Tres autores caribeños: la esclavitud y la esfera pública decimonónica en las obras de Mary Prince, Mary Seacole y Martín Morúa Delgado*

Three Caribbean Authors: Slavery and the 19th Century Public Sphere in the Works of Mary Prince, Mary Seacole and Martín Morúa Delgado

Cuadernos de Literatura, vol. 25, 2021

Pontificia Universidad Javeriana

Elsa Maxwell a

Universidad Adolfo Ibáñez, Chile


Recibido: 10 marzo 2020

Aceptado: 22 junio 2020

Publicado: 20 agosto 2021

Resumen: Este trabajo examina los escritos de tres autores caribeños decimonónicos que abordaron la esclavitud y la raza en sus obras: la narrativa de Mary Prince, una mujer esclavizada; el relato de viaje de la jamaiquina Mary Seacole, y la obra inicial del cubano Martín Morúa Delgado. Se analiza su relación con la esfera pública en un período en el cual las personas de color en el Caribe fueron mayoritariamente excluidas de los debates letrados que giraban en torno a la esclavitud. La investigación se enmarca en las teorías de la esfera pública y de los contrapúblicos, y dialoga con la periodización de la esfera pública caribeña propuesta por Raphael Dalleo.

Palabras clave:el Caribe, esfera pública del siglo XIX, esclavitud, escritura.

Abstract: This study examines the writings of three 19th century Caribbean authors who addressed slavery and race in their work: the narrative of Mary Prince, an enslaved woman, the travel memoir of the Jamaican Mary Seacole, and the early work of the Cuban Martín Morúa Delgado. It analyzes their relationship with the public sphere in a time period when Caribbean people of color were largely excluded from lettered debates about slavery and abolition. The research engages with public sphere theory, the concept of counterpublics, and Raphael Dalleo’s periodization of the Caribbean public sphere.

Keywords: Caribbean, 19th century public sphere, slavery, writing.

Introducción

Este trabajo examina los escritos de tres autores decimonónicos que abordaron la esclavitud y la raza en las Américas: Mary Prince, una mujer esclavizada en las colonias británicas; Mary Seacole, cuyo libro es el primero publicado por una mujer jamaiquina (Craig 47), y Martín Morúa Delgado, el polémico escritor y político cubano.1 Se examina su relación con la esfera pública en un período en el cual las personas de color fueron mayoritariamente excluidas de los debates letrados en torno a la esclavitud. Proponemos que el acto de escribir y publicar surge como un medio para incursionar en la esfera pública y opinar sobre temas de trascendencia política tradicionalmente reservados para sujetos metropolitanos. En este contexto, analizamos las estrategias de posicionamiento empleadas por sujetos caribeños de color para legitimar su voz e influir en los debates públicos en torno a la emancipación a lo largo del siglo XIX.

Por cierto, Prince, Seacole y Morúa Delgado pertenecen a un conjunto más amplio de autores de origen caribeño que escribieron textos de índole política y/o literaria sobre la esclavitud y la condición de las personas de color durante el siglo XIX. En relación al Caribe hispano, cabe destacar a autores de origen cubano como Francisco Arango y Parreño, el Padre Félix Varela, la Condesa de Merlin, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Juan Francisco Manzano, Domingo del Monte, Anselmo Suárez y Romero, José Antonio Saco, Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Calcagno y José Martí; y, en relación con el Caribe anglófono, se contemplan a autores como Elizabeth Hart Thwaites, Anne Hart Gilbert, Cyrus Francis Perkins, Jean-Baptiste Philippe y Louisa Calderón, entre muchos otros. Si bien ellos representan un amplio rango de posiciones en torno a la esclavitud y la emancipación, que varía desde las perspectivas proesclavistas hasta las reformadoras y las proabolicionistas, el conjunto da cuenta de un interés por participar en los debates públicos para influir en la opinión pública mediante la palabra escrita. En este trabajo nos centraremos en Prince, Seacole y Morúa Delgado por dos razones principales: por un lado, sus escritos nos permiten dar cuenta de tres momentos claves en el desarrollo de la esfera pública caribeña de acuerdo a la teorización de Raphael Dalleo. Y, por otro lado, nos permiten analizar los variados niveles de participación y autonomía de autores de ascendencia negra en los debates que giraban en torno a la esclavitud y la emancipación a lo largo del siglo XIX.

La noción de esfera pública se refiere al concepto presentado por Jürgen Habermas en su libro Structural Transformation of the Public Sphere, publicado en 1962. En esta obra, Habermas define la esfera pública como un espacio de debate racional, democrático y abierto en el cual los ciudadanos se unen para discutir asuntos de interés común. Su propósito era servir como un contrapeso frente a la autoridad estatal, actuando como mediadora entre la sociedad civil y las instituciones del Estado. Habermas sitúa la aparición de la esfera pública en la Europa del siglo XVIII en el marco de la transición de la sociedad feudal a una economía capitalista de mercado. En ese contexto, los ciudadanos comenzaron a reunirse en salones y cafés con el fin de discutir temas de interés público. También buscaron moldear la opinión pública mediante la emergente cultura impresa compuesta de periódicos, revistas, folletos y cartas. Según el modelo de Habermas, la esfera pública burguesa fue definida por su carácter abierto, deliberativo y asequible, porque la participación en foros y debates públicos se regía por la autoridad del mejor argumento, es decir, la idea de que el uso de la razón y el debate crítico podían superar el estatus y rango social. En este sentido, se trataba de una esfera pública que estaba abierta a todos, ya que la capacidad de presentar el mejor argumento pesaba más que el estatus y la jerarquía social (36).

Más recientemente, algunos críticos han argumentado que, si bien la esfera pública sirvió como contrapeso a los poderes del Estado, no era tan inclusiva y democrática como Habermas pensaba. Una de las primeras críticas apuntaba a las limitaciones de un modelo que concibe la esfera pública como un fenómeno exclusivamente burgués. Al circunscribir su investigación únicamente a los estratos burgueses y masculinos, el modelo de Habermas ignora la presencia de grupos subalternos como las mujeres, las personas esclavizadas, la gente de color y los trabajadores en el sistema político europeo. Tampoco toma en cuenta que los dos requisitos de entrada a la esfera pública burguesa —ser alfabeto y propietario— fueron sistemáticamente negados a la mayor parte de las personas de color y a las mujeres. Como señala Houston A. Baker: “Los negros que llegaron al Nuevo Mundo llegaron precisamente como propiedad de la burguesía. Se les prohibió estratégica y rigurosamente alfabetizarse” (13; traducción propia). Investigadores como Nancy Fraser, y el grupo de intelectuales negros reunidos bajo el nombre Black Public Sphere Group, comenzaron a cuestionar la idea de una sola esfera pública al destacar las esferas alternativas de participación política, los llamados contrapúblicos. A diferencia del modelo racional de Habermas, el concepto de contrapúblico contempla no solo los medios escritos y literarios, sino también otras formas de participación y organización colectiva, tales como el carnaval, la expresión musical, las danzas, los rituales espirituales, las prácticas orales y el cimarronaje.

En su libro Caribbean Literature and the Public Sphere, Raphael Dalleo traza el desarrollo de la esfera pública en el Caribe desde el período esclavista en adelante. Él hace referencia al modelo de Habermas como punto de partida, pero le da preferencia al concepto de contrapúblico, en cuanto trae a primer plano una pluralidad de públicos que compiten por el poder y por la representación. Asimismo, hace hincapié en la manera en la que los autores imaginan su relación con el público lector, sosteniendo que los escritores desempeñan un papel activo en la configuración y la envergadura de la esfera pública, en cuanto escriben para un público que es a la vez real e imaginado. Este aspecto imaginativo constituye la base de la periodización de la esfera pública caribeña que Dalleo plantea en su libro, a la cual divide en cuatro períodos: el período de la esclavitud de plantación; el período posemancipación a mediados del siglo XIX; el período del colonialismo moderno y de la esfera pública anticolonial, y, por último, el período contemporáneo poscolonial. Para los fines de este trabajo, nos centraremos en los tres primeros períodos, por cuanto se corresponden con los períodos en los cuales escribieron los tres autores estudiados. En las siguientes secciones, describiremos con mayor detalle cada período.

La esfera pública de la plantación y la narrativa de Mary Prince

Esta sección explora la narrativa de Mary Prince, publicada en 1831 en el contexto de la esclavitud de plantación y del auge de los debates abolicionistas en la metrópolis. Siguiendo el marco de Dalleo, la esfera pública de la esclavitud va desde el período colonial inicial hasta el siglo XIX, cuando la esclavitud es abolida en diferentes momentos (comenzando por Haití a principios del siglo y terminando en Cuba en 1886). Este período se caracteriza por tener una esfera pública local y estrecha que es controlada por la clase plantadora. Esto es similar al restringido campo literario latinoamericano descrito por Ángel Rama en La ciudad letrada, en el cual la palabra escrita se utiliza como un mecanismo de control social durante el período colonial. Al mantener a la mayor parte de la población analfabeta —fundando universidades en lugar de escuelas primarias, por ejemplo— y al catalogar las lenguas vernáculas de influencia africana e indígena como inferiores a las lenguas coloniales, la participación en el discurso público se redujo a la elite gobernante letrada. Por ello, era muy difícil imaginar la presencia de un público lector interesado en publicaciones antiesclavistas, pues la mayor parte de la población letrada en el Caribe apoyaba y vivía de la esclavitud de plantación. De este modo, las voces disidentes debieron dirigir sus ideas hacia la metrópoli, donde las campañas abolicionistas abrieron un espacio limitado para la participación de sujetos periféricos, siempre y cuando contaran con el auspicio de un patrón blanco para validar su voz frente al público lector blanco. Así, aunque el patrocinio europeo proporcionó la necesaria legitimación para los autores caribeños, también implicó el sacrificio de su autonomía literaria y del control narrativo de la representación de sí mismos, como veremos a continuación en el caso de Prince (Dalleo; Sharpe; Molloy).

Nacida en la colonia británica Bermuda, alrededor de 1778, era improbable que alguien como Mary Prince, una mujer esclavizada e iletrada,2 lograra posicionarse en el centro de la esfera pública metropolitana en el momento de mayor auge de los debates abolicionistas. Pero eso es precisamente lo que sucedió cuando se publicó The History of Mary Prince, Related by Herself 3 en 1831, tan solo dos años antes de la abolición de la esclavitud. Como veremos a continuación, su libro fue un éxito de ventas y generó un debate intenso en torno a su caso. Pero, anterior a esto, Prince había pasado la mayor parte de su vida alejada de la esfera pública, recluida como esclava en las casas patronales y en los campos de sal del Caribe. No fue sino hasta 1828, cuando viajó a Inglaterra junto con sus amos, que entró en contacto con la esfera pública letrada por primera vez. Allí, conoció a los miembros de la Sociedad antiesclavista británica, quienes revisaron su caso y enviaron una petición al Parlamento inglés con el propósito de conseguir su manumisión.

La historia de su vida fue publicada el año siguiente bajo el auspicio de Thomas Pringle, el secretario de la Sociedad Antiesclavista. Se publicó tres veces y generó un arduo debate en los periódicos locales, evidenciado, por ejemplo, en una carta publicada por el antiabolicionista James MacQueen, quien notó con recelo la rapidez con la cual se vendía el testimonio de Prince. El libro también desató un conflicto público entre Pringle y el amo de Prince, el Sr. Wood, quien se negaba vehementemente a venderla. Prince incluso apareció ante los tribunales de justicia para dar su testimonio en el caso de libelo que resultó entre Pringle y Wood (Thomas 82). Por todo lo anterior, el caso de Prince pareciera ser un claro ejemplo de la esfera pública inclusiva concebida por Habermas, en cuanto podría llegar a participar e incidir en los debates públicos en torno a la abolición. Pero una revisión más crítica y detallada del posicionamiento de Prince revela que su presencia en la esfera pública letrada fue mucho más precaria y efímera.

Por una parte, la presencia de Prince siempre debió ser mediada por la figura de un patrón metropolitano que tradujera y reformulara su experiencia para el público lector inglés, limitando así el control narrativo que ella pudo ejercer sobre su relato y la representación de sí misma. Por cierto, la participación e intervención de un patrón blanco abolicionista en la transcripción y la edición de las narraciones de esclavos era común en el mundo angloparlante del siglo XIX. Como lo explica Molloy en su estudio sobre la autobiografía del poeta cubano Juan Francisco Manzano:

La manipulación es un fenómeno habitual, como es sabido, en los relatos de esclavos norteamericanos del siglo XIX. El esclavo primero contaba su historia al interlocutor; luego la discutía con él; luego se la dictaba y el redactor luego leía el texto al narrador para aclarar puntos oscuros. El texto, una vez transcrito, se complementaba con testimonios adicionales que también servían para condicionar su recepción. No era raro que el redactor añadiera datos o efectos retóricos para aumentar el dramatismo del relato. (55)

La cita de Molloy es útil porque nos permite identificar dos facetas del papel del patrón abolicionista en la producción de las narraciones de esclavos: por un lado, una faceta hace referencia al proceso de transcripción y/o edición del relato original de la persona esclavizada por parte de uno o más abolicionistas; y, por otro lado, otra faceta se refiere a la práctica de incluir testimonios y/o cartas de apoyo junto a la narración, es decir, el empleo de paratextos escritos por blancos que servían para avalar la veracidad y la rectitud moral del esclavo frente al público lector blanco, dado que la palabra del esclavo no bastaba por sí sola (Sharpe). En el caso de Prince, su relato oral fue transcrito por Susanna Strickland, una abolicionista blanca, y luego fue editado por Pringle. En sus propias palabras, Pringle “podó” lo que él consideró “las repeticiones y la palabrería de la narradora [...] reteniendo en la medida de lo posible, las expresiones exactas y la fraseología particular de Mary” (Pringle, TheHistory 251; traducción propia). Pringle también incluyó dos paratextos escritos por él mismo —el prefacio y un suplemento final— que servían para respaldar el relato de Prince y defenderla contra las acusaciones de su amo Wood de inmoralidad sexual y conducta inapropiada.

Tal como lo demuestra el estudio de Allen, las intervenciones editoriales de Pringle —su decisión de suprimir el creole (la lengua hablada por Prince) y de “podar” el modo narrativo repetitivo asociado al habla de las personas esclavizadas— ejemplifican no solo las asimétricas relaciones de poder entre Prince y su representante metropolitano, sino también las jerarquías raciales y culturales con las cuales operaba el movimiento abolicionista. Al considerar al creole como una lengua “ininteligible” y el uso de la repetición como un modo irracional, Pringle implícitamente (o tal vez explícitamente) reproduce la ideología colonial en torno a la inferioridad de la raza negra al considerar sus prácticas culturales como incivilizadas. “Al igual que los proesclavistas, la posición antiesclavista articuló una jerarquía racial, pero una que estaba determinada cultural y no biológicamente” (Sharpe 124; traducción propia). De este modo, aunque Pringle abogó por la liberación de Prince —él mismo se denominó como su defensor público—, a su vez, siguió operando bajo la premisa de que ella era culturalmente inferior, y, por ello, debía permanecer bajo la tutela y la observación de la cultura blanca, europea y cristiana. Consideremos, por ejemplo, el lenguaje que ocupa y la posición que asume Pringle en el Suplemento:

En último lugar, agrego mi propio testimonio sobre esta mujer negra. Más allá del escrutinio que hice de su caso cuando ella pidió asistencia por primera vez [...], y del ojo vigilante con el que observé su conducta durante los doces meses siguientes mientras era pensionista ocasional de la Sociedad [anti-esclavista], ahora he tenido la oportunidad de observar su conducta de cerca por catorce meses, habiendo servido como sirviente en mi propio hogar. (Pringle, Supplement 306; énfasis propio y traducción propia)

Como observador colonial situado en una posición de poder frente al sujeto colonizado, Pringle emplea su “ojo vigilante” para examinar, observar y escudriñar (Said 7) de cerca a Prince, con el fin de corroborar la veracidad de su historia y medir su conducta de acuerdo con el código moral-religioso metropolitano. Pringle solo toma la decisión de acogerla y abogar por ella una vez que él había determinado que su comportamiento cumplía con los estándares metropolitanos de lo “decente”, “correcto”, “honesto” y “trabajador”.

En el plano literario, esto implicó que la imagen de Prince debió ser representada de acuerdo con los requisitos del movimiento abolicionista cristiano: adhiriéndose a los ideales protestantes en torno a la pureza femenina y la conducta moral decente, y moldeando su narrativa según el tropo de la emancipación mediante la salvación cristiana. De ahí viene la necesidad de silenciar aquellas partes de la vida de Prince que no coincidían con tales parámetros:

La narrativa no hace ninguna referencia a los intentos de Prince por lograr su libertad a través de relaciones extramaritales con hombres blancos […]. Incluso el mínimo indicio de indecencia sexual podría haber destruido la credibilidad de Prince. Pero su testimonio guarda silencio también sobre su violación a manos de su amo. Que el abuso sexual de Prince hubiese arrojado dudas sobre su carácter, demuestra que se esperaba que ella se adhiriera a unos estándares de moralidad que eran imposibles bajo un régimen de esclavitud. (Sharpe 120-121; traducción propia)

Sin poder conocer la versión oral que Prince dictó, ni la transcripción escrita por Strickland, es difícil saber si estas omisiones fueron intencionales por parte de Prince o producto de las decisiones editoriales de Pringle (Allen). Sin embargo, deja en evidencia que la legitimidad pública de Prince dependió directamente de su representación sexual como mujer pura e inocente, victimizada por el sistema esclavista, omitiendo así aquellas formas de resistencia no autorizadas por el movimiento abolicionista —la rebelión, el robo y, en particular, el empleo de prácticas sexuales, como el concubinato y la prostitución— que abrieron espacios de relativa autonomía para mujeres esclavizadas al interior del sistema esclavista (Sharpe; Bush). Asimismo, indica que las tomas de posición disponibles para Prince en la esfera pública letrada fueron muy limitadas, en cuanto dependieron directamente de su representación como una esclava inocente y correcta, cuya voluntad no transgredió el código moral cristiano. En suma, si bien la publicación de su History permitió su toma de posición en la esfera pública letrada, también implicó el sacrificio del control de su propia imagen, la cual terminó siendo intervenida y manipulada de acuerdo con el criterio de su patrón metropolitano.

Por último, es importante notar la corta duración de Prince en la esfera pública letrada metropolitana y su relación con el patrocinio abolicionista. Según las recientes investigaciones de archivo de Sue Thomas, no hay rastro escrito de Prince después de 1833: se sabe que en 1832 asistió al matrimonio de Strickland, y que en 1833 acudió a los tribunales de justicia en el marco del caso de libelo. Otros documentos indican que padecía de una enfermedad ocular que la estaba cegando, que estaba desempleada y que vivía de las rentas del libro y de una manutención entregada por Pringle (Thomas 82). Pero, más allá de esta información, no se sabe qué ocurrió con ella ni dónde murió, por lo que se convirtió en una no-persona (Shum 315) por más de un siglo y medio hasta el rescate y la republicación de The History por Moira Ferguson en 1987. Todo lo anterior apunta a la limitada autonomía de Prince en la esfera pública letrada y la dificultad de acceder a la palabra escrita una vez muerto su patrón, quien falleció en 1834. De hecho, no nos parece casualidad que la desaparición de Prince de la esfera pública coincidiera con la muerte de quien la patrocinaba. Aquí se pone en evidencia que la participación de una persona esclavizada en la esfera pública metropolitana no era sostenible sin el auspicio de un agente blanco que sirviera de puente con el público lector británico.

Autores de mediados y finales del siglo: Seacole y Morúa Delgado

Esta parte del trabajo contempla las obras de dos autores de la segunda mitad del siglo XIX: la viajera y curandera jamaiquina Mary Seacole, y el escritor, periodista y político cubano Martín Morúa Delgado. Mientras que el relato autobiográfico de Seacole, Wonderful Adventures of Mrs. Seacole in Many Lands (1857), corresponde al período transicional de la posemancipación, la obra periodística y literaria de Morúa Delgado corresponde a la esfera pública anticolonial de fines del siglo. Una de las grandes diferencias entre estos períodos se encuentra en la relación entre el autor y sus lectores: mientras que Seacole no puede imaginar un público lector en el Caribe, Morúa Delgado sí puede visualizar un lectorado activo en la región, e incluso lo ficcionaliza en su novela Sofía. Dalleo plantea que, si bien la emancipación aumentó las tasas de alfabetización en el Caribe y dio lugar a la emergencia de una esfera pública local, los autores de mediados del siglo como Seacole aún no podían visualizar un público lector robusto en el Caribe, por lo que debieron seguir dirigiéndose hacia la metrópolis (44). Al mismo tiempo, la emancipación había provocado el ocaso de las redes de patrocinio del movimiento abolicionista, por lo que escritores como Seacole debieron ingeniar nuevas estrategias para posicionarse en la esfera pública.

En general, no se considera a Mary Seacole dentro del corpus de las narrativas de esclavos porque, a diferencia de autores como Mary Prince, Juan Francisco Manzano o Frederick Douglass, la abolición de la esclavitud no es el tema principal de su autobiografía, si bien hace referencia al tema racial en su obra (Andrews xxvii).4 Sin embargo, nos parece valioso incluirla aquí por la forma en la que su obra refleja el desarrollo de la esfera pública caribeña en este período. A diferencia de Prince, Seacole no escribió su autobiografía bajo el auspicio explícito de un patrón blanco. Tampoco requirió de un escribano para transcribirla, pues ella misma compuso las memorias de su viaje. Sin embargo, aún encontramos vestigios del patrocinio literario en su texto: por ejemplo, el prefacio es una carta de recomendación escrita por un periodista británico que verifica su presencia en el campo de batalla durante la guerra de Crimea, donde ella participó como enfermera. El libro de Seacole también contiene fragmentos de epístolas de agradecimiento recibidas de soldados británicos que demuestran cuánto los soldados valoraron su presencia en dicha guerra. Más aún, al final del relato, Seacole incluye una larga lista de caballeros ingleses que dan fe de su aporte a la guerra de Crimea y al triunfo inglés. Se observa que, al igual que Prince, Seacole debió contar con paratextos escritos por hombres blancos para avalar su voz y verificar la veracidad de su historia ante el público lector metropolitano.

En su relato, Seacole primero narra su trayectoria desde Jamaica a Panamá5 y luego relata su viaje hacia la península de la Crimea, lugar adonde llega por cuenta propia para apoyar a las tropas británicas en su lucha contra el imperio ruso. Una vez concluida la guerra, Seacole regresa a Londres y busca establecerse allí. En este contexto decide escribir la historia de su vida —y, en particular, la historia de sus periplos internacionales— para venderla como un libro en el mercado literario inglés. Esta decisión se puede deber a que Seacole había llegado a Londres en bancarrota y necesitaba reponer su debilitada cuenta bancaria, desgastada por los emprendimientos que ella misma financió en pro de la causa británica. Es por esta razón que Seacole escribe su relato de vida retrospectivamente desde su residencia en Inglaterra y claramente imagina a sus lectores como británicos (Paravisini-Gebert 81).

Pero, más allá de las necesidades monetarias de Seacole, es evidente que el objetivo principal de su relato de viaje era simbólico: legitimar la presencia de una mujer de color y de origen periférico en el seno de la capital metropolitana. Es por ello que Poon plantea que su obra constituye un “viaje figurativo hacia lo inglés (Englishness)” (503; traducción propia). De hecho, la mayor parte de su historia, que recorre aproximadamente cincuenta años, está dedicada a narrar su participación en la guerra de Crimea y la identidad que forja allí como la Madre Seacole, la heroína de las tropas inglesas. Describe en gran detalle cómo logró superar innumerables obstáculos para establecer su famoso British Hotel, el lugar preferido de los soldados para descansar, por la forma en la que replicaba las comodidades del hogar inglés. Por ejemplo, relata orgullosamente cómo los jóvenes disfrutaban de sus auténticos platos, incluyendo plum puddings . mince pies. Asimismo, narra cómo ella puso en riesgo su propia vida, acudiendo directamente al campo de batalla para atender a los soldados heridos. Según Chang: “Al dar énfasis a su papel como madre sustituta para los soldados de la Crimea, su relato demanda implícitamente que al ser reconocida como una ‘heroína de la Crimea’ también debería tener los mismos derechos que un ciudadano británico” (539; traducción propia).

Tomando en cuenta lo anterior, uno no esperaría encontrarse con una crítica racial o social que pudiera incomodar las sensibilidades de su público lector victoriano. Por ello, no es de extrañar que Seacole evitara comentar sobre las paupérrimas condiciones de vida de la mayoría de exesclavos en su isla natal, el fracaso del sistema de entrenamiento (apprenticeship) o la aprobación de leyes que restringieron las libertades de los exesclavos en la Jamaica posemancipación.6 Esto se debe a que comentar y criticar dichos temas fácilmente podría haber alejado a su público lector deseado. Sin embargo, Seacole tampoco se mantiene en silencio sobre el maltrato hacia las personas de color por parte de la sociedad británica, pues alude, por ejemplo, al racismo de las autoridades inglesas que le negaron participar en la partida oficial a Crimea (79),7 o a la fría recepción que ella recibió en el hospital de Florence Nightingale, donde tuvo que dormir en un sillón infestado de pulgas (91).

Sin embargo, la mayor crítica de Seacole al racismo y la discriminación se encuentra en los primeros capítulos, donde relata su residencia en la Nueva Granada (Panamá) durante la fiebre del oro californiana. En este contexto, sus críticas van dirigidas no hacia la sociedad británica, sino hacia la estadounidense. Desde su llegada a Navy Bay, Seacole representa el istmo panameño como inhóspito, sucio, incivilizado y, sobre todo, infestado por unos mineros indisciplinados que iban en tránsito hacia California. Seacole relata con humor sus peleas, engaños y bajezas, concluyendo con firmeza que eran unos incultos, degenerados y codiciosos. Por cierto, el tono burlesco de la autora se corresponde con un recurso humorístico común en su relato que da cuenta de su hábil manejo de las expectativas y los gustos del público lector británico. Al caracterizar a los mineros estadounidenses como unos payasos brutos e incivilizados, claramente buscaba hacer reír a su público lector inglés (por ejemplo, la referencia al “yankee twang” (20) evidentemente apela a la superioridad del dialecto inglés por sobre el estadounidense).

Sin embargo, a nuestro juicio, la representación burlesca de los mineros no es meramente un recurso humorístico ni un intento de apelar a un sentido de superioridad en sus lectores británicos. Seacole también emplea estos episodios para lanzar una dura crítica al régimen esclavista —aún legal en los EE. UU.— y al racismo institucionalizado de ese país. En varias escenas, Seacole desafía abiertamente los dichos y actos de los viajeros estadounidenses: por ejemplo, cuando ella públicamente increpa a un minero que le propone “blanquearse” para que sea más aceptable en su compañía (47-48). O la escena en la cual Seacole es obligada a bajarse de un barco estadounidense cuyos pasajeros se negaron a viajar con ella y sus sirvientes por el color de su piel (57).

La única instancia en la cual la autora recuerda de forma positiva al istmo panameño es cuando observa con orgullo la fuerza y el liderazgo de la comunidad de exesclavos que se había radicado en la zona. Para Seacole, ellos eran los únicos capaces de imponer la ley y dar orden al caos. Por ejemplo, destaca la fortaleza de un alcalde negro que puso en su lugar a un ladrón blanco y dejó atónita a una multitud de blancos poco acostumbrados a someterse a un negro (45). O el caso de una mujer estadounidense, a quien este mismo alcalde castiga por azotar sin piedad a su esclava (53). Así, Seacole posiciona a Centroamérica como un refugio que les permitía a los negros desarrollarse plenamente:

Muchos de los negros, fugitivos de los Estados Sureños [de los EE. UU.], habían encontrado refugio en este y en otros estados centroamericanos, donde todas las profesiones estaban a su alcance; y como generalmente eran hombres de calidad superior [...] rápidamente ascendieron a cargos de eminencia en Nueva Granada. En el sacerdocio, en el ejército, en todas las oficinas municipales, los negros auto-liberados se encontraban invariablemente en los rangos más altos y, por alguna razón, el pueblo —tal vez porque reconocía en ellos talentos superiores para la administración— siempre los respetó más, e incluso los prefirió, a sus propios gobernantes locales. (51; traducción propia)

Por cierto, estos episodios aluden a otro objetivo clave de su obra: dar cuenta de la presencia de individuos y comunidades negras autónomas, productivas y prósperas. En ese sentido, Seacole no solo refuta la imagen estereotipada del criollo caribeño perezoso (Mercer 8), sino que también proyecta los valores con los cuales ella misma se identifica a lo largo de la obra: la diligencia, el buen gobierno y la rectitud moral. Al mismo tiempo, Seacole traza un vínculo entre sí misma y la comunidad negra en la Nueva Granada, haciendo hincapié no solo en sus atributos comunes (la productividad y el trabajo honrado), sino también en su disposición para denunciar la injusticia racial (en su obra, tanto ella como los miembros de la comunidad negra de la Nueva Granada denuncian actos de racismo y discriminación en el momento en el que suceden).

Lo que llama la atención, y aquí volvemos a la teoría de Dalleo, es que, si bien Seacole visualiza una comunidad negra próspera e instruida en la Nueva Granada —una que podríamos suponer alfabetizada por ocupar cargos en el sacerdocio y los municipios—, en ningún momento los imagina como un potencial público lector. Aunque escribe sobre ellos, aún no puede escribir para ellos. Esto evidentemente tiene que ver con su posicionamiento en Inglaterra y su deseo de legitimar su presencia allí, pero también nos indica las condiciones de la esfera pública en el Caribe y Centroamérica, pues Seacole aún no puede contemplar la posibilidad de dirigirse a un público lector en la región. Su público deseado sigue siendo inglés.

Martín Morúa Delgado y la esfera pública cubana anticolonial

En contraste con las dos autoras recién estudiadas, Martín Morúa Delgado escribe para un público caribeño y sin patrocinio literario. Su carrera literaria y periodística se sitúa en una incipiente esfera pública anticolonial caracterizada por una clase intelectual alineada con los movimientos independentistas y antiimperialistas. Como explica Dalleo sobre este período,

los sentimientos anticoloniales abrieron un campo de posibilidades para los escritores [...] para crear un papel heroico para el intelectual literario, esa figura suficientemente sensible para escuchar y comprender mejor los deseos del pueblo que la clase gobernante tanto extranjera como local. (69; traducción propia)

En el caso de escritores cubanos como José Martí, emerge la posibilidad de visualizar un público lector caribeño y latinoamericano desde el exilio en los EE. UU., donde los medios periodísticos constituían un puente entre los escritores radicados allí y sus lectores en Latinoamérica. A diferencia de las generaciones anteriores, los escritores de esta época intencionalmente esquivaron el patrocinio literario metropolitano —en particular, el español y el estadounidense—, en cuanto les impedía tomar una posición crítica respecto a los poderes coloniales e imperialistas. Por el contrario, optaron por legitimarse en el mercado literario emergente, haciendo uso de los periódicos, revistas y publicaciones literarias que circulaban dentro y fuera de la región. De este modo, Dalleo plantea que se posicionaron no solo como voceros de una incipiente esfera pública nacional, sino también de un contrapúblico de resistencia frente al colonialismo (Dalleo 69-72). En este marco, interesa analizar el posicionamiento de Morúa Delgado a partir de sus primeros años de producción periodística y literaria (entre 1879 y 1891).

Nacido en Cuba en 1857 de madre africana y padre español, Morúa Delgado dejó la escuela a temprana edad para formarse como tonelero, pero siguió sus estudios en casa de forma autodidacta. Al llegar a la adultez comenzó a abogar por los intereses de la población de color, publicando sus escritos en los periódicos locales en Matanzas (Cobb). En 1879, a los 21 años, fundó y dirigió su primer periódico, El pueblo, realizando las labores de redacción en su propio hogar por falta de recursos (Baeza Flores 110). Si, por un lado, se trató de un periódico dedicado a defender los derechos de la raza de color, por otro, servía para difundir sus ideas políticas, que en ese período eran de corte liberal-reformista-autonomista (Rodríguez Ochoa). En los artículos que Morúa Delgado publica en El pueblo cabe destacar dos temáticas recurrentes en su obra: por una parte, la unidad de todos los cubanos por sobre los intereses particulares y, por otra parte, la educación como medio para elevar a la población cubana de color de la ignorancia. Por ejemplo, en el artículo titulado “Filosofía de ‘El pueblo’”, Morúa Delgado despliega su visión de la Revolución de 1868, colocando la cohesión y la hermandad de todos los cubanos por sobre los intereses independentistas, los que, según el autor, solo generaban discordia y conflicto.8

En 1880, un año después de haber fundado su periódico, Morúa Delgado es detenido por las autoridades coloniales por el tenor crítico de sus publicaciones. Es liberado por falta de pruebas, pero aun así decide trasladarse a Florida por razones de seguridad, dando inicio a su primera etapa de exilio.9 Aquí conviene detenernos en su folletín “Apunte biográfico de Rodolfo Fernández-Trava y Blanco”,10 en cuanto permite dar cuenta de dos puntos de interés: por un lado, evidencia un giro hacia el anticolonialismo en el pensamiento político de Morúa Delgado y, por otro lado, permite visualizar un activo mercado periodístico cubano que circulaba tanto en la isla como fuera de ella. En el nombrado artículo, Morúa Delgado se dirige al pueblo cubano desde Key West, donde se había refugiado tras su detención. Su propósito era delatar al sujeto nombrado en el título, Fernández-Trava y Blanco, quien, según Morúa Delgado, era responsable del cierre de dos diarios negros (La fraternidad y El pueblo) y de la persecución de sus líderes: Juan Gualberto Gómez y él mismo, respectivamente.11 De hecho, en dicho artículo Morúa Delgado relata su huida en tiempo real:

[Fernández-Trava] combatió “El Pueblo” con su misma España, esto es, en su mismo terreno; lo que no nos dejó de comprometer un tanto con el paternal gobierno de España. Andando el tiempo muere “El pueblo” por mano del gobierno de Matanzas, y no queda ningún periódico a la defensa de los negros de Cuba [...]. Nuestra situación se compromete con el gobierno de Cuba, y este quiere hacernos lo que antes hizo a Gualberto Gómez, a cuyo tiempo escapamos a milagro. Nos ponemos en camino para no sufrir tal barbaridad, y ocultos a la vista, estamos en la Habana proporcionándonos los medios para salir de Cuba. (“Integración cubana” 26-27)

Hemos citado este episodio en detalle porque, como ya comentamos, da cuenta de un activo campo periodístico ubicado en Cuba que no deja de funcionar tras el destierro de sus redactores (al igual que Martí, Morúa Delgado seguirá escribiendo para el pueblo cubano desde los EE. UU.). Por otro lado, observamos que los diarios mencionados están estrechamente vinculados a los movimientos políticos, y constituyen los órganos de difusión de las diferentes ideologías de la época. Por último, nos permiten visualizar la triangulación de tres diarios cubanos que compiten entre sí por el lectorado y la adhesión de la población de color en Cuba. Pero, más allá de la cantidad de suscriptores y lectores, lo que está en juego es la autoridad para representar al pueblo de color: si Fernández-Trava se consideraba a sí mismo como “el representante genuino de la raza de color de Cuba” (Morúa Delgado, “Integración cubana” 25), para Morúa Delgado era un impostor repudiable no solo por su cuestionable ética, sino también porque estaba alineado y patrocinado por el poder colonial. Esto no solo recalca la posición autónoma del escritor anticolonial desmarcado del patrocinio (Dalleo), sino que también marca un giro en el pensamiento de Morúa Delgado, en cuanto la legitimidad para representar al pueblo de color cubano está explícitamente asociada a un proyecto antiespañol.

Después de un período en Nueva York,12 Morúa Delgado vuelve a Cuba en 1890 y da inicio a la etapa literaria de su carrera, publicando dos novelas antiesclavistas: Sofía (1891) y La familia Unzúazu (1901). Según Lorna Williams, el propósito de la producción novelística de Morúa Delgado era doble: por un lado, servía como una extensión de su “proyecto periodístico para mejorar el estatus de la población negra de la isla” (302; traducción propia). Y, por otro lado, buscaba reconfigurar la novela cubana antiesclavista escrita por autores blancos y para un público principalmente extranjero, por ejemplo, Sab de Gertrudis de Gómez de Avellaneda y Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde. Desde la perspectiva de Morúa Delgado, estos autores no conocían las realidades de la esclavitud y por eso mismo sus obras costumbristas no lograban representarla de forma auténtica (Williams; Herrera McElroy; Luis).

Morúa Delgado escribe su primera novela Sofía en los EE. UU., pero la publica en Cuba seis años después de la abolición de la esclavitud. En ella se traza la tragedia de una joven esclavizada perteneciente a los Unzúazu, una acomodada familia cubano-española, cuya riqueza provenía de la trata de esclavos. En realidad, Sofía era blanca, al ser la hija ilegítima del patriarca Unzúazu y su amante de origen canario, pero, desde una temprana edad, le habían hecho creer que era mulata y esclava. Al ignorar quiénes eran sus padres, la joven acepta su condición e incluso internaliza algunos de los comportamientos de las personas esclavizadas, por ejemplo, deseando casarse con un blanco para mejorar su posición social (Luis, 3209). De esta forma, William Luis sostiene que Morúa Delgado refuta la idea de que la raza era un factor determinante en el comportamiento humano, proponiendo, en cambio, el papel del entorno social en el desarrollo de este: “Morúa [...] demuestra cómo una persona blanca fue obligada a creer que era esclava por medio de la identidad equivocada [...]. Para él, la esclavitud no era racial, sino una condición social y económica” (Luis, 3198-3209; traducción propia).

Para los objetivos de este trabajo, nos interesa centrarnos en una de las características principales de esta novela: la forma en la que se emplea la ficción para imaginar y representar la esfera pública cubana. En otras palabras, cómo la obra ficcionaliza y proyecta la esfera pública cubana tanto en términos de su alcance como en términos de quién puede participar en ella y de qué forma. Por ejemplo, el narrador frecuentemente hace referencia a las revistas leídas por los personajes y también a periodistas profesionales que socializan con la familia Unzúazu. Más aún, las mujeres de la familia, Ana María y Magdalena, regularmente organizan y asisten a tertulias junto con otros miembros de la elite. Aparte de cenar lujosamente, tocar música y socializar, también discuten temas de interés público, por ejemplo, la reciente ley de abolición, así como la naturaleza intelectual de las personas de color.

En este contexto, Ana María y Magdalena conocen a Eladislao Gonzaga, un insurgente cubano recientemente retornado a la isla tras varios años en el exilio. Según nuestra lectura, el personaje de Gonzaga no solo proyecta las creencias políticas de Morúa Delgado, sino que también opera como el compás moral de la obra.13 Él es el único personaje blanco que rechaza el degradado estilo de vida de la clase plantadora esclavista y que aboga por la educación de la población negra en pro de su autosuperación: “Confesamos que el negro es un ser intelijente [sic] y susceptible de los mismos progresos que los hombres de cualquiera otra raza” (“Sofía” 123).14 En una escena clave en la cual el hacendado Olvera opina que los negros solo sirven para el trabajo manual, Gonzaga le lleva la contraria, planteando lo siguiente:

Ah, los negros! Sí, éllos se rejenerarán de la misma suerte y por el mismo procedimiento que han de emplear los blancos para su perfección social, para su reformación moral, para su educación política. El negro que ayer cortaba la caña de azucarera en nuestras plantaciones, abandonado al oprobioso látigo del mayoral, fué amparado por la Revolución, protegido por la constitución de la naciente república [...] con la promesa solemne de conservarle sus naturales derechos. El esclavo de hoy será el ciudadano de mañana. Se lo garantiza la opinión ilustrada del país; una vez en posesión de sus derechos el negro, se dignificará, llenará sus deberes de hombre, y recibirá la emancipadora investidura de la ciudadanía. (“Sofía” 117-118)

Acto seguido, Gonzaga trae al primer plano el rol de la prensa en el proceso de formación e integración de la población liberta en el proyecto nacional: “El periódico, amigos míos, ha de contribuir poderosamente a la regeneración del esclavo” (“Sofía” 118). Cabe señalar que Gonzaga no se refiere a cualquier periódico, sino a uno que es editado por y dirigido a la población de color. En otras palabras, visualiza un campo periodístico negro en el cual la población de color produce sus propios medios de difusión en pro de su desarrollo y surgimiento intelectual. A primera vista, la visión de Gonzaga no dista mucho del contrapúblico negro autónomo estudiado por Joanna Brooks que surgió en el Noreste de los EE. UU. a finales del siglo XVIII y que dio lugar a una cultura impresa negra independiente.15 Sin embargo, la forma en la que Gonzaga circunscribe la autonomía de los redactores negros en Cuba nos obliga a matizar dicha comparación. Por un lado, Gonzaga no visualiza el periódico negro como vector de una conciencia negra diferenciada; por el contrario, para él, se inserta en un proyecto mayor que busca promover el bienestar de la nación y la consolidación de la patria. Por otro lado, Gonzaga tampoco contempla la autonomía de los redactores, proponiendo en cambio que estos sean guiados y aconsejados por blancos, es decir que estén bajo la tutela de un patrón, para asegurar que tomen el camino deseado:

Para evitar que esas intelijencias que nacen tomen un rumbo pernicioso y terminen por infamarnos tanto ó más que lo ha hecho el sistema que muere [la esclavitud], les tenderemos la mano, les guiaremos y ayudaremos en sus empresas, enseñándoles de un modo ó de otro á escribir lo que hoy no saben; y lo haremos, no por sentimiento de filantropía, no, sino para salvar á nuestras familias del terrible mal que les vendería dejándolos abandonados. (“Sofía” 119)

Cabe resaltar la parte final de la cita anterior (“para salvar a nuestras familias”) para señalar otro aspecto importante de la visión de Gonzaga: que su interés en fomentar el periódico negro y la educación de la población de color responde al aseguramiento de la sobrevivencia y el bienestar de la población blanca.

Ah! por amor á nuestras hermanas [...]; por amor á nuestros hijos, que vivirán más que nosotros; por la bienandanza de la sociedad futura que constituirán nuestras familias venideras, no descuidemos ninguna de las clases de nuestro pueblo! Si amamos el pedazo de tierra que nos forjamos nuestra patria, si deseamos su engrandecimiento, abramos las puertas del saber á todos los elementos, demos acceso á todas las partes que forman su integridad, y de esa suerte le haremos salvado del cataclismo que espera á los pueblos obcecados que cierran los ojos á la luz de la razón y de la verdadera filosofía. (“Sofía” 123)

Como sugiere Luis, podría tratarse de una estrategia retórica empleada por Gonzaga con el fin de apelar a los sentimientos de los hacendados como Olvera, con quien dialogaba en la tertulia. O bien podría tratarse de una estrategia por parte de Morúa Delgado para llegar a sus lectores de corte más conservador (Luis 3302). En cualquier caso, coincide con los intentos de Gonzaga por asegurarles que una prensa negra bien guiada no amenazaría a la población blanca, sino que más bien garantizaría su tranquilidad. De forma similar, Gonzaga argumenta que el periódico negro ayudaría a alejar al negro de su herencia africana “salvaje” (Morúa Delgado, “Sofía” 118), promoviendo la asimilación de los valores occidentales mediante la lectura y la escritura (Luis 3324). Indudablemente, aquí nos encontramos nuevamente con la propuesta política de Morúa Delgado que buscaba fomentar la integración y armonía racial a partir de un modelo periodístico que incluía la presencia de una prensa fundada y dirigida por representantes instruidos de la población de color, tales como los que él y Gualberto Gómez fundaron respectivamente antes de su destierro.16 Las tensiones entre Morúa Delgado y su personaje Gonzaga son evidentes, si en la vida real el autor abogaba por una prensa de color libre de intervenciones editoriales, su personaje propone justo lo contrario: una prensa de color guiada por intelectuales blancos cubanos. Indudablemente, remite a las condiciones que caracterizaron la esfera pública cubana de fin de siglo, en la cual los esfuerzos por fundar una prensa de color autónoma entraban en conflicto con los miedos de una clase dominante que le temía a la población de color.

Conclusiones

En este trabajo hemos trazado el posicionamiento y la participación en la esfera pública letrada de tres autores caribeños a lo largo del siglo XIX. En la primera mitad del siglo observamos una esfera pública limitada dominada por la clase plantadora que impedía la circulación de obras antiesclavistas en la región. Aquellos textos que criticaban el régimen esclavista, entre ellos Sab y las narrativas de Juan Francisco Manzano y Mary Prince, no pudieron ser publicados en el Caribe, ya fuera por la censura de las autoridades coloniales o por la falta de un público lector simpatizante. Así, uno de los obstáculos claves en la formación de una esfera pública local fue la imposibilidad de imaginar un público lector en el Caribe. En el caso de sujetos esclavizados, como Prince, el patrocinio europeo abrió un camino alternativo para hacerse escuchar y difundir su caso, a cambio de altos niveles de intervención y manipulación editorial que limitaron la autonomía y el control representacional de los autores caribeños de la época.

A mediados del siglo, observamos un giro que permite mayores grados de autonomía e independencia que hubieran sido impensables en la esfera pública esclavista de principios de siglo. A diferencia de Prince, Mary Seacole redacta sus memorias de viaje sin la presencia de un patrón literario, lo cual le otorga un mayor grado de control de su imagen; representándose como una mujer emprendedora, industriosa y, sobre todo, heroica. De forma similar, Seacole desarrolla un grado de libertad editorial que no tenía Prince: no solo determina qué material incluir en su relato, sino también de qué forma presentarlo. En este sentido, no duda en criticar el sistema racista estadounidense ni en posicionar a la población de color en Centroamérica como una comunidad ejemplar. Al mismo tiempo, la obra de Seacole evidencia el carácter transitorio del período posemancipación que antecede la emergencia plena de la esfera pública anticolonial: si bien ella no depende de un patrón abolicionista para redactar y publicar su obra, aún notamos vestigios del patrocinio literario en esta (por ejemplo, cartas de recomendación). Más aún, Seacole no visualiza todavía un público lector caribeño, como lo podrá hacer Morúa Delgado unas décadas más tarde. En el caso de Seacole, su público deseado sigue siendo inglés, en cuanto sirve para legitimar su presencia en el seno del imperio británico.

A diferencia de Seacole, en la obra de Morúa Delgado se evidencia la creciente capacidad para imaginar un potencial público lector en la zona. La trayectoria literaria y periodística temprana del autor cubano da cuenta de una activa esfera pública en el Caribe que sigue funcionando aun cuando sus redactores se encuentran fuera de Cuba. En la obra periodística analizada en este trabajo, se palpa una estrecha relación entre el autor y su audiencia, a quien le escribe con un fervor y entusiasmo notables. Como hemos observado, para Morúa Delgado el diario constituía el medio más importante en la lucha por la independencia de Cuba y la integración de la población de color: servía no solo para educar y formar a sus lectores en pro de su “elevación”, sino también para fomentar el sentimiento de una patria cubana independiente del legado colonial español. Al fundar revistas y ficcionalizar la prensa de color en sus novelas, Morúa Delgado contribuyó al desarrollo y proyección de la esfera pública caribeña de finales del siglo XIX. En esta misma línea, queda pendiente investigar la producción periodística tardía del autor, así como su posicionamiento en la esfera pública y su relación con el poder.

Referencias

Allen, Jennifer L. “Pringle’s Pruning of Prince: The History of Mary Prince and the Question of Repetition”. Callaloo, vol. 35, n.º 2, 2012, pp. 509-519.

Andrews, William L. “Introduction”. Wonderful Adventures of Mrs. Seacole in Many Lands, por Mary Seacole, Oxford University Press, 1988, pp. xxvii-xxxiv.

Baeza Flores, Alberto. “Notas”. Integración cubana y otros ensayos. Obras completas de Martín Morúa Delgado. Tomo III, Comisión Nacional del Centenario de Don Martín Morúa Delgado, 1957.

Baker, Houston A. “Critical Memory and the Black Public Sphere”. The Black Public Sphere: A Public Culture Book, editado por The Black Public Sphere Collective, University of Chicago Press, 1995, pp. 5-38.

Brooks, Joanna. “The Early American Public Sphere and the Emergence of Black Print Culture”. The William and Mary Quarterly, vol. 62, n.º 1, 2005, pp. 67-92, https://www.jstor.org/stable/3491622.

Bush, Barbara. Slave Women in Caribbean Society: 1650-1838. Indiana University Press, 1990.

Chang, Tan Feng. “Creolizing the White Woman’s Burden: Mary Seacole Playing ‘Mother’ at the Colonial Crossroads between Panama and Crimea”. College Literature: A Journal of Critical Literary Studies, vol. 44, n.º 4, 2017, pp. 527-557, doi:10.1353/lit.2017.0033.

Cobb, Martha K. “Martin Morua Delgado”. Negro History Bulletin, vol. 36, n.º 1, 1973, p. 12, http://www.jstor.org/stable/44175494.

Craig, Christine. “Wonderful Adventures of Mrs. Seacole in Many Lands: Autobiography as literary genre and a window to character”. Caribbean Quarterly, vol. 30, n.º 2, 1984, pp. 33-47, https://www.jstor.org/stable/40653534.

Dalleo, Raphael. Caribbean Literature and the Public Sphere: From the Plantation to the Postcolonial. University of Virginia Press, 2011.

De la Fuente, Alejandro. “Myths of Racial Democracy: Cuba, 1900-1912”. Latin American Research Review, vol. 34, n.º 3, 1999, pp. 39-73, https://www.jstor.org/stable/2503962.

Ferguson, Moira. “Introduction to the Revised Edition”. The History of Mary Prince, A West Indian Slave. As Related by Herself, editado por Moira Ferguson, University of Michigan Press, 1997, pp. 1-51.

Fraser, Nancy. “Rethinking the Public Sphere: A Contribution to the Critique of Actually Existing Democracy”. Social Text, n.º 25/26, 1990, pp. 56-80, https://www.jstor.org/stable/466240.

Habermas, Jürgen. The Structural Transformation of the Public Sphere: An Inquiry into a Category of Bourgeois Society. Traducido por Thomas Burger, MIT Press, 1989.

Herrera McElroy, Onyria. “Martín Morúa Delgado, precursor del afro-cubanismo”. Afro-Hispanic Review, vol. 2, n.º 1, enero de 1983, pp. 19-24, http://www.jstor.org/stable/23052824.

Luis, William. Literary bondage: Slavery in Cuban Narrative. Kindle. University of Texas Press, 1990.

MacQueen, James. “The Colonial Empire of Great Britain”. Blackwood’s Magazine, vol. 30, noviembre de 1831, pp. 744-764.

Mercer, Lorraine. “I Shall Make No Excuse: The Narrative Odyssey of Mary Seacole”. Journal of Narrative Theory, vol. 35, n.º 1, 2005, pp. 1-24, https://www.jstor.org/stable/30224618.

Molloy, Silvia. Acto de presencia: la escritura autobiográfica en Hispanoamérica. Traducido por José Esteban Calderón, Colegio de México / Fondo de Cultura Económica, 2001.

Morúa Delgado, Martín. “Sofía”. Obras completas de Martín Morúa Delgado, tomo I, Comisión Nacional del Centenario de Don Martín Morúa Delgado, 1957.

---. “Integración cubana y otros ensayos”. Obras completas de Martín Morúa Delgado, tomo III, Comisión Nacional del Centenario de Don Martín Morúa Delgado, 1957.

Paravisini-Gebert, Lizabeth. “Mrs. Seacole’s Wonderful Adventures in Many Lands and the Consciousness of Transit”. Black Victorians/Black Victoriana, editado por Gretchen Holbrook Gerzina, Rutgers Univerity Press, 2003, pp. 71-87, https://vassar.academia.edu/LizabethParavisiniGebert.

Poon, Angelina. “Comic acts of (be)longing: Performing Englishness in Wonderful Adventures of Mrs. Seacole in Many Lands”. Victorian Literature and Culture, vol. 35, n.º 2, 2007, pp. 501-516, doi:10.1017/S1060150307051601.

Prince, Mary. The History of Mary Prince, A West Indian Slave. Related by Herself, editado por Henry Louis Gates, Jr., Signet Classics, 2002, pp. 253-288.

---. The History of Mary Prince, A West Indian Slave. As Related by Herself, editado por Moira Ferguson, University of Michigan Press, 1997.

Pringle, Thomas. Preface. The History of Mary Prince, A West Indian Slave. As Related by Herself. The Classic Slave Narratives, editado por Henry Louis Gates, Jr., Signet Classics, 2002, pp. 251-252.

---. Supplement to the History of Mary Prince by the Editor. The History of Mary Prince, A West Indian Slave. As Related by Herself, editado por Henry Louis Gates, Jr., Signet Classics, 2002, pp. 289-316.

Rama, Ángel. La ciudad letrada. Arca, 1998.

Rodríguez Ochoa, Yoel. “Martín Morúa Delgado y la integración nacional en Cuba”. Estudios históricos, año 9, n.º 18, 2017, pp. 1-14, http://www.estudioshistoricos.org/18/eh1815.pdf.

Said, Edward. Orientalism. 1978. Vintage Books, 1994.

Scarano, Francisco A. “Labor and society in the Nineteenth Century”. The Modern Caribbean, editado por Franklin Knight y Colin A. Palmer, The University of North Carolina Press, 1989, pp. 51-84.

Seacole, Mary. Wonderful Adventures of Mrs. Seacole in Many Lands. 1857. Oxford University Press, 1988.

Sharpe, Jenny. Ghosts of Slavery: A Literary Archaeology of Black Women’s Lives. University of Minnesota Press, 2003.

Shum, Matthew. “The Prehistory of The History of Mary Prince: Thomas Pringle’s ‘The Bechuana Boy’”. Nineteenth-Century Literature, vol. 64, n.º 3, 2009, pp. 291-322, http://www.jstor.org/stable/10.1525/ncl.2009.64.3.291

Thomas, Sue. “New Information on Mary Prince in London”. Notes and Queries, vol. 58, n.º 1, 2011, pp. 82-85.

Williams, Lorna V. “Morúa Delgado and the Cuban Slave Narrative”. MLN, vol. 108, n.º 2, 1993, pp. 302-313, https://www.jstor.org/stable/2904637.

Notas

* Artículo de Reflexión.

1 El punto más controversial en la carrera política de Morúa Delgado tiene relación con una modificación de la ley electoral patrocinada por el autor, en ese entonces senador de la República. Dicha ley, mejor conocida como la Ley Morúa, prohibió la conformación de agrupaciones políticas de una sola raza o color de piel e iba dirigida al Partido Independente de Color, liderado por Evaristo Estenoz. La ley fue aprobada por el Congreso en 1910 con muy poca resistencia. Morúa Delgado propuso el proyecto de ley porque quería evitar cualquier tipo de separatismo racial que pudiera dividir a los cubanos y, así mismo, quería evitar la conformación de partidos políticos exclusivamente blancos. Pero, más allá de las intenciones de Morúa Delgado, es cierto que la ley dio pie a la masacre de alrededor de 3000 negros en 1912, dos años después de la muerte del autor (De la Fuente 64-65; Rodríguez Ochoa 12-13).

2 Lo más probable es que fuera semialfabeta. En su testimonio, cuenta que los hijos de sus primeros amos y los misioneros moravos le ayudaron a aprender a leer y deletrear.

3 La historia de Mary Prince relatada por ella misma. En su narración, Prince describe su experiencia de vida como mujer esclavizada, trazando su desplazamiento desde Bermuda, a Turks Island, a Antigua y, finalmente, a Inglaterra. La trama de su historia sirve para ejemplificar una serie de argumentos claves de la literatura antiesclavista de la época: que la esclavitud embrutecía a los blancos, convirtiéndolos en seres salvajes; que los esclavos poseían una profunda capacidad afectiva, por lo que sufrían enormemente al ser vendidos y separados de sus familias como si fueran animales; y que los esclavos eran trabajadores, eficientes y productivos, a diferencia de los estereotipos comunes que los asociaban a la pereza y la reticencia al trabajo.

4 Seacole nació en 1805 en Kingston. En las primeras páginas de su relato, indica que su padre era un soldado escocés y que su madre era una criolla jamaiquina. Aunque nació antes de la abolición de la esclavitud en las colonias británicas, se infiere que tanto Seacole como su madre eran libres.

5 En 1850, tras un brote de cólera en Jamaica, Seacole emprendió un viaje a la Nueva Granada para acompañar a su hermano, quien había establecido un hotel en las Cruces para atender a pasajeros que iban de camino a las minas de oro en California. La autora enfatiza que el afán de viajar no radicaba solo en seguir a su hermano, sino a una “disposición propia por deambular” (9; traducción propia). De hecho, antes de viajar a la Nueva Granada, Seacole ya había realizado dos viajes a Londres —donde fue objeto de burlas de parte de los niños por el color de su piel (4)— y a las Bahamas, Cuba y Haití, donde compraba artículos que luego vendía en Jamaica.

6 Sobre la sociedad jamaiquina posemancipación, véase Scarano (62-74).

7 Tras ser rechazada mútilples veces por los equipos médicos británicos que iban a Crimea, Seacole se pregunta: “¿Sería posible que los perjuicios estadounidenses contra las personas de color tuvieran algo de su origen aquí [en Inglaterra]? ¿Acaso estas damas rechazaron mi ayuda porque la sangre que corre por debajo de mi piel es más oscura que la de ellas?” (79; traducción propia).

8 Al mismo tiempo, no deja de reconocer los cambios positivos producto de la Guerra de los Diez Años: “Si no hubiera la revolución del 68, no sucediera la Paz de 78; y a no ser la Paz de 78, no sucediera el tinte de asociación y algunas cortas concesiones, que aunque cortas no teníamos antes; todo lo que no priva en lo más mínimo que reprobamos la conducta de los revolucionarios, porque solo anhelamos la paz que es lo único que puede hacer a nuestra pátria [sic] grande, próspera y feliz” (“Integración cubana” 113).

9 Según la información que hemos consultado, Morúa Delgado pasa un primer período exiliado en los EE. UU. entre 1880-1890 y nuevamente entre 1896-1898.

10 Este texto es parte del folletín titulado “Biografía de dos langostas que parecen hombres”. Integración cubana y otros ensayos. Obras completas de Morúa Delgado. Tomo III.

11 De acuerdo con el relato de Morúa Delgado, Fernández-Trava se había coludido oportunísticamente con el gobierno español mediante el diario El ciudadano, con el fin de “sostener la apinión [sic] de la raza de color al lado del gobierno español [...] para que haga creer al pueblo negro, que su salvación está al lado del partido Conservador” (17).

12 En 1882, Morúa Delgado decide mudarse desde Florida a Nueva York en búsqueda de mayores facilidades para publicar y difundir su trabajo (Baeza Flores 48; Rodríguez Ochoa). Ahí publica el Ensayo político o Cuba y la Raza de Color.

13 De acuerdo al análisis de Luis, Gonzaga desempeña el papel del “personaje simpático” (“un personaje de naturaleza bondadosa que cree en la justicia y lucha por ella”), que, según Morúa Delgado, faltaba en la novela de Villaverde (3157; traducción propia).

14 Asimismo, Gonzaga critica la exclusión de los niños de color de las escuelas: “¿Dónde habéis establecido las escuelas para esas criaturas también humanas que vosotros mismos iniciásteis en vuestra relijión? En vuestras leyes reglamentarias teníais artículos por los cuales cerrábais las puertas de vuestros institutos de enseñanza á los niños de color; y como para evitar que fuesen admitidos ni siquiera á título de pensionistas, los que no siendo esclavos pudiendo pagárselo sus padres” (“Sofía” 123-124).

15 La investigación de Brooks estudia la fundación de instituciones negras —iglesias, escuelas, asociaciones y grupos de masonería— en ciudades como Boston y Filadelfia en la década de 1790. Esto eventualmente condujo a la consolidación de una cultura impresa negra autónoma que se diferenciaba de la producción escrita anterior —por ejemplo, la autobiografía de Olaudah Equiano o la poesía de Phyllis Wheatley— en cuanto se produjo sin el patrocinio o el auspicio de blancos. Así, la autodeterminación editorial vino a ser el sello de la cultura impresa negra que surgió en los EE. UU. en este período, cuyas características centrales Brooks define como: la incorporación colectiva y la expresión de una conciencia corporativa negra; la diferenciación consciente de la sociedad blanca, y, por último, la crítica de los intereses políticos y económicos dominantes (75).

16 Luis hace énfasis en los aspectos autobiográficos en las novelas de Morúa Delgado, sobre todo en relación con el personaje Fidelio de La familia Unzúazu (3281, 3291).

Notas de autor

a Autora de correspondencia. Correo electrónico: elsa.maxwell@uai.cl

Información adicional

Cómo citar este artículo: Maxwell, Elsa. “Tres autores caribeños: la esclavitud y la esfera pública decimonónica en las obras de Mary Prince, Mary Seacole y Martín Morúa Delgado”. Cuadernos de Literatura, vol. 25, 2021. https://doi.org/10.11144/Javeriana.cl25.tace

Contexto
Descargar
Todas