Beatriz Sarlo, ¿una “criollita”, una “intelectual de cabotaje”?*

Beatriz Sarlo, a “Criollita”, a “Domestic Intellectual”?

Cuadernos de Literatura, vol. 24, 2020

Pontificia Universidad Javeriana

Analía Gerbaudo a

Universidad Nacional del Litoral-Conicet, Argentina


Recibido: 23 Junio 2019

Aceptado: 15 Septiembre 2019

Publicado: 30 Diciembre 2020

Resumen: Este artículo parte de una selección de datos puntuales respecto de la internacionalización de los estudios literarios en Argentina entre 1958 y 2015. Puntualmente, se enfoca en uno de los indicadores de la internacionalización: la traducción. Este indicador visibiliza el lugar de nuestra producción en la circulación internacional de las ideas. Con estos datos como marco, nos centramos en un “caso”: la descripción de las tensiones entre las prácticas de internacionalización y autofiguración en Beatriz Sarlo. Esto se hace con el objetivo de esbozar una hipótesis alrededor de los sentidos ético y político de su toma de posición intelectual, en sintonía con las asunciones sacrílegas que han marcado su trayectoria, en general, y su trabajo en la consolidación y en la institucionalización de los estudios literarios en Argentina, en particular.

Palabras clave:Beatriz Sarlo, internacionalización, traducción, autofiguración institucionalización.

Abstract: This article begins with a data selection regarding the internationalization of the literary studies in Argentine between 1958 and 2015. It highlights one of the internationalization’s indicators: the translation. This indicator pinpoints the place of our production in the international circulation of ideas. With this data we focus in one “case”: We describe the tension between Beatriz Sarlo’s practices of internationalization and her self-figuration. We draw some hypotheses about the ethical and political connotations of her intellectual position in accordance with the sacrilegious assumptions that have marked her trajectory, in general, and her role in the consolidation and institutionalization of literary studies in Argentina, in particular.

Keywords: Beatriz Sarlo, internationalization, translation, self-figuration, institutionalization.

Breves consideraciones metodológicas

Este artículo parte de una selección de datos sobre los procesos de institucionalización de los estudios literarios en Argentina entre 1958 y 2015, y sobre su internacionalización. Estos procesos se desprenden, entre otros, de un megaproyecto dirigido por Gisèle Sapiro que comprendió diferentes países (Argentina, Brasil, Francia, Italia, Reino Unido, Austria, Holanda, Hungría, Estados Unidos, Alemania y España)1 y numerosas disciplinas (sociología, psicología, filosofía, economía, letras, antropología y ciencias políticas). A efecto de no demorarme en la descripción de las decisiones teóricas y metodológicas tomadas durante varios años de investigación, cito un artículo disponible en línea en acceso abierto, donde se compila dicha información (Gerbaudo, “Los estudios literarios”): esto me permite concentrarme, aquí, en los datos relevantes para analizar el problema que me ocupa en esta ocasión. A saber, a la luz de las dinámicas del campo (véase Bourdieu, “Le champ”, Leçon, “Effet”, “Les régles”, Les usages, Science, "Entretien”, Manet; Sapiro, “L’apport”, “Le champ”, “La teoría”) de los estudios literarios, tal como se configura en Argentina entre 1958 y 2015, se vuelve la atención sobre un problema general y luego sobre un “caso”2 particular: si, por un lado, los indicadores (véase Sapiro et al.) de intraducción y extraducción hacen ostensible nuestro lugar marginal en la “circulación internacional de las ideas” (Bourdieu, “Les conditions”), por el otro, el análisis de las prácticas de Beatriz Sarlo permiten descubrir una tensión entre prácticas de internacionalización y de autofiguración que ponen de manifiesto la importancia política y ética de la toma de posición de los agentes3 sobre este asunto. Se trata, en este caso particular, de una asunción que entra en juego con prácticas “sacrílegas” llevadas adelante por Sarlo en el proceso de institucionalización de los estudios literarios en Argentina y que revelan la potencia política del aprovechamiento de las grietas4 como un resquicio para la acción frente a tendencias hegemónicas5 diversas, según las coyunturas (las relaciones de fuerza en un campo varían en diferentes momentos).

Respecto de las cuestiones metodológicas, basta con reponer aquí que el análisis del proceso de internacionalización de los estudios literarios combina un doble plano: por un lado, el de los datos y, por el otro, el de la intencionalidad de los actores.6 Dicho en otros términos: se articula una interpretación de los resultados cuantitativos sobre migraciones, cooperación internacional, publicaciones en el extranjero, intraducción y extraducción, extraídos del procesamiento de los currículums de 181 agentes del campo (112 mujeres y 69 varones) con una interpretación de las fantasías de nanointervención (Gerbaudo, “Derivas”) de dichos agentes, reconstruidas a partir de sus prácticas y de lo arrojado por una entrevista semiestructurada que, cuando fue necesario y/o posible, se complementó con consultas vía correo electrónico. Datos y relatos se juxtaponen para enriquecer las hipótesis sobre procesos cuyas formas específicas y cuyo desarrollo histórico no había sido sistemáticamente abordado en Argentina.7

Por otro lado, se adaptan los criterios seguidos por Sapiro para estudiar el campo literario francés bajo la ocupación alemana: su decisión de ordenar los resultados a partir de un criterio que yuxtapone la carrera profesional de los agentes con factores “extraliterarios” (La guerre 706) es particularmente útil para un campo relativamente autónomo como el que aquí se estudia, continuamente jaqueado por la discontinuidad de las políticas públicas, el terrorismo de Estado durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX y las crisis económicas. Se atiende, entonces, a la edad que tenían los agentes durante las dos últimas dictaduras y durante la década de los años noventa, marcada por el modelo neoliberal que derivó en el estallido social de diciembre del 2001. Esta decisión metodológica apunta a verificar la correlación entre dictaduras, crisis económicas e internacionalización forzada, especialmente por vía de las migraciones. De este modo, los datos sobre la internacionalización se ordenan tomando en cuenta cinco grupos de agentes según su edad (esta muestra fue tomada en 2015):

Remarquemos que 1966 (año de inicio de la dictadura encabezada por Juan Carlos Onganía, y extendida hasta 1973) y 1976 (año de inicio de la última dictadura, que se extendió hasta 1983) son fechas clave. No obstante, es importante aclarar que las dictaduras asociadas a estas fechas se inscriben en un marco de “continuidad relativa en lo que respecta a la implantación de políticas represivas” (Franco 18) con sus derivas sobre los procesos de institucionalización e internacionalización de los estudios literarios.

Los datos: ¿la excepción Sarlo?

De acuerdo con nuestra clasificación de los agentes según sus edades, Beatriz Sarlo pertenece al G1, es decir, al grupo de aquellos indiviuos cuyas carreras estuvieron atravesadas por las dos últimas dictaduras y que tienen, por lo menos, 23 años en 1966 y 33 años en 1976. Si tomamos en consideración el conjunto de los datos de este grupo sobre el indicador “traducción” (recordemos que se trata de la cuantificación de información extraída de los currículums de los agentes), podemos tejer hipótesis sobre una dinámica del campo en la que Sarlo se inscribe con particular singularidad: por ello constituye un caso que amerita ser analizado.

Respecto de la intraducción, tenemos que este grupo traduce textos que provienen mayoritariamente del francés, seguido por el inglés, el italiano, el alemán y, en menor proporción, el portugués y el ruso (tabla 1 y figura 1). La marca distintiva de las importaciones está dada por la necesidad de discutir posiciones hegemónicas en el campo de los estudios literarios, tal como se configuran en Argentina entre 1966 y bien avanzados los años ochenta. La traducción se produce en un alto porcentaje por fuera de los circuitos legales y, en muchos casos, se suprime el nombre del traductor: un dato indisociable no solo de la precariedad de la práctica, sino también de la seguridad del agente. La mayor parte de las traducciones se publica en revistas culturales editadas por medios privados; un porcentaje considerable se emplea en cátedras universitarias y su circulación es “artesanal” (el texto se pasa de mano en mano: se fotocopia una versión tipeada en máquina de escribir).

Tabla 1.
Intraducción G1: lenguas de los textos intraducidos
Intraducción G1: lenguas de los textos intraducidos


Fuente: elaboración propia a partir de una base de datos constituida por 181 currículums de agentes del campo

Intraducción G1: lenguas de los textos intraducidos
Figura 1.
Intraducción G1: lenguas de los textos intraducidos


Fuente: elaboración propia a partir de una base de datos constituida por 181 currículums de agentes del campo

Respecto de la extraducción, el portugués encabeza las lenguas de esta circulación internacional, seguido por el italiano, el inglés, el alemán, el francés y, en menor proporción, el turco, el griego, el húngaro y el gallego (tabla 2 y figura 2).

Tabla 2.
Extraducción G1: lenguas de los textos extraducidos
Extraducción G1: lenguas de los textos extraducidos


Fuente: elaboración propia a partir de una base de datos constituida por 181 currículums de agentes del campo

Extraducción G1: lenguas de los textos extraducidos
Figura 2.
Extraducción G1: lenguas de los textos extraducidos


Fuente: elaboración propia a partir de una base de datos constituida por 181 currículums de agentes del campo

No es el objetivo de este trabajo exponer y analizar los datos numéricos en detalle. No obstante, es oportuno mencionar algunas conclusiones derivadas de ellos. La primera, tiene que ver con la asimetría entre el caudal de intraducciones y de extraducciones: la predominancia de las intraducciones es inescindible del lugar marginal que la Argentina ocupa en la circulación internacional de las ideas. Se trata de un dato indisociable, por otro lado, de las lenguas en las que se escribe y circula el conocimiento en los circuitos mainstream (Beigel).

El segundo dato da cuenta de los territorios de circulación de nuestra producción a través de las lenguas dominantes en la extraducción: predomina la difusión regional con escasos índices de expansión al circuito mainstream. Nuevamente, puede establecerse aquí un correlato entre la posición en el campo y la lengua de comunicación de los resultados de las investigaciones.

Estas conclusiones nos permiten trabajar sobre la singularidad del “caso Sarlo”. Los datos constatan su activa práctica de traducción, ejercida fundamentalmente desde la revista Punto de Vista, que dirigió entre 1978 y 2008. No voy a repetir información reunida en artículos disponibles en línea sobre sus traducciones en esa publicación periódica (véase Gerbaudo, “Derivas”, “Fanasías”). Simplemente, como muestra de su curiosidad intelectual alrededor de cómo y qué se leía y discutía fuera de Argentina por aquella época, y de su tenacidad para conseguir los textos que materializaban dichas prácticas, vale la pena repasar, por ejemplo, qué tradujo Sarlo durante la última dictadura (este periodo no solo precedió al surgimiento de internet, sino que fue un tiempo transido por la censura, la represión y la exclusión del circuito institucional de todos los agentes que pusieran en cuestión al régimen). A este respecto, encontramos que, en ese período, Sarlo tradujo y publicó las siguientes obras: las entrevistas que le hizo a Richard Hoggart, Raymond Williams y António Cândido; un fragmento del artículo “La production de la croyance (contribution a une économie des biens symboliques)” (Bourdieu); una nota de Susan Sontag a propósito de la muerte de Roland Barthes; una ponencia de Hans Robert Jauss presentada en el IX Congreso de la Asociación Internacional de Literatura Comparada realizado en Innsbruck en 1979, y fragmentos de la Leçon sur la leçon (Bourdieu). Todos estos materiales heterogéneos fueron conseguidos en viajes al extranjero, que fueron pagados con fondos propios: viajes hechos para asistir a congresos (espacio entonces crucial, tanto para la socialización como para la actualización del estado del arte) y/o para gestionar entrevistas con agentes centrales del campo internacional y regional. Es importante mencionar que Sarlo desarrolló estas actividades mucho antes de devenir en una firma del campo (una década más tarde, la acumulación de capital simbólico le facilitará estas tareas).

Respecto de quiénes traducen los escritos de Sarlo y en qué lenguas, los datos tomados de su currículum (7) muestran una predominancia del portugués (6 títulos sobre 11), seguido por el inglés (2 títulos) y luego, en paridad, por el italiano, el turco y, como dato curioso (un dato sobre el que volveré más adelante), el español.8 A continuación, se enlistan algunos de los títulos traducidos que aparecen en el currículum de Sarlo:

Adviértase que Borges, un escritor en las orillas es una traducción al español de un texto que Sarlo escribió en inglés durante una estancia en Cambridge. Es decir, si pensamos sus extraducciones en términos de circuitos (véase Beigel), una primera conjetura cuantitativa rápida nos arrojaría una predominancia del ámbito regional por sobre el mainstream (siguiendo las tesis de Marco Santoro, Italia podría considerarse como parte de los circuitos regionales, mientras que Turquía podría pensarse en serie con Argentina, es decir, como un circuito periférico en la escena internacional). No obstante, el dato de su libro traducido del inglés al español, en intersección con sus numerosas conferencias y artículos en inglés difundidos en los más prestigiosos centros académicos internacionales (se destacan, entre otros, las universidades de Columbia, Cambridge y Harvard), complejizan esta primera impresión desprendida del análisis aislado de los datos cuantitativos.

Los cuentos: tensiones entre autofiguraciones y prácticas

La carrera académica de Beatriz Sarlo está atravesada por los golpes de Estado. Antes de obtener sus títulos de profesora y licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires en 1966, se desempeña como profesora de latín en la misma institución. También colabora con la entonces reciente y pujante Editorial Universitaria de la Universidad de Buenos Aires (Eudeba), dirigida por Boris Spivacow. Luego del golpe de Estado de 1966, renuncia a sus cargos y acompaña a Spivacow en una intervención sociocultural más ambiciosa: la fundación del Centro Editor de América Latina (CEAL). En esa editorial dirige las colecciones Letra firme (1968),10 Biblioteca fundamental del hombre moderno (1971) y, junto a Carlos Altamirano, Biblioteca Total (1976) y La Nueva Biblioteca (1979). Teniendo en cuenta el hilo de lectura (Derrida, La dissémination 71) seguido en esta presentación, resulta conveniente resaltar las traducciones que Sarlo realiza y/o promueve desde dichos espacios.

Encontramos, entonces, que la colección Letra firme, “concebida con criterios académicos cuyos títulos estaban a cargo de especialistas en cada uno de los temas a quienes se les encargaba tanto la traducción como el prólogo y las notas” de los textos (Gociol 101), seguía el modelo de la colección Los fundamentales, de la Eudeba, dirigida por Aníbal Ford.11 A este respecto, apunta Sarlo:

Si bien la dinámica del CEAL tomó rápidamente otro rumbo, creo que —inicialmente— Boris tuvo la idea de que algunas estructuras de colecciones de Eudeba se reprodujeran en el Centro. Así, Letra firme seguía el modelo de una colección que se llamaba Los fundamentales, que había sido dirigida por Aníbal Ford y que fue la última en la que yo participé antes de que todos renunciáramos a la editorial universitaria. Ya en el Centro Editor, Boris me encarga a mí que dirija esta colección gemela de la de Eudeba. (Gociol 102)

Los once títulos de la colección Letra firme, consignados en el catálogo reconstruido por Judith Gociol, revelan el intento de difundir textos teóricos y críticos, por ejemplo, Cómo Gertrudis enseña a sus hijos, de Johann Heinrich Pestalozzi (traducido por José Tadeo Sepúlveda, y prologado y anotado por Juan Ricardo Nervi), Racine y Shakespeare, de Stendhal (traducido, prologado y anotado por Hilda Torres Varela), etc. (Gociol 101).

De la Biblioteca fundamental del hombre moderno nos interesa resaltar su variedad de géneros: sus 109 títulos publicados provienen de campos como la literatura, la historia, la economía y la divulgación en general (Gociol 148-151). Esta heterogeneidad se explica en un relato de Sarlo en el que habla de los criterios de selección, mientras valoriza, a la distancia, el trabajo de conjunto, sin dejar de deslizar una nota de color político que alude a la hospitalidad hacia quienes detentan posiciones diferentes a los de la entonces directora:

Algunos títulos son obsesiones de Boris, por ejemplo los libros de John Reed; esa era la biblioteca del viejo comunista, que entraba bien en el tono de la época y que se aparecía en las obras que él proponía que fueran incluidas. Cada quince días venía y decía: “¿No querés poner a Lérmontov?”. Hay otros títulos, en cambio, que están más relacionados con mis propias lecturas, con los libros de izquierda de mi biblioteca. Hay, incluso, algunas obras de dos amigos míos, peronistas. Uno es Carlos Alberto Fernández Pardo, una especie de plumífero al que se le podía encargar cualquier cosa, y el otro Jorge Money. Por otro lado, hay algunos libros que, vistos hoy, parece que debían ser publicados, de cajón, como Un corazón simple, de Flaubert. Ahora uno podría decir que es un libro absolutamente indispensable, pero no era obvio por entonces. Eran materiales que el Centro Editor realmente ponía en circulación. (Gociol 152)

Vale la pena ver también el modo en que Sarlo describe cómo obtenían los materiales y cómo tramitaban su traducción, dado que exhibe hasta qué punto la meta de la difusión avalaba el quiebre de ciertos protocolos y de normas jurídicas:

Todos los libros de literatura extranjera los elegía yo, y la forma de seleccionarlos era la misma que utilizamos también en otras colecciones: recorrer las librerías de viejo y fijarse qué libros estaban fuera de derechos. Una vez que los elegíamos, de algunos títulos encargábamos una nueva traducción y, en otros, aplicábamos ese famoso método inventado por el Centro Editor que —en el mejor de los casos— era una sinonimia: se tomaba una vieja traducción y se le hacía una corrección de estilo exhaustiva para que no pudiera ser reconocida, a veces se trabajaba a partir del original, y a veces sin él. (Gociol 151)

Por otro lado, Alejandrina Falcón caracteriza el proyecto de la Biblioteca Total como un “fenómeno extraordinario” debido, entre otros factores, a “la compleja articulación de subcolecciones y fechas de entrega” (81). En su exhaustivo artículo explica que la colección, compuesta a su vez “por cuatro series que salían una vez por semana en forma rotativa, siguiendo una numeración única” (81), seguían un riguroso esquema de publicación: el primer jueves de cada mes aparecía un libro de la serie Novelistas de Ayer y de Hoy; el segundo jueves, uno de la serie Memorias y Autobiografías; el tercero, uno de la serie Panoramas de la Literatura y el cuarto, uno de la serie Los Fundamentos de las Ciencias del Hombre. Vale la pena detenerse en esta última serie, dedicada a la importación de textos de ciencias sociales y humanas. Por ejemplo, en este marco Sarlo y Altamirano publican una compilación de textos de Georg Lukács, Lucien Goldmann, Robert Escarpit, Arnold Hauser, Harry Levin, David Daiches y Pierre Bourdieu: se trata del número 24 de la serie y aparece como Literatura y Sociedad (véase Falcón). A pesar de este ritmo vertiginoso, y de las precarias y riesgosas condiciones de trabajo, se logran sacar a la calle 76 títulos. También sobre esto, Sarlo tiene un cuento para contar:

Entre los libros que nosotros habíamos encargado estaba la antología de economistas clásicos preparada por Horacio Ciafardini. Meses después de entregar el libro, Ciafardini cae preso. Le decimos entonces a Spivacow: “Bueno, Boris, hay un problema...”. Él nos mira —como si literalmente no entendiera— y nos contesta: “Nosotros ese libro lo tenemos pautado y lo sacamos”. Después, se queda suspendido un momento y dice: “¿Ustedes piensan que lo puede perjudicar a Ciafardini?”. (Gociol 217)

Este cuento de Sarlo sobre la dificultad para producir en el ámbito de las ciencias sociales y humanas durante la última dictadura12 se complementa con el que cuenta el secretario de redacción de la colección, Heber Cardoso:

Esta fue una colección muy complicada de armar por su estructura de cuatro subcolecciones y también porque eran los tiempos de plomo y Carlos y Beatriz estaban en la clandestinidad, así que dejaban el material cómo y cuándo podían. No teníamos forma de localizarlos y nunca sabíamos bien qué nos iban a traer. Para mí fue una de las experiencias límite en mi trabajo en la industria editorial. (Gociol 217)

Finalmente, la colección La nueva biblioteca nace como una deriva de la anterior: menos exigente en su cronograma y esquema de publicación, mantiene, no obstante, los criterios de selección. Se publican 42 títulos, entre los que cabe destacar, dado el límite de extensión de este artículo, El mundo de Roland Barthes, con la introducción, las notas y la selección de textos de Sarlo, y Conceptos de sociología literaria, editado por Sarlo junto a Altamirano (se trata, esta vez, de un manual propedéutico que recoge las teorías de Raymond Williams, Pierre Bourdieu, Richard Hoggart, Edward Thompson y António Cândido). Otra vez, es un relato de Sarlo el que permite observar una marca distintiva de esta colección. Una marca inescindible de lo que luego constituirá un sello distintivo de su trabajo, es decir, la preocupación por la divulgación de calidad:

Para mí La nueva biblioteca era una buena colección, pero no anduvo bien. Las tapas son extraordinarias, creo que de la más lindas entre las series que yo tuve a mi cargo. Los títulos fueron preparados por personas que luego devinieron en especialistas en esos temas. No era que encontrábamos un libro y lo refritábamos sino que convocamos a gente que conocía de lo que escribía. La línea de Conceptos de... era verdaderamente de punta y en ficción tradujimos textos exquisitos, de literatura más invisible. La pelea en esta colección era darle un sentido alto de divulgación. (Gociol 263)

En paralelo a estas intervenciones, en 1978 Sarlo funda, junto con Carlos Altamirano y Ricardo Piglia, Punto de vista, la revista de la “resistencia cultural” (véase Pagni) que dirigirá hasta el 2008. Por la misma época, inicia un “grupo de estudio” clandestino. Ambos espacios forman parte de las usinas intelectuales más importantes del campo, no solo por sus operaciones de importación teórica que incluyen la traducción, sino, especialmente, por sus análisis críticos (véase Caisso y Rosa).

En 1984, Sarlo se reintegra a la Universidad de Buenos Aires en la cátedra de Literatura argentina II, en la que permanece hasta su renuncia en el 2003. En 1985, ingresa al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas con la importante categoría de Investigadora Independiente, para ser promovida a la categoría de Investigadora Principal en setiembre del 2000 (categoría en la que permanece hasta su retiro en 2012).

En una entrevista que le hice en el 2009, Sarlo advierte: “Cualquier extranjero que mirara mi currículum no comprendería los hiatos”. A propósito de estos hiatos, su respuesta discurre sobre la importancia de las formaciones (editoriales autogestionadas por fuera de las instituciones, revistas, grupos de estudio clandestinos, etc.) y de los financiamientos de instituciones extranjeras en su desarrollo individual. A su vez, permite ver su contribución en la construcción de un campo (relativamente) autónomo desde posiciones que, según las circunstancias, llevan adelante prácticas de oposición, de contribución y/o de distanciamiento, respecto de aquellas sostenidas en las instituciones del Estado (entre ellas, la universidad).

Esta cuestión se hace visible también en los prólogos y en los agradecimientos incluidos en sus libros, en los que resalta la importancia de las bibliotecas personales, mientras pone en relieve el tipo de prácticas autogestionadas que permitían mantener un alto nivel de profesionalización,13 incluso durante la dictadura. Por ejemplo, en el prólogo a la segunda edición de Ensayos argentinos, Sarlo se pronuncia sobre la oportunidad propiciada por el CEAL de continuar el trabajo intelectual, aun bajo aquellas hostiles circunstancias políticas y económicas:

Este libro fue publicado por el Centro Editor de América Latina en 1983. Se lo dedicamos entonces a Boris Spivacow, uno de los héroes de la resistencia cultural a la dictadura que terminaba justamente ese año. Es difícil pensar en la mayoría de estos ensayos sin las posibilidades abiertas por Spivacow. No se trata simplemente de que ellos fueran editados por su sello. Se trata más bien de que los escribimos porque, trabajando en el Centro Editor desde 1976 hasta 1983, tuvimos los medios mínimos para realizar una tarea intelectual que, en duras condiciones económicas y políticas, hubiera sido de otro modo casi imposible. Como empleados de Spivacow no solo editamos colecciones de libros, sino que pudimos redactar estos artículos que íbamos publicando fuera del país en revistas dirigidas por Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar y Saúl Sosnowski. (Ensayos 7)

El carácter subterráneo de la circulación de la teoría en las catacumbas, unida a la urgencia por actualizarse, se hace ostensible en un relato de Sarlo en el que comenta el recurso a la traducción de textos grabada en casetes tanto por seguridad como para agilizar la tarea. En su “cuento”, la precariedad no funciona como pretexto para renunciar a la exigencia intelectual. Es notable, en ese sentido, su insistencia en que se trabajaba con las mejores ediciones de los textos teóricos y con los mejores traductores al español. Esto se observa durante una consulta realizada en el 2015:

Roberto Raschella, eximio traductor, grabó en casettes la traducción de algunos textos de Bajtín (cuyas ediciones italianas yo tenía: Dedalo Libri) y de Tinianov (Avangardia e tradizione, también por Dedalo Libri). En ese momento, las mejores traducciones de esos textos eran al italiano. […] Creo que eso sucedió en 1980 porque es el año que consigo esos libros en Italia.

Es necesario resaltar el carácter autogestionado de estos espacios de resistencia (por eso también se los llamaba grupos “privados”): tanto los materiales como las clases se sustentaban con fondos de los participantes. Al respecto, Graciela Montaldo, hoy profesora en la Universidad de Columbia y participante de los grupos liderados por Sarlo durante la última dictadura, menciona que, si bien “los cursos de Sarlo no eran caros”, trabajaba para poder solventarlos: “En tiempos de la dictadura la universidad nos daba lo peor”, recalca mientras contrasta estas prácticas subterráneas deseadas frente a las estatales. Su relato pone en evidencia la densidad del momento: “Se trabajaba de cualquier cosa, mientras paralelamente se asistía a la universidad y se participaba activamente de los grupos” (Montaldo).

Pero, además, hay una característica singular de aquel momento del campo intelectual: ciertas librerías jugaban un rol central en la actualización y la importación de teorías. Un rasgo indisociable del estado de nuestras bibliotecas y “archivos” (véase Derrida, Mal) en Argentina es que las bibliotecas públicas son precarias, están incompletas y, en la mayor parte de los casos, están desactualizadas y son inconstantes en la adquisición de publicaciones periódicas. Esto obedece no solo a las prácticas represivas (censura, quema de libros, etc.), sino también a la fluctuación de las inversiones estatales y de las políticas públicas. En consecuencia, la actualización disciplinar exige grandes esfuerzos económicos por parte de varios agentes: los profesores y los investigadores suelen invertir buena parte de su salario para adquirir bibliografía especializada.

Durante la dictadura, otra vía de actualización era generada por las editoriales. Sarlo reconstruye parte de este escenario durante una consulta planteada en el año 2015 a propósito de esta investigación. Ante mi pregunta respecto de cómo lograba, a pesar de la precariedad, leer y/o traducir a autores como Pierre Bourdieu cuando sus libros apenas estaban siendo publicados en Francia, Sarlo destaca la importancia de ciertas librerías apartadas de la lógica del mercado, de las bibliotecas personales, de los viajes al extranjero y del trabajo junto a otros agentes del campo intelectual. Entre estos agentes destaca el papel de José “Pancho” Aricó, figura clave en la difusión de Antonio Gramsci en Argentina, y de Jaime Rest, quien enseñaba The Making of the English Working Class de Edward P. Thompson, The Uses of Literacy: Aspects of Working Class Life de Richard Hoggart, Drama from Ibsen to Eliot, Culture and Society, 1780-1950 y Britain in the Sixties: Communications de Raymond Williams en sus pequeños grupos de estudio clandestinos (véase Crespi, “Jaime Rest, intelectual”, Jaime Rest:función crítica):

A Bourdieu no lo conocí, pero supe de su existencia muy temprano. Alrededor de 1982, Pancho Aricó me ofreció traducir Le métier de sociologue para la editorial Siglo XXI. Acepté, pero luego le devolví el libro porque la oleada política me impedía dedicarme con seriedad a nada.

Después, tanto Carlos Altamirano como yo le seguimos todos los pasos. Aunque resulte difícil de creer hoy, Leçon sur la leçon llegó a Buenos Aires, a la librería Fausto donde también compré la Leçon de Barthes. Aunque también resulte increíble, Jaime Rest tenía a Williams y a Hoggart en su biblioteca. Y nosotros encontramos The Long Revolution y Culture and Society en la librería El Ateneo. Antes de eso, Carlos había tenido Culture and Society en sus manos porque Nueva Visión estaba por traducirlo (algo que no sucedió por razones similares a las que me hicieron abandonar la traducción de Bourdieu ofrecida por Pancho). Luego, durante mi segundo viaje en 1981, Williams me regaló The Country and the City. (Sarlo)

Es notable el contraste entre los datos incluidos en el apartado anterior, unidos a los que se extraen de los relatos hasta aquí citados, con las autofiguraciones que se desprenden de algunas de sus entrevistas. Así, durante una conversación con María Pia López y Sebastián Scolnik, Sarlo señala:

Soy una persona de cabotaje. En este sentido no hago más que continuar una tradición de intelectuales argentinos. Mi cosmopolitismo es el de esos intelectuales a los que no les alcanza para ser cosmopolitas, no les alcanza para ser intelectual fuera de los límites, fuera de Buenos Aires, o de Argentina y Brasil, digamos.

Pero el cabotaje tiene una ventaja, te da la certeza de que vos estás muy parada en un terreno. Nunca tuve la intención de superar ese cabotaje, y ya hoy sería imposible. Siendo cosmopolita de una manera tradicional, hablando y escribiendo en dos idiomas además del castellano, conocí el mundo muy tarde, salí al mundo después de los 40 años. (24-25)

Sarlo vuelve sobre esta cuestión durante un diálogo con Alejandro Grimson, transcripto para la revista Otra parte. Finalmente, y con un viso más pronunciado, reitera la imagen durante una consulta que le hice en el 2015 a propósito de esta investigación: ante la duda sobre un dato respecto de sus operaciones de intraducción, le pregunté si Bourdieu se había enterado de la difusión casi inmediata que ella le daba a sus trabajos en Argentina a través de Punto de Vista (recordemos que estamos hablando de un tiempo previo a la aparición de la web). Al respecto, señala: “En realidad, soy poco cultivadora de los contactos. Soy una intelectual de cabotaje, una criollita” (Sarlo).

Si comparamos esta respuesta con los datos cuantitativos sobre sus textos extraducidos se podría observar que Sarlo es una de las figuras del campo de los estudios literarios producidos en Argentina más traducida en el extranjero. Además, ha sido publicada en más de una lengua y en los más prestigiosos circuitos académicos de consagración internacional.

Si traigo, entonces, esta autofiguración recurrente, desmentida por la trayectoria internacional que se verifica al analizar su currículum, es para señalar la congruencia de Sarlo con una de sus apuestas más constantes: la publicación de textos destinados a un público expandido. Por un lado, escribe para estudiantes y profesores universitarios, junto con Carlos Altamirano, desde un género poco valorado en el campo académico: el manual (repasemos, entre otros: Conceptos de sociología literaria, publicado en 1980, y Literatura/sociedad, en 1983). Por otro lado, escribe sus notas periodísticas, de las que el público universitario no es el destinatario privilegiado. Estas notas comprenden desde sus escritos para Perfil, Página/12, su legendaria Página/30, La Nación, etc., hasta su intervención más controversial: su columna en Viva, iniciada prácticamente en el mismo momento en que renuncia a su cátedra de Literatura argentina II de la Universidad de Buenos Aires (dos actos sacrílegos que solicitan —en el sentido derrideano de hacer temblar, corroer los fundamentos de una práctica— dónde trabajar, desde qué ángulos del campo cultural intervenir, desde qué lenguaje hacerlo).

De los comentarios que esta columna generó en el mundillo académico, repongo tres que esquivan la rápida descalificación para tratar de entender los sentidos que impulsaban la práctica de Sarlo: “Al escribir en la revista Viva, recibió muchas críticas por la índole de esa publicación, pero no nos sumamos a ellas. Esas notas, creemos, insinuaban un proyecto de cambio de tono”, apunta Horacio González (124). También Daniel Link rescatará la famosa columna que une a otros de sus “ejercicios” que, “para salvar su relación con la literatura”, ponen “entre paréntesis el esteticismo en el que la crítica literaria se desmaya fatalmente” (555). Por último, un gesto de valoración se atisba en la mención de este rescate de Link por Martina López Casanova desde el siempre más o menos protocolar tono al que obliga una tesis doctoral (y más aún cuando esta se enmarca en las ciencias sociales con sus exigentes formatos de demostración): Link afirma que “su columna semanal en Viva es su ‘experimento […] más intenso, el más fascinante, el más difícil’” (4).

Hay en esas columnas un desplazamiento del lugar desde donde Sarlo interviene. Este es un cambio de colocación que mantiene, no obstante, una fantasía abrigada desde Los libros, pasando por Punto de vista y también por la cátedra universitaria: la de contribuir a modelar lectores críticos de los bienes culturales. No encuentro otro modo de explicar esta apuesta sin banalizarla, sin reducirla a maniqueísmos simplificadores. Y es en este punto donde la autofiguración como la “criollita” aporta a la complejización del problema: alguien que hubiera podido optar por una circulación internacional patrocinada por el circuito mainstream habría elegído no solo el circuito regional (si se entiende por tal el que se configura en el Cono Sur), sino, en especial, la intervención en el debate de ideas en Argentina. Además, su autofiguración exagera este perfil: ella, que había publicado regularmente en inglés (no sólo su libro sobre Borges y artículos en prestigiosas revistas, sino también libros junto a Fredric Jameson, Franco Moretti, Francine Masiello, John King, etc.) y cuyo currículum habilita su autoinscripción en los circuitos mainstream por los que circuló como profesora invitada, conferencista, etc., opta por la autofiguración depreciativa como estrategia. Sarlo exhibe su colocación geopolítica desde una autofiguración que no solo visibiliza el lugar marginal de la producción enunciada desde estas latitudes en los circuitos de producción, difusión y circulación internacional de los estudios literarios (o dicho en otros términos: en los circuitos mainstream), sino que también evidencia la toma de posición respecto de los lugares donde resulta más productivo intervenir.

Se compartan o no sus posiciones (ese es el punto menos importante de esta cuestión: como aprendimos del Gilles Deleuze inspirado por Spinoza, “para moralizar, basta con no comprender” [Deleuze 34]), hay algo en la apuesta “de cabotaje” de Sarlo que sigue produciendo actos de enseñanza. Hay en esa decisión un gesto ético-político a contracorriente de los habitus globalizados. Hay un modelo intelectual que sigue inspirando prácticas y que, tal vez, exija, para su lectura profunda, la reinvención de la fórmula deleuziano-spinoziana: para no comprender, basta con moralizar.

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Notas

* Artículo de investigación
Este artículo de enmarca en el proyecto de investigación “Fantasías de nano-intervención de los críticos-profesores en la universidad argentina de la posdictadura (1984-1994)”, desarrollado para Conicet en el período 2018-2019. Este trabajo se realiza gracias al financiamiento que diversas instituciones han otorgado a los siguientes proyectos de investigación: International Cooperation in the Social Sciences and Humanities: Comparative Socio-Historical Perspectives and Future Possibilities (Interco SSH, European Union Seventh Framework Programme FP7 / Grant Agreement n.º 319974; dirección de Gisèle Sapiro, marzo, 2013-febrero, 2017); Fantasías de nano-intervención de los críticos-profesores en la universidad argentina de la posdictadura 1984-1994 (Conicet, Proyecto de Carrera de Investigador Científico); Estudios literarios, lingüísticos y semióticos en Argentina: institucionalización e internacionalización 1945-2010 (CAI+D/UNL, 2017-2020) incluido en el Programa Lengua, literatura y otros bienes culturales en la escena internacional de circulación de las ideas (PACT/UNL, 2017-2020), ambos bajo mi dirección.

1 Si bien no estaba en el diseño inicial del proyecto, en el tramo final de la investigación se incorpora a Alemania. Algo similar acontece con España, aunque su inclusión se limita al campo de las letras y entra en interacción directa con el equipo argentino.

2 En una defensa de tesis de una maestría enmarcada en el campo de las didácticas de la lengua y de la literatura, sostenida en 2018, Judith Podlubne cuestionó con inteligencia el empleo del término caso en las ciencias sociales y humanas en general, dado su sesgo “patologizante” derivado de su uso en los campos jurídico y médico. Esa incisiva observación permite hacer ostensible la dificultad para apartarse tanto de los modos de nombrar que gozan de elevada aceptación como de protocolos vigentes en el campo. Esta incomodidad se pronuncia cuando las investigaciones en cuestión se alejan del “campo clásico” (Dalmaroni 69) para transitar una zona de frontera disciplinar (véase Gerbaudo, “Enrique Pezzoni”), ya que, en la mayor parte de las ocasiones, lo que se advierte es el enfrentamiento de “morales” (Derrida, “Biodegradables”) que arrastran prácticas que se imponen gracias a un efecto performativo y de inercia, más que por la confrontación de los fundamentos teóricos, metodológicos, epistemológicos y/o “éticos” que sostienen dichas prácticas (para profundizar en la diferencia entre moral, asociada a la “buena conciencia”, y ética, asociada a la “responsabilidad”, véase Derrida, “Biodegradables”). Concretamente, en relación con el término aquí en cuestión, se me permitirá confesar, tal vez algo impúdicamente, que consuela pensar que Freud, que provenía del campo de la medicina y que usaba el concepto con un sesgo patologizante, pudo también emplearlo para escribir “la última novela del siglo XIX” (Catelli 136) con “el caso Dora” (Freud). Tal vez, las alertas respecto de estas connotaciones logren diseminar (Derrida, La dissémination ) más de uno de los sentidos contenidos en el mismo término; tal vez, se logre hacer proliferar la dimensión positiva de la singularidad que también lo habita; tal vez, el uso habilite la convivencia de estas derivas (así como pharmacon aloja las contradictorias acepciones de remedio y de veneno).

3 Tal como lo hace Pierre Bourdieu, empleo el término agente, tomando distancia tanto del racionalismo omnipotente como del voluntarismo-voluntarista: el sujeto, para Bourdieu, se define a partir de sus habitus (producto de una historia incorporada), así como en la tensión entre lo posible y lo pensable en un determinado estado del campo. Se trata de una definición relacional y topológica: los sujetos se definen en relación con otros y a partir de la posición que ocupan en el campo (véase Bourdieu y Chartier).

4 Hablo de grietas en el sentido que Rinesi le da al término en su teoría política, inspirada en Derrida y Shakespeare, entre otros. Eduardo Rinesi revela la potencia que cobra la grieta para la acción política que intenta modificar algo de un “estado de las cosas” (por apelar a la expresión del cineasta alemán Win Wenders). Así, define a la política como “la actividad o el conjunto de actividades desarrolladas en ese espacio de tensión que se abre entre las grietas de cualquier orden precisamente porque ningún orden agota en sí mismo todos sus sentidos ni satisface las expectativas que los distintos actores tienen sobre él” (23).

5 Uso este término en el sentido no totalizador que le confiere Raymond Williams.

6 Retomo deliberadamente la expresión usada por Louis Pinto ,cuando me aconsejó la inclusión de esta variable en el análisis. Esta incorporación capitaliza los resultados de una investigación que ya lleva varios años (y promete durar muchos más) sobre las fantasías de nanointervención de los críticos que enseñaron teoría literaria y literatura argentina en la universidad pública durante el primer ciclo de la posdictadura (es decir, el periodo comprendido entre 1984 y 2003 [véase Antelo, “Programa”; Gerbaudo, Políticas , “Ante un segundo ciclo”]). Al reconstruir estas fantasías, no solo a partir de los relatos de estos agentes, sino, en particular, a partir de sus acciones, se complejiza el análisis de la relación entre lo que se desea desde el plano individual y lo que es posible en el campo.

7 El diseño de la encuesta puede consultarse al final del Primer informe técnico producido en el marco de esta investigación (véase Gerbaudo y Fumis 259). Para el concepto de cuento, puede consultarse su alcance “probatorio” restringido y su importancia para enriquecer los resultados, derivados especialmente del análisis cuantitativo de los “datos” (véase Gerbaudo, “Los estudios”, “El fuego”).

8 Los datos de la muestra llegan hasta el año 2015 inclusive. En este caso particular, y para esta ocasión, se procesa solo la información de los libros extraducidos.

9 En la versión en español se aclara que Daniel Samoilovich cooperó en la traducción de algunos pasajes (Sarlo, Borges, un escritor 7). Durante una consulta, Sarlo confirma que ella se “hizo cargo del resto”, es decir, tradujo su texto del inglés al español.

10 Los años entre paréntesis corresponden a la fecha de inicio de la publicación cada colección (véase Gociol).

11 En el marco del CEAL, Aníbal Ford dirigirá la colección Enciclopedia literaria: “Se trata de Monografías de 64 páginas alineadas en torno a dos ejes: ‘grandes autores y obras de la literatura en lengua española’ (I) y ‘temas y problemas de teoría y crítica literaria’ (II)” (Gociol 49). Es oportuno recoger aquí su balance respecto del pasaje de la Eudeba al CEAL, especialmente por el señalamiento de dos indicadores importantes que, para Ford, pesaron en sentido negativo. El primero fue el desplazamiento del libro al fascículo; el segundo, la pérdida de derechos sobre varias traducciones de textos de teoría: “Nosotros renunciamos a Eudeba, luego de la Noche de los Bastones Largos, pero nuestra ida se efectivizó dos o tres meses después. Mientras estaban los interventores de Onganía ya instalados en la editorial, nos encerrábamos en la oficina de Boris y diseñábamos el Centro Editor, un proyecto que nació en una línea similar de libros a la que sacaba Eudeba, pero luego fue devorado por los fascículos. En ese contexto planifiqué la Enciclopedia literaria. Eran tomos pequeños, editados en torno a autores o a etapas de la literatura hispanoamericana, que cubrían un espectro muy amplio, que no seguía tal o cual corriente estética, ni se basaba en capillas literarias. En 1963 yo había estado en varias bibliotecas de Estados Unidos, especialmente en la de la Universidad de Indiana. Esto me permitió realizar un trabajo fuerte de documentación y exploración bibliográfica. Parte de esto alimentó la colección Los fundamentales de Eudeba y me actualizó en temas de teoría y crítica literaria que terminaría volcando en el Centro Editor y también en las discusiones que teníamos en ese momento sobre las deficiencias teóricas en la carrera de Letras. De todo esto surgieron dos ideas. La primera, basada en especies de pequeños libros-ficha que había visto en el Norte y que dieron origen a las enciclopedias con un formato pensado aquí y que me obligaba a hacer tres libros con dos pliegos. La segunda, la de poner en funcionamiento una colección de crítica y teorías literarias con un ambicioso proyecto de traducciones que iban del new criticism al estructuralismo. Y también de autores argentinos. Pero esta colección fracasó por la corrida del Centro hacia los fascículos y perdimos los derechos que habíamos adquirido de varios libros. Incluso que ya teníamos traducidos. Un ejemplo de esto es Anatomy of criticism de Northrop Frye, libro clásico de la crítica contemporánea que había traducido Beatriz Sarlo y que solo salió en castellano muchos años después” (Gociol 51).

12 Sobre este punto, Falcón anota: “El CEAL fue duramente golpeado por la represión: trabajadores asesinados, desaparecidos, presos y exiliados, requisas de depósitos y 24 toneladas de libros quemadas en un baldío de la provincia de Buenos Aires” (80).

13 Sigo la distinción planteada por Sapiro entre profesionalización y desarrollo profesional (“Introduction” 9-11), deudora a su vez de las formulaciones de Andrew Abbott en The System of Professions. An Essay on the Division of Expert Labor. En la “Introducción” a su libro Profession ? Écrivain, Sapiro retoma la crítica de Abbott al concepto de profesionalización, demasiado “lineal y teleológico para describir realidades históricas complejas” (“Introduction” 10). Tal como lo anuncia y lo pone en práctica en este libro, Sapiro reserva el término profesionalización para caracterizar “la evolución de carreras individuales” (10), mientras que emplea el de desarrollo profesional para dar cuenta de “instancias representativas” y de “formas de socialización y de sociabilidad” (10) legibles en el campo literario francés. Esta distinción es particularmente útil para analizar el campo de los estudios literarios en Argentina, ya que permite: a) diferenciar los altos niveles de profesionalización, alcanzados por agentes que logran sostenerse económicamente a partir de su práctica especializada (un logro inseparable de su reconocimiento simbólico), del bajo “desarrollo profesional”, observable en el campo en general (el uso de fondos propios tanto para solventar, total o parcialmente, una investigación como para adquirir los materiales ausentes en bibliotecas públicas incompletas y, por lo general, desactualizadas —por no mencionar la destrucción de libros unida a la censura y la persecución de los “agentes díscolos” durante las dictaduras y en diferentes momentos de la posdictadura— es una marca estructural del campo y es una característica estructurante de las prácticas de sus agentes); b) identificar los índices de “institucionalización” (Sapiro et al.; Schögler) de los estudios literarios sin amalgamarlos con los del “desarrollo profesional” (es escalofriante constatar la directa relación entre bajos indicadores de institucionalización y los relativamente altos indicadores de profesionalización durante las dictaduras y/o las crisis económicas —tiempos en los que los movimientos más importantes del campo se registran en “formaciones” [Williams], clandestinas o no—.

Notas de autor

a Autora de correspondencia. Correo electrónico: analiagerbaudo71@yahoo.com.ar

Información adicional

Cómo citar este artículo: Gerbaudo, Analía. “Beatriz Sarlo, ¿una ‘criollita’, una ‘intelectual de cabotaje’?”. Cuadernos de Literatura, vol. 24, 2020. https://doi.org/10.11144/Javeriana.cl24.bsci

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