El presente estudio explora el proceso de conformación de un emprendimiento de tipo asociativo por mujeres rurales, al igual que su relación con los roles de género en el ámbito doméstico. Por medio de observaciones participantes y entrevistas, se trabajó con usuarias del Programa de Formación y Capacitación para Mujeres Campesinas, en La Araucanía, región que se localiza en el sur de Chile. Conforme con un corpus teórico de enfoque constructivista, se caracterizaron las diferentes posiciones que ocupan las mujeres al interior de sus organizaciones, según la forma como articulan su rol asociativo con la división sexual del trabajo tradicional en sus grupos familiares. En ese sentido, las conclusiones alientan la generación de metodologías que fomenten la participación de las mujeres en emprendimientos asociativos, y consideren a la vez sus intereses y colocaciones en las estructuras de género de las zonas rurales.
This study explores the process of forming an associative enterprise by rural women, as well as its relationship with gender roles in the domestic sphere. We worked with users of the Training and Training Program for Peasant Women through participant observations and interviews in La Araucanía, a region located in southern Chile. According to a theoretical corpus of constructivist approach, we characterized the different positions that women occupy within their organizations according to the way they articulate their associative role with the gender division of traditional work in their family groups. In this way, the conclusions encourage the creation of methodologies that foster the participation of women in associative ventures, while considering their interests and placements in the gender structures of rural areas.
En Latinoamérica, los gobiernos han implementado políticas públicas que promueven la asociatividad como estrategia para el emprendimiento en zonas rurales (
En Chile, desde la década de 1990, los gobiernos han implementado políticas públicas que promueven el emprendimiento asociativo de las mujeres rurales para impulsar su ingreso al ámbito productivo (
En Chile, la estructura tradicional del género tiene un carácter histórico, pues desde inicios del siglo XX el sistema de inquilinaje de las haciendas rurales adquirió características paternalistas; rasgos según los cuales las mujeres ocupaban el lugar de familiares de inquilinos que carecían del derecho a la propiedad de la tierra o de la casa, pero que eran responsables de los quehaceres domésticos y maternos (
La presente investigación se ubica en el escenario hasta tanto descrito, y se propone explorar el proceso de conformación de un emprendimiento asociativo de mujeres rurales, al igual que su relación con los roles de género que ellas desempeñan en el ámbito doméstico. En ese contexto, las preguntas de investigación se remiten a cómo es el proceso de conformación de un emprendimiento asociativo de mujeres rurales; cuál es su dinámica asociativa, y cómo se relaciona dicho proceso con los roles de género que las mujeres desempeñan tradicionalmente al interior de sus unidades domésticas. Para responder a estas preguntas, el estudio se enfocó en la experiencia de las usuarias del Programa de Formación y Capacitación para Mujeres Campesinas ejecutado por la Fundación para la Promoción y Desarrollo de la Mujer (Prodemu) en convenio con el Instituto de Desarrollo Agropecuario (Indap); programa implementado en la región de La Araucanía en el sur de Chile. Dicho programa capacita a las usuarias para que desarrollen un emprendimiento asociativo en las ramas agropecuaria, de turismo rural, de la agroindustria o de las artesanías (
A partir de la década de 1980, se impulsó en Chile una serie de transformaciones económicas en las zonas rurales que implicaron la sustitución del antiguo modo de producción, el cual estaba basado en la hacienda (
El impacto diferencial de la reconfiguración económica que experimentan las mujeres en comparación con los hombres puede explicarse, al menos parcialmente, por las formas como la industrialización interactuó con la estructura familiar rural (
En este contexto, las políticas internacionales y las de Chile han visto en las asociaciones mecanismos idóneos para impulsar el emprendimiento de las mujeres rurales, para reducir las desigualdades que ellas enfrentan, así como para facilitar su inserción en mercados locales (
Cabe añadir que el trabajo asociativo implica también otras ventajas para sus miembros; entre ellas se destacan el aumento de sus ingresos y poder de negociación, al igual que la mejora de la calidad, la competitividad y la productividad de sus emprendimientos (
En el caso de las mujeres, las asociaciones también favorecen la transformación de las relaciones desiguales de género (
Como se observa, los estudios coinciden en torno a las ventajas que el involucramiento con emprendimientos asociativos otorga a las mujeres. No obstante, aún es limitado el conocimiento que se tiene del proceso necesario para conformar una asociación de este tipo con mujeres rurales, al igual que la comprensión de sus dinámicas organizativas y su relación con los roles tradicionales de género (
Se organizó un estudio con enfoque cualitativo el cual permitió ahondar en las experiencias y significados que los actores involucrados elaboran en torno a su realidad (
Como requisito de ingreso al programa, cada participante debe acreditarse ante el Indap como campesina, en la medida en que demuestra que habita y trabaja generalmente en el campo; que su ingreso proviene mayoritariamente de la actividad silvoagropecuaria, y que no explota una superficie superior a las 12 hectáreas de riego básico ni tiene, para el año 2017, activos superiores a aproximadamente $140 000 dólares americanos. De acuerdo con los datos recabados por el programa, la edad promedio de las usuarias es de 48 años; alrededor del 65% no alcanza los 9 años de escolaridad básica, y solo el 16% reporta alguna actividad laboral al momento de su ingreso (
La estrategia muestral tuvo un carácter no probabilístico (
Las técnicas de recolección de la información coincidieron con observaciones participantes y entrevistas semiestructuradas. Es reseñable que las observaciones se enfocaron principalmente en las capacitaciones y actividades implementadas por cinco emprendimientos asociativos de mujeres, aunque también se realizaron otras en eventos que incluían la participación de distintas asociaciones productivas del programa. En suma, las observaciones permitieron generar información sobre los procesos asociativos y las dinámicas que se presentaban al interior de cada organización. Se realizó un total de cuarenta y una observaciones participantes, de las cuales se tiene registro por medio de notas de campo. En la
* Según clasificación territorial para la operación del programa (Indap y Prodemu, 2016). ** A juicio
de los equipos de intervención.
1
Telar
Mediana
Alta
10
2
Ovino
Alta
Alta
9
3
Ovino
Alta
Baja
5
4
Artesanías
Alta
Alta
5
5
Hortalizas
Baja
Baja
5
Actividades entre múltiples emprendimientos
asociativos u otras del programa
Varios
Ambos
Ambos
7
41
Conforme
con
De
acuerdo con el análisis realizado, el proceso de conformación de un emprendimiento
asociativo ejercido en el marco del programa en estudio requiere que las socias
articulen conjuntamente múltiples propósitos cuyo origen se sitúa en la división
sexual del trabajo de la unidad familiar. Como se observa en la
Antes de su ingreso al programa, la participación económica de las mujeres se realizaba de acuerdo con la división sexual del trabajo que era tradicional en la familia rural. En otras palabras, ellas fueron educadas desde temprana edad para desempeñarse en los quehaceres del hogar, la atención de los varones y los familiares enfermos, además de atender los cuidados de la huerta y de los animales menores. Según las participantes, en la familia rural los hombres son quienes trabajan la tierra y se emplean de forma remunerada. Al respecto, una entrevistada sostiene que “en la familia campesina se acostumbra que el marido sea el que lleva el dinero, y la mujer se queda en la casa” (Socia n.o 1, emprendimiento n.o 2, comunicación personal, 22 de diciembre de 2016).
En el marco de la división sexual del trabajo, las mujeres rurales dedican la mayor parte de su tiempo a actividades productivas no remuneradas y que se realizan adentro del ámbito doméstico. En consecuencia, sus redes comunitarias o institucionales se reducen generalmente a los miembros de su familia nuclear y/o extensa. Dice otra entrevistada: “yo estoy aferrada a mi casa, mi casa no más” (Socia n.o 2, emprendimiento n.o 2, comunicación personal, 9 de enero de 2017); con ello, reafirma en qué grado lo central en su vida es el hogar, y expresa reticencia a involucrarse con actividades afuera de ese ámbito. Tal forma de división del trabajo favorece la posibilidad de que, cuando las mujeres ingresen al emprendimiento asociativo, sus maridos o parejas interpreten que ellas están descuidando la familia, ante todo cuando deben salir de casa (
Desde su inicio, el emprendimiento asociativo supone tensiones en la división sexual del trabajo tradicional de la familia rural. Lo anterior se deriva de que el programa propone que las usuarias conformen un emprendimiento asociativo; no obstante, como se vio en la fase anterior, la mayoría de las potenciales participantes no tiene dicha motivación: por el contrario, están a lo sumo interesadas en generar ingresos para mejorar la calidad de vida de sus familias, pero no se muestran dispuestas a que aquello implique una renuncia o un cambio de sus responsabilidades domésticas tradicionales. Por esos motivos, las mujeres no se insertan al programa interesadas en conformar un emprendimiento asociativo, sino en recibir beneficios como las capacitaciones o los insumos productivos en los que se pueden apoyar para generar ingresos familiares. En consecuencia, los casos de mujeres con interés de formar una asociación productiva son escasos: se habla por lo general de una o dos socias por organización, quienes usualmente lideran el proceso de conformación de la iniciativa en cuestión. Con el apoyo de los equipos técnicos, estas socias invitan a otras mujeres, generalmente familiares o vecinas para que, en conjunto, alcancen el mínimo de participantes para iniciar un emprendimiento asociativo, el cual cuenta con entre cinco y diez personas, según los requerimientos que establece el programa para cada territorio (
En este punto, cabe subrayar que tanto la división sexual del trabajo tradicional como el escaso capital social de las socias condicionan el emprendimiento asociativo. En otras palabras, en cada organización, la mayoría de las integrantes prefiere limitar su participación económica, por priorizar sus roles reproductivos (
Como
se mencionó en el apartado anterior, en el marco del programa se conforma un emprendimiento
asociativo marcado por la heterogeneidad de propósitos de sus integrantes. A su
vez, tales propósitos se relacionan con cuatro posiciones organizativas que toman
las mujeres al interior de la agrupación, de acuerdo con los siguientes criterios:
(i) su grado de compromiso con la asociación de mujeres; (ii) su nivel de compromiso
con el propósito de emprender, propiamente dicho, y (iii) su disposición para tensionar
sus roles domésticos y reproductivos con la finalidad de participar en la organización.
Se formulan así posiciones organizativas que han sido denominadas
El emprendimiento en lo formal alude a la posición de las mujeres que muestran escaso compromiso con la asociación y con el emprendimiento que implica, aunque forman parte de la asociación productiva. Se trata de mujeres que ingresaron al programa motivadas por los insumos para la producción, los cuales reciben, pero no por establecer vínculos organizacionales con sus compañeras. No obstante, quienes participan en esa posición logran con frecuencia mantenerse durante los tres años de capacitación. Lo anterior se puede explicar al menos parcialmente porque, para entregar los materiales, el programa exige a cada socia asistir a las reuniones, so pena de ser dada de baja. Además, los equipos técnicos pueden implementar otras formas de presión, asociadas a prácticas clientelistas que todavía prevalecen en zonas rurales, como se registra en una nota de campo:
Cuando
llegamos a la sede, aún no había llegado la mayoría de las socias […]. Mientras
esperamos, la monitora pregunta a las asistentes: “¿Qué hubiera pasado si llegara
hoy el jefe de zona de Indap y viera que solo hay dos
o tres socias?” Hay un acuerdo entre las mujeres de que perderían el apoyo del jefe
de zona. (Diario de campo, emprendimiento n.o
3, 27 de octubre de 2016)
De esta manera, entre las socias se genera presión en torno a que todas las integrantes deben cumplir los requisitos de asistencia para recibir los insumos productivos y para tener antecedentes favorables cuando se postulen a otros beneficios institucionales. De igual modo, el programa se beneficia de esta dinámica, pues se elevan drásticamente las posibilidades de alcanzar sus metas de atención anual de usuarias capacitadas.
No obstante, participar en ese lugar representa un aporte mínimo al funcionamiento del emprendimiento asociativo. Desde esa posición, las participantes acuden a las reuniones de capacitación, pero por lo común se distraen; además, se comprometen mínimamente con las actividades grupales; elaboran escasos enceres, y, de producir alguno, no participan en su distribución y venta. También es frecuente que lleven a sus hijos a las sesiones, lo cual genera ocasionalmente molestias en otras socias. Cuando otras compañeras las cuestionan con respecto al motivo por el que no participan más, responden de manera similar a la siguiente participante, quien argumenta de forma tajante que “las que tienen hijos chicos no pueden ir [a las actividades fuera de las capacitaciones obligatorias] y que las que sí son aquellas que ya no tienen hijos chicos o nietos que cuidar” (Socia n.o 3, emprendimiento n.o 2, comunicación personal, 4 de noviembre de 2016). De ese modo, esta socia expresa la tensión que supone para ella participar en la organización productiva con relación a sus roles domésticos.
En la siguiente posición organizativa, las mujeres muestran un compromiso parcial con el emprendimiento asociativo pues, aunque no se inclinan hacia la posibilidad de conformar una asociación de mujeres, sí están interesadas en hacer uso de la organización productiva en la medida en que constituye un medio para extender los modos de producción de la economía familiar campesina. De acuerdo con eso, las participantes ven en la asociación una actividad productiva en la cual pueden tomar parte sus parejas e hijos. Esto último causa molestias entre los monitores, quienes se quejan de que “las mujeres siempre se las ingenian para meter a sus familias” (Comunicación personal, 4 de abril de 2016) en las actividades de la agrupación.
En esa posición, las mujeres representan un aporte mayor al emprendimiento asociativo, si son comparadas con las socias de la posición anterior. De tal modo, cabe señalar que debido a que ven en la organización una oportunidad para generar ingresos familiares, se involucran en la elaboración, distribución y venta de mercancías. No obstante, siguen conceptualizando el espacio asociativo como una cooperación de unidades familiares, en donde cada mujer representa a su familia nuclear. Sobre este aspecto, se registró en una nota de campo: “me comenta la presidenta que ellas [como asociación] venden las frutillas afuera de su casa, enfatizando enseguida que también los hijos de cada una [cada socia] venden jugos de frutilla, o sea, que las familias de cada una están involucradas” (Diario de campo, socia n.o 1 sobre otro emprendimiento, 5 de diciembre de 2016).
Debido a que en esta posición el emprendimiento se asocia fuertemente con el modo de producción familiar campesina, la organización productiva adquiere, en paralelo al propósito de generar ingresos, el de producir para el autoconsumo. Al respecto, en la siguiente nota de campo se observa: “les pregunté a las socias sí vendían la carne de las ovejas, a lo que la presidenta me responde, algo molesta, que ‘también es para consumo de sus familias’” (Diario de campo, socia n.o 5, emprendimiento n.o 2, 21 de junio de 2016). En coherencia con ese modelo de funcionamiento, las mujeres se muestran dispuestas a ocupar cargos de representación formal como la presidencia del grupo, pues se muestran motivadas por el crecimiento de la unidad productiva; no obstante, la asociación tiene valor para ellas en la medida que se integra al modo de producción familiar.
Otro punto relevante para caracterizar esta segunda posición es que, toda vez que las socias asumen las actividades de la asociación como un emprendimiento familiar, sus maridos o parejas son propensos a otorgar legitimidad a su participación productiva. Tal como lo comenta una entrevistada: “mi marido me apoya porque yo le digo: ‘no voy a ir a la reunión [capacitación], estoy atrasada [en las labores domésticas]’; me dice que vaya […]. Yo le digo: ‘si dejo una cosa sin hacer, va a quedar sin hacer’, y le digo: ‘quédate tú a terminar de cocer el pan’, y lo hace, igual es un apoyo” (Socia n.o 1, emprendimiento n.o 3, comunicación personal, 1 de diciembre de 2016). De esa forma, si bien las parejas no asumen las labores domésticas como su responsabilidad, sí realizan tareas específicas mientras las mujeres están en las capacitaciones, lo cual es vivenciado por ellas como un apoyo y las hace sentir con el derecho de participar en el emprendimiento asociativo.
La tercera posición asociativa alude a aquellas mujeres comprometidas con emprender como iniciativa personal. El emprendimiento como individuo refiere a un modo de participación en el que las mujeres tienen un proyecto individual —no familiar— de emprendimiento, mientras que su compromiso con la asociación tiene valor porque representa una oportunidad para crecer en lo personal. Esta posición participativa es posible porque generalmente cada asociación funciona con base en el trabajo voluntario e individual de sus socias, lo cual se integra a los acuerdos implícitos y algunas veces explícitos de cada grupo. Dicho acuerdo supone que cada participante se compromete a trabajar por la asociación según sus motivaciones y necesidades personales, las cuales se relacionan estrechamente con el grado de libertad que tiene para reajustar sus roles domésticos tradicionales. Como dice una de las entrevistadas: en la asociación “no se obliga a nadie a hacer nada, porque es claro: la que trabaja o teje, en este caso gana, y la que no quiere hacer nada, no va a ganar nada” (Socia n.o 4, emprendimiento n.o 2, comunicación personal, 22 de diciembre de 2016).
En esta posición, las mujeres sí llegan a concebirse a sí mismas como emprendedoras por cuenta propia, pero solo una vez que el programa concluya; así, se evidencia el escaso peso que le otorgan a la asociación como iniciativa de cooperación conjunta. En esa medida, es posible considerar que la asociación facilita a las mujeres hacer compatible su rol en el emprendimiento con su rol doméstico. Sobre este punto, comenta una entrevistada que “[para algunas compañeras es] más cómodo trabajar cada quien en la casa” (Socia n.o 2, emprendimiento n.o 3, comunicación personal, 21 de diciembre de 2016), un modo de organización del trabajo que permite ajustar las labores productivas con las labores de aseo y crianza.
A pesar de ser presionadas por el doble compromiso que constituyen el aspecto familiar y el productivo, las mujeres que ocupan tal posición contribuyen ampliamente al funcionamiento del emprendimiento asociativo. En ese sentido, es reseñable que ellas se comprometen con las actividades grupales, pues buscan que el funcionamiento de la asociación se prolongue al menos durante el periodo del programa correspondiente, de modo que puedan aprovechar las capacitaciones y conectarse con redes de mercado o institucionales. No obstante, a diferencia de las socias que participan en la segunda posición, las mujeres no cuentan en este caso con el respaldo del marido o la pareja. Por tanto, a la doble jornada de trabajo se suma la carga emocional asociada con las tensiones de ampliar sus límites productivos afuera del marco de la división sexual del trabajo de la familia campesina. La siguiente nota de campo evidencia dicha circunstancia:
Le comento
al esposo de una participante que vengo a su casa para entrevistarla sobre su experiencia
en el Prodemu. Él me responde: “¡Ah, sí, eso es para que
ella se entretenga, su entretención!”, a lo que la participante reacciona agachando
la cabeza. (Diario de campo, 22 de diciembre de 2016)
Con sus palabras, el marido deja claro que él es el proveedor de la casa, mientras que la actividad económica de la mujer representa un pasatiempo. Debido a que participar en esta posición implica un proyecto personal, las involucradas se enfrentan por lo general a numerosas críticas y denostaciones que les dirigen sus maridos o parejas.
La última posición organizativa alude a aquellas participantes que muestran un fuerte compromiso con el emprendimiento asociativo y que trabajan para que produzca y se consolide. En tal contexto, las mujeres comparten una identidad como organización, y gestionan recursos para mantenerse asociadas una vez son egresadas del programa. Quienes se posicionan en este grupo de manera mayoritaria son las mujeres que impulsan la conformación de la organización, quienes además continúan ejerciendo un liderazgo al interior de su grupo, con frecuencia, como presidentas. En ese escenario, las funciones que cumplen incluyen motivar a otras socias; obtener la personalidad jurídica de la organización y las certificaciones ecológicas, rurales o indígenas de sus productos; gestionar redes de distribución y comercialización; buscar nuevas fuentes de financiamiento, y realizar cabildeos entre funcionarios locales para obtener apoyos de diversa índole. Sobre estos asuntos, una entrevistada comenta: “vamos a sacar la personalidad jurídica y a futuro vamos a seguir trabajando, vamos a realizar un grupo ya formal, y vamos a poder realizar trabajos y entregas” (Diario de campo, socia n.o 1, emprendimiento n.o 1, 14 de octubre de 2016). En el discurso se habla de
Una característica relevante de esta cuarta posición es que las socias están convencidas de que vale la pena participar en una asociación de mujeres. Sobre esto, comenta una participante: “[queremos] seguir creciendo como grupo […]. Ya tenemos todas las herramientas, entonces [el objetivo] es seguir como grupo, apoyándose” (Socia n.o 2, emprendimiento n.o 1, comunicación personal, 14 de octubre de 2016). En sus propias palabras, algunas de estas participantes afirman que “les salen alitas” (Diario de campo, socia n.o 5, emprendimiento n.o 2, 9 de enero de 2017); un proceso por el cual la asociación las impulsa como emprendedoras y mujeres campesinas. No obstante, ellas tienen en común la doble jornada de trabajo, que está constituida por las labores desarrolladas en el emprendimiento y en casa, además de enfrentar por igual críticas y denostaciones de parte de sus parejas. Al respecto, una participante le comentó al equipo investigador que estuvo a punto de divorciarse por las agresiones psicológicas que recibía de parte de su marido, quien le reclamaba constantemente que ella ‘descuidaba la casa’ cuando trabajaba para la asociación (Socia n.o 3, emprendimiento n.o 1, comunicación personal, 3 de octubre de 2017).
Debido a la coexistencia de estas cuatro posiciones en un mismo emprendimiento asociativo, la sustentabilidad de este último supone importantes tensiones. Como se ha expuesto, el patrón general del emprendimiento consiste en una agrupación de mujeres con diferentes niveles de compromiso organizativo y de participación. Es reseñable que los grupos tienden a funcionar en un tenso equilibrio, en el cual cada participante aporta según su posición. En primer lugar, lo anterior disminuye la productividad, pues hay socias que no elaboran, distribuyen ni venden mercancía; en segundo grado, genera dudas entre las participantes sobre la posibilidad de mantenerse asociadas a mediano y largo plazo; y, en tercer lugar, produce desgaste emocional en aquellas socias que actúan en conformidad con la tercera o cuarta posición. Tal es el caso de la siguiente entrevistada quien, con molestia, comenta que “hay algunas participantes que no tienen la inquietud de salir adelante, que están ahí para recibir gratis los beneficios del programa, pero que no están dispuestas trabajar” (Socia n.o 1, emprendimiento n.o 2, comunicación personal, 22 de diciembre de 2016). Estas socias se desgastan emocionalmente porque deben hacer esfuerzos constantes para que se sostenga el funcionamiento asociativo. Como ejemplo, comenta una entrevistada: “vamos a establecer una cuota mínima de dinero, como para tener un poquito este año [para la movilización]” (Socia n.o 4, emprendimiento n.o 2, comunicación personal, 22 de diciembre de 2016). Con estas palabras, la participante se refiere a cómo ella y otras socias impulsaron en su agrupación un acuerdo en torno a una contribución económica mínima que debían proveer todas las integrantes, para así evitar que solamente las socias más comprometidas fueran quienes pagaban el transporte para salir a vender sus productos y los de sus compañeras.
Los hallazgos sugieren que hay cierta relación entre las posiciones asociativas y la sustentabilidad de la organización. Así, una vez concluyeron el programa, las integrantes de las asociaciones uno y tres —telar y artesanías, respectivamente— habían tomado la decisión de continuar asociadas; un obrar que les permitió tomar personalidad jurídica y acceder a otros beneficios institucionales, entre ellos, el uso en calidad de comodato de una sede local en donde pueden continuar con sus capacitaciones. En cambio, las integrantes de las otras tres asociaciones —dos de ovinos y una de hortalizas— manifestaron importantes dudas sobre su continuidad; además, en contraste con los otros grupos mencionados, no obtuvieron ninguna personalidad jurídica ni se postularon a otros financiamientos. En este último sentido, los resultados suponen tensión sobre los estudios que señalan las ventajas del asociacionismo pues, si bien el trabajo asociativo de mujeres favorece su participación productiva y constituye una opción para su inserción al mercado local (
Para terminar, es destacable que en esta investigación se recurrió al término
Los resultados se ubican en la línea de estudios que versa sobre las relaciones entabladas entre el emprendimiento asociativo, la participación productiva de mujeres rurales y la estructura tradicional campesina (
En conjunto, los resultados ponen evidencian la tensión que se produce a nivel de la política pública entre el propósito de los programas orientados hacia la integración de las mujeres al desarrollo rural, y su capacidad real para reconocer y responder pertinentemente a las demandas y necesidades de sus usuarias en tanto actoras sociales (
En el caso analizado, los procesos asociativos de las mujeres evidencian contradicciones entre las transformaciones económicas de las zonas rurales asociadas a la apertura de oportunidades de participación productiva para las mujeres (
En suma, los estudios que versan sobre la incorporación de las mujeres al ámbito productivo coinciden en el papel que juegan los programas de emprendimiento asociativo impulsados por el sector público en la superación de las asimetrías de género observadas en las zonas rurales. No obstante, con la finalidad de generar programas que potencien la inserción de las mujeres al desarrollo rural, es necesario que estos distingan en su implementación aquellos elementos propios de la base económica-productiva de aquellos que tienen carácter cultural, como el género. Lo anterior obedece a que el trabajo sobre los roles de género demanda el robustecimiento de los marcos teóricos necesarios para su comprensión y para la generación de estrategias metodológicas que los hagan abordables de acuerdo con una lógica que contempla a las mujeres como actoras sociales, y según procesos que involucran su inserción en contextos rurales y familiares concretos.
Según lo expuesto, la presente investigación generó información novedosa en concordancia con la línea de la pesquisa formulada, lo cual permite la identificación de diferentes posiciones organizativas de las socias en el contexto de un emprendimiento asociativo; una organización dada de acuerdo con el grado de involucramiento de las integrantes con el proceso, y los roles de género que desempeñan en sus unidades familiares. Dichos resultados fueron posibles como consecuencia de la inmersión prolongada que el equipo investigador tuvo en el campo, lo cual garantizó la credibilidad del estudio (
El
presente trabajo fue elaborado con base en un proyecto financiado por la Dirección
General de Investigación y Postgrado de la Universidad Católica de Temuco. Lo anterior
corresponde al proyecto DGIPUCT 2015PF-GM-05, titulado
Artículo de investigación.
En lo alusivo a la numeración del emprendimiento lo expuesto corresponde a los datos presentados en la tabla 1.