Reversiones del naturalismo rioplatense en Samanta Schweblin y Fernanda Trías, narradoras del nuevo milenio *
Reversals of River Plate Naturalism in Samanta Schweblin and Fernanda Trías, Storytellers of the New Millennium
María de los Ángeles Romero Rostagno
Reversiones del naturalismo rioplatense en Samanta Schweblin y Fernanda Trías, narradoras del nuevo milenio *
Cuadernos de Literatura, vol. 29, 2025
Pontificia Universidad Javeriana
María de los Ángeles Romero Rostagno a mariaromster@gmail.com
Universidad de la República, Uruguay
Recibido: 15 noviembre 2023
Aceptado: 10 julio 2024
Publicado: 15 diciembre 2025
Resumen: En el pórtico del siglo XXI, la escritora argentina Samanta Schweblin, con la novela Distancia de rescate (2014), y su homóloga uruguaya Fernanda Trías, con Mugre rosa (2020), ficcionalizan historias en las que lo monstruoso coexiste con el ser humano y su medio ambiente. Este artículo propone una hermenéutica comparada de las novelas seleccionadas como contrapartida de los discursos retórico-naturalistas de la narrativa rioplatense del siglo anterior. Teorías ecocríticas y biopolíticas procuran dar un marco teórico renovado a las nuevas estéticas del horror. Las voces femeninas que conducen las respectivas historias exponen un mundo inquietante y apocalíptico, en el que no se avizora un futuro esperanzador.
Palabras clave:literatura rioplatense, narradoras latinoamericanas del siglo XXI, ecocrítica, literatura del Antropoceno, narrativas del horror.
Abstract: At the threshold of the twenty-first century, Argentine writer Samanta Schweblin, in her novel Distancia de rescate (2014), and her Uruguayan counterpart Fernanda Trías, in Mugre rosa (2020), fictionalize stories where the monstrous coexists with the human being and its environment. This article proposes a comparative hermeneutic reading of the two novels as a counterpoint to the rhetorical-naturalist discourses of the River Plate narrative in the previous century. Drawing on ecocritical and biopolitical theories, it proposes a renewed theoretical framework to the new aesthetics of horror. The female voices that lead these narratives reveal a disturbing and apocalyptic world, in which the possibility of a hopeful future is foreclosed.
Keywords: River Plate Literature, Latin American Narrators of the Twenty-First Century, Ecocriticism, Literature of the Anthropocene, Narratives of Horror.
Introducción
El actual boom de la literatura escrita por mujeres —término controversial que ha causado malestar entre muchas escritoras 1 — se ha hecho sentir en la producción literaria contemporánea y parece ser una explosión editorial que, lejos de menguar, está en permanente crecimiento. Estas voces femeninas del nuevo milenio resuenan en diferentes medios culturales, inaugurando tanto nuevas estrategias discursivas y temáticas como herramientas para el abordaje teórico, posibilitando una lectura situada en las nuevas estéticas. Nombres como Nelly Richard, Josefina Ludmer, Francine Masiello, Mabel Moraña, Rita Segato y Gisella Heffes marcan el camino de apuestas teóricas que nos interpelan, para dimensionar el hecho literario desde diferentes perspectivas que abren el horizonte hermenéutico. En este contexto de ebullición creativa emergen, entre muchas otras, las narradoras Samanta Schweblin y Fernanda Trías: voces consagradas dentro del circuito rioplatense que nos ocupa en este artículo.
Estas escritoras, junto a otras de su generación, han creado propuestas narrativas que funcionan como herramientas poético-políticas para denunciar mecanismos de opresión, desigualdades, violación de derechos y dominación de cuerpos y territorios. Por otra parte, el discurso clásico del género del horror subyace en las atmósferas espectrales, los parajes solitarios y las casas habitadas por seres anodinos o monstruosos, así como en los hallazgos macabros y los acontecimientos inusuales en medio de lo cotidiano.
En primer lugar, nos detendremos en una somera presentación de los rasgos que definieron al naturalismo rioplatense 2 en las primeras apuestas narrativas, para tender un puente con las producciones novelísticas que nos ocupan, buscando establecer parámetros comparativos entendidos como reversiones de la estética naturalista original.
En segundo lugar, se abordarán las novelas seleccionadas de Schweblin y Trías desde una hermenéutica que actualiza la mirada del hecho literario bajo perspectivas teóricas transdiciplinares que, al tiempo que amplían el horizonte interpretativo, justifican la tesis central de este artículo. Este trabajo, que forma parte de una apuesta mayor, pretende abrir interrogantes e aportar a las investigaciones sobre el tema en cuestión.
Mediante una hermenéutica dialógica, a la luz de teorías biopolíticas (Agamben) y ecocríticas (Heffes), y partiendo desde la realidad latinoamericana (Ludmer; De Leone), se lleva a cabo una lectura en el presente y desde el presente de las narrativas propuestas.
El naturalismo en el Río de la Plata
La búsqueda de identidad ha sido un tema recurrente en la literatura latinoamericana desde sus inicios. No fue fácil independizarse de la influencia del poder hegemónico que colonizaba no solo territorios sino también costumbres y tradiciones. Aunque no se pretende abordar las discusiones teóricas sobre la influencia que tuvieron, sobre los productos textuales latinoamericanos, las diferentes corrientes europeas que predominaban en el siglo XIX, es relevante considerar que la narrativa del continente americano, desde sus inicios, estableció un vínculo significativo entre el mundo novelesco y la realidad circundante.
El naturalismo francés se hizo presente en las producciones literarias de Argentina y Uruguay —entre otros países— a partir del año 1880 y hasta el primer decenio del siglo XX. La influencia del contexto extraliterario fáctico puede ser considerada como una forma de apropiación de la circunstancia histórica. Como afirma Sabine Schlickers, “la dependencia literaria está estrictamente vinculada a la dependencia económica y político-social de Latinoamérica” (22). El pensamiento de la época funciona como modelizador de la expresión narrativa, ya sea porque mimetiza el entorno o porque intenta modificarlo mediante la reflexión implícita o explícita de la realidad ficcionalizada.
Sin embargo, como lo señala la investigadora Gabriela Nouzeilles, a medida que la modernización fue avanzando en tierras americanas —particularmente en Argentina y Uruguay—, los argumentos novelescos irán evolucionando y serán, sobre todo, “respuestas simbólicas a cambios históricos y culturales concretos” (16).
Desde fines del siglo XIX, afirma Nouzeilles, el crecimiento demográfico de ambos países produjo una transformación acelerada de las ciudades y de la composición de los estratos sociales. La ola inmigratoria trajo consigo, además, un cambio de costumbres y paradigmas. El crecimiento de las ciudades causaba desasosiego en una población que buscaba firmemente definir sus rasgos identitarios para constituir las diferentes nacionalidades. Una identidad que se verá fraguada por el desdibujamiento que implicó la llegada de inmigrantes junto al crecimiento de un nuevo estrato social que la clase dominante observaba con preocupación, ese “monstruo impersonal que ella misma había ayudado a crear: la ciudad monumental, la masa anónima, la clase obrera, la liberalización de las costumbres” (17).
El concepto de lo nacional, fundamental para la creación de identidades locales, paulatinamente enlazará dos elementos cruciales: las nociones de cuerpo y territorio como una unidad simbólica. La nación será concebida, tal como lo señala Nouzeilles siguiendo su raíz etimológica, 3 como un concepto biológico acorde con el naturalismo, corriente imperante en algunos países europeos, que en Francia tuvo sus representantes en la narrativa de Zola y de los hermanos De Gouncourt.
El auge de la ciencia médica coincide con la visión positivista de los relatos naturalistas europeos del siglo XIX y, a través de su difusión, comienza a cobrar importancia en las sociedades latinoamericanas. Estos relatos ficcionales, por momentos casi documentales, trasladan la concepción de lo sano y lo patológico a la sociedad, resultando en lo que Nouzeilles denomina ficciones somáticas. Similares a las narraciones que dan cuenta de los diagnósticos médicos, estas ficciones naturalistas procuraban retratar la sociedad y sus integrantes en términos de discursos higienistas, patologizantes y legitimadores de ciertos prejuicios sociales. El entronizamiento de la salud será, en el continente americano, un paradigma modelizador para el futuro crecimiento. De esta manera, la regulación y el control de los cuerpos que conformaban el complejo entramado social latinoamericano formaron parte del proyecto utópico positivista de la época. La razón, aportada por la ciencia (nos referimos tanto a la medicina, con el inicio de los estudios eugenésicos, como a la la sociología), auguraba la conformación de una prominente e idílica comunidad.
Pero, con el pasar del tiempo, se hizo evidente que la razón y la salud no evitaban la multiplicación de patologías y desórdenes psicofísicos, sobre todo en las grandes ciudades, que paulatinamente se convirtieron en lugares donde el crimen y los vicios proliferaban entre la heterogeneidad de sus integrantes. Quedaba claro que, en realidad, no existía una consonancia total entre progreso, racionalidad y ciencia —emblema y consigna de la modernidad— que condicionara una mejoría en la sociedad, como postulaba el positivismo. En las grandes ciudades, como afirma Nouzeilles, “el fenómeno de las muchedumbres resemantizó el temor a la peste y al contagio” (45), poniendo en cuestión el paradigma imperante.
En el caótico mundo urbano de las metrópolis, donde la mezcla racial y cultural era una realidad imposible de detener, se instala el concepto de lo patológico psicofísico como una nueva forma de monstruosidad que emergía del fenómeno civilizatorio y, junto a ella, la estigmatización de los sujetos que diferían de los parámetros sociales de la burguesía.
Este es un fenómeno particularmente relevante en el Río de la Plata, en el caso de algunos escritores de la llamada “generación del 900”: baste recordar la obra de Horacio Quiroga y algunas de las piezas teatrales de Florencio Sánchez. Las “ficciones somáticas” naturalistas, sostenidas con gran apego a las realidades del contexto social e histórico que las vio nacer, incluyen la estigmatización de aquellos que constituían la contracara del patrón de lo “normal”, poniendo en riesgo la ansiada salubridad tan necesaria para la constitución de la nación y la identidad. 4
La investigadora Nouzeilles advierte que las novelas naturalistas rioplatenses intentaron imitar los modelos narrativos europeos reproduciendo prejuicios y prácticas del mundo real, constituyéndose ellas mismas en modelos discriminatorios y cuyos “finales espectaculares de lo monstruoso fijan la identidad visual de los sujetos indeseables que deben ser excluidos de la comunidad nacional”; en definitiva, proponían una aniquilación violenta de lo diferente (27).
Al mismo tiempo, es dable reconocer en la narrativa latinoamericana de finales del siglo XIX y comienzos del XX una doble tensión de fuerzas antagónicas. La revalorización de lo popular, por un lado, y de la vida en el medio rural, por otro lado, proveyó una gran cantidad de temas a los intelectuales de la época con los que se crearon imágenes atractivas de la vida natural y libre del medio rural en oposición a la vida en la ciudad. El posterior auge de la narrativa criollista, regionalista e indigenista en las primeras décadas del siglo XX dará cuenta de estas variaciones temáticas y estéticas.
En resumen, el naturalismo de origen francés parece haber sido el puntapié inicial para el desarrollo de una estética que irá adquiriendo con el tiempo sus propias marcas y dinámicas, de acuerdo con los contextos histórico-sociales y literarios que las vieron crecer y transformarse.
El siglo XXI: las voces del nuevo milenio
En la obra narrativa de Schweblin y Trías, la circunstancia coyuntural juega un rol necesario para su contextualización. A pesar de esto, no podemos dejar de percibir, particularmente en Distancia de rescate y en Mugre rosa, que la dimensión de la realidad ficcionalizada trasciende las fronteras de la lógica y se inserta en otras variables. Ya no está en juego la búsqueda de la identidad nacional, pero sí lo está la de la identidad de sus protagonistas y la salvaguarda de la de sus vástagos (propios o ajenos), en un mundo que les es hostil bajo su aparente inocuidad. Un mundo que, tanto en la ciudad como en el medio rural, amenaza con la destrucción de la vida biológica y de la estabilidad física, emocional y medioambiental.
Es posible reconocer estas novelas contemporáneas, como representaciones simbólicas que responden a los cambio culturales concretos a los que se refería Schlickers, 5 uno de los rasgos distintivos de las narraciones naturalistas decimonónicas. Los cuerpos, como sujetos materiales, contribuían en aquellas a la definición de conceptos necesarios para constituir la independencia de la nación en lo económico, lo cultural y lo político. La salubridad o la patología eran rasgos sintomáticos de una realidad que idealizaba el progreso con la utopía de un mundo mejor.
En las novelas que nos ocupan se pone en cuestión la independencia de poderes ajenos a los intereses del capitalismo neoliberal que, bajo otras formas de control sobre los cuerpos y los territorios latinoamericanos, siguen dejando soterradamente su huella.
La vinculación directa que los desastres ambientales desempeñan en la trama, marco de fondo de las historias, son consecuencia del uso indebido de los bienes naturales. Las necesidades del mercado y el avance tecnológico, que usa y abusa de la fertilidad y abundancia de las riquezas naturales, constituyen un núcleo común en la temática de las novelas que nos ocupan.
En Distancia de rescate, de Schweblin, está directamente vinculado al monocultivo y al uso de los agrotóxicos en los campos patagónicos. En Mugre rosa, de Trías, el cambio climático y el fenómeno del Príncipe son parte de las causas aparentes del desastre. Pero es posible observar que dichos eventos responden a políticas depredadoras de gran alcance que incluyen todo un desorden de la cadena alimenticia, afectando a todos los seres vivos. Todo el ciclo biológico del ecosistema que sostiene la vida se encuentra alterado y evidencia el desajuste producido por el medioambiente colapsado. Este no responde solamente a algunos aspectos de la vida planetaria, sino al sistema en su conjunto y con él se enlazan simbióticamente las emociones, las catástrofes humanas y los conflictos personales. En ambas novelistas, las consecuencias patológicas sobre los seres vivos (en particular niños y mujeres) se hacen evidentes y focalizan el vínculo naturaleza-vida en su devenir monstruoso.
También en ambas novelas las protagonistas y voces narrantes femeninas tienen un papel fundamental en el intento de preservación de la vida y en esa infructuosa lucha contra un destino que las trasciende en su humanidad. El control de los cuerpos, la ruptura del patrón de la “normalidad” y la paradójica relevancia de “lo natural”, mencionados anteriormente en relación con la novela naturalista clásica, se ven aquí amplificados y revertidos. 6 Por estos motivos, es posible la articulación de los escenarios físicos del horror y los cuerpos atormentados de estas novelas desde la óptica ecocrítica y biopolítica, herramientas que permiten abordarlas desde una nueva perspectiva focalizada en un locus aterrador, bajo la atmósfera siniestra de los efectos irreversibles de la llamada era antropocénica.
Bajo una perspectiva dialógica, este artículo propone interrogantes que exceden ampliamente las posibilidades del mismo y que son producto de un proceso de investigación mayor. ¿Es posible entender estas narrativas del hoy como reversiones del Naturalismo rioplatense en el siglo XXI, en el vínculo del ser humano y su territorio? ¿El poder hermenéutico que estas obras asignan a la literatura posibilita la comprensión del presente latinoamericano? Con la intención de abrir nuevas interrogantes y de aventurar respuestas, este estudio pretende esclarecer algunas de estas cuestiones con la convicción de que la literatura, además de ser un producto estético, es una de las tantas formas de cognición del mundo en el que estamos insertos.
Distancia de rescate de Samanta Schweblin: los monstruos que engendramos
La voz que forja el relato en Distancia de rescate (2014) se enfrenta a una situación extrema que pone en cuestión el alcance y los límites de los cuidados maternos en la complejidad del mundo actual. La realidad paradojal que se le impone a su protagonista, cuyo rol se encuentra tradicionalmente ligado al de la maternidad protectora, la obliga a enfrentarse a una situación siniestra. El espacio natural elegido para el descanso familiar —espacio distante del ajetreo ciudadano—, lejos de brindarle la anhelada paz, la enfrenta exactamente a lo opuesto de lo que ha ido a buscar. Se encierra en las entrañas de la tierra, una mortal contaminación. La aparente inocuidad del lugar abre las puertas de lo ominoso en la historia, donde la tranquilidad rural será el escenario del horror.
Josefina Ludmer acuñó un término para definir los espacios ficcionales de las novelas del presente, que se aviene a la identificación de las locaciones distópicas de las novelas que nos ocupan. Las “islas urbanas” son las formas representacionales de las ciudades y territorios latinoamericanos, donde prevalece la “extrañeza y el vértigo con cartografías y trayectos que marcan zonas, líneas y límites, entre fragmentos y ruinas” (Ludmer 130). Constituye una comunidad que, a la vez que establece límites, los desdibuja. Se puede ingresar en ella porque es abierta, es un territorio que contiene comunidades con reglas y sujetos específicos, a la vez que contiene espacios que delimitan el adentro y el afuera, lo interior y lo exterior. Forman comunidades no necesariamente familiares que reúnen grupos genéricos: enfermos, monstruos, locos, inmigrantes. Es un “régimen territorial de significación” que pone los cuerpos en relación con los territorios, al tiempo que aúna las diferencias sociales e iguala a sus habitantes en sus anomalías. Es una forma territorial que “es el escenario de otras subjetividades y otras políticas” (135). En este sentido, la novela nos instala en las políticas de producción y destrucción de la vida, del uso arbitrario de los recursos naturales y las consecuencias que dichas prácticas químicas ocasionan en los cuerpos que habitan esos territorios y la forma en que se ven comprometidas las futuras generaciones. 7
El campo contaminado de la Argentina sojera y transgénica de nuestro siglo es el espacio ficcional donde se desarrolla la trama. Construida como un relato íntimo, la historia se centra en las reflexiones y experiencias vividas por Amanda y su pequeña hija Nina durante unos días de descanso en una casa situada en el medio rural. La lectura nos lleva a dirigir la mirada hacia las fuerzas ocultas en la naturaleza que se ciernen de manera inexorable sobre sus protagonistas.
En el siglo XXI, los campos y la producción agropecuaria distan mucho de la visión nacionalista fortalecedora de la comunidad, que fue presentada al inicio del artículo como marca registrada de las ficciones naturalistas de los comienzos. No solo han cambiado los modos de producción, sino también los condicionamientos que el hábitat ha impuesto a sus moradores. Las rutas de los pueblos agrícolas han dado paso a un creciente turismo ciudadano, cuya reminiscencia de antaño sostiene la visión paradisíaca del campo como espacio de descanso y privilegio pasajeros, en el intento de eludir la locura urbana y su ritmo cada vez más dinámico.
Por tanto, la búsqueda de ese “paraíso perdido” que la protagonista de la novela de Schweblin procura como lugar de descanso se ha transformado en un sentido casi baudelaireano en un “paraíso artificial” 8 tanto en la realidad como en la ficción. La invasión de dinámicas ecológicamente demoledoras, fruto de los procesos económico-culturales del monocultivo, se han aprovechado del entorno natural actuando de manera irresponsable en el uso de los agrotóxicos. Estas prácticas “se basan en una utilización a corto plazo de la tierra productiva mediante técnicas como la siembra directa de monocultivos sin rotación” (De Leone 64). La tierra se ha transformado en un espacio degradado que ya no es posible asociar con la gestación de una vida saludable. El locus amoenus, prototipo mítico del medio natural como lugar de esparcimiento, pureza natural y buen vivir, se ve atravesado por intereses espurios que protegen las ganancias de grandes capitales nacionales y extranjeros, que, mediante el uso de modernas tecnologías genéticas, modifican los componentes naturales de los recursos y los productos, engrosando sus finanzas a costa del futuro planetario.
El pueblo al que madre e hija arriban se percibe como un lugar amenazante; la casa que han alquilado temporalmente comienza a transformarse en un lugar estremecedor. El esposo de Amanda llegará con retraso, por lo que ambas conocen inicialmente el sitio en que se albergarán en compañía de Carla, madre de David y anfitriona ocasional. Será ella quien introduzca a la protagonista en el relato angustioso de lo que, junto a su esposo y el pequeño David, han vivido en los últimos años en el campo de Sotomayor, lugar que comparten ahora temporalmente en vecindad.
Los sombríos relatos de Carla sobre lo sucedido tiempo atrás con su hijo y la extraña realidad del pueblo que habitan irán creando un clima de inquietud en Amanda, quien estará pendiente de los pasos de su pequeña Nina en todo momento. La “distancia de rescate” será la metáfora omnipresente de la tragedia. Es el límite necesario para evitar que su hija caiga en peligro ante una eventual adversidad. Según Ana María Mutis, la novela ha sido abordada desde el llamado ecomaternalism, acercamiento que vincula el compromiso de la maternidad con las luchas por el medio ambiente, así como también refiere al efecto que causan en la protagonista y en las mujeres presentes en la novela —desde la curandera hasta las enfermeras del hospital— que atienden y están presentes en la contención de los niños afectados por las mutaciones genéticas, en el supermercado, en las calles, en los recintos del hospital (Mutis 43-45).
David fue una de las víctimas del pueblo en los campos de Sotomayor, donde casi todos los niños cargan con alguna secuela física o psíquica como consecuencia de los agrotóxicos. La deformidad, la enfermedad y la muerte son parte del crecimiento de las nuevas generaciones. Los niños del lugar, pequeños engendros atravesados por el horror de la contaminación del hábitat, deambulan inertes por las calles como estigmas vivientes de la irresponsabilidad ambiciosa del mundo adulto, desencadenante de las calamidades del presente.
Amanda, preocupada, pregunta a Carla sobre el envenenamiento del pequeño David:
—¿Con qué fue que se intoxicó?
Carla volvió a hacer lo del hombro.
—Eso pasa, Amanda, estamos en un campo rodeado de sembrados. Los ves por la calle, cuando aprendés a reconocerlos te sorprende la cantidad que hay. (Schweblin 70)
Carla cuenta a su circunstancial vecina que luego del accidente recurrió, en un acto desesperado por salvar la vida de su hijo, a una misteriosa mujer experta en prácticas esotéricas, con el fin de mitigar el daño (aunque irreparable) del niño ya gravemente enfermo. Entre magia y hechicería, la curandera procurará la trasmigración del alma del pequeño hacia otro cuerpo. El resultado posibilitará que David continúe con vida, pero la consecuencia será doblemente ominosa: el cuerpo del niño permanecerá intacto, no así su interior. A partir de aquí, el hijo deviene en alguien desconocido para su progenitora: “Así que este es mi nuevo David, este monstruo” (34), afirma su madre; es un ser siniestro cuyo extraño comportamiento motiva el temor de quien ya no es capaz de reconocer a su propio vástago.
David induce a Amanda, mediante un diálogo inquisitorio, a recordar los sucesos que la orienten en la comprensión de lo vivido. Desempeñará el rol de intermediario entre la moribunda protagonista y las imágenes de la memoria. Sus palabras confirman el desajuste y la metamorfosis interior sufrida como producto de la transmutación. Esa “voz”, solo audible para Amanda, revela experiencia y una sabiduría impropia para un niño. La estrategia discursiva instala un halo de monstruosidad que se produce por el desajuste entre lo enunciado y la edad del enunciante. El evento dialógico parece tener, además, un objetivo metaficcional: mostrar la dimensión del daño que la tierra encierra en sus profundidades y al ser humano como gestor del mismo.
La obsesión por encontrar “lo importante” es la insistente muletilla que funciona como guía para el recuerdo, como lo advierte la investigadora Lucía De Leone. La insistencia busca llegar al dispositivo de contaminación, al modo en el que el tóxico ingresa a los cuerpos iniciando la mutación y que Amanda no logra conectar:
Por los gusanos. Hay que ser paciente y esperar. Y mientras se espera hay que encontrar el punto exacto en el que nacen los gusanos.
¿Por qué?
Porque es importante, es muy importante para todos. (Schweblin 11; cursivas en el texto original)
El atormentado espíritu de Amanda volverá a las imágenes mentales del momento en el que el hilo metafórico que la une a su hija se tensa drásticamente: “Cerca, la brisa mueve la soja con un sonido suave y efervescente, como si la acariciara, y el sol ya fuerte regresa una y otra vez, entre las nubes” (83). El clima de paz que las rodea no es más que uno de los tantos juegos de apariencias que se mueven en la historia. Mientras Amanda y Nina empiezan a sentir los efectos nocivos de los agrotóxicos todo transcurre con lentitud y, como si de un cuadro impresionista o de una escena cinematográfica se tratara, la niña vive toda la plenitud infantil en su inocente y desprejuiciado juego: “Nina regresa de los árboles hacia el aljibe. Sostiene el vuelo de su vestido usándolo de canasta, y cuando llega se agacha, con su modo actoral de princesa, y acomoda las piñas alineándolas sobre la tierra” (83). En ese preciso momento, la joven madre siente que el cuerpo no le responde mientras la naturaleza es testigo silencioso de esa inmovilidad: “La soja se inclina ahora hacia nosotras” (84) y Amanda se evade en sus pensamientos bajo el efecto hipnótico de la fatídica sustancia que se aquerenció en su cuerpo y la hace delirar con futuras vacaciones cerca del mar, cuando logren salir de ese lugar que tanto la atemoriza.
Como en el caso de Carla y David, la situación de Amanda y Nina pone nuevamente en juego la imposibilidad de frenar la desgracia de sus hijos. Frente a los ojos de ambas se produce la intoxicación. Los niños son arrebatados por las fuerzas de la tierra y ya no volverán a ser quienes eran.
Como observa José Salva, la novela de Schweblin trabaja formalmente desde la elusión: la elipsis es la clave del entramado textual, cuyo núcleo más fuerte radica en lo no dicho; el elemento traumático, motivo central de la narración, no es nombrado y se va construyendo progresivamente a lo largo del relato, instalando una atmósfera de extrañeza y horror. La capacidad de sugerencia y elusión de la circunstancia primigenia es una estrategia discursiva que abre las puertas a la ambigüedad del relato y favorece la construcción del clima de tensión reinante en el que se percibe un fundamento realista, generando así “un ambiente ominoso en el que subyace el campo agroindustrial, sus desechos y efectos en la salud como un problema silenciado que la sociedad enmascara” (Salva 293).
La preocupación por la seguridad de los hijos, inherente al sentimiento e instinto materno de proteger a las crías ante el peligro, es una de las lecturas metaficcionales que propone la novela. Al mismo tiempo, la narración diluye toda esperanza de que el llamado de alerta llegue a buen fin cuando la realidad se impone. En lo cotidiano, en el juego inocente, en la inevitable exploración infantil del mundo que lo rodea, se encuentra agazapado el horror. La situación encierra en sí misma una paradoja al invertir el vínculo del ser humano con la tierra como cuna y origen de la vida. El espacio que nos fue dado, el mundo que habitamos, el lugar donde germina y crece la simiente de la vida se ha transformado, únicamente, en receptáculo de muerte.
Fernanda Trías y Mugre rosa: monstruosidades humanas / naturalezas anómalas
La irrupción en el mercado editorial de la novela Mugre rosa (2020), de la escritora uruguaya Fernanda Trías, tuvo la peculiaridad de exponer de forma visionaria una vivencia situada en una circunstancia que, en el corto plazo después de su publicación, fue paradójicamente real. En un vaivén temporal de vivencias y recuerdos, la narración en primera persona da cuenta de la intimidad de una joven mujer que intenta sobrevivir a sus propias inseguridades y vínculos inarmónicos en un mundo sombrío, caótico y amenazante.
La catástrofe natural coincide y evidencia una profunda crisis personal de la protagonista, agudizada por el marco apocalíptico que la rodea. El estigma social que padecen los contagiados por un inexplicable mal, que se inicia en el mar y se difumina con el viento, radicaliza la lucha individual por la supervivencia en este mundo asolado por la diseminación de un envenenamiento masivo, cuyo origen es incierto y desconocido. Sirve de marco de fondo una innominada ciudad costera que se asemeja a la capital montevideana, con sus locaciones reconocibles como el Hospital de Clínicas y la característica rambla portuaria rioplatense.
La naturaleza indomable y el ser humano doblegado marcan el tema general del relato, en el que la joven voz protagónica ve cómo el mundo se va derrumbando a su alrededor: “Todo se pudría, también nosotros” (13), afirma, mientras asiste a la decadencia de los cuerpos que se enlazan inexorablemente con el desastre medioambiental. Los interminables días de encierro de la protagonista transcurren entre la bruma de las cenizas, el viento rojo y la muerte siempre latiendo como posibilidad inmediata, un marco distópico para el que no parece haber salida más que la huida del lugar. Poder político, coerción y castigo son las respuestas masivas a la desazón social causada por un virus letal inexplicable que asola a la ciudad. El aislamiento, que es la única forma de evitar la contaminación, instala un estado primitivo de alerta y temor: “No me resulta fácil describir el tiempo del encierro […]. Existíamos en una espera que tampoco era la espera de nada concreto” (103).
La catástrofe natural altera por completo el transcurso de la vida provocando el desdibujamiento de la ciudad y de sus moradores. Esta “isla urbana” a la que hacíamos referencia con anterioridad 9 está habitada por seres tan sombríos y grises como su entorno. En el Hospital de Clínicas, donde los afectados son separados en sectores según su gravedad, los seres espectrales que deambulan por los corredores tienen un signo común que los identifica en el horror, el pánico que “nos daba a todos un aire de familia” (196).
Es posible entender esta novela en el marco de las teorías ecocríticas que vinculan las catástrofes medioambientales con la degradación de la vida en las comunidades. Al respecto, la autoexclusión de la vida cotidiana y la vida obligada en el encierro para salvaguardar la existencia es una de las formas que los estudios medioambientales ponen de relieve y que la literatura reaviva desde la ficción. 10 En el enjambre de locos, enfermos y desolados, con una ciudad colapsada por las caravanas de autos que buscaban huir hacia un indefinido “adentro”, como espacio de salvación para el infierno ciudadano, transcurren los días de los escasos habitantes “sitiados por las algas, hundidos en un pantano de niebla” (207).
Giorgio Agamben y Zygmunt Bauman han teorizado sobre el destino de los seres humanos como si fuesen objetos desechables o descartables en los discursos relacionados con la higiene sociopolítica. 11 Llama la atención la importancia que la vida nuda, la biológica, fue ganando interés en el mundo de la política desde la modernidad. Lo individual y lo comunitario se constituyeron en entidades controlables y pasibles de reglamentación por el poder estatal. Aquello que estaba fuera de los márgenes normativos, incluidos los estados de “excepción”, fue susceptible de reglamentación, integrando tanto bíos como zoé a los intereses políticos (Agamben, Homo Sacer 4-9). Para el filósofo, el borramiento de estas fronteras fue una instancia decisiva en la definición de las biopolíticas de los Estados totalitarios del siglo XX y, a propósito de las recientes vivencias pandémicas del siglo XXI, se llevó al extremo el avasallamiento de las libertades individuales:
No solo las personas se encuentran confinadas en sus viviendas y, privadas de toda relación social, reducidas a una condición de supervivencia biológica, sino que la barbarie no perdona tampoco a los muertos: las personas fallecidas en este período no tienen derecho a un funeral y sus cuerpos son quemados. Soy consciente de que algunos se apresurarán a responder que se trata de una condición que durará solo un tiempo, tras lo cual todo volverá a ser como antes. Es de veras singular que esto no pueda repetirse más que de mala fe, desde el momento en que las mismas autoridades que proclamaron la emergencia no dejan de recordarnos que, una vez superada, deberán seguir observándose las mismas directrices y que el “distanciamiento social”, como ha sido llamado con un significativo eufemismo, será el nuevo principio de organización de la sociedad . (Agamben, En qué punto 43-44)
Recientemente, la intervención de los mecanismos de poder, en los que la ciencia pareció ser una verdad incuestionable, es considerada por este filósofo (y un grupo considerable de científicos de distintas nacionalidades) como una de las formas de dominación propias del nuevo milenio. La historia parece darle la razón; el poder asume el dominio sobre la vida humana de una forma proteica.
Dentro de ese enjambre de enfermos, locos y desolados que pueblan la novela de Trías, la intimidad del vínculo de la protagonista con el pequeño Mauro deja entrever su profundo drama personal. Asume el rol de maternar (aunque no es madre biológica) al niño que le es entregado semanalmente para su cuidado, pero también ejerce ese rol en los cuidados particulares que brinda a su madre y al ex esposo. El deterioro físico y anímico que supone la entrega y preocupación cotidiana se hacen visibles en su imagen, que esporádicamente se ve reflejada en alguna desolada vidriera de la ciudad, evidenciando la delgadez de la inanición en la vestimenta que ya no se ajusta al cuerpo, y las encías sangrantes que casi no logran sostener la dentadura.
Mauro, el pequeño niño cuya enfermedad lo invalida para sobrevivir sin cuidados permanentes, despierta su lado compasivo y protector, dándole un motivo para resistir. La patología que determina su monstruosidad causa repulsión y rechazo aun en su madre biológica, que lo entrega a su cuidadora cada semana rigurosamente, junto a una caja de alimentos y dinero.
Con el tiempo empecé a pensar en su síndrome como un impostor que le había tomado el cuerpo. […] A primera vista había sido un bebé como los otros, solo que sin fuerza para succionar, los músculos laxos, la cabeza floja. Un futuro monstruo incapaz de saciarse. ¿Cómo será sentir hambre constante? Un hambre que avasalla e impide cualquier otro pensamiento. La necesidad vital de apagar la voz, de llenar un vacío incomprensible. (71)
La inocencia infantil y la lucha sin tregua que supone protegerlo de la enfermiza compulsión autodestructiva que intenta infructuosamente llenar un vacío orgánico, establecen un notable paralelismo entre el niño y su cuidadora. Es visible la falta de afecto entre el niño y su madre biológica. Nuestra protagonista también experimentó la incompatibilidad afectiva con su madre y, en su lugar, la cuidadora Delfa suplió la ausencia del cariño materno. Ese dolor, visto en perspectiva, es replicado en el cuidado del niño enfermo que se devora a sí mismo y del que siente que “había que cuidarlo, protegerlo de sí mismo” (91).
El hambre como sinónimo de vacío es una constante que los identifica a ambos desde diferentes perspectivas. El niño devora todo lo que tiene a su paso con insaciable ansiedad. La autofagia de Mauro es la manifestación visible de la patología; la autofagia simbólica está latente también en la voz narrante, quien se autodestruye constantemente en la rememoración de una historia personal no resuelta, en su hambre de ausencias y afectos no saciada. Funciona a lo largo de la novela como espejo de su propia insatisfacción vital: “Y había vuelto a sentir la presencia del ser defectuoso que vivía en mí, una boca negra que se abría y se cerraba” (229).
Es posible advertir que las luchas internas en las que se dirime su vida, recordada en jirones y retazos, evidencian la inestabilidad del mundo afectivo-emocional como la versión simbólica de la monstruosidad dañina de Mauro. 12 Los vacíos que no logra llenar se alimentan de vaivenes evocativos que la retrotraen temporalmente. La tensión, graficada en un elástico que la ata a Max (su ex esposo) y a su madre, impide la estabilidad. Es una circularidad de la que no puede salir ni avanzar retroalimentada por los vaivenes de la memoria: “Todas las rutas de escape me devolvían a Max” (119).
La memoria funge como anclaje, como espacio de resistencia en la inestabilidad. La historia personal le devuelve trazas de su identidad actualmente desdibujada y borrosa como la bruma instalada en la ciudad. La construcción del ser se arma a partir de sus propios vestigios: “La memoria es una vasija rota: mil pedazos y lascas de barro. ¿Qué partes tuyas quedan intactas?” (169). En un mundo convulsionado y donde la única certeza es la incertidumbre, no le es posible proyectarse en sueños futuros porque la demanda del presente es la única posible.
A propósito de las incertezas de la “modernidad líquida”, nominación acuñada por Zygmunt Bauman, el filósofo se refiere a la desesperanza y el desencanto del ser humano de estos tiempos. Como no les es posible proyectarse en sueños que reemplacen el mundo en el que viven, ya no queda lugar para las utopías, porque ni siquiera es posible imaginarlas. Solo es posible refugiarse en la memoria, “atribulados por la pérdida y el cambio, solo logramos mantener el rumbo aferrándonos a los restos de la estabilidad”, la seguridad que encontramos en el pasado y en los recuerdos de lo que fuimos (45-46).
Reflexiones finales
Como se planteó al inicio del artículo, el naturalismo de finales del XIX y principios del XX percibía la peligrosidad de la ciudad como espacio contenedor de anomalías, producto de la irrupción de la barbarie campesina y de las sucesivas olas migratorias. La conservación de las tradiciones y la formación de una identidad cultural estaba en disputa y el terruño constituía un refugio mítico de contención e idealización.
A su vez, la creencia en el poder sanador de la ciencia médica y la estigmatización social de las diferencias fueron decisivas en la aparición de las llamadas “ficciones somáticas” decimonónicas, mecanismos discursivos adecuados a la representación de las circunstancias locales. El fin moralizante y ético de esta corriente narrativa perseguía una modelización adecuada para satisfacer la necesidad de encontrar paradigmas de identificación nacional.
En las narrativas que se han analizado, las escritoras proponen una lectura del presente a la luz de las nuevas y paradójicas configuraciones del paisaje. La explotación y usufructo de la tierra y las riquezas naturales son una realidad económico-política y cultural-simbólica que especula con el afán lucrativo del espacio. El proceso de degradación terrestre es una realidad innegable y pone en marcha discursos de diversa índole provenientes de distintas áreas del mundo académico científico. Disciplinas fundamentalmente empíricas como lo son la climatología, la geofísica, la geopolítica, coinciden en una visión apocalíptica para el futuro habitable del planeta.
La búsqueda de una mayor rentabilidad no se detiene a pesar de los daños que el uso de determinados químicos desencadena en el ecosistema. El privilegio económico de algunos hipoteca el futuro de la humanidad en su conjunto. La explotación indiscriminada y abusiva de las riquezas naturales deja consecuencias imborrables en el medio y sus habitantes. De esa transformación material devienen mutaciones de diversa índole, metamorfosis impuestas a partir de cambios que el hombre voluntariamente imprime en su medio ambiente alterando la materia. Es inevitable mencionar el movimiento global de justicia ambiental, vinculado a los estudios ecológicos, que luchan de manera constante por la igualdad de oportunidades necesarias para el desarrollo del ser humano y de sus comunidades en entornos saludables que le permitan alcanzar todo su potencial.
En ese sentido, como lo postula Heffes (“Introducción”), los estudios ecocríticos y particularmente los ecofeminismos requieren una búsqueda de sentido “práctico” que resignifique el sentido de lo humano, con una literatura involucrada en el devenir vertiginoso de nuestro tiempo y su ritmo devastador.
La literatura argentina contemporánea, como lo señala Lucía De Leone, encuentra una forma de resignificar la importancia del territorio como capital simbólico en las nuevas configuraciones del campo argentino. Del mismo modo lo hace Heffes, no en el marco exclusivo de la literatura argentina sino latinoamericana, señalando la importancia de los espacios donde las lógicas de dominación entre dominador y dominado se reproducen de diferentes maneras hasta el día de hoy. En ese sentido, también señala Heffes que los “ecofeminismos” implican la asociación de la mujer con la naturaleza, lo emocional y particular, en tanto lógica de dominio en el sentido antropocentrista, aunque invertida (“Introducción” 15).
La experimentación literaria que realiza Schweblin pone de relieve el uso del “espacio heterogéneo, como lo es el campo del presente” que parecería no tener cabida en la literatura actual; sin embargo, la escritora logra fusionar “capas temporales asincrónicas que versionan en instancias narrativas de convivencia y contaminación cronológicas, diferentes relatos rurales” (De Leone 66). El resultado de esta cohabitación redunda además en una estrategia de innovación formal que entremezcla elementos que van “de lo extraño a lo fantástico y de lo fantástico al terror” desviando géneros y “los parámetros más consabidos de algunas formas de la novela realista” (66).
Paradójicamente, la identidad latinoamericana ha visto trastocada sus aspiraciones de independencia. La tierra y las vidas que la habitan han sido colonizadas por la apropiación indebida de los espacios naturales. Los mecanismos de poder movidos por intereses económicos continúan siendo los ejes en torno a los cuales gira la existencia, y sobre los que la humanidad en su conjunto ha perdido el control. Los intereses espurios han colonizado las tierras con su explotación desmedida; la identidad latinoamericana forma parte de la explotación globalizada y de los intereses inescrupulosos del mercado.
Los grupos excluidos de la sociedad ya no responden a categorías de raza o pertenencia al territorio. Niños, mujeres, seres de toda condición social ya no pueden formar parte de sus comunidades porque la misma naturaleza provoca la exclusión en la metamorfosis de los cuerpos materiales y espirituales. Ni siquiera es posible llevar una vida dignamente humana, porque no forman parte de ella, quedando suspendidos en un espacio inespecífico que colinda entre la vida y la muerte, como sucede en la novela de Schweblin. O, como se observa en la novela de Trías, son expulsados de la vida comunitaria, en reclusión o en éxodo, buscando la salvación individual, huyendo del territorio de pertenencia que ha perdido su cualidad contenedora; a su paso, dejan un enorme basural de desechos y vidas truncadas, de proyectos inconclusos y vacíos existenciales.
El paisaje transformado es la realidad del mundo contemporáneo devenido en un lugar de mortífera toxicidad que deja a la luz una condena irreversible en las generaciones venideras; al igual que sucedía en las novelas del XIX, ellas cargan con una herencia de proporciones impensables no solo en los efectos inmediatos, sino también en los que amenazan su futuro. La monstruosidad está instalada en lo humano, como en toda la biosfera, por lo que hábitat y vida están comprometidos. La libertad y el horizonte sin límites de la llanura patagónica o la ciudad costera de cara al mar se transforman en espacios opresivos, claustrofóbicos y atemorizantes. Sin embargo, la mirada que contempla no es capaz de ver el peligro. Lo aparente se ha transformado en una trampa que esconde una realidad siniestra y se impone la necesidad de crear narrativas que den validez racional a las lecturas del tiempo presente.
Referencias
Agamben, Giorgio. ¿En qué punto estamos? La epidemia como política. Adriana Hidalgo Editora, 2020.
---. Homo Sacer. El poder soberano y la vida nuda. Vol. I. Pre-textos, 1998.
Bauman, Zygmunt. Retrotopía. Paidós, 2017.
De Leone, Lucía. “Campos que matan. Espacios, tiempos y narración en Distancia de rescate de Samanta Schweblin”. 452ºF: Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, núm. 16, 2017, pp. 62-76, 452f.com/campos-matan-de-leone/
Heffes, Gisela. Políticas de la destrucción / Poéticas de la preservación. Apuntes para una lectura (eco)crítica del medio ambiente en América Latina. Beatriz Viterbo Editora, 2013.
---. “Introducción. Para una ecocrítica latinoamericana: entre la postulación de un ecocentrismo crítico y la crítica a un antropocentrismo hegemónico”. Revista de crítica literaria latinoamericana, vol. 40, núm. 79, 2014, pp. 11-34, rcllletras.unmsm.edu.pe/index.php/content/article/view/2443
Ludmer, Josefina. Aquí América latina. Una especulación. Eterna Cadencia, 2010.
Martínez, Luciano. “Políticas de lectura: escritoras, escrituras y crítica literaria”. Revista Iberoamericana, vol. 89, núms. 282-283, 2023, pp. 19-66, doi:10.3828/revista.2023.89.282-283.19
Moraña, Mabel. El monstruo como máquina de guerra. Iberoamericana, 2017.
Mutis, Ana María. “Monsters and Agrotoxins: The Environmental Gothic in Samanta Schweblin, Distancia de rescate”. Ecofictions, Ecorealities and Slow Violence in Latin America and the Latinx World, editado por Ilka Kressner, Ana María Mutis y Elizabeth M. Pettinaroli. Routledge, 2020, pp. 39-54.
Nouzeilles, Gabriela. Ficciones somáticas: Naturalismo, nacionalismo y políticas médicas del cuerpo (Argentina 1880-1910). Beatriz Viterbo Editora, 2000.
Salva, José Fernando. “Distancia de rescate de Samanta Schweblin: invisibilidad e intimidad del desastre en la Argentina agroindustrial”. Revista Iberoamericana, vol. 87, núm. 274, 2021, pp. 289-305, doi:10.5195/reviberoamer.2021.8042
Schlickers, Sabine. El lado oscuro de la modernización: Estudios sobre la novela naturalista hispanoamericana. Iberoamericana, 2003.
Schweblin, Samanta. Distancia de rescate. Random House, 2022.
Trías, Fernanda. Mugre rosa. Random House, 2021.
Notas
*
Artículo de investigación
1
Las propuestas estéticas de las
escritoras contemporáneas son heterogéneas. En diferentes entrevistas, ensayos
y exposiciones se puede advertir un rasgo común: la denuncia de “el efecto
oclusivo que tuvo el Boom para la literatura escrita por mujeres y su
rechazo a ser leídas bajo ese prisma aggiornado”
(Martínez 40). En la Feria Internacional del libro de Guadalajara de 2021, las
escritoras que participaron de una mesa redonda titulada No somos un boom:
escritoras en el horizonte latinoamericano —Fernanda Trías (Uruguay),
Mónica Ojeda (Ecuador) y Giovanna Rivero (Bolivia)— dejaron en claro, ya desde
el nombre de la mesa, cuál era su postura frente a denominaciones como
“literatura de mujeres”, “nuevo Boom femenino” e incluso “Boomito”,
con las que se dio en llamar al “fenómeno” editorial que, desde fines del siglo
XX, ha ido creciendo en el interés del público y las editoriales, según
consigna el investigador Luciano Martínez.
2
Se usaron como soporte teórico
los profusos trabajos investigativos de Gabriela Nouzeilles
y Sabine Schlickers.
3
El origen etimológico del término
“nación” da cuenta del vínculo (natus-a,-um; nation-onis) según
consigna la investigadora (Nouzeilles 20). Natus-a y um son derivados del participio
del verbo nasci
(‘nacer’) conjugado en la segunda persona del femenino y de um en su forma neutra. Nation-onis se
refiere al conjunto de habitantes que han nacido y habitan un territorio.
4
Es de destacar en este contexto la obra de
Horacio Quiroga (Salto, 1878 - Buenos Aires, 1937) consagrado escritor uruguayo,
cuya vida transcurrió entre Salto, Montevideo, Buenos Aires y Misiones. Los
dispositivos narrativos de sus cuentos integran lo monstruoso y lo disruptivo
que el ser humano debe enfrentar en contacto con la naturaleza en todas sus
formas. El estigma de la herencia y las patologías familiares, lo ominoso que
se oculta en la realidad cotidiana y en relación directa con el mundo agreste y
natural, nos proporciona un buen acercamiento a la influencia de lo biológico
en la caracterización de sus personajes, el horror de las estirpes enfermas y
las anomalías psicológicas. Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917)
es uno de los ejemplos del naturalismo rioplatense que nos ocupa. De igual
manera, la obra de Florencio Sánchez (Montevideo,1875 - Milán, 1910), autor de
crónicas periodísticas en diarios de la época y de piezas teatrales
rioplatenses, es un claro ejemplo de esta estética en cuestión: El desalojo
(1904), En familia (1904), Los derechos de la salud (1907), entre
muchas otras. En esta última, el retrato de las diferentes aspiraciones de los
grupos que componían la sociedad de su tiempo evidencia el conflicto entre la
escala de valores de la burguesía, los intereses de las clases bajas y las
costumbres del inmigrante. En Argentina, Facundo (1868) de Domingo
Sarmiento presenta la antítesis “civilización y barbarie”, siendo considerada
como la novela inaugural de la literatura argentina, un documento que, además,
da cuenta de las luchas político-sociales de la época.
5
Cfr. la sección “El naturalismo
en el Río de la Plata” de este trabajo.
6
Cfr. la sección “El naturalismo
en el Río de la Plata” de este artículo.
7
Los estudios ecocríticos, atribuidos a Glen Love en
Practical Ecocriticism (2003), quien a su vez propone como pionero de los temas ecologistas a Arnold Toynbee con Mankind and Mother Earth (1976), plantean la urgente necesidad de la toma de conciencia ambiental desde todos los campos disciplinares. El entramado que une el espacio físico con la vida en todas sus formas es la clave para procurar la existencia de un futuro sostenible para la humanidad, que a todas luces parece ya irreversible. Este campo de estudio profundiza en la importancia del medioambiente en la construcción de identidades. Las acciones antrópicas fueron y son determinantes para la preservación del medio; el descuido de estas conduce al ser humano, paradójicamente, a su propia autodestrucción. De ellas depende tanto el planeta como la existencia de un futuro para la humanidad.
En un exhaustivo trabajo de investigación sobre la ecocrítica en América Latina, la investigadora Gisella Heffes advierte que los problemas medioambientales que aquejan al continente están insertos en las desigualdades sociales que los amplifican, creando espacios de segregación y autoexclusión, “un fenómeno medioambiental complejo, atravesado por una retórica de los desechos y caracterizado por las contradicciones constantes de una cultura global, donde la maquinaria productora de consumo y desechos permea la frágil condición de los que quedaron al margen” (Heffes, Políticas de la destrucción 73). La ecocrítica pretende acoplarse a la dinámica de los cambios que ya poseen larga data y demandan una nueva mirada sobre la literatura que, en consonancia con nuestro tiempo, sea capaz “de dar sentido al lugar humano en el que está inserta y se inscribe” (30).
8
El entrecomillado es mío.
9
Según la crítica argentina
Josefina Ludmer, las ciudades latinoamericanas de las
últimas décadas son espacios/territorios demarcados por la degradación y las
ruinas. “De hecho, el territorio se constituye en las ficciones cuando se rompe
la homogeneidad social y se produce esa contaminación”, aludiendo a una
ruptura, mutación o cualquier acción transformadora que siempre irrumpe desde
un “afuera”, imponiéndose abruptamente para alterar el territorio en forma de
accidente, enfermedad, peste, hambre o cualquier elemento devastador (132).
Estas islas contienen, además, grupos humanos genéricos reunidos por
categorías: los enfermos, los sanos, los locos.
10
Cfr. el estudio de Gisela Heffes mencionado en la nota 7 de este artículo.
11
Tanto Giorgio Agamben como
Zygmunt Bauman, Hanna Arendt y, anteriormente, Michael Foucault han realizado
investigaciones sobre el destino de la vida humana y el lugar que se le
confiere a los individuos en los discursos relacionados con la higiene sociopolítica.
Agamben distingue entre dos conceptos para referirse a la “vida”: zoé y bíos. El primero hace referencia a la
vida biológica en su forma primitiva, a la que llama vida nuda, contrapuesta
con el segundo concepto, referido a los individuos y las formas de vida grupal;
así, pues, llama la atención sobre el ingreso de la vida nuda al centro de la
escena política de la modernidad (Homo Sacer 9-11). Para el filósofo, la
politización de la vida nuda es decisiva en la transformación radical de
categorías político-filosóficas dentro del pensamiento clásico, que ha
evolucionado hacia las formas de ejercicio del poder en el siglo XX y perviven
en la actualidad. Al convertirse en objeto de especulación del poder del
Estado, este define las normas que regulan la vida humana legitimando, mediante
estados de “excepción”, la injerencia de las decisiones políticas sobre la vida
biológica. Cuando estos estados excepcionales se institucionalizan y pasan a
formar parte de políticas a largo plazo, la regulación de las vidas humanas (en
el caso actual bajo la órbita de lo sanitario y el bien común), se legitima el
derecho de incidir sobre la libertad inherente a los sujetos físicos,
constituyendo un avasallamiento de los derechos individuales en aras de un bien
común: la sanidad.
12
Mabel Moraña destaca el sentido de lo
monstruoso como una forma de representación de lo reprimido o lo suprimido
(42). Ambas posibilidades coinciden con el planteamiento que se ofrece en este
artículo: los vínculos parentales en crisis enfrentan a la protagonista con los
devenires de la memoria que oscilan entre pasado y presente en los conflictos
no resueltos. La perturbación ecológica aporta una nueva ruptura destruyendo lo
estatuido y propiciando la construcción de las nuevas anomalías.
Notas de autor
a Autora de correspondencia. Correo electrónico: mariaromster@gmail.com
Información adicional
Cómo citar: Romero Rostagno, María de los
Ángeles. “Reversiones del Naturalismo rioplatense en Samanta Schweblin y Fernanda Trías, narradoras del nuevo milenio”.
Cuadernos de Literatura, vol. 29, 2025. https://doi.org/10.11144/Javeriana.cl29.rnrs