La filología como estrategia de secularización en el Tratado del amor de José Ingenieros*

The Philology as Secularization Strategy in Tratado del Amor by José Ingenieros

Cristina Beatriz Fernández

La filología como estrategia de secularización en el Tratado del amor de José Ingenieros*

Cuadernos de Literatura, vol. 28, 2024

Pontificia Universidad Javeriana

Cristina Beatriz Fernández a

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina


Recibido: 16 enero 2024

Aceptado: 30 mayo 2024

Publicado: 16 octubre 2024

Resumen: El artículo está centrado en la primera parte del Tratado del amor, libro póstumo de José Ingenieros, cuya sección inicial fue publicada en la revista literaria Nosotros. Se analizan las vinculaciones entre la revista mencionada y la figura intelectual de Ingenieros, así como el recurso a la filología y, conjugada con ella, la mitología comparada, para superar lo que el autor considera una explicación metafísica del amor y sentar las bases de un discurso secularizado sobre los órdenes afectivo, sexual y social. En esta contribución al proceso de modernización cultural, el potencial crítico de la filología es una estrategia central.

Palabras clave:filología, secularización, mitología, revistas, amor, José Ingenieros.

Abstract: This paper is devoted to the first part of the Tratado del amor, a book written by José Ingenieros and published posthumously, whose initial section was published in the literary magazine Nosotros. This essay analyses the relationship between this journal and Ingenieros’ intellectual figure, as well as the recourse to philology. This discipline is associated to the Comparative Mythology and seeks to surpass the metaphysical explanations of love and to lay the foundations for a secularized discourse on the affective, sexual and social orders. The philology critical strength is strategic in this contribution to the cultural modernization process.

Keywords: Philology, Secularization, Mythology, Journals, Love, José Ingenieros.

La mitología comparada es la más peligrosa de las ciencias, si se exceptúa la etimología, de la que muy a menudo procede: una y otra están perpetuamente a merced del juego de palabras más tentador…

Denis de Rougemont, El amor y Occidente.

Poco tiempo después de la muerte de José Ingenieros, la revista Nosotros publicó un número en homenaje a este intelectual, que incluía “La metafísica del amor”, un texto que los editores ofrecían como inédito y que constituía, según explicaban, el primer capítulo del libro Del Amor “que Ingenieros estaba concluyendo” (Ingenieros 531n1). Como es sabido, tiempo después, este capítulo integraría la primera parte del libro póstumo conocido como Tratado del amor,1 conformado por una serie de escritos que en muchos casos nacieron como conferencias,2 o fueron publicados por la Revista de Filosofía, por la colección de folletos La novela semanal o por las Ediciones Mínimas. Otros fragmentos del futuro libro fueron editados por Pablo, el hermano de Ingenieros, en pequeños volúmenes, en los que se entresacaron fragmentos de sus artículos para ofrecer un compilado de aforismos o consejos, una filosofía de bolsillo sobre el amor, como, por ejemplo, el volumen titulado Los amantes sublimes: estudios sobre el amor, de 1928. El Tratado del amor se publicó finalmente en 1940, luego de ser preparado como un volumen unificado por Aníbal Ponce y, tras la muerte de este último, por Julia Laurencena.

Volver al artículo/capítulo publicado en Nosotros nos permite no solo reconstruir los avatares del que sería el libro póstumo de Ingenieros, sino observar rasgos propios de esa discursividad en el seno de una publicación periódica. Lo cual resulta de interés por el silenciamiento de esa inclusión en el epígrafe con que se inicia el TA. En efecto, en la “Advertencia” de los editores del libro, no se menciona en absoluto la aparición de algunas de sus secciones en publicaciones de perfil literario, como Nosotros o La Novela Semanal, solamente se hace alusión a la Revista de Filosofía. Borramiento significativo, puesto que esta sección, precisamente, no había aparecido en dicha revista ni en ningún otro lado, excepto en Nosotros. Desde luego, esto implica una valoración de los editores del libro respecto de un campo cultural estratificado en sus circuitos de difusión y consumo. Y, además, podríamos especular con que exhibe un interés por encuadrar el tratado en un campo disciplinario —la filosofía de base biológica, tal como la entendía Ingenieros—, para lo cual podría resultar contraproducente la mención de instancias de publicación que posiblemente desdibujasen ese marco epistemológico.

En función de lo antedicho, nos formulamos algunos interrogantes que procuraremos responder en las páginas que siguen.

¿Por qué Nosotros?

Un primer dato que conviene atender es si el texto publicado en Nosotros es el mismo que pasó a integrar el capítulo uno del TA. En el libro, la primera parte está integrada por los capítulos “I. Eros generador - El amor en el Olimpo griego”, “II. Eros, genio de la belleza”, “III. Eros, genio de la domesticidad” y “IV. Eros, genio de la especie”. El capítulo III no llegó a ser escrito por Ingenieros y el IV quedó incompleto, de modo que en el libro los únicos capítulos que se pueden leer en forma integral son el I y el II. La sección publicada en Nosotros corresponde a las primeras páginas del capítulo I y, a diferencia de lo que será el ordenamiento del texto en el libro, no está encabezada por un resumen del contenido. Veamos, en primer término, qué es lo que torna pertinente la publicación de ese escrito en la revista Nosotros.

En el año 1923, el periódico La Razón publicó una serie de notas bajo el título de “Literatura pornográfica, ñoña o cursi. Nuestra encuesta para averiguar por qué el público, los autores y las casas editoriales facilitan su incremento” (Pierini 44). Y justificaban de este modo la consulta hecha a Alfredo Bianchi, uno de los directores de la revista Nosotros:

Desde el momento en que Alfredo Bianchi es, con Julio Noé, director de la única revista que, entre nosotros, merece, sin distingos y sin complacencia, el nombre de literaria, justo era que acudiéramos a uno de ellos para solicitarle su opinión acerca de esto que ya se llama, generalizando un poco, mala literatura. (Pierini, 61; destacado en el original)3

Es entonces la “única” revista “literaria” de los años veinte, según la encuesta de La Razón, la que dio cabida a ese escrito de Ingenieros.4 Aunque Nosotros no era, en verdad, la única revista literaria de la época, como lo prueba el exhaustivo catálogo de publicaciones periódicas de orientación literaria elaborado por Washington Pereyra, es cierto que la duración de esta revista y su sostenido prestigio fueron un caso excepcional. Además, Nosotros integraba una serie de revistas que, como La Biblioteca, El Mercurio de América o Ideas, habían colaborado en el paulatino proceso de autonomización de la literatura argentina.5 “La metafísica del amor” de Ingenieros fue incluido en el número publicado poco tiempo después de la muerte de este último en ofrenda a su memoria, junto con otro texto del homenajeado: la reproducción de un brevísimo autorretrato que Ingenieros había escrito para la revista Mundo estudiantil en 1915 (“Autorretrato” 422). Se agregaba a estos dos textos la imagen fotográfica de “La última página de Ingenieros”, que consiste en un escrito a lápiz redactado para prologar Las fuerzas morales (“Advertencia del autor” 530). Huelga decir que este número de la revista Nosotros forma sistema con los homenajes que se le hicieron al fundador de la Revista de Filosofía, publicación con la cual Nosotros tenía estrechos vasos comunicantes.6 Ingenieros era también parte de las redes de sociabilidad de la revista que dirigían Roberto Giusti y Alfredo Bianchi, y era un asiduo comensal en los “almorzáculos” que organizaban los mencionados como parte de las actividades culturales promovidas por Nosotros (Shumway 167). No se puede obviar, por otro lado, la superposición de esta red de autores y editores con los miembros del campo cultural de origen o ascendencia italiana —algo que planteó un significativo predicamento en la cultura de esos años—7 ni la adhesión al pensamiento socialista tanto de Ingenieros como de Giusti.

Pero, además de la red intelectual establecida entre sectores y revistas afines, el número entero puede entenderse como un eslabón más en la cadena de homenajes póstumos que se hicieron en honor a Ingenieros, con los que distintas secciones del campo intelectual buscaron legitimar un linaje enraizado en su figura y conformar distintas genealogías intelectuales que se alimentaban, todas, de una filiación simbólica con una o varias de las distintas facetas del autor de El hombre mediocre (Pita González). La importancia de este aspecto queda en evidencia cuando, al final del número, Nosotros incluye una síntesis biográfica de cada uno de los colaboradores y la justifica en estos términos: “Como el presente número extraordinario está destinado a una amplia difusión, no sólo en la Argentina, sino también en América y en Europa, juzgamos conveniente acompañarle de esta sumaria reseña de la calidad y obra de quienes han colaborado en él” (“Los colaboradores de este número”, 698).8 Un homenaje de intelectuales a otro intelectual señero en el campo cultural, al menos, para el amplio sector que lo despedía.

No era, por otro lado, la primera vez que Ingenieros aparecía en Nosotros. Según los índices de la revista elaborados por Elena Ardissone y Nélida Salvador, la participación de Ingenieros en la revista, directa o indirecta —es decir, en este último caso, mediante la reproducción de escritos suyos publicados inicialmente en otro lado— fue frecuente y no siempre sobre los mismos temas, aunque cabe destacar que su primera contribución a la revista, así como la última que había hecho, se relacionaban con el mismo tema del TA: “Sobre el amor”, en 1908, y “La reconquista del derecho de amar”, en 1925.9

La preocupación por esta clase de temas no solo había sido una constante en la producción de Ingenieros, desde sus escritos juveniles, tal como lo ha estudiado Hugo Vezetti, sino que formaba sistema con una serie de cuestiones que eran programáticas en el pensamiento socialista, vinculado a la situación de la mujer y la educación sexual, temas intensificados en la primera posguerra. No es ahora nuestro propósito rastrear la genealogía de las ideas de Ingenieros sobre el amor, que se remonta a sus artículos juveniles en La Montaña, El Mercurio de América o sus crónicas de viaje. También se han advertido los interesantes puntos de encuentro y desencuentro de la reflexión ingenieriana con el pensamiento socialista y anarquista, tensionada entre el determinismo de la especie y la voluntad individual (Vezzetti; Barrancos; Fernández Cordero). Por otro lado, la clase de difusión heterogénea alcanzada por estos escritos, en revistas y folletos de diverso tenor, entraba en diálogo con una zona del mercado editorial en ascenso, que Luis Alberto Romero ha descripto como la empresa cultural de “los libros baratos”, cuyo propósito era llegar a los sectores populares de Buenos Aires en el período de entreguerras y que ya tomaba distancia de la cultura trabajadora y contestataria de principios de siglo, que se había nutrido con publicaciones predominantemente anarquistas o socialistas (Romero 49). Como dato ilustrativo, Romero señala que, desde la década del veinte, la editorial Claridad de Antonio Zamora alcanzó el éxito comercial no solo gracias a su revista homónima, sino también a la Biblioteca Científica, una colección en la que eran centrales los temas sexuales. Así, un libro como El matrimonio perfecto, de Van der Velde, tuvo cuarenta ediciones en veinte años (54, 64). La misma editorial, sin desmedro de su orientación evidentemente politizada, contaba con una serie de “Clásicos del Amor” (59).

Pero volviendo a Nosotros, cabe considerar que esta revista, al decir de Verónica Delgado, promovió las poéticas literarias y teatrales de orientación mimética, por considerarlas “apropiadas para representar una modernidad cultural cuyos contenidos ya no fueron los mismos que los de la generación finisecular de El Mercurio de América” (Delgado 454). En ese sentido, la representación del amor como fenómeno observable en la realidad natural y social podía ser un factor de interés para la publicación. La búsqueda programática de una literatura argentina por parte de Nosotros puede ser entendida en sintonía con el proceso de nacionalización de las masas, propiciado por la cultura gobernante, sin que ello fuera en contra del magisterio reconocido al pensamiento francés ni al americanismo entendido al modo rodoniano (Prislei, “Nosotros” 44). Entendemos, además de lo antedicho, que una de las razones que tornaba posible la inclusión de este fragmento inicial del futuro TA en la revista literaria Nosotros era precisamente el enfoque filológico con que Ingenieros abordaba el asunto en esas páginas, lo cual nos lleva a la siguiente cuestión.

El recurso a la filología

La sección inicial del futuro TA, publicada en Nosotros y dedicada a “Los mitos de la generación”, comienza con una narración ficcionalizada acerca del descubrimiento que un “hominidio, apenas humanizado” efectúa en relación con la reproducción de los seres vivos. De allí, pasa a especular sobre el origen de los mitos cosmogónicos en un “período mítico protoario” (Ingenieros, “La metafísica” 532). Una nota al pie ubica el estudio de estas cuestiones en el área de la mitología y, con más precisión, en la filología comparada,10 señalando que es esta última disciplina la que puede aportar la evidencia, rastros lingüísticos mediante, respecto de la historicidad de los mitos:

Se considera demostrado que todas las mitologías indoeuropeas tienen su raigambre común en un período mítico protoario. Ciertas divinidades fueron adoradas antes de que los pueblos arios irradiasen de su desconocido centro común y han persistido con caracteres análogos en diversas mitologías. En las diversas lenguas arias se encuentran mitos y nombres correspondientes a los principales dioses y héroes del Olimpo griego. El problema del origen y evolución de los mitos pertenece, desde hace más de medio siglo, a la filología comparada. (Ingenieros, “La metafísica” 532n1)

Un aspecto que cabe hacer notar aquí es que en la versión del TA publicado como libro las últimas palabras de esta cita se cambian por “mitología comparada” (Ingenieros, “Tratado” 231). Probablemente esta modificación haya sido decisión de los editores, pero hace perder de vista la vinculación que se establecía, en la edición de Nosotros, entre los mitos y las lenguas, a partir del seguimiento de los nombres de los dioses y sus variaciones. En consonancia con lo dicho hasta aquí, la argumentación que Ingenieros desarrolla en este artículo presta atención a cuestiones lingüísticas que permiten reconstruir el itinerario de los mitos sobre la generación, siguiendo muy de cerca, como lo revela una nota al pie, los estudios de Max Müller, ese filólogo, hindólogo, mitólogo y orientalista, que fue una figura fundacional de la mitología comparada:

El parentesco lingüístico de los pueblos arios ha sido corroborado por la mitología comparada. Las ideas directrices y los principales dioses de las diversas mitologías arias pueden considerarse afines en un horizonte geográfico inmenso, extendido desde el océano Índico hasta el Átlántico. ¿Aparece Eros como un mito protoario, adorado antes de la polifurcación de los pueblos indoeuropeos? Sólo sabemos que en los tiempos védicos existía ya en la India la divinidad generadora, Arusha; de allí pudo emigrar al Olimpo griego, en alas de primitivos himnos, cuyo mismo nombre revela su origen exótico. (Ingenieros, “La metafísica” 534)

La deuda de Ingenieros con los escritos de Max Müller es perceptible cuando leemos, en el segundo, la estrecha vinculación entre el lenguaje y la historia del pensamiento en términos como los siguientes:

El lenguaje todavía lleva la impronta de los primeros pensamientos del hombre, obliterados, puede ser, enterrados bajo nuevos pensamientos, pero aquí y allá todavía recuperables en su nítido contorno original. El crecimiento del lenguaje es continuo, y al continuar nuestras investigaciones desde los estratos más modernos hasta los más antiguos, se pueden alcanzar los elementos y raíces del habla humana, y con ellos, los elementos y raíces del pensamiento humano. (Müller 3; traducción propia)11

Para Müller, la filología era una nueva ciencia, que se estaba institucionalizando, por ejemplo, mediante la creación de una cátedra en la universidad de Oxford, como lo explica en su conferencia de 1868: “On the Value of Comparative Philology as a branch of Academic Study” (Müller 108-173). En otra conferencia de 1872, “On the results of Comparative Philology”, hablando de la influencia de la filología comparada en todas las disciplinas, señalaba su importancia crucial en el campo de estudios de la mitología:

Pasemos a la Mitología. Si la Mitología es un dialecto antiguo, que sobrevive a su tiempo y, por la fuerza de su carácter sagrado, se transmite a un nuevo período de la lengua, es fácil percibir que el método histórico de la Ciencia del Lenguaje conduciría naturalmente, en este asunto, a los resultados más importantes. (Müller 185; traducción propia)12

Poniendo en práctica una clase de operaciones deductivas que Ingenieros procura reproducir, Müller ejemplifica afirmaciones como la precedente con las derivaciones, en distintas lenguas de la rama aria, del nombre de Zeus/Júpiter y elabora conclusiones a partir de estudios de tenor etimológico. La vinculación entre el método de la filología comparada y el acceso a los estudios de mitología queda sintéticamente expresada en un ensayo de 1856, en el que afirma que “la manera de manejar [las claves de la mitología] solo puede aprenderse de la filología comparada” (Müller 379; traducción propia).13

A pesar de la inscripción de sus reflexiones sobre el mito del amor en la línea de trabajo de una figura como Müller, y de sus especulaciones sobre las fechas de composición de textos antiguos y sus variantes en los documentos que se conservaban en su época, Ingenieros no puede menos que aclarar que “nadie podría, desde luego, demostrar la tesis enunciada, ni discutirla con fundamento, viviendo en Buenos Aires y sin disponer de bibliografía lingüística y mitográfica, ni haber aprendido a usarla” (Ingenieros, “La metafísica” 536). Pero, a pesar de sus declaradas limitaciones de acceso a buenas ediciones filológicas y de la falta de entrenamiento en su exégesis específica, Ingenieros formula algunas hipótesis concernientes al origen del culto de Eros, a partir de manifestaciones como la hímnica antigua, en párrafos en los que inscribe la misma fragilidad de este conocimiento:

Es verosímil que en las ceremonias religiosas y fiestas públicas, que acompañaban en Grecia el culto de Eros, se cantasen himnos en su loor[…]. No quedan, sin embargo, rastros de ellos en la prehistoria literaria. Eros aparece, bajo formas diversas, cuando de la hímnica primitiva se desprenden, en época indeterminable, los géneros épicos, didáctico y lírico. (Ingenieros, “La metafísica” 536).

Al cobrar forma de libro, este artículo publicado en Nosotros se completa con otras secciones, todas dedicadas a rastrear la constitución del mito de “Eros generador”, tituladas “En la Teogonía de los Hesiódidas”, “En la lírica de los órficos”, “En la epopeya de los homéridas”, “La agonía del Eros cosmogónico” y “Los genios metafísicos del amor”, secciones profusas en sus notas al pie, que le otorgan un matiz de erudición, a pesar de las limitaciones confesadas por el propio autor, y que transcribimos líneas arriba. Su argumentación está sostenida en apreciaciones de tenor filológico: “El parentesco lingüístico de los pueblos arios ha sido corroborado por la mitología comparada” (Ingenieros, “Tratado” 232), “la lectura de los monumentos védicos y griegos impone acercar la mítica del Rig Veda a la de la Theogonía y la del Ramayana a la de la Ilíada. La hímnica religiosa es más primitiva y tradicionalista que le épica” (234n6), “los nombres de Paris y Helena, existen en sánscrito y otras lenguas arias. Ambos figuran en la mitología védica, según M. Müller” (239n16). Pero, como ya advertimos, ocasionalmente no tiene más remedio que exhibir zonas de debilidad en relación con aspectos materiales o metodológicos de su indagación sobre ese tema:

Es muy posible que la Theogonía que ha llegado hasta nosotros no fuese la única ni la más antigua compilación de su género. Es verosímil que ella fuese preferida a otras similares por Onomácrito, o los suyos, para conservar un texto definitivo —un Evangelio— entre muchos deficientes, incompletos o heterodoxos. Es tan evidente la legitimidad de esta conjetura, como imposible su demostración. (235n7)

En contrapartida, en varios pasajes determina con precisión sus fuentes, como la mención a la Theogonía en la traducción de Leconte de Lisle (235n8), o cuando confiesa que utiliza el resumen de la teogonía órfica provisto por Theodor Gomperz: “En este resumen de la teogonía órfica, no exenta de contradicciones, nos atenemos exclusivamente a la exposición de Gompers [sic], Griechische Denker, que no podemos confrontar con los textos originales de las Rapsodias” (237n13).14 También, en una sección nutrida por citas textuales del Simposio de Platón, aclara que “los fragmentos citados difieren de las precedentes traducciones españolas, todas infieles o deficientes” (250n9), aunque no especifica qué edición está utilizando, lo cual puede deberse a que no llegó a completar esta información, dadas las circunstancias ya reseñadas, que dejaron este libro sin terminar.15

Tanto en la sección publicada en Nosotros como en las que la acompañan en el TA, el carácter modélico del saber filológico se aprecia también por el papel desempeñado por las notas al pie, de las que hemos citado algunos ejemplos. Como lúcidamente observó Anthony Grafton, la nota al pie es heredera de la historia y la filología (24), y el modo en que se articulan en ella la erudición y las pretensiones cientificistas tiene su fundamento en el hecho de que sus orígenes se remontan a una doble vía: las técnicas de investigación del humanismo renacentista y la crítica propiciada por la Revolución Científica (129).

El recurso a la filología sostiene, así, el intento de Ingenieros de desmontar la que llama interpretación metafísica del amor. De allí también la búsqueda, en las fuentes de la antigüedad clásica, de elementos que refuercen argumentalmente su construcción teórica y discursiva, como cuando señala que

defiriendo a la tradición, Eurípides saludó en Eros “el más eminente de los dioses, tirano de los hombres y de los inmortales”; pero en su teatro, verdaderamente psicológico, trató el amor con un profundo sentimiento de la vida pasional, con un hondísimo realismo, humano en Medea, Hipólito, Alcestes, monumentos eternos. (Ingenieros, “Tratado” 244)

Además del recurso a la filología comparada, Ingenieros toma de la escritura mitográfica una forma de iniciar este relato sobre los orígenes. Aunque algo extensos, vale la pena confrontar el pasaje en el que narra el surgimiento del mito del amor, con aquel otro en el que Gomperz cuenta cómo se había configurado la noción del alma o espíritu en el hombre primitivo. Dice Ingenieros lo siguiente:

Sentado una mañana de primavera a la sombra de su ramada junto al caído tronco de un árbol vetusto, el hominidio, apenas humanizado, pudo reflexionar sobre ciertos fenómenos que en torno suyo repetíanse con visible regularidad. Todos los amaneceres el cielo se llenaba de luz y poco después un disco brillante enviaba calor sobre la tierra. Un despertar se producía en todas las cosas; algunos seres movíanse por sí mismos y las hojas eran agitadas por un soplo invisible. Las malezas contiguas reverdecían después de las lluvias y en las partes más calentadas por el sol se cubrían de flores, que con el tiempo perdían sus colores y se transformaban en semillas. Y, cosa la más extraordinaria, cada vez que de la ramada en movimiento caía a tierra una semilla, el calor del disco luminoso y la humedad de las lluvias la convertían, después de cierto número de amaneceres, en una nueva planta capaz de dar flores y semillas. Tierra, calor, agua, movimiento formaban un ciclo de eterna vida, la Generación. (Ingenieros, “La metafísica” 532)

Y Gomperz dice lo siguiente:

El olor de una flor enseña al hombre primitivo que hay objetos que escapan a la vista y al tacto y no por eso son menos reales. El viento, cuya naturaleza material solo puede comprender parcialmente, lo acostumbra a los objetos que se pueden sentir, pero no ver. Las sombras, que contienen el contorno de un objeto pero sin su resistencia material, y más aún las imágenes coloreadas reflejadas en una lámina de agua, producen asombro y confusión en la mente primitiva. En ambos casos es consciente de algo que se parece bastante al objeto material, pero que se burla de su esfuerzo por asirlo y tocarlo. Las imágenes oníricas no hacen más que aumentar su confusión. […] Entonces llega a la conclusión de que, como los perfumes y los vientos, las sombras y los reflejos, así son las almas de las cosas. (Gomperz 18; traducción propia)16

Aunque inconcluso, pues, como quedó mencionado, faltan secciones en la primera parte del TA, esta argumentación, de tono visiblemente ensayístico a pesar del título final adoptado para el libro, está orientada a desmantelar un nuevo mito, esta vez moderno, cuya creación nuestro autor atribuye a Arthur Schopenhauer. Dice Ingenieros que “la teoría de Schopenhauer es una generalización metafísica del Instinto Sexual, transfigurado en un mito, el Genio de la Especie” (Ingenieros, “Tratado” 252).17

Crítica y secularización

Efectivamente, si revisamos las apreciaciones de Schopenhauer sobre la materia, encontramos a qué se refiere Ingenieros cuando afirma que este último había mitificado el instinto sexual. Por ejemplo, en El mundo como voluntad y representación, el filósofo alemán enuncia aseveraciones como la siguiente:

El impulso sexual se confirma como la más decidida y fuerte afirmación de la vida también en el hecho de que tanto para el hombre natural como para el animal constituye el objetivo último, el fin supremo de su vida. La autoconservación es su primera aspiración, y en cuanto se ha ocupado de ella se afana únicamente en la propagación de la especie: más no puede pretender en cuanto mero ser natural. También la naturaleza, cuya esencia interna es la voluntad de vivir misma, empuja con todas sus fuerzas a reproducirse, tanto al hombre como al animal. Tras ella ha alcanzado su fin con el individuo y le resulta del todo indiferente que este sucumba, ya que en cuanto voluntad de vivir solo le importa la conservación de la especie, y el individuo para ella no es nada. (Schopenhauer, El mundo como voluntad I: 388-389)

La idea de que el individuo no es más que el medio en el cual se realiza la voluntad de vivir de la especie queda expresada más contundentemente en pasajes como el que sigue: “Pues físicamente [el individuo] es un producto de la especie, metafísicamente es una imagen más o menos imperfecta de la idea que, dentro de la forma del tiempo, se presenta como especie” (Schopenhauer, El mundo como voluntad II: 564; cursivas en el original).

Para Schopenhauer, el acto sexual desbordaba la existencia del propio cuerpo, excedía la meta de su propia conservación y expresaba “la voluntad de vivir en general […] sobrepasando la muerte del propio individuo e introduciéndose en un tiempo totalmente indeterminado. El significado intrínseco del acto de procreación supone, por lo tanto, la afirmación de la vida sin más y no la mera afirmación del propio individuo” (El mundo como voluntad II: 77-79). Para este filósofo, el impulso sexual representaba “la expresión más vigorosa de la esencia íntima de la naturaleza, de la voluntad de vivir” y para demostrarlo apelaba también a “los antiguos poetas y filósofos. Resulta muy significativo que tanto para Hesíodo como para Parménides el eros sea lo primero, la fuerza creadora, el principio del que se derivan todas las cosas. En las obras de arte de la antigüedad puede verse como representación alegórica al amor o también a Eros y Anteros portando la bola del mundo” (Schopenhauer, Metafísica 108-110).

Esta noción idealista de la especie, cuya voluntad se abre camino a través de los individuos, es el aspecto metafísico de la doctrina de Schopenhauer con la cual entra en conflicto la propuesta de Ingenieros.18 Tal como ha señalado Hugo Vezzetti, desde sus tempranos estudios sobre el amor, Ingenieros ponía en entredicho lo que los mandatos biopolíticos colocaban en primer plano, para esbozar una defensa de las libertades individuales y los derechos en la experiencia subjetiva, es decir, hacer visibles las “condiciones propiamente humanas del amor” (Vezzetti 54). Ciertamente, no se resuelve del todo, en Ingenieros, “la tensión entre el determinismo ciego de la especie y la voluntad consciente del individuo” (Vezzetti 56), pero procura alejarse de esa dimensión metafísica que Schopenhauer confería a la primera y que le hacía decir a Ingenieros, tal como citamos arriba, que Schopenhauer había pasado de la metafísica al mito.19Y es para desbaratar este sistema mítico-metafísico que Ingenieros recurre, en estos capítulos preliminares, a cuestiones lingüísticas y filológicas, como cuando sigue los derroteros del Eros mitológico. Para ello, va descartando las formas en que la polisemia de la palabra amor, ocasionada por lo que denomina la “secular disparatería” (“Tratado” 242), había identificado al amor con tres distintas concepciones: el amor estético, para el cual Eros es un genio de la belleza, con epicentro en la doctrina platónica; el amor doméstico, con Eros transformado en genio de la familia, privilegiado por la teología cristiana, y el amor instintivo, en el que Eros es el genio de la especie y no pasa de ser “un ciego instrumento de la reproducción de los seres vivos” (“Tratado” 243).

Por otro lado, en una secuencia que aúna concepciones mitológicas y exégesis de textos antiguos, Ingenieros percibe una diferencia entre la concepción del mito por parte de las antiguas clases sacerdotales y su adaptación por parte del “sentimiento popular”. Así, considera que el “Eros cósmico, generador de todas las cosas”, es abstracto y está orientado a satisfacer la noción de causalidad, por lo cual se encuentran rastros de él en “los Misterios” propios de los sacerdotes. Su adaptación al culto popular había implicado una humanización, pero también una reducción de su esfera de influencia, ahora limitada a la reproducción y al amor. De allí su asociación con “la Afrodita fenicia que ama y engendra, tan llena de vida y pasión que acaba por sobreponérsele en el culto popular” (“Tratado” 233) y la distinción entre la diosa que representaba “lo digno de ser amado, lo amable”, y “la fuerza amante”, concentrada en su hijo Eros. Sintetiza Ingenieros que “el Eros cosmogónico, creador del universo, después de convertirse en Eros divino, dios del Amor, se transforma en Eros genio, servidor de Afrodita, diosa de la generación y la fecundidad” (“Tratado” 233). Sobre la base de estas reflexiones, Ingenieros propone una datación de los textos antiguos, tomando como criterio ordenador la clase de agente en relación con el amor que representan las distintas divinidades:

A pesar del lapso secular que separa las épocas homérica y hesiódica, el contenido de sus monumentos literarios revela que la mítica de la Theogonía es anterior a la de la Ilíada. Los mitos de los Hesiódidas conservan su sentido cosmogónico y la generación de los dioses tiene todavía por objeto explicar la acción de las fuerzas naturales; en cambio, los mitos de los Homéridas están ya muy humanizados y es muy terrenal su intervención en los asuntos de los hombres. […] Los mitos homéricos en cambio, compuestos de leyendas profanas, expresarían la opinión popular, viva, de una sociedad que habría sustituido ya los mitos primitivos por divinidades humanizadas, las metáforas y símbolos por seres de apariencia real y militante. Frente a los mitos hesiódicos, tradición sabia y formal de antiguas creencias, ya decadentes o extinguidas, los homéricos serían la mítica actual de un pueblo que ya mezclaba sus héroes humanos con los dioses olímpicos. (“Tratado” 234)

Puesto que los antiguos mitos pueden tener sucedáneos modernos, como el genio de la especie de Schopenhauer, la argumentación de Ingenieros pasa de la filología y la mitología a la exégesis filosófica, enlazando un continuo de textos que, a su juicio, no alcanza a ofrecer una explicación satisfactoria para su pretendida teoría del amor. Advierte que, con el nacimiento del pensamiento filosófico, se incrusta en el devenir del pensamiento del amor un giro hacia lo profano, alejado tanto de los mitos custodiados por los sacerdotes como de las interpretaciones populares:

Desde Tales, una nueva clase de saber se inaugura en Grecia; en torno suyo se forma una Escuela de investigadores profanos. No se proponen dar autoridad a un culto, como las sectas sacerdotales que florecían en los Misterios, sino buscar la verdad, excluyendo lo metafórico y lo equívoco, lo fabuloso y lo legendario. (Ingenieros, “Tratado” 240)

En razón de este giro hacia lo profano, que es, por un lado, una opción por explicaciones distantes de “lo fabuloso y lo legendario” y, por otro lado, la búsqueda de una retórica que excluya “lo metafórico y lo legendario” y, por otro lado, una retórica que excluya “lo metafórico y lo equívoco”, se continúa un proceso que se había iniciado con el pasaje de la hímnica religiosa a la épica: “En tal cosmogonía quedaron desplazados los seres míticos, que los filósofos naturalistas relegaron al culto popular y al misticismo de los órficos. Eros, antes desterrado de la épica por los Homéridas, lo fue después de la filosofía por los jónicos” (Ingenieros, “Tratado” 242).

De esta forma, con un fuerte anclaje en un razonamiento que se sostiene en cuestiones filológicas, Ingenieros avanza en lo que será la elaboración de su teoría genética del amor. Lo que resulta relevante es cómo aúna su desmontaje de las explicaciones metafísicas y mitológicas con el crecimiento del dominio secular frente a la esfera religiosa. Lamentablemente, no contamos con un eslabón que presumimos muy significativo en el enfoque secularizador propuesto, porque Ingenieros no llegó a redactar la parte III de esta primera sección del futuro libro, dedicada al “mito cristiano del amor” (“Tratado” 251). Podría decirse que todo el TA, y muy especialmente esta primera parte, es un intento por explicar una cuestión transversal al proceso civilizatorio, como el amor, la procreación y sus legitimaciones sociales, desde módulos de pensamiento insertos en el proceso de la secularización cultural, es decir, un intento de ofrecer una explicación liberada del paradigma mítico-religioso, tanto en relación con las culturas ancestrales como con los mitos generados por el pensamiento moderno, como el que Ingenieros considera producido por la prosa de Schopenhauer.

Pasar de la crítica filológica a una perspectiva secularizada de la realidad natural y social no era algo novedoso. Ya Ernesto Renán había asociado la filología con esa capacidad de crítica que es propia del pensamiento secular, y que tendría en la disidencia religiosa y en el método científico dos momentos fundacionales. En sus palabras,

una historia cuidadosa del espíritu humano desde el siglo XV, creo que demostraría que las revoluciones más importantes del pensamiento han sido producidas directa o indirectamente por hombres que merecen el nombre de literatos o filólogos. […] Nació la Reforma en plena filología […]. La crítica es, pues, la forma en que tiende a ejercitarse el espíritu humano, y si la crítica y la filología no son idénticas, son por lo menos inseparables. Criticar es actuar de espectador y juez en medio de la variedad de las cosas; la filología es el intérprete de las cosas, el medio de entrar en comunicación con ellas y entender su lenguaje. El día que la filología pereciese, perecería la crítica con ella, renacería la barbarie, y la credulidad se enseñorearía del mundo otra vez. Esa inmensa misión que la filología ha llevado a cabo en el desarrollo del espíritu moderno está lejos de verse terminada, quizás esté empezando. El racionalismo, que es el resultado más general de toda la cultura filológica, no ha penetrado en la masa de la humanidad. (Renán, El porvenir 116-117)

De allí que Renan, optimista, pensase que “todo supernaturalismo recibirá el último golpe de la filología” (El porvenir 118), aunando en sintético enunciado ese entramado entre filología, crítica y secularización.20 En una línea afín, una influencia inexcusable en Ingenieros, Friedrich Nietzsche había dejado escritas algunas apreciaciones sobre el papel de los filólogos en la vida moderna que podrían entenderse en línea con el pensamiento de Renán. En efecto, para el filósofo alemán, que no casualmente había desplazado sus estudios desde la teología hacia la filología, el filósofo es un “tipo de sacerdote” que aspira, al igual que sus equivalentes religiosos, a la “autoridad suprema” (Nietzsche, La voluntad 124), basándose en la “rectitud autocrítica con la que hoy un filólogo lee un texto o comprueba la verdad de un suceso histórico” (La voluntad 142). Una falta de sinceridad o de adecuación a la verdad de las cosas era interpretada por Nietzsche, incluso en el caso de que el “error” fuese debido a la buena voluntad, como una “falta de filología” algo equivalente a una “moneda falsa” (La voluntad 317-318; destacado del autor).21

Si bien no puede decirse que en la primera parte del TA, que estamos analizando aquí, Nietzsche ocupe un lugar relevante, como sí ocurre con Schopenhauer, con quien explícitamente discute Ingenieros, hay algunos gestos nietzscheanos significativos en este texto. Puntualmente, nos referimos a la búsqueda de legitimación en la filología para elaborar una doctrina o perspectiva filosófica, precisamente porque la filología ofrecía esa cuota de cientificidad que Ingenieros considera ineludible a la hora de filosofar, algo en lo cual podría ubicárselo, claramente, en la línea de Nietzsche. Recordemos que el pensador alemán había desatado una polémica entre los filólogos con su célebre libro El nacimiento de la tragedia (1872). Pero, también, que procuraba superar la esfera técnica, anclada en la exégesis textual, de la filología “clásica”, esa filología que pretendía para su objeto un criterio de verdad y un rigor metodológico equivalente al de las ciencias naturales. El afán de esa superación era convertirla en una de las “ciencias del espíritu” en el sentido que le daría a la expresión Wilhelm Dilthey, ciencias que buscaban la “comprensión” con métodos rigurosos, específicos, pero distintos a los de las ciencias naturales (Gutiérrez Girardot 13, 52, 64). El itinerario de Ingenieros en el TA, en especial en esta primera parte, parece replicar este itinerario nietzscheano y dar un salto especulativo desde la filología hasta la filosofía.

Palabras finales

A pesar del carácter inconcluso de la primera parte del TA, resulta de interés observar cómo la filología, con sus proyecciones en la mitología comparada, es esgrimida como una herramienta crítica que sirve para descartar la teoría del amor que Ingenieros califica de “metafísica”. Es sabido que el positivismo y sus diversas formulaciones en la cultura latinoamericana procuraron articular discursos sustitutivos del trascendentalismo religioso que no habían sido del todo desplazados por la ciencia positiva (Prislei, “Itinerario intelectual” 42). Recurrir a la filología, era, entonces, aproximarse al tratamiento del tema desde una perspectiva legitimada por el enfoque cientificista, en un estilo todavía tributario de la episteme decimonónica.22

En opinión de Patricia Funes, es un rasgo de la figura del intelectual la producción de discursos secularizados sobre el orden político y cultural (64). Podríamos concluir, entonces, que las reflexiones de Ingenieros sobre el amor, que cobrarían forma en su libro póstumo e inconcluso y de las cuales hemos analizado la primera parte, dada a conocer parcialmente en la revista Nosotros en el año de su muerte, estaban orientadas a aprovechar el potencial crítico de la filología para sentar las bases de un discurso secularizado sobre el orden afectivo, sexual y social.

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Notas

* Artículo de investigación.

1 De aquí en más, TA.

2 En particular, las conferencias del curso sobre Psicología de los sentimientos que Ingenieros dictó en 1910 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

3 La encuesta completa se reproduce en este mismo artículo (Pierini 61-63).

4 Nosotros fue una revista mensual publicada en Buenos Aires y subtitulada “Revista de Letras, Artes, Filosofía y Ciencias Sociales”, aunque sus temas eran predominantemente literarios. Su cantidad de páginas se fue incrementando desde unas 60 hasta 150. Tuvo una primera época, entre 1907 y 1934, y una segunda, desde 1936 hasta 1943. En total se publicaron 393 números. Sus directores fueron Roberto Giusti y Alfredo Bianchi. Entre setiembre de 1920 y marzo de 1924, Giusti fue sustituido por Julio Noé. La revista se sostuvo con las suscripciones y los avisos publicitarios de entidades relacionadas con la cultura (librerías, colegios, conservatorios, editoriales, casas de música) y desde 1912 se formó la Sociedad Cooperativa Nosotros, presidida por Rafael Obligado y que, paralelamente a la revista, editó una serie de libros de autores nacionales. A fines de la década del veinte, Nosotros tenía agencias en París y Madrid, así como en localidades de los Estados Unidos, México, Uruguay, Chile, Bolivia y Brasil, sin contar sus redes de venta y distribución en el interior de la Argentina. No hay cifras exactas del tiraje, pero se lo estima no superior a los mil ejemplares. Nosotros defendía la profesionalización de los escritores y una lógica de legitimación autónoma del campo literario, como se puede apreciar en sus editoriales en relación con el otorgamiento de premios nacionales de literatura, por ejemplo. A pesar de declararse apolítica, Nosotros tenía en su eje de productores un núcleo de figuras afines al socialismo, como Augusto Bunge, Antonio de Tomasso, Ricardo Sáenz Hayes y sus dos directores, que reconocían un papel magisterial en Alfredo Palacios y José Ingenieros. De hecho, Roberto Giusti llegó a ser concejal municipal y diputado nacional por el socialismo. De vocación latinoamericanista, la revista acogió tempranamente la producción de José Enrique Rodó y Pedro Henríquez Ureña, entre otras figuras, y sus oficinas fueron el espacio donde se celebraron las reuniones en las que se concretó la Unión Latinoamericana. Se la inserta en una tradición cuyos modelos fueron La Biblioteca, de Paul Groussac (1896-1898) y El Mercurio de América, de Eugenio Díaz Romero (1898-1900) y, entre las europeas, estuvieron la Revue des Deux Mondes o el Mercure de France. En torno a sus directores Bianchi y Giusti, y asistidos por hombres de una generación anterior (Payró, Becher, Díaz Romero, Rafael Obligado, etc.), se agrupó en esos momentos una promoción de jóvenes que sería más tarde la “generación de Nosotros”. Banchs, Gálvez, Melián Lafinur, Rafael Alberto Arrieta, Arturo Capdevila, Julio Noé, Alberto Gerchunoff, Evaristo Carriego, y tantos otros, integraron ese grupo diverso, que precedió al movimiento vanguardista que surgió alrededor de 1920. Frente al diletantismo en las letras de algunos de los predecesores de la generación anterior, este grupo privilegiaba cierto perfil profesionalista en relación con la producción cultural y fue así que Nosotros se constituyó en un referente del proceso que había impulsado el desarrollo de un mercado de bienes simbólicos que articulaba formas de sociabilidad, una creciente profesionalización, la gestión de las primeras empresas editoriales nacionales y el fortalecimiento de las instituciones y de los mecanismos de legitimación intelectual. Para esta información, véase Prisley y Prislei (Nosotros y la ‘Nueva generación’”), Lafleur (13-14, 34, 59-61, 144-145), Pereyra (I: 44, 61, 150; III: 274-275), Ulla, “Nota preliminar” (7-14), Rivera (59-62).

5 Esta es la tesis central del estudio de Verónica Delgado. Sobre Nosotros, véase especialmente el capítulo III (317-456).

6 Algunos colaboradores de ambas revistas eran compartidos, como se demuestra especialmente en la sección de reseñas bibliográficas de la Revista de Filosofía, en especial hasta 1923, año en que se hizo cargo de la sección Aníbal Ponce. Para un análisis más detallado de esta cuestión, véase Fernández (“A través”).

7 Roberto Giusti nació en Lucca, Italia, en 1887. Luego se nacionalizó argentino. Alfredo Bianchi nació en 1883 en Rosario, Argentina, de padre italiano y madre entrerriana. Sobre la vinculación entre la revista Nosotros y los ámbitos universitarios, con eje en figuras de orígenes italianos, véase “Los tanos de Filosofía y Letras” de Smolensky (485-488).

8 Los colaboradores del número de homenaje fueron Ernesto Mario Barreda, Gregorio Bermann, Marcos Manuel Blanco, Augusto Bunge, Mallarino E. Carrasquilla, Alfredo Colmo, Helvio Fernández, Baldomero Fernández Moreno, Homero Guglielmini, Vicente Martínez Cuitiño, Enrique Méndez Calzada, Gabriel S. Moreau, Enrique Mouchet, Arturo Orzábal Quintana, Alberto Palcos, Luis Pascarella, Roberto J. Payró, Pelele (Pedro Zavalla), Ernesto Quesada, Juan P. Ramos, Luis Reissig, Antonio Sagarna, Eduardo Schiaffino, Francisco Soto y Calvo, Emilio Suárez Calimano, Folco Testena, Carlos Trejo Lerdo de Tejada, Miguel de Unamuno y Juan Antonio Villoldo.

9 Las contribuciones previas firmadas por Ingenieros, sin contar artículos suyos que se reprodujeron por años tras su muerte ni las frecuentes reseñas o comentarios de trabajos de su autoría, fueron las siguientes:
Sobre el amor”, fragmentos del libro Al margen de la ciencia (año 2, vol. 2, n.º 12, pp. 384-389, julio de 1908).
El renacimiento cultural de Cataluña” (año 8, vol. 15, n.º 64, pp. 123-144, agosto de 1914).
Un moralista argentino”, reproducido de la Revista de Filosofía (año 10, vol. 24, n.º 91, pp. 220-226, noviembre de 1916).
Ideales viejos e ideales nuevos” (año 12, vol. 29, n.º 109, pp. 5-23, mayo de 1918).
La psicología de Hispano-América”, crítica sobre Nuestra América de Carlos Octavio Bunge (año 12, vol. 29, n.º 111, pp. 397-398, julio de 1918)
El deán Gregorio Funes”, del libro La evolución de las ideas argentinas (año 12, vol. 29, n.º 112, pp. 449-458, agosto de 1918).
Significación histórica del maximalismo” (año 12, vol. 30, n.º 115, pp. 374-389, noviembre de 1918).
Traducción del “Himno a Satán” de Josué Carducci, bajo el seudónimo de Francisco Javier Estrada (año 13, vol. 32, n.º 123, pp. 436-443, agosto de 1919).
La psicopatología en el arte”, conferencia inédita (año 14, vol. 34, n.º 129, pp. 145-162, febrero de 1920).
Terruño, patria, humanidad” (año 14, vol. 35, n.º 135, pp. 417-427, agosto de 1920).
Las fuerzas morales de la revolución”, (año 15, vol. 37, n.º 140, pp. 5-21, enero de 1921).
Una carta de José Ingenieros”, reproducida de El Fígaro de La Habana (año 16, vol. 42, n.º 160, pp. 137-138, setiembre de 1922).
Por la Unión Latinoamericana” (año 15, vol. 42, n.º 161, pp. 145-158, octubre de 1922).
“Encuesta sobre cooperación intelectual”, reproducida de la Revista de Filosofía (año 17, vol. 44, n.º 170, pp. 419-423, julio de 1923).
En memoria de Felipe Carrillo” (año 18, vol. 47, n.º 181, pp. 137-152, junio de 1924).
La reconquista del derecho de amar” (año 19, vol. 49, n.º 188, pp. 5-12, enero de 1925).

10 La filología fue una ciencia moderna que se desarrolló primeramente en Alemania, al amparo de los estudios históricos, y que fue impulsada por la conquista europea de las sociedades no europeas. Entre sus hitos descollaron las investigaciones de sir William Jones sobre el sánscrito (1786) y el desciframiento de Champollion de los jeroglíficos egipcios (1824) o de la escritura cuneiforme por parte de Rawlinson (1835). Pero, sobrepasando descubrimientos, descripciones y clasificaciones, la filología alcanzó, en manos de eruditos como Franz Bopp y los hermanos Grimm, el rango de una ciencia social propiamente dicha, es decir que logró enunciar leyes generales aplicables a un campo al parecer tan difícil de sistematizar como el de la comunicación humana. Y estas leyes eran de tipo históricas, comparativas y evolucionistas, lo cual permitió esclarecer el parentesco de los idiomas indoeuropeos, así como la certeza de sus transformaciones históricas. En palabras de Eric Hobsbawm, la filología fue la primera de las ciencias que consideró la evolución como su verdadera esencia, cuyos practicantes siempre confiaron en que la evolución del lenguaje debía explicarse por leyes lingüísticas generales, análogas a las científicas, cuyo supuesto metodológico, compartido con la arqueología, era que la historia podía reconstruirse a partir de los fragmentos de épocas pasadas. Renán comparaba la labor del filólogo con la de un geólogo y predicaba que el primero debía ocuparse del lenguaje no en su esse sino en su fieri (Renán, El origen 8-9, 42). Para el mismo Renán, la filología era una forma de poder, y para figuras como Menéndez y Pelayo o Nietzsche constituía un ejemplo acabado de las disciplinas científicas del siglo XIX (Hobsbawm 289-291; González 16-18, 28-29). Por otro lado, el racismo intrínseco a la filología y la lingüística comparada de 1800 reaparecería en la antropología y la frenología darwinistas (Said 99).

11 “Language still bears the impress of the earliest thoughts of man, obliterated, it may be, buried under new thoughts, yet here and there still recoverable in their sharp original outline. The growth of language is continuous, and by continuing our researches backward from the most modern to the most ancient strata, the very elements and roots of human speech have been reached, and with them the elements and roots of human thought”.

12 “Let us go on to Mythology. If Mythology is an old dialect, outliving itself, and, on the strength of its sacred character, carried on to a new period of language, it is easy to perceive that the historical method of the Science of Language would naturally lead here to most important results”.

13 “the manner of handling [the keys to mythology] can only be learnt from comparative philology”.

14 Theodor Gomperz (1832-1912), austríaco, fue un prestigioso filólogo, conocido por su traducción de los manuscritos de Herculano y por su serie de libros sobre los pensadores griegos, en cuatro volúmenes (1901-1912), lo que significó un aporte valioso para los estudios filosóficos. Es un caso que ejemplifica cómo el saber filológico era crucial para la exégesis filosófica. Del mismo modo, su estudio, filológico, de los papiros de Herculano (papiros carbonizados que se encontraron en las ruinas de una de las ciudades tapadas por la afamada erupción del Vesubio del año 79 d. C.), lo autorizaba a reformular el estudio de la filosofía epicúrea.

15 Entre las obras mencionadas como sus fuentes por Ingenieros, se encuentran la Theogonía de los Hesíodidas (en la traducción de Leconte de Lisle), Las rapsodias de los Orfidas (que confiesa no tener a mano), los himnos órficos (en la traducción de Leconte de Lisle), la Ilíada de los homéridas, la primitiva hímnica griega, De rerum Natura de Lucrecio, el Rig Veda, el Ramayana, Los trabajos y los días de Hesíodo, las Vidas de Diógenes Lercio, Las aves de Aristófanes, el Simposio de Platón.

16 “The smell of a flower teaches the primitive man that there are objects not the less real because they evade his sight and touch. The wind, whose material nature he can but partially understand, makes him acquainted with objects that can be felt, but not seen. Shadows, that contain the outline of an object without its material resistance, and still more the coloured images reflected in a sheet of water, bring astonishment and confusion to the mind of primitive mind. In both instances he is aware of something precisely resembling the material object, which yet mocks his endeavor to seize it and touch it. Dream-pictures serve but to increase his confusion. […] Thus he is driven to the conclusion that, like perfumes and winds, shadows and reflections, they were the souls of things”.

17 Recordemos además que en todo el TA es importante la influencia de Theodule Ribot (1839-1916), tanto por su libro Psicología de los sentimientos (1896, primera edición francesa), que dedica un capítulo al instinto sexual, su fisiología y desviaciones, además de analizar los sentimientos morales y sociales, como porque era el director de la Revue Philosophique, modélica para la Revista de Filosofía de Ingenieros. También fue Ribot quien colaboró con la difusión de los estudios sobre Schopenhauer, al dedicarle un libro, Filosofía de Schopenhauer, en 1874, que reactualizaba los debates en torno del filósofo alemán.

18 El tema está desarrollado en detalle en el ensayo 44, que precisamente se titula “Metafísica del amor sexual”, en El mundo como voluntad y representación (Schopenhauer, El mundo II: 584-621).

19 Schopenhauer se apoyaba explícitamente en Kant y en Platón, pero también tuvo influencia en él la especulación metafísico-religiosa del budismo, a cuyo estudio se había dedicado.

20 Al decir de Edward Said, la misma filología había nacido como una operación de secularización sobre un corpus de textos sagrados, que fueron tomados como objeto del orientalismo moderno (122). En su estudio sobre el origen del lenguaje, Renán atribuye asimismo un papel sustancial a una serie de filólogos que trabajaron de modos diversos, pero teniendo como plataforma cognitiva básica la idea de que el lenguaje es obra del hombre. Así, figuras como Schlegel, Bopp, Guillermo de Humboldt, Jacobo Grimm y Burnouf “fundaron definitivamente la ciencia experimental del lenguaje” al enfrentarse a la teoría del lenguaje como revelación (El origen 51).

21 La voluntad de poder reúne los últimos escritos de Nietzsche, del año 1888, ordenados póstumamente por su hermana y publicados en 1901.

22 Un dato interesante que complejiza la relación de Ingenieros con la filología es que, precisamente, la legitimación al amparo de la filología resultó una divisoria de aguas entre el proyecto editorial que por esos años llevaba adelante nuestro autor, La Cultura Argentina (1915-1925), y la propuesta alternativa de Ricardo Rojas, la Biblioteca Argentina, dos proyectos editoriales atravesados por las polémicas en torno al nacionalismo. La colección seleccionada por Ingenieros, publicada en impresiones de tirada masiva y en un programa diferenciado del llevado por adelante por Ricardo Rojas, era cuestionada por este último, quien esgrimía, precisamente, su saber filológico para autorizar su posición como intérprete privilegiado de los orígenes de la nacionalidad. Rojas hacía hincapié en la necesaria institucionalización de los textos seleccionados en un canon nacional por medio de disciplinas específicas y de metodologías críticas, es decir que empleaba la filología como un arma de control político de utilidad directa contra el desarrollo del nacionalismo de Ingenieros, cuyo emprendimiento cultural era criticado por haber publicado los volúmenes seleccionados sin los necesarios recaudos filológicos (Degiovanni, “La invención” 2005). Sobre el proyecto editorial La Cultura Argentina y su definición ideológica, véase Degiovanni (Los textos de la patria) y Merbilhaá.

Notas de autor

a Autora de correspondencia. Correo electrónico: cristinabeatrizfernandez2021@gmail.com

Información adicional

Cómo citar: Fernández, Cristina Beatriz. La filología como estrategia de secularización en el Tratado del amor de José Ingenieros. Cuadernos de Literatura, vol. 28, 2024, https://doi.org//10.11144/Javeriana.cdl28.fesa

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