La inactividad laboral como invisibilización del trabajo femenino: aportes a la nueva cartografía del mercado laboral rural en Chile*

Labor Inactivity as a Way of Making Invisible the Women’s Work: Contributions to the New Mapping of the Rural Labor Market in Chile

A inatividade laboral como invisibilização do trabalho feminino: contribuições para a nova cartografia do mercado de trabalho rural no Chile

Cuadernos de Desarrollo Rural, vol. 16, núm. 83, 2019

Pontificia Universidad Javeriana

Carlos René Rodríguez Garcés a

Universidad del Bío-Bío, Chile


Geraldo Bladimir Padilla Fuentes

Universidad del Bío-Bío, Chile


Mónica Andrea Valenzuela Orrego

Universidad del Bío-Bío, Chile


Fecha de recepción: 31 Agosto 2018

Fecha de aprobación: 26 Febrero 2019

Fecha de publicación: 10 Junio 2019

Resumen: La inactividad laboral, especialmente referida a la población femenina de sectores rurales, es un concepto artificialmente homogéneo dentro del cual conviven habitualidad y transitoriedad. Este artículo analiza la inactividad en mujeres rurales y sus itinerarios decisionales, la invisibilización de su papel contributivo y la norma cultural que la influyen. Siendo el cuidado familiar un principal motivo de abstención, se reporta una fuerte presencia de mujeres potencialmente activas, lo que da cuenta de la transitoriedad y relevancia que tiene el contexto cultural en el campo decisional de la mujer, reforzado por el capital educativo, la pareja y la edad.

Palabras clave: trabajo, mujer rural, indicadores socioeconómicos, mercado de trabajo, economía del trabajo.

Abstract: Labor inactivity, especially among women belonging to rural populations, is an artificially homogeneous concept in which habitualness and transience coexist. This paper analyzes the inactivity in the rural women and their decision-making routes, how their contributing role is render invisible, and the cultural norm influencing this issue. While taking care of the family is one of the main reasons refraining them from working, a strong presence of potentially active women is reported. This fact accounts for the transience and relevance of the cultural context in the woman’s decision-making sphere, reinforced by her educative capital, her partner and her age.

Keywords: work, rural women, socioeconomic indicators, labor market, labor economy.

Resumo: A inatividade laboral, especialmente referida à população feminina dos setores rurais, é um conceito artificialmente homogêneo dentro do qual coexistem habitualidade e transitoriedade. Este artigo analisa a inatividade em mulheres rurais e seus itinerários decisionais, a invisibilização do seu papel contributivo e a norma cultural que a influenciam. Sendo o cuidado familiar uma das principais razões de abstenção, constata-se forte presencia de mulheres potencialmente ativas, o que da conta da transitoriedade e relevância que o contexto cultural tem no campo decisional da mulher, reforçado pelo capital educativo, o casal e idade.

Palavras-chave: trabalho, mulher rural, indicadores socioeconômicos, mercado de trabalho, economia do trabalho.

Introducción

En el contexto rural latinoamericano, el mercado laboral chileno se caracteriza por la baja inserción de la mujer en actividades remuneradas (Caro, 2011; Contreras, Hurtado y Sara, 2012; Chong, Herrera, Chávez y Sánchez, 2015; Instituto Nacional de Estadísticas [INE], 2015; Valdés y Rebolledo, 2015, Tomaselli, 2017). En comparación a las urbes, el espacio rural ofrece empleos menos estables y una actividad económica menos diversificada y de escaso dinamismo, lo que, sumado a un menor nivel educativo, restricciones culturales y perfiles actitudinales desfavorables al trabajo extradoméstico, desincentiva la empleabilidad femenina (Alario, Baraja y Pascual, 2008; Ballara y Parada, 2009; Comisión Económica para América Latina y el Caribe [Cepal], 2010; Servicio Nacional de la Mujer [Sernam], 2010). Además, la discriminación y la brecha de género observada en el campo define empleos más precarios y de menor salario para la mujer, con tendencia del empleador a privilegiar la contratación masculina debido a que su fuerza de trabajo resulta menos onerosa (Abramo, 2004; Kay, 2009; Giosa y Rodríguez, 2009; Aninat, González y Szederkenyi, 2017).

Tales obstáculos y restricciones hacen que la mujer rural se cuestione la conveniencia de conseguir un empleo y asumir los costos que implica, por lo que tiende a retraerse de la asalarización, especialmente cuando no dispone de un adecuado capital educativo, tiene pareja y/o debe asumir la crianza de hijos (Cepal, 2010; Tomaselli, 2017). En efecto, en los sectores rurales existe una íntima vinculación entre ser mujer y ser madre, acuerdo tácito de orden cultural que la define como quien cría a los hijos e instala reticencia hacia la delegación de cuidados, situación que alienta su inactividad a pesar del aumento en la disponibilidad de matrícula en salas cuna y jardines infantiles (Fernández, 2006; Bergesio, 2006; Perticara y Celhay, 2010; Medina y Paredes, 2013; Rúa, 2015; Nóblega et al., 2016). A ello se suma la conceptualización de la inactividad como un evento circunscrito al espacio decisional de la mujer, una supuesta opción racional y voluntaria que encubre la influencia de componentes coyunturales (Alario et al., 2008; Camarero, 2008; Osorio, 2011; Willson y Valdés, 2013).

Si bien factores estructurales y perfiles actitudinales conservadores hacia la familia y el trabajo remunerado apoyan la inactividad femenina, la transformación de los modos de vida y la producción y el consumo del medio rural conminan hacia su empleabilidad. El desgaste y la subdivisión del predio, el aumento de hogares rurales sin tierra y la escasa rentabilidad de la explotación agrícola a pequeña escala amenazan con convertir al campesinado en un anacronismo al tensionar los modos de producción tradicional y su viabilidad económica para garantizar la supervivencia familiar (Arias, 2005; Murphy, 2012), por lo que fuerzan la asalarización, el aumento de perceptores, la desagrarización y la pluriactividad. El campo, por una parte, se convirtió en un lugar deseable para vivir en él más que para vivir de él (Caparrós, 2006), y por otra, vio reconfigurados los ingresos de la unidad familiar en términos de regularidad, fuentes y generadores (Berdegué y Schejtman, 2008), lo que posicionó a la mujer en un nuevo rol dentro del mercado del trabajo, pese a las desventajas culturales descritas.

Así, la búsqueda de sustento y bienestar familiar, cuando no la superación de la pobreza, moviliza la fuerza de trabajo femenina y su asalarización en sectores como la agroindustria y los servicios, aun cuando persiste la pugna por resignificar los tradicionales roles de género, la conciliación entre lo doméstico y lo extradoméstico, la libertad personal de la mujer y sus opciones de acción (Berdegué, Reardon y Escobar, 2000; Fawaz y Soto, 2012). Y es que el territorio rural chileno, aun siendo origen y expresión de una identidad compleja (Berdegué y Schejtman, 2004; Ruiz y Delgado, 2008), arrastra atavismos propios de un tiempo pasado, y su cosmología funciona como un péndulo que se mueve entre fundamentalismo y prácticas de mayor inclusividad, relegando el trabajo de la mujer a las sombras o a la invisibilidad (Arias, 2017; Guillermo y Muñoz, 2017).

El trabajo femenino y su contraparte, la inactividad, se definen con base en una doble dimensionalidad, consecuencia y prolongación de una división funcional entre las esferas del trabajo productivo y reproductivo: el remunerado, generalmente extradoméstico, y el no remunerado, realizado al interior de los deslindes del predio, conceptualizado como no trabajo y, como tal, invisibilizado por las estadísticas oficiales (Bergesio, 2006; Alario et al., 2008; Camarero, 2008; Willson y Valdés, 2013). En su dimensión subjetiva, por un lado, está marcado por una tradición y cultura que considera las aportaciones domésticas como parte de una economía no monetaria más vinculada al consumo que a la producción de bienes y servicios, pese al rol que las mujeres desempeñan en el bienestar familiar (Batthyány, 2015; Selamé, 2004; Arriagada, 1990), y por otro, estos mismos estereotipos de género matienen la idea de que los ingresos femeninos con ocasión del trabajo remunerado constituyen rentas complementarias y menos importantes que las aportadas por el varón (Alario, 2004; Alario y Morales, 2016). Por su parte, la dimensión objetiva se delimita por el cumplimiento de horarios, la existencia de un contrato, la generación de renta y la especificación de funciones por parte de un tercero: obligación, control y salario que excluyen toda aquella actividad que, si bien no produce ingresos, requiere esfuerzo, dedicación y tiempo, atributos inherentes al trabajo doméstico que realizan las mujeres inactivas (Torres, 1989; Alario et al., 2008).

Se presenta, pues, una minusvaloración del papel contributivo de la mujer al hogar que tiende a ser frecuente respecto a quienes trabajan en forma temporal o parcial y en paralelo realizan sus actividades domésticas y de cuidado (Camarero, 2008; Ballara y Parada, 2009; Cepal, 2010), enmascarando su condición de empleabilidad para sobreestimar las cifras de inactividad. Complementariamente, la existencia de labores familiares no remuneradas o de pequeños emprendimientos fuertemente feminizados, como los vinculados con la elaboración de productos artesanales y hortícolas, al no ser declarada o detectada por la métrica oficial, engrosa artificialmente la categoría de inactividad (Pérez, 2003; Camarero, 2008; Kay, 2009; Caro, 2011; Willson y Valdés, 2013; Valdés y Rebolledo, 2015; Alario y Morales, 2016). Ello presiona la adaptación de los indicadores que operacionalizan esta realidad a fin de corregir el sesgo estadístico que envuelve la inactividad y cuyas principales consecuencias son la sobreestimación e invisibilización del potencial aporte que la mujer constituye a la familia, el territorio y la economía (Alario et al., 2008; Camarero, 2008; Osorio, 2011; Willson y Valdés, 2013).

En la medida en que las estadísticas oficiales tienden a sobreestimar el volumen de la inactividad, desde la métrica del mercado del trabajo se contempla un conjunto de nuevos indicadores con el objeto de refinar la pesquisa. Emergen así, dentro de la inactividad como objeto de análisis en esta investigación, las subtipologías de habitual y potencialmente activa, que se distinguen con base en la búsqueda de trabajo remunerado tanto en su dimensión temporal como en su disponibilidad decisional. De este modo, la marginación del mercado del trabajo es comprendida como un fenómeno transitorio o permanente, producto de la voluntariedad o de la expresión de restricciones culturales y contextuales no libremente asumidas, las cuales se buscan dilucidar a través de este artículo.

En síntesis, se aborda la inactividad como un fenómeno complejo no siempre fruto de una decisión racional y voluntaria de la mujer rural, sino dependiente del perfil que tiene, las características del mercado laboral y el contexto sociocultural que la rodean. En tal propósito, este documento se estructura con un apartado metodológico que explicita el diseño, el instrumento y las técnicas de análisis; una presentación de resultados a través de figuras y tablas fruto del procesamiento estadístico de indicadores e índices construidos; una discusión de los hallazgos más relevantes en consistencia con los objetivos planteados y las aportaciones teóricas discutidas, y para finalizar, un apartado de conclusiones y recomendaciones sobre la temática.

Metodología

Esta investigación ocupa un diseño de corte cuantitativo, con índices e indicadores que permiten la reducción de grandes volúmenes de información contenida en bases de datos de carácter oficial. A través de técnicas descriptivas-correlacionales y multivariantes, se analizó la situación de inactividad en mujeres rurales de entre 20 y 50 años, estableciendo sus prevalencias tipológicas y atributos que las perfilan según árboles de decisión.

Fuentes de información

Este trabajo utiliza la base de datos de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen) correspondiente al año 2015, y en especial los ítems de la sección “Trabajo” que hacen referencia a la situación laboral, los motivos de la inactividad y la disposición para emplearse remuneradamente.

La Encuesta Casen es un instrumento de carácter oficial a cargo del Ministerio de Desarrollo Social de Chile, su objeto de estudio son los hogares y cuenta con un diseño multipropósito que abarca dimensiones como salud, educación, ingresos y trabajo, entre otros. Sus resultados son proxy de la situación nacional en cuanto a bienestar material de los hogares y aportan indicadores para analizar la distribución del ingreso, el acceso a servicios sociales y la pobreza. Actualmente, es la principal herramienta de medición socioeconómica y es útil para el diseño y la evaluación de políticas públicas, además de que sirve para interpelar a la política social en virtud de la cobertura, la focalización y el impacto distributivo que tiene sobre la población.

Variables

Para fines analíticos, se confeccionaron, con datos de la Encuesta Casen, tipologías de quienes no participan del mercado del trabajo, distinguiendo entre inactivas habituales e inactivas potencialmente activas, nomenclatura dispuesta por la Nueva Encuesta Nacional de Empleo (NENE), a cargo del Instituto Nacional de Estadísticas de Chile (INE), recientemente estructurada a fin de precisar la definición y estimación de este fenómeno. En tal sentido, ambas tipologías se delimitan operacionalmente como:

Muestra

La Encuesta Casen utiliza muestras representativas a nivel nacional, tanto para el territorio rural como para el urbano, que son extraídas mediante un procedimiento aleatorio simple, estratificado y polietápico. En términos absolutos, incluye un total de 266.968 personas pertenecientes a 83.887 hogares ubicados en 324 comunas pertenecientes a las 15 regiones de Chile. De este conglomerado, se obtuvo la muestra de estudios, la cual se compone de mujeres rurales de entre 20 y 50 años que declaran encontrarse inactivas laboralmente (n = 6135). Se excluyeron expresamente las mujeres menores de 20 años a fin de no sobrestimar la inactividad, en atención a la alta cobertura que tiene la participación en el sistema educativo en estos tramos etarios. Con igual propósito de ajuste se realizó una poda en la parte alta de la distribución etérea, que tradicionalmente define a la población económicamente activa, acotándola a los 50 años.

Tabla 1
Caracterización de la muestra
 Caracterización de la muestra


Fuente: elaboración propia a partir de Ministerio de Desarrollo Social (2015)

En forma clara, la inactividad habitual se instala como subcategoría dominante (65,2%) entre mujeres, lo que, si bien es mayor a lo esperado, de inmediato permite discutir el supuesto de permanencia que rige la perspectiva económica tradicional y abre interés sobre los motivos que declara el conglomerado de potencialmente activas. Sobre el perfil sociodemográfico, la mayoría de las mujeres transita por adultez media y tardía (65%), ha acumulado un capital educativo por sobre los 8 años de escolaridad (65,4%) y no tiene hijos menores de 6 años bajo crianza (66,4%). Como lo que se analiza es la inactividad, resultaba esperable que, además, una parte importante de la muestra tuviera pareja (61,5%) y no ejerciera la jefatura del hogar (83,9%), ya que uno de los criterios que la literatura tradicionalmente expone como causa para no trabajar fuera de la casa son los ingresos de la pareja.

Procedimiento

En primera instancia, se realizó un análisis de tendencia de corte longitudinal de la inactividad femenina utilizando las bases de datos de las encuestas Casen 1990-2015, con comparaciones entre los mercados urbano y rural. Esta información permitió determinar la evolución y el comportamiento histórico del fenómeno, a la vez que brindó una introducción acerca de las desventajas que enfrenta la mujer rural para emplearse remuneradamente en atención a las brechas de género y del mercado del trabajo.

El análisis describe la situación de inactividad según sus tipologías habitual y potencialmente activas, dando cuenta de los motivos que la respaldan y que están organizados por dimensión:

Buscando definir las variables que mejor perfilaran la inactividad habitual y potencialmente activa entre mujeres rurales, se confeccionó un árbol de segmentación, técnica que mediante niveles de clasificación jerárquica recursiva configura, por medio de ajustes de ji-cuadrado, itinerarios para analizar el impacto positivo o negativo de los factores sobre la dependiente (tipología de inactividad).

Las variables incorporadas inicialmente al modelo para su estimación fueron aquellas que la literatura consigna como relevantes para efectos de empleabilidad en mujeres: edad, nivel educativo, jefatura del hogar, presencia de pareja, situación de pobreza, quintil socioeconómico y tenencia de hijos menores de 6 años.

Debido al tamaño muestral, no se fijaron parámetros para la poda de nodos. Los resultados se estructuraron en 3 niveles con un total de 7 nodos, 5 de ellos terminales; en cuanto a riesgo de estimación, el árbol clasificó correctamente el 75,2% de los casos.

Análisis de resultados

A pesar del significativo incremento de la participación femenina, hecho que se configura como uno de los elementos más relevantes del mercado del trabajo, aún persiste una alta tasa de inactividad que para el contexto rural alcanzó, para el año 2015, a un 53,1% de las mujeres entre 20 y 50 años de edad.

Tendencia de la
tasa de inactividad laboral de las mujeres de entre 20 y 50 años según la zona
Figura 1
Tendencia de la tasa de inactividad laboral de las mujeres de entre 20 y 50 años según la zona


Fuente: elaboración propia a partir de Ministerio de Desarrollo Social (2015)

Tal como muestra la figura 1, la proporción de mujeres en condición de inactividad es relevante a pesar del sostenido descenso registrado en los últimos 25 años, con tasas de reducción del 36% para zonas urbanas y del 30% para áreas rurales respecto de las existentes en 1990.

Tabla 2
Perfilamiento de la inactividad laboral en mujeres rurales de entre 20 y 50 años (porcentaje)
Perfilamiento de
la inactividad laboral en mujeres rurales de entre 20 y 50 años (porcentaje)

NotaCC: concentración, porcentaje de la muestra en determinada categoría; DT: distribución, asociación que perfila la muestra según la prevalencia en cada categoría.


Fuente: elaboración propia a partir de Ministerio de Desarrollo Social (2015)

En términos generales, la mujer rural inactiva se perfila con base en atributos de ciclo vital (el 35,4% supera los 50 años de edad), nivel de capital educativo adquirido (el 34,6% ha alcanzado como máximo los 8 años de escolaridad) y situación conyugal (el 61,5% tiene pareja). Sin embargo, estas características de perfilamiento registran concentraciones diferenciadas en razón de la tipología de inactividad, lo que da cuenta de disímiles capacidades predictivas al momento de estimar las condiciones que estructuran la no empleabilidad de la mujer.

El análisis estadístico da cuenta de que la edad tiene un comportamiento relacional, aunque no lineal. Es precisamente en los rangos etarios extremos de la distribución donde se constata la mayor proporción de mujeres inactivas: un 75,2% en el grupo de 15 a 24 años y un 78,8% entre quienes sobrepasan los 50 años de edad (Ministerio de Desarrollo Social, 2015).

Por otra parte, componentes del ciclo vital no solo configurarían una menor tasa de participación laboral en mujeres jóvenes, debido a la prolongación de su trayectoria educativa, sino que también explicarían la marginación o el retiro de quienes transitan sobre los 50 años de edad (78,8%).

La presencia de una pareja se constituye en un elemento obstaculizador de la participación laboral (60,4%), con una incidencia similar a la de la existencia de hijos pequeños en el hogar (58,5%).

La feminización de la jefatura familiar se tiende a definir en ausencia del varón, lo que en escenarios tradicionales mengua la disponibilidad de ingresos, razón por la cual el desarrollo de proyectos de vida autónomos instala, consustancialmente a la jefatura de hogar, otras urgencias en el seno familiar, por lo que reduce significativamente la inactividad de las mujeres (33,7%).

Los atributos sociodemográficos referentes a edad, escolaridad, tenencia de pareja, jefatura de hogar y presencia de hijos pequeños marcan su impronta diferenciadora con base en el tipo de inactividad. En efecto, la tipología de inactividad no es unívoca, así como tampoco lo son el carácter y la fuerza de los motivos que la producen.

El principal contingente de mujeres inactivas es de carácter habitual (65,2%), es decir, de quienes no han buscado trabajo ni están disponibles para trabajar. En términos generales, este conglomerado se define por tener más de 40 años (38,2%), baja escolaridad (43,2%) y disponer de pareja (71,6%). Por su parte, la tipología de potencialmente activas agrupa al 34,8% de mujeres inactivas y se compone por quienes declaran su disponibilidad para trabajar pero por distintas razones no han buscado empleo en atención a contingencias de carácter transitorio.

Aunque con diferencias significativas respecto de la tipología de inactividad, las principales razones esgrimidas por las mujeres rurales para excluirse del mercado del trabajo son contingencias vinculadas al cuidado familiar (en habituales, el 87,1%, y en potenciales, el 78,6%), particularmente la preocupación por los quehaceres del hogar (61,3%) y el cuidado de los hijos (20%).

Tabla 3
Razones de inactividad en población de entre 20 y 50 años (porcentaje)
Razones de
inactividad en población de entre 20 y 50 años (porcentaje)

NotaMR: mujer rural; MU: mujer urbana; HR: hombre rural.


Fuente: elaboración propia a partir de Ministerio de Desarrollo Social (2015)

La hegemonía del cuidado familiar como razón para escindirse del mercado del trabajo establece por defecto menor prevalencia de los factores personales, actitudinales y estructurales para la mujer, en particular para la residente rural. La prolongación del ciclo formativo en la búsqueda por ampliar el capital educativo se instala como razón dominante de carácter personal dentro de la mujer rural (10,8%); no obstante, registra menor preponderancia respecto de su par urbana (24,1%) y del hombre rural (37,2%).

En el contexto rural analizado, una de cada tres mujeres inactivas (34,8%) se declara dispuesta a aceptar una oferta de trabajo remunerado. Si bien sus motivos para automarginarse no registran diferencias respecto de la inactiva habitual, sí lo hace el nivel de transitoriedad y voluntariedad que presenta.

Con el objeto de hacer un análisis más desagregado y profundo de la inactividad, así como de configurar los atributos distintivos de las habituales respecto de las potencialmente activas, se diagramó el siguiente árbol de clasificación (figura 2).

Árbol de
segmentación de mujeres rurales inactivas de entre 20 y 50 años
Figura 2
Árbol de segmentación de mujeres rurales inactivas de entre 20 y 50 años


Fuente: elaboración propia a partir de Ministerio de Desarrollo Social (2015)

La técnica multivariante de árboles de clasificación configura un diagrama estructurado en 3 niveles con 7 nodos, 5 de ellos terminales. A nivel general, las tipologías de inactividad se organizan jerárquicamente en razón de la escolaridad, la presencia de pareja y la edad de la mujer.

Si bien la tipología de inactividad preponderante es la habitual (65,2%), se ve modificada en razón del nivel educativo de la mujer [X2 (2) = 38,394; p = 0,000], atributo que por lo demás presenta una alta fuerza de asociación [Vc = 0,79; p < 0,01]. Conforme aumenta el nivel de cualificación, lo hace también el de disposición para salir de la inactividad. Mientras que solo un 30,8% de las mujeres inactivas con educación básica se perfilan como potencialmente activas, esta cifra alcanza un 40,9% entre quienes superaron la educación secundaria.

En un segundo nivel, la variable con mayor capacidad de discriminación es la presencia de pareja, significativa solo para las mujeres que alcanzaron entre 9 y 12 años de escolaridad [X2 (1) = 9,397; p = 0,002]. En este conglomerado, el 41,6% de las inactivas que no tiene pareja se declara disponible para trabajar, en comparación con el 34,9% de quienes cuentan con una.

Complementariamente, para las inactivas más educadas (nodo 2) y menos educadas (nodo 3), no se observa ninguna variable que segmente el comportamiento tipológico de inactividad y que establezca itinerarios decisionales diferenciados. En el nodo 3, la categoría predominante es la inactividad habitual (69,2%). En el caso de las mujeres que continuaron estudios superiores de carácter técnico o profesional (15,9%), la inactividad sería de carácter más transitorio y voluntario en la medida en que las restricciones que operan en las mujeres menos educadas (nodo 3) estarían, en este conglomerado (nodo 2), atenuadas por el mayor capital educativo.

En tercer lugar, aparece como variable de segmentación el rango etario, significativo solamente para el grupo de inactivas rurales que tiene educación secundaria y que declara no tener pareja [X2 (1) = 8,334; p = 0,012], categoría que concentra al 10,7% de la muestra objeto de estudio. Para las mujeres con este perfil, encontrarse sobre los 40 años de edad implica reducir sus expectativas de ingresar al mercado del trabajo y engrosar las cifras de inactividad habitual (70,4%), posicionando su proyección laboral incluso levemente por debajo de quienes cuentan solamente con educación básica (nodo 3; 30,8%). En este segmento, la adultez media y tardía restringe las oportunidades percibidas u objetivas para salir de la inactividad en comparación con las mujeres rurales más jóvenes (nodo 7), pues una de cada dos de ellas manifiesta su disposición para formar parte de la población ocupada (44,2%). Cabe hacer presente que este conglomerado representa solo el 1,9% de los casos analizados, por lo que eventualmente estaríamos en presencia de un sobreajuste del modelo, razón por la cual sus inferencias deben ser tomadas con cautela toda vez que la literatura reporta que la ausencia de pareja condiciona favorablemente la empleabilidad al instalar la urgencia por la obtención de ingresos y una mayor autonomía decisional. En efecto, mujeres rurales con educación secundaria, sobre los 40 años y con relación conyugal registran un 42% de ocupación, cifra que se incrementa significativamente al 70,2% cuando no tienen pareja (Ministerio de Desarrollo Social, 2015).

En resumen, el árbol de segmentación configura jerárquicamente los perfiles de inactividad femenina habitual y potencialmente activa con base en el nivel educativo, la presencia de pareja y la edad, con una estimación de riesgo del 34,8% y con 5 nodos terminales. En este contexto, los itinerarios decisionales del árbol de clasificación que condicionan con mayor intensidad la inactividad habitual en mujeres rurales son:

Discusión

En términos de tendencia, los datos de la Encuesta Casen analizados reportan un sostenido descenso en las tasas de inactividad femenina; no obstante, la tendencia de incorporación al mercado del trabajo en el sector rural es menos pronunciada. La literatura analizada vincula este fenómeno con el incremento del desarrollo económico, el aumento y la diversificación de las fuentes de empleo y la existencia de un contingente de mujeres más educadas y con mejor predisposición hacia el trabajo extradoméstico (Contreras y Plaza, 2007; Rodríguez y Muñoz, 2015). Así, se tiene un mayor nivel de empleabilidad femenina, principalmente de carácter asalariado, que variaría conforme la disponibilidad de capital educativo, la movilidad transitoria o permanente, nuevas pautas de consumo y la viabilidad de actividades agrícolas tradicionales no remuneradas como principal fuente de sustento familiar (Alario y Morales, 2016; Bendini, 2015).

En efecto, el trabajo y la educación constituyen bienes patrimoniales de primera importancia en las familias, pues incentivan tanto la búsqueda de empleo como la prolongación de trayectorias escolares que renten laboralmente. El trabajo no solo cumple un papel instrumental al allegar recursos que posibilitan bienestar y consumo individual y familiar, sino que además adquiere una función de desarrollo personal y de reconocimiento social en la mujer rural, por cuanto la valida ante la comunidad y su grupo familiar por medio del reforzamiento de su autonomía y de la ampliación de sus horizontes emocionales y cognitivos al romper con aislamientos históricos (Silveira, 2006; Godoy y Mladinic, 2009; Anthopoulou, 2010; Rojas, 2010; Rodríguez y Muñoz, 2015).

No obstante, esta incorporación no solo ha sido tardía, sino que además se encuentra en niveles por debajo de los observados en otros países con, incluso, menor nivel de desarrollo, lo que es producto de un conjunto de restricciones tanto culturales como propias de la actividad económica local. El territorio rural, tal como muestran nuestros datos, y en consistencia con la literatura, ha sido resistente a la empleabilidad de la mujer, ya que se observan tasas de inactividad superiores a las del medio urbano a pesar de la menor disponibilidad de mano de obra masculina por concepto de migración laboral, el desarrollo de la agroindustria y la temporalidad más proclive a la empleabilidad femenina (Chiappe, 2005; Alario et al., 2008; Camarero, 2008; Kay, 2009; Caro, 2011; Valdés y Rebolledo, 2015).

Por otro lado, los resultados de este estudio reportan que en términos generales la inactividad femenina rural se estructura en razón de características de ciclo vital, nivel educativo y situación conyugal, atributos que a pesar de su relevancia perfilan concentraciones diferenciadas en las tipologías de inactividad habitual y potencialmente activa.

El comportamiento del ciclo etario informa que las mujeres se incorporan tarde al mercado del trabajo y desarrollan trayectorias intermitentes y menos prolongadas. La importancia atribuida a la educación como recurso patrimonial para la empleabilidad y el bienestar económico personal y familiar, unida al aumento de las cuotas de cobertura del sistema educativo nacional, hace que las mujeres jóvenes prolonguen su trayectoria escolar más allá de la enseñanza obligatoria con la intención de acumular un mayor y mejor capital humano. Este tránsito retarda su ingreso al mercado del trabajo por la expectativa de conseguir estabilidad y rentabilidad en sectores laborales cada vez más selectivos. En tal sentido, la literatura reporta que el contingente femenino busca credenciales que le posibiliten la empleabilidad en áreas productivas que brinden mayores expectativas de desarrollo profesional y mejores salarios y que impliquen menor desgaste físico (Camarero et al., 2005; Millán-León, 2010; Galleguillos, 2015; Tomaselli, 2017). Esta situación conlleva a un detrimento de los trabajos agrarios en las nuevas generaciones, que se desplazan hacia el sector de los servicios, localizados principalmente en sectores urbanos y semiurbanos que exigen mayor cualificación. Se presenta, así, un desplazamiento de mujeres jóvenes y más educadas que envejece el medio rural y lo debilita demográfica y económicamente, estrechando aún más el mercado laboral rural como fuente de empleo (Alario, 2011; Alario y Morales, 2016).

Así mismo, los datos informan que la posibilidad de emplearse se ve disminuida en fases de madurez tardía. El trabajo remunerado, particularmente el asalariado, entra en evidente declive y comienzan a adquirir mayor protagonismo actividades estacionales, así como el apoyo a pequeños emprendimientos familiares tradicionalmente invisibilizados y no suficientemente pesquisados por la métrica oficial, tal como plantean Kay (2009), Caro (2011), Willson y Valdés (2013) y Valdés y Rebolledo (2015), entre otros. Esta situación es acentuada por la devaluación de las credenciales educativas de estas mujeres, por un perfil actitudinal menos favorable al empleo, por el aumento en la prevalencia de padecimientos por ocasión del desgaste físico y por la discriminación por criterios de estética y juventud (Jorquera, 2010). En efecto, y siguiendo la línea argumental planteada por Bauman (2015), el mercado laboral contemporáneo se caracteriza por reglas livianas que privilegian la estética y la temporalidad en las relaciones, por lo que las mujeres de este ciclo etario enfrentan obstáculos contingentes para su empleabilidad.

Simultáneamente, y con base en la literatura revisada, las curvas de aprendizaje en esta etapa descienden, lo que hace a estas mujeres, a juicio del empleador, menos versátiles para responder a los requerimientos de la actividad laboral, por cuanto cristalizan gran parte de su percepción social y adquieren actitudes conservadoras menos sensibles a la innovación y el cambio (Castells, 2006; Galleguillos, 2015; Tomaselli, 2017).

Las mujeres de mayor edad provienen de una época en la que la división sexual del trabajo se encontraba fuertemente delimitada: lo femenino pertenecía al mundo privado, a la atención del hogar y a los cuidados, mientras que el trabajo remunerado constituía una excepción, un complemento a la fuente de ingresos masculina; de allí se entiende la significativa prevalencia que adquieren los cuidados familiares como motivo para la inactividad evidenciada en nuestros datos. En efecto, la literatura consultada plantea que características propias del mercado laboral y valoraciones subjetivas vinculadas al trabajo desalientan la decisión de ingresar a, mantenerse en o retomar una actividad remunerada, máxime cuando aparecen nuevas responsabilidades del ciclo vital (Abramo, 2004; Bergesio, 2006; Contreras y Plaza, 2007; Camarero, 2008; Millán-León, 2010; Galleguillos, 2015; Tomaselli, 2017).

Complementariamente, el perfilamiento de la inactividad se estructura con base en la presencia de una pareja, lo que encontraría su explicación en el efecto renta que producen los ingresos del varón, así como en su eventual desaprobación frente al trabajo remunerado de ella (Contreras y Plaza, 2007). Desde la perspectiva instrumental del trabajo, la estabilidad de las rentas del cónyuge hace de las aportaciones económicas de la mujer algo menos relevante, máxime en panoramas laborales caracterizados por la discriminación y por brechas en la asignación de salarios (Fernández, 2007; Alario et al., 2008; Giosa y Rodríguez, 2009). Así mismo, el desequilibrio en la relación costo/beneficio en panoramas de bajo capital educativo femenino se refuerza aún más con ocasión del abandono de las responsabilidades culturalmente atribuidas y de la búsqueda de agentes sustitutivos para el cuidado de los hijos y la mantención doméstica; estas externalidades hacen de la decisión de trabajar remuneradamente algo escasamente rentable (Contreras y Plaza, 2007; Bentancor, 2013; Berlien, Franken, Pavez, Varela y Polanco, 2016; Medina y Paredes, 2013; Aninat et al., 2017).

Cabe hacer presente aquí que la esfera de la producción, en un modelo fuertemente masculinizado, se ha organizado escindidamente de lo doméstico sin contemplar la complejidad del sujeto femenino. Tal como argumentan Larrañaga y Echebarria (2004), las jornadas de trabajo y sus horarios, los tiempos de ocio e incluso las vacaciones escolares descansan sobre el supuesto de que la mujer, en tanto esposa y madre, está en casa, situación que es claramente incompatible con el trabajo asalariado de ambos miembros de la pareja.

En contextos culturales como el rural, la inserción laboral femenina se ve forzada en periodos de crisis, por recesos en los ciclos económicos que contraen la actividad empresarial y los salarios o por coyunturas emergentes de carácter personal (Pfau-Effinger, 1999; Camarero, 2008; Ballara y Parada, 2009; Caro, 2011; Bendini, 2015; Millenaar y Jacinto, 2015). En esta perspectiva, la cesantía prolongada de la pareja o su ausencia conminan a la generación de ingresos femeninos, así como la edad y la maternidad contraen el trabajo, en especial el formal y asalariado, y aumentan la prevalencia tanto de la inactividad como de empleos más flexibles y estacionales, los cuales, dada su naturaleza, tienden a estar en el medio rural fuertemente invisibilizados (Camarero et al., 2005; Millenaar y Jacinto, 2015).

La mujer rural enfrenta una serie de obstáculos de diversa magnitud y carácter que desincentivan su participación en el mercado del trabajo. Las actividades circunscritas a la manutención del hogar y al cuidado de los miembros de la familia la tienen como responsable prioritaria, cuando no exclusiva, lo que se constituye, por tanto, en el motivo predominante de inactividad. En familias tradicionales, son las mujeres las principales proveedoras de bienestar, obligación que deviene en que deba abstenerse de desarrollar una actividad laboral asalariada o en enfrentar mayores dificultades que los varones para conciliar su trabajo productivo y reproductivo (Alario et al., 2008; Batthyány, 2008; Ballara y Parada, 2009). Esta situación tiende a evidenciarse con mayor intensidad en los sectores más pobres, donde la tradición cultural descompensa la distribución de responsabilidades derivadas del trabajo doméstico y extradoméstico y establece, así, asimetrías en las relaciones de género y división sexual del trabajo que configuran, por un lado, una doble jornada para la mujer asalariada y, por otro, una invisibilización de su rol contributivo, tal como arguyen Abramo (2004), Chiappe (2005) o Wainerman (2005).

Las dificultades para compatibilizar responsabilidades familiares y empleo derivan en altas tasas de inactividad habitual y transitoria. En efecto, los quehaceres del hogar son históricos obstáculos para emprender una actividad laboral, incluso entre mujeres profesionales, especialmente en contextos culturales en los que los espacios de negociación son reducidos o fuertemente regidos por la tradición consuetudinaria (Fernández, 2007; Alario et al., 2008; Alario y Morales, 2016; Martínez, 2017). Estas barreras son particularmente relevantes en unidades familiares de tipo nuclear, por cuanto en familias extendidas las responsabilidades de cuidado pueden ser delegadas a la red de parentesco durante la jornada laboral (Caro, 2011). La ausencia de soportes familiares para el cuidado sustitutivo, en especial cuando se tiene hijos pequeños, aumenta los costos de oportunidad, más aún en perfiles de exiguo capital educativo y en contextos de baja remuneración (Caro, 2011; Alario y Morales, 2016). En efecto, si el sacrificio percibido es muy elevado, se reducen las posibilidades de trabajar fuera del hogar, a menos que este se compense salarialmente o con otras satisfacciones personales.

El quehacer doméstico y el cuidado familiar, cuyos beneficios irradian a toda la unidad, son actividades no remuneradas, escasamente reconocidas y altamente feminizadas, lo cual, según varios autores (Bergesio, 2006; Alario et al., 2008; Ballara y Parada, 2009), no tendría un cambio sustancial en el corto y mediano plazo. La transición demográfica nucleariza a las familias y reduce el tamaño del hogar, lo que conllevaría a que se tuvieran menos hijos pero se invirtiera más en ellos, haciendo del cuidado materno una labor escasamente sustitutiva, en especial durante los primeros años de infancia. Por lo demás, en esta fase, la mujer es singularmente reticente a las opciones de escolarización temprana o de cuidados formales, ya que alude a la desconfianza en la oportunidad y calidad del trato que pueden proveer otros fuera del hogar (Dussaillant, 2012; Pacheco, Elacqua y Brunner, 2005). Este sentido de responsabilidad en la crianza, subjetivado en razón de la exposición cultural y sumado a la discriminación del mercado para sostener trayectorias laborales intermitentes, configura un panorama decisional complejo en el que la mujer se margina o bien asume la ardua tarea de cumplir dobles jornadas (Arriagada, 1990; Castells, 2001; Camarero, 2008; Caro, 2011).

Los datos reportan que la responsabilidad para con la familia esgrimida como razón de inactividad tiene una marcada distinción de género, particularmente acentuada en las mujeres rurales, para quienes la elección laboral está fuertemente centralizada en la institución del matrimonio, una rígida división sexual del trabajo y una menor autonomía decisional (Fawaz y Rodríguez, 2013; Ballara y Parada, 2009; Batthyány, 2008).

En consecuencia, las tasas de inactividad femenina se ven abultadas con ocasión de la conceptualización que se hace del trabajo doméstico, la existencia de obstáculos socioculturales y el desaliento de quienes han cesado en la búsqueda de empleo. Este conjunto de factores y razones, al ser desatendido, encubre la existencia de tipologías diferenciadas con base en la disponibilidad para trabajar, distinción que los enfoques economicistas tradicionales del mercado del trabajo tienden a omitir, aunque esta situación busca ser subsanada con la reciente tipificación de inactividad propuesta por la Nueva Encuesta Nacional de Empleo. En tal sentido, y asumiendo la inactividad como un constructo polisémico, se precisa un esfuerzo en el ámbito estadístico-metodológico tendiente a la construcción de nuevos indicadores para el mercado del trabajo, especialmente el femenino, los cuales logren otorgar mayor especificidad a las categorías tradicionales con el objeto de sincerar y estimar adecuadamente las cifras por parte de organismos públicos y privados.

Así entendidos, estos nuevos protocolos procedimentales configuran la inactividad como un fenómeno no necesariamente de carácter permanente y fruto de la disposición personal de carácter voluntario. Las trayectorias laborales, en especial de las mujeres rurales, no son continuas, más bien evidencian intermitencias en razón de demandas emergentes del ciclo vital, como la maternidad, el cuidado de parientes o la constitución de familia, tal como evidencian los datos. Así, es posible sostener que la decisión de marginarse del mercado del trabajo es rara vez una opción racional y voluntaria, ya que, más bien, puede estar condicionada por factores externos de orden cultural (Cepal, 2010; Ballara y Parada, 2009; Giosa y Rodríguez, 2009; Alario et al., 2008; Camarero, 2008).

Si bien los motivos analizados para marginarse del mercado laboral no registran diferencias entre las tipologías de inactiva habitual y potencialmente activa, sí es diferente el nivel de transitoriedad y voluntariedad que presentan dichos motivos. Así pues, en la mujer potencialmente activa, la situación de madre o las labores de casa condicionan temporalmente su participación laboral, por lo que configuran más un sesgo de género amparado en la división sexual del trabajo que una elección voluntaria, discriminación que es amplificada por la estructura y lógica del mercado laboral (Selamé, 2004). Como se mencionó, el cónyuge desincentiva el ingreso femenino al mercado, ya sea por el efecto renta o por las restricciones que establece en el espacio decisional. Por su parte, de la ausencia de una pareja se deriva un mayor nivel de autonomía o responsabilidad y se instalan otras urgencias en el seno familiar que exigen la obtención de ingresos mediante el trabajo, incluso en aquellas mujeres potencialmente activas.

Siguiendo los árboles decisionales que sustentan el análisis multivariante realizado, el déficit de capital educativo instala en la mujer un perfil actitudinal menos favorable hacia el mundo del trabajo, con autonomía restringida en los arreglos familiares, y la vuelve más susceptible a la adscripción de posturas conservadoras vinculadas con el rol materno y las labores domésticas, predisposición y obstáculos culturales que son reforzados por exiguas credenciales educativas que deterioran su nivel de empleabilidad y sus ingresos.

El valor que proporciona el mercado a las credenciales educativas se deteriora con la edad del portador por obsolescencia de las competencias, la adaptabilidad o la capacidad laboral, lo que desincentiva la búsqueda de trabajo remunerado, sea por la dificultad para emplearse o por las bajas rentas ofrecidas. Esta situación aumenta proyectivamente la vulnerabilidad, pues por sí misma la avanzada edad constituye una etapa con serias desventajas económicas, mayores niveles de pobreza y discriminación laboral (Pontificia Universidad Católica de Chile, 2013; Loretto, 2010).

Como los datos informan, la situación de inactividad laboral entre las mujeres rurales desborda el tradicional paradigma que la presenta como una opción deliberada fruto del anhelo de ellas de constituir familia, de la preocupación por las labores del hogar y del cumplimiento de una eventual vocación de género que les es inherente. Por el contrario, con mayor o menor intensidad en razón de los atributos de empleabilidad, la inactividad se configura también con ocasión de restricciones culturales y estructurales, lo que cuestiona su manifestación como el producto de una decisión racional y voluntaria.

Los enfoques economicistas clásicos vinculados al análisis del mercado laboral no solo invisibilizan el trabajo realizado por las mujeres en el hogar, particularmente relevante en contextos rurales, sino que además generalizan en exceso la tipología de inactividad, encubriendo bajo esta categoría un conjunto significativo de mujeres que, pese a no buscar trabajo, se encuentra disponible para trabajar (Willson y Valdés, 2013; Camarero, 2008; Pérez, 2003). Se trata de mujeres inactivas potencialmente activas que bien podrían insertarse en el mercado del trabajo una vez superadas las restricciones contextuales y de carácter transitorio que enfrentan, para lo cual políticas sociales orientadas al cuidado sustitutivo, la acción afirmativa proempleo y la definición de nuevos arreglos conyugales-familiares contribuirían significativamente. Estos esfuerzos deberían ser dirigidos, desde un enfoque multisectorial, por organismos especializados, como lo serían los ministerios de Economía, del Trabajo y Previsión Social o de la Mujer y la Equidad de Género.

Conclusiones

Como hemos expuesto, la inactividad laboral es una categoría en revisión cuya manifestación en la población responde a motivos de carácter personal, familiar y social. Un error común de la microeconomía era suponer que las mujeres inactivas no tenían la disposición para trabajar y que su estado era producto más de la voluntariedad que de obstáculos temporales como la formación educativa, la responsabilidad por labores domésticas o la maternidad. Para dar cuenta de la invisibilización que ello producía entre las oportunidades laborales que tenía la mujer rural, históricamente más vinculada al hogar y la familia, este artículo analiza las subcategorías de inactividad habitual y potencialmente activa, lo que permite distinguir entre quienes, no participando del mercado del trabajo, declaran su disposición para hacerlo.

En términos generales, y pese a su sostenido descenso durante los últimos años, para 2015 la situación de inactividad entre mujeres de 20-50 años se encuentra acentuada en la población rural. Si bien el campo ha experimentado una serie de cambios territoriales, económicos y demográficos, persiste en la dimensión cultural una relación directa entre mujer, familia y cuidados, asociación consuetudinaria que afecta las actitudes hacia el empleo a la vez que dificulta establecer arreglos para salir de casa. Además, el ritmo de desarrollo que adoptan las economías urbanas en comparación con las rurales se posiciona con fuerza como aliciente para la migración, por lo que se le deja la residencia a una población adulta que observa con reticencia el nuevo tipo de comercio y de empleos y que está menor preparada para cumplir los requerimientos de cualificación que los puestos exigen.

En cuanto a los atributos de la mujer rural inactiva, predominan la adultez media-tardía, el nivel educativo secundario y la presencia de pareja. Cada etapa del ciclo vital tiene demandas particulares, lo que, sumado a la discriminación del mercado a medida que se acerca la vejez, posiciona a la mujer mayor en un panorama complejo en el que enfrenta con mayor frecuencia el cuidado de la salud propia y la de otros, el apoyo en labores de crianza a hijos/as y la desvalorización de su perfil laboral, tanto por competencias como por motivación.

Una segunda desventaja es el exiguo capital educativo, que impide alcanzar el empleo o la renta deseados y presiona a la mujer para ausentarse del mercado laboral, ya sea para obtener más y mejores credenciales o para renunciar a la intención de emplearse remuneradamente.

Por su parte, la presencia de una pareja tiene un efecto negativo sobre las expectativas de empleo en la mujer, ya sea por el efecto renta que genera el ingreso del cónyuge, los desajustes en los costos de oportunidad o la limitación en el espacio decisional por los acuerdos familiares de género.

Si bien entre las mujeres rurales inactivas la categoría habitual es preponderante, una de cada tres es potencialmente activa. La abstención al mercado del trabajo se configura como algo transitorio particularmente en quienes tienen de 20 a 30 años, presentan mayor educación y no declaran tener pareja. Estos atributos, tradicionalmente presentes en la dicotomía económica ocupado-no ocupado, extienden su relevante manifestación en la configuración de la inactividad como un evento temporal y ajeno al espacio decisional.

Al explorar las razones que esgrimen las mujeres inactivas para marginarse del trabajo extradoméstico, encontramos que predominan las vinculadas al cuidado familiar, tanto entre rurales como urbanas, especialmente la responsabilidad en los quehaceres del hogar y la crianza de los hijos. Los motivos personales, incluida la acumulación de capital educativo, tienen una presencia más atenuada, con excepción en el caso de los hombres rurales. Por lo demás, no se observan diferencias en los motivos de inactividad reportados entre las tipologías habitual y potencialmente activas, homogeneidad que hace suponer que, más allá de la naturaleza o el fundamento de la exclusión, lo que marca diferencia es la transitoriedad o voluntariedad con que se asume la automarginación del mercado laboral para desarrollar, por ejemplo, actividades domésticas, el cuidado de otros o la crianza de los hijos.

Estos resultados impiden escindir el rol tradicional de género que ocupa la mujer rural del análisis sobre inactividad, por cuanto las principales razones que le impiden trabajar remuneradamente son por y para la manutención del hogar y la familia. Ello dirige la atención a las diferencias en la expectativa laboral y configura la inactividad como un fenómeno también altamente transitorio y no necesariamente deseado que requiere de nuevos y mejores arreglos conyugales o familiares que permitan la delegación de responsabilidades. La política pública en materia laboral y femenina puede apoyar la disposición laboral mediante campañas de promoción en territorios rurales, oportunidades para debatir acerca del rol y las funciones que asume la mujer moderna tanto en el ámbito del hogar, en cuanto a la redistribución de funciones con la pareja o la familia, como en el campo laboral, más exigente de cualificaciones y demandante de tiempo que antes. El sistema educacional, en su amplio espectro de acumulación de capital educativo, nivelación de estudios y preparación para la inserción laboral, juega aquí un papel preponderante en una doble dimensión: por un lado, instala competencias y habilidades demandadas por el mercado del trabajo, y por otro, genera perfiles actitudinales más favorables hacia la empleabilidad. Igualmente, las ya operativas iniciativas de asistencia a la crianza y al cuidado sustitutivo, que a nivel formal se materializan en la construcción y el aumento de cupos en salas cuna y jardines infantiles de acceso público y gratuito y que, así, pueden incentivar la participación laboral de las madres, requieren, a objeto de ser más efectivas, ser acompañadas por una política de incentivo que reduzca la reticencia hacia la delegación de cuidados, especialmente en primera infancia.

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Notas:

* Artículo de investigación.

Notas de autor:

a Autor de correspondencia. Correo electrónico: carlosro@ubiobio.cl

Información adicional:

Cómo citar este artículo: Rodríguez Garcés, C. R., Padilla Fuentes, G. B., y Valenzuela Orrego, M. A. (2019). La inactividad laboral como invisibilización del trabajo femenino: aportes a la nueva cartografía del mercado laboral rural en Chile. Cuadernos de Desarrollo Rural, 16(83). https://doi.org/10.11144/Javeriana.cdr16-83.ilit

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