INTRODUCCIÓN A LOS METROMARXISMOS GEOGRÁFICOS LATINOAMERICANOS: PERSPECTIVAS SOBRE LA CIUDAD, LO URBANO Y LA URBANIZACIÓN *

Introduction to the Latin American Geographic Metromarxism: Perspectives on the City, the Urban and the Urbanization

Introdução ao metromarxismo geográfico latino-americano: perspectivas na cidade, urbanos e urbanização

Cuadernos de Vivienda y Urbanismo, vol. 11, núm. 22, 2018

Pontificia Universidad Javeriana

Luis Daniel Santana Rivas a


Fecha de recepción: 20 Junio 2016

Fecha de aprobación: 12 Diciembre 2017

Fecha de publicación: 05 Junio 2018

Financiamiento

Fuente: Conicyt-PCHA/Doctorado nacional

Nº de contrato: 3318/2016

Beneficiario: Tesis “Geografías de la acumulación por urbanización en Chile (1975-2015): ¿Utopías de la vivienda o distopías urbanas?

Resumen: Las teorías urbanas afrontan un momento de crisis a causa de la tendencia a la urbanización total de la sociedad, por lo que algunas de sus categorías fundacionales como la de ciudad, lo urbano y la urbanización están siendo cuestionadas. En América Latina, el carácter de viudez espacial que caracteriza a las teorías urbanas críticas es un obstáculo para afrontar esos cuestionamientos; por ello, el objetivo del presente artículo es dar cuenta de diferentes categorías de la ciudad, lo urbano y la urbanización propuestos desde lo que se denomina metromarxismos geográficos latinoamericanos. Tras una revisión de cinco autores, se concluye que la teorización sobre la producción de los espacios urbanos se ha movido desde un enfoque estructuralista a una variedad de marxismo dialéctico menos dogmático y más abierto a la experimentación teórica y metodológica.

Palabras clave ciudad, espacio urbano, urbanización, marxismo, teoría urbana, geografía urbana.

Abstract: Urban theories face a crisis from the trend to the overall development of society, so some of its foundational categories such as city, urban and urbanization are being challenged. In Latin America the character of spatial widowhood that characterizes urban critical theories is an obstacle to address these questions, so the purpose of this article is to account for different categories of city, urban and urbanization proposed from what it is called as a Latin American geographical metromarxism. From a review of five authors it concludes that theorizing on the production of urban spaces has moved from a structuralist approach to a variety of less dogmatic and more open to the theoretical and methodological experimentation dialectical Marxism.

Keywords: city, urban space, urbanization, Marxism, urban theory, urban geography.

Resumo: As teorias urbanas apresentam um momento de crise pela tendência a urbanização total da sociedade que faz que algumas das categorias clássicas como a cidade, o urbano e a urbanização são agora criticadas. Na América Latina a viuvez espacial das teorias urbanas criticas fazem difícil a instalação desse debate. Por isso, o objetivo do artigo é analisar diferentes categorias sobre a cidade, o urbano e a urbanização feitas pelo que se poderia chamar de metromarxismo geográfico. A revisão de cinco autoras e autores revela que a teorização sobre o espaço urbano tem-se movido desde o estructuralismo até formas dialécticas de marxismo menos dogmáticas e mais abertas a experimentação teórica e metodológica.

Palavras-chave: cidade, espaço urbano, urbanização, marxismo, teoria urbana, geografia urbana.

Resumiendo, un poco en todas partes,

los geógrafos guardan silencio sobre el espacio

[…] destemporalizando el espacio y deshumanizándolo,

la geografía acabó dando la espalda a su objeto

de estudio y terminó siendo una viuda del espacio

( Santos, 2004, pp. 118-119 ).

Introducción

El panorama de las disciplinas abocadas al estudio de la ciudad, lo urbano y la urbanización enfrenta una doble crisis tanto de carácter práctico como teórico: por un lado, parece haber emergido una sociedad urbana en proceso de masificación a escala planetaria y, por otro, los conceptos tradicionales de las disciplinas urbanas lucen insuficientes para dar cuenta de esas nuevas realidades (Carlos, 2012). Señalar que las categorías ciudad, urbano y urbanización no son necesariamente homólogas es quizás el único avance de las teorías urbanas críticas 1 , entre las cuales el marxismo urbano o metromarxismo, como lo denomina Merrifield (2002), representa una corriente, así como los enfoques posestructuralistas y poscoloniales 2 (Brenner y Schmid, 2015).

Como hipótesis se podría plantear que los problemas para conceptualizar esas tres categorías radican en la divergencia entre teoría urbana y teoría espacial. Aunque en el mundo anglosajón esa brecha entre ambas ha ido cerrándose un poco con el “giro espacial”, en América Latina parece predominar una condición de marcada viudez espacial 3 como la que criticaba Santos (2004) 4 respecto a la geografía de la década del setenta. En las teorías urbanas críticas de la región, el espacio no cuenta con un cuerpo teórico propio, sino que es conceptualizado como un espejo que refleja relaciones sociales.

Una alternativa válida es buscar en tales teorías del Norte lo que no hay en las del Sur y otra, menos explorada, es recopilar, revisar e incluso reformular el acervo de aportes teóricos construidos para nuestra región. El presente artículo se orienta a la segunda alternativa, por lo que tiene el exclusivo interés de contrastar la conceptualización sobre la ciudad, lo urbano y la urbanización hechos por un conjunto de cinco autores latinoamericanos que reflexionaron —y aún lo hacen— desde los “metromarxismos geográficos”, es decir, desde un área de la geografía urbana crítica inspirada en la teoría social marxista 5 .

Por la extensión del artículo y por los problemas de la circulación del conocimiento geográfico en América Latina, el ejercicio se limitó a una muestra reducida de autores, seleccionados con base en tres parámetros: 1) el papel que han desempeñado en la construcción de escuelas de pensamiento geográfico y urbano crítico; 2) la publicación de manuscritos originales de proposición teórica, y 3) la adscripción explícita o implícita a la teoría social marxista. La esquematización de sus propuestas se hizo mediante la lectura de las fuentes primarias y su clasificación según el peso que otorgan a ciertas dimensiones de lo que Therborn (2014) llama triángulo del marxismo, que tiene un vértice anclado en la ciencia social histórica (o geohistórica), otro en la filosofía (interés por la reflexión epistemológica, ontológica y ética) y otro en la política (la praxis social alternativa).

Aunque un análisis ajustado a la extensión de un artículo de revisión teórica nunca hará justicia a la profundidad, complejidad y evolución de los enfoques abordados ―algunos de ellos en pleno movimiento―, sí puede actuar como una provocación para quienes están interesados en proponer alternativas a la “viudez espacial” que aqueja a las teorías urbanas críticas latinoamericanas. Un ejercicio de este también tipo servirá para recomponer algo de la poco abordada historiografía del pensamiento geográfico latinoamericano 6 que tiende segmentarse por escuelas nacionales como la brasileña (Moreira, 2012) o la mexicana (Hiernaux, 2010), sin que existan relatos más transversales 7 .

En la primera parte del texto se contextualiza el desarrollo de los metromarxismos geográficos latinoamericanos respecto al de los anglosajones, para luego dar cuenta de que los primeros han transitado por una etapa teórica en la que predominaba un enfoque estructuralista y funcionalista, como lo demuestra el análisis de las obras del brasileño Milton Santos y del venezolano Luis Fernando Chaves y después han mutado hacia un marxismo de corte dialéctico inspirado en Henri Lefebvre, ejemplificado en las propuestas teóricas de Sandra Lencioni y Ana Fani Carlos.

El sesgo brasileño es ineludible, ya que en ese país la investigación geográfica ha alcanzado un notable desarrollo epistemológico y teórico propio que abarca la geografía política, económica, cultural y, desde luego, la urbana. Por otro lado, en contextos latinoamericanos más dependientes de teorías foráneas, el marxismo no ha estado tan representado en geografía urbana.

A diferencia de lo que sugieren Hiernaux y Lindón (2006), se concluye que el marxismo geográfico de la región es un campo dinámico de reflexión de procesos geoeconómicos y materiales y también de aspectos inmateriales y simbólicos, lo que le otorga cierto potencial para contribuir a solventar algo de la viudez espacial que aqueja a las teorías sociales y urbanas críticas latinoamericanas, así como de los problemas conceptuales en torno a la ciudad, lo urbano y la urbanización como categorías no homólogas.

Metromarxismos comparados: del contexto anglosajón al latinoamericano

La geografía radical anglosajona surgió como respuesta a las crisis urbanas de las ciudades norteamericanas ocasionadas por los conflictos sociales, raciales y geopolíticos de finales de la década del sesenta y, aunque en un principio no era un movimiento teóricamente estructurado, llegó a ser durante las décadas del setenta y del ochenta un fecundo campo de teorización sobre el espacio urbano a partir de las obras de Harvey (1973, 1982). Las obras de Harvey (1973, 1982, 1985) no reflejaban una adhesión al discurso marxista dominante durante la década del setenta en los estudios urbanos críticos de la generación joven del 68: el estructuralismo althuseriano.

El funcionalismo metodológico del estructuralismo, su postura ante el método dialéctico 8 y su dogmatismo hicieron que Harvey (1990) criticara con dureza conceptos sobre los cuales se basó aquella corriente del marxismo, como el de “modo de producción” y el de “formación social”; las obras del metromarxismo geográfico anglosajón como las de Smith (1984, 2012) tampoco incluyeron trazas conceptuales del estructuralismo althusseriano. Se podría señalar que, en la geografía humana radical anglosajona, el estructuralismo no tuvo mayor peso, salvo las obras de Peet 9 (Benach, 2012); lamentablemente, ello impidió el desarrollo de nociones clave como la de ideología, la cual ha comenzado ser revisada (Hidalgo, Santana y Alvarado, 2016).

En América Latina la situación era diferente. Desde comienzos de la década del sesenta, la Revolución cubana había estimulado un giro de las ciencias sociales y coincidió con la introducción del estructuralismo althusseriano al naciente campo de los estudios urbanos latinoamericanos, de la mano de las obras de Manuel Castells (1973, 1978). El resultado fue la aplicación en la región de variantes críticas de la teoría de dependencia al fenómeno de la urbanización, que postulaba que aquella era producto de la especificidad geohistórica del subcontinente —su condición de excolonia política y de colonia económica— y se expresaba por la macrocefalia de la redes urbanas nacionales; una marcada dualidad de la base económica —capitalismo moderno y formas económicas informales— y de la estructura de clases; la persistencia de actividades informales de subsistencia; el predominio de la autoconstrucción de vivienda y altísimos índices de pobreza (Montoya, 2005). Por eso, los metromarxismos geográficos de las décadas del setenta, del ochenta y parte del noventa tenían una marcada impronta del estructuralismo althusseriano.

El marxismo estructuralista y las geografías de la ciudad capitalista periférica

La geografía crítica, cuyo epicentro regional fue Brasil, se enfrentó en el momento de su surgimiento en la década del setenta con el contexto geopolítico de la Guerra Fría en el “tercer mundo”, expresada mediante la presencia y el accionar violento de dictaduras militares. Por eso, a diferencia de la anglosajona, que se institucionalizó con rapidez, en América Latina su desarrollo fue tardío —ya en las décadas del ochenta y del noventa—, cuando retornaban las democracias “formales” y asomaba el denominado Consenso de Washington.

Las geografías urbanas marxistas latinoamericanas se vieron abocadas en primera instancia a explicar la organización espacial sui generis de las ciudades y de las redes urbanas a partir de las condiciones de dependencia e introducción del capitalismo moderno en las “formaciones sociales latinoamericanas”, con primacía del análisis economicista con énfasis en las dinámicas materiales (formas, funciones y estructuras de la ciudad).

Milton Santos: la economía política de la urbanización y de la ciudad

Ninguna reflexión geográfica latinoamericana es tan extensa, dinámica y ecléctica como la de Milton Santos. Este autor abordó temas urbanos desde su temprana adscripción a la geografía regional francesa; a pesar de ser considerado como un autor crítico, su faceta marxista ocupó unos pocos años de su vida intelectual entre las décadas del setenta y del ochenta (Moraes, 2014). En consecuencia, la publicación de sus obras no fue secuencial, por lo que su faceta metromarxista puede ser rastreada en algunos textos publicados desde finales de la década del setenta hasta mediados de la del noventa 10 .

Su adscripción al estructuralismo surgió de la revisión de textos de Louis Althusser (Moraes, 2014), ya que al buscar una teoría sobre el espacio, Santos (1977) propuso distinguir entre los modos de producción y las formaciones sociales y definió a los primeros como posibilidades de realización de la vida social y a las segundas, como las ya realizadas. Las formaciones sociales son espaciales también, puesto que abarcan una estructura productiva y técnica que se encarna en formas contenido (formas espaciales materiales que presentan una función determinada históricamente) (Santos, 1977); así, el análisis espacial requiere una distinción entre las formas espaciales, sus funciones y las estructuras que se despliegan con el devenir de los procesos sociales, en un vaivén entre universalidad y singularidad (Santos, 2003).

Esa propuesta implicaba dar cuenta de cómo el capital global o total en una formación social equivalente siempre al Estado, con sus facciones en búsqueda de ganancias, se involucraba en estrategias de promoción de actividades con alto coeficiente de capital o de trabajo, que llevaban a la búsqueda de nuevas regiones para la inversión y a la complejización de la división del trabajo; por lo tanto, cada lugar, dadas sus características singulares, comporta una capacidad diferencial para la valorización de capitales (Santos, 2003).

La adopción de referentes marxistas no llevó a Santos a una reformulación radical de su concepción de la ciudad y lo urbano. No obstante, aportó una interesante crítica a las visiones marxistas más tradicionales que categorizaban a la ciudad como medio de explotación respecto al interior rural, así como a las relaciones antinómicas entre ciudad y campo: la urbanización capitalista era el “resultado de la especialización capitalista del espacio total” (Santos, 2003, p. 149). La ciudad no solo era un foco de acumulación de excedentes sociales, sino un punto de retransmisión del sistema financiero global y la búsqueda de las localizaciones más rentables requería selectividad de las actividades de vanguardia en un proceso de especialización vertical que configuraba una red urbana. Años después, Santos (1996) sostuvo que la red urbana era el esqueleto de una formación social y, en cuanto a la dominación de la ciudad sobre el campo, criticó la simpleza del argumento, pues expuso que dentro de las mismas ciudades hay relaciones de explotación, así como entre ciudades y formaciones sociales (Santos, 2003).

El culmen de la teorización metromarxista desarrollada por Santos (2009) se encuentra en el libro Por uma economía política da cidade. O caso de Sao Paulo. Plantea, por un lado, que la urbanización es un proceso —social, económico, político y, sobre todo, espacial— de asignación de lugares en la división del trabajo que componen las redes urbanas de determinadas formaciones sociales; por otro, que las ciudades son formas contenidos que articulan el trabajo muerto, la materialidad del ambiente construido en épocas pretéritas con el vivo o actual, que expresa las funciones contemporáneas de la mismas en la división social y territorial del trabajo.

De la sociología urbana estructuralista, Santos (2009) tomó la idea de que tanto la urbanización como la ciudad son elementos clave de la socialización capitalista. La ciudad actúa como un capital general —producido de manera colectiva y fundado en la concentración de infraestructuras, mano de obra y heterogeneidad de circuitos de cooperación— que busca ser apropiada por capitales individuales. Esa tensión entre la producción colectiva de la urbanización y de la ciudad y su apropiación monopolística es el núcleo de la acción del Estado y de sus estrategias de planificación urbana.

Ese esquema teórico, fundado en el binomio urbanización (como proceso) y ciudad (como forma material) desemboca en una definición de lo urbano como “lo abstracto, lo general, lo externo [léase la división social global del trabajo]” y la ciudad como una forma contendido que expresa “lo particular, lo interno [el conjunto de materialidades que dan una función o conjunto de funciones dentro de ese sistema de división social del trabajo]” (Santos, 2007a, p. 66).

En consecuencia, Santos (2009) propuso una economía política de la urbanización orientada a describir la globalidad de la división social del trabajo que caracteriza cierto período histórico, articulada con una economía política de la ciudad a partir del estudio de las funciones urbanas de los agentes sociales que ejercen poder y control, así como los que son controlados y subyugados (sistemas hegemónicos y hegemonizados, respectivamente) y también la zonificación de los valores de uso y de cambio de los lugares de la ciudad según su posición, el período y la división espacial —interna y externa— del trabajo. De esta última circunstancia depende la valorización de los espacios urbanos y de su búsqueda por parte de agentes sociales hegemónicos dependen las respuestas contrahegemónicas de los ciudadanos.

Se podría concluir que la faceta metromarxista de Milton Santos pasó del análisis sobre cómo la ciudad y la urbanización del tercer mundo actuaban para difundir el capitalismo moderno sobre formaciones sociales y espaciales periféricas (Santos, 2003) —algo que pudo plantear empíricamente gracias al exilio que lo llevó a conocer múltiples realidades urbanas de los países “subdesarrollados”— hasta el análisis más refinado de una economía política urbana cuyo método aplicó en Sao Paulo, a donde llegó cuando retornó a Brasil.

De los autores revisados, Santos es quizás el único que trasciende en dos ángulos del triángulo marxista: el de la ciencia social geohistórica y el filosófico. Aunque sus aportes metromarxistas cuentan con un potencial enorme para ser revisados, criticados —eran economicistas, centrados en dimensiones materiales y tenían algo del determinismo tecnológico que impregnaría su teoría del espacio— e incluso reformulados, representan una muy baja proporción de la reflexión que llevó a cabo sobre la ciudad, lo urbano y la urbanización, presentada antes de su etapa marxista ―bajo la adscripción a la geografía regional y la teoría de la urbanización dependiente― y también después de ella.

Por lo tanto, queda abierta la posibilidad de rescatar, reformular y ampliar sus categorías de economía política urbana marxista -la conceptualización de la ciudad como una forma contenido sería útil para abordar el problema de la definición de lo urbano, por ejemplo 11 -, así como de darles una base teórica marxista a muchas de sus categorías conceptuales abordadas en el transcurso de su labor intelectual: la jerarquización de redes urbanas en ciudades locales, metrópolis completas e incompletas, tipologías de la urbanización latinoamericana (Santos, 2007b, 2010) y corporativa o de desmetropolización (Santos y Silveira, 2001), en el contexto actual caracterizado por la financiarización y la neoliberalización capitalista.

Luis Fernando Chaves: la urbanización y la ciudad como ámbitos espaciales de acumulación

La obra del venezolano Luis Fernando Chaves es poco conocida en el ámbito latinoamericano, ya que sus obras circularon en Venezuela y muchas de ellas permanecieron inéditas hasta la década del noventa, pese a que fueron escritas entre las décadas del setenta y del ochenta. Su metromarxismo geográfico es sui generis, pues aunque estaba influido por el estructuralismo althusseriano de la época y por las variantes marxistas de la teoría de la dependencia, tenía una propuesta robusta y singular que articulaba a autores clásicos como Marx, Engels y Lenin con técnicas de cuantificación espacial. Si bien en la década del ochenta Harvey (1982; 1985) buscaba insertar el espacio en la teoría de la acumulación capitalista, Chaves (1998a) pretendía lo opuesto: aplicar “al análisis espacial, la teoría de la acumulación capitalista” (p. 118).

Este autor señala que la urbanización como proceso produce un sistema de asentamientos que incluye a las ciudades como la forma superior de organización, mientras lo urbano es entendido también como un subsistema que reúne las fuerzas de aglomeración y coincide, grosso modo, con la ciudad (Chaves, 1998a). Esta noción no se aparta mucho de la de Brian Berry (1964) sobre la ciudad como un sistema dentro de un sistema de ciudades, mas lo original fue que categorizó las escalas de lo urbano diferenciadas por la acumulación del capital.

Para Chaves (1998a), el proceso de formación y acumulación de capital sigue un patrón espacial centrípeto, ocasionado por la tendencia continua a la centralización (a la aniquilación de capitalistas pequeños por los grandes y, por ende, a la monopolización) y concentración (aumento de medios y fuerzas de producción y ampliación del mercado) de capitales y otro centrífugo, que implica la exportación de capital o la ampliación geográfica de las reservas de materias primas y recursos naturales. De esa manera, la urbanización engendra diferentes niveles de acumulación de capital, entendidos como un ensamblaje de estructuras técnicas de la producción y formas particulares de articulación de relaciones de clase.

El primer nivel es el central o polar e incluye un conjunto de agentes particulares (las empresas transnacionales, los grandes monopolios capitalistas nacionales y el Estado) que representan el máximo desarrollo de las fuerzas productivas. Estos agentes desarrollan actividades que causan espacializaciones urbanas de carácter vertical y, en menor medida, horizontal (solo cuando se relacionan con la gestión de materias primas, como en el caso venezolano con el petróleo), por lo que tienden a aglomerarse en las metrópolis que comandan las redes urbanas nacionales. Es el nivel en el que se entablan vínculos básicos 12 o exógenos de carácter nacional e internacional (Chaves, 1998a).

El segundo nivel es el regional. Involucra agentes como el Estado (promotor de inversiones de desconcentración o de redistribución de rentas y servicios) y los capitales agrocomerciales y agroexportadores que despliegan su accionar en el ámbito de las relaciones ciudad-región, sobre todo en actividades de explotación de materias primas, agricultura y redistribución de impuestos, con lo que se establecen vínculos espaciales ligados a funciones básicas de escala intrarregional (Chaves, 1998a).

El tercer nivel es el urbano formal. Están implicados agentes o “fuerzas vivas” como terratenientes urbanos, compañías inmobiliarias, constructoras, comerciantes y burocracias partidistas que, mediante la apropiación o adquisición (la primera ilegal y la segunda legal) de la tierra urbana para diversos usos, despliegan un poder oligopólico, que es la base del crecimiento. Se produce una demanda de localizaciones que induce a las fuerzas vivas que controlan la oferta oligopólica de la tierra urbana a apropiarse de los excedentes producidos por los primeros. Chaves (1998a) señala que este nivel no solo desempeña un simple papel de “recipiente de plusvalía, sino que cumple un papel importante en la realización de ésta” (p. 123) 13 e indica también que la construcción de viviendas de clase alta es una importante fuente de obtención de ganancias en la ciudad capitalista latinoamericana.

El último nivel de la acumulación es el rural mercantil, que es periférico al nivel regional. En él se despliega el avance geográfico del sector capitalista sobre la economía campesina a partir de procesos de acumulación originaria que destruyen los restos de vida rural tradicional y potencian la migración del campo a la ciudad (Chaves, 1998a).

Los niveles de acumulación en la postura de Chaves (1998a) surgen de dinámicas centrífugas de urbanización, como las del nivel de acumulación regional o el rural mercantil y también mediante patrones centrípetos, como lo ejemplifican el nivel central o polar y el urbano formal. De esa dialéctica entre los niveles centrípetos asociados con las actividades capitalistas modernas y las más atrasadas presentes en los niveles centrífugos emerge el patrón centro-periferia, que define los rasgos socioespaciales de la urbanización en países latinoamericanos como Venezuela (Chaves, 1998b).

Aunque la obra de Luis Fernando Chaves respondía al contexto latinoamericano de las décadas del setenta y del ochenta, cuando se percibía que la teoría de la dependencia ya no era suficiente para explicar la producción capitalista de los espacios urbanos de la región y no trascendía hacia una teoría más amplia del espacio y de lo urbano, las categorías que aporta siguen siendo útiles y relevantes para analizar el carácter multiescalar de la urbanización (análisis inter e intraurbano). Se trata sin duda de un metromarxismo menos político y profundo, en términos de abstracción teórica, que el de David Harvey, pero brinda una visión espacial mucho más variopinta de los procesos de acumulación. En el triángulo del marxismo, su obra se inclina al ángulo de la ciencia social geohistórica.

Lobato Corrêa: procesos socioespaciales de urbanización

Una selección de las obras teóricas clave del geógrafo brasileño Roberto Lobato Corrêa sugiere una diferenciación de sus análisis en dos escalas: la intraurbana (Corrêa, 1985) y la interurbana, que aborda la perspectiva de las redes urbanas en textos más recientes (Corrêa, 1999, 2000). En la primera se presenta una perspectiva más ecléctica, que articula conceptos estructuralistas de Castells con argumentos dialécticos Lefebvre, mientras en la última se recurre a las categorías estructuralistas propuestas por Santos (1977); en todas ellas la descripción de formas y funciones urbanas recibe un influjo importante de las perspectivas ecológicas de la geografía urbana norteamericana.

Corrêa (1985) conceptualiza la ciudad como un espacio urbano compuesto de formas (usos del suelo) y funciones (actividades de producción y reproducción) fragmentadas, pero articuladas por flujos; dicho espacio es producido simultáneamente como expresión de las estructuras y los procesos sociales capitalistas tanto pasados como presentes (la influencia de Castells en este punto es innegable) y como condicionante o reproductor de las relaciones sociales capitalistas (asume aquí una postura lefebvriana).

A pesar de adoptar ideas estructuralistas como la del reflejo social en el espacio, que empleó para explicar las áreas sociales y residenciales de la ciudad capitalista como epifenómeno de la estructura de clases, dado que estas presentan patrones concéntricos al modo de Kohler y Burgess o sectoriales como el de Hoyt, Corrêa (1985) subraya los roles generales de los agentes (propietarios de los medios de producción, propietarios del suelo, promotores inmobiliarios, el Estado y los grupos sociales excluidos) involucrados en los procesos sociales de acumulación de capital, de reproducción de las relaciones de producción y de lucha de clases, a los cuales vinculó con una interesante teorización de procesos espaciales a partir de los cuales las formas y funciones del espacio urbano se producen y reproducen.

Así, agentes como los propietarios de los medios de producción (que restringen a los industriales) involucrados en procesos de acumulación de capital, buscan localizaciones en la ciudad según sus intereses particulares que llevan a la centralización espacial para las actividades de comando y gestión, de descentralización para las actividades comerciales e industriales (las primeras en busca del aumento de su área de mercado y las segundas terrenos baratos y periféricos para ampliar sus economías de escala) y de cohesión o agrupamiento para aprovechar economías de aglomeración que surgen para segmentos de la producción industrial o del comercio al por menor.

Corrêa (1985) destaca el papel central de los promotores inmobiliarios y propietarios de suelo en la producción de espacio urbano, pero no asume una posición clara respecto al rol de ambos frente a la acumulación de capital en general y al carácter sui generis de este sector. Señala que, aunque puede haber capitalistas abocados solo a la producción inmobiliaria, otros empresarios, industriales, comerciales, financieros e incluso propietarios del suelo pueden tomar ese mismo papel, lo que implica especializaciones y diversificaciones muy variadas en el sector entre las actividades de incorporación, construcción y corretaje.

Su análisis en este punto se limita a exponer que la influencia política de los promotores inmobiliarios en el Estado es directamente proporcional a sus escalas de actuación espacial y operacional y, sobre todo, que el segundo recurre a la construcción para atenuar crisis capitalistas y la lucha de clases, mediante la promoción de vivienda (Corrêa, 1985). Persiste la referencia a la producción de vivienda como función central de la promoción inmobiliaria que, en el caso latinoamericano, no abarca la demanda insolvente, lo que propicia la autoconstrucción y la favelización como forma de resistencia y de supervivencia económica por parte de los grupos sociales excluidos.

Corrêa (1985) concluye su obra apuntando a interrogantes muy sugerentes sobre cómo tales agentes y procesos sociales y espaciales ocurren en ciudades de varios tamaños y cómo el espacio urbano actúa como reproductor de las relaciones sociales de producción a partir de la simbolización contenida en las formas de la ciudad. En cuanto al primer cuestionamiento, el autor ha propuesto un esquema sobre el funcionamiento de las redes urbanas que retoma la propuesta estructuralista de Santos, hecha en artículos escritos entre 1979 y 1986 que, como es característico en él, es hibridada con aportes de la geografía urbana norteamericana para caracterizar las formas espaciales.

A partir de un modo de producción como el capitalista, con sus leyes invariables y su hegemonía, Corrêa (2000) sostiene que surgen diversas formaciones socioeconómicas que se concretan en lo que Santos (1977) llamó formación espacial. Tal concepto expresa una síntesis que reúne al medio natural y social con la sociedad que los produce, por lo que las estructuras espaciales son reflejo y condición de las dinámicas de reproducción social (Corrêa, 2000).

Una de las estructuras que integran la formación espacial de una determinada sociedad es la red urbana, que es sometida a procesos históricos de largo plazo a partir de cambios económicos, políticos, sociales y culturales que reestructuran sus parámetros básicos —definidos por el autor con base en los trabajos de Brian Berry— como los tamaños de las ciudades que la componen, sus densidades, sus áreas de influencia, sus funciones y las relaciones espaciales que las articulan (Corrêa, 2000). De esa manera, las tipologías espaciales de las redes urbanas no son expresión del “nivel de desarrollo”, como se sugería en la perspectiva neopositivista, sino que surgen de la evolución temporal y superposición espacial de diferentes modos de producción. Por ejemplo, las redes primadas se presentan en territorios en los que existió el modo de producción asiático o en pequeños países de origen colonial, las redes urbanas dendríticas se asocian con formaciones sociales coloniales y las redes policéntricas son producto del desarrollo capitalista en los países centrales (Corrêa, 2000).

Esta propuesta ha sido empleada para comprender las transformaciones contemporáneas de las redes urbanas regionales en Brasil, a partir del concepto de globalización como fase superior de expansión del capitalismo. Por un lado, Corrêa (1996) señala que el desarrollo desigual de formaciones socioespaciales en Brasil que corresponden a grandes unidades regionales ha influido en una incorporación diferencial de las redes urbanas de cada una de ellas a la nueva fase de expansión del capitalismo.

El papel de las grandes corporaciones brasileñas y extranjeras multilocalizadas como agentes clave de la gestión del territorio (control de las divisiones urbanas del trabajo, los flujos interurbanos y el empleo) desde su sede central en las grandes metrópolis y la descentralización de actividades operativas a ciudades medias contrasta con el surgimiento y la refuncionalización de las pequeñas ciudades en Brasil (Corrêa, 1999): algunas, surgidas como company towns de empresas del sector extractivo; otras, creadas por el Estado; otras más antiguas, producto de la expansión de la frontera agrícola, son centros de gestión de la producción agroindustrial. Ello lleva al autor a concluir que tal diversidad proviene de la existencia de tres formaciones socioeconómicas rurales: una originada de la gran propiedad (la hacienda), otra de los minifundios y otra de frontera.

La obra teórica de Corrêa difiere de otros metromarxismos latinoamericanos, ya que incorpora aspectos ecológicos de la geografía urbana estadounidense que son empleados para describir las formas y las funciones de la ciudad y de las redes urbanas, a diferencia de Santos o Chaves, más críticos de ese enfoque. Respecto al metromarxismo geográfico anglosajón, los aportes de Corrêa se diferencian por el intento de articular formas del estructuralismo, uno social propuesto por Castell para el análisis intraurbano y otro geográfico inspirado en Santos para el análisis interurbano, sin abandonar la preocupación por el rol del espacio como reproductor de relaciones sociales.

En su obra predomina el ángulo de la ciencia social geohistórica que el filosófico y el político. Además, su conceptualización acerca de la vinculación de agentes, procesos sociales generales y procesos particulares de producción y reproducción de formas y funciones espaciales es un aporte extraordinario que resulta pertinente para el análisis de la urbanización contemporánea.

El marxismo dialéctico y las geografías urbanas de la hegemonía financiera y neoliberal

Los autores categorizados en el apartado anterior compartían, hasta cierto punto, una adhesión implícita o explícita al marxismo estructuralista que permeaba hasta fines de la década del ochenta no solo a la teoría de la dependencia, sino a las demás ciencias sociales en América Latina. Los rasgos principales de ese tipo de marxismo eran el predominio de lo económico sobre otras esferas de lo social y del tiempo sobre el espacio (construido socialmente como reflejo de relaciones sociales), énfasis en lo material, ausencia en los mecanismos explicativos de los agentes sociales y aplicación de métodos de investigación ortodoxos (principalmente deductivos).

En el metromarxismo geográfico latinoamericano, el estructuralismo se expresaba con una dimensión espacial más rica y dinámica centrada en la conceptualización, interpretación y descripción de la ciudad y el espacio urbano —no solo el intraurbano, sino las redes de ciudades— como estructuras o sistemas espaciales que son efecto y causa de determinadas relaciones sociales, pero contaba con el resto de las características del marxismo estructuralista en relación con el determinismo económico y la ausencia de lo inmaterial. A pesar de coincidir en esos últimos aspectos con la ortodoxia imperante en las ciencias sociales latinoamericanas de las décadas del sesenta y del setenta, los metromarxismos geográficos latinoamericanos no pasaron de ser un discurso marginal y periférico en la teoría social crítica hecha en o para la región.

Con la caída de los socialismos existentes y la desazón de la izquierda occidental, sobrevino para en las ciencias sociales un viraje al posmodernismo que incluyó otra serie de giros: el espacial y el cultural. El mapa de la teoría urbana anglosajona se amplió para dar cabida a nuevas lecturas sobre la ciudad, lo urbano y la urbanización, que abarcan corrientes muy variadas (fenomenológicas, posestructuralistas, poscoloniales o posmodernistas) y tienen en común la crítica a los metarrelatos modernos como el marxismo, en particular por su presunto economicismo, la ausencia de la agencia social, de lo inmaterial y su carácter esencialista.

En el ámbito del metromarxismo, lo anterior implicó una fase de reestructuración entre la década del noventa y comienzos de la de 2000, que ofreció varias opciones para sus practicantes: 1) abandonar dicho marco teórico (el caso de Castells es paradigmático) (Pradilla, 2009); 2) incorporar lo que le hacía falta al estructuralismo marxista, como lo ejemplifica la aplicación a la teoría urbana de la relación entre agencia social y estructura (Gottdiener, 1997) desde la teoría de la estructuración de Giddens (1998); 3) rescatar y reformular el marxismo dialéctico, que era un discurso teórico periférico durante la década del setenta, cuyo exponente principal en el campo de la teoría urbana fue Henri Lefebvre (1976, 1980, 2013).

En el caso anglosajón, el giro hacia un marxismo dialéctico ha sido la respuesta ante la crítica posmoderna y esa circunstancia por fin abrió una puerta a la categoría del espacio en la teoría social marxista: no solo David Harvey ha sido reconocido como uno de los marxistas más influyentes de esa región por que se abocan a lo urbano —Espacios de esperanza (Harvey, 2003), Espacios del capital (Harvey, 2007), Ciudades rebeldes (Harvey, 2013)—, sino que el espacio urbano como tal empieza a ser objeto de interés para teóricos marxistas como Jameson (2013) 14 o Žižek 15 (2009, 2013).

En el contexto latinoamericano, si las teorías urbanas críticas no consideran al espacio como una categoría teórica relevante, mucho menos la teoría social en general, incluida la marxista. No obstante, el metromarxismo geográfico latinoamericano se muestra como un campo dinámico y plagado de menos dogmatismo que en el pasado, debido a que presenta un carácter periférico respecto a la nueva ortodoxia del determinismo cultural y posmoderno. Como se verá en adelante, la reestructuración del metromarxismo geográfico en América Latina se deriva de nuevas interpretaciones de la economía política espacial desarrollada por Henri Lefebvre.

Sandra Lencioni: de la ciudad a la metrópolis y luego, a la megarregión urbana

La intersección entre el interés por un objeto tradicional de estudios para la geografía —la región— y los procesos espaciales —la industrialización y la urbanización— ha orientado la reflexión teórica metromarxista de la geógrafa brasileña Sandra Lencioni (1994, 1999, 2006). Aunque la autora reflexiona desde un conjunto heterogéneo de autores críticos no necesariamente marxistas, como Manuel Castells (2000), Allen Scott (2013) o Edward Soja (2008, 2013), su propuesta se fundamenta en la teoría de la producción del espacio de Henri Lefebvre (2013) y en ciertas tríadas teóricas y metodológicas de ese autor 16 (Lencioni, 2015a).

Lencioni (2011, 2015a) plantea que lo urbano asume formas, funciones y estructuras diferenciales según los procesos sociales hegemónicos o predominantes de una fase histórica y que, según la estructura social, el espacio se homogeniza, fragmenta y jerarquiza (ambas tríadas son lefebvrianas). La autora no define la ciudad, más señala que esta forma espacial de lo urbano fue transformada en metrópolis por los procesos de industrialización y de urbanización, cuyo desarrollo ocurrió con la agregación de anillos concéntricos que iban ampliando su escala en dinámicas sucesivas de polinucleación (nuevas centralidades comerciales e industriales y áreas residenciales) (Lencioni, 2015b).

La autora se aparta de las distinciones tajantes entre modernidad y posmodernidad, al señalar que la primera, lejos de extinguirse, tiende a mutar geográficamente para hacerse global. Lo anterior ha catalizado una transición metropolitana que va más allá del proceso de urbanización e incluye la “metropolización del espacio”:

La metrópolis contemporánea como una traducción urbana de la manifestación socioespacial de la globalización, presenta una nueva forma territorial, que puede ser descrita como una ampliación de la metrópolis moderna, heredada del proceso de urbanización e industrialización. Es producto del proceso de metropolización, que no es más que una metamorfosis del proceso de urbanización (Lencioni, 2006, pp. 71-72).

Ese concepto implica, en primer lugar, la constitución de extensas y discontinuas aglomeraciones en las que el dinamismo demográfico presenta un patrón centrífugo —de la gran ciudad a la periferia—, una estrecha articulación mediante redes materiales e inmateriales que multiplican los flujos cotidianos entre sus núcleos múltiples que presentan unas nuevas jerarquías y comandan procesos intensos de fragmentación (segregación social) y homogeneización espacial (estandarización de paisajes construidos) y unas geografías de límites difusos en las cuales lo rural se disuelve en lo urbano y este último en el primero (Lencioni, 2011). En segundo lugar, aquel proceso implica la presencia del carácter metropolitano en ciudades de cualquier porte, pequeñas o medianas, ya sea mediante su inserción en redes de proximidad relativa —inmateriales (flujos financieros, de información, de gestión, etc.)—, de proximidad territorial —materiales (aeropuertos, autopistas, vías férreas, etc.)— o en la mutación de los hábitos culturales de sus habitantes (Lencioni, 2006).

La metropolización del espacio sería entonces un proceso de regionalización de nuevas formas, funciones y estructuras urbanas (Lencioni, 2011) que va más allá del paso de la ciudad a espacio metropolitano. La autora plantea que los procesos capitalistas de concentración —expansión cuantitativa de los medios y fuerzas de producción— y centralización social del capital —agrupación y fusión cualitativa de facciones empresariales— (Lencioni, 2008) han potenciado geografías urbanas centrípetas y centrífugas que se expresan en la metropolización del espacio y en formas espaciales muy complejas denominadas megarregiones —concepto homólogo al de megalópolis de Jean Gottmann (1961)—, que articulan varias metrópolis con espacios intersticiales de variada naturaleza y tienen las siguientes características (Lencioni, 2015b):

  1. — Una forma lineal.

  2. — Un desarrollo en forma de anillos con énfasis en la dispersión.

  3. — Centenares de kilómetros de extensión.

  4. — Menor densidad que la metrópolis.

  5. — No aplica el modelo centro-periferia, sino la dispersión.

  6. — Intensificación de la polinucleación.

Uno de los procesos o totalidades que actúan como causa y consecuencia de la metropolización del espacio es la producción inmobiliaria de edificios e infraestructuras. Lencioni (2011, 2014) adopta en este punto la hipótesis transductiva de Lefebvre (1980) acerca de que la inversión en ambiente construido llegaría a ser uno de los ámbitos neurálgicos para la reproducción del capitalismo, hecho que, según la autora, ha ocurrido a partir de la financiarización y ha permitido concentrar y centralizar capitales en el sector de la construcción (Lencioni, 2014).

Aunque es difícil dar cuenta de la obra de la autora, ya que su pensamiento se encuentra aún en pleno movimiento, aporta un metromarxismo geográfico que se destaca por una perspectiva teórica expresada de manera sencilla y directa —centrada más que todo en la metropolización como proceso de posurbanización y de la ciudad mutada en metrópolis y megarregión urbana, pero no en la reflexión conceptual de “lo urbano”— y también por un interés decidido de no descuidar la operación rigurosa de la descripción e interpretación espacial de los procesos contemporáneos de metropolización.

Ese interés por la descripción teóricamente informada, como la denominó Lefebvre (1978), hace del metromarxismo geográfico de la autora una herramienta útil para diagnosticar realidades metropolitanas, pero no tiene como objetivo —al menos explícito— encaminarse a una crítica política y social profunda de las implicaciones de la metropolización del espacio. En el triángulo del marxismo propuesto por Therborn (2014), en la perspectiva de Lencioni predomina el ángulo de la ciencia social geohistórica.

Ana Fani Carlos: el espacio no se organiza; se produce y reproduce

La “metageografía” de Carlos (2011, 2012) reconoce que la geografía y la realidad social presentan una crisis tanto teórica como de la praxis, por lo que señala que la disciplina y su corriente marxista deben partir de una crítica interna para renovarse: superar el economicismo y la reducción del fenómeno urbano a lo industrial y la estrecha conceptualización del ser humano como fuerza de trabajo y comprender el método de Marx, para aplicarlo con todos sus potenciales y trascender el ya estéril debate sobre la ausencia del espacio en el marxismo (Carlos, 2012).

Por otro lado, la crítica disciplinar interna debe ir del papel de la geografía como un saber que ha despolitizado al espacio convirtiéndolo en medio ambiente, a las perspectivas de la escuela de Milton Santos que han reducido al espacio a un medio técnico-científico-informacional y le han conferido una centralidad excesiva a la técnica sobre el trabajo y, por último, al giro cultural que, según Carlos (2012), ha autonomizado la cultura de la economía, para caer en lo que se criticaba del economicismo por aislar lo cultural. La autora sostiene que, como resultado de algunas de esos enfoques geográficos —sobre todo los dos primeros— se ha hecho más énfasis en describir la organización del espacio que en comprender su proceso social de producción (Carlos, 2011).

La metageografía es una propuesta inspirada en la interpretación propia del pensamiento de Henri Lefebvre, centrada no solo en la producción social del espacio 17 , sino en lo que la autora llama reproducción del espacio y se expresa en ciertas prácticas sociales de preservación, degradación y transformación del mismo. El acento en la reproducción del espacio es el argumento más novedoso en esta propuesta.

Tanto la producción y reproducción del espacio presenta tres dimensiones clave que destaca Carlos (2007): una económica, en la que se despliegan las prácticas de acumulación y realización de capital por diversas facciones; la política, en la cual el Estado, mediante el ejercicio del poder, produce múltiples formas de dominación; la social, que tiene que ver con la reproducción de la vida humana en la cotidianidad, concebida como una totalidad de momentos para el trabajo, la vida privada y otras acciones sociales privadas y colectivas que implican la apropiación o el uso de lugares para dichas actividades.

Carlos (2007, 2011) prioriza la categoría de espacio urbano sobre la de ciudad o de proceso de urbanización —de este último no hay una conceptualización explícita—. La autora indica siete lineamientos para el análisis de la producción y la reproducción del espacio urbano contemporáneo (Carlos, 2007):

  1. La redefinición de lo “urbano”, que implica diferenciarlo de la categoría conceptual de ciudad. Para la autora, lo urbano es la “reproducción de la vida en todas sus dimensiones —abarcando las escalas local/mundial, lo que incluiría necesariamente, las posibilidades de transformación de la realidad (la dimensión virtual)” (Carlos, 2007, p. 12), mientras la ciudad corresponde a “la escala del lugar, revelando lo vivido y la vida cotidiana a través de los espacios tiempos de la realización de la vida” (Carlos, 2007, p. 12).

  2. El proceso de reproducción de la ciudad se presenta de manera dinámica, con la destrucción y creación continua de formas, valores y significados, lo que propicia alienaciones e identidades.

  3. La aceleración de la vida —lo que Harvey (1998) llamó compresión espacio-temporal y definiría la condición posmoderna— genera tiempos efímeros y espacios amnésicos.

  4. El aumento de la velocidad y los flujos de movimiento material e inmaterial ocasionan aislamiento. Los individuos se distancian de los lugares para la realización de su vida.

  5. La ciudadanía se establece en función del uso cotidiano de ciertos lugares en la metrópolis y no en su totalidad; sin embargo, esta se reduce a la función de usuario o consumidora, dado el predominio de las lógicas del valor de cambio sobre el de uso en la ciudad.

  6. Lo anterior conlleva una mercantilización de los lugares de la ciudad, que redefine quién puede acceder a ellos o no. Se pasa del “consumo en el espacio al consumo del espacio” (Carlos, 2007, p. 14).

  7. Se redefine la relación Estado-espacio con la mediación de la ciudad. El Estado diseña y promueve nuevas centralidades, para ampliar el campo de valorización de los capitales inmobiliarios.

El abordaje de la autora, centrado en la reproducción del espacio urbano a partir de las prácticas socioespaciales de la vida cotidiana desplegadas en los lugares de la ciudad, va más allá del objetivo de explicar o comprender dialécticamente dichas dinámicas; se plantea de manera explícita un carácter político, utópico y alternativo de la teoría urbana. En ese sentido, la autora ha revisado el concepto de derecho a la ciudad —convertido a su juicio en una ideología por quienes lo defienden como mecanismo de reforma social y espacial y no como transformación radical— y lo define como una totalidad de pensamiento y acción:

El proyecto que contempla la idea del derecho a la ciudad surge, por lo tanto, como necesidad de un pensamiento alrededor de una teoría de la praxis centrada en la conciencia y el conocimiento acumulado, mostrando las formas de alienación, uniendo pensamiento y acción. Un conocimiento como interpretación para orientar la metamorfosis a partir de un proyecto de transformación del mundo (Carlos, 2015, pp. 251-252).

La propuesta teórica de Carlos difiere de las anteriores porque involucra con más decisión el vértice político del pensamiento geomarxista y le otorga un notable peso a la reflexión filosófica derivada de su interpretación de la obra de Henri Lefebvre, eso sí, con el costo —quizá no tan grave— de descuidar un poco el tercer vértice del despliegue metodológico de las ciencias sociales geohistóricas: la relación con lo concreto a partir de estudios de caso.

El trayecto de teorización que hace la autora se distingue del de otros metromarxistas geográficos como el de Harvey, puesto que partió del análisis espacial urbano y propuso luego un abordaje sobre la producción y reproducción social del espacio en general, aunque el espacio es ya realmente y como posibilidad, totalmente urbano. Sin embargo, el rasgo esencial a destacar es que la autora aborda una categoría central poco teorizada en el metromarxismo anglosajón, como es la reproducción socioespacial, un vacío conceptual reconocido por Harvey (1990, 2006), que había recibido poca atención desde esta perspectiva epistemológica y se convierte en el mayor activo del giro cultural con el costo de tener que disociarla de las dinámicas de producción.

Epílogo inconcluso: en la periferia de una ciencia social periférica, ¿la teoría espacial como guía de la praxis urbana alternativa?

Aunque el campo de la geografía urbana ha sido descrito como un lugar de “dominio de los discursos de izquierda, particularmente los enfoques neomarxistas y/o postestructuralistas” (Montoya, 2009, p. 150), en América Latina la nueva ortodoxia es la posestructuralista, mientras el metromarxismo geográfico es un espacio teórico circunscrito a la periferia de una disciplina social que es de por sí periférica y más en Colombia. No obstante, como lo señala Lefebvre (1980), en la periferia es posible encontrar heterotopías, es decir, alternativas a las teorías urbanas espaciales y a las geografías urbanas posestructuralistas de la región, que reafirman la espacialidad vivida en tanto dicen poco de las relaciones sociales y espaciales de producción.

Pese a que se concibe la geografía urbana marxista como un enfoque poco dinámico (Hiernaux y Lindón, 2006), el análisis esquemático de los cinco autores revela una realidad muy diferente: del metromarxismo geográfico estructuralista centrado en las dinámicas económicas y materiales se ha pasado a otro de carácter dialéctico, en el cual la producción del espacio urbano no resulta solo de relaciones de producción, sino de mecanismos materiales e inmateriales de reproducción social y espacial como la ideología y la vida cotidiana. No obstante, gran parte del arsenal conceptual del primer enfoque es susceptible de ser revisado y reformulado para dar cuenta de las realidades contemporáneas, ya que el pensamiento suele ir y venir del pasado al presente o de este al futuro.

Sobre la conceptualización de la ciudad, lo urbano y la urbanización, hay una amplia gama de interpretaciones y posibles desarrollos metodológicos: la ciudad como una variedad de espacio urbano material e inmaterial, en el que se yuxtaponen funciones productivas, la vida cotidiana y las contradicciones sociales contemporáneas; lo urbano como una categoría escalar más amplia que no incluye relaciones entre la ciudad y el campo, sino entre metrópolis y se acerca más a un concepto equivalente al de sociedad; por último, la urbanización como un proceso continuo, dinámico y contradictorio de producción y reproducción de formas, funciones y estructuras urbanas.

Los metromarxismos geográficos latinoamericanos revelan una fuerte concentración y dependencia del desarrollo teórico brasileño, lo que implica tomar con cuidado las categorías discutidas, ya que muchas de ellas son contingentes a la realidad socioespacial de ese país; aplicarlas en otros contextos latinoamericanos es incurrir de nuevo en una universalización geográfica espuria como la que deriva del uso acrítico de la teoría de la ciudad global o de la gentrificación. De lo anterior queda claro que hay campo en otras realidades latinoamericanas para la producción de categorías teóricas metromarxistas.

Si la teoría es una guía para la acción como reza el viejo adagio marxista, hay espacio para hallar caminos alternativos.

Agradecimientos

El artículo corresponde al desarrollo de la tesis “Geografías de la acumulación por urbanización en Chile (1975-2015): ¿Utopías de la vivienda o distopías urbanas?”, en el marco de estudios doctorales financiados por Conicyt-PCHA/Doctorado nacional/3318/2016.

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Notas

* Artículo de revisión teórica.

1 Se trata de un campo de reflexión multidisciplinario que concibe la realidad urbana como producto de relaciones de dominación, con intención de cuestionarla y transformarla, más que explicarla. Esto último las diferencia de lo que Harvey (1973) denomina teorías del statu quo, es decir, las concepciones positivistas que buscan explicar lo urbano a partir de leyes universales o de generalizaciones urbanísticas orientadas a la gestión burocrática de la ciudad.

2 Una opinión diferente es la que sostiene Brenner (2016), para quien la teoría urbana crítica es solamente la que deriva de Marx y Engels, de la Escuela de Frankfurt y de autores del marxismo occidental como Harvey, Castells o Lefebvre. Las teorías urbanas no anglosajonas o no traducidas al inglés también son excluidas del árbol genealógico y no podrían ser consideradas “críticas”.

3 El término hace alusión a la escasa reflexión teórica sobre la categoría de espacio, propia de la geografía neopositivista de la década del sesenta e incluso de la geografía regional que predominó hasta mediados del siglo XX.

4 En ese momento predominaba una geografía neopositivista, en la que el espacio era una representación cuantitativa reducida y abstracta, erigida como un nuevo discurso disciplinar a partir de las ruinas de una geografía regional que fragmentaba el mundo en áreas para ser descritas y explicadas de manera contextual, no universal.

5 Por teoría social se entiende aquí un ámbito de reflexión sobre la sociedad, que es alimentado por múltiples disciplinas (Sociología, Historia, Economía, Geografía) y que, en ámbitos como el anglosajón, tiende a diluir las fronteras tradicionales de la división del trabajo científico (sociedad, tiempo y espacio); por teoría social marxista se refiere a una posición epistemológica que privilegia la comprensión, el cuestionamiento y la transformación de la sociedad, su historia y su geografía, a la luz del método dialéctico y de categorías conceptuales marxistas (Peet, 1998).

6 Esta tiende a ser una historiografía longitudinal, confinada a escuelas nacionales. Intentos por establecer historiografías transversales y de carácter espacial comparativo son prácticamente inexistentes.

7 Transversales en términos epistemológicos: la historiografía de la geografía crítica marxista, de la geografía humanística y también de las geografías postmodernistas.

8 Se podría señalar que la aversión de Harvey por el estructuralismo tiene que ver, como él mismo lo señaló, con la mala impresión que le produjo Louis Althusser, algo que lo motivó más a recorrer París, que a formarse en el corpus estructuralista imperante en Francia (Harvey, 2007).

9 Que aún hoy se define como un “estructuralista impenitente” (Benach, 2012, p. 74).

10 Moraes (2014) ofrece una cronología de las obras de Milton Santos que demuestra la no coincidencia de las fechas de escritura de manuscritos con las de su publicación.

11 Lefebvre (2013) también definió el espacio como una abstracción concreta, es decir, como un conjunto de posibilidades sociales que se concretan mediante formas, funciones y estructuras: la ciudad sería una forma concreta que asume el espacio urbano, pero ya no es la única, como lo sostienen Brenner y Schmid (2015).

12 Retoma el concepto de actividades básicas y no básicas; las primeras, de exportación, que vinculan ciudades y las últimas, de carácter local, ligadas al consumo interno de la ciudad.

13 Curiosamente no hay ninguna cita al defensor de ese argumento, Lefebvre (1980), a pesar de que sus obras ya habían sido traducidas al español.

14 El autor señala que la espacialidad abordad por Marx en El Capital es la de la separación. La separación del ser humano de su espacio sería un proceso que hoy reviste la forma de la gentrificación (Jameson, 2013).

15 El autor ha abordado la relación entre ideología y producción de la naturaleza y de espacios comunales como el de la ciudad (Žižek, 2009).

16 Lefebvre (2013) reflexionaba teóricamente mediante tríadas conceptuales que buscaban ser articuladas mediante la dialéctica. La más conocida es la de espacio percibido, concebido y vivido; sin embargo, hay muchas otras poco exploradas como las de mito, ideología y utopía (Lefebvre, 1980; Hidalgo et al., 2016) o isotopías, heterotopías y utopías (Lefebvre, 2013).

17 En este caso, la producción no se restringe a su proceso de mercantilización, sino que incluye la creación de comportamientos, valores y múltiples relaciones sociales.

Notas de autor

aInvestigador indepediente. Autor de correspondencia. Correo electrónico: ldsantana@uc.cl

Información adicional

Cómo citar este artículo: Santana, L. D. (2018). Introducción a los metromarxismos geográficos latinoamericanos: perspectivas sobre la ciudad, lo urbano y la urbanización. Cuadernos de Vivienda y Urbanismo, 11(22), 1-10. https://doi.org/10.11144/Javeriana.cvu11-22.imgl

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