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El periodo colonial, que transcurre en el espacio americano del siglo XVI hasta principios del siglo XIX, no solo supone una continuación de los valores impuestos por Europa en las tierras conquistadas, sino que nos revela características propias, es decir, alteraciones significativas fruto de las oportunidades que surgen en este entorno particular. Por una parte, los colonizadores impusieron una sociedad patriarcal donde la mujer, en general, es construida como un ser dependiente que no tiene voz ni capacidad para el pensamiento profundo. Sin embargo, la dificultad para vigilar los cuerpos que habitaban un territorio tan vasto permitió una libertad, en especial en el ser femenino, que generó autorreflexiones y posicionamientos divergentes a la cultura dominante. Por otra parte, la diversidad sexo-genérica que aceptaban y visibilizaban determinados pueblos indígenas debió causar no poca sorpresa entre los peninsulares, que procedían de una sociedad mucho más reprimida y represora en este campo. Según los estudios de
Dado el desarrollo y pertinencia actual de los estudios de género, nosotros nos preguntamos qué rupturas, alianzas y alteraciones a la cultura peninsular propone el espacio colonizado. Consideramos que este territorio, a todas luces más amplio y diverso que Castilla, cuestiona las categorías impuestas y genera nuevas dinámicas de poder y, por ende, maneras innovadoras de entender al ser humano. Nos planteamos que, aunque la teoría de género se ha desarrollado en especial durante los siglos XX y XXI, una mirada al pasado desde esta perspectiva contemporánea nos permite visibilizar tanto las violencias que sufren los habitantes del espacio americano como las resistencias que producen. Nuestro
Sin duda, uno de los objetivos de este volumen es visibilizar la aportación de las mujeres al conocimiento, en particular la de aquellas monjas que crearon lazos trasatlánticos poco estudiados hasta el momento. En su ensayo, Jorge Gutiérrez Reyna llama la atención sobre la influencia que la famosa religiosa española sor María de Jesús de Ágreda (1602-1665) ejerció sobre
Sin embargo, no todas las voces de mujeres nos han llegado a través de la escritura, sino también de la oralidad, en especial en las denuncias sobre damas que ejercían oficios tradicionalmente femeninos, pero que el Santo Oficio consideraba potencialmente peligrosos. Alberto Ortiz y Brenda Ortiz Coss nos acercan a la persecución inquisitorial de las parteras, cuyo origen se encuentra en la relación que las autoridades establecen entre esta profesión y el mito de la brujería. Para ello estudian varios casos que tienen lugar durante la época del virreinato de la Nueva España y que no son sino prueba de la vigilancia que el Tribunal ejercía sobre las actividades médicas que, de acuerdo a sus preceptos, ponían en riesgo las normas y la moral cristianas. Los investigadores sostienen que los sacerdotes y prelados, debido al peso de la tradición misógina, enlazaban la práctica de las parteras con la adivinación y la hechicería. También es preciso considerar un sesgo de género, puesto que las sanadoras suponían una competencia para los doctores, titulados por la universidad, que ejercían la medicina autorizada. Este estudio dialoga con las ideas de
Entre las damas en situación de vulnerabilidad se sitúan aquellas acusadas ante el Santo Oficio por el ejercicio de prácticas supersticiosas. En “Muñecos para hechizar ….”, Cecilia López Ridaura examina expedientes inquisitoriales del siglo XVIII, que se produjeron en el obispado de Michoacán (Nueva España), en los que varias mujeres fueron denunciadas por el uso de la magia simpatética. Este trabajo forma parte de un proyecto de investigación que tiene como objeto hacer un catálogo de los casos de brujería y hechicería entresacados de los expedientes de la serie Inquisición que se resguardan en el Archivo Histórico Casa de Morelos (AHCM) en la ciudad de Morelia. De unos 60 expedientes que tratan asuntos relacionados con esta temática, Cecilia López Ridaura localiza varios casos en los que se menciona el uso de estos objetos. Las protagonistas de este estudio son la mulata María Guadalupe, la mestiza Isabel Mengosa y la negra libre María Manuela Chavira, entre otras. Por un lado, el ensayo nos aclara distintas prácticas de magia simpatética con muñecos o fetiches, que las damas usaban para adquirir poder, en especial sobre los hombres, en una sociedad que las mantenía en una posición de inferioridad. Por otro lado, nos revela que no solo el género femenino prima entre las acusadas por el ejercicio de este tipo de prácticas, sino que los cuerpos de estas mujeres se vuelven más vulnerables cuando pertenecen a una etnia que no es la peninsular.
Sobre la precariedad ante la ley de las mujeres afrodescendientes nos hablan Silvia Ruiz Tresgallo y Cecilia López Badano en su ensayo sobre el cuento interpolado “Un negocio con Juana García” de Juan Rodríguez Freyle. Las académicas se acercan a este texto desde una perspectiva interseccional (
La protagonista de este relato, la partera Juana García, es penitenciada y desterrada por la Inquisición bajo acusación de hechicería, dentro del primer auto de fe que tuvo lugar en el Nuevo Reino de Granada (Colombia hoy en día) en el año 1563. Por una parte, el análisis de las investigadoras revela que la afrodescendencia de las protagonistas, Juana y sus hijas, resulta instrumental tanto en la criminalización de sus actividades, relacionadas por los eclesiásticos con la hechicería, como en su expulsión del espacio colonial al que, según las autoridades, no tienen derecho a pertenecer. Por otra parte, consideran que Rodríguez Freyle utiliza a las marginadas de la historia para condenar la corrupción de los varones ilustres en el Nuevo Reino de Granada, una decisión que se sirve del cuerpo y la voz de estas mujeres para beneficiar al autor y que está alejada de la búsqueda de justicia para este colectivo. En las denuncias y procesos seguidos por el Santo Oficio nos encontramos con damas que se resisten a ser definidas por las masculinidades hegemónicas y que, o bien acusan a los mandos que las criminalizan injustamente, como sucede con Juana García, o bien proponen nuevas maneras de entender lo femenino.
Stacey Schlau, en “Magdalenas americanas: ‘endemoniadas’ novohispanas ante la Inquisición”, analiza el conflicto entre la autoexpresión femenina inspirada en el pensamiento individual y las enseñanzas que la Iglesia católica imponía de manera colectiva a través de las normas y límites de la doctrina. Enfocándose especialmente en la figura de Bárbara de Echegaray, además de en otras endemoniadas novohispanas, investiga las tensiones entre las prácticas sexuales y las normas impuestas por la Iglesia. En opinión de Schlau, mientras que los eclesiásticos culpabilizan a Echegaray a través de una tradición misógina en la que la infestación de su cuerpo por los demonios era un signo inequívoco de su debilidad como mujer, la acusada se apropia del discurso religioso y lo reinterpreta al articularse como la víctima de los ataques del maligno que se manifiestan a través de enfermedades y violencias infligidas a lo largo de su vida. De hecho, en su discurso afirma que lejos de rendirse ante aquellos que la han querido sobajar, como si fuera una figura crística, ha logrado sobreponerse y sobrevivir. La Iglesia no es ajena a las violencias que ha sufrido la joven, sino que es agente de las mismas, puesto que su confesor la disciplina por medio de azotes y traiciona su voto de castidad al mantener relaciones sexuales con ella. Precisamente, uno de los aspectos más interesantes del ensayo es la articulación de la sexualidad, Dios y el demonio en la narrativa de las
No cabe duda de que la espiritualidad femenina tiene un peso enorme en la sociedad barroca americana. Paul Firbas en “Mariana de Oliva, criada india de Santa Rosa de Lima: vida y textos” estudia los documentos preparados en esta ciudad del virreinato del Perú durante el siglo XVII para apoyar la canonización de la mística, así como las primeras hagiografías sobre su figura publicadas en Europa. Al comparar los testimonios de las voces limeñas con las biografías de la terciaria dominica, detecta diferencias que visibilizan la agencia de la devoción popular indígena en la construcción de Rosa como la excelsa patrona de Lima. Es decir, al indagar en estos textos reconstruye la participación de la criada Mariana de Oliva, “india ladina”, en la vida de Rosa y en la producción de su santidad.
Firbas mantiene que, aunque la canonización de la mística supone un proceso de legitimación de los intereses criollos, las narrativas y testimonios desvelan la participación indígena en este proceso. Por ejemplo, algunos archivos estudiados nos acercan a la vida cotidiana de las mujeres indígenas dentro de las casas criollas, en las que, aunque existía una jerarquía de orden español, la convivencia doméstica en la cocina, la oración o las labores de costura generaban aprendizajes bidireccionales en los que se filtraban costumbres y palabras de origen indígena y con ellas su forma de entender el mundo. En este sentido, los textos estudiados nos acercan a lo que el investigador califica “como un fenómeno textual y como manifestación de una cultura urbana multiétnica”.
Va resultando evidente que la construcción de la santidad en el espacio americano nos permite identificar tensiones entre grupos étnicos y clases sociales, pero también permite identificar aperturas por medio de espacios de fluidez. El ensayo de Pilar Espitia estudia los casos de Santa Rosa de Lima y San Martín de Porras y, por tanto, la representación de las figuras de santidad como sujetos
La académica nos revela el carácter
También, las prácticas sexuales y corporales heterodoxas que tienen lugar en la época del virreinato de la Nueva España poseen un importante potencial contracultural en que las mujeres y hombres transgresores buscan posibilidades de negociación con las estructuras hegemónicas. Laura A. Lewis, por medio del análisis de documentos primarios y referencias a debates académicos, explora cómo las instituciones disciplinaban una serie de comportamientos disidentes de la cultura impuesta, entre los que se encontraban la homosexualidad, el travestismo y la brujería. La investigadora sugiere que, en la imaginación colonial, los hombres indígenas se relacionaban con frecuencia con lo femenino, un estado que les permitía ser simultáneamente perdonados, por su estatus inferior a la masculinidad hegemónica, y condenados, al tener la potencialidad de
Este dossier ofrece una perspectiva multidisciplinar que abarca las investigaciones de académicos latinoamericanos, españoles y estadounidenses en un intento por explorar los debates entre el género y la cultura colonial, situando la teoría en espacios diversos. A través del estudio de una variedad de documentos, los ensayos abordan los roles históricos y sociales atribuidos y/o impuestos a mujeres, hombres y otras identidades sexogenéricas durante esta época. También, incorporan las consecuencias de las matrices de dominación: por una parte, las violencias que sufren los individuos o comunidades que desafían los roles impuestos y, por otra parte, las resistencias que presentan para alterar las estructuras coloniales y defender, así, el derecho a su propia diversidad. Deseamos que estos acercamientos promuevan el interés por la investigación y relectura de textos coloniales desde los estudios de género, los cuales permiten visibilizar el potencial contracultural que reside en las narrativas de este periodo.