El populismo en Colombia y la obra de Marco Palacios: una reflexión desde los lenguajes políticos*

Populism in Colombia and the Work by Marco Palacios: A Reflection from the Political Languages

Papel Político, vol. 25, 2020

Pontificia Universidad Javeriana

David Santos Gómez a

Flacso Buenos Aires, Argentina


Recibido: 11 Febrero 2019

Aceptado: 01 Octubre 2019

Publicado: 29 Junio 2020

Resumen: Este artículo1 realiza un análisis del concepto de populismo y su relación con la violencia en Colombia entre las últimas tres décadas del siglo XX y la primera del siglo XXI, con particular énfasis en el trabajo pionero del historiador Marco Palacios. Exploramos la idea de que la conceptualización del populismo en Colombia va de la mano, por un lado, con las disputas por la noción de violencia en la segunda mitad del siglo XX y, por otro, con la idea de que “el populismo incompleto” fue una explicación causal de las épocas de sangrientos enfrentamientos armados en el país. Esto, además, ha teñido de cierta idea de excepcionalidad del caso político colombiano respecto al resto de América Latina. Para tal fin recuperaremos algunos aportes teóricos de la historia conceptual de Reinhart Koselleck y de la historia de los lenguajes políticos de Elías Palti.

Palabras clave:populismo, violencia, populismo incompleto, historia conceptual, historia de los lenguajes políticos.

Abstract: This paper provides an analysis of the concept Populism and how it relates to the violence in Colombia during the 20th-century last three decades and the 21st-century first decade, putting special emphasis on the pioneer work by historian Marco Palacios. We explore the idea that the conceptualization of populism in Colombia develops concurrently, on one hand, with the dispute around the notion of violence in the 20th-century second half and, on the other hand, with the idea that the “incomplete populism” was a causal explanation to the times of the bloody armed fights in Colombia. In addition, these events have made the Colombian political case instilled with an idea of exceptionality as compared to the other countries of Latin America. To do this work, we gathered some theoretical contributions from the conceptual history by Reinhart Koselleck and from the history of political languages by Elías Palti.

Keywords: populism, violence, incomplete populism, conceptual history, history of political languages.

“Si a mediados del siglo XX el país hubiese experimentado la etapa populista, común a los grandes países latinoamericanos (Brasil, Argentina, México, Chile, Perú, Venezuela), nos habríamos ahorrado, gran parte de La Violencia y de las violencias posteriores, incluida la actual guerra y sus inocultables e incalculables secuelas degenerativas en el tejido social colombiano”. Marco Palacios (2001a)

Introducción

Este artículo presenta algunas líneas interpretativas que las ciencias sociales han hecho sobre el concepto de populismo y, en el caso de Colombia, su vínculo con la violencia, teniendo como eje central la obra del historiador Marco Palacios entre las últimas tres décadas del siglo XX y los primeros años del siglo XXI.2 Partimos de la hipótesis de que la conceptualización del populismo en el país va de la mano, por un lado, con las disputas por la noción de violencia y, por otro, con la idea de que las interpretaciones sobre “el populismo incompleto” funcionaron como una explicación causal de las épocas de sangrientos enfrentamientos armados en el país.3 Pero, además, el caso particular de un populismo que, como en el caso de Jorge Eliécer Gaitán o Gustavo Rojas Pinilla en su época de la Anapo, no llegó al poder, construyen la idea de Colombia como un caso excepcional en el ambiente latinoamericano.

Al concentrarnos en la definición de populismo, recuperaremos algunos aportes teóricos de autores de la llamada nueva historia intelectual, de la historia conceptual de Reinhart Koselleck y de la historia de los lenguajes políticos de Elías Palti. Nos interesa particularmente la categoría de “conceptos polisémicos” que Koselleck utiliza para explicar la diferenciación entre estos y las palabras.

Un concepto tiene que seguir siendo polívoco para poder ser concepto. También él está adherido a una palabra, pero es algo más que una palabra: la palabra se convierte en concepto si la totalidad de un contexto de experiencia y significado sociopolítico, en el que se usa y para el que se usa una palabra, pasa a formar parte globalmente de esa única palabra. (Koselleck, 1992, p. 117)

Para Reinhart Koselleck, los conceptos sociales y políticos son siempre polisémicos y se caracterizan por su generalidad constitutiva. Esto resulta particularmente fructífero para nuestro caso de estudio del concepto de populismo y su relación con la violencia, nociones que están en continua disputa por su sentido.

Resulta fundamental también para este trabajo la perspectiva de la historia de los lenguajes políticos, que busca entender el alcance de los lenguajes, no desde sus enunciados como conjunto sino desde la reconstrucción de sus lógicas y suelos de problemáticas. Dice Elías Palti que, a diferencia de las ideas, los lenguajes políticos no son atributos subjetivos y, por el contrario, remiten a un “suelo de problemáticas” que ubican el espacio temporal en el que se desarrolla el discurso político, y están en la base de la discusión conceptual:

Lo que se busca aquí es, más allá de las distintas respuestas que ofrecieron los sujetos involucrados, comprender cuál era el tipo de cuestiones que se habían puesto en cada caso en debate, qué tipo de dilemas se les planteaba a los mismos y, eventualmente, cómo este suelo de problemáticas se fue reconfigurando a lo largo del periodo considerado. (Palti, 2014, p. 14)

En ese sentido nos interesa analizar en las obras sus condiciones de producción, entendidas como los motivos de emergencia y articulación de los conceptos en cuestión; y sus contextos de debate, en los que se trabajan los supuestos y premisas sobre las que se constituye el discurso político. Los contextos se entienden no como escenarios externos sino como aspectos inherentes al discurso que dejan huellas rastreables, y que son posibles de seguir en la producción textual.

Bajo estas perspectivas, este artículo pretende avanzar en dos sentidos. Desarrollaremos primero un sucinto recorrido del debate que se dio en América Latina alrededor del concepto de populismo con autores que fueron sustento de la obra de Marco Palacios —pionera en Colombia— y cómo allí aparecen características que luego el autor utilizará para comparar y exponer la idea de excepcionalidad. Posteriormente mostraremos la construcción que Palacios hace del concepto de populismo, su idea de “populismo democrático” y “populismo conciliador”, y la forma en la cual los vincula con la violencia. Surgen allí los cambios conceptuales y transformaciones en su discurso y los vínculos que el autor teje con el proceso político colombiano y latinoamericano, para concluir que, según su visión, el caso del populismo “incompleto” en Colombia es una de las principales peculiaridades de la política de este país. No nos interesa hacer una tipología del populismo, ni mucho menos ofrecer una definición última del concepto. Pretendemos, por el contrario, ver cómo el intento por su definición se constituye en un resultado contingente de los procesos políticos del país.

Un debate central en las ciencias sociales latinoamericanas

Las particulares interpretaciones sobre el populismo en Colombia —influidas por periodos violentos en el último siglo— están lejos de ser exclusivas de este país, y hacen parte de una larga historia de luchas al interior de las ciencias sociales para definir este concepto, donde resulta frecuente encontrar críticas por su polisemia, su vaguedad e imprecisión, y su imposibilidad como referente de algún tipo de fenómeno.4

Autores como Ian Roxborough (1984) o Durán Migliardi (2007) plantean, de plano, que lo mejor sería descartar al concepto por ambiguo e inasible. Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (1986) aseguraba que el populismo era visto tradicionalmente como un concepto que era al mismo tiempo movimiento e ideología, y entendía que “a la oscuridad del concepto empleado se une le indeterminación del fenómeno al que se alude” (Laclau y Mouffe, 1986, p. 165), lo que ha llevado con frecuencia a utilizar el término de una forma típicamente intuitiva. María Moira Mackinnon y Mario Alberto Petrone (1998) resumen esa “inexactitud terminológica crónica” del concepto como una lucha que ha terminado por difuminar una variedad de fenómenos, y que sirve de sombrilla por igual para “movilizaciones de masas (de raíces urbanas o rurales) elitistas y/o anti-élite, a partidos políticos, movimientos, ideologías, actitudes discursivas, regímenes y formas de gobierno, mecanismos de democracia directa (referéndums, participación), dictaduras, políticas y programas de gobierno, reformismos, etc.” (Mackinnon y Petrone, 1998, p. 21). Los autores se valen de un símil utilizado por Isaiah Berlin para recordar que él explicaba al populismo como un concepto tipo “zapato de la cenicienta” para el que existían muchos pies, pero pocos le calzaban.

Su indeterminación terminológica, sin embargo, no ha llevado al populismo a su desaparición como índice de experiencia y, por el contrario —y quizá por su misma polisemia— se mantiene más activa que nunca la discusión por su enunciación en las ciencias sociales. Incluso, su significado sociopolítico —en términos de Koselleck— crece cuando pretende explicar diversas situaciones políticas que parecen ser contradictorias entre sí. En ese sentido, pocos conceptos como el populismo —y la incesante búsqueda por su definición— permiten entrever lo que Palti llama suelos de problemáticas, y los procesos sociales y políticos que moldean su emergencia.

En América Latina, el discurso científico que produjo el concepto de populismo ha sido particularmente extenso en un esfuerzo por explicar las experiencias históricas vividas por el continente a lo largo del siglo XX y, más recientemente, con la llegada de gobiernos autodenominados progresistas en la primera década del siglo XXI. La emergencia de los primeros debates por la definición del populismo, además, tiene su base en el inicio del análisis académico latinoamericano, y se mueve entre la función valorativa y descriptiva del concepto.5

En 1965, Gino Germani expuso en su libro Política y sociedad en una época en transición una de las primeras lecturas generales del populismo como fenómeno en América Latina. El concepto aparece allí para interpretar el proceso de cambio de sociedades que experimentan la transición de lo tradicional a lo moderno, y la forma en la que las clases populares insertan sus preocupaciones sociales en la vida política. Al tomar el caso del peronismo en Argentina, Germani explica a los movimientos nacionales populares como una respuesta a la industrialización con una fuerte característica de diferenciación social, pero cuyo resultado es el desborde institucional:

Estos movimientos ‘nacionales-populares’ han aparecido o están apareciendo puntualmente en todos los países de América Latina, pues en todos ellos el grado de movilización de las capas populares de las áreas marginales dentro de cada país rebasa o amenaza rebasar los canales de expresión y de participación que la estructura social es capaz de ofrecer. (Germani, 1971, p. 210)

Bajo la mirada del proceso de modernización también trabaja Torcuato Di Tella (1973), para quien el populismo, además de hacer parte de la modernización, involucra un deseo de las masas por la resolución de conflictos en corto tiempo y su consiguiente integración. El populismo es el resultado de un aumento de “expectativas” de las masas, que no encuentran en la democracia ni en los partidos tradicionales una respuesta efectiva: “Necesariamente se produce un atolladero al subir las aspiraciones muy por encima de las posibilidades de satisfacerlas” (Di Tella, 1973, p. 41). Ese “atolladero” pretende ser resuelto mediante el populismo como movimiento político, con fuerte apoyo popular y “sustentador de una ideología anti-statu quo” (Di Tella, 1973, p. 47).

El debate sobre el populismo en América Latina se intensificaría al final de la década de 1960 e inicios de 1970. Allí el suelo de problemáticas está estrechamente vinculado a los acontecimientos de la revolución cubana de 1959 y a su posibilidad emancipatoria. Vinculada a la teoría de la dependencia, aparecería con Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, una propuesta conceptual que puso al populismo como una etapa del proceso de cambio hacia la economía dependiente y como una reacción popular a alianzas económicas de los grupos dominantes. El “populismo desarrollista”, según los autores, es un sistema de dominación en el que conviven propuestas e intereses contradictorios, que se enfrenta posteriormente a las dificultades de la dependencia y finalmente se agota y termina por abrirle, en el caso latinoamericano, el espacio a modelos autoritarios y dictatoriales. El análisis de Cardoso y Faletto (1969) estaba vinculado a los procesos políticos vividos por Brasil, Argentina y México, durante la mitad del siglo XX que demostraban, según ellos, los límites del populismo desarrollista y sus consecuencias con las dictaduras que se consolidaron en los años siguientes en estos países.

Para la década del ochenta, Ernesto Laclau iniciaría un cambio en la conceptualización del populismo, y plantearía la idea del antagonismo como forma de articulación de demandas populares. A diferencia de las interpretaciones que lo precedieron, Laclau va a entender al populismo como una forma de creación de identidades colectivas. El giro propuesto por el autor tendría su culmen con La razón populista, obra publicada en 20056, en la que entiende al populismo como un proceso contingente de identificaciones populares entre dos espacios antagónicos, pueblo y poder, lo que lo lleva a concebir al fenómeno como la política misma.7

La postura de Laclau, sin embargo, ha enfrentado cuestionamientos. Gerardo Aboy Carlés (2010) critica de Laclau la radicalización de su definición, hasta convertirla en sinónimo de lo político, lo que tiene como consecuencia que se vuelva irrefutable e

impermeable a ser desmentida por las propias experiencias populistas: allí donde surjan los recurrentes compromisos entre el estado de situación previo y las fuerzas populistas, el autor verá que el populismo solo se verifica en ‘cierto grado’, existiendo un remanente de institucionalismo. El populismo pasa así de ser la conceptualización de una experiencia (como pretendía hacerlo el texto de 1977) a ocupar el lugar de la conceptualización analítica de un elemento de la vida política, que es definido como la política tout court. (Aboy Carlés, 2010, p. 31)8

El ecuatoriano Carlos de la Torre (2007) critica la postura de Laclau por lo que considera una defensa de una construcción política que difumina las fronteras democráticas o permite el autoritarismo. Otros, como Slavoj Zizek le recriminan a la teoría laclausiana su postura poco “radical” frente a la democracia liberal.9

La última etapa de la obra de Laclau se desprende, además, de nuevos suelos de problemáticas y una reactualización del contexto de debate que interpreta nuevas experiencias políticas consideradas populistas en América Latina, como el caso de Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia.10 El mismo Laclau mostró públicamente su simpatía por los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, que presidieron Argentina entre 2003 y el 2015. El viraje político latinoamericano mayoritariamente hacia gobiernos progresistas influyó en trabajos como el de Carlos de la Torre (2016), muy crítico con las limitantes democráticas de esos gobiernos.11

En Colombia, la reactivación del debate sobre el populismo en el siglo XXI suscitó un renovado interés por tratarse, en esta ocasión, de experiencias como la venezolana o la ecuatoriana, más cercanas a los intereses políticos de esta nación con una larga tradición de gobiernos de derecha o centro-derecha. Los análisis colombianos, sin embargo, tienen otro enfoque que pretende explicar la idea de “excepcionalidad” de un país en el que los fenómenos populistas no han logrado el poder ejecutivo, y que además está atravesado por la violencia desde mediados del siglo XX.

El debate sobre el populismo en Colombia

Dos experiencias políticas concentran la mayoría de los estudios acerca del populismo en Colombia en el siglo XX: Jorge Eliécer Gaitán y Gustavo Rojas Pinilla. Gaitán fue asesinado la tarde del 9 de abril de 1948, cuando se perfilaba como un fuerte competidor por las elecciones presidenciales de 1950, lo que truncó el movimiento popular más fuerte del país para la época. El general Gustavo Rojas Pinilla, aunque tuvo un mandato entre 1953 y 1957, intentaría en 1970 un regreso a la presidencia por vía electoral con la Alianza Nacional Popular (Anapo), un partido que perdió las elecciones.12 El hecho de que estos movimientos considerados populistas no se consolidaran, tuvo como consecuencia que los estudios colombianos sobre el fenómeno fueran menores en cantidad en comparación con otros países de América Latina, pero no por ello menos significativos como índices de los acontecimientos políticos. Los debates por la definición conceptual analizan las experiencias populistas colombianas como acontecimientos no consolidados, “fallidos”, que distinguen a este país de otros de la región, principalmente, por el vínculo entre estos populismos y La Violencia.13 Esto hace parte de la construcción de “excepcionalidad” de esta nación en el contexto latinoamericano y sus dificultades para integrarse a un esquema regional que compartía experiencias políticas que en Colombia no sucedieron.

Dice Daniel Pécaut (2014) que en Colombia se perdona el narcotráfico, la lucha armada y la corrupción; pero no se perdona el populismo, que es vinculado al autoritarismo y la restricción de los derechos democráticos, y que en los casos registrados históricamente ha dado paso a épocas de profunda violencia armada. Otras visiones señalan aspectos positivos del concepto en Colombia (Palacios, 1971; Kalmanovitz, 1985), aunque al tratarse de un fenómeno que se considera “incompleto” o “inconcluso” su principal consecuencia ha sido “negativa”: la violencia.14

Autores como John Green (2013) y Bernardo Congote Ochoa (2006) se han enfocado en entender el caso de Gaitán, su relación con las demandas populares y su liberalismo de izquierda, hasta su violento asesinato el 9 de abril de 1948. Otros como César Ayala (2006) y Fabio López de la Roche (1999) toman como punto de estudio el caso de Rojas Pinilla, quien gobernó en dictadura entre 1953 y 1957, y posteriormente creó el partido Alianza Nacional Popular (Anapo).

En las últimas décadas, y tras la llegada del autodenominado Socialismo del siglo XXI, la discusión sobre el populismo adquirió un renovado interés en Colombia.15 Cristina de la Torre (2005) y Luis Guillermo Patiño (2007) insistieron en que la experiencia colombiana, a diferencia de Venezuela, con el populismo de Hugo Chávez, se inscribía en el neopopulismo de derecha con Álvaro Uribe.16

El populismo y la violencia en Colombia: la interpretación de Marco Palacios

El escrito que inicia la reflexión sobre el concepto de populismo en las ciencias sociales de Colombia fue el ensayo de Marco Palacios, El populismo en Colombia de 1971 que, en un principio, llevó el nombre de Industrialización, dependencia y populismo en América Latina: el caso de Colombia. La primera versión del texto se presentó en el VIII Coloquio internacional de Sociólogos de Lengua Francesa en Túnez a finales de 1971. Posteriormente se amplió y adquirió el nombre de Populismo en Colombia. Aunque fue el primer texto académico que trató a profundidad el tema, vale la pena acotar que, en agosto de 1970, en la edición número 33 de la “Colección Populibro”, varios líderes políticos, entre los que estaban el conservador Álvaro Gómez Hurtado (1970) y el liberal Alfonso López Michelsen, reflexionaron sobre el concepto en un corto ensayo denominado simplemente Populismo, en el que trataban al concepto peyorativamente. Que esa primera interpretación conceptual viniera justamente de las cabezas del bipartidismo colombiano habla de la relación entre el proceso de significación del populismo y los intereses de las élites políticas, algo en lo que Palacios hará hincapié.

Para inicios de la década de 1970, Palacios trabajaba como investigador en el recién creado Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia. El título provisorio del texto Industrialización, dependencia y populismo en América Latina: el caso de Colombia exponía la influencia de la teoría de la dependencia y de Cardoso y Faletto, presente con fuerza en el contexto de debate de la época. El mismo Palacios reconocería años después (2011) que para sustentar esa reflexión echó mano de lo que tenía a disposición sobre populismo que, en ese momento, era muy limitado. El libro Populismo: sus significados y características nacionales, en el que Ghita Ionescu y Ernest Gellner (1969) trabajaron como editores de las distintas ponencias sobre el tema de un simposio que se dio en 1967 en la London School of Economics, fue fundamental. Dicen Ionescu y Gellner en su introducción, parafraseando a Marx:

Un fantasma recorre el mundo: el populismo. Hace una década, cuando las nuevas naciones estaban emergiendo hacia la independencia, se preguntó: ¿Cuántos serán comunistas? Hoy, esta pregunta, tan plausible entonces, suena un poco anacrónica. En la medida en que los gobernantes de los nuevos estados adoptan una ideología, esta tiende a tener un carácter populista. (Ionescu y Gellner, 1969, p. 1)

Para Palacios tendría particular presencia el artículo que esta recopilación le dedicaba a América Latina, escrito por Alistair Hennessy, que tiene una alta carga peyorativa hacia al concepto, y lo define como “un arma organizacional”: “No obstante, las raíces están en el pensamiento democrático de occidente que recogió Marx” (Palacios, 1971, p. 8).

En la introducción de El Populismo en Colombia, Palacios reconoce que en algunos puntos su ensayo es “demasiado superficial” y en otros “demasiado conjetural”, pero en él intenta debatir temas de la política nacional desde un significado populista en un momento de particular efervescencia social en el país. El escrito fue concebido y publicado en medio de una insatisfacción política generalizada (más aún entre la izquierda), por los dudosos resultados de las elecciones presidenciales de 1970, en los que Gustavo Rojas Pinilla se presentó como candidato por el partido Alianza Nacional Popular (Anapo) y perdió frente al conservador Misael Pastrana Borrero.17 Bajo esos acontecimientos políticos, que Palacios define como “drama”, analizó lo que para él significaba ese concepto, con la figura fresca de un político como Rojas Pinilla sobre quien pesaba el calificativo de populista.

Palacios dice que el populismo “puede ser un insulto”; pero, de la mano de Germani y Di Tella, lo reconoce como un fenómeno propio de una sociedad en transición que ingresa a la modernidad, aunque es más incisivo en reconocer que posibilita la integración de intereses de las masas populares a la democracia. A partir de allí, insiste en que la fortaleza y la resistencia de la oligarquía colombiana han impedido el ascenso de las principales demandas del pueblo a la política estatal. Según Palacios, ni siquiera en el quiebre radical que significó la independencia, las oligarquías sufrieron cambios sustanciales en la forma en la que se relacionaban y administraban el poder. Hay allí una fuerte crítica a los partidos políticos, a los que ve con pocas diferencias entre ellos a pesar de la idea repetida y arraigada de que el Liberal era un colectivo de modernizadores, mientras el Conservador era el espacio para lo clerical. Insiste en que, en más de siglo y medio como república, es evidente una restringida participación social en la política y la administración pública:

La visión corriente que ha visto en los partidos una neta y definitiva expresión de clases en conflicto, de acuerdo con la cual los liberales serían el partido de los comerciantes y modernizadores y el conservador el de los terratenientes y clericales, es insostenible. En uno y otro bando, como todavía hoy lo reclaman sus líderes, hay policlasismo, si la palabra resulta adecuada para explicar la restringida participación social de comienzos del siglo XX. (Palacios, 1971, p. 26)

El autor interpreta, además, que el sindicalismo, como vertiente de las demandas populares, fue cooptado a inicios del siglo XX por el Partido Liberal para ser luego ser abandonado, y que en esto reside una de las características de excepcionalidad del caso colombiano en comparación con otros países del continente, pues las luchas por crear un sindicalismo moderno nunca lograron una independencia ni “organizativa” ni “ideológica”:18

A esto contribuyó en gran parte la falta de corrientes migratorias similares a las experimentadas en los países del Cono Sur, que habrían aportado una coloración progresista y tal vez capaz de definir ideológicamente una especificidad de clase y formas más modernas de cultura política. (Palacios, 1971, p. 29)

Colombia —con una masa proletaria casi inexistente por su lenta industrialización en las primeras décadas del siglo XX, incluso después de la crisis económica mundial de 1929— no logró fortalecer una propuesta populista como sí hicieron países con un proceso de modernización más acelerado:

La coyuntura que desde la crisis hasta finalizar la segunda guerra mundial permitió a los países latinoamericanos más industrializados —Argentina, Brasil y México— fortalecer el centro de decisiones por intermedio del Estado y a las nuevas élites industriales, con su autoproclamación nacionalista y seudorevolucionaria, dirigir la coalición hegemónica con el pueblo, en un proyecto de un capitalismo autónomo, es decir, el populismo; no se dio en Colombia. Los reformistas colombianos fueron muy débiles y quedaron rápidamente integrados en las líneas tradicionales de división clasista, enmascaradas por un bipartidismo que nunca impugnaron. El sistema de los dos partidos aparecía como pluralismo político, fuente de legitimación jurídica ‘democrática’. (Palacios, 1971, p. 41)

A pesar de estas evidentes diferencias entre Colombia y el resto de América Latina, y de los rasgos particulares y excepcionales, Palacios insiste en que el primer populismo colombiano aparece con Jorge Eliécer Gaitán, en su primera etapa en la década 1930 y, luego, con más consistencia, en la década de 1940. En él confluían elementos que Palacios considera fundamentales para un liderazgo carismático: caudillo, masas y manejo del pueblo en la plaza. Sin embargo, el autor no considera que los discursos de Gaitán tuvieran un núcleo ideológico definido, y dice que se escondían tras una oratoria “encendida” y una “abstracta concepción biologista de lucha”: la lucha social como lucha por la vida. Aparece aquí la idea de que el populismo de Gaitán es un “populismo democrático”.

Esta categorización de “democrático” surge en Palacio como una idea de aceptación partidista en la última etapa de Gaitán, y en oposición al populismo definido desde el autoritarismo por Germani y Di Tella. Al mismo tiempo, parece desprenderse de una mirada contrafáctica por parte del autor sobre lo que pudo ser el gaitanismo como proceso de inclusión de demandas populares en la política colombiana si no hubiese muerto.

Gaitán fue asesinado en Bogotá el 9 de abril de 1948, justo en los días de la IX Conferencia Panamericana, y en momentos de dependencia política y económica de Colombia con Estados Unidos. Su muerte originó el “Bogotazo”, que rompió los diques que contenían la insatisfacción popular y, ante la represión estatal, se pasó a la violencia de grupos populares que vieron en las armas la única posibilidad de derrotar la injusticia de las oligarquías partidistas y estatales. Para Palacios, esas demandas populares que se canalizaban en el gaitanismo quedaron huérfanas, lo que degeneró en anarquía.

Gaitán, para el autor, personifica como ninguno la “parábola trágica” de un intento de populismo en Colombia, que no tiene alianzas con la burguesía, y por lo tanto se dedica a “hacer negocios” con el bipartidismo reinante para alcanzar el poder, pero que logró revitalizar el “ritual de la democracia” (Palacios, 1971, p. 42). Su muerte generó el primer vínculo entre populismo y violencia.

Desde el tránsito acumulativo del concepto de populismo como histórico, este vínculo será fundamental. Son estos virajes y torsiones los que, desde la mirada de la nueva historia intelectual, hacen que los conceptos polisémicos estén cargados como objetos parciales, y al mismo tiempo sean índices de otras problemáticas. La violencia, en este caso, se convertiría en un elemento indisoluble para explicar el crecimiento o el fracaso de los movimientos políticos denominados populistas. En Colombia, particularmente y con una fuerza que no se da en otro país suramericano, el binomio pasaría a ser una radiografía de enorme peso en la interpretación de la política nacional.

La Violencia que consolidó el Bogotazo tiene un cierre parcial con la llegada al poder del general Gustavo Rojas Pinilla, que asume la presidencia en 1953. Sin embargo —siempre siguiendo a Palacios— Rojas Pinilla es incapaz de llenar el vacío de representación popular, y no puede transformarse en lo que sería Perón para Argentina o Vargas para Brasil, en buena medida por el bipartidismo y su incapacidad de lograr una fuerte adhesión popular: “Rojas es incapaz de movilizar las masas y crear las redes organizacionales populistas para apoyar su vago proyecto social y nacional. No puede tender puentes efectivos con ningún sector industrial ni proponerle una política de desarrollo nacional” (Palacios, 1971, p. 55). Rojas dejó la presidencia en mayo de 1957, tras un acuerdo con los partidos políticos que ya daban forma a la propuesta del Frente Nacional, un pacto entre liberales y conservadores para la sucesión de los cuatro periodos presidenciales entre 1958 y 1974.19

Sin embargo, al final del gobierno del liberal Carlos Lleras Restrepo (1966-1970), la debilidad del acuerdo —en palabras de Palacios— facilitó la reaparición de Gustavo Rojas Pinilla como líder del movimiento Alianza Nacional Popular, que buscaría la presidencia en las elecciones de 1970. Marco Palacios define este segundo momento de Rojas Pinilla como un “populismo conciliador”, que supera al “populismo democrático” de Gaitán y que, además, cuenta con experiencia en el poder. Ambos casos, sin embargo, eran la respuesta a una crisis del Estado liberal:

Ambos emergen a la vida nacional en dos momentos diferentes de la estructura económica y la percepción subjetiva de ella. Sus ideologías, que puede mantener lazos comunes, expresiones lingüísticas comunes, formas de agitación parecidas, también se alejan mutuamente. El mensaje antioligárquico, el nacionalismo y la noción maniquea de la esencia de la vida política-social, no bastarían para señalar la comunidad entre el populismo democrático gaitanista y el populismo conciliador anapista. Lo común a ambos es ser populistas, pero ya advertíamos lo equívoco del término cuando no está referido a las condiciones históricas de su aparición y a las formas de expresión política que finaliza asumiendo. (Palacios, 1971, pp. 91-92)

Palacios entiende el populismo de Rojas Pinilla como un movimiento más definido, preciso y heterogéneo, aunque sobreviven ciertos rasgos de la ambigüedad que el autor considera constitutiva de este tipo de expresiones políticas. Le concede a la Anapo la intención de una “conciliación nacional”, de raigambre católica y en la que se vincula la justicia al “bien común”, la defensa del statu quo, que incluso lo iguala a las antiguas propuestas del Partido Liberal en épocas de Carlos Lleras, y un apoyo de sectores de la clase media que no se vio en la experiencia gaitanista. En definitiva, para el autor, en este segundo populismo aparece una aceptación evidente a la reglamentación democrática y electoral, aunque por momentos, en las proclamas anapistas, se deja la posibilidad a una “vía revolucionaria” que, como vimos en el debate latinoamericano, va de la mano con el ambiente de efusividad propio de los años siguientes al triunfo de la revolución cubana, evento capital, definitivo e influyente en los análisis de las ciencias sociales de la época.

El ensayo de 1971 cierra la reflexión con las posibilidades de un populismo exitoso en Colombia en los años por venir —que supere los casos de populismo inacabado o incompleto— y plantea las características que debe seguir la Anapo para lograr el triunfo en las urnas: enfrentarse al sistema de alianzas de la oligarquía política y económica, consolidar un discurso antimperialista y construir una tradición histórica-cultural nacional. De lo contrario, advierte, los logros de Rojas Pinilla no serán más que un proceso de populismo coyuntural. Palacios no oculta cierto entusiasmo en la idea de que un populismo como el propuesto por la Anapo llegue al poder, aunque señala que, por sus condiciones, corre el riesgo de ser cooptado por las oligarquías políticas y económicas.

Al explicar las posibilidades futuras de ese tipo de “populismo conciliador”, Palacios insiste en la idea de que ciertos populismos no son, necesariamente, un desafío a la institucionalidad. Por el contrario, es posible que al llegar al poder se domestiquen y se plieguen al statu quo:

En el reordenamiento de fuerzas que durante los próximos diez o veinte años se produzca en la sociedad y en el Estado, el populismo impregnará no solo las demandas populares sino el estilo político. En la perspectiva, es viable la fragmentación de Anapo, y que la actitud intransigente de la oligarquía la lleve a no entregarle el liderazgo político. Si esto acaece, el anapismo dejará huellas profundas en la cultura política nacional y probablemente la vaga conciencia política que ha difundido entre el pueblo descubra su forma organizacional revolucionaria propia y específica. (Palacios, 1971, p. 124)

El populismo incompleto y la violencia en la obra de Palacios

Tras el texto seminal de 1971, el trabajo de Palacios se enfocó en analizar, en 1979, el proceso agrícola con El café en Colombia 1850-1970, el papel que jugaba el país en el continente con Colombia no alineada . La Unidad Nacional en América Latina (Palacios, 1983a, 1983b), y la relación entre las clases sociales y los estallidos de violencia de las masas populares con El estado de las clases sociales en Colombia y Entre la legitimidad y la violencia: Colombia 1875-1994 (1986, 1995a).

La relación entre el populismo fallido —tanto aquel de Gaitán que él denominó “populismo democrático” como el de Rojas Pinilla, al que etiquetó de “populismo conciliador”— con los estallidos de violencia se hicieron presentes en sus textos. El primer fracaso desencadenó el periodo conocido como La Violencia, y el segundo la consolidación de las guerrillas armadas. El vínculo histórico y conceptual se hizo aún más estrecho.

En 1988, Palacios volvería a trabajar directamente sobre el concepto de populismo en un corto escrito sobre el asesinato del 9 de abril de 1948, titulado La conexión venezolana y el asesinato de Gaitán, publicado originalmente en Lecturas Dominicales, la separata del fin de semana del periódico bogotano El Tiempo, el principal medio impreso del país. El tono del autor es más narrativo (Palacios, 1988, 2001b), por tratarse de una nota periodística, pero insiste en las críticas a la oligarquía aun cuando se publica en el periódico propiedad de la familia Santos, un linaje de amplia trayectoria en la política nacional, que tuvo como presidente a Eduardo Santos Montejo, entre 1938 y 1942, en la época en la que el gaitanismo daba grandes pasos.20

En el texto Palacios explica cómo el Bogotazo sirvió de “leyenda negra” para mostrar al pueblo como una masa incapaz y no preparada para la democracia, lo que permitió el ascenso del autoritarismo de derecha y la posterior dictadura en 1953. Se hace evidente, para el autor, que el país se encaminó hacia posturas vinculadas con las ideas económicas clásicas liberales y, en su momento, Gaitán representó una inclusión de demandas insatisfechas que dejaban de lado la idea de un pueblo peligroso. Su asesinato y la posterior violencia fue una especie de profecía autocumplida. La Violencia no llegó tras la muerte de Gaitán, sino que se desencadenó desde el momento en el que las oligarquías decidieron detenerlo:

A un proyecto que apuntaba a ampliar las bases de legitimidad del sistema se respondió con violencia, cerrándolas o angostándolas. Si la urgencia de Gaitán en los años cuarenta era cómo resolver institucionalmente las relaciones entre la democracia política y la creciente desigualdad social, después del 9 de abril el problema se complicó por el desencadenamiento de la violencia partidista. (Palacios, 2001a, p. 35)

Cuatro años después, en 1992, Palacios dio una conferencia en el St. Antony’s College de Oxford, sobre Gustavo Rojas Pinilla, de la que publicaría un resumen, en 1995, también en Lecturas Dominicales. Titulado simplemente El juicio a Rojas Pinilla en el Congreso, el texto hacía referencia (Palacios, 1995b, 2001c) al proceso que se adelantó con el antiguo mandatario en 1958, comandado por los principales líderes de los partidos Liberal y Conservador, y que tenía como propósito acabar con el naciente apoyo popular que recibía Rojas. Por el contrario, fue absuelto y su figura ganó estatus para lo que vendría más adelante: el Frente Nacional, la alternación del poder por el bipartidismo y la creación de la Anapo.

Escrito dos décadas después de El Populismo en Colombia, Palacios se mantiene en la idea de que Rojas Pinilla representaba una especie de alternativa conciliadora al sistema político de oligarquías en Colombia, si bien es más radical en afirmar que estas últimas han buscado detener cualquier tipo de populismo posible en el poder. Tanto en el caso del asesinato de Gaitán en el 48, como en el intento de asestarle una muerte política a Rojas en el 70 con las dudosas elecciones que dejaron como presidente a Misael Pastrana, se hace evidente, según el autor, este postulado.

En 1995, Marco Palacios publica el libro Entre la legitimidad y la violencia: Colombia 1875-1994. Allí se centra en un recorrido histórico de la política del país y la dificultad del estado para construir legitimidad (Palacios, 1995a, 2003). El capítulo 4, “A la sombra de la violencia”, explora las consecuencias del asesinato de Gaitán en un estilo más narratológico que interpretativo, sobre las consecuencias de la muerte del líder populista. Palacios insiste en este trabajo en el papel de las élites partidistas para evitar el ascenso de ciertas demandas populares, y en el consecuente brote de violencia que solo disminuiría tras el pacto del Frente Nacional. En el capítulo 5, “Legitimidad elusiva”, profundiza en la vieja idea de que el populismo de Rojas Pinilla estuvo más cerca del poder en 1970 por su estilo conciliador y su acercamiento a las clases medias, incluso conservadoras y religiosas, que lo veían como un líder progresista pero cercano a la iglesia.21

La obra de Palacios en el contexto de un nuevo populismo latinoamericano

El uso del concepto de populismo se reactivó en Latinoamérica —y Colombia no fue la excepción— antes de finalizar el siglo XX, con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en 1999, a quien rápidamente las ciencias sociales identificaron como un líder carismático y popular, capaz de encarnar tanto los valores como los prejuicios de los primeros populismos latinoamericanos. A partir de allí Venezuela y Chávez se convertirían en el nuevo espejo en el que se miraría la excepcionalidad de la experiencia colombiana.22 El suelo de problemáticas, evidentemente, había girado.

Para entonces Marco Palacios vivía entre Colombia y México, y estaba inscrito como investigador, desde 1994, en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. A inicios del año 2000, y ante la proliferación del uso de la palabra de populismo en los análisis académicos y periodísticos por lo sucedido en el país vecino, publica Presencia y ausencia de populismo: para un contrapunto colombo-venezolano (Palacios, 2000, 2001d). Este texto fue publicado originalmente en el número 39 de la revista Análisis Político en enero de 2000 y, posteriormente, y junto a otros ensayos sobre el tema, vio la luz como parte del libro De populistas, mandarines y violencias (Palacios, 2001a).23 El postulado esencial del ensayo es la idea de que en Venezuela el populismo “facilitó” la democracia desde 1958 e incluso impulsó la realización de reformas sociales sin necesidad de enfrentamientos armados, mientras que en Colombia su ausencia degeneró en violencia. Ese contrapunto populismo-violencia, refleja en el autor una renovada insistencia en que el populismo incompleto colombiano es sustento y arraigo de la lucha armada y de las guerrillas.

Sin embargo, en una ampliación del concepto para abarcar fenómenos políticos de derecha del pasado cercano, el autor acepta que el término “neopopulista” puede ser válido para presidentes o alcaldes como “Menem, Fujimori, Salinas de Gortari o neoliberales que surgen como populistas mediáticos: Collor de Melo en Brasil o Mockus I en Bogotá” (Palacios, 2001d, p. 48).

Este populismo “neoliberal” o “populismo de baja intensidad”, como define Svampa (2016),24 aparece como un concepto transformado. Al cambiar los referentes políticos interpretativos, lo “populista” tiene un vínculo más con la demagogia que con aquella idea de incorporación de las masas al poder, aunque se mantiene la necesidad un líder carismático. El autor encuentra rasgos populistas incluso en cualquier comportamiento que trate de “desmantelar las estructuras de poder elegidas” (Palacios, 2001d, p. 48)

Pero Hugo Chávez era otra cosa. Algo más parecido a los populismos del siglo XX en el Cono Sur. De un corte más económico que político, el ensayo interpreta que, aunque ambos países cuentan con un producto central de sus exportaciones —café y petróleo—, la crisis del crudo de finales de la década de 1980 y 1990, y el giro neoliberal de Carlos Andrés Pérez es lo que le da fuerza en Venezuela a la llegada del nuevo populismo de Hugo Chávez. A esto se le sumó un desencantamiento, no solo de la población más pobre con los partidos políticos sino un pesimismo de las élites empresariales venezolanas.25

Un recién llegado Hugo Chávez representa para Palacios un regreso a los populismos latinoamericanos de antaño:

A diferencia de los neopopulistas arriba citados, Chávez pretende volver a los fundamentos del estatismo nacionalista de los años cuarenta y cincuenta, y a las reformas sociales postergadas, a contracorriente de la globalización y del renacimiento de la llamada sociedad civil. A la vez corteja al Banco Mundial y al FMI y declara que “¡la deuda externa es sagrada!” Pasada la campaña y sus excesos verbales, el demonizado Chávez mostró cartas de moderado y pragmático. (Palacios, 2001d, p. 69)

Palacios parafrasea al Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, y a su novela Cien Años de Soledad, para preguntarse si Chávez sería “un populista con cola de cerdo”,26 y con él se acabaría el largo linaje del populismo latinoamericano. Los años inmediatamente posteriores, punto de partida del siglo XXI, conformaron un contexto político latinoamericano propicio para que el ejemplo venezolano fuera rodeado y multiplicado. Se debilitó el ciclo neoliberal iniciado en la década de 1990 y se agotaron las propuestas políticas y económicas de presidentes como Gustavo Noboa en Ecuador o Fernando de la Rúa en Argentina. Chávez no sería una figura populista con cola de cerdo, último en la estirpe, sino el primero de una nueva familia de populismos.

Tras la llegada en 2002 de Álvaro Uribe Vélez a la presidencia de Colombia, y la idea de que representaba un estilo neopopulista, Marco Palacios (2002) realizó una corta reflexión sobre el tema el día de la posesión del nuevo mandatario (7 de agosto) en un artículo titulado Un presidente ‘de a caballo’, publicado por el diario El País de España. Dice que el político antioqueño supo leer la transformación y el miedo del mundo tras los atentados del 11 de septiembre, y se refiere a él como “sheriff”, más que caudillo, que tiene más rasgos de político tradicional que de caudillo con una propuesta programática conservadora y de derecha:

Consumado caballista, el nuevo presidente ha sentenciado: ‘El caballo exige que, antes de pensar en disciplinarlo, uno tenga que disciplinarse a sí mismo para lograr el equilibrio. Porque el caballo no acepta zalamería ni maltrato; exige equilibrio. Lo mismo que exige el Gobierno’. Esperemos que mantenga ese equilibrio cuando examine las opciones para enfrentar política, ideológica y militarmente a la guerrilla. Por ahora sigue afiliado a fórmulas manidas de estrategia contrainsurgente —la guerra al terrorismo’, como ahora se llama—, que, al igual que ‘la guerra a las drogas’, parece condenada a sembrar más desorden, ilegitimidad y miseria, siempre en desmedro de las libertades públicas, aunque siempre en su nombre. (Palacios, 2002)

Apuntes finales

Al publicar en el 2011 una recopilación de algunos de sus trabajos sobre el concepto de populismo en el libro Populistas, el poder de las palabras, Palacios (2011) reconoce que su variación en la interpretación del término a lo largo de los años tiene profunda relación con la cercanía temporal que existía entre los hechos y sus análisis. Esto lo llevó a ser demasiado “conjetural” en sus significaciones, y por momentos reconoce que no logra la distancia necesaria para sopesar de una forma más equilibrada los alcances de los acontecimientos. Sin embargo, esa cercanía entre hechos y configuraciones conceptuales nos permite —retomando a Palti— comprender el “tipo de cuestiones que se habían puesto en cada caso en debate…y cómo ese suelo de problemáticas se fue reconfigurando”.

Desde 1971 con Populismo en Colombia al 2002 con Un presidente ‘de a Caballo’, la configuración del concepto de populismo en Marco Palacios atraviesa varios momentos políticos nacionales e internacionales que permean su análisis. Para sus primeros escritos estaba presente aún la ilusión de una revolución posible en Latinoamérica tras la consolidación de Fidel Castro en Cuba y la efervescencia de varios movimientos en el continente, que mostraban un camino para las masas populares colombianas huérfanas tras el “populismo inconcluso”. Al final del siglo XX, por el contrario, la ilusión de una revolución se trastoca por el colapso del mundo soviético, las ruinas del muro de Berlín y la llegada de gobiernos neoliberales. La construcción del concepto de “neopopulismo”, como una demagogia de economía liberal con un líder carismático, es aceptada por Palacios con renuencia, para luego reconocer, en los albores del siglo XXI, lo que parece ser el regreso de algunas características de los viejos populismos con Hugo Chávez en Venezuela.

El concepto de populismo en los textos de Palacios pretende interpretar momentos particulares de crisis en la política colombiana, sean estos las dificultades del bipartidismo a mediados del siglo XX o el debilitamiento del pacto del Frente Nacional a inicios de la década de 1970. Los dos populismos “incompletos” se constituyeron en momentos problemáticos para una oligarquía consolidada y un bipartidismo histórico que no cedió en más de dos siglos de historia. Jorge Eliécer Gaitán constituye el primer momento. Un “populismo democrático” que crece tras las disputas entre liberales y conservadores pero que se desvanece tras el asesinato del caudillo el 9 de abril. El segundo, con Gustavo Rojas Pinilla, tiene su momento más afianzado en 1970 con la Anapo, como un “populismo conciliador” que es detenido de forma “fraudulenta” antes de llegar al poder.

En 1973, Torcuato Di Tella ya hablaba de Colombia como una “anomalía” en el continente, por su renuencia populista y consideraba “inevitable” que algún tipo de variación de populismo tendría que darse en este país:

Un área importante de estudio en América Latina es la determinación de cuál será la variedad de populismo a desarrollarse en Colombia, en tanto este país constituye una especie de anomalía histórica en la medida en que el populismo tuvo dificultades para ser aceptado masivamente, a pesar de varias tentativas para lanzarlo. (Di Tella, 1973, p. 69)

En sus trabajos, Palacios concuerda con esa idea de “anomalía” o particularidad, al comparar a Colombia con lo ocurrido a mediados del siglo XX en Argentina, e insiste en la fuerza de las oligarquías para impedir el triunfo de las demandas populares. El pueblo, frustrado con las vías democráticas, recurre a la violencia y crea un vínculo indisoluble entre los dos conceptos. La muerte de Gaitán consolidó La Violencia; y la derrota de la Anapo, un renacer de la fuerza guerrillera, cuyo caso más emblemático fue la creación del Movimiento 19 de abril (M-19) como una consecuencia inmediata de las elecciones de 1970.

Los acontecimientos políticos originan una renovación en la construcción del concepto a partir de los primeros años del siglo XXI y entonces, para Colombia, “el espejo” no será la Argentina de Perón, sino Venezuela y Hugo Chávez, un populista en el que Palacios ve reflejos de los viejos líderes del Cono Sur, por su intención de “volver a los fundamentos del estatismo nacionalista de los años cuarenta y cincuenta, y a las reformas sociales postergadas, a contracorriente de la globalización y del renacimiento de la llamada sociedad civil” (Palacios, 2001a, p. 143). Venezuela pasa a ser eje de las comparaciones por su frontera e historia compartida con Colombia. Aunque sobre Chávez recae el adjetivo de radical, Palacios cree ver cierta moderación tras su primer año de mandato. En Álvaro Uribe, a quién muchos ven como otro caudillo “neopopulista”, Palacios no ve más que un “sheriff”, típico del mundo que emerge tras los atentados del 11 de septiembre y la reconfiguración geopolítica.

Una interpretación del populismo en los textos de Marco Palacios, a lo largo de cuatro décadas, nos permite entender la resignificación del concepto como un particular medidor de crisis de la experiencia política colombiana con la presencia latente de enfrentamientos armados y sangrientos. Resulta aporética —en términos de Palti— o al menos paradojal, la deducción de Palacios sobre la violencia como resultado de lo incompleto del populismo, pues a su vez, es esta violencia, a la que recurre el pueblo frustrado, la que será luego tomada como herramienta por los críticos del populismo para imposibilitar la expresión democrática popular.

El interés por definir el populismo en el caso estudiado traspasa incluso la motivación del autor, y se inscribe en las posibilidades de lo dicho en torno al concepto: esto es la construcción de un proceso incompleto, anómalo y excepcional, cuyo estudio emerge primero en periodos de agitación política nacional, y posteriormente en periodos de transformación regional. Por momentos, los populismos incompletos colombianos, que para el autor tienen como consecuencia la violencia, y otorgan las particularidades al país respecto al vecindario, son las profecías autocumplidas que permiten la consolidación de unas oligarquías que no ceden.

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Notas

1 Una versión de este trabajo fue presentada en el IV Congreso de Historia Intelectual de América Latina: ideas, conceptos y comunidad (Chial 2018), realizado del 21 al 23 de noviembre de 2018 en la ciudad de Santiago de Chile. Agradezco especialmente los comentarios realizados por las doctoras Ana Lucía Magrini, Adriana Reano y Martina Garategaray, así como por el doctor Elías Palti.

2 Tomamos como referencia para este corte temporal la primera obra sobre populismo en las ciencias sociales de Colombia, escrita por Marco Palacios en 1971, y su escrito Un presidente ‘de a Caballo’, publicado en 2002.

3 El presente artículo hace parte de un proyecto de investigación doctoral más extenso que busca interpretar, desde la historia de los lenguajes políticos, los debates en torno a los conceptos de populismo, neopopulismo y violencia en el discurso de las ciencias sociales colombianas en el periodo que va de 1970 a 2010, con particular énfasis en las discusiones producidas en el campo de la historia, la sociología y la ciencia política. La indagación doctoral pretende, además, analizar vínculos entre las definiciones de dichos conceptos, los procesos políticos —nacionales, latinoamericanos e internacionales— y los modos en que se fueron produciendo discusiones en torno a la idea de “excepcionalidad” (o no) de la experiencia colombiana respecto a la del continente. Investigación en curso radicada en el Doctorado en Ciencias Sociales de Flacso, Buenos Aires, Argentina.

4 Dos fenómenos son considerados los padres fundadores del populismo y sus principales referentes, ambos de finales del siglo XIX. El primero de ellos es el movimiento socialista utópico ruso Narodniki de la década de 1870 (del vocablo ruso Narod/Pueblo/Nación) que tenía cierta actitud de cercanía con los más humildes y afirmaba que los gobiernos deberían adaptarse al pueblo tal cuál es con sus necesidades más cotidianas. El segundo es el Partido del Pueblo, de mediados de la década de 1890, en Estados Unidos, compuesto en su mayoría por granjeros que buscaban una ampliación del espectro político de aquel país.

5 Para esta interpretación vale la pena recuperar el análisis de la doble cara de los conceptos polisémicos que ofrece Quentin Skinner. Para el autor, ciertos términos tienen una función valorativa y al mismo tiempo descriptiva de la realidad:

Sería útil prestar atención a un corpus de palabras que cumplen una función tanto evaluativa cuanto descriptiva en nuestro idioma. Esto es, ellas se usan para describir acciones individuales y para caracterizar los motivos por los cuales estas acciones se llevan a cabo. Sin embargo, siempre que se usan para describir acciones, al mismo tiempo, tienen el efecto de evaluarlas. Por lo tanto, la característica especial de este conjunto de términos es que —para invocar la jerga de los filósofos del lenguaje— contienen una aplicación estándar para realizar uno de dos rangos contrastantes de actos de habla. Es decir, pueden utilizarse para realizar actos tales como los de recomendar y aprobar —o bien, los de condenar y criticar— aquellas acciones que esos términos describen. (Skinner, 2007, p. 254)


6 La propuesta de Laclau es particular en la interpretación del concepto, pues ofrece un viraje interpretativo:

Invertir la perspectiva analítica: en lugar de comenzar con un modelo de racionalidad política que entiende al populismo en términos de lo que le falta —su vaguedad, su vacío ideológico, su anti intelectualidad, su carácter transitorio—, hemos ampliado el modelo o la racionalidad en términos de retórica generalizada (la cual, como veremos, puede ser denominada “hegemonía”), de manera que el populismo aparezca como una posibilidad distintiva y siempre presente de estructuración de la vida política. Una aproximación al populismo en términos de anormalidad, desviación o manipulación es estrictamente incompatible con nuestra estrategia teórica. (Laclau, 2005, pp. 27-28)


7 En la construcción del populismo según Laclau se ponen en juego las disputas por la heterogeneidad y las articulaciones entre las demandas. Las demandas contienen una parte individual y otra colectiva:

La emergencia del pueblo depende de las tres variables que hemos analizado: relaciones equivalenciales representadas hegemónicamente a través de significantes vacíos; desplazamientos de fronteras internas a través de la producción de significantes flotantes; y una heterogeneidad constitutiva que hace imposibles las recuperaciones dialécticas y otorga su verdadera centralidad a la articulación política. (Laclau, 2005, p. 197)


8 Sebastián Barros (2006), en concordancia con Aboy Carlés, cuestiona de Laclau la idea del populismo como un momento de ruptura, sinónimo de la política misma. Barros asegura que

el populismo sería una forma específica de ruptura de la institucionalidad vigente a través del planteamiento de un conflicto por la inclusión de una parte irrepresentable dentro de esa institucionalidad. Esto hace que el populismo pueda ser entendido como un tipo de articulación que pone en juego el espacio de representación como tal. El populismo es un tipo de articulación hegemónica que implica la articulación de demandas insatisfechas que hasta ese mismo momento no eran concebidas como susceptibles de ser articuladas y, al lograr eso, pone en duda la constitución misma de la comunidad. (Barros, 2006, p. 152)


9 Slavoj Zizek compartió las ideas de Laclau sobre populismo de finales de la década del ochenta y principios de los noventa, pero posteriormente se mostró escéptico de transformar la democracia desde el capitalismo. Para Zizek es problemático presentar todas las demandas en un mismo nivel de heterogeneidad/homogeneidad porque la demanda de la lucha de clases es más fuerte y hay que construir una diferenciación entre demandas primarias y secundarias. Laclau interpreta la diferencia en la idea que tiene Zizek de que “no hay ninguna lucha emancipatoria válida sino es una lucha anticapitalista directa y total” (Laclau, 2005, p. 295).

10 Estas nuevas experiencias se distanciaban de las que, a finales del siglo XX, fueron denominadas “neopopulistas”, y que incluían a gobiernos con liderazgos personalistas fuertes, pero que contemplaban entre sus reformas económicas y sociales un marcado acento neoliberal. El concepto de “neopopulismo” ha sido ampliamente cuestionado. Carlos Vilas (2004) asegura que no podría usarse el término porque el populismo clásico fue el resultado de unas condiciones históricas irrepetibles. Gerardo Aboy Carlés critica a Vilas por considerar que no se puede limitar la conceptualización a un momento histórico determinado, aunque se muestra también en desacuerdo con la categoría de neopopulismo, al considerar que las experiencias que son tipificadas como tal, mayoritariamente de derecha, no tienen la representación popular necesaria:

Ni el tipo de ciudadanía, ni las políticas universales, ni el proceso de nacionalización territorial ni la amplia trama organizacional de intermediación que suponen los populismos clásicos encuentran un correlato en procesos como los encabezados por Salinas de Gortari, Menem, Collor o Fujimori. El término ‘neopopulismo’ como caracterización de los procesos de reforma de mercado con liderazgos personalistas solo ha aportado, desde este punto de vista, confusión. (Aboy Carlés, 2014, pp. 30-31)


11 De la Torre (2016) define al populismo como un movimiento que busca el poder bajo promesas de democratizar la sociedad, mientras desafía las instituciones y desfigura la democracia.

12 Aunque los informes iniciales de contabilización de los votos por parte de la Registraduría Nacional de Colombia daban como ganador a Rojas Pinilla, al final de la jornada se decretó triunfador a Pastrana Borrero. La Anapo denunció fraude y buena parte de los jóvenes que integraban esa colectividad decidieron tomar las armas y formar el grupo guerrillero Movimiento 19 de abril, más conocido como M-19, alimentando el vínculo —que se mantendría en los análisis colombianos posteriores— entre populismo y violencia.

13 El asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948, denominado el Bogotazo, consolidó el periodo conocido en Colombia como La Violencia (en mayúsculas), un enfrentamiento político violento entre seguidores de los partidos Liberal y Conservador, que fue punto clave para el posterior surgimiento de las guerrillas, y que va hasta la instalación del Frente Nacional en 1958, cuando ambas colectividades deciden la rotación de la presidencia por los siguientes cuatro periodos de 1958 a 1974 (Guzmán Campos et al., 1962; Pécaut, 1987; Palacios, 2003).

14 Además de los esfuerzos pioneros de Marco Palacios sobre el populismo incompleto de la segunda mitad del siglo XX en Colombia (1971), podemos nombrar como fundacionales los textos Economía y nación (1985) de Salomón Kalmanovitz y Orden y violencia (1987) de Daniel Pécaut. Aunque con enfoques muy diversos (histórico, económico y social), estos autores sentaron las bases del análisis de un concepto que para Colombia resulta complejo y clave en el tránsito de los grupos políticos hacia la violencia de las guerrillas que se autodefinen como comunistas, marxistas y leninistas.

15 De los esfuerzos contemporáneos más completos destinados a tratar el concepto en los últimos años, cabe destacar el adelantado por la Universidad de Los Andes, en conjunto con autores de toda Latinoamérica, quienes le dedicaron el VII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (Alacip) al fenómeno. La revista Colombia Internacional en su número 82 fue enfocada exclusivamente a la reflexión sobre el populismo, y permitió un abordaje variopinto con más de una decena de estudios. Cabe destacar de esa edición el texto de Cristian Acosta Olaya (2014) que renueva la mirada entre gaitanismo y populismo desde la teoría de la hegemonía.

16 La categorización de Álvaro Uribe como neopopulista es disputada en la academia colombiana. La interpretación que hacen Cristina de la Torre o Luis Guillermo Patiño es refutada por autores como Carolina Galindo Hernández (2007), quienes definen como “desmesurada” esa afirmación. En Argentina, como ya vimos, Gerardo Aboy Carlés (2014) se muestra en desacuerdo incluso con la categoría de neopopulismo en general.

17 La fundación de la Anapo, en 1961, es el resultado de un creciente desinterés popular con el sistema bipartidista que, para intentar detener la violencia, había decidido, a final de la década de 1950, hacer el pacto del Frente Nacional, que consistía en que ambos partidos presentaban un candidato de coalición para las presidenciales durante cuatro periodos seguidos lo que, prácticamente, les aseguraba el gobierno por 16 años. El crecimiento de la Anapo fue exponencial en los años siguientes, y para las elecciones de 1970 Rojas Pinilla se presentó como candidato y estuvo muy cerca de vencer en las dudosas elecciones a las que hicimos referencia.

18 Para un análisis de la evolución del sindicalismo en Colombia en el siglo XX y sus consecuencias políticas, véase el clásico libro de Daniel Pécaut, Política y Sindicalismo en Colombia, de 1973.

19 Los presidentes del Frente Nacional fueron: De 1958 a 1962, el liberal Alberto Lleras Camargo; de 1962 a 1966, el conservador Guillermo León Valencia; de 1966 a 1970, el liberal Carlos Lleras Restrepo; y de 1970 a 1974, el conservador Misael Pastrana Borrero.

20 Juan Manuel Santos, presidente de Colombia por los periodos 2010-2014 y 2014-2018, también pertenece a la familia que fue propietaria de El Tiempo. Los Santos fueron dueños mayoritarios del medio entre inicios del siglo XX y el 2007, cuando fue adquirido por Planeta, grupo de medios español.

21 En ese lapso que va de la publicación de 1971 hasta los escritos de mediados de la década de 1990, las ciencias sociales colombianas insistieron en los análisis históricos del concepto de la violencia, más que del populismo. Las raíces del inconformismo de las masas populares por la enorme desigualdad económica y la imposibilidad de un gobierno de corte popular fueron debatidas ampliamente desde la sociología por Daniel Pécaut, y desde la economía por Salomón Kalmanovitz. Ambos, junto a Palacios, se dedicaron, en el cierre del siglo XX, a entender la relación existente entre las identidades políticas y la violencia. Pécaut, sociólogo francés, pero experto en la violencia colombiana, había publicado para entonces Política y Sindicalismo en Colombia (1973), Orden y Violencia: Colombia 1930-1957 (1987) y Crónica de dos décadas de política colombiana: 1968-1988 (1989), en las que analizaba, a su vez, los intentos frustrados del populismo de Gustavo Rojas Pinilla en las elecciones de 1970. A su vez, Salomón Kalmanovitz hizo un estudio de la evolución económica campesina en 1982 con El desarrollo de la agricultura en Colombia, y se comprometió en el estudio de las dificultades políticas del país para salir de la oligarquía del bipartidismo liberal y conservador con La encrucijada de la sinrazón y otros ensayos en 1989. El diálogo entre los postulados de los tres autores fue evidente.

22 A partir de la llegada de Chávez al poder se presentaron nuevas interpretaciones del populismo y la excepcionalidad colombiana, teniendo como espejo el caso venezolano. Ver el libro Del populismo al neopopulismo (2007) de Luis Guillermo Patiño, y más recientemente el texto Populistas a la colombiana (2018), del filósofo antioqueño Jorge Giraldo.

23 Aunque Palacios mantiene en la construcción del concepto a los autores “clásicos” (Germani, Di Tella, Cardoso), aparece en este escrito una referencia al trabajo de Ernesto Laclau.

24 Para Maristella Svampa (2016), los nuevos populismos representan, en el caso latinoamericano, una ola que se distancia en sus características del populismo clásico de mediados del siglo pasado. Mientras las experiencias clásicas comparten los postulados de un líder carismático, la incorporación de las masas populares al proceso democrático, y son parte de la transición nacional hacia la industrialización, los nuevos populismos son más diversos en su constitución, y van de la derecha a la izquierda en el espectro político. Para Svampa, la segunda ola de populismos se divide en dos: “populismos de baja intensidad” y “populismos de alta intensidad”. Los primeros son los neopopulismos de derecha de la década de los noventa, desligados de programas económicos nacionalistas, y en los que se aprecia poca ampliación del Estado. Los segundos, por contraste, son los que se autodefinieron como Socialismo del Siglo XXI (Chávez, Correa, Morales) e incluso Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, todos de países con tradiciones fuertes del populismo clásico, y que en esta segunda etapa “habilitaron” su retorno en el sentido fuerte:

a partir de la reivindicación del Estado —como constructor de la nación, luego del pasaje del neoliberalismo—; del ejercicio de la política como permanente contradicción entre dos polos antagónicos (el nuevo bloque popular versus sectores de la oligarquía regional o medios de comunicación dominantes) y, por último, de la centralidad de la figura del líder o la lideresa. (Svampa, 2016, p. 450)


25 En las elecciones de 1998, los dos partidos tradiciones de Venezuela, Copei y Acción Democrática (AD), unieron sus fuerzas en un solo candidato: Henrique Salas Römer, para intentar detener a Hugo Chávez. El bipartidismo tradicional venezolano unido no fue capaz de evitar el triunfo del Polo Patriótico, como se denominó a la coalición de los principales partidos de izquierda que dio su apoyo a Chávez.

26 En la novela Cien años de soledad (García Márquez, 1967), la larga estirpe de los Buendía termina cuando el último de los hijos nace con una “cola de cerdo”, marca definitiva del fin de la especie. Dice Palacios:

Las ramas latinoamericanas de la familia extensa de los populistas se asemejan a los Buendía de Macondo, como aparece en el manuscrito de Melquíades. Al igual que en este, los populistas parecen condenados a vivir una historia circular de promesas y desilusiones. Su proclividad a la endogamia, y aún al incesto, embrolla las líneas del linaje de modo que la cola de cerdo con que llega al mundo el último Aureliano paga los apetitos y desvaríos de todos sus antepasados. (Palacios, 2001c, p. 68)


* Artículo de investigación

Notas de autor

a Autor de correspondencia. Correo electrónico: davidsantosg82@gmail.com

Información adicional

Cómo citar este artículo: Santos Gómez, D. (2020). El populismo en Colombia y la obra de Marco Palacios: una reflexión desde los lenguajes políticos. Papel Político, 25. https://doi.org/10.11144/Javeriana.papo25.pcom

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