes perspectivas y alcances en estos tiempos convulsos. El cuerpo de quienes han participado en la lucha por la recuperación y restitución de derechos se ha convertido de esa manera en la materialidad expuesta desde donde ocurren contactos y se transmiten símbolos a la vez que se convierte en el objetivo directo sobre el que se desencadenan las condiciones de violencia y desigualdad. “Podríamos hablar de una estética relacional en tanto que el cuerpo de entrada se encuentra con el otro, con otros cuerpos. Ser cuerpo es estar fuera de sí, inserto en una trama relacional, en una zona de encuentro y vulnerabilidad” (Gil 2017, 216).

Durante la pandemia los cuerpos fueron recluidos en el hogar. El regreso a pensar la materialidad del cuerpo, que mencionábamos, implicó un regreso, además, a pensar el espacio cotidiano de habitabilidad que durante la coyuntura se reveló como límite de la protección del Estado y como potencia de nuevos ejercicios de enunciación. Por una parte, se agudizó el hogar como sitio donde ocurre la producción económica, académica, de socialización y vida pública, llevándonos a notar que la cotidianidad estaba atravesada por un sinnúmero de actividades invisibles que permiten día a día la reproducción de la vida y, por otro, nos recordaba que es en las casas donde se surten las maneras más desinteresadas y preocupadas de curación, encuentro y cuidado. Nuevos espacios y prácticas se tuvieron que adaptar y surgir para lograr convertir la casa en un lugar que acogiera tantas diferencias de cuerpos, actividades y ciclos de forma controlada. Un nuevo lugar que nunca habíamos imaginado. Inocentemente creíamos que el control estaba allá afuera, que la biopolítica operaba principalmente en el colegio, en nuestros lugares de trabajo, en las cárceles, en los hospitales. Preciado (2020) nos recuerda esas torsiones que ya se habían comenzado a dar desde los regímenes biopolíticos y que la pandemia trajo a su máxima expresión:

cuerpos (Arias, 2021)
Figura 2.
cuerpos (Arias, 2021)


Ya no se trata solo de que la casa sea el lugar de encierro del cuerpo, como era el caso en la gestión de la peste. El domicilio personal se ha convertido ahora en el centro de la economía del teleconsumo y de la teleproducción. El espacio doméstico existe ahora como un punto en un espacio cibervigilado, un lugar identificable en un mapa Google, una casilla reconocible por un dron.

En medio de las múltiples restricciones de circulación, los toque de queda, el cierre de los colegios y universidades, la prohibición de frecuentar ciertos lugares, pudimos notar cómo sobre ciertos sectores de la población recaía el mayor impacto del virus, sobre quienes el encierro y el aislamiento implicaba los mayores padecimientos sobre las condiciones mínimas de supervivencia. La crisis social y política a la que se añadió la crisis sanitaria nos permitió ver con más claridad cómo toda biopolítica es inmunológica, una biopolítica desde la que se decide cuáles cuerpos valen la pena de ser salvados y cuáles deben sacrificarse (Butler 2006, 81). Las fantasías y utopías inmunitarias en su mayor despliegue (figura 2).

Como consecuencia de esta política de violencia inmunológica, los cuerpos se desbocaron y regresaron a ocupar los lugares que estaban prohibidos, la calle principalmente, a través de diferentes prácticas, sonidos, performance, cantos y consignas. El estallido social del 28 de abril transgredió esas nuevas formas de control de los cuerpos que habían sido llevados al extremo por la restricción y la desigualdad a través de una no esperada y desbordada oleada de movilización creciente, tan contagiosa como el virus, de personas que se sumaban a los llamados para tomarse las calles. Desde la experiencia sensible del cuerpo doblemente expuesto, se comenzaron a desplegar una infinidad de prácticas estéticas como modo creativo de alterar los espacios y los tiempos. Con ello, retornamos de nuevo a la política, pues, como nos los recuerda Rancière (1996), alterar los tiempos y espacios, como también exponer un pensamiento de creatividad, ya es una intervención política en lo real.

La dualidad entre lo público y lo privado que separaba en ámbitos diferenciados a cuerpos, prácticas, espacios y roles, y que ha producido y reproducido la diferenciación entre las actividades propias de la vida política aparentemente separadas de las de la vida íntima dejando para el adentro del hogar las actividades de la alimentación, la limpieza, la crianza, la sexualidad, los cuerpos feminizados, los afectos y las emociones, y en el afuera las de la práctica política, la razón y la producción (muy entre comillas), había logrado sostener la imagen de que ciertas actividades no son públicas ni políticas, o que la política no es un ejercicio de afectos e intimidades. Los cuerpos nuevamente en la calle luego de haber sido confinados, y quizá por lo mismo, retornaron con sensibilidades transformadas; cuerpos tocados por la indistinción de la línea que compone distancias entre ámbitos de la vida. Tras el encierro y la virtualización, el adentro y el afuera, tanto como lo privado y lo público, se convirtieron en un continuo.

Es precisamente desde esta dualidad que queremos separarnos, es decir, complejizar lo político más allá de estas divisiones entre lo íntimo y lo público. Nos ubicamos en el trasegar entre ambos ámbitos, en las fronteras difusas que nos muestran cómo lo político comienza desde las micropolíticas de la vida misma, y algunas alternativas para entrever cómo las formas de lo privado saltan a lo público y dan vuelcos a la manera de hacer política. Como lo expusimos, tanto la pandemia como el estallido social nos hicieron regresar a la rotunda materialidad de nuestros cuerpos, a la necesidad de repensar el cuidado y nuestras formas de relacionarnos con los otros humanos y no humanos. Berlant y Warner (1998) nos recuerdan cómo las prácticas de intimidad son afectadas por fuerzas legales, normativas y fantasmáticas de lo público, y paralelamente introducen la idea de “esfera pública íntima” para referirse a la circulación de lo privado en la producción de la política. A partir de ahí nos situamos para indagar desde las diferentes prácticas que han surgido en la pandemia y en el estallido social que desde lo íntimo y lo doméstico están cuestionando y ampliando lo público, y viceversa (figura 3).

Valentina Arias, Batuta popular, 2021.
Figura 3.
Valentina Arias, Batuta popular, 2021.


Collage digital.

A continuación, queremos relatar algunos de estos eventos de expresividad cotidiana que hemos vivido desde nuestras experiencias corporales y también desde las experiencias cercanas que nos han tocado y movilizado a pensar, sentir y crear desde otros lugares, al mismo tiempo que complejizar qué estamos entendiendo por el cuidado, lo político y lo doméstico. Queremos profundizar en la relación entre cuerpo y territorio desde el vínculo con el trabajo del cuidado pensado como el trabajo fundamental para que la vida continúe, el cual nos hace repensar, a su vez, la dependencia humana como la representación de nuestra vulnerabilidad (Carrasco 2001, 177-178). Esto debido a que las fronteras cambiaron y, consecuentemente, nuestras nociones de inmunidad, por lo que nos situamos en los trasegares entre lo íntimo y lo público para entender el desarrollo de expresividades alternas a los modos tradicionales de representación y circulación de lo artístico, al mismo tiempo pensamos estas expresividades como políticas de la existencia y del cuidado, por ejemplo, las ollas comunitarias, los cuerpos trans en sus performance en las marchas, los cacerolazos, las batucadas e infinidad de prácticas artísticas y cotidianas que han surgido en medio de estos acontecimientos y nos han hecho aprender colectivamente a alterarnos y descentrarnos de nuestros lugares de confort.

Desde estas articulaciones, las preguntas que nos acompañan a lo largo de esta reflexión tienen que ver con cómo estas diferentes prácticas que han ido surgiendo en estos momentos de crisis sanitaria, social y política pueden permitirnos repensar y cuestionar lo que estamos entendiendo por lo político desde el cuidado y por lo artístico desde lo político desde sus posibilidades de reparar y crear vínculos diferentes entre territorios y cuerpos. Queremos conectar algunos planteamientos comunes en los que la preocupación principal gira en torno a las posibilidades que desde el cuidado (cómo mantener la vida) permite la reparación y sanación de vínculos entre territorios y vidas. Nos proponemos indagar las articulaciones entre el cuidado como la necesidad de mantener la vida y lo político como forma de apropiarse del mundo y de reformular la existencia.

Desde allí es que encontramos la potencia de las diferentes prácticas artísticas, de resistencia y re-existencia que han surgido en medio de estos tiempos pandémicos y más actualmente del paro nacional, las cuales han permitido a diferentes niveles transformar la existencia más allá de las lógicas productivistas, planificadas, de vigilancia, control y miedo, y nos han llevado al plano de lo sensible, los afectos y los cuerpos.

Fronteras líquidas

Unos de los lugares que nos han puesto a navegar en medio de las fronteras líquidas entre lo íntimo y lo público son los procesos de enseñar, aprender, investigar y crear en estos momentos, y desde ahí complejizar los conceptos de cuidado y lo doméstico para poder entender las nuevas formas de hacer y estar en el presente momento. Consideramos de manera personal estos espacios como uno de los lugares con más potencialidad para acercarnos a una expresividad política, ya que nos han permitido trasegar entre ambos ámbitos del adentro y el afuera, al igual que situar y entrelazar nuestras formas de hacer y de comprender las múltiples formas en que lo íntimo afecta lo público, y viceversa.

Valentina Arias, Hogar, 2021.
Figura 4.
Valentina Arias, Hogar, 2021.


Collage digital.

El primer lugar para detenerse en el viaje propuesto es el seminario-taller de antropología de las sensorialidades, corporeidades y performatividades desde donde hemos podido navegar fronteras líquidas. El curso está concebido como un seminario-taller de perspectiva crítica y exploración metodológica, cuyo objetivo principal es aproximarse a la configuración estética de los cuerpos y a la dimensión estética en la investigación antropológica en que se entrelazan las formas como lo sensorial y las corporalidades registran, testimonian y configuran las gramáticas del sentido de las realidades sociales. Para esto, el interés principal de indagaciones lo constituyen las prácticas sociales y políticas de las sensibilidades, las inter-sensibilidades y de la estéis, o los modos de sentir que se ponen en marcha en prácticas creativas y estéticas de la vida diaria y de las culturas del hogar (figura 4).

Construir y mantener el seminario durante la pandemia y el paro nacional ha implicado una serie de retos metodológicos desde la etnografía en los que se incentivan actividades que nos permitan situarnos desde el cuerpo y la experiencia en la coyuntura nacional, en que en el encuentro entre lo propio y lo otro emerge algo nuevo. Un conocimiento que surge en nuestro ser con el mundo en medio del contacto, las correspondencias y las contingencias. Desde esta perspectiva, la etnografía se complejiza al proponernos un acercamiento más desde el aparecer constituyente de lo afectivo que desde lo interpretativo de la representación, es decir, aproximaciones desde las potencialidades de los cuerpos y su afectación con el mundo, más que hacia la búsqueda de significados precisos y explicaciones racionales para convertir las actividades de clases en espacios en que las experiencias singulares elaboran y ejercitan conceptos y teorías en el camino de ser encarnadas.

Nos interesa también en el seminario detenernos en las condiciones corporales de existencia (políticas, sociales, económicas, encarnadas en esta experiencia) marcadas por la pervivencia del régimen corporal bio-político, sus modos de regulación, concepción, valoración y representación para comprender las jerarquías que organizan la condición corporal de la existencia en rangos de valor y caracterización según razas, etnia, edad, géneros, sexualidades, clases sociales, entre otros, y ver cómo esto fundamenta formas de violencia contra los cuerpos. Paralelamente, también nos interesa indagar prácticas sociales y políticas en marcos expresivos y estéticos que cuestionan estos órdenes y proponen otras dinámicas instituyentes de inter-sensibilidades y fortalecer prácticas de convivencia, re-existencias y resistencias. En tanto el seminario es un curso abierto, compone un contexto inter- y transdisciplinario teórica y metodológicamente en el que los participantes entrelazan modos provenientes del campo del arte, la antropología del cuerpo, los estudios de género, la antropología de los sentidos, los estudios de performance y los estudios visuales, entre otros.

El seminario se ha venido desarrollando de forma virtual y, en la condición particular que implica construir un espacio de diálogo afectivo y formativo en la distancia, el curso nos ha permito entrar en lo doméstico de cada uno para encontrar un sitio de cercanía. Atravesado por la pandemia y la crisis social, los temas propuestos se han convertido en cuestiones de hogar. Cada estudiante, cada grupo y cada encuentro ha devenido contacto e intimidad en red. Una forma de hacernos ingresar en las maneras particulares en que la coyuntura ha modificado nuestros modos de comprender la realidad y, a la vez, las formas en que mediante los ejercicios propuestos logramos reconstituir pasados y proponer futuros.

En el seminario, se presentan exploraciones y reflexiones que hagan uso de estrategias expresivas que nos permitan desbordar y expandir el academicismo textual; trabajamos con video, collage, realidad virtual, sonido, costura o alimentos para acercarnos a temas como lo cotidiano, el espacio doméstico, las prácticas de cuidado, el cambio de las nuevas formas de hacer y estar, la virtualidad y la relación entre lo íntimo y lo público, entre tantos otros. Aunque cada sesión tenía un tema específico, cada integrante ha partido de sus experiencias singulares para poder hacer común los retos conceptuales y la experiencia compartida en la clase. Ejercicios exploratorios que permiten aprender a habitar el momento desde otros ángulos y vivir lo común desde la experiencia compartida de las presentaciones de cada exploración, así como las afectaciones que estas hicieron en cada una. Esta dinámica convierte lo político a través de lo expresivo en un modo para pensar cómo afectar el adentro y el afuera, lo público y lo íntimo.

Devenir cacao: encontrarse en los alimentos

Al inicio del estallido social, a cada integrante de la clase nos llegó una carta con un paquetito que contenía una pastilla de chocolate y unas semillas de lavanda. Pili Santa María y Diana Piraquive nos las enviaron como parte del taller que se proponían realizar. Uno de los apartes de la carta apuntaba lo siguiente:

Este Ser-cacao te invita a movilizarte con el deseo y la curiosidad (el deseo que moviliza los cuerpos)… Dejarte con-Mover con este impase del día de cuarentena estricta, de distanciamiento físico, para proponerte una experiencia sensible… Sensual (que incite y abra otras, múltiples, sensorialidades y formas de sentir, de componerse con el otro… de salirte de ti y componer cuerpo con la experiencia.

Esta invitación manuscrita generó una gran emoción entre muchos, ya que hacía un buen tiempo que no recibimos cartas escritas a mano, por demás una forma de acudir a una vieja técnica para poder encontrarnos en la cercanía de una caligrafía, del gesto y de la huella de una distancia, y también por lo que nos indicaban al final de la carta: preparar un chocolate antes de comenzar nuestra sesión del seminario. El día que nos reunimos ya había comenzado el paro, el estar juntos tomándonos el chocolate creó un espacio de conversación alrededor de lo que estaba sucediendo. El devenir cacao nos ayudó a conectarnos y compartir expectativas, inquietudes, miedos y demás afectos que estaban latiendo en ese momento de incertidumbre entre el estallido social y la pandemia. El cacao nos permitió otra disposición hacia la discusión, pensar con las sustancias y sus efectos en nuestros cuerpos.

Un espacio sensorial y político al mismo tiempo, no podíamos estar juntos cuerpo a cuerpo, pero estábamos juntos desde la distancia y conectados por el olor y sabor del cacao. La conversación nos hizo repensar lo político del momento, el posicionamiento de la academia en estos contextos, la producción de conocimiento y las diferentes formas de hacer que habían comenzado a surgir en estos meses, la importancia de nuestros cuerpos conectados por medio de diferentes estrategias. El estallido social estaba ahí, no solo en la calle, estábamos juntos pensando desde nuestro hogar sin posibilidad de escaparnos. Un espacio de pensar y hacer en compañía. Un espacio para intentar devenir con otros y otras sustancias en otros cuerpos. Nos permitiremos estar desde otras formas y conexiones más allá de la virtualidad y más acá de la calle.

Otro de los ejercicios que surgieron en medio de estas fronteras líquidas y nos hicieron sentir y pensar lo político de lo íntimo, lo doméstico y sus entrelazamientos con lo público fue cuando Miguel Palencia, Gabriela Bravo y Natalia Gómez nos citaron al espacio del seminario en pijama y con el desayuno preparado para ser tomado en compañía de otra compañera por medio de la división de grupos en Zoom. El grupo logró crear un momento de intimidad por medio de unas prácticas como las de tomar el desayuno en pijama y conversar en un espacio público como Zoom. Un impase en la cotidianidad de nuestras casas y de nuestros espacios académicos. Rupturas que nos regresan a nuestros cuerpos y su racionalidad con los que habitamos a través de algunas preguntas que nos propusieron sobre nuestras prácticas de cocina, recuerdos de la infancia, sabores familiares, roles de género, temas que surgieron y nos hicieron cuestionarnos y conocernos entrelazando temas alrededor de lo cotidiano, lo domestico, los saberes inscritos en el cuerpo y principalmente, como ellos no los recordaban en sus palabras, el sentir compartido de las poéticas de lo cotidiano irremediablemente evocadas por el de las poéticas de la vida. Al final del taller nos propusieron hacer colectivamente un recetario con ingredientes para el buen vivir, imaginarnos las posibilidades infinitas que nos abre la cotidianidad para resignificar la existencia, la vida misma. El grupo volvió a Gil (2017) con una de sus frases clave: “también se poetiza y transforma la existencia, cocinando, tejiendo, soñando, celebrando, jugando, conversando, riendo” (217).

Domesticidades mensajeras

Otro de los talleres que tuvo su desarrollo en pleno estallido social fue el que nos compartió Alejandra Cadavid y Andrea Ramírez, quienes realizaron una carta abierta a los cuerpos en el paro que iniciaba así:

Cuerpo que ahora tienes todas las miradas sobre ti, has venido a la calle y ¿de dónde has venido?, ¿de dónde vienen tu furia, tu decisión, tu alegría, la fuerza de tus músculos, tu deseo de moverte aquí? Cuerpo joven que bailas, te expones, te tiendes en el piso, te juntas con otros cuerpos, ¿dónde acabas tú y comienza el cuerpo que tienes al lado?, ¿dónde acaba tu deseo y comienza el mío?, ¿dónde acaba tu movimiento y comienza el sonido de tanta gente en las calles?

Y terminaba: “Hasta nosotras ha llegado el impulso vital que de sus cuerpos se desborda, esperamos que estas palabras lo multipliquen”. Ninguna de las dos había podido salir a las calles por diferentes razones, pero se sentían involucradas y pertenecientes al estallido por medio de las imágenes que veían en las redes sociales y los medios de comunicación. Su ejercicio consistió en explotar lo que implicaba ser afectadas por dichas imágenes y desde ahí desarrollaron su escrito y realizaron collages con algunas de las imágenes seleccionadas. Los comentarios rondaron las definiciones de práctica política, del pertenecer y de la potencia de los cuerpos para afectar y ser afectados.

El último ejercicio que compartimos, y el cual también se realizó en pleno estallido social, fue el de Ana María Restrepo y Andrea Castillo, a través de un escrito realizado por las dos sobre las cacerolas y sus tránsitos entre lo doméstico como objetos de cocina y lo público en las acciones del cacerolazo. Desde ahí nos propusieron un ejercicio de escritura especulativa:

Vivimos tiempos convulsionados, atravesamos días en los que habitamos y transitamos múltiples emociones y experiencias sensoriales, en instantes en soledad, otros, en multitud. Estos son tiempos de relacionarnos distinto con las materialidades.

Valentina Arias, Aquí se cocina lucha, 2021.
Figura 5.
Valentina Arias, Aquí se cocina lucha, 2021.


Collage digital.

Hay objetos que nos conforman en el movimiento. Que materializan inter-existencias en su literal resonancia. Los invitamos a explorar la pulsión de los objetos que salen de sus espacios o de los armarios para hacer cosas, para movilizar-se y a compartir su experiencia a través de un ejercicio de escritura desde las emociones y los afectos que hemos habitado en estas últimas semanas.

A partir de esa invitación surgieron varios escritos que exploraron desde diferentes materialidades esas fronteras líquidas de las que hemos hablado. Se logró crear un espacio afectivo desde la escritura y los objetos que nos hicieron reflexionar sobre las múltiples formas de hacer en la academia y fuera de ella, las posibilidades de imaginar mundos posibles por medio de la escritura especulativa y la necesidad de pensar con otros a través de las diversas materialidades.

Las descripciones anteriores sobre los talleres de exploración sensible realizados en el seminario no son suficientes para poder traducir lo que realmente lograron crear y hacer estos ejercicios. Simplemente proponemos una imagen de lo que fueron estos espacios que permitieron los tránsitos entre lo íntimo y lo público, al tiempo que complejizaron conceptos sobre lo político, lo doméstico, el cuidado, las nuevas formas de hacer y estar, la virtualidad, el cuerpo e infinidad de temas que se fueron entretejiendo. También estos espacios han logrado permitirnos vivir estos momentos desde procesos creativos y críticos, y enriquecer cada una con la posibilidad de salir de nuestras existencias individuales para anudarlas con otras desde sus singularidades y espacios comunes. Nos encontramos en el espacio virtual no en la calle, pero eso también nos ayudó a comprender el estallido social desde otros lugares posibles y menos visibles que se cruzan y entrelazan. Cuerpos que se afectan desde lo cercano, pero también desde las distancias. Y, finalmente, nos ayudan a ver la necesidad radical de repensarse el lugar de lo político, los procesos creativos y las apuestas críticas desde sus formas de lo cotidiano que necesitan de esas fronteras líquidas y que para aparecer requieren dejarse permear recíprocamente para imaginar sus devenires políticos y estéticos.

Hoy más que nunca estamos al frente de la necesidad de cuestionar el trabajo en la academia como algo que es allá afuera, el campo está junto a nosotros en medio de nuestras prácticas académicas, las tareas cotidianas de mantener la vida, la experiencia corporal del encierro, las nuevas formas de relacionarnos por medio de la virtual, los recientes estallidos sociales y la vida misma. Ingold (2017) nos recuerda que “el conocimiento no consiste en proposiciones sobre el mundo sino en las habilidades de percepción y en las capacidades de juicio que se desarrollan en el curso del involucramiento directo, práctico y sensual con los entornos que nos rodean” (53). Queremos cuestionar la producción de conocimiento llevándolo o atrayéndolo a los procesos de creación y desvirtuar la idea de que lo artístico y lo político suceden alejados de la vida misma para desde ahí situarlos en medio de las texturas de la cotidianidad. El seminario permitió innovar métodos y epistemologías conectadas con lo íntimo, lo personal, lo político y lo material en medio de las condiciones de existencia contemporáneas que nos retan a cambios en la producción de conocimiento y sentido. Consideramos necesario ir más allá de la necesidad de ser más productivos como académicos al situarnos en las políticas de la vida y del cuidado de nuestras creaciones (figura 5).

Un hervor

Es ya casi la medianoche de un domingo en el parque principal de Fontibón y alguien pide una olla para poner el arroz.

En el andén de la casa de la cultura, se han instalado equipos de sonido; el andén se ha usado como tarima para que diferentes agrupaciones canten, bailen, declamen y eleven sus consignas. Al costado sur, y quizá como ejercicio iniciático, desde que empezó la jornada, lo que primero se instaló fue la olla. El día ha estado lluvioso y frío. Mi compañera y yo decidimos volver a casa para prepararnos mejor. Otro saco, bufanda, impermeable. Por un momento dudamos en volver. “Con este clima no creemos que el evento se anime lo suficiente”, “podríamos, mejor, adelantar en nuestros escritos de tesis”; sin embargo, estábamos movidas por la idea de que la escritura poco puede avanzar lejos de la situación actual y los reclamos y las manifestaciones que componen la protesta.

Decidimos volver y, al llegar de nuevo a la plaza central, la cantidad de personas se había multiplicado, hay jóvenes de diferentes edades, diferentes estilos, pertenecientes a diferentes colectivos; hay familias con niños y niñas pequeños; hay mascotas y muchas bicicletas. Donde se encuentra la olla hay personas avivando el fuego, manteniendo el calor. Se reparte pan y una bolsa llena de mangos pasa de mano en mano entre diferentes personas; cuando la preparación está lista, un canelazo, las personas se aglomeran y comparten la bebida. Hay un ritual desarrollándose, un ritual que rompe con la cotidianidad y la normalidad del confinamiento. Por un momento la pandemia y las restricciones parecen haberse suspendido y al calor de los alimentos las preocupaciones por el contacto, por el virus, se transforman en la preocupación por compartir, por que a cada quien llegue un vaso. Hay risas y abrazos, y de los parlantes no cesan de salir las consignas: “El paro no para, ¡viva el paro nacional!”.

La olla teje, entonces, un lazo, una grilla que enlaza y que imanta a los asistentes. Hay entonces una variación del acto de cocinar como ejercicio diario que se desplaza hacia lo público para componer emociones que originan política. La olla se transforma en objeto político porque restituye en el espacio común el acto fundamental del cuidado y los afectos. No solo se depositan ingredientes en la olla comunitaria que hace y sostiene las actividades del paro, sino también anécdotas, sentidos, ausencias y carencias. Quienes cocinan saben bien qué significa recurrir a lo poco, hacer con lo mínimo, improvisar sobre la marcha. El momento en que de la olla surge el plato es a la vez un intersticio temporal en el terreno de una disputa: la olla es el punto de pausa y re-localización.

Podemos pensar en la olla como la acción de hacer aparecer lo indecible de lo representado, de hacer presente lo que no hallaba modo en la representación, un arte anti-representativo como una práctica de arte político. “Un arte anti-representativo no es un arte que ya no representa. Es un arte que ya no está limitado en la elección de lo representable ni en la de los medios de representación” (Rancière 2012, 154). En esta, lo que se juega es la posibilidad de hacer aparecer o hacer visible más allá de la consigna, los modos y emociones de hacer una política comunitaria. En ella, lo que mueve la experiencia es una pregunta y una expresividad que atraviesa la vida y los cuerpos de los participantes que encuentran en la labor de hacer de comer una estrategia para hacer presente las dificultades a las que las somete la política desigual del Estado y las potencias que posibilita una política basada en el cuidado y la preocupación por el bienestar sobre la vida de los compañeros. Las cocineras de las ollas comunitarias hacen performance de la violencia a la que han sido sometidos sus cuerpos y sus descendientes. Convierten los alimentos en manifestación silenciosa que restituye y reclama al Gobierno la posibilidad negada de reproducir la vida “sorda furia que a su vez transforma en cantos políticos y en cantos revolucionarios […] como si el pueblo en lágrimas se convirtiera, bajo nuestros ojos, en pueblo en armas” (Didi-Huberman 2017, 48).

Es ya casi la medianoche de un domingo en el parque principal de Fontibón y alguien pide una olla para poner el arroz.

La actividad de las cocineras no cesa porque su lugar de acción no para como no lo hacen las actividades del hogar: si de algo saben las cocineras, es que servir un plato solo marca el inicio de una nueva preparación, y que en línea con la movilización, esto no acaba con el primer objetivo logrado: hay que seguir cocinando el futuro, hay que seguir preparando la esperanza. Es media noche y un grupo de mujeres prepara ingredientes para iniciar un arroz a la vez que solicitan una olla para poder continuar la labor. Yo en el andén me pregunto de dónde viene la energía que mueve a las personas que se encuentran esta noche a mantener el punto tomado y solo encuentro la posibilidad de lo doméstico y del cuidado para construir y para movilizar energías y afectos; a la vez, para convertir la vida en expresión política y en fuerza capaz de hacer cambios. Lo que se está materializando alrededor de la olla es una expresividad comunitaria que confronta de manera directa las desigualdades sociales y los temores sanitarios.

Cierre

Nuestro interés en esta reflexión es poder pensar la práctica política y la práctica estético-expresiva en el estallido social de 2021 y la crisis sanitaria. Partimos de creer que esta coyuntura marca de forma fundamental la sensibilidad contemporánea, las formas de releer nuestro pasado y componer el futuro. Las condiciones sobre las que los cuerpos, los espacios cotidianos, las fronteras y las experiencias sensibles de comunicación y encuentro han sido afectadas por la manera desigual, represiva y violenta como el Estado ha gestionado y administrado la pandemia han llevado a que las poblaciones compongan estrategias para resistir y subvertir desde sus saberes y haceres. En la crisis que obligó a los cuerpos a recluirse en el hogar y a los hogares a soportar la inserción de la antigua vida pública, lo doméstico se ha convertido en oportunidad para explorar las texturas que hacen posible la vida diaria, su sostenimiento, su cuidado y reproducción.

La pandemia llevó la academia a la casa, como llevó al hacer artístico y al diálogo político; parece imposible en nuestro tiempo pensar en la producción de conocimiento, el taller de artista y la asamblea sin el olor de los alimentos de fondo, sin la banda sonora de las hijas e hijos, sin la lavadora que suena, el perro que ladra o la gata que intenta acostarse sobre el computador en medio de una clase. Por lo mismo, se hace imposible pensar la academia sin encarnar la violencia política a la que se ha sometido a los cuerpos recluidos en el hogar o pensar el arte sin las materias y vidas que no cesan de expresarse en lo privado de la vida, del hogar. Cuando compartimos nuestra experiencia de seminario es porque hemos encontrado la manifestación del momento cuando la casa devino salón de clase y las clases devinieron casa. En el puente entre estos dos movimientos, la habilidad para estar abiertos a convertir el movimiento en expresividad nos ha llevado a sentir que lo expresivo del cuidado y lo cotidiano habita afectos que se transforman en una fuerza revolucionaria que mueve y conmueve los cuerpos

Las ollas comunitarias de las que construimos solo una pequeña imagen son el revés de ese movimiento entre el afuera y el adentro. Cocinar y alimentar van al afuera para organizar y construir experiencia; lo que relatamos es un intento por compartir que la vida pública puede estar basada en una política doméstica, con sus cuidados y sus expresividades; estas expresividades remueven saberes y sabores. Tocan directamente el cuerpo, trabajan desde un tipo de argumentación que es la de los afectos y las emociones.

Finalmente, cuando pensamos en las posibilidades de las prácticas estético-expresivas y su capacidad para cambiar las condiciones sociales, retornamos al hecho de que lo que hay en la cotidianidad a través del cuidado es un sentido profundo de comunidad, de que lo expresivo nace allí, marcado por nuestras experiencias íntimas y cercanas. El hogar y lo doméstico crean gramáticas que se inscriben en nuestros cuerpos y pieles; cicatrices que nos recuerdan los trasegares y las ausencias, y nos convocan al no olvido y a la lucha.

REFERENCIAS

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Butler, Judith. 2006. Vida precaria: El poder de la violencia y el duelo. Buenos Aires : Paidós.

Carrasco, Cristina. 2001. “La sostenibilidad de la vida humana: ¿Un asunto de mujeres?”. Mientras Tanto, n.º 82: 43-70.

Didi-Huberman, Georges. 2017. ¡Qué emoción! ¿Qué emoción? El maestro ignorante. Buenos Aires: Capital Intelectual.

Gil, Francisco Javier. 2017. “Poéticas de lo cotidiano, estéticas de la vida”. Nómadas, n.º 46: 213-225. http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121-75502017000100213.

Haraway, Donna J. 2019. Seguir con el problema: Generar parentesco en el Chthuluceno. Bilbao: Consonni.

Ingold, Tim. 2017. “¡Suficiente con la etnografía!”. Revista Colombiana de Antropología 53, n.º 2: 143-159. http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0486-65252017000200143.

Preciado, Paul. B. 2020. “Aprendiendo del virus”. El País, 27 de marzo. https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html.

Rancière, Jacques. 1996. El desacuerdo: Política y filosofía. Buenos Aires: Nueva Visión.

Rancière, Jacques. 2012. El malestar en la estética. Madrid: Clave Intelectual.

Stewart, Kathleen y Alejandro Ponce de León Calero. 2019. “El mundo que se hizo visible a través de lo afectivo”. Corpo Grafías: Estudios críticos de y desde los cuerpos 6, n.º 6: 167-175. https://doi.org/10.14483/25909398.14236.

Notas

* Artículo de reflexión como parte del proyecto “Resituando lo político desde el cuidado: Acciones y coaliciones de las mujeres del barrio San Martín de Porres (Bogotá, Colombia)”, el proyecto de video en confinamiento “Correspondencias confinadas” y la tesis de maestría “Circulación de afectos domésticos” durante el 45 Salón Nacional de Artistas, desarrollados en la Universidad Nacional de Colombia.

Notas de autor

** Licenciado en Educación Básica con Énfasis en Humanidades y Lengua Castellana, maestro en Artes Plásticas por la Universidad Nacional de Colombia y maestrando en Estudios Culturales de la misma universidad. ORCID: 0000-0002-5941-2582. Correo electrónico: mapalenciar@unal.edu.co.

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