Escenas de miseria y desposesión: educación, beneficencia y valores burgueses en cuentos de Luisa Capetillo, Carmela Eulate y Ana Roqué*

Scenes of Misery and Dispossession: Education, Charity and Bourgeois Values in Short Stories by Luisa Capetillo, Carmela Eulate and Ana Roqué

Lucía Stecher Guzmán

Escenas de miseria y desposesión: educación, beneficencia y valores burgueses en cuentos de Luisa Capetillo, Carmela Eulate y Ana Roqué*

Cuadernos de Literatura, vol. 27, 2023

Pontificia Universidad Javeriana

Lucía Stecher Guzmán a

Universidad Alberto Hurtado, Chile


Recibido: 15 marzo 2022

Aceptado: 27 abril 2022

Publicado: 30 junio 2023

Resumen: Este artículo analiza los cuentos “La vida real” (1893) de Carmela Eulate, “Sara la obrera” (1895) de Ana Roqué y “El cajero” (1916) de Luisa Capetillo. A partir de la consideración de las condiciones del contexto de producción —fundamentalmente el diagnóstico de crisis social y las propuestas de solución ofrecidas por distintos sectores—, se observa cómo estos relatos tematizan la pobreza de los sectores populares, las oportunidades que puede ofrecer la educación y sus relaciones con miembros de otras clases sociales. Mientras en los cuentos de Eulate y Roqué se expresa una preocupación por la perpetuación del orden social, en el de Capetillo se celebra su transgresión.

Palabras clave:literatura puertorriqueña, escritura de mujeres, Luisa Capetillo, Carmela Eulate, Ana Roqué.

Abstract: This article analyzes short stories “La vida real” (1893) by Carmela Eulate, “Sara la obrera” (1895) by Ana Roqué and “El cajero” (1916) by Luisa Capetillo. Based on the study of the context of production —basically the diagnosis of social crisis and the proposed solutions offered by different sectors— we can see how these stories thematize the poverty of the popular sectors, the opportunities that education can offer and their relations with members of other social classes. While the stories by Eulate and Roqué express a commitment with the perpetuation of the social order, Capetillo’s story celebrates its transgression.

Keywords: Puerto Rican literature, women’s writing, Luisa Capetillo, Carmela Eulate, Ana Roqué.

En el breve ensayo titulado “Luz y sombra”, incluido en su libroMi opinión. Disertación sobre las libertades de la mujer (primera edición de 1911; segunda edición de 1913), Luisa Capetillo (1879-1922) 1se refiere a la novela homónima de Ana Roqué2 (1853-1933), la que califica como “preciosa y delicada” (167). En su texto, Capetillo cuenta que poco después de leer la novela tuvo la oportunidad de saludar a su autora y de exponerle sus ideas “respecto a la libertad femenina” (167). Resulta muy interesante que en ese ensayo su autora no se explaya en sus propias ideas, sino que se detiene a mostrar las discordancias entre lo que Roqué le dice en su encuentro y lo que escribió en Luz y sombra (1903). Capetillo reproduce en estos términos lo expresado por Roqué:

Me demostró ser partidaria del voto femenino, de los derechos de la mujer en poder participar de los privilegios del hombre en importantes empleos. Pero cuando le hablé de libertad sexual entre ambos sexos me dijo que no era partidaria de esa libertad por entender que la sociedad debe regirse por leyes y ella acataba las leyes establecidas, como amante del orden. (167; cursivas mías)

En el relato de su encuentro con Ana Roqué, Luisa Capetillo recurre a citas textuales de Luz y sombra para reforzar su argumento de que en esta novela el deseo femenino es reconocido y validado. Roqué, sin embargo, se distancia de esa lectura y enfatiza su compromiso con los derechos políticos y laborales de las mujeres y con la preservación de los códigos sexuales que ordenaban la sociedad. Este ensayo de Capetillo no solo evidencia que ambas mujeres se conocieron, sino que da cuenta del interés de la primera por leer, comentar e intercambiar opiniones con Roqué. En relación con su interlocutora, por el contrario, lo que transmite Capetillo es cierta irritación con su insistencia en que reconozca que su novela aboga por la libertad sexual de las mujeres. De acuerdo con Félix Matos Rodríguez y Eileen Suárez Findlay, para el feminismo burgués Luisa Capetillo era un personaje incómodo que procuraba mantener a distancia. Su insistencia en usar pantalones y en defender el amor libre y el derecho de las mujeres a recibir educación sexual contravenían los modelos y discursos de feminidad dominantes.

A través de su producción literaria y periodística, las feministas burguesas participaron activamente de los debates en torno a la crisis de la sociedad puertorriqueña en el periodo finisecular, la misma que también fue abordada desde el espacio del contrapúblico subalterno3(Fraser) de la prensa y la organización obrera. La pregunta por la función social y la educación de las mujeres ocupó un lugar central en estos debates; al igual que la preocupación por el diagnóstico de atraso y estancamiento del país. En el campo liberal, las escritoras Ana Roqué y Carmela Eulate Sanjurjo 4 (1871-1961) reflexionaron sobre estos temas en cuentos, novelas y artículos periodísticos. Ambas fueron, además, activas defensoras del derecho al voto de las mujeres, siendo Ana Roqué la figura más destacada del movimiento sufragista puertorriqueño (Paravisini-Gebert). Se trataba, sin embargo, de una visión excluyente, ya que no contemplaba una participación en el movimiento sufragista ni un acceso al voto de las mujeres que no fueran honorables, “con todas las connotaciones raciales y de clase que conlleva este concepto” (Suárez Findlay 272). 5 En el espacio del contrapúblico se destacó Luisa Capetillo, considerada como una pionera del feminismo, del anarcosindicalismo y del espiritismo en Puerto Rico (Valle Ferrer 25).

En este artículo analizo los cuentos “La vida real” (1893) de Carmela Eulate, “Sara la obrera” (1895) de Ana Roqué y “El cajero” (1916) de Luisa Capetillo. Todos ellos comparten la preocupación nacional por la situación de miseria y enfermedad que afectaba a gran parte de la población puertorriqueña. Los personajes de estos cuentos parten de situaciones de pobreza, que logran superar gracias al acceso a la educación y al encuentro con figuras benefactoras. Sin embargo, como veremos, los textos problematizan los límites de esta educación, sobre todo en términos de sus implicancias para el orden y la movilidad social.

Es importante considerar que, mientras los cuentos de Eulate y Roqué surgen de posiciones de enunciación heterogéneas6 con respecto a los personajes protagónicos, en el caso de “El cajero” el mundo representado es cercano a la experiencia de la autora. Eulate y Roqué muestran en estos textos a mujeres que no pertenecen a su sector social,7 quienes, como muestra Eileen Suárez Findlay, solían quedar fuera de los criterios de respetabilidad femenina. Me interesa explorar las ambivalencias que atraviesan la construcción de las protagonistas obreras, las opciones y límites que se plantean a su progreso a través de la educación y las ansiedades que expresan estas narrativas frente a los matrimonios entre personas de distinta condición social y racial. En el cuento de Capetillo, por otra parte, se despliega una mirada crítica al orden social que condena al protagonista y a su madre a la pobreza y que solo le ofrece al primero una salida mediocre, mediada por la intervención de un benefactor que en realidad es también responsable de la miseria de su hogar.

Crisis y propuestas: Puerto Rico en la segunda mitad del siglo XIX

Al regresar en 1898 a su país después de una estancia de casi diez años en Chile, el intelectual y político liberal Eugenio María de Hostos describió, en “El propósito social de la Liga de Patriotas”, la situación de Puerto Rico en los siguientes términos:

La población está depauperada: la miseria fisiológica y la miseria económica se dan la mano; el paludismo que anomia al individuo está momificando a la sociedad entera; esos tristes esqueletos semovientes que en la bajura y en la altura atestiguan que el régimen de reconcentración fue sistemático en el coloniaje; esa infancia enclenque; esa adolescencia pechihundida; esa juventud ajada; esa virilidad enfermiza; esa vejez anticipada; en suma, esa debilidad individual y social que está a la vista, parece que hace incapaz de ayuda a sí mismo a nuestro pueblo. (26-27; cursivas en el original)

En los ensayos, artículos periodísticos y textos literarios de otros letrados puertorriqueños decimonónicos encontramos diagnósticos muy similares de la situación del país, al que veían sumido en un estado de miseria económica y social. Como señala Juan Gelpí, el canon literario puertorriqueño se configuró a partir de esa época en torno a la asociación entre literatura y enfermedad, funcionando esta última muchas veces como metáfora de los males del colonialismo (17). En las cuatro novelas que componen sus “Crónicas de un mundo enfermo”, Manuel Zeno Gandía, médico y escritor muy cercano a Ana Roqué, despliega una mirada naturalista sobre los males que aquejan a la isla y su población, cuyos sectores populares son representados como débiles, anémicos, alcohólicos e incapaces de transformar su situación.

El paso progresivo de una economía de subsistencia a una de monocultivos de café y azúcar, las sucesivas oleadas migratorias de trabajadores de distintos países y la abolición de la esclavitud en 1873 fueron factores centrales en la transformación de la sociedad puertorriqueña y en la reorganización de las relaciones entre sus distintos estamentos. En lo que a la salud de la población respecta, Fernando Picó explica el impacto negativo de la expansión de la economía de plantación:

El avance del azúcar o del café está vinculado a mayores tasas de mortalidad. La malaria, la bilharzia y el paludismo crecen al impacto de los canales de riego de la costa; los húmedos cafetales del interior propician la anemia y la tuberculosis. Al reducirse las áreas dedicadas al cultivo de verduras, la dieta de los trabajadores empeora. (193)

Frente a este estado de cosas, distintos sectores sociales plantearon sus propuestas de reforma. Desde perspectivas positivistas, los intelectuales liberales finiseculares ubicaron las causas de la crisis en el clima, las mezclas raciales, la vida en concubinato y la vagancia de las clases populares (Suárez Findlay 54). De este modo, dieron continuidad a los discursos coloniales, que también consideraban indispensable conducir a los hombres y mujeres pobres a la esfera de la moral y el orden a través del trabajo y el matrimonio (Baerga 97). Con respecto a las mujeres, se debatió intensamente en torno a los alcances y límites de la educación que debían recibir, ya que esta debía adecuarse a la clase social y al rol formador de futuros ciudadanos que ellas tenían en su calidad de madres.

Por otra parte, se enfatizó en la importancia de controlar el cuerpo y la sexualidad de las mujeres, lo que desde el liberalismo se buscó a través de discursos positivistas y eugenésicos y desde el conservadurismo por medio de discursos religiosos que elevaron a la Virgen María como modelo de feminidad casta y pura. Los liberales insistían en que “las mujeres debían ser transformadas en términos morales; la salud racial, política y económica de la isla dependía de eso” (Suárez Findlay 54).8 Los higienistas y los reformadores sociales apuntaban sobre todo a la necesidad de moralizar y disciplinar a las mujeres de sectores populares, consideradas a priori como no respetables, sobre todo cuando estaba presente la herencia africana, postura sintetizada notablemente en el dicho popular “No hay tamarindo dulce ni mulata señorita” (Andreo García 748).

En una sociedad con una fuerte estratificación social y racial como la puertorriqueña, los modelos de feminidad y las formas de vida de las mujeres estaban fuertemente atravesados por la posición socioracial, por lo que los códigos de honor y los patrones culturales diferían de un grupo a otro. De este modo, se esperaba que las mujeres de la élite siguieran modelos de domesticidad y se rigieran por códigos de honor inaccesibles para las mujeres de los sectores populares, quienes debían trabajar para mantenerse, solían vivir en concubinato y estaban excluidas de la “comunidad de respetabilidad” (Suárez Findlay 24). En todo caso, como ha mostrado María del Carmen Baerga, las concepciones raciales que circulaban en el Puerto Rico decimonónico eran bastante flexibles y las identidades sociales se construían en forma compleja y a través de múltiples procesos de negociación (34). Los matrimonios interraciales eran considerados como una amenaza no solo para los novios, sino para el prestigio social de la familia, que podía ver afectado su estatus social si uno de sus miembros se vinculaba conyugalmente con una persona racializada (Baerga 102-103).

Frente a la situación de crisis, también los sectores obreros y campesinos se empezaron a organizar activamente a fines del siglo XIX para mejorar sus condiciones de vida. La difusión de ideas anarquistas y socialistas fue fundamental en la crítica al capitalismo y en la formulación de proyectos de transformación radical. Luisa Capetillo formó parte de un sector del mundo obrero ávido por acceder a la lectura de autores europeos, como Mijaíl Bakunin, Victor Hugo, Eugène Sue, Émile Zola y Karl Marx, y, en su papel como lectora de tabaquerías, esto jugó una parte fundamental en la difusión de sus ideas.9

Con respecto a la situación de las mujeres, el movimiento obrero puertorriqueño tenía una posición progresista y tendió a apoyar la presencia de las mujeres en las fábricas y su derecho a recibir un sueldo justo y a sindicalizarse (Quintero Rivera 44). Sin embargo, Luisa Capetillo denunció el machismo que permeaba las relaciones afectivas y familiares en el interior del mundo obrero y la falta de autocrítica de los hombres de su sector social, que culpaban exclusivamente a los hombres de las clases dominantes de la explotación de las mujeres (Mi opinión). En la sociedad ideal imaginada por los anarquistas —una sociedad sin clases, en que los medios de producción pertenecieran a todos y cada uno pudiera ejercer el oficio que le fuera más afín—, las mujeres aparecen en papeles domésticos y maternos. Aunque criticaban abiertamente la construcción de la mujer como “ángel del hogar”10 en los discursos burgueses y solían celebrar la fuerza y valentía de la mujer obrera,11ellos también reproducían discursos que restaban autonomía a las mujeres. En este contexto Luisa Capetillo desarrolló una mirada crítica frente a la opresión de las mujeres en el patriarcado. En sus escritos denuncia que todas las mujeres son víctimas de la doble moral y de la hipocresía de la sociedad patriarcal y que las mujeres obreras son explotadas tanto por el capital y las clases dominantes como por los hombres de su mismo sector social (Mi opinión 101).

El lenguaje de la pobreza, los caminos de la educación y del trabajo

Los personajes de “La vida real”, “Sara la obrera” y “El cajero” se ven afectados por la pobreza en distintos niveles de su existencia: físico, sicológico y moral. El campo semántico de los términos para describir su condición de pobres es bastante similar en los tres y participa de las caracterizaciones presentes en otros textos de la época (como los expuestos en el fragmento de De Hostos, citado al principio del apartado anterior). De Isabel, la protagonista de “La vida real”, se dice que su “palidez era de la anemia producida por el abuso del trabajo y la mala alimentación” (167). La madre de Ricardo en “El cajero” era “anémica, como un esqueleto delgada” (180). Las campesinas de “Sara la obrera”, “endebles, flacuchas y anémicas” (66). Los tres cuentos prestan así atención a las condiciones materiales de existencia del pueblo puertorriqueño en la segunda mitad del siglo XIX y al impacto de la mala alimentación y las enfermedades sobre su constitución física.

En ese común contexto de pobreza, al protagonista de “El cajero” y a las protagonistas de “La vida real” y “Sara la obrera” se les presentan opciones de mejorar su situación, las cuales se asocian a algún tipo de acceso a una educación que les permita acercarse a los sectores acomodados de la sociedad. Los cuentos de Eulate y Roqué se articulan también en torno a tramas nupciales que resultan ser más o menos felices en función del carácter igual o desigual de los miembros de las parejas. Las perspectivas desde las que se tratan estos asuntos son, sin embargo, muy distintas. “La vida real”, el cuento de Eulate, se presenta como una reflexión filosófica en torno a cómo funcionan las relaciones de amor y amistad en la realidad en contraste con cómo las imaginan las novelas. Por otro lado, “Sara la obrera”, de Roqué, se sirve de recursos estéticos del melodrama para narrar la desgracia de su protagonista, que enloquece luego de ser violada. El cuento de Capetillo, que Julio Ramos considera “emblemáticamente anarquista” (44), plantea como una alternativa real la desobediencia radical a las normas que ordenan el sistema capitalista; en primer lugar, el respeto a la propiedad privada.

De los tres cuentos, el único que está explícitamente ambientado en Puerto Rico es “Sara la obrera”. “La vida real” no especifica su locación, aunque parece inspirarse “en Puerto Rico donde comenzaban a desarrollarse los talleres de costura en los cuales laboraban las mujeres” (Acevedo, “Epílogo” 173). La acción de “El cajero”, por otra parte, transcurre entre algún lugar del sur de Estados Unidos y Nueva York, espacios en los que hubo una importante presencia de trabajadores puertorriqueños y latinoamericanos y donde Capetillo trabajó como lectora en tabaquerías y como activista sindical. De este modo la autora incorpora a los migrantes laborales de su país en la mirada que dirige al sector obrero puertorriqueño.

En su lectura sobre el nacionalismo cultural puertorriqueño, Juan Gelpí destaca las pretensiones de representatividad y el anclaje en el territorio —“el determinismo geográfico y el telurismo” (36)— de los textos canónicos de su literatura. De los cuentos estudiados acá, el que comparte esos rasgos es el de Roqué, que integra en su universo de ficción a distintos sectores del pueblo de la isla, los que pueden ser así incorporados al modelo paternalista de la gran familia puertorriqueña (Gelpí 12). En sus primeras páginas el cuento recoge los nombres de lugares, frutos y costumbres populares y reproduce el habla de los jíbaros, pero sin desdibujar la distinción entre el habla culta de la voz narrativa y la popular de los personajes. Por otra parte, el texto también establece un contrapunto entre el lenguaje de los campesinos y el de Sara y su novio Mauricio, que ostentan otro nivel educativo gracias a que asistieron a la escuela primaria.

Sobre Sara leemos que se vio en la pobreza luego de la muerte de su padre, pese a lo cual su madre, siña Mercé, había hecho “todos los esfuerzos posibles para darle la educación de una señorita; obligándola a asistir algún tiempo a la escuela municipal, donde ella, gracias a su aplicación y buen natural, se aprovechó mucho” (65-66). A los trece años Sara empieza a dedicarse a la costura y el bordado, y “las principales señoras de la población para quienes trabajaba, la estimaban y distinguían por su mérito y virtud” (66). Mauricio, por su parte, se había educado “en la escuela con todos los señoritos del pueblo, los que le apreciaban y se honraban con llamarle su amigo” (67). Luego de la primaria trabajó con su padre como ebanista, “perfeccionando el oficio en el que sobresalía por su aplicación” (67). Sara y Mauricio entonces reciben una educación básica gracias a la cual se acercan al mundo acomodado, aunque finalizada la infancia empiezan a ejercer los oficios heredados de sus padres. Como señala Brenda Ortiz-Loyola,

la equiparación de la instrucción de Sara con la de una señorita —apelativo reservado para las jóvenes de clase privilegiada— certifica su exposición a las nociones de decoro que predominaban en la sociedad decimonónica. Sara había internalizado el modelo moral de la clase privilegiada; requisito indispensable para la incorporación de los grupos subalternos al proyecto nacional. (63-64)

En “La vida real” y “El cajero” los protagonistas mejoran su educación de modo informal o formal gracias a un personaje benefactor, cuya aparición determina un cambio sustantivo en sus vidas. En el primer cuento, Isabel, una costurera de “una familia humildísima” (166), conoce por su trabajo a Mercedes, una mujer de clase alta. Ambas entablan una relación descrita como una “amistad” (166), “una verdadera intimidad” (167), aunque se desarrolla siempre bajo el paraguas de una relación laboral. Mercedes se lleva a Isabel a trabajar a su casa y se propone educarla. Como resultado de sus esfuerzos, la voz narrativa señala, refiriéndose a Isabel: “Afinábanse sus modales, adquiría su conversación cierto barniz de distinción” (167). En su casa, la costurera conoce a Ángel, un joven con el que potencialmente podría tener una historia de amor (como en las novelas que orientan la forma de ver el mundo de Mercedes y que Isabel empieza a consumir), pero que se distancia de ella al enterarse de que es pobre. Él tampoco tiene dinero y su aspiración es casarse con alguien que le permita mejorar su condición. De este modo, el “barniz de distinción” adquirido por Isabel le permite participar del mundo social de Mercedes y atraer a Ángel, pero no logra cambiar su precaria situación socioeconómica. Más aún, la voz narrativa señala que a lo largo de este proceso Isabel va siendo cada vez más infeliz, algo que Mercedes es incapaz de reconocer. Solo al volver a su mundo de origen la protagonista recupera su felicidad, la que se completa cuando finalmente se casa con un amigo de su hermano, un obrero que puede darle una vida un poco más holgada que la que tenía cuando dependía de su trabajo de costurera para subsistir. El proyecto educativo de Mercedes se revela, así, como fallido e inspirado en una imaginación novelesca más que en el conocimiento de la realidad. Al final del relato la voz narrativa vuelve sobre el tema de los caminos de la felicidad y enfatiza que, en el caso de Isabel, esta solo puede hallarse en el mundo de origen y en el ejercicio de los papeles de madre y esposa:

Gruesa, colorada, disfrutando de excelente salud, con un marido que la quería y un hermoso chiquitín que empezaba a balbucir, Isabel era una mujer dichosa. Reía y charlaba con su primitiva locuacidad, y nada le importaba estropearse las manos, que las tenía ya bastas y deformadas, en las faenas domésticas o en planchar las camisas de su marido. Encontró la dicha volviendo a su clase, y enviándole la Providencia un hombre honrado y trabajador que la quería y respetaba por encima de todo, como a la compañera elegida de su vida y la madre de sus hijos. (175-176)

El benefactor en el cuento de Luisa Capetillo, por su parte, aparece desde su comienzo in media res: “Por una de esas casualidades de la vida, Ricardo se había encontrado un protector que le había pagado sus estudios de perito mercantil” (180). Tanto en “La vida real” como en este cuento las figuras benefactoras reciben una valoración ambivalente; en el primer cuento porque al trastocar el orden social Mercedes provoca la infelicidad de Isabel; en el segundo porque antes de apoyar la educación de Ricardo el protector había tenido una relación usurera con su madre. La voz narrativa del cuento de Capetillo denuncia que don Castro, el futuro protector del hijo, no había perdonado nunca una deuda a Ramona y que esta había perdido su juventud y su vista por los trabajos de costura que apenas le permitían sobrevivir.

Además de mostrar el carácter arbitrario e incluso cruel de la relación de beneficencia que don Castro establece con Ramona y su hijo, la narración señala que la educación a la que accede Ricardo le permite mejorar mínimamente su condición económica: logra emplearse “de cajero en una gran casa comercial de una gran ciudad de E. U., ganaba un sueldo regular. Pero era un esclavo, y a veces desesperaba de la vida” (184). Más adelante el sueldo es descrito como “mezquino” —comparado sobre todo con la cantidad de dinero que diariamente circulaba por sus manos de cajero— y la ecuación de sacrificio y esfuerzo resulta totalmente insatisfactoria: “Y para eso había estudiado y su madre había sufrido tantas privaciones para estar ahora como estaba. ¡Valiente vida! Aquello era un suplicio” (184). Ricardo resiente ser tratado con indiferencia, ser ignorado por los clientes y no tener tiempo para su relación con Matilde. Finalmente, decide robar “un millón de dollars” (186) de su trabajo y huir con su novia a San Petersburgo, para luego pasear por Italia y París y terminar instalados en Granada, donde nace su hija, a la que significativamente llaman Aurora. La voz narrativa, focalizada en Ricardo, celebra la acción del protagonista y despliega sus críticas contra los capitalistas y usureros para los que él tenía que trabajar. No es, así, ni la educación a la que accede por mediación de don Castro ni el empleo precario que encuentra después lo que le permite tener una mejor vida, sino su valentía y audacia, apoyadas por la complicidad de Matilde y su tía.

En un contexto en que los discursos ilustrados veían en la educación una de las principales vías para que el país saliera del estancamiento y sus ciudadanos mejoraran sus condiciones de vida, los cuentos de Capetillo, Eulate y Roqué parecen señalar, desde distintas perspectivas, los límites que tenía o debía tener ese proyecto. En “La vida real” se atribuye al carácter novelesco de Mercedes su afán de transformar a una costurera en una señorita. Esa formación, que equivoca su sujeto, solo puede causar infelicidad y desordenar las relaciones sociales. En “Sara la obrera” la educación es valorada en la medida en que le permite a la protagonista interiorizar los valores de las jóvenes acomodadas, pero sin pretender, como había hecho la protagonista de “La vida real” en un momento, vivir como ellas. Finalmente, “El cajero” denuncia el carácter arbitrario de la caridad, que solo ofrece opciones de transformación restringidas. El robo del dinero, la huida en barco y la instalación en un nuevo país son las acciones que la conciencia autorial de Capetillo celebra, ya que no solo le permiten al protagonista vivir verdaderamente mejor, sino que desafían el orden capitalista, la propiedad privada y las constricciones que le imponen a las personas.

Tramas matrimoniales en contextos de desigualdad social

En el apartado dedicado al contexto de producción de los cuentos hice referencia a la importancia que los discursos reformistas decimonónicos concedían al vínculo matrimonial para enfrentar los problemas que aquejaban a la sociedad puertorriqueña. A diferencia de las ficciones fundacionales estudiadas por Doris Sommer, en las que el romance entre personas de orígenes distintos podía eventualmente representar la unión entre sectores sociales enfrentados y hacer posible así la unidad nacional, estos cuentos de Eulate y Roqué alertan contra las uniones en las que no prime la igualdad racial y social de los cónyuges. La propuesta de María del Carmen Baerga de que los matrimonios en el Puerto Rico decimonónico funcionaban como un mecanismo racializador, “es decir, como un proceso que producía o transformaba identidades raciales” (18), permite comprender la preocupación de las familias por asegurar que sus miembros se casaran con gente de la misma o mejor condición socioracial.

La estructura narrativa principal de “Sara la obrera”, el cuento de Roqué, la configuran tres parejas y sus proyectos matrimoniales: los campesinos Juanita y Merejo, la protagonista Sara y su novio Mauricio, y Luisa y Nicolás Marrero. Las dos primeras parejas están conformadas por personas que pertenecen a un mismo universo sociocultural, por lo que son valoradas positivamente por la voz narrativa. Por otra parte, la desigualdad racial y económica entre Luisa y Nicolás está en la base de la desgracia que sufre la protagonista del cuento. Nicolás Marrero, un hombre blanco hijo de un estanciero, resulta ser un “déspota, malhumorado, amigo de faldas” (68-69) que obliga a su esposa a drogar a Sara para violarla. Al darse cuenta Sara de que ha perdido la virginidad se siente indigna de casarse con su novio Mauricio, quien finalmente se entera de lo ocurrido y venga a su prometida matando al violador. Pese a ello, Sara enloquece y muere sola en un sanatorio. También Luisa muere “de miseria, abandonada y despreciada por todos” (77). Finalmente, ha sido su matrimonio con alguien de una posición racial y económica distinta el que, según la narración, gatilla la desgracia. A través de las palabras de una de sus vecinas, el texto expresa lo que se presenta como una sabiduría popular que advierte contra ese tipo de uniones: “Tú te tienes la culpa, Luisa, de lo que te pasa; tú lo quisiste. ¿No querías casarte con blanco? Pues toma blanco: más vale un mulato honrao y trabajaor que esos carilimpios, desvanecíos y jaraganes” (69).

Pese a su pretensión realista-costumbrista, lo que el cuento de Roqué parece transmitir son fundamentalmente los deseos y proyectos de los sectores hegemónicos que buscaban universalizar los valores de la virginidad y la honra femeninas y el valor del matrimonio entre iguales como institución social. Como señala Pilar Pérez-Fuentes, en el Puerto Rico decimonónico “las clases populares establecían criterios y definiciones de respetabilidad femenina que no pivotaban sobre la virginidad o el matrimonio canónico” (675). Por lo demás, “ser parda y de mala reputación se consideraba básicamente como la misma cosa, de ahí que no hubiera que intervenir para reparar su honor porque, para comenzar, no contaba con ningún honor para defender” (Baerga 127).

Nancy LaGreca y Nancy Bird-Soto coinciden en su lectura de “Sara la obrera” como un cuento que denuncia la brutalidad de los hombres blancos contras las mujeres pobres y que por lo tanto despliega una fuerte crítica contra el patriarcado. Según Bird-Soto, el cuento muestra que, aunque la joven obrera ha incorporado los estándares y valores de la elite liberal, su cuerpo sigue estando disponible para ser poseído por el hombre que busca afianzar su masculinidad. Es decir, según estas autoras, “Sara la obrera” muestra el carácter insuficiente de un proyecto reformista orientado solo a las mujeres. La doble moral sexual, abiertamente criticada por muchas feministas liberales, sería la responsable de la desgracia de Sara, cuya inocencia en el ataque de Nicolás Marrero es subrayada en reiteradas ocasiones. Pero también es cierto que el nivel de sumisión de Luisa hacia él —al punto de convertirse en su cómplice en la violación de su amiga— y el apego de Sara al concepto de la honra convierten a ambas mujeres en sumisas encarnaciones de los modelos más patriarcales y elitistas de femineidad. Mientras en Luz y sombra Roqué procuró desmantelar el modelo de ángel del hogar para sus protagonistas burguesas (LaGreca 149), en “Sara la obrera” se actualiza esa figura para representar a una sujeta popular totalmente desprovista de autonomía y agencia. En un cierre pedagogizante, el cuento eleva a la protagonista al estatuto de un modelo de virtud digno de imitación:

Aún las jóvenes humacaeñas recuerdan con dolor, la triste historia de la infeliz Sara, la obrera digna y virtuosa, víctima inocente sacrificada sin piedad a la pasión y el desenfreno de un infame sin conciencia.

Ángel de luz que pasó por el mundo sin manchar sus blancas vestiduras, consagrémosle un recuerdo y una lágrima. En la otra vida habrá alcanzado su alma inmaculada el premio de sus virtudes y sufrimientos. (77)

Definiciones inestables

En la última parte de este artículo quisiera retomar el tema de la importancia que se asigna en los cuentos de Eulate y Roqué a que los matrimonios se realicen entre miembros de igual condición. Como vimos, la educación puede acercar a mujeres de sectores populares a miembros de otras clases, lo que en estas narrativas es connotado negativamente. La relativa inestabilidad de las posiciones sociales y sobre todo de sus marcadores visibles permite explicar las oscilaciones de las voces narrativas en sus descripciones de Sara e Isabel.

Sara es presentada como “morenita” (64), como “la joven más bella en su clase” (66), su novio era “pardito como ella” (67), como “mujer de color de café con leche” (67), de “tez ligeramente bronceada, aunque fina” (68), “su cabello lacio y largo con ligeras ondulaciones recordaba al de la célebre Loisa, cacica que […] se desposó luego con un hijo de Castilla” (68), era “una joven espiritual que no hablaba a los sentidos; pero que dejaba onda impresión de simpatía y aprecio en el alma del que la trataba” (68). Antes se había dicho que “el porte de la joven, su aire modesto, su distinción y su belleza” (67) habían enamorado a Mauricio, que era “pardito como ella, pero digno por todos los conceptos de su cariño” (67). En conjunto, Sara es bonita, pero no tanto —o no siempre, o no cumple con todos los estándares de belleza—, y, pese a que se sugiera una herencia indígena y española, la referencia a su padre “tortoleño”12 no deja dudas sobre su afrodescendencia.

De lo que no se duda, pues queda claramente establecido en el título del cuento, es de la identidad obrera de Sara. Según Eileen Suárez Findlay, “para las primeras feministas los miembros femeninos de las clases trabajadoras puertorriqueñas no eran ‘mujeres’ sino campesinas u obreras —el término ‘mujer’ estaba reservado para las señoras de las clases acomodadas[—]” (74). Me parece que el cuento de Roqué apuesta por mostrar que la obrera también merece el apelativo de mujer, sobre todo en la medida en que Sara incorpore los valores y normas hegemónicos sobre la feminidad. La oscilación e incluso las contradicciones en las descripciones que se hacen de la protagonista podrían obedecer a un esfuerzo por convertir a Sara en un significante que reúna todos los rasgos asociados a las mujeres populares. Por otro lado, también pueden dar cuenta de las resistencias de las élites caribeñas a reconocer el aporte africano en la conformación de la nación. Puede afirmarse que, del mismo modo que en la interpretación de la configuración de Sara como ángel virtuoso, en este caso no hay una única respuesta. Lo interesante es reconocer las tensiones e indefiniciones que atraviesan el esfuerzo de Roqué por acercarse a la historia de una mujer obrera.

El cuento “La vida real”, por su parte, también da cuenta de la complejidad de los criterios con los que se evalúan los niveles de igualdad o desigualdad entre las personas. Aunque en términos económicos estrictos quizás no existe tanta diferencia entre Ángel e Isabel, la voz narrativa aclara en diversas ocasiones que sí son muy distintos. Reconocer y respetar esa diferencia es fundamental para la felicidad de la protagonista de la historia, es decir, para la preservación del orden del mundo de ficción de “La vida real”. Ángel es un hombre que vive con su madre en una posición empobrecida luego de la muerte del padre. Sin embargo, Isabel tiene claro que se trata de alguien muy distinto a las personas de su medio, ya que él tiene elegancia y “distinción de modales” (169). También este texto parece vacilar en sus apreciaciones de la protagonista: “Era Isabel alta y delgada, sin esbeltez, de pelo oscuro y fresco, y ojos negros de mirada viva y penetrante” (167). A medida que Mercedes la educaba, Isabel fue “elevando su inteligencia y aumentando su belleza” (168). Más adelante, sin embargo, la voz narrativa habla de la “escasa belleza” de Isabel. Poco después, señala: “Sus manos eran su tormento. Había leído en un libro que las manos son el distintivo de la raza, y le mortificaba el ver las suyas estropeadas por el trabajo” (169). Por el contrario, Ángel tiene “manos blancas y finas” (169). Esta desigualdad entre ambos hace que la posibilidad de unión no solo afecte las expectativas de mejora económica de Ángel, sino que también pueda impactar en su progenitora: “Su madre era altiva y se preciaba mucho de su clase para que aquella circunstancia no le hiciera repulsiva la unión” (173). Como señalé antes, Isabel recupera su felicidad cuando vuelve a su medio de origen y deja de preocuparse por la tosquedad de sus manos. Estas representan el límite de lo que la educación impartida por Mercedes puede alcanzar; son portadoras de las huellas de una historia de trabajo manual esforzado y una representación metonímica de la protagonista convertida finalmente en madre y esposa hacendosa.

Algunas reflexiones de cierre

El análisis de estos tres relatos da cuenta de la preocupación de sus autoras por las condiciones de vida del pueblo puertorriqueño de su momento, las cuales son descritas con términos que destacan el impacto del hambre y las enfermedades sobre los cuerpos trabajadores. Estos no solo son presentados como anémicos, contrahechos, enclenques y con otros términos semejantes, sino que parecen también incapaces de ayudarse a sí mismos, como vimos en el fragmento de Eugenio María de Hostos. Con respecto a este tema se encuentra la principal diferencia entre las representaciones del mundo obrero realizadas por Eulate y Roqué y la que ofrece Capetillo. Mientras las protagonistas de “La vida real” y “Sara la obrera” aparecen como mujeres que pueden ser moldeadas y transformadas a través de la educación, la cual sin embargo no consigue dotarlas de autonomía ni agencia, el personaje principal de “El cajero” impugna el relativo ascenso social que la educación pagada por su benefactor le ha permitido. Este es el único personaje que se rebela y actúa contra las normas del orden establecido, lo que se ve compensado por una vida feliz en el lugar en el que decide establecerse y no en el que le ha sido asignado, en términos literales y metafóricos. De este modo, mientras los relatos de Eulate y Roqué gravitan en torno a la pregunta por los desafíos, beneficios y riesgos que puede entrañar la incorporación de sus protagonistas obreras al universo de la moral burguesa, el cuento de Capetillo claramente impugna uno de sus valores fundacionales: el del respeto a la propiedad privada. Los cuentos evidencian, por otra parte, la relación estrecha que existe entre una organización social racializada, la distribución de posiciones en el mundo burgués y la promoción o el rechazo de vínculos matrimoniales entre grupos diversos.

Referencias

Acevedo Marrero, Ramón Luis. “Prólogo”. La vida real. Cuentos de Carmela Eulate Sanjurjo, recopilado y editado por Ramón Luis Acevedo Marrero, Instituto de Literatura Puertorriqueña, 2020, pp. 4-19.

---. “Epílogo. Los trece relatos de Carmela Eulate Sanjurjo”. La vida real. Cuentos de Carmela Eulate Sanjurjo, recopilado y editado por Ramón Luis Acevedo Marrero, Instituto de Literatura puertorriqueña, 2020, pp. 156-178.

Andreo García, Juan. “La formación del imaginario sobre las mujeres a través de la representación icónica”. Historia de las mujeres en España y América Latina. Vol. III. Del siglo XIX a los umbrales del XX, dirigido por Isabel Morant, Cátedra, 2006, pp. 737-764.

Ayala, César J. y Rafael Bernabe. Puerto Rico en el siglo americano: su historia desde 1898. Traducido por Aurora Lauzardo, Ediciones Callejón, 2015.

Baerga, María del Carmen. Negociaciones de sangre: dinámicas racializantes en el Puerto Rico decimonónico. Ediciones Callejón, 2015.

Barceló Miller, María de Fátima. La lucha por el sufragio femenino en Puerto Rico, 1896-1935. Ediciones Huracán; Centro de Investigaciones Sociales de la Universidad de Puerto Rico, 1997.

Bird-Soto, Nancy. Sara la obrera y otros cuentos. El repertorio femenino de Ana Roqué. Prologado por Carmen Centeno Añeses, The Edwin Mellen Press, 2008.

Capetillo, Luisa. “Luz y sombra”. Mi opinión, disertación sobre las libertades de la mujer. Obra completa. Mi patria es la libertad, introducido, anotado y editado por Norma Valle Ferrer, Universidad de Puerto Rico, 2008, p. 167.

---. “Mi opinión, disertación sobre las libertades de la mujer”. Obra completa. Mi patria es la libertad, introducido, anotado y editado por Norma Valle Ferrer, Universidad de Puerto Rico, 2008, pp. 83-176.

---. “El cajero”. Narraciones puertorriqueñas, seleccionado y prologado por Marta Aponte Alsina, Fundación Biblioteca Ayacucho, 2015.

Cornejo Polar, Antonio. “Mestizaje, Transculturación, Heterogeneidad”. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, vol. 20, n.º 40, 1994, pp. 368-371.

De Hostos, Eugenio María. “El propósito social de la Liga de Patriotas”. Madre Isla: campaña política por Puerto Rico, 1898-1903. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/madre-isla-campana-politica-por-puerto-rico-1898-1903/html/1697df24-4b17-11e0-b714-00163ebf5e63_2.html

Eulate Sanjurjo, Carmela. “La vida real”. Narraciones puertorriqueñas, seleccionado y prologado por Marta Aponte Alsina, Fundación Biblioteca Ayacucho, 2015.

Fraser, Nancy. Iustitia Interrupta. Reflexiones críticas desde la posición postsocialista. Siglo del Hombre Editores; Universidad de los Andes, 2007.

Gelpí, Juan. Literatura y paternalismo en Puerto Rico. La Editorial Universidad de Puerto Rico, 2005.

Hernández, René. Los “tortoleños” en Naguabo: los trabajadores del Caribe inglés y danés contratados por la industria azucarera de Puerto Rico, 1871-1873. 2020. Universidad de Puerto Rico, tesis de maestría.

LaGreca, Nancy. Rewriting Womanhood. Feminism, Subjectivity, and the Angel of the House in the Latin American Novel, 1887-1903. The Pennsylvania State University Press, 2009.

Matos Rodríguez, Félix. “Introduction”. A Nation of Women: An Early Feminist Speaks Out; Mi opinión sobre las libertades, derechos y deberes de la mujer por Luisa Capetillo, traducido por Alan West-Durán, Arte Público Press, pp. vii-li.

Ortiz-Loyola, Brenda. En busca de la solidaridad: feminismo y nación en el Caribe hispano, 1880-1940. 2013. Universidad de California, disertación doctoral.

Paravisini-Gebert, Lizabeth. “Esquema biográfico”. Luz y sombra por Ana Roqué, Universidad de Puerto Rico, 1991, pp. 151-174.

Pérez-Fuentes, Pilar. “Pautas de conducta y experiencias de vida de las mujeres en Cuba y Puerto Rico”. Historia de las mujeres en España y América Latina. Vol. III. Del siglo XIX a los umbrales del XX, dirigido por Isabel Morant, Cátedra, 2006, pp. 665-691.

Picó, Fernando. Historia general de Puerto Rico. Ediciones Huracán, 2003.

Quintero Rivera, Ángel. “Socialista y tabaquero. La proletarización de los artesanos”. La danza de la insurrección. Para una sociología de la música latinoamericana. Textos reunidos (1978-2017), libro digital, Clacso, 2020, pp. 29-84.

Ramos, Julio. “Introducción”. Amor y anarquía. Los escritos de Luisa Capetillo, editado por Julio Ramos, Ediciones Huracán, 1992, pp. 11-64.

Roqué, Ana. “Sara la obrera”. Narraciones puertorriqueñas, seleccionado y prologado por Marta Aponte Alsina, Fundación Biblioteca Ayacucho, 2015, pp. 63-77.

Santos Silva, Loreina. “Esquema biográfico y bibliografía de Carmela Eulate Sanjurjo”. La muñeca por Carmela Eulate Sanjurjo, estudio crítico y notas por Ángel M. Aguirre, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1987, pp. 123-131.

Sommer, Doris. Ficciones fundacionales. Las novelas nacionales de América Latina. Fondo de Cultura Económica, 2004.

Suárez Findlay, Eileen. Imposing Decency: The Politics of Sexuality and Race in Puerto Rico, 1870-1920. Duke University Press, 1999.

Valle Ferrer, Norma. “Introducción”. Obra completa. Mi patria es la libertad por Luisa Capetillo, anotado y editado por Norma Valle Ferrer, Universidad de Puerto Rico, 2008, pp. 11-31.

Zeno Gandía, Manuel. La charca. Crónicas de un mundo enfermo. Editorial Edil, 1997.

Notas

* Artículo de investigación

1 Luisa Capetillo fue obrera, escritora, lectora de tabaquerías y dirigente sindical. Es autora de los textos Ensayos libertarios (1907), La humanidad en el futuro (1910), Mi opinión sobre las libertades, derechos y deberes de la mujer como compañera, madre y ser independiente (1911) e Influencias de las ideas modernas (1916).

2 Ana Roqué fue escritora, educadora, astrónoma y periodista. Como educadora, defendió el derecho de las mujeres a recibir una educación integral, es decir que incorporara también matemáticas y ciencias (Paravisini-Gebert). Fundó y dirigió diversas revistas, entre ellas La Mujer (1894-1896) y El Heraldo de la Mujer (1919-1920). En 1917 fundó la Liga Femínea Puertorriqueña para luchar por el derecho de las mujeres al sufragio.

3 Fraser propone el concepto de contrapúblicos subalternos para estudiar los espacios discursivos paralelos en que los miembros de los grupos sociales subordinados crean y hacen circular contradiscursos, lo que a su vez les permite formular interpretaciones propias de sus identidades, intereses y necesidades.

4 Carmela Eulate Sanjurjo escribió novelas, biografías, cuentos, ensayos y poemas. También fue traductora y concertista. Vivió hasta los veintisiete años en Puerto Rico, donde desde muy joven participó activamente de la vida cultural de la isla y de la lucha de las feministas liberales por el derecho a voto de las mujeres (Santos Silva).

5 “Todas las sufragistas deben comportarse siempre de manera bien educada, sin usar nunca palabras indecorosas o impropias. Solo las mujeres honorables deben ser admitidas en los grupos sufragistas, de tal modo de garantizar la moralidad del orden social” (Roqué, citado en Suárez Findlay 272). María de Fátima Barceló explica que “desde sus inicios la Liga Femínea abogó y defendió el sufragio restringido; es decir, sólo [sic] para aquellas mujeres que supieran leer y escribir” (82).

6 Utilizo acá el concepto de heterogeneidad en el sentido que le dio Antonio Cornejo Polar, para quien las literaturas heterogéneas se caracterizan por contener por lo menos un elemento que no coincide con la filiación de los otros, lo que crea una zona de ambigüedad y conflicto. En los cuentos de Carmela Eulate y Ana Roqué el mundo representado —el sector obrero y sobre todo las mujeres obreras— no forma parte de los mismos universo sociocultural y espacios de publicación y circulación que sus autoras y lectoras ideales.

7 Según Ramón Acevedo (“Prólogo”), “La vida real” es el único cuento de Carmela Eulate protagonizado por una mujer obrera. En la producción de Ana Roqué tampoco encontramos otro texto literario con una protagonista de ese sector social.

8 La traducción de todas las citas de textos en inglés es mía.

9 Como señalan César J. Ayala y Rafael Bernabe: “Los tabaqueros formaron un sector de liderato en los albores del movimiento laboral puertorriqueño. Su educación provenía, al menos parcialmente, de la institución de los lectores, característica de la producción de cigarros. Los trabajadores pagaban a un compañero para que les leyera novelas, tratados políticos, periódicos y revistas obreras mientras trabajaban” (71).

10 “A mediados del siglo XIX el Ángel del Hogar fue el ideal doméstico para las mujeres del mundo hispánico y de Europa. Representaba a la mujer ideal como la guardiana cristiana, casta y maternal de la felicidad y el éxito de sus hijos, su marido y otros miembros de la familia. Sus principios fundamentales eran la abnegación extrema y el sufrimiento estoico por el bien de los demás” (LaGreca 5).

11 “La mujer, organizada junto a nosotros, luchando con nosotros, y preparada con nosotros, no es temible, no puede ser nuestro enemigo, al contrario, tiene que ser nuestro aliado; no puede ser débil ni dúctil, tiene que ser fuerte como nosotros y tan resistente como nosotros” (Federación Libre de Trabajadores - Unión de Tabaqueros, citado en Quintero 47).

12 René Hernández explica que “los trabajadores afrocaribeños que llegaron a Puerto Rico en las últimas décadas del siglo XIX pasaron a ser conocidos por el nombre de ‘tortoleños’ o ‘tórtolos’, apelativo que persistió hasta entrado el siglo XX” (7). El nombre hace referencia a la isla Tórtola, la mayor de las que conforman las Islas Vírgenes Británicas. Sin embargo, el apelativo tortoleño se extendió a migrantes caribeños afrodescendientes y angloparlantes, embarcados en migraciones intracaribeñas laborales luego de la abolición de la esclavitud en el Caribe anglófono (1838-1848). Según Hernández, también se denominó tortoleños a trabajadores provenientes del Caribe danés.

Notas de autor

aAutora de correspondencia. Correo electrónico: luciastecher@gmail.com

Información adicional

Cómo citar este artículo: Stecher Guzmán, Lucía. “Escenas de miseria y desposesión: educación, beneficencia y valores burgueses en cuentos de Luisa Capetillo, Carmela Eulate y Ana Roqué”. Cuadernos de Literatura, vol. 27, 2023, https://doi.org/10.11144/Javeriana.cl27.emde

Contexto
Descargar
Todas