Yo el Supremo, dictado y cibernética*

Yo el Supremo [I the Supreme], Dictation and Cybernetics

Juan Pablo Lupi

Yo el Supremo, dictado y cibernética*

Cuadernos de Literatura, vol. 26, 2022

Pontificia Universidad Javeriana

Juan Pablo Lupi a

University of California Santa Barbara, Estados Unidos


Recibido: 12 junio 2021

Aceptado: 16 septiembre 2021

Publicado: 15 abril 2022

Resumen: Yo el Supremo (1974), la monumental novela de Augusto Roa Bastos (1917-2005), puede entenderse como una dramatización de las relaciones mediales entre poder, historia, tecnología, hegemonía y subalternidad. Este artículo propone que en la novela se plantea una antinomia en la que se entrecruzan dos impulsos: por un lado, una proliferación medial en la que aparecen técnicas que van desde la voz y la escritura manuscrita hasta aparatos anacrónicos o fantásticos como la grabadora o el “portapluma-recuerdo”; por otro lado, el Dictador Supremo como arkhé, cuyo “dictado” (entendido tanto como acto de habla como ejercicio en sí del poder dictatorial) se produce simultáneamente por medio y en contra de dicha multiplicidad. En el marco de esta antinomia se muestra que el Dictador sostiene una concepción de las tecnologías mediales y la fundación del estado que puede caracterizarse como cibernética. La cuestión de la cibernética se ubica en el contexto del interés por esta disciplina en los años 60 y 70 y se muestra en qué sentido el Dictador concibe el mundo en términos cibernéticos y tecnodeterministas. Roa Bastos escribió una obra que no solamente trata de la historia del Paraguay, el republicanismo hispanoamericano y el arquetipo del dictador latinoamericano, sino que también permite intuir el carácter de los modos de dominación global que emergen a partir de los avances tecnológicos de la posguerra.

Palabras clave:Augusto Roa Bastos, Yo el Supremo, cibernética, tecnología, medios, dictadura.

Abstract: Yo el Supremo .I the Supreme] (1974), the monumental novel by Augusto Roa Bastos (1917-2005), can be understood as a dramatization of the medial relationships between power, history, technology, hegemony and subalternity. This article proposes that the novel poses an antinomy in which two impulses intersect: on the one hand, a medial proliferation in which techniques ranging from voice and handwriting to anachronistic or fantastic devices such as the tape recorder or the “souvenir-pen” come into view; on the other hand, there’s the Supreme Dictator as arkhé, whose “dictation” (understood both as speech act and as exercise of dictatorial power itself) is produced simultaneously by means of and against that multiplicity. Within the framework of this antinomy, it is shown that the Dictator holds a conception of media technologies and of the foundation of the state that can be characterized as cybernetic. The question of cybernetics is placed in the context of the interest in this discipline in the 1960s and 70s, for then showing how the Dictator conceives the world in cybernetic and techno-deterministic terms. Roa Bastos wrote a work that is not only about the history of Paraguay, Spanish-American republicanism, and the archetype of the Latin American dictator—it also affords an intuition of what characterizes the modes of global domination that emerge from post-war technological advances.

Keywords: Augusto Roa Bastos, Yo el Supremo, cybernetics, technology, media, dictatorship.

La relación del lenguaje con el poder es tal vez el motivo medular de Yo el Supremo (1974), la monumental novela de Augusto Roa Bastos (1917-2005) inspirada en la figura de Gaspar Rodríguez de Francia (1766-1840), “Supremo y Perpetuo Dictador del Paraguay” (1814-1840).1 Numerosos estudios que se han orientado a reflexionar sobre este tema han apuntado de diversas maneras hacia una conclusión que puede resumirse así: la novela plantea una antinomia entre el deseo del Dictador (detentar el poder absoluto, tener control sobre la voz y la escritura —y, más generalmente, sobre el lenguaje—, constituirse como arkhé soberana, etc.) y la imposibilidad de satisfacerlo. A lo largo de la novela, el Dictador progresivamente va tomando consciencia de su propio carácter no-originario y de la imposibilidad de que los elementos de ciertas oposiciones binarias —“Yo”-“Él”, dictadura-dictado, soberano-dictador, voz-escritura, etc.— puedan coincidir. En tal sentido, se ha dicho que la novela describe un arco “trágico” (Kraniauskas 59) en el que la reflexión del Dictador sobre sí mismo conduce al reconocimiento de esa imposibilidad.

En lo que sigue quiero detenerme en un aspecto que no ha recibido suficiente atención: la condición de posibilidad del proyecto soberano del Dictador es un problema que concierne los medios y la tecnología. La contraparte del deseo del Dictador es su reconocimiento como entidad que nunca es in-mediata, sino que únicamente se presenta en tanto mediación y por lo tanto como algo exterior a sí mismo y en última instancia fuera de su propio control. Quiero proponer de entrada que YeS puede entenderse como una “puesta en escena” de las relaciones mediales entre poder, historia, tecnología, hegemonía y subalternidad. YeS articula, moviliza y reflexiona sobre múltiples oposiciones binarias. Si bien ellas no pueden reducirse o subsumirse bajo una estructura binaria generatriz o trascendental, para mis propósitos en lo que sigue propongo tomar como sistema de referencia —y que como todo sistema de referencia es arbitrario y contingente— una oposición particular que quiero plantear como una antinomia entre el Dictador Supremo como arkhé y una proliferación no solamente o meramente discursiva, sino algo más general: una proliferación técnica y medial. Las oposiciones que mencioné anteriormente pueden verse como iteraciones metonímicas de esa antinomia, que es preciso ver más de cerca.

Por un lado, está la cuestión de la norma, la ley, la regla que el Dictador desea crear, dictar, imponer y ejecutar. Esto supone a su vez la institución de un deseo por parte del Dictador de constituirse como arkhé: origen, comienzo, causa, dominio y soberanía. Este deseo se halla sobredeterminado: el Dictador es no solo gobernante único, sino también personificación y origen del Estado en la medida en que lo “dicta”; su voz simultáneamente “crea” y “gobierna” su proyecto de fundar el Paraguay como nación soberana bajo un modelo republicano y antiliberal.2 Pero, por otro lado, el proyecto dictatorial se revela como imposibilidad; este permanece dentro del horizonte del deseo. Desde el comienzo de la novela, el Dictador manifiesta este deseo al percibir lo que ocurre en el acto de exteriorizar la voz y registrarla como escritura. Esto se muestra cuando le dice a Policarpo Patiño, su amanuense: “Cuando te dicto, las palabras tienen un sentido; otro, cuando las escribes. De modo que hablamos dos lenguas diferentes… Quiero que en las palabras que escribes haya algo que me pertenezca” (YeS 158). A través de la novela —y ya desde el título mismo— esta diferencia se manifiesta en distintos niveles y en muchas modalidades que, tal como se ha señalado, pueden caracterizarse como oposiciones binarias: la oposición oralidad-escritura; la diglosia castellano-guaraní; los múltiples desdoblamientos (yo-él, dictador-compilador, dictador-pueblo, etc.); o lo que los críticos han denominado las “modalidades de escritura” (Ezquerro 27) o “secuencias” (Marcos 433) que constituyen la arquitectura de la novela: los monólogos, el Cuaderno Privado, la Circular Perpetua, apuntes, notas al pie, autos, documentos históricos, citas, pastiche, etc.

En buena medida la novela trata precisamente sobre cómo el poder absoluto al que aspira el Dictador se ve continuamente interrumpido, frustrado, postergado y diferido. Por ejemplo, John Kraniaukas ha descrito YeS como la novelización del “fracaso” de una cierta “ilusión (soberana) de lo político” (59). En lo que sigue quiero extender esta idea y plantear que YeS trata también acerca de una ilusión (soberana) de lo medial. Pero esto solo puede apreciarse en la medida en que tomemos en consideración el tratamiento del tiempo en la novela, y en particular cómo esta trasciende la anécdota histórica y entrelaza anacrónicamente distintos planos temporales. El caso es que la acción de YeS no transcurre solamente a principios del siglo XIX durante la fundación del Paraguay, y la obra tampoco puede caracterizarse reductivamente como una “novela histórica”, sin más. Por ejemplo, al final de la novela puede intuirse que la voz del Dictador es una entidad espectral que proviene de un trasmundo más allá de la muerte en el que hay referencias a tecnologías como la cámara fotográfica, el cinematógrafo y la cinta magnetofónica e incluso a una figura (“el Compilador”) que aparece como un investigador que con una cámara y una grabadora va recopilando anécdotas y testimonios sobre el doctor Francia.3 Asimismo, estando vivo, el Dictador emplea aparatos fantásticos y anacrónicos, como por ejemplo el llamado “portapluma-recuerdo”, que consiste en un portaplumas que, además de la punta con tinta, contiene un dispositivo audiovisual.4 En la novela coexisten y se entremezclan múltiples tiempos y épocas históricas y aparecen diversos medios y dispositivos técnicos, tanto decimonónicos como contemporáneos y hasta fantásticos, que se asoman al género de la ciencia ficción. Esto implica que toda reflexión sobre las condiciones de posibilidad de la arkhé dictatorial exige necesariamente incorporar la cuestión de los medios y la tecnología. El “dictado”, entendido en sus múltiples sentidos —acto de habla, poder soberano y ejercicio del poder dictatorial— presupone un concepto determinado de los medios, regulado por ciertas normas y facultado de ciertos poderes. Como mostraré a continuación, a través de la figura del Dictador Supremo —y de sus dobles, extensiones, etc.—, la novela plantea una concepción del lenguaje, los medios y la tecnología que puede caracterizarse como cibernética.

Como es sabido, la disciplina y el campo de la cibernética tienen su origen en la colaboración entre el médico mexicano Arturo Rosenblueth (1900-1970) y el matemático norteamericano Norbert Wiener (1894-1964), la teoría de la información que desarrollaron los matemáticos Claude Shannon (1916-2001) y Warren Weaver (1894-1978) y las conferencias interdisciplinarias que a partir de 1942 organizó la Fundación Josiah Macy (conocidas como “Macy Conferences”). En su célebre libro Cybernetics, Or Control and Communication in the Animal and the Machine (1948), Wiener introduce el neologismo cybernetics, derivado del griego kybernētēs (piloto, timonel), para designar “todo el campo de la teoría del control y la comunicación, tanto en la máquina como en el animal” (11; traducción propia).5 En su acepción contemporánea y más general, la cibernética consiste en el estudio de los procesos de funcionamiento, comunicación, control y regulación en sistemas complejos. Estos sistemas pueden ser aparatos mecánicos, grupos sociales, computadoras, organismos biológicos, etc. Desde una perspectiva cibernética, todas estas entidades, independientemente de su naturaleza, pueden ser descritas y analizadas utilizando los mismos principios, lo cual supone una equivalencia entre lo artificial y lo natural, o, más específicamente, entre la máquina y el organismo viviente.

A primera vista, podría parecer extraño, y hasta forzado, hablar de “cibernética” —una disciplina que surge justo después de la Segunda Guerra Mundial— en una novela que trata de personajes y hechos que ocurrieron en las primeras décadas del siglo XIX. Sin embargo, estos posibles reparos se despejan al hacer una contextualización más amplia de la novela. Para empezar, tenemos la ya mencionada superposición y coexistencia anacrónica de distintos planos históricos y temporales, en los que aparecen cinematógrafos, grabadoras o fantásticos dispositivos audiovisuales. En segundo lugar, la escritura y la publicación (1974) de YeS fueron contemporáneas de un momento histórico en que la cibernética seguía en auge como disciplina. Entre las décadas de los años 50 y 70, la cibernética fue objeto de un enorme interés por parte de científicos, ingenieros, intelectuales, militares, industrias y gobiernos en varias partes del mundo.6 Y esto nos lleva a un punto más importante, que concierne las relaciones entre la cibernética y algo que el propio Roa Bastos ha señalado como una influencia clave en su novela: el pensamiento posestructuralista y, en particular, la gramatología. En el primer párrafo de “Algunos núcleos generadores de un texto narrativo” —su célebre “reflexión autocrítica” sobre YeSRoa Bastos explícitamente inserta en dicho marco teórico tanto la escritura y la lectura de su novela como la reflexión que ella pone en marcha:

Todo texto nos envía al origen arcaico de la escritura, a esa huella o trazo que se reabsorbió y esfumó sin desaparecer en la transcripción e inscripción fonética y alfabética. Y nos reenvía al mismo tiempo a uno de los tres grandes debates que dominan nuestra modernidad: el de Marx y Hegel, el de Freud y sus antecesores y proseguidores en el dominio de la psicología profunda, y el de Saussure y Derrida; es decir, idealismo/materialismo dialéctico; ontología/subjetividad inconsciente; oralidad/gramatología. (“Algunos núcleos” 167; énfasis en el original)

La influencia de la cibernética en el desarrollo del pensamiento estructuralista y posestructuralista en Francia ha sido objeto de numerosos estudios, e incluso se ha propuesto que existe un vínculo genealógico directo entre la cibernética y el posestructuralismo.7 De hecho, al inicio del primer capítulo de De la grammatologie —texto con el cual Roa Bastos estaba familiarizado— Derrida afirma que “todo el campo cubierto por el programa cibernético será campo de escritura” (19; énfasis en el original; traducción propia), subsumiendo así el código informático y el algoritmo al proceso de la différance o diferiencia.8 No es mi intención —ni tampoco es necesario para mi argumento— mostrar que la cibernética haya influido de manera directa en la escritura de YeS, ni que Roa Bastos haya tenido hacia la cibernética un interés semejante al que sí tuvo, por ejemplo, hacia la deconstrucción. Lo que me interesa en primer lugar es contextualizar el problema y señalar que la cibernética, lejos de haber sido algo extraño, fue una presencia importante en el campo intelectual durante la época en que se compuso la novela y, lo más importante, que ella jugó un rol importante en el desarrollo del pensamiento filosófico que sí terminó siendo una poderosa influencia en YeS. Pero, como veremos de inmediato, la cuestión de lo cibernético también se manifestará de otras maneras que van más allá de lo contextual.

La frase citada arriba —“Cuando te dicto, las palabras tienen un sentido; otro, cuando las escribes” (YeS 158)— condensa y anuncia desde el comienzo varios motivos típicos de la filosofía del lenguaje desde la tradición posestructuralista y que aparecerán reiteradamente a lo largo de la novela: la cuestión de la “autonomía” del lenguaje, la “muerte del autor”, la crítica al realismo y al logocentrismo, etc.9 No obstante, el Dictador rehúsa aceptar esta concepción del lenguaje y sus consecuencias. En un pasaje anterior le había dicho a Patiño: “[E]res mi fide-indigno secretario. No sabes secretar lo que te dicto” (YeS 157). He aquí una de las paradojas centrales que pone de manifiesto la figura del Dictador: su discurso articula constantemente una reflexión sobre el lenguaje y los medios que es a su vez renegada. En esta coyuntura, ¿cómo imaginar los medios del dictado, entendido este como el poder, acto, facultad y contenido del dictar?

En uno de sus diálogos con Patiño, el Dictador presenta un relato imaginario sobre el “origen de la escritura”, según el cual “un aerolito cae del cielo de la escritura” (YeS 162) y deja una “marca” que sobredetermina dicho origen: la marca es simultáneamente “punto” y “cero”. Más aún, el “cero”, al ser representado gráficamente como un círculo, vuelve a determinar esa misma oposición binaria por medio de la diferencia entre el círculo y el “agujero” o “nada” que encierra: “Del agujero del cero sale la sin-ceridad” (YeS 162). El relato sobre el “origen” en tanto “marca” que inscribe simultáneamente el “punto”, el “cero” y, por lo tanto —tomando en cuenta el interés del autor por la gramatología—, la “diferiencia” da lugar a lo que puede interpretarse como una reflexión sobre la condición de posibilidad de controlar e instrumentalizar la escritura:

Origen de la escritura: El Punto. Unidad pequeña. De igual modo que las unidades de la lengua escrita o hablada son a su vez pequeñas lenguas. Ya lo dijo el compadre Lucrecio mucho antes que todos sus ahijados: el principio de todas las cosas es que las entrañas se forman de entrañas más pequeñas […]. La naturaleza trabaja en lo mínimo. La escritura también. Del mismo modo el Poder Absoluto está hecho de pequeños poderes. Puedo hacer por medio de otros lo que esos otros no pueden hacer por sí mismos. […] El Supremo es aquel que lo es por su naturaleza. Nunca nos recuerda a otros salvo a la imagen del Estado, de la Nación, del pueblo de la Patria. (YeS 163)

El ejercicio del poder absoluto y la aspiración a la poiēsis total del Estado asumen que tanto el discurso como el poder están estructurados como un arreglo de entidades discretas. Esta discretización tiene diversas manifestaciones. La más evidente es la discretización fonética y cuya instancia es el alfabeto fonético (“las unidades de la lengua escrita o hablada son a su vez pequeñas lenguas”). Tal discretización comprende los ámbitos de la voz y la escritura; el fonema y la letra; lo aural, lo vocal y lo visual. Más aún, de acuerdo al Dictador esto sería solo un caso particular de un principio más general, ya que la naturaleza misma —tal como lo dijo “el compadre Lucrecio”— es un arreglo de unidades discretas. Pero lo singular del pasaje es que el Dictador postula otros dos modos adicionales de discretización que no son una consecuencia necesaria ni de la física atomista ni de la discretización fonética. El primero es que el poder también está compuesto de unidades discretas (“pequeños poderes”) y que son en principio “transferibles”. De aquí puede intuirse que el Dictador concibe el ejercicio del poder como algo “divisible” en unidades u operaciones más pequeñas. Tales unidades pueden pensarse como “comandos ejecutables” autónomos, las cuales en principio pueden a su vez manipularse y ser “ejecutadas” por medio de otro(s). El segundo aspecto es que la discretización del discurso es reducible al nivel máximo: “El Punto. Unidad pequeña”. Esta solo puede existir a partir de la marca o huella —cero, uno, diferiencia— del aerolito: “Del agujero del cero sale la sin-ceridad”. En otras palabras, esta reducción de la “escritura” —y, más generalmente, del discurso— al “punto”, a la “unidad pequeña”, corresponde a una concepción digital del medio. De acuerdo a la descripción que nos da el Dictador Supremo, su concepción de los medios y de su poiēsis republicana consiste, al nivel de sus elementos básicos, en un sistema que podemos caracterizar como cibernético.

La cibernética entiende el mundo como un sistema de mediaciones entre entidades discretas en el que tales entidades interactúan entre sí de acuerdo a procesos de comunicación y control. En “The Cybernetic Hypothesis”, Alexander R. Galloway plantea que a lo largo del siglo XX se fue consolidando un “régimen epistemológico” en el que la sociedad y la cultura fueron efectivamente concebidos como sistemas de comunicación y control.10 Según Galloway, este régimen exhibe tres rasgos básicos:

(1) Una concepción atomista del mundo como un arreglo de entidades discretas; (2) una concepción ocasionalista de un ubicuo aparato medial que interconecta estas múltiples entidades; y (3) una concepción monárquica [royalist] de una función soberana o reguladora necesaria para dirigir y administrar el sistema como un todo. (1; énfasis en el original; traducción propia)

Si regresamos al pasaje citado arriba sobre el poder y el “origen de la escritura”, pueden inferirse ciertos principios —discretización, origen, extensión prostética, ejecución soberana— que vendrían a regir lo que podemos considerar la “tecnología política” que proyecta el Dictador Supremo, y, en particular, su teoría de cómo el lenguaje, los medios y la tecnología se relacionan con el poder. A un nivel formal, una comparación con la tesis de Galloway revela coincidencias significativas: considerados de manera abstracta, los fundamentos del régimen derivado de la “hipótesis cibernética” son formalmente semejantes a los de la tecnología política del Supremo. Ahora bien, el decir que estas coincidencias son formales significa poner de lado tanto la hipótesis de una relación causal (no pretendo afirmar que la cibernética haya sido una influencia en la novela) como la de una relación temática o alegórica (YeS tampoco es una novela acerca de la cibernética). Pero esto es precisamente lo que le da una relevancia especial a la novela. Tanto YeS como la hipótesis cibernética desarrollan, cada una independientemente, una reflexión teórica sobre las relaciones entre los medios, la tecnología y el poder. Lo notable es que, no obstante sus diferencias más obvias y habiendo recorrido caminos tan distantes entre sí, ambas apunten a una conclusión similar. En este sentido, tanto el pensamiento que Roa Bastos expone en su novela como el pensamiento crítico contemporáneo sobre la política y la tecnología se refuerzan mutuamente.

Pasemos ahora a examinar estas correspondencias en más detalle. Un aspecto clave de la reflexión del Dictador sobre el origen de la escritura concierne la reducción al “punto” o “unidad pequeña”, a partir de lo cual puede intuirse la posibilidad de una medialidad digital. Esta idea vuelve a aparecer de nuevo en dos pasajes que ocurren hacia el final de la novela y en donde se aborda la cuestión de la tecnología de manera explícita. Las secciones finales de la novela incluyen varias digresiones en las que el Dictador Supremo, sus interlocutores, sus “dobles” o extensiones fantasmales reflexionan sobre su condición trágica. La ansiedad terminal del Dictador se condensa en esta frase: “En un principio creí que yo dictaba, leía y obraba bajo el imperio de la razón universal, bajo el imperio de mi propia soberanía, bajo el dictado de lo Absoluto. Ahora me pregunto: ¿quién es el amanuense?” (YeS 579). El gesto trágico surge a partir de un contraste entre, por un lado, “un principio” en el que el Dictador obraba de acuerdo a sus reglas (investidas de poder soberano) y su propio deseo medial y, por otro lado, un “ahora” en el que toda certidumbre sobre su poder se ha desvanecido. El correlato de este desdoblamiento temporal es el desdoblamiento “final” del propio Dictador que ocurre hacia la conclusión de la novela.

El primer pasaje en el que quiero detenerme aparece justo antes de la frase recién citada. El Dictador —paradigma del déspota republicano e ilustrado— es un aficionado a las ciencias y los aparatos tecnológicos. Había tenido un laboratorio en donde realizaba experimentos de alquimia y disfrutaba observar los astros con un telescopio. En esta escena encontramos al Dictador anciano, esperando la muerte, cuando le vienen a la mente sus notas científicas y, más concretamente, un curioso invento, acaso el más importante de todos:

¡Los apuntes de Almastronomía que escribí el 13 de diciembre de 1804! La imagen del cóncavo espejo y el rayo de luz repitiendo en sucesivos anillos al infinito el ojo que mira hasta hacerlo desaparecer en sus múltiples reflejos. En esta perfecta cámara de espejos no se sabría cuál es el objeto real. Por lo tanto no existiría lo real sino solamente su imagen. En mi laboratorio de alquimia no fabriqué la piedra filosofal. Logré algo mucho mejor. Descubrí este rayo de rectitud perfecta atravesando todas las refracciones posibles. Fabriqué un prisma que podía descomponer un pensamiento en los siete colores del espectro. Luego cada uno en otros siete, hasta hacer surgir una luz blanca y negra al mismo tiempo, allí donde los que únicamente conciben lo doble-opuesto en todas las cosas, no ven más que una mezcla confusa de colores. (YeS 578-579)

Este “prisma”, un aparato “mucho mejor” que la “piedra filosofal”, puede describirse como una especie de “psicógrafo digital”. Primero, el dispositivo es capaz de efectivamente “leer”, “analizar” y “codificar” el pensamiento: este es captado y luego, como si fuese procesado por una suerte de “espectrógrafo”, pasa por un “prisma” que lo “descompone” en los “siete colores” del espectro visible. Segundo, el pensamiento, una vez leído, analizado y transformado en una señal analógica (el espectro visible), pasa por otro proceso en el que la máquina efectivamente funciona como un convertidor analógico-digital: la señal analógica es descompuesta, analizada y reducida a lo que es efectivamente un arreglo discreto y binario, en el que solo existe la diferencia entre el “blanco” y el “negro”. Captura, refracción, análisis, codificación y reducción al “blanco” y el “negro”: el fantástico prisma o “psicógrafo digital” inventado por el Dictador Supremo muestra en primer lugar que todo “pensamiento” es, en principio, descomponible y reducible a “blancos” y “negros”; pero en segundo lugar, y acaso esto es lo que hace que el invento sea tan portentoso, es que lo que percibimos, una vez que ha pasado por el prisma, no es lo “negro” y lo “blanco”, sino un simulacro de lo real: “En esta perfecta cámara de espejos no se sabría cuál es el objeto real. Por lo tanto no existiría lo real sino solamente su imagen” (YeS 578). El prisma “digitaliza” el pensamiento y la imagen procesada “digitalmente” es un simulacro de la realidad. En este pasaje se reiteran los topoi cibernéticos que ya había aparecido en la primera mitad de la novela: la discretización, tanto a nivel de la información como de los dispositivos de control, y la reducción binaria. A esto se le añade la presunta invención por parte del Dictador (ahora científico y protocibernetista) de un dispositivo que permite efectuar ese proceso de discretización y reducción. Ciertamente se trata de un aparato fantástico que no tiene equivalente real, pero el punto clave es la postulación de un concepto digital de procesos de información, transmisión, representación y control.11

Sin embargo, para explotar a fondo el potencial de lo digital hace falta más que un aparato y, no menos importante, más que un sujeto único (el Dictador) en el que el control esté centralizado. De esto trata otro pasaje que aparece hacia el final de la novela y que forma parte del diálogo —¿desdoblamiento?— entre el Dictador y el esqueleto de su difunto perro Sultán (YeS 540-559). Esta es una de las secciones en donde se anticipa claramente el núcleo trágico de la novela, es decir, el encuentro del Dictador con su propia finitud. El diálogo comienza cuando el esqueleto de Sultán se levanta (YeS 540) e increpa al Dictador por haber ejecutado a su siervo José María Pilar, quien había sido falsamente acusado de sedición. Sultán cumple aquí el rol paradigmático del fantasma —regresar al mundo de los vivos para hacer justicia— y asume una autoridad que deriva de su condición fantasmal, pues ya está muerto y por lo tanto tiene una “sabiduría” a la que su antiguo amo aún no ha podido acceder, lo cual le permite ocupar una posición que hasta entonces había sido impensable: dictarle al Dictador. El esqueleto de Sultán le ordena al Dictador que escriba sobre su antiguo esclavo Pilar —“Por orden del perro escribo pues sobre el negro” (Y eS 544)— lo cual nos pone ante una imagen invertida de los diálogos entre el Dictador y Patiño: ahora Sultán ha remplazado al Dictador y este a Patiño. Y tal inversión también incluye las posiciones de los sujetos ante el lenguaje: Sultán no solamente le ordena al Dictador que escriba, y este obedece, sino que además Sultán le muestra al Dictador que su manejo del lenguaje, su memoria y las facultades de sus sentidos han entrado en un irreversible colapso que anticipa su muerte (YeS 555-557).

Es justamente en este punto que reaparece la cuestión cibernética. El esqueleto-fantasma de Sultán le dice al Dictador:

Si hubieras vivido en la edad en que se inventaron aparatos de reproducción cinética visual, verbal, no habrías tenido dificultad. Podrías haber impreso estos apuntes, el discurso de tu memoria, lo copiado a otros autores, en una placa de cuarzo, en una cinta imantada, en un hilo de células fotoeléctricas del grosor de un diezmilésimo de un pelo, y olvidarlo allí por completo. Luego, por un movimiento casual de la máquina, lo hubieras oído de nuevo y reconocido como propio por ciertas propiedades. Lo hubieses continuado tú, u otro cualquiera; la cadena no se habría interrumpido. (YeS 558-559)

La autoridad de Sultán emana del ser una entidad fantasmal que habla desde el futuro. En este pasaje se establece un contraste entre dos “edades”: una en el que el Dictador Supremo estaba en vida y solamente contaba con su voz y la tecnología de la letra manuscrita, y otra en la que existen tecnologías hipomnésicas mucho más sofisticadas.12 Si al principio el Dictador le había expresado a Patiño lo que podemos llamar su “deseo medial” (“Quiero que en las palabras que escribes haya algo que me pertenezca” [YeS 158]), ahora Sultán —figura fantasmal y “meta-dictatorial” en la medida en que comanda y le dicta al Dictador— nos habla de una era en la que hay otras tecnologías que acaso sí habrían hecho posible que el Dictador Supremo “reconozca” su discurso “como propio”. Como vimos, el Dictador Supremo ya había concebido un prodigioso invento que iba en esa dirección: ese “prisma” que funciona como aparato psicográfico-digital. Pero ello no basta. Ahora se añaden dos elementos cruciales. El primero concierne la propuesta, a través de la figura de Sultán, de una visión teleológica de los medios. Sultán plantea implícitamente una equivalencia entre el avance tecnológico y la posibilidad de que los hypomnēmata sean cada vez más “fidedignos”, al punto que puedan configurar una continuación espectral de “El Supremo”. Al mismo tiempo, la reducción de la escritura a “El Punto” (YeS 163) comporta la reducción de lo múltiple a la estructura difer(i)encial mínima: el punto y el no-punto, el 1 y el 0, presencia y ausencia. Esta utopía medial es computacional; presume una teleología en donde la información es en última instancia reducible a la manipulación, grabación y transmisión de datos codificables en un sistema binario. Se intuye entonces la posibilidad de una (re)producción, totalizante y potencialmente ilimitada, de la imagen del Dictador (que este habría reconocido como “propia”), así como de las imágenes que él quiera o habría querido (re)producir.

El segundo elemento es tal vez más significativo y concierne la descentralización. Sultán le dice al Dictador que con las nuevas tecnologías “lo propio” puede continuarlo “cualquiera; la cadena no se habría interrumpido” (YeS 559). Esto luce contradictorio, o al menos paradójico, en una novela que constantemente reitera la idea de un “Yo”, “Absoluto” y “Supremo”, la centralidad del poder y su concentración en un solo individuo, pero es justamente en esta aparente contradicción en donde radica la importancia del intercambio con Sultán. A través de Sultán, el Dictador se presenta no solamente como una figura decrépita al borde de la muerte, sino que se revela como un sujeto que ha devenido afásico, incapaz de entender o articular correctamente las palabras (YeS 555). A lo largo de la novela el Dictador ha concebido su subjetividad a partir de la idea de que detentar el “poder absoluto” requiere un control “absoluto” sobre el lenguaje. En la medida en que el Dictador solo se conciba a sí mismo de acuerdo a este supuesto, es imposible que se reconozca a sí mismo como afásico. Tal reconocimiento únicamente puede producirse a través de la mediación de otra entidad que lo “supera” dialécticamente: la mascota que se ha transformado en fantasma “dictador del Dictador”. Es a través de Sultán que se reconoce que el Dictador efectivamente se ha vuelto incapaz de usar —y mucho menos controlar— el lenguaje. Y, junto al reconocimiento del quiebre del habla del Dictador, necesariamente viene una crítica al poder del Dictador. Sultán le revela al Dictador que su ansia del absoluto, de acuerdo a un modelo vertical o piramidal del ejercicio del poder, es un proyecto fracasado. Sin embargo, lo significativo es que Sultán no se limita simplemente a negar dicho modelo, sino que propone otro, alternativo, y que efectivamente de-centra al Dictador en la medida en que el proyecto de ejercer el poder y manejar el lenguaje puede ser “continuado” por “otro cualquiera”. A primera vista, estamos ante una idea bien conocida. Ciertamente pensadores como Marx y Foucault, partiendo cada uno de contextos, premisas y métodos muy diferentes entre sí, han mostrado que descentralización de ninguna manera implica des-jerarquización, ni mucho menos an-arquía. Pero lo importante para nuestros propósitos es ver la manera particular en que esta crítica se formula en la novela propiamente dicha; esto es, a partir de criterios tecnológicos y cibernéticos. Sultán desarticula la supuesta “supremacía” —por así decirlo— del modelo vertical o piramidal de ejercicio del poder que tanto ha obsesionado al Dictador y propone otro modelo, más “moderno”, descentralizado y agenciado por nuevas tecnologías hipomnésicas.

El deseo medial del Dictador comprende dos aspectos que eventualmente se revelan como contradictorios. Por un lado, están los rasgos más evidentes: su pulsión autocrática (aunque su proyecto es republicano),13 su concepción vertical del poder, su deseo de controlar la voz y la escritura, etc. Pero, por otro lado, tal como ya hemos visto, el Dictador también es un protocibernetista en la medida en que concibe el poder y la información como un conjunto de entidades discretas que están entrelazadas, y considera la tecnología como una extensión prostética. La intervención de Sultán revela la condición agonizante, afásica y ruinosa del Dictador y con ello el fracaso de su concepción vertical y centralizada de qué es el poder y cómo ejercerlo; pero lo importante es que Sultán va un paso más allá y señala otra modalidad del poder, ahora des-centralizada y posibilitada por medio de nuevos dispositivos tecnológicos. En este sentido, junto a la afasia, Sultán revela también que las dos caras del deseo medial —verticalidad y centralización, por un lado, y protocibernética, por otro— son incompatibles. Lo primero es ineficiente y caduco; sin embargo, ello no significa el fin del poder, ya que en lo segundo están las bases de otra concepción más eficaz del poder y que posibilita su “continuación”, pero que para actualizarse requiere desplazar la arkhé dictatorial de su lugar como centro fijo. Paradójicamente, a fin de “continuar”, el Dictador debe desaparecer en tanto presencia. La “continuación ininterrumpida” (YeS 559) del Dictador tiene dos características: es espectral, ya que solo puede consistir en las grabaciones o simulacros que posibilitan los nuevos medios, y es cibernética, por cuanto está basada en la máquina, la discretización de la información y la operación descentralizada.

En tal sentido, la reflexión que elabora la novela en torno a la relación entre los medios y el poder traza un arco que comienza con una concepción que puede caracterizarse como vertical, logo- y fono-céntrica, autocrática,14 etc., y concluye de una manera muy peculiar: no hay un cese del poder, ni mucho menos un evento liberador o revolucionario, sino más bien una continuación del poder por otros medios, explícitamente basada en nuevas tecnologías hipomnésicas y cuyo funcionamiento requiere la descentralización del poder. El control de los medios, ese deseo que desde el inicio ha obsesionado al Dictador, termina resolviéndose bajo un modelo cibernético. Los aspectos mencionados arriba, la visión teleológica de la tecnología y la descentralización, son parte de un ideal cibernético que concibe el mundo como un conjunto de entidades discretas interconectadas entre sí y sujetas a un poder soberano (mas no centralizado) que regula y administra todo el sistema. A partir del Dictador, y por medio de los sucesivos dobles, repeticiones, extensiones y contrapartes dialécticas que lo van de-centrando y eventualmente negándolo en tanto presencia, la novela termina planteando una visión cibernética en la que confluyen la digitalización y una concepción prostéticoteleológica de la tecnología.

Nos encontramos en una era marcada por una ideología vinculada a lo que David Golumbia ha llamado computacionalismo: un modo de comprender el mundo según el cual “una buena parte. quizás la totalidad, de la experiencia humana y social puede ser explicada por medio de procesos computacionales” (8; traducción propia).15 El ideal cibernético que nos presenta la novela, vista como una totalidad, se ve reflejado en este régimen de la contemporaneidad. Como hemos visto, este aparente anacronismo no es arbitrario, sino que se apoya en varios aspectos: la acción de la novela transcurre no solamente en el siglo XIX, sino también en una suerte de trasmundo o tiempo “futuro” que es una figuración de la época contemporánea y desde el cual efectivamente se “dialoga” con el Dictador; el uso de motivos que colindan con la ciencia ficción (por ejemplo, los fantásticos aparatos de los cuales dispone el Dictador); y la incorporación, incluso explícita en ocasiones, de elementos provenientes del pensamiento posestructuralista. Es a partir de esta coexistencia y superposición de distintos planos históricos y temporales, y, por lo tanto, de sus respectivos regímenes epistémicos, técnicos y mediales, que es posible intuir a partir de YeS una alusión, e incluso los rudimentos de una crítica, a una ideología computacionalista. Lo singular de esta obra no radica simplemente en que todo ello se presente a través de una figura decididamente extraña —el criollo ilustrado decimonónico que aspira fundar una república agraria y antiliberal—, sino en algo más importante, por cuanto no es el caso de que la figura del Dictador sea una “metáfora” o “representación alegórica” del “poder” en la sociedad digital —es decir, la crítica no se apoya en una relación meramente tropológica—, sino que son el propio Dictador, sus extensiones, dobles e interlocutores, quienes articulan directamente y como una totalidad una concepción cibernética y tecnodeterminista del mundo. En tal sentido, Roa Bastos escribió una obra que no solamente versa sobre la historia del Paraguay, del republicanismo hispanoamericano o del arquetipo del dictador latinoamericano, sino que intuye cuál sería el modo de articulación global del poder que emergió a partir de los avances tecnológicos de la posguerra, se consolidó en la Guerra Fría y fue expandiéndose más allá de la administración estatal hasta llegar a ser un componente medular del orden neoliberal.

Referencias

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Wiener, Norbert. Cybernetics; or, Control and Communication in the Animal and the Machine. 2.ª ed., MIT Press, 1961.

Notas

* Artículo de investigación

1 Sigo la edición de Cátedra (1987), al cuidado de Milagros Ezquerro. En lo que sigue usaré la abreviatura YeS, seguida del número de página de esta edición.

2 En “El fallo del Dictador: Apuntes en torno a Yo el Supremo y Carl Schmitt” he analizado las relaciones entre este proyecto y el republicanismo como teología política.

3 Este personaje es una alusión al propio Roa Bastos y es el que está detrás de varias notas al pie en la novela y de la “Nota final” (YeS 608-609).

4 Helene Weldt-Basson (191-9) ha mostrado que el “portapluma-recuerdo” está inspirado en el aparato visual que aparece en el poema “La vue” (1904) de Raymond Roussel.

5 Nótese que la palabra gobierno tiene la misma etimología.

6 Uno de los ejemplos más notorios de esto a nivel mundial ocurrió justamente en América Latina con el proyecto Synco en Chile. Entre 1971 y 1973, el gobierno de Salvador Allende implementó un sistema de manejo y control de la economía por medio de una red de télex y computadoras. Al frente del proyecto estuvieron el cibernetista británico Stafford Beer y el ingeniero chileno Fernando Flores. Para un fascinante estudio del proyecto, véase Medina.

7 La recepción de la cibernética en Francia tuvo su origen en la estadía de Claude Lévi-Strauss en los Estados Unidos y su colaboración con Roman Jakobson. Las obras pioneras de Wiener, Shannon y Weaver fueron muy influyentes en la formulación temprana de la antropología estructural (Geoghegan; Johnson). Lacan incorporó varias ideas provenientes de la cibernética en sus seminarios de 1954-1955 (Liu) y a partir de esto se ha propuesto que existe una filiación entre la cibernética y el posestructuralismo (Lafontaine). Sin embargo, la versión más reductiva de esta tesis, según la cual el posestructuralismo vendría a ser efectivamente una derivación de la cibernética, ha sido cuestionada (Cusset).

8 El neologismo diferiencia ha sido acuñado por Luis Miguel Isava como “traducción” al castellano del término différance.

9 Por ejemplo, sobre YeS y la gramatología, véanse De Toro y Song.

10 Galloway toma el término cybernetic hypothesis del ensayo “L’hypothèse cybernétique” del colectivo francés Tiqqun, en el que se argumenta que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, la sociedad y la política se han convertido en un sistema de “manejo gerencial” [gestion] al cual se ve sometida “toda la actividad humana” (Tiqqun 234). El ensayo fue originalmente publicado en Tiqqun 2 en el año 2001.

11 Sin embargo, los rudimentos de lo que puede considerarse la “lectura” y “control” artificial de estados mentales —entendidos respectivamente como el análisis de la actividad neuronal del cerebro a través de imágenes por resonancia magnética funcional (IRMf) y la manipulación de la actividad eléctrica del cerebro— han sido áreas fundamentales de investigación en neurociencia desde hace años, al punto de que la posibilidad de disponer en un futuro de máquinas capaces de “leer” y “controlar” estados mentales no está muy lejos de la realidad. Véase Fields.

12 Uso “hipomnesis” en el sentido que le da Bernard Stiegler. Partiendo de la distinción platónica entre anamnēsis —la memoria interior, viviente y genuina con la que accedemos al conocimiento— e hypomnēsis —la memoria exterior, logográfica, inauténtica y capaz contaminar la memoria viviente—. Stiegler emplea el término hipomnesis para referirse a toda externalización técnica de la memoria (escritura, grabaciones, imágenes, archivos, etc.). Véase Stiegler.

13 Si bien a primera vista el Dictador puede considerarse como modelo paradigmático de un autócrata, el carácter explícitamente republicano de su proyecto político problematiza tal caracterización. Como he mostrado en otra parte (“El fallo del Dictador”), el Dictador es la manifestación de una teología política republicana en la que el poder y la legitimidad no provienen de sí mismo, sino de una entidad externa: “El pueblo”. Dicho en sus propias palabras, el Dictador no es sino el “potestatario” (YeS 292) del pueblo. Esto introduce una irremediable falla en su subjetividad; se trata de un sujeto escindido —“Yo” y “el Supremo”— cuyas partes nunca coinciden porque el origen del ser “Supremo” es una exterioridad incontrolable que excede el “Yo”: “El pueblo” como poder constituyente. YeS puede considerarse una novelización de esta fractura y del drama existencial de la incapacidad del personaje de conciliar su pulsión autocrática y su proyecto republicano.

14 Aunque —como ya se dijo anteriormente— inscrita por el republicanismo y, por lo tanto, por el exceso del “poder del pueblo”.

15 Véase también el concepto de Regime of Computation en Hayles 15-38, especialmente en la página 27.

Notas de autor

a Autor de correspondencia. Correo electrónico: juan.lupi@ucsb.edu

Información adicional

Cómo citar este artículo: Lupi, Juan Pablo. “Yo el Supremo, dictado y cibernética”. Cuadernos de Literatura, vol. 26, 2022. https://doi.org/10.11144/Javeriana.cl26.ysdc

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