Sección de poesía del Dossier: Las plantas en el pensamiento y la literatura latinoamericana *
Poetry section of the Dossier: Plants in Latin American thought and literature
Maricela Guerrero , Ashle Ozuljevic Subaique
, Mónica Nepote
, Tania Ganitskya
Sección de poesía del Dossier: Las plantas en el pensamiento y la literatura latinoamericana *
Cuadernos de Literatura, vol. 29, 2025
Pontificia Universidad Javeriana
Maricela Guerrero
Escritora independiente, México
Ashle Ozuljevic Subaique
Universitat de Barcelona, España
Mónica Nepote
Investigadora independiente, México
Tania Ganitskya a tganitsky@javeriana.edu.co
Pontificia Universidad Javeriana, Colombia
Poemas del amor arbóreo
Maricela Guerrero
desde la azotea, amor, los árboles:
distinguirlos como el rostro del amado entre las multitudes.
docenas de pinos, fresnos, truenos, pirules, palmeras
sobresaliendo:
no un bosque
algo menos proliferante, amor,
eran la forma de las hojas
y los sueños:
viento puro llevándose el veneno:
montañas y volcanes a lo lejos.
eso, amor, era el amor y nuestra orilla.
mi amor
tenía
raíces,
tronco,
ramas,
hojas,
frutos
y savia nutricia
recorriéndome
en una apretada semilla
expandiendo
una búsqueda incesante:
aire
hasta que se plantó en la tierra virgen que un día fue mi corazón
desconocido:
laderas húmedas para ser exploradas,
bosques emergentes
y haces de luces
en las noches tristes de la infancia:
a veces miedo, mucho miedo
de las formas,
del viento y su veneno:
aguijón y pena
mi amor, amor, se plantó
y resiste,
se transforma
entre el miedo y el coraje
en corazón,
en aras de un lenguaje que lo nombre,
amor.
mi árbol,
amor,
era
un amor
reverberante
tornasol en hojas verdes que viraban de esa extrema
luminosidad hasta
el amarillo ocre
del contundente cambio
de temporada:
tronco y ramas, amor,
abriendo los brazos en señal de duelo y despedida.
como esa noche agria, amor,
como ese rencor que tomó forma en roca y sedimento
como esas palabras, amor,
que nos estrellaron
en la playa de un lago salado y seco
en la catástrofe
de un universo que se encoge.
mi árbol,
amor,
un día solo fue una astilla
y dolor en la garganta.
mi amor, árbol,
reverdeció sedoso: un brote, amor,
breve y propicio
y quise llamarlo bosque
con la esperanza
de amarnos intensamente, amor,
en un mundo sin orillas.
Botánica
Ashle Ozuljevic Subaique 1
Carica Papaya
Hoy ha muerto el papayo de mi casa
por el exceso de agua caída en su esquina,
se ha podrido
confirmo
cuando salgo a jugar con el perro que nos adoptó
trepo a la pared vecina para rescatar
los últimos frutos maduros
que más tarde mi hermana
usará como perfume de auto
y que ahora penden del ápice del tronco
allí
en su cima
las hojas aglomeradas y alternas
parecen no enterarse de su expiración
mientras desde la base
la podredumbre emerge e inunda el espacio
se propaga por los alrededores
calcinando
la vida que en torno lucha
se lo cuento por teléfono:
se
ha
podrido
el
papayo
por
exceso
de
agua
y agua se le hace la boca
por decirme
que no todos los seres
necesitan tanto líquido
tantos cuidados
tanta atención
anoto mentalmente
que no todos los árboles,
por decir algo,
soportan
la hidratación excesiva
mis celos de madre primeriza y solitaria.
Insiste en que aprenda
esta lección de botánica:
tanta vigilancia y esmero
ha terminado por aniquilar al papayo de casa
yo callo
y pienso
con la boca también aguada
que
no era al papayo al que yo regaba
sino al jazmín
vecino delicado y cómplice
a cuyo costado me siento
para aserruchar el tronco del árbol extinto
y embolsarlo como basura
sus rubias raíces podridas cuelgan pesadas ofreciéndose a Wulf,
quien mastica las hebras, aumentando la fetidez de su aliento animal.
Mientras,
glorificando la vida,
en el espacio que carica papaya ha dejado
yacen semillas y restos vegetales de casa
compost o carnaval medieval en el fondo del jardín:
alguien debe morir para que otro nazca
totalidad que precisaba desocuparse para volverse a llenar
sepulto al papayo entre filosofías baratas
y riego con mensajes el hueco que ha dejado:
palabras movidas por el aire rancio de su descomposición
hechizo flotante
nacerán campos enteros gracias al espacio vacío
del papayo y de quien escuchaba al otro lado de la línea,
solo la tierra basta
y la vastedad de las palabras.
De cuidados de un jardín
Dejarle la flor a la planta
permitir que se transforme en fruto
sabiendo que eso detendrá su crecimiento
hacia dimensiones magníficas
ramificándose hasta invadir todo
jardín y continente
transformar el ardor en plena avalancha, hacer
que el amor inhiba su crecimiento para que mute
desde la euforia del deseo
a la energía latente y contenida del botón
dejar
que a su ritmo se vaya abriendo pétalo
a pétalo
el germen de quizás qué
observar que el pecho encuentra sosiego
bajo la luz oceánica
sin viento ni sonido ni movimiento siquiera
verlo venir entre la marea
de yerbas que pinta el monte
distinguir su gozo cobijado
en la certeza de calma
suave inmersión
en la dicha húmeda de la selva
oleaje o mujer
sonríe atravesado por la luz de la costa
sus ojos vegetales contactados conmigo
entre la espesura de algas y muscínea
reafirmo:
dejarle la fruta al tallo
y a su geotropismo negativo
confiar
así lo designan los meristemas apicales
preferimos frutales siempre
a eudicotiledóneas arbóreas
permitir que lo voluptuoso
que el mareo libidinal
caiga cual hoja seca para abonar los brotes tímidos
que a su ritmo van tanteando el solcito que baña el puerto
la calma al salir de la rompiente para yacer en la arena
albor ultramarino
hey
el tiempo cesa
y enmudece
bajo la ola
hundidos
suspendíamos la superficie por cuarenta y ocho horas
acostumbrados a crecer en el diluvio
lospterocarpus officinalis
la humedad que le dejaba sobre el pecho
en esa habitación de cara al Pacífico
el torrente de mi semilla
cuando desde dentro
sentía aproximar
la suya
mientras me pedía
que lo riegue
que lo empape
que lo inunde.
Las plantas son mi médium
Mi madre murió en febrero, vivió casi cien años. Fue una madre joven y tardía, la primera para mis hermanos, la segunda para mí. De ella aprendí, sin notarlo, una forma de arraigo que nunca tomé en cuenta hasta su ausencia. Nunca pensé que las plantas serían la forma de prolongar una conversación, lo descubrí de a poco, cuando desde un lugar muy hacia abajo en la estratigrafía de la memoria se activaron estas remembranzas.
Ellas son, pues, las que me llevan de la mano hasta el lenguaje. Aquí me encuentro cobijada en la tierra y la humedad, recibiendo historias, alargando el cuerpo hacia la luz y los nutrientes. Todo lo que soy es por las plantas.
Azalea
Alguien me habló de los ires y venires
de las macetas en el patio de una casa legendaria
de voces ancestrales, de espacio tejido, de ovillo y aromas.
Alguien más dijo que el barro y la raíz
ocultaban en realidad a dos vigías.
¿Puede una planta ser ese brote de memoria?
¿Es su movimiento lento parte de la historia
de un linaje que dice enredo de sangre y savia?
Alguien más pensó en ellas como el espíritu
de las abuelas
alguien más les atribuyó cualidades de vigilia
alguien más habló de una transformación
de una voz propia de las plantas en una sonoridad más sutil.
Hundo mi dedo en su tierra en un gesto irreflexivo
logro verlas, reconozco los muebles
Hablo con ellas pero no logro que me miren.
¿Cómo sacar hijos de las azaleas?
Acantos
Sabemos que la palabra transparencia tiene sus tensiones en los lares del lenguaje. Pero, en mi propia historia, abre una ventana en la ventana. A una forma de tener contacto sin tenerlo, como es ahora.
La escena es casi una imagen fílmica. La memoria se parece tanto a los materiales que tocamos: un acetato de película, colores deslavados, una irrupción de luz y sombras.
¿Cómo afirmar que algo pasó si no hay un testigo? Una breve constancia del paso en una superficie.
De manera que estamos tú y yo, separadas por un vidrio transparente (otra vez el término, te dices). Para evocar es necesario pensar todo el tiempo en las lecciones, vocabularios, evocar al fantasma de mi madre deslizándose en el tiempo como si fuera una película.
Estamos separadas por un vidrio.
Tú, regando los acantos, esas hojas inmensas que me ocultan de tan niña, esas hojas que me arropan —aún lo hacen— si las encuentro en un jardín botánico. Pienso en ti y en la oscuridad de las cosas que se alejan, en la distancia cada vez más larga para acudir a eso que fue semilla.
De un lado esa niña espera nuestro juego: la sonrisa, el gesto de la mano que eleva la manguera a la altura de los ojos, la sintonía. En esa suspensión de la incredulidad ¿logrará el agua traspasar el límite del vidrio?, respiro y espero. El chorro de agua se esparce, pequeñas gotas refractan nuestra imagen, entre plantas milenarias somos una vez más, felices en lo simple.
Así es ahora hablar contigo, ser niña otra vez a la espera del chorro del agua, espero. Los acantos, sus flores, tú no has llegado, así será volver a verte un día.
Semillas de papaya
Mucho se dice de ser vieja, pero todas las palabras suelen ser duras y mordaces.
Una vieja me dijo que la vejez es ser semilla, ya no la flor, ya no el fruto,
la semilla que deja palabras para otras manos, la semilla que sorprende en
esa pequeña forma de la multiplicidad.
Mientras pensaba en estas cosas, aquel día de sol me contaste con risa y con sorpresa cómo, por pura ociosidad, lanzaste las semillas a la tierra. Esa sonrisa en tu rostro con un pequeño árbol cargado de frutos, como un pequeño ciclorama tridimensional.
Y los desayunos de los días siguientes fueron ese atarse otra vez de una manera instintiva a la tierra y su prodigio. Qué cadena se rompe en la cadena, me dijiste.
Qué forma de volverte pura vida, siempre.
Rosal
La mano de Angelina con las plantas no era cosa de leyenda, era algo cotidiano, una cuestión “natural”. Algo que compartía con las suyas: sus hermanas y su madre. La presencia de las plantas en patios o jardines de las casas que habitaron no era una cuestión caprichosa. Mi vida siempre estuvo puntuada por presencias verdes que apenas percibía de su tanto estar ahí, siempre, continuas. Es curioso cómo la vida en la infancia es algo que forma parte de una vista panorámica. Sí, ahí están, junto a las mesas, la sala, cerca de la ventana, dialogando con la luz (y con el aire).
Era verano. Llegué al jardín. Nada nuevo en los alrededores. La hermana de mi madre, Lucera, para todas las suyas. Su voz amplifica mi atención notando una presencia en el fondo del paisaje conocido.
Ese rosal lo plantó Tita (la abuela) cuando naciste. El jardinero lo ha querido quitar muchas veces, pero no lo dejo. Naciste una tarde, al día siguiente Tita ya había hecho las labores de enraizarlo en la tierra.
Mi gemelo, mi compañero, mi guardián vegetal.
Me nació el amor, a lo similar pero disímil. Entendí, sin saber, algo que muchos años después —incluso más que la vida del rosal, pues en algún momento del declive de la vida de Lucera, el jardinero cumplió con palabra: quitó el rosal— leería en Michael Marder, una idea que dice más o menos: las plantas del lugar donde nacimos o crecimos quedan como archivos, nosotros migramos, ellas se quedan, algo nos resguardan en su fijeza.
Esa es o fue mi historia vegetal.
Reencarno en el rosal que fue arrancado, en el arranque de la rosa, en la suave y sutil acción de tocar una y otra vez la misma música: la brevedad de la vida, la rosa palideciendo, el marchitar.
El único agregado para mí es pensar que todo es vida y muerte, ese binomio que negamos con el vano afán de prolongar, sujetar las vidas a un aferrado continuar. Una idea necia pero humana, seguir a pesar del dolor, no querer desarraigar.
Las plantas son, sabemos, pura raíz, esa es su clave.
Asirse al suelo y en su inmovilidad, extenderse buscando el sol. Fabricar su propio alimento y esa forma sutil de bailar la danza de la colaboración con sus polinizadores.
Ser esa semilla que sobrevive en el estómago, reproducirse por el viento o el fuego, guardarse hasta saber cuándo brotar.
Mi vida y mi cuerpo no serán esa prolongación, por más que sepa que descendencia es continuar, o que escribir es legar. No sé.
Queda mi voz aquí atrapada en estas letras que forman parte de un archivo, quién sabe si mañana los servidores fundan sus circuitos o si serán desconectados. Mis archivos no son lo que soy, mis papeles impresos tampoco, son parte de transitar por aquí como una ligera brizna que busca llegar a una tierrita.
Si germino, será bajo otra forma, como dicen los yoeme. Podré ser una pelusa que va y viene, un pájaro que también morirá, un hueso que se va absorbiendo por el suelo. Vaya, ser suelo es la forma más sencilla de permanecer. El eterno retorno a ser tierra, descomponer los átomos de calcio y dejar que el resto se haga solo, como la escritura del viento y el agua, oxidación, erosión, palabras que me cobijan, polvo y arena. Esa es mi voz, al final, que imita el tiempo de la tierra, los ciclos y las nubes en su continuo ser lluvia, agua que se filtra y evapora. Regar otros rosales, ser otras madres, iniciar los ritos de la alimentación, perseverar para volver a morir.
PRUEBAS PARA EL INFINITO
Tania Ganitsky
‘Hay que ponerle pruebas al infinito a ver si resiste’
— Roberto Juarroz
I.
La mano erosionada
escribe una nueva memoria
de las formas.
Dice que
lo que amenaza no es el olvido
sino la pérdida,
que el olvido es un camino posible que toma la pérdida,
y el recuerdo, otro.
La desaparición es el desastre común.
En el olvido la desaparición es rotunda,
el germen
de comienzos inconexos — una separación ontológica,
lo que nace del olvido nace distinto a….
en lugar de nacer-con.
En la memoria la desaparición son residuos,
fósiles que desenterramos
para cuestionar el orden de la huella:
Hay huellas que no coinciden con su pie.
Hay huellas que se anticipan a su pie.
Hay huellas que fabrican su pie.
Hay huellas que son más pie que el pie 2 .
Cuestionar el orden de la huella con el desorden
de la huella
es el único camino para llegar a pie
a fósil
a caracol
a amonites
a hueso
a una nueva memoria de las formas.
A nacer-con.
II.
La mano erosionada
escarba la arena
con los dedos untados
del tinte azul
que escurrieron las medusas
muertas en masa
a orillas de un cráter
que era imposible
y ahora es eterno.
Mientras escarba
buscando
los sedimentos perdidos
recita:
Se llegó al límite del amor.
Se llega al límite del amor.
Al límite del amor se llega.
III.
Existe también lo que desaparece sin perderse.
La mano erosionada
escarba el futuro.
Hace un hoyo y siembra
una totuma con agua.
La cubre
con puñados de tierra,
después la golpea con un palo
para despertar
el baile reproductivo
del agua enterrada
y recita
una antigua oración.
Cuando termina el ritual,
nos mira a los ojos y dice:
En unas semanas aparecerá
una manita,
un nacimiento
cerca de donde sembré
el agua,
esperar nomás.
IV.
La mano
se desgasta en el trabajo
editando unos videos
de campesinos reelaborando recuerdos
de
frailejones, lagunas,
lunas, incendios,
ovejas, curas,
encantamientos indígenas,
retiros espirituales,
sus problemas de salud
causados por
subir todos los días de la vida
el monte
para trabajar en tierras de otros
los cultivos ilegales
en las reservas forestales
de un complejo
de páramos.
Léxico: papa, cebolla, cadera, laguna brava, laguna negra, rodilla, sisbén, embrujada, nieto, hijo, barro, silencio, menguante, llena, duro.
Recibe señales y
deja de emitirlas.
Le ordenan reposo absoluto,
si no fuera por la erosión,
la lesión habría sido más leve.
V.
Con telepatía continúa escribiendo
una nueva memoria de las formas
(estas palabras no están donde te da seguridad encontrarlas).
En el fondo desea poder escribir
con telequinesis,
moviendo cosas con la mente tectónica,
en lugar de nombrarlas.
Como la hija de Stalker,
nacida con la magia de lo informe,
por la contaminación de la Zona,
esa instalación extraterrestre
que nos recuerda que
el paisaje es una percepción,
se define como
una percepción
y el espacio es otra cosa — insondable —
que se chupa el tiempo cuando
el tiempo no se lo chupa a él,
aunque quieran mantenerlos separados
nacidos del olvido — inconexos.
VI.
Súplica de la mano incapacitada:
Mover cosas con la mente
hasta ponerlas donde digan
lo que nace-con,
hasta que las cosas se vuelvan la huella
que fabrica el pie.
Notas
*
Sección de poesía
1
Estos poemas hacen parte del libro Botánica, publicado por las editoriales
independientes Liliputienses, en España (2000), y Oxímoron, en Chile (2023).
2
Versos de
Roberto Juarroz.
Notas de autor
aAutora de correspondencia. Correo electrónico: tganitsky@javeriana.edu.co
Información adicional
Cómo citar: Guerrero, Maricela, Ashle Ozuljevic Subaique,
Mónica Nepote y Tania Ganitsky. “Sección de poesía del Dossier: Las plantas en el pensamiento y
la literatura latinoamericana”. Cuadernos de Literatura, vol. 29, 2025. https://doi.org/10.11144/Javeriana.cdl29.spdp