Acerca de la moral y la sabiduría*

About morality and wisdom

Acerca da moral e a sabedoria

Cuadernos de Contabilidad, vol. 20, núm. 49, 2019

Pontificia Universidad Javeriana

Gilberto Cely Galindo a

Pontificia Universidad Javeriana, Colombia


Fecha de recepción: 25 Enero 2019

Fecha de aprobación: 26 Marzo 2019

Fecha de publicación: 30 Junio 2019

Resumen: En este ensayo exploramos los conceptos de moral y sabiduría y las relaciones que existen entre ellos. Nuestro enfoque es antropológico y social. Observamos que las conductas morales son constructos sociales convenidos de manera tácita o explícita para la convivencia justa y pacífica entre los miembros de una comunidad. Estos constructos sociales obedecen tanto a dinámicas antropológicas universales, como también a particularidades diferenciadoras de los grupos humanos por sus condiciones histórico-culturales y territoriales. Las conductas morales particulares cambian y evolucionan a la par de los cambios sociales ocasionados por mejores o peores condiciones de calidad de vida. En la sociedad globalizada contemporánea, las causas principales de los cambios son las tecnociencias. El conocimiento sapiencial viene en ayuda a la razón para orientar correctamente los cambios morales. Adicionamos la importancia del hábitat, de lo ecológico, en la configuración de los valores morales y sapienciales, cosa generalmente ignorada por la mayoría de los autores de la filosofía práctica.

Códigos JEL: Y80

Palabras clave: moral, sabiduría, valores, constructos sociales, hábitat.

Abstract: In this essay, we explore the concepts of morality and wisdom and the relationships that exist between them. Our approach is anthropological and social. We note that moral behaviors are tacitly or explicitly agreed social constructs for just and peaceful coexistence among members of a community. These social constructs obey both to universal anthropological dynamics, as well as to differentiating peculiarities of the human groups by their historical-cultural and territorial conditions. Particular moral behaviors change and evolve at the same time as social changes caused by better or worse quality of life conditions. In the contemporary globalized society are the Tecnociencias the main causes of the changes. The wisdom knowledge comes in aid to the reason to orient correctly the moral changes. We add to the importance of the habitat, of the ecological, in the configuration of the moral and sapiential values, something generally ignored by the majority of the authors of the practical philosophy.

JEL Codes: Y80

Keywords: Moral, wisdom, values, social constructs, habitat.

Resumo: Neste ensaio exploramos os conceitos de moral e sabedoria, e as relações que existem entre eles. Nosso enfoque é antropológico e social. Observamos que as condutas morais são constructos sociais convencionados de maneira tácita ou explícita para a convivência justa e pacífica entre os membros de uma comunidade. Estes constructos sociais obedecem tanto a dinâmicas antropológicas universais, quanto a particularidades diferenciais dos grupos humanos por suas condições histórico-culturais e territoriais. As condutas morais particulares mudam e evoluem junto com as mudanças sociais ocasionadas por melhores ou piores condições de qualidade de vida. Na sociedade globalizada contemporânea, as causas principais das mudanças são as tecnociências. O conhecimento sapiencial vem na ajuda da razão para orientar corretamente as mudanças morais. É importante acrescentar a influenza do ambiente, do ecológico, na configuração dos valores morais e sapienciais, algo que geralmente é ignorado pela maioria dos autores da filosofia prática.

Códigos JEL: Y80

Palavras-chave: moral, sabedoria, valores, constructos sociais, habitat.

LA MORAL COMO CONSTRUCTO SOCIAL

Que el ser humano es un animal social y político, por necesidad natural de supervivencia, es lo primero que nos dice la antropología. De allí se desprende que el bicho humano inventó el lenguaje para comunicarse y el trabajo mancomunado para resolver económicamente sus necesidades básicas de alimentación, vivienda, reproducción, cuidado de sus crías y protegerse de los depredadores.

En virtud de su condición sociable y política es también un animal racional, consciente de sí mismo y simbólico, homo sapiens, creador de cultura 1 que va dejando como herencia histórica a las nuevas generaciones. Para hacer exitosa la convivencia con miembros de su especie establece rutinas de comportamiento, costumbres que llamamos moral, 2 porque es un modo adecuado de morar en un territorio convirtiéndolo en morada, en hábitat, éthos, con hábitos que convienen a todos los miembros de la comunidad de pertenencia.

Digamos nosotros, como propuesta del presente ensayo, que la moral es el conjunto de consensos actitudinales, en su mayoría implícitos y simbólicos, que un grupo humano va estableciendo sapiencial e históricamente en un territorio, para favorecer comportamientos de convivencia cooperativa justa y pacífica entre sus miembros.

La fuerza de dichos consensos actitudinales puede provenir de consanguinidad, como en el caso de las etnias y el judaísmo; de convicciones espirituales compartidas por los creyentes de diversas religiones; de vínculos mítico-filosóficos a favor de la organización socio-política, como sucedió en el proceso de conformación de la polis griega; de ordenamiento legal regido militarmente por el derecho del imperio romano; del padrinazgo religioso establecido por los ritos sacramentales del cristianismo; de mutua confianza para establecer buenas relaciones comerciales, como en los constructos sociales de la amistad y buena vida de los pueblos del mediterráneo europeo; de la conciencia colectiva del deber, como sucede en las naciones anglosajonas; o también de intereses de enriquecimiento ilícito, como sucede al interior de las mafias, para citar solamente algunos ejemplos de consensos actitudinales.

Estos esfuerzos individuales de alinearse en comportamientos colectivos son aprendizajes dinámicos, siempre por ensayo y error, que una comunidad establecida en un hábitat socializa a través de narraciones míticas fundacionales, organización familiar, normas de conducta social, educación formal, creencias y ritos religiosos, cánones legales vinculantes, sistemas de gobierno, celebraciones cívicas, fiestas y tradiciones culturales.

Digamos, simplemente, que la moral es la manera como la gente se educa, vive y convive, negociando entre sí valores sapienciales tradicionales y nuevos de interacción social.

Einstein es reiterativo en la exigencia de formar en valores como lo sustancial del proceso educativo:

No basta con enseñar a un hombre una especialidad. Aunque esto pueda convertirlo en una especie de máquina útil, no tendrá una personalidad armoniosamente desarrollada. Es esencial que el estudiante adquiera una comprensión de los valores y una profunda afinidad hacia ellos. Debe adquirir un vigoroso sentimiento de lo bello y de lo moralmente bueno... Debe aprender a comprender las motivaciones de los seres humanos, sus ilusiones y sus sufrimientos, para lograr una relación adecuada con su prójimo y con la comunidad... Es de la mayor importancia el anhelo de lucha en pro de una estructuración ético-moral de nuestra vida comunitaria. En ese punto no hay ciencia que pueda salvarnos. Creo realmente que el excesivo hincapié en lo puramente intelectual (que suele dirigirse sólo hacia la eficacia y hacia lo práctico) de nuestra educación, ha llevado al debilitamiento de los valores éticos. (Einstein, 1983, p. 241).

Los valores tradicionales se trasmiten de generación en generación, de manera creativa (con pequeñas modificaciones en tiempos y lugares), como acervo cultural en la educación familiar y escolarizada. Puesto que dichos valores cargan un gigantesco peso histórico, muchos autores de teorías éticas suelen decir que los valores morales son siempre los mismos, permanentes, estáticos, inmutables y “eternos”; y a la vez los denominan también como “principios” morales. Así piensan de la verdad, la honestidad, la justicia, la lealtad, el amor, la misericordia y un larguísimo etcétera. Los autores que así piensan, al referirse a los tiempos actuales hablan de “crisis de valores”, de “destrucción de la cultura”, de caos y de apocalipsis moral.

Por otra parte, los valores nuevos se construyen también mancomunadamente, como respuestas a las emergencias del diario vivir, especialmente en las sociedades complejas y cambiantes de la modernidad tecnocientífica y de la hiperinformación. Los avances vertiginosos de las ciencias y tecnologías son las manos ocultas que en la “Sociedad del conocimiento” masajean y transforman los modos de vida familiar, educativa, laboral, recreativa, política y económica, como también las convicciones y prácticas religiosas.

En virtud de estos masajes incesantes, y por demás fascinantes, especialmente la gente joven adopta nuevas maneras de concebir y llevar la vida. Es decir, crean nuevos valores morales, como mecanismo psicológico de adaptación. Porque a tiempos nuevos, costumbres nuevas.

Todo lo anterior re-crea permanentemente los ideales individuales y colectivos de una vida agradable, buena, justa, digna y feliz, como respuestas inconscientes del principio de placer en coherencia y/o conflicto psíquico con el principio de realidad del psicoanálisis freudiano. Desde la psicología, la moral sería la manera como se vive individual y colectivamente un equilibrio dinámico entre estos dos principios, de tal manera que este segundo subyuga al primero, ejerciendo procesos sociales y medioambientales de adaptación para la supervivencia.

El principio de realidad impone condiciones de relaciones apropiadas entre los seres humanos y de estos con los ecosistemas, con una dialéctica de satisfacer simultáneamente los deseos egoístas del principio de placer, pero de manera controlada por las demandas altruistas de los congéneres, para beneficio del individuo y de la especie.

En esta dialéctica se establecen frenos a las apetencias primarias pulsionales, placenteras e inconscientes del “Ello”, hacia la conformación del “Yo” consciente, con restricciones y prohibiciones sancionables por el “Superyó” en el mundo insaciable del deseo, buscando lo útil y razonable para el individuo y la colectividad. El “Superyó” establece las normas tácitas de comportamiento social, mediando entre el “Ello” y el “Yo”. Es así como el principio de realidad orienta el cauce de la libido hacia satisfactores que subliman la interacción humana y dan lugar a diversas maneras de bienestar en la búsqueda personal de la felicidad.

La moral habla, entonces, con un lenguaje silencioso, de aquellos bienes, principios, valores y reglas de conducta profundamente humanos requeridos para la buena convivencia, manejo adecuado de conflictos y conservación dinámica de la estructura social.

Todo el contenido de este lenguaje silencioso es de alto sentido simbólico por su origen psíquico-espiritual, estético y religioso. En esto radica su fuerza convocatoria y organizadora de la arquitectura social, pues los valores morales son ideales subjetivos de vida buena, los que a su vez proponen a los individuos grandes metas y utopías de bienestar colectivo que dotan de sentido existencial, es decir, de significado último a los significados contingentes, paradójicos o contradictorios que se derivan de la experiencia conflictiva del hombre en el mundo. Estos significados introducen un orden moral y se resignifican según tiempos y lugares para contrarrestar la entropía social que viene con los procesos caóticos normales de la experiencia desgastadora de vida comunitaria 3 .

MORALIDAD Y SABIDURÍA

En el fondo de las conductas morales subyace la cognición sapiencial que las inspira, revitaliza y re-crea permanentemente. La sabiduría es un conocimiento práctico, reflexivo y profundo, personal y comunitario, sobre el bien y el mal, que acumula experiencia, sensatez y prudencia a lo largo de la vida para acertar en la toma de decisiones que comprometen presente y futuro.

La sabiduría consiste en la capacidad de juzgar rectamente los acontecimientos y los hombres; la historia personal y social, lo que es conveniente o necesario realizar de manera práctica en un determinado momento de incertidumbre. La sabiduría habla de la razón de ser de la vida y de la muerte, que tantas inquietudes existenciales ocasionan. De todo esto da buena cuenta la sabiduría popular con sus refranes y dichos que se transmiten oralmente de generación en generación, 4 a la vez que ciertas filosofías y religiones en cuanto que estas dignifiquen la vida humana.

Los libros sagrados de las grandes religiones (Hinduismo, Judaísmo, Cristianismo, Islam y Budismo) dan buena cuenta de las experiencias sapienciales históricas de quienes precedieron oralmente a esos escritos. En estos valiosos y venerados documentos se narra la revelación de Dios a la humanidad, a través de vivencias profundas individuales y colectivas que enseñan a las nuevas generaciones a vivir mejor. En eso consiste la sabiduría: en saber vivir mejor. Así es como la sabiduría se convierte en moralidad, un modo bueno de morar, el que a su vez resignifica las sentencias sapienciales heredadas para socializar en ellas a las generaciones inexpertas. De esta manera se establece el triángulo sabiduría-moralidad-religión.

La sabiduría posee originalmente la dimensión afectiva de la fruición, de saborear algo gustoso, del disfrutar del bien, de la bondad, de la compasión y de la belleza. Aporta estética y buen sabor a los quehaceres diarios. Es el “sapere” latino, raíz etimológica de “sap-ientia”. Es el “gustar de las cosas internamente” de que hablara San Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales. Santo Tomás de Aquino dice de la sabiduría que es “el conocimiento cierto de las causas más profundas de todo” (Methaphisica, 1.2). Así, pues, la sabiduría le da sentido jubiloso al conocimiento porque lo aprehende y gusta en su más profundo significado.

La sabiduría es hermana de la circunspección y de la prudencia, de la sensatez y de la moderación y del sentido común. Muchas veces se le confunde con el sentido común, que es el menos común de los sentidos. La sabiduría consiste en asumir serenamente la realidad de la vida y encontrar el verdadero sentido de ella para timonearla hacia puerto seguro.

El sabio es compasivo consigo mismo y con los demás, porque ha superado en mucho el egoísmo. Al sabio se le tiene en alta estima y reconocimiento social, no tanto porque sea muy docto e ilustrado en conocimientos científicos, sino porque es una persona esmerada, virtuosa, ejemplar y buen consejero. A una persona así se le admira y aprecia porque lo que dice y enseña es coherente con su forma de vida moral. Por estas razones, la tradición ha otorgado el apelativo de sabio a personas mayores en edad, dignidad y gobierno.

El Proyecto de la Sabiduría de Berlín, realizado por psicólogos a finales de los años 80, definió la Sabiduría como “un sistema de conocimiento experto en la pragmática fundamental de la vida”, con las siguientes características:

  1. - Conocimiento espiritual

  2. - Conocimiento de los hechos

  3. - Excelente criterio

  4. - Excelentes habilidades para resolver problemas

  5. - Habilidad para aprender de las experiencias del pasado

  6. - Humildad, fortaleza espiritual o habilidad para recuperarnos de la derrota

  7. - Apertura y madurez, permitiéndonos a los demás vernos por lo que realmente somos

  8. - Una comprensión profunda de la naturaleza humana, incluyendo empatía por otros y su cultura

De las raíces mismas de la sabiduría surgen las emociones morales que alertan la sensibilidad y predisponen para el autodominio con los juicios éticos, en los cuales concitan la voluntad y la razón práctica. La sabiduría, más que la ciencia y sus artefactos tecnológicos, 5 es el tipo de conocimiento que aporta un saber adecuado para descubrir y apropiarse oportunamente de lo que es humanamente valioso, esencial, razonable, necesario, útil, pertinente, bello, placentero y digno. Es más deseable la sabiduría que el dinero, como dice la Sagrada Escritura: “Más vale adquirir sabiduría que oro; más vale adquirir inteligencia que plata”. (Proverbios 16,16). La sabiduría no es como las monedas que hacen ruido.

Hoy, más que nunca, cuando confiamos en exceso en el conocimiento tecnocientífico para resolver las precariedades humanas, requerimos de altas dosis de prudencia sapiencial para minimizar los riesgos de nuestros propios inventos tecnocientíficos en la sociedad tecnocrática. De esto y mucho más se ocupa la sabiduría. Las ciencias y tecnologías, siendo medios y no fines, penetran por todos los recovecos de lo humano, al igual que por lo ecológico y terminan disfrazándose de fines vitales por su fascinante poder sobre la naturaleza y el hombre mismo. Tienen la facilidad de generar un éthos o imaginario colectivo que subyuga silenciosamente, sin dolor aparente, pero generando muerte lenta del organismo social.

Ante esta realidad amenazante, la sabiduría nos concita a construir conscientemente un éthos vital fortalecido en valores morales que sirvan de brújula a la Sociedad del Conocimiento para vivir bien y mantener justas relaciones con los demás. Entendemos por éthos vital el sistema simbólico-moral que representa los espacios físicos y psicosociales que constituyen el mundo de la vida y dan sentido a la vida. En el pensamiento ético de Heidegger, el éthos se entiende como “estilo humano de morar y habitar”. Ortega y Gasset entiende por éthos, el sistema de reacciones morales que actúan en la espontaneidad de cada individuo, clase, pueblo, época. El éthos vital dice relación a un universo de valores morales, individuales y colectivos, que imprimen unidad a un grupo humano en la justa convivencia y cooperación.

Así pues, el mundo contemporáneo requiere de la sabiduría para distinguir el bien del mal, lo justo de lo injusto, para decidir sus propias acciones y determinar los ideales que conduzcan a construir un futuro mejor. Un mejor éthos vital. Éste es un proyecto antropológico de tipo axiológico y, más precisamente, de tipo ético-moral, del cual surge la necesidad de establecer ciertas reglas o normas de conducta universalizables para que prevalezca el orden social, ya que el ser humano vive y ha vivido siempre en sociedad; es un animal político, según lo definió Aristóteles. La sabiduría es un conocimiento práctico y experiencial que debe acompañar a la sociedad contemporánea de las tecnociencias. 6

Sabemos que la ética, como reflexión racional que hacemos sobre las costumbres o moralidad, no tiene vocación de rumiante eterno de pesadumbres deprimentes, sino de motor de actitudes positivas que animen a la esperanza y refuercen el sentido de la vida, que es también estético, para dotarnos de mejores argumentos existenciales que podamos compartir los seres humanos en pos de una convivencia justa, armoniosa y feliz con toda la comunidad biótica.

La ética vivida es la moral y la moral pensada es la ética. El ser humano es el único ser moral, puesto que en esto consiste su ÉTHOS. La realidad moral es constitutivamente humana; no se trata de un ideal, sino de una necesidad, de una forzocidad exigida por la propia naturaleza, y por las propias estructuras psicobiológicas. (Aranguren, 1965).

En su libro el Método VI, Ética, Edgar Morin pone de manifiesto la tríada de religaciones a partir de las cuales se construye una mirada ética. “Toda mirada sobre la ética debe percibir que el acto moral es un acto individual de religación: religación con un otro, religación con una comunidad, religación con una sociedad que, sin límite alguno, es religación con la especie humana”.

LO HUMANO Y LO ECOLÓGICO RE-LIGADOS

Añadimos nosotros a las anteriores afirmaciones de Morin que también estamos re-ligados biológica y moralmente con toda la naturaleza viva. El planeta entero es un ser viviente. Todos los seres vivientes participamos biofísicamente del mismo genoma emergido por autopoiesis 7 desde hace 3.800 millones de años, cuando apareció la primera bacteria unicelular, siendo los humanos una variedad compleja de ella misma. La combinación diferenciada de las bases fosfatadas con los aminoácidos origina la diversidad de los seres vivos. El resultado de esta realidad es que un lazo de parentesco nos une a todos los vivientes, formando una sola comunidad biótica.

Y la naturaleza es fuente primaria de moralidad en cuanto nos precede, nos constituye y nos proyecta. Somos naturaleza. Somos seres biótopos y psicótopos. 8

La naturaleza es el lugar ineludible del encuentro del hombre con el origen de sí mismo, por lo tanto, consigo mismo, para hacer aprendizajes sobre nuestro ser y actuar, sobre la manera justa de morar nuestro planeta, base de la moralidad. Somos naturaleza que habita en la naturaleza y ella habita en nosotros. Los vegetales y animales son nuestros hermanos mayores, pues cuando nosotros nacimos ellos ya estaban. Así que es criminal e inmoral destruir a nuestros hermanos.

La naturaleza nos suministra los recursos básicos de supervivencia, sin los cuales no existiríamos y, además, los soportes espirituales para avanzar en nuestro proceso de humanización. Nos provee de alimentos, agua, aire, albergue, belleza, descanso, inspiración estética y espiritual. También nos ofrece innumerables materias primas que transformamos industrialmente para satisfacer necesidades reales y presuntas, hasta el absurdo consumismo disfrazado de desarrollo, que agota los recursos naturales e infesta de basuras nuestra casa terrenal y el alma humana.

La madre naturaleza es el biótopo matriz donde moramos como miembros de la biocenosis que nos parió como psicótopo, en un complejo devenir de orden, desorden, organización eco-evolutiva-creadora. En la naturaleza, como bien primero y origen de otros bienes, 9 los seres humanos nos auto-descubrimos como agentes de valores y dignidad, lo que moralmente reclama de nosotros no reducirla a mero objeto instrumental de utilidad y precio, como ha sucedido equívocamente con la cultura predatoria de la Modernidad tecnocientífica que nos tiene ad portas de arruinar para siempre nuestro hábitat.

En el largo proceso evolutivo holoceno, 10 hemos sido los animales más exitosos porque logramos gran adaptabilidad al entorno para sobrevivir. Y en la medida en que nuestro sistema nervioso central ha ido desarrollando mejores condiciones sinápticas cerebrales, bipedismo, lenguaje, cooperación social y destrezas cognitivas que dan lugar a la emergencia creciente de la voluntad y de la libertad, pasamos progresivamente de adaptarnos a adaptar el mundo a nuestras necesidades y antojos.

En los últimos cuatro siglos, nuestra capacidad colonizadora, adaptadora y dominadora del planeta se ha acrecentado exponencialmente. Este ha sido el inicio del período antropoceno, 11 el de las tecnociencias, que multiplica el poder humano en condiciones de manipulador de la naturaleza y de sí mismo. Esta andadura histórica ha traído consigo muchas cosas buenas y malas. Las buenas saltan a la vista como un conjunto enorme de bienes que aportan mejor calidad de vida humana. Las malas se evidencian en los daños ecológicos irreversibles y en los altos riesgos de autodestrucción humana con todo tipo de violencias.

Con la naturaleza tenemos, entonces, obligaciones morales de cuidado, protección, conservación, restauración y mejoramiento. Dichas obligaciones morales son ineludibles y urgentes, como imperativo ético y asunto de vida o muerte, para resarcir los macro daños ecológicos que ocasionamos y que revierten sus efectos nefastos a los humanos y a todos los otros seres vivientes del planeta que carecen de toda culpa en la crisis ambiental. Nuestros actos ecocidas son también suicidas.

La especie humana está necesariamente re-ligada con todos los otros seres de la naturaleza, sintientes o no, pues conforma con ellos una comunidad de múltiples interdependencias y reciprocidades. En este orden de ideas, tendríamos que decir que el ser humano se construye moralmente en la medida en que el universo entero sea para él una instancia de moralidad. En consecuencia, lo ecológico revierte su presencia edificante en la interioridad humana y lo humano se expresa en la humanización del mundo. La fuerza presencial de lo ecológico en la subjetividad humana ilumina de sentido sapiencial al hombre, llevándolo desde lo estético a lo ético en los procesos constructivos de autoconciencia.

REFERENCIAS

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Sabiduría. (s.f.). Significados.com. Disponible en: https://www.significados.com/sabiduria/ Consultado el 2 de mayo de 2018.

Notas

* Artículo de reflexión.

1 “Dentro de la cultura se gestan los valores mediante los cuales se valida el comportamiento social, formando así los criterios de verdad y los juicios de valor, partes de las estructuras que permiten entender la práctica social, al ser principios generadores y organizadores de las prácticas y sus representaciones” (Bourdieu, 1991).

2 “Una de las definiciones de ‘moral’ o ‘moralidad’ es el conjunto de creencias y normas de una persona o grupo social determinado que ofician de guía para el obrar, es decir, que orientan acerca del bien o del mal —correcto o incorrecto— de una acción” (Palacios de Torres, 2009). Ver también las nueve acepciones de la palabra Moral en la versión virtual de la edición 23 del Diccionario de la RAE.

3 “El hombre es un animal colgado de una red de significados que él mismo ha tejido. Para mí la cultura son esas redes y su análisis no debe ser una ciencia experimental en búsqueda de leyes, sino una ciencia interpretativa en búsqueda de significado” (Barfield y Schussheim, 2000).

4 “La sabiduría popular está constituida por dichos, consejas y refranes. Como tal, emana directamente de la oralidad de un pueblo y recoge los axiomas y los valores que identifican las maneras de ser y proceder de la gente. La sabiduría popular está fundamentada en las costumbres y en la idiosincrasia de las personas, y, en este sentido, se encuentra arraigada en el cúmulo de experiencias y conocimientos que constituyen el inconsciente colectivo. La sabiduría popular es típica de los ancianos, que están siempre llenos de anécdotas o consejos para ilustrar situaciones u orientar los actos cotidianos” (Sabiduría, s.f.).

5 Santo Tomás de Aquino se refiere a la sabiduría como “el conocimiento cierto de las causas más profundas de todo” (Metaphysica, I, 2). Más allá del conocimiento científico está la sabiduría aportando asentimientos de verdad, certeza y confianza. A esta convicción alude Van Rensselaer Potter, padre de la Bioética, cuando afirma que “la sabiduría es el conocimiento que necesitamos para orientar correctamente el conocimiento”. “Esta nueva ciencia, la bioética, combina el trabajo de los humanistas y científicos, cuyos objetivos son sabiduría y conocimiento. La sabiduría es definida como un conocimiento de cómo usar el conocimiento para el bien social. La búsqueda de la sabiduría tiene una nueva orientación, porque la sobrevivencia del hombre está en juego. Los valores éticos deben ser confrontados en términos de futuro y no se les pueden divorciar de los hechos biológicos. Las acciones que disminuyan las oportunidades de sobrevivencia humana son inmorales y deben ser juzgadas en términos del conocimiento disponible y supervisadas por los parámetros de sobrevivencia determinados por los científicos y humanistas” (Potter, 1971).

6 Remito al lector a lo mejor que se ha escrito sobre el concepto de “tecnociencias” y al por qué la Bioética se configura como la ética propia del mundo tecnocientífico (Ottois, 1991).

7 Asumimos el concepto de “autopoiesis” (poiesis = creación, del verbo griego poieín = crear, hacer) de la teoría elaborada por Francisco Varela y Humberto Maturana. Esta teoría argumenta que el fenómeno de la cognición es también emergencia del mismo proceso de selección natural de las especies. Autopoiesis significa crear desde sí mismo, dar a luz novedades que no existían antes. Todos los organismos vivos son autopoiésicos y dan de sí mismos emergencias sistémicas de mayor complejidad y una de ellas son las cognoscitivas en gradientes diferentes. Por consiguiente, la cognición no es exclusiva del ser humano. Es común a todos los animales con los cuales estamos emparentados, pero en el humano ha sido la causa de todo su mundo simbólico que lleva a la autoconciencia y a la sabiduría. El concepto de autopoiesis tiene su correlato en el concepto de “auto-organización” propuesto por la cibernética y desarrollado para los sistemas orgánicos por Heinz von Foerster. Por otra parte, de Ilya Prigogine y el Instituto Santafé acogemos la teoría de las “estructuras disipativas” como fundamento de la “complejidad creciente”, en el mismo orden de ideas de los autores anteriormente citados.

8 Nuestro planeta es un biótopo: espacio embarazado de vida. Es un planeta vivo que da a luz la vida psico-espiritual en cada uno de los seres humanos, constituyéndose en psicótopos.

9 Es importante establecer la diferencia entre “bien” y “valor”. Los bienes son realidades objetivas, materiales o simbólicas, es decir, naturales o culturales, que existen fuera del sujeto pensante, por consiguiente, son independientes de las acciones cognitivas y volitivas personales. Anteceden siempre el actuar del sujeto y, por esta precedencia, se les puede considerar como bienes pre-morales. Citemos algunos: la naturaleza y los recursos biofísicos que la constituyen, la vida, la salud, la sexualidad, la propiedad, el poder, el matrimonio, la familia y el Estado en cuanto a instituciones simbólicas culturales. Los bienes pre-morales pueden convertirse en valores morales una vez que formen parte sustantiva de la acción e intencionalidad, como en el caso de la vida humana. Los bienes son objeto de normatividad y de protección legal. Los valores morales tienen siempre como referentes los bienes, no existen independientemente de la praxis humana, responden a intencionalidades de impronta cognitiva y volitiva que impulsan la acción simbólica humana y se encarnan en ella, manifestándose como un carácter o modo virtuoso de ser de la persona. Son valores, por ejemplo: la justicia, la solidaridad, la equidad, la veracidad, la fidelidad, la honradez, la amistad, la generosidad, la compasión… Todos los valores morales responden a preferencias y convicciones individuales, a virtudes personales, a hábitos, a modos dignos de habitar la casa terrenal, a cualidades espirituales que se viven libremente en la cotidianidad y establecen un ethos vital. Por esta razón, los valores morales más que ser normas enseñables académicamente como una ciencia o asignatura escolar, son modelizados por las personas que los viven como opción libre y se convierten en ejemplos para orientar la conducta deseable de las demás personas, especialmente en el proceso educativo de socialización. Normalizar los valores morales es algo muy difícil, a la vez que jerarquizarlos, y peor aún darles amparo legal por el derecho. La dignidad humana podría considerarse simultáneamente como el valor y bien moral supremo, que conforman una unidad. Pero la dignidad humana no es un solo valor, sino un conjunto de valores morales referenciados socialmente, todos ellos mediados por preferencias intencionales individuales y colectivas que, de manera sinérgica, dinamizan el proceso de humanización, sin que entre ellos haya conflicto ni contradicciones. Los Derechos humanos concretizan y defienden el conjunto de bienes y valores que hablan de la dignidad humana. Sobre bienes y valores, ver Piguet (1991) y Junges (2001).

10 En 1885, durante el Congreso Geológico Internacional, un grupo de científicos reunido en Bolonia, Italia, decidió que la era geológica habitada por seres humanos se denominaría “Holoceno”. El holoceno inicia cuando concluye el último período glacial, hace 12 mil años, y el hielo desaparece en gran parte de Europa.

11 Se entiende por “Antropoceno”: la era en que las fuerzas de las actividades humanas se sobreponen a las fuerzas de la naturaleza. Este término fue discutido en Londres, durante la segunda semana de mayo 2011, en la reunión de la Geological Society, pensando que ya podría darse por concluida la era holoceno, habida cuenta que el inmenso poder que las tecnociencias le están aportando a las actividades humanas para habitar el planeta y penetrar los secretos del cosmos, ya puede ser comparado con el poder de las fuerzas de la naturaleza.

Notas de autor:

a Autor de correspondencia. Correo electrónico: gcely@javeriana.edu.co

Información adicional:

Para citar este artículo: Cely G., G. (2019). Acerca de la moral y la sabiduría. Cuadernos de Contabilidad, 20(49). https://doi.org/10.11144/Javeriana.cc20-49.adms

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