De la Ilusión de las Commodities a la Especialización Regresiva: América del Sur, China y la nueva etapa de la dependencia en el Siglo XXI*

From the Illusion of the Commodities to the Regressive Specialization: South America, China and the New Independence Wave in the 21st Century

Papel Político, vol. 24, núm. 2, 2019

Pontificia Universidad Javeriana

Bernardo Salgado Rodrigues a

Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil


Rafael Shoenmann de Moura

Universidad del Estado de Río de Janeiro, Brasil


Recepción: 28/11/18

Aceptación: 21/05/19

Fecha de publicación: 30/12/19

Resumen: El presente trabajo, inspirado en aportes de la Teoría de la Dependencia y del estructuralismo, hace una investigación crítica de los vínculos entre América del Sur y China, con énfasis en la complejidad de sus regímenes productivos y en los recursos naturales estratégicos. En la presente década, asistimos a la desaceleración económica y crisis en buena parte de los países del continente, responsable por el agotamiento de los ciclos de los gobiernos progresistas y crecimiento con distribución de renta e inclusión social. La ascensión china, que años antes propició una supuesta ventana de oportunidades con su búsqueda creciente por commodities, conlleva a interpretaciones menos idílicas y más preocupantes sobre los lazos con la potencia asiática. Con tales inquietudes, vamos a construir un análisis de los datos empíricos referentes a la actuación china en la región, en el marco de las dos primeras décadas del siglo XXI, a fin de que tal radiografía pueda responder si la cooperación chino-sudamericana ha servido para aprovechar las potencialidades del continente, o si se trata de simple retórica escamoteando un patrón resignificado de dependencia.

Palabras clave:América del Sur, China, dependencia, recursos naturales, especialización regresiva.

Abstract: This work, inspired in contributions from the Dependency Theory and the Structuralism, is a critical research on the links between South America and China, putting emphasis on the complexity of their productive regimes as well as their strategic natural resources. In the current decade we are witnessing an economic slowing down and a crisis in many countries of this continent. All this is leading to a burnout stage in the progressive government cycles in the region with an income distribution growth and social inclusion. The Chinese emergence –that some years ago meant a wide range of opportunities due to their growing needs of commodities– now is interpreted less ideally and the relations to this Asian power are seen rather worrying. With such concerns, we provide hereby an analysis of empirical data referencing the Chinese actions within our region during the first two decades of 21st century. It is intended to provide an outline telling whether the Chinese and South-American cooperation has led this continent to take advantages of their own potentialities, or, it has been a simple rhetoric move to hide a dependence re-elaborated pattern.

Keywords: South America, China, dependence, natural resources, regressive specialization.

Introducción: América del Sur y China en el siglo XXI

En la economía política global, y en el complejo tablero geopolítico de las relaciones internacionales, América del Sur se presenta como importante región estratégica para la acumulación capitalista y para los distintos centros hegemónicos, con China, en particular, ejerciendo preponderancia desde principios del siglo XXI, y siendo actualmente uno de los mayores socios comerciales y de inversiones de la mayoría de los países sudamericanos. 1

Los flujos de comercio exterior y el aumento de las inversiones directas del gigante asiático en los países del continente vienen creciendo de forma exponencial, principalmente a partir del ingreso del país en la Organización Mundial del Comercio (OMC) a finales de 2001. Tal entrada desencadenaría un nuevo tipo de vínculo de la región con la economía política global, constituyendo, justamente por eso, el punto de partida en nuestro recorte temporal, que se extiende hasta 2016, con la promulgación por parte del gobierno chino del policy paper referente a América Latina y el Caribe, asumiendo una vez más la importancia estratégica del continente como un todo para la potencia asiática. 2

La trayectoria ascendente de tales flujos atravesó las propias oscilaciones de sus economías, donde fue incólume tanto en los años de bonanza, en la primera década del siglo, como durante la desaceleración general del crecimiento observada algunos años después de la crisis financiera de 2008, responsable por el agotamiento de buena parte de los llamados gobiernos progresistas de la “ola rosa” y la llegada de actores de perfil ideológico más liberal al poder. 3 El fortalecimiento y la interdependencia de tales relaciones, no obstante, se ha convertido en un factor de relativa reconfiguración macroestructural: en una región tradicionalmente y geopolíticamente influenciada por EE. UU, el mayor vínculo con la potencia asiática en la reorientación del curso productivo materializó nuevos caminos económicos y políticos (Pecequilo, 2013).

Sin embargo, la nueva configuración de las relaciones chino-sudamericanas todavía se encuentra en construcción y delineamiento, y se plantean cada vez más cuestionamientos sobre su capacidad de establecer relaciones Sur-Sur cooperativas, o si se están reproduciendo asimetrías y viejos patrones jerárquicos (aunque repaginados por una coyuntura diversa), históricamente característicos de las relaciones económicas Norte-Sur. Siendo así, el objetivo pretendido para este artículo es justamente aclarar tales cuestionamientos a través de un mapeo de la naturaleza evolutiva de tales relaciones a lo largo de los últimos años, por la óptica de las relaciones comerciales y de inversiones.

Modificar las condiciones internacionales donde las naciones sudamericanas se ubican requiere el establecimiento de estrategias de inserción comprometidas en superar el perfil de meros exportadores de commodities en lo que se refiere a las relaciones con los polos dinámicos de la economía global. En ese sentido, nuestra hipótesis supone que, a pesar de que las inversiones y relaciones comerciales chinas han crecido en los últimos años, todos estos procesos no estuvieron relacionados con una nueva configuración de relaciones “Sur-Sur”, sino con el viejo modelo de hegemonismo de las relaciones económicas “Norte-Sur” (relaciones que se insertan en una tipología matizada en la sección 3). Así, un estudio desde el punto de vista de la economía política internacional, a partir de un rasgo realista, y considerando aspectos geopolíticos, es de suma importancia para reflexionar sobre el tipo de relación construída.

En este artículo, dimos preferencia a la operacionalización con América del Sur en lugar de América Latina por dos razones: a) en América del Sur la intensificación de las relaciones bilaterales con China es más pronunciada y marcada por los productos primarios; y b) las Américas Central y del Norte (donde México evidentemente posee centralidad) todavía mantienen a Estados Unidos como principal socio comercial. Incluso, el caso mexicano posee, tanto con este como con la propia China, vínculos de naturaleza distinta, como queda claro por su estructura de maquiladoras constitutivas del proceso productivo vinculado a EE. UU, que a su vez les inunda con productos acabados de mayor valor agregado. 4 Actualmente, por ejemplo, la penetración de los manufacturados chinos en el mercado estadounidense (y también en el propio mercado mexicano) hace de la potencia asiática una rival competitiva con relación al país latinoamericano, con perjuicios latentes a su balanza comercial y de pagos (Mendoza, 2015). 5

Considerando el aún reciente cambio de paradigma de la economía china hacia el llamado “Nuevo Normal”, donde las exportaciones y el mercado externo pierden un poco más de centralidad en las directrices gubernamentales ante la ampliación del consumo y de la demanda doméstica, este cambio viene reflejando, directa e innegablemente, en externalidades negativas para las precariamente diversificadas economías sudamericanas (Moura, 2015). De esta manera, a pesar de la reconfiguración geopolítica de la región con relación a otro centro de poder mundial, se muestra cada vez más ampliada la vulnerabilidad externa y dependencia de la exportación de recursos primarios, que se configura en un factor determinante para la hipótesis investigativa del presente trabajo.

Por cuestiones de alcance y extensión del artículo, hicimos un recorte de los países que constituían, en el año 2016, los de mayor peso económico en la región en términos de PBI, medido en dólares constantes de 2010: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Peru, Uruguay y Venezuela (Banco Mundial, 2018).

Nuestra metodología será de tipo cualitativo, para interpretar, a la luz de la literatura movilizada, los datos empíricos abstraídos de fuentes primarias como agencias oficiales (gubernamentales o no), y secundarias como autores especialistas. Aquí es pertinente señalar también como una de nuestras principales fuentes consultadas el Atlas de la Complejidad Económica (Hausmann et al., 2014), base de datos extremadamente relevante, dinámica e interactiva, provista de indicadores relativos al comercio, industria y capacidad tecnológica de los más diferentes países. 6

Así, el delineamiento del artículo sigue la siguiente estructuración: en primer lugar, traemos nuestro marco teórico utilizado para el análisis, que comprende tanto la Teoría de la Dependencia como el estructuralismo cepalino. Emergentes en el seno del pensamiento latinoamericano de la posguerra para interpretar las problemáticas salientes de los regímenes productivos del continente y de los modelos industriales sustitutivos de importaciones, argumentamos aquí que ambos enfoques permanecen actuales y dotados de relevancia para la comprensión de problemáticas actuales en América del Sur, en su vínculo con la economía global. A continuación, traemos un delineamiento de la evolución de las relaciones comerciales entre América del Sur y China a lo largo del ciclo de commodities, explicando cómo el mismo se encuentra íntimamente entrelazado al desempeño (tanto en la trayectoria ascendente y virtuosa como en la de caída observada posteriormente) de los países de la región y el formato de un nuevo perfil estructural para los mismos. La cuarta sección, a su vez, hará una radiografía del perfil de inversiones chinas en la región, a fin de dar mayor sustento a nuestra hipótesis de una nueva etapa dependiente, y también para corroborar el perfil extractivista de la inserción regional del país asiático. La última sección del artículo resumirá nuestras consideraciones finales.

Los aportes latinoamericanos de la Dependencia y del estructuralismo y sus contribuciones históricas

La suposición de que la presencia de China en América del Sur puede ser interpretada como una nueva etapa de la dependencia sudamericana ha sido un tema de debate en los medios académicos, principalmente a partir de la década de 2000, cuando su inserción en la región puede ser constatada con mayor intensidad. Sin embargo, a fin de que se pueda realizar una evaluación de esta hipótesis, conviene establecer los marcos teóricos de lo que se comprende como dependencia y, así, su relación histórica en América del Sur, para que la actividad china pueda ser comprendida —o no— como una nueva etapa de este proceso.

Las visiones de la teoría de la dependencia buscaron entender la especificidad de los países periféricos sudamericanos, al visualizarlos como parte integrante del sistema mundial, alejándose de cualquier ilusión igualitaria en relación con el desarrollo capitalista. 7 En sus trabajos, Theotonio dos Santos buscó entender la especificidad de la periferia y la relación que la dependencia de esos países imponía a su desarrollo en el sistema capitalista. Para él,

la dependencia es una situación en la cual un cierto grupo de países tienen su economía condicionada por el desarrollo y expansión de otra economía a la cual la propia está sometida. La relación de interdependencia entre dos o más economías, y entre estas y el comercio mundial, asume la forma de dependencia cuando algunos países (los dominantes) pueden expandirse y autoimpulsarse, en tanto que otros países (los dependientes) solo lo pueden hacer como reflejo de esa expansión, que puede actuar positiva y/o negativamente sobre su desarrollo inmediato. De cualquier forma, la situación de dependencia conduce a una situación global de los países dependientes que los sitúa en retraso y bajo la explotación de los países dominantes. (dos Santos, 2011, p. 361)

En su esencia, el desarrollo de los países de América del Sur tiene patrones particulares, que están vinculados a la situación de dominación económica, social y política a la que están sometidos. Así, estos patrones específicos determinan un desarrollo dependiente que tiene como característica fundamental la explotación, tanto en el ámbito de las propias economías nacionales, como en la relación entre estas y los grandes centros de poder mundiales.

En la visión de Vania Bambirra, el capitalismo dependiente posee un carácter y un modo de funcionamiento que están intrínsecamente conectados a la dinámica que asume históricamente el capitalismo en los países centrales, al insertar las propias economías dependientes en sus políticas estratégicas a nivel mundial. Para ella, la dependencia sería redefinida y utilizada

como categoria analítico-explicativa fundamental da conformação das sociedades latino-americanas e, através delas, procuramos definir o caráter condicionante concreto que as relações de dependência entre centro-hegemônico e países periféricos tiveram no sentido de conformar determinados tipos específicos de estruturas econômicas, política e sociais atrasadas e dependentes. (Bambirra, 2012, p. 38)

De esta manera, el “atraso” de los países dependientes sudamericanos

foi uma consequência do desenvolvimento do capitalismo mundial e, ao mesmo tempo, a condição desse desenvolvimento nas grandes potências capitalistas mundiais. Os países capitalistas desenvolvidos e os países periféricos formam uma mesma unidade histórica, que tornou possível o desenvolvimento de alguns e inexorável o atraso de outros. (Bambirra, 2012, p. 44)

Ruy Mauro Marini fue otro autor dependentista que definió la dependencia en términos de una relación de subordinación entre naciones formalmente independientes, en cuyo marco las relaciones productivas de las naciones subordinadas son modificadas o recreadas, asegurando la reproducción ampliada de la dependencia (Marini, 1991). En su visión sistémica, Marini (1991) afirma que:

la participación de América Latina en el mercado mundial contribuirá a que el eje de la acumulación en la economía industrial se desplace de la producción de plusvalía absoluta a la de plusvalía relativa, es decir, que la acumulación pase a depender más del aumento de la capacidad productiva del trabajo que simplemente de la explotación del trabajador. Sin embargo, el desarrollo de la producción latinoamericana, que permite a la región coadyuvar a este cambio cualitativo en los países centrales, se dará fundamentalmente con base en una mayor explotación del trabajador.

Los autores de esta corriente buscan comprender la formación de las economías periféricas sudamericanas en función del proceso de acumulación de capital. En este sentido, toman, por ejemplo, en consideración la estrecha consonancia de la evolución histórica de América del Sur con la dinámica del capitalismo mundial, buscando demostrar que la incorporación de la región en el mercado mundial fue imprescindible para el proceso de transferencia del eje de acumulación en los países centrales. Así, Marini (2012) constata que la historia del subdesarrollo de la región se confunde en medio de la historia del propio desarrollo del sistema capitalista mundial, en el que “o subdesenvolvimento se estabelecia não como não desenvolvimento, mas como o desenvolvimento de uma trajetória subordinada dentro da economia mundial” (Martins, 2011, p. 230).

Otro enfoque particular de la teoría marxista de la dependencia sería constatado no sólo en términos económicos, sino también políticos. La dependencia política no se entendía sólo como la imposición de la interferencia extranjera a nivel nacional, sino, sobre todo, como parte de una dependencia

que faz com que o processo de tomada de decisões por parte das classes dominantes —em função dos interesses políticos ‘nacionais’ internos— seja dependente. Como os países dependentes são parte constitutiva do sistema capitalista internacional, suas classes dominantes jamais gozaram de uma real autonomia para dirigir e organizar suas respectivas sociedades. A situação de dependência termina por confrontar estruturas cujas características e cuja dinâmica estão subjugadas às formas de funcionamento e às leis de movimento das estruturas dominantes. (Bambirra, 2012, pp. 143-144)

En este contexto, América del Sur se encuentra entrelazada en el escenario actual frente a los intereses de acumulación de poder y riqueza de las grandes potencias, que se lanzan sobre la región en la disputa por el control monopólico de sus mercados y de las fuentes de energía renovables y no renovables, recursos naturales estratégicos, de las grandes reservas de agua, del gran potencial de producción de alimentos y de la rica biodiversidad. Tales hechos serán corroborados en este trabajo, que busca demostrar que la presente participación china en la región es visualizada como una nueva etapa de dependencia de América del Sur, una vez que la dependencia de la estructura productiva de los países de la región se ha intensificado desde la década de los años 2000.

Así como la Teoría de la Dependencia, el estructuralismo también se insertó en una importante tradición de pensamiento crítico latinoamericano emergente en la posguerra, donde buscaba romper con presupuestos de las teorías neoclásicas y ortodoxas que eran restrictivas o irrelevantes para el mundo periférico (Kay, 1989). 8 Aunque haya tenido carácter pionero en el continente, el estructuralismo tuvo menos impacto en los estudios sobre desarrollo vis-à-vis la teoría de la dependencia, con apenas algunos de sus elementos absorbidos por el centro.

El pensamiento estructuralista se encuentra asociado a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), establecida por la ONU en Santiago de Chile en 1947. Con sus visiones iniciales centradas principalmente en el Cono Sur (dada la propia ubicación de su oficina), la Cepal puede ser definida como la primera escuela genuina de pensamiento crítico tercermundista, cuya originalidad yacía en la comprensión del desarrollo y subdesarrollo como partes constitutivas de un solo proceso (Kay, 1989; Furtado, 2000; Nery, 2011; Prebisch, 2011). 9 Así, desde una perspectiva holística, se argumentaba que el comercio internacional y la división internacional del trabajo (DIT) eran desiguales y ampliaban las disparidades entre el centro hegemónico industrializado y la periferia dentro de un todo integrado (Prebisch, 2011).

El documento que sirvió de base para todo el pensamiento de la Cepal sería el “Manifiesto Latinoamericano”; o, en su nombre original, “El desarrollo económico de América Latina y algunos de sus principales problemas”, escrito por el argentino Raúl Prebisch en 1949. Los conceptos centrales que figurarían en esta reflexión clásica serían la dicotomía centro-periferia y el deterioro de los términos de intercambio, coadunados para describir el carácter asimétrico de la difusión del progreso técnico y la distribución de sus ganancias entre las distintas naciones (Prebisch, 2011). En esta parte final de la sección, por lo tanto, reconstituiremos mejor en los próximos párrafos estos dos ejes del pensamiento estructuralista que consideramos de particular relevancia para el análisis sino-sudamericano en los días de hoy.

La influencia de las visiones liberales en aquel contexto acababa por favorecer el statu quo en la DIT; privilegiando sectores ligados al capital externo y al sector exportador primario. Los exponentes estructuralistas, que contribuyeron con un énfasis en las especificidades de los países marginados en la jerarquía económica global, buscaron refutar tales visiones; que a su vez pregonaban la especialización primaria de la región bajo la falsa premisa de que el comercio internacional equivaldría a la renta de las naciones (Furtado, 2000; Prebisch, 2011). Tal premisa, casi incólume en la teoría, pecaba por dos grandes problemas: su carácter generalizante, cuando la realidad empírica mostraba que los frutos tecnológicos se concentraban solo en grandes países industriales; y la realidad precaria del comercio mundial, junto con la demanda externa a partir de la década de 1930 (Prebisch, 2011). 10

Así, en síntesis, había una clara comprensión de que los procesos de acumulación de capital y riquezas se darían de forma distinta entre ambos conjuntos de países. Se suma a eso el hecho de que, en el centro, la escasez de fuerza laboral condujo a presiones sociales por elevaciones salariales y homogeneización de las economías; mientras que, concomitantemente, en la periferia hubo un refuerzo de las estructuras tradicionales de dominación y marginación (Prebisch, 2011). 11 La Cepal y sus exponentes, con su método histórico-estructural, hicieron un análisis de las especificidades de las naciones subdesarrolladas, vislumbrando la superación del atraso solamente a través de la constitución de una estructura industrial sofisticada para cambiar tal cuadro. Solo la industria sería capaz de diversificar las economías periféricas, permitir un salto en la productividad y redistribuir ganancias para las masas no insertadas en un mercado de consumo (Prebisch, 2011).

El primer pilar central del pensamiento estructuralista, la dicotomía centro-periferia, fue inicialmente apodado en alusión al desequilibrio engendrado en la DIT por la Revolución Industrial (Prebisch, 2011). La difusión del progreso técnico de ella derivada fue desigual: paulatinamente formó un conjunto económico integrado y homogéneo en el centro industrializado (internacionalizando nuevas tecnologías a través de industrias de bienes de capital), y al mismo tiempo relegó a la periferia un sector manufacturero rudimentario, insignificante y en algunos casos inexistente (Kay, 1989; Prebisch, 2011). Así los países periféricos quedaron restringidos simplemente a modelos exportadores primarios “hacia fuera”, con toda la alta productividad de estos sectores transferidos al centro por el deterioro de los términos de intercambio, cuya explicación 12 , a su vez, fue construida sobre las teorías del comercio internacional en boga, asentadas en la ya mencionada teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo. 13 Conforme a la Cepal, la especialización en materias primas limitaba estructuralmente las perspectivas de crecimiento para los países sudamericanos (Kay, 1989; Nery, 2011; Medeiros y Serrano, 2012). Esto se debió al hecho de que, a largo plazo, a pesar de ocasionalmente breves períodos de oscilaciones, había una tendencia consolidada de devaluación de los términos comerciales de bienes primarios con relación a los manufacturados. De esta manera, la periferia tendría que exportar una cantidad creciente de materias primas para compensar las importaciones de productos industriales, que por cierto sólo creció con las momentáneas mejoras del poder de consumo del mercado doméstico. 14 La consecuencia más notoria de este fenómeno sería la ocurrencia frecuente de problemas estructurales y sistemáticos en los balances de pagos de los países de la región, con constantes crisis cambiarias (Furtado, 2000; Nery, 2011; Medeiros y Serrano, 2012).

A la luz de lo que hemos visto hasta ahora, resaltamos algunas problemáticas planteadas. Conscientes de que la Teoría de la Dependencia y el estructuralismo se separaron de la actual coyuntura mundial por décadas, habiendo surgido para dar cuenta de problemáticas ligadas a las economías políticas de la región y las iniquidades y contradicciones de sus modelos industriales, consideramos —sin cualquier anacronismo— que sus planteamientos son actuales para el debate propuesto en este artículo. A la luz de los vínculos de América del Sur con el sistema capitalista tomado de forma integrada, con consideración de los centros hegemónicos (siendo China un ascendente, en esa cuestión), hay fuertes tendencias y elementos observados a partir del inicio del siglo XXI, que parecen apuntar a una nueva etapa de profundización de la dependencia.

Esta etapa se daría, entre otras cosas, por la subordinación cada vez más latente de los países sudamericanos a la estrategia de crecimiento chino, que pasaron a conformar los sentidos políticos y económicos de ellos a su imperativo energético y de seguridad alimentaria. Con eso, la consolidación de China como principal polo manufacturero en la dinámica capitalista mundial actual encuentra, del otro lado de la moneda, una América del Sur especializándose cada vez más en la exportación de recursos naturales para atenderla, volviéndose, una vez más, extremadamente vulnerable a las oscilaciones del comercio internacional (cuya demanda proviene cada vez más de la potencia asiática) y los precios de tales productos, determinados exógenamente. Sobre todos estos aspectos hablaremos en las dos secciones siguientes, que en fin se adentran en el perfil de las relaciones sino-sudamericanas.

Las relaciones chino-sudamericanas y el apogeo y ocaso del ciclo de commodities: un estudio a través de la óptica del comercio y la complejidad

Después de la sección anterior, donde elucidamos nuestro referencial teórico interpretativo, en la presente parte del artículo, y en la posterior, haremos una sintética radiografía de las relaciones entre China y América del Sur en el Siglo XXI, a partir de dos vectores: la naturaleza de las relaciones comerciales bilaterales y el patrón de inversiones. Así, trazaremos el papel del gigante asiático en los rumbos recientes de los países del continente; corroborando o no nuestra hipótesis con dos ejes analíticos que dialogan directamente con el estructuralismo cepalino y con la vertiente marxista de la Teoría de la Dependencia, respectivamente.

Para facilitar un poco más el análisis realizado en esta sección, también segmentaremos el ciclo de commodities en dos fases: una ascendente y una descendente, donde el punto de “ruptura” coincidie con la crisis financiera de 2008 y sus desdoblamientos, y contribuye a acelerar la reorientación del patrón de crecimiento chino, a su vez generando consecuencias severas para la dinámica regional. En los siguientes párrafos, resumimos brevemente algunas de las principales características de las reformas chinas para contextualizar su inserción en la OMC en el 2001, para que después se pueda hablar de su creciente participación política y económica en la región.

Con el proceso de apertura iniciado por Deng Xiaoping con la III Sesión Plenaria del 11º encuentro del Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh), el país adhirió una secuencia de reformas económicas pautadas por un hibridismo entre un Estado planificador y elementos liberalizantes, que hicieron viable la integración comercial y productiva en las cadenas regionales y globales (Amsden, Liu, y Zhang, 1996; McNally, 2014).

Después de una primera década de reformas, marcada por cambios estructurales y rápida urbanización del campo, con expansión de las llamadas Township and Village Enterprises (TVE) y ganancias de productividad industriales, la década de 1990, a su vez, sobre todo después del “tour” de Deng al sur del país en 1992, se basó en la profundización de medidas para crear una estructura exportadora competitiva para ganar market share en la economía mundial (Medeiros, 1999). Son los casos, por ejemplo, de la creación de nuevas Zonas Económicas Especiales (ZEE) para facilitar la integración productiva en la cadena regional asiática y fortalecer exportaciones; así como del cumplimiento de exigencias comerciales y reestructuración del sector público para crear una política de “campeones nacionales”, y consolidar empresas competitivas en sectores estratégicos (Shambaugh, 2013; McNally, 2014).

Esta trayectoria de reformas, sumada a la subida en las cadenas de valor y creciente catching-up tecnológico, finalmente permiten a China ser admitida en la OMC a fines de 2001, tras años de intensas negociaciones. Tal acontecimiento, que implicaba en la práctica que los países, al reconocer a China como economía de mercado, perdieran diversos mecanismos proteccionistas para resolver embrollos antidumping, provocó un salto gigantesco del volumen de comercio exterior chino; ampliando su integración a la globalización y contribuyendo decisivamente a un ciclo expansivo en la economía mundial que perduraría hasta 2008. Tal desempeño extraordinario se puede ver en la Figura 1.

Inserción de China (participación del comercio exterior en la economía)
Figura 1
Inserción de China (participación del comercio exterior en la economía)


Fuente: Banco Mundial (2018)

Por lo tanto, al recorrer los pasos de la regionalización y globalización, China también desarrolló sistemáticamente relaciones comerciales y diplomáticas más profundas con América del Sur, Latina y el Caribe. En otras palabras, la potencia asiática se comprometió con nuestro continente en expandir interacciones y fortalecer sus propias reformas en curso, principalmente tras su ya referida adhesión a la organización multilateral (Sutter, 2012). A partir de tal punto, analizaremos la creciente interdependencia política y económica que pasó a ocurrir entre esos países con relación a China, destacando algunos cambios a lo largo de tal recorte y también pronósticos futuros. La intensificación de la presencia del país asiático como socio comercial de los países de la región se puede observar en las Figuras 2 y 3.

Participación de China en las importaciones sudamericanas (% del total)
Figura 2
Participación de China en las importaciones sudamericanas (% del total)


Fuente: Elaboración propia a partir de Hausmann et al. (2014).

China como destino de exportaciones sudamericanas (% del total)
Figura 3.
China como destino de exportaciones sudamericanas (% del total)


Fuente: Elaboración propia a partir de Hausmann et al. (2014)

Buena parte de esta acentuada inclinación de China sobre la región se dio por la búsqueda de commodities de naturaleza agrícola y mineral, de las cuales el país asiático depende, aunque sus importaciones se realicen entre otros países y continentes; y también por la búsqueda de mercados para absorción de sus exportaciones, concentradas en manufacturas y productos con diferentes proporciones de valor añadido (Sutter, 2012).

Desde el marco de la visita del Ministro de Relaciones Exteriores Tang Jiaxuan, en 2001, en Chile (meses antes del ingreso de China en la entidad comercial multilateral), pregonando la cooperación Sur-Sur y el fortalecimiento de los intercambios interregionales, el procesamiento del comercio exterior chino en la región fue ampliado (Tsai y Liu, 2012). Se preparaba también el terreno no solo para América del Sur, sino también para América Latina como un todo, con el potencial de convertirse en una de las mayores receptoras de IED de China, demostrando la connotación estratégica percibida por Beijing en la región, algo corroborado en el discurso oficial durante las dos visitas oficiales del presidente Hu Jintao al continente, en 2004 y en 2008 (Sutter, 2012; Tsai y Liu, 2012).

En cuanto a América del Sur, propiamente, la primera década del siglo XXI fue importante por un conjunto de transformaciones sociales que, en términos de densidad económica, hicieron que la región regresara al escenario geopolítico global (Pecequilo, 2013). Mientras la década de 1980 fue marcada por los programas de ajuste estructural y recrudecimiento inflacionario, la década de 1990 se destacó por una serie de dificultades económicas en vista del fracaso en la adecuación al recetario neoliberal ortodoxo y restrictivo establecido por el Consenso de Washington, que priorizaba solamente la austeridad fiscal y descuidaba la dimensión redistributiva en nombre de la estabilidad monetaria (Boschi y Gaitán, 2012; Vadell, 2013).

La mayor asertividad de muchos de esos países en búsqueda de autonomía también coincidió con la emergencia de nuevos proyectos políticos progresistas de izquierda en el espectro ideológico de la región a lo largo de la década, con mayor sensibilidad para intentar establecer las altísimas desigualdades mediante políticas de redistribución de renta e inclusión social. El escenario que se dibujaba y presentaba al inicio del nuevo siglo era el de un relativo giro ideológico, con revisión o atenuación de algunas políticas involucradas en la ideología neoliberal —propulsada a partir de los EE. UU— y el deseo de renovar el patrón de intervención del Estado en la economía (Boschi y Gaitán, 2012). Tal giro, en suma, representaba la emergencia de una nueva agenda pública que contenía elementos para un proyecto de desarrollo construido de forma colectiva; con un nuevo espacio para la implementación de políticas.

Por lo tanto, cambios tanto en el escenario doméstico como en el internacional contribuyeron paulatinamente a una relativa libertad y autonomía aparentes de proyectos nacionales, donde se inició un ciclo robusto de crecimiento y fortalecimiento de los mercados internos sudamericanos. La integración china creciente, en ese sentido, proporcionó lo que parecía una ventana de oportunidades para la región, y fue una dimensión constitutiva importante e innegable de tal crecimiento (Vadell, 2013).

Exactamente por la consideración de China como potencia industrial y política ascendente en la contemporaneidad, examinar el patrón de relaciones económicas que engendró en su inserción junto a los países periféricos es imprescindible para trazar las características particulares de tales eslabones productivos y sus consecuencias geopolíticas. El conjunto de relaciones entre determinados países, a pesar de la creencia liberal en la supuesta promoción del desarrollo, con bases ideal o necesariamente solidarias, es reflejo directo de las jerarquías existentes entre “Norte” y “Sur”, que representan movimientos dentro del sistema internacional (Milani, 2012; Vadell, 2013).

¿Estaría China, entonces, creando nuevos patrones de cooperación Sur-Sur o reafirmando una relación Centro-Periferia? Por relaciones de naturaleza Sur-Sur aludimos aquí a la convergencia relativa y mutuamente beneficiosa de agendas políticas de países no pertenecientes al eje central Atlántico-Norte, sea por alianzas en relaciones bilaterales o multilaterales (en las esferas del comercio, finanzas o seguridad), sea por espacios regionales de integración o proyectos de financiamiento y cooperación técnica. En la vía directamente antagónica, las relaciones Norte-Sur representarían un rótulo donde las potencias desarrolladas y los lazos que fomentan apenas reproducen asimetrías, lo que conduce al subdesarrollo o a un patrón de desarrollo dependiente de los eslabones nacionales más débiles de la cadena (Milani, 2012).

Cada vez más, a lo largo de los años 2000, las exportaciones sudamericanas destinadas a China pasaron a demostrar una concentración nítida en materias primas, especialmente de carácter extractivo. Este patrón de inserción, que poco a poco se ha dibujado, fue responsable por la reaparición, ya en aquellos años, de lecturas que cuestionaban si la región estaba predestinada a la “maldición de los recursos naturales” y condenada a la vocación primario-exportadora (Roett, 2010, p. 204). La demanda china también desempeñó un papel de valoración general de la mayoría de los commodities durante el período, lo que aumentó significativamente los términos de intercambio a favor del continente en un primer momento (Ray y Gallagher, 2017). Esto se evidencia en las Figuras 4 y 5.

Precios de commodities seleccionadas (US $), 2002-2016
Figura 4
Precios de commodities seleccionadas (US $), 2002-2016


Fuente: Fondo Monetario Internacional (2018a). 15

Términos de Intercambio de los países seleccionados (2000 = 200), en promedios trimestrales
16
Figura 5
Términos de Intercambio de los países seleccionados (2000 = 200), en promedios trimestrales 16


Fuente: Elaboración propia a partir de Banco Mundial (2018)

En lo que se refiere al comercio internacional, como se ve, la presencia china en la región operó principalmente en la condición de compradora de recursos primarios; cuyos precios se establecieron en función de tal demanda (y también de la volatilidad especulativa generada por otras ocurrencias geopolíticas como las intervenciones estadounidenses en Oriente Medio, patrocinadas por el gobierno de Bush), por lo que se elevaron considerablemente hasta 2008, año de la eclosión de la crisis financiera global (Vadell, 2011). La única excepción es Uruguay, por lo demás, todos los otros países asistieron a una mejora de estos términos hasta 2008, con breve repique en 2010-2011, en algunos casos, y a partir de 2012, una tendencia flagrante de caída. Esta evolución coincide exactamente con el descenso de la economía china, que enfría el apetito y los precios de los productos sudamericanos, impactándolos en sus ingresos y valores de bienes de exportación.

El crecimiento chino, de manera general, respondió entonces a una importante valorización de productos de la periferia geoeconómica mundial. Además, su ascensión también alteró bastante la correlación de fuerzas existente entre las potencias centrales y potencias regionales emergentes, como era el caso, por ejemplo, de Brasil (Vadell, 2011; Becard, 2013; Pecequilo, 2013).

A lo largo de las últimas décadas, se quedó inequívoca la tendencia de pérdida relativa del peso de la industria en los países del continente. Los datos del Banco Mundial —visibles en las Figuras 6 y 7— apuntan a una menor contribución del sector manufacturero (con énfasis en la industria de transformación) al PBI, y a un menor volumen de bienes industriales en sus balanzas exportadoras.

Sector manufacturero como valor añadido del PBI (%)
Figura 6
Sector manufacturero como valor añadido del PBI (%)


Fuente: Banco Mundial (2018)

Participación de manufacturas en las exportaciones
Figura 7
Participación de manufacturas en las exportaciones


Fuente: Banco Mundial (2018).

Evidentemente, tales procesos de desindustrialización son amplios y complejos, y pueden ser relacionados a múltiples factores y elemento, sin estar circunscritos únicamente al continente (Kim y Lee, 2014). 17 No obstante, los países sudamericanos merecen destacarse por el hecho de que los mismos constituyen casos de desindustrialización prematura: o sea, naciones que pierden el impulso de transformación estructural por la vía del sector secundario, antes, incluso, de alcanzar los niveles de renta y sofisticación productiva de las potencias avanzadas (Palma, 2014; Rodrik, 2015; Castillo y Martins Neto, 2016). 18 Algunos de ellos, como en el caso de Brasil, se remontan al desmontaje de la planificación industrial en boga hasta la década de 1980, cuando la preocupación de los policymakers sudamericanos pasó del crecimiento a las reformas estructurales para desbaratar la espiral inflacionaria.

Así, el ciclo neoliberal que se adentró en la región, tanto por la disolución de mecanismos de intervención discrecional del Estado, como por la inundación de importaciones que llegaron en la estela de los programas de estabilización, engendró continuas problemáticas en sus balances de pagos que, sin duda, contribuyeron a tal camino (Medeiros, 1997; Palma, 2010). Esto sin contar el actual paradigma de creciente globalización financiera que, a través del mayor movimiento de capitales, da a sus poseedores puntos de veto considerables sobre políticas estatales robustas, lo que genera un clima hostil a impulsos industrialistas (Chesnais, 1996; Keohane y Milner, 1996; Rodrik, 2012). Esto es verdad particularmente para América del Sur y la periferia en general, donde se destaca la capacidad de los mercados de “disciplinar” a los gobiernos, aún más, en los casos de fuerzas políticas desatadas de su preferencia, como en el caso de los presidentes de América del Sur (Campello, 2015).

No obstante, los datos empíricos coinciden en apuntar que, a partir de la década de 2000 y con la intensificación de la vocación primario-exportadora de la región en medio de la mayor amalgama con la economía política china, esta trayectoria desindustrializadora fue bastante acentuada. Podemos deducir, entonces, que tal dinámica sino-sudamericana ha lanzado lógicas tanto cooperativas como nocivas (Becard, 2013).

Con respecto a la inserción china, la fuerte entrada de divisas derivada de tal boom de commodities —y también de una menor aversión al riesgo por países “emergentes” durante los años 2000— generó, al mismo tiempo, una tendencia de apreciación de las tasas reales y nominales de cambio en casi todos estos países, como se muestra en la Tabla 1. En casos como el de Brasil, por ejemplo, esta tendencia se ha interpretado de forma interesante por el enfoque del Nuevo Desarrollismo, que diagnostica las causas de tal problemática en la no-neutralización de la “enfermedad holandesa”; es decir, la apreciación de la tasa de cambio como obstáculo a la competitividad externa y exportadora de la industria (Oreiro y Feijó, 2010; Bresser-Pereira, 2014). 19 Así, según esta óptica, China por un lado habría sido factor de parcial desalojamiento de las industrias domésticas en los mercados internos —cuyo fortalecimiento a lo largo de estos años, en función de políticas salariales fuertes y de distribución de renta, fue casi todo canalizado para el consumo de productos chinos— y en el mercado mundial, con una mezcla de bajos costos, dumping y escalas productivas competitivas sin precedentes (Medeiros, 2015; Gala, 2018).

Al mismo tiempo, la búsqueda de recursos naturales ha forzado la especialización productiva en ese sentido, ampliando los mecanismos de enfermedad holandesa (Palma, 2014). En síntesis, contribuyó de forma indeleble al —ya en boga— desmontaje agudo de las industrias nacionales. El dumping cambial chino fue facilitado por haber encontrado en la economía brasileña la sobrevaloración de la moneda gracias al boom de precios de los commodities y la entrada de divisas en países dichos “emergentes”, provocada en parte por la propia potencia asiática y por el ciclo expansivo mundial (Gala, 2018). La lógica de este raciocinio se refiere a Brasil, pero puede ser fácilmente extendida a buena parte de las demás naciones sudamericanas.

Tabla 1
Tasas de cambio oficiales en países seleccionados (unidades monetarias locales frente al dólar)
Tasas de cambio oficiales en países seleccionados (unidades monetarias locales frente al dólar)


Fuente: Banco Mundial (2018)

A juzgar por los datos de la Tabla 1, tal hipótesis parece, de hecho, fuertemente intuitiva y apelativa. Sin embargo, casos como Argentina y Venezuela, que sufrieron depreciación de sus monedas; o de Ecuador, cuya unidad monetaria es el propio dólar, muestran que tal argumento debe tomarse de forma más cautelosa, y difícilmente fue el único factor explicativo o determinante para la realidad sudamericana en general. No obstante, sigue siendo importante y válido, incluso porque los períodos de aumento más intenso de las importaciones de productos chinos y de disminución de bienes manufacturados como exportaciones de la región coinciden exactamente con los ciclos más notables de apreciación cambial, mientras evaluamos buena parte de los casos nacionales en específico. Es decir, más estudios y análisis son requeridos en lo que se refiere a esta cuestión, que evidentemente no será prolongada por cuestiones de alcance de este artículo.

Pero, independientemente de las distintas magnitudes de las variables causales, es incontestable que el paradigma que se dibuja a partir de esa amalgama entre China y América del Sur es de regresión productiva para la última. El estructuralismo, como destacamos en la sección 2, subraya que las posibilidades de desarrollo económico se encuentran fuertemente ligadas a la transformación radical de las estructuras productivas para superar los cuellos de botella y rigideces del subdesarrollo (Furtado, 2000; Gala, 2018). Sin industria, no será posible fomentar la productividad de forma longeva y sostenida, con aumento de empleo, renta y sofisticación tecnológica. La mejor forma de medir tales proposiciones, según Gala (2018), sería a través del estudio de las estructuras de mercado y productos revelados por los datos del comercio global. Justamente por esto, aquí utilizamos una vez más el Atlas de Hausmann et al. (2014) (cuyos datos son ampliamente empleados en este trabajo), que proporciona el marco empírico para dar soporte a tal proposición.

A través del llamado Índice de Complejidad Económica (ICE o ECI, en inglés), que mide el conocimiento y diversificación productiva involucrados en las distintas estructuras productivas nacionales, es posible mapear temporalmente las rutas de los países hacia el catching-up (alcanzamiento o reducción del gap con relación a las grandes potencias industriales) o a la reprimarización de las matrices de sus economías (Hausmann et al., 2014). 20 Complejidad tecnológica y productiva caminan lado a lado con conectividad (correlación fuertemente positiva) y progreso. El inverso también es cierto: la habilidad de extraer y exportar productos primarios de baja complejidad no permite coexportar nada por la baja conectividad o ubiquidad. El sector extractivista puede, incluso tener salarios ligeramente más elevados y stocks de capital también más elevados en algunos casos, pero sin desbordamientos (o “spillovers”) para el resto de la economía doméstica. Esto es en función de su bajo valor añadido (así como la baja cualificación laboral) e intrínseca amalgama con los mercados externos (Hausmann et al., 2014).

A través de la Figura 8 y la Tabla 2, es posible constatar cómo, hasta 2016, los países sudamericanos pasaron por un deterioro elevado en sus índices de complejidad, que denotaba exactamente la hegemonía asumida por los bienes primarios en sus pautas exportadoras y estructuras productivas.

Índice de Complejidad Económica (ECI) de los países seleccionados
Figura 8
Índice de Complejidad Económica (ECI) de los países seleccionados


Fuente: Elaboración propia a partir de Hausmann et al. (2014)

Tabla 2
Cinco (5) principales productos de las pautas exportadoras en América del Sur, 2016
Cinco (5) principales productos de las pautas exportadoras en América del Sur, 2016


Fuente: Hausmann et al. (2014)

Por otro lado, sumándose a tal desindustrialización y descomplejificación continuas, en los años inmediatos a la eclosión de la crisis financiera sistémica de 2008, el gobierno chino fue capaz de dar una respuesta contundente en términos de una política fiscal anticíclica vigorosa, al sostener el nivel de actividad económica (Naughton, 2015). Tal política, intensiva principalmente en trabajo (incorporando fuertemente mano de obra), mantuvo el crecimiento elevado y sostuvo la demanda por commodities y sus precios por un breve período después de la caída abrupta en aquel mismo año y en el 2009.

Sin embargo, China pasó entonces a enfrentar grandes desafíos que la obligaron a conducir de forma aún más inmediata y cautelosa la transición de modelo de crecimiento que se asentaba hasta entonces. Los desafíos internos (límites estructurales inexorables de su propio patrón de crecimiento) y externos (demanda mundial reprimida tras la recesión seguida de la crisis) pasaron a hacer imperativa la adaptación a un nuevo paradigma de la economía política global o un “Nuevo Normal”; exigiendo nuevas respuestas para una distinta coyuntura (Perkins, 2013; Moura, 2015; Pereira y Ribeiro, 2016). 21

La continuidad del escenario internacional turbulento (incluso con el inicio de la sangría de reservas) concientizó al PCCh ya las demás autoridades del Estado sobre la importancia de acelerar el cambio de los vectores de crecimiento del país para el consumo y el sector terciario, con buenas perspectivas de empleabilidad y generación de ingresos; algo que sería evidenciado en las prioridades enumeradas en el 12º Plan Quinquenal, adelantado en el gobierno del nuevo mandatario Xi Jinping (Jaguaribe, 2011; Moura, 2015; Pereira y Ribeiro, 2016). Este escenario post-2008, desencadenó una nueva etapa después del largo ciclo globalizante beneficioso para China desde la década de 1970, sumado a la proximidad del país del status de “renta media”, y completó la ruta futura de crecimiento, donde las políticas y estrategias de innovación dictarían el ritmo del éxito del país asiático (Jaguaribe, 2011; Perkins, 2013). De esta forma, menores tasas de expansión económica, sumadas a políticas y directrices que objetivaban un crecimiento más “sostenible”, explican el menor ritmo chino y, en buena parte (aunque no totalmente), el enfriamiento drástico del precio de los commodities (Naughton, 2015). Se cerró, así, un ciclo exógeno benigno a los términos de intercambio sudamericanos (Moura, 2015; Pereira y Ribeiro, 2016). 22

En síntesis, el escenario futuro para el continente, basado en los indicadores aquí presentados y el perfil de comercio exterior, se muestra altamente preocupante en una serie de aspectos estructurales. En lo que se refiere al patrón de relaciones entre China y América del Sur, es innegable la creciente interdependencia asimétrica, corporificada en la especialización regresiva y volatilidad en los términos de intercambio. Si es verdad que el ascenso de la potencia asiática representó en los años 2000, junto a otros factores geopolíticos coyunturales, una alternativa frente a los límites impuestos por la agenda neoclásica del Consenso de Washington, los gobiernos sudamericanos (ignorando sus diferencias ideológicas) se mostraron incapaces de formular estrategias políticas nacionales desarrollistas a largo plazo para abordar estos desafíos, pertinentes principalmente a la industria, en una lógica de reinserción internacional.

Como Slipak (2014) ya advertía, mantenida tal relación económica constante, seguiremos observando tan solo la exacerbación de una creciente integración asentada únicamente en ventajas comparativas tradicionales y desiguales. Se confirma, pues, a la luz de las tesis dependentista y cepalina, la argumentación hipotética planteada en la introducción. Adelante, en la sección 4, reconstituiremos ese eslabón a través del análisis de otra esfera, la de las inversiones de la región.

El patrón de inversiones chino: el extractivismo y la centralidad de los recursos naturales

La ascensión china dio origen a reordenaciones productivas de gran envergadura, que radicalizaron la división internacional del trabajo con considerables transformaciones. Como se ha descrito en la sección anterior, al impulsar una gran demanda por recursos naturales, la demanda china fue la fuerza motriz del alza de los precios de las commodities, y engendró, concomitantemente, el imperativo de nuevas infraestructuras para garantizar el flujo y la circulación atendiendo a sus necesidades energéticas (Vadell, 2013). Por eso mismo, también se consolidó como el motor de la expansión de la industria extractiva a nivel global (Moreno, 2015).

Esta parte del artículo busca, dando continuidad a la construcción analítica erigida en la sección anterior, analizar el patrón de inversiones chino en América del Sur, a partir del nuevo perfil productivo adquirido por los países de la región, con intensos procesos de desindustrialización y reprimarización de sus pautas exportadoras. Los textos pertinentes a la temática y los datos aquí contenidos nos ayudarán a comprender nuevos significados políticos en esta coyuntura que se va profundizando.

En el marco del notable crecimiento de las relaciones comerciales bilaterales a lo largo de la primera década del siglo XXI, en 2008 el gobierno chino —a través del presidente Hu Jintao— publicó el documento conocido como “Libro Blanco de China para América Latina y el Caribe”, que establecía pilares primordiales de las relaciones con el continente; que, al menos en términos retóricos, deberían basarse en la equidad y la cooperación mutuamente beneficiosa. 23

En resumen, el documento buscó esclarecer los objetivos “formales” de la política china en la región, y delinear los principios orientadores para la futura cooperación, sosteniendo el crecimiento sólido, estable y global de las relaciones de China-América Latina y el Caribe (ALC). Este fue el primer policy paper sobre ALC desde el inicio del siglo XXI (República Popular China, 2008), contextualizado y justificado a la luz de la intensificación de los intercambios político-económicos, generando nuevas oportunidades con la estrategia “win-win” de apertura. Así, entre los objetivos principales, se pueden citar: 1) promover el respeto y confianza mutuos y expandir los puntos comunes; 2) profundizar la cooperación y lograr resultados ventajosos para todos; 3) aprovechar los puntos fuertes de China y de ALC para impulsar el progreso común e intensificar los intercambios; 4) respetar el principio de la “China única” (Taiwán). Después de la promulgación del dicho documento, el volumen de inversiones de la potencia asiática en la región y en América del Sur, en especial (que habían caído en los tres años anteriores), fue ampliado, como se muestra en el la Figura 9.

Evolución de la Inversión Externa Directa de China en América Latina exceptuando México (miles de millones de US $)
Figura 9
Evolución de la Inversión Externa Directa de China en América Latina exceptuando México (miles de millones de US $)


Fuente: Elaboración propia a partir de China, Oficina Nacional de Estadísticas (2005, 2006, 2007, 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017) y el Ministerio de Comercio de la República Popular China (2011)

Es interesante notar que en el año 2016 fue creado un nuevo documento que ratificaba la importancia estratégica de la región para China. 24 Así, otra etapa de la cooperación surge a partir del fortalecimiento de las relaciones de China con ALC en los años recientes, y del potencial de desarrollo de los países latinoamericanos (e inversiones chinas). De 2008 a 2016, los dos lados testimoniaron frecuentes intercambios de alto nivel y diálogos políticos, desarrollo en comercio, inversión y finanzas, intercambios culturales y coordinación en los asuntos internacionales. En el contexto de esta nueva relación, cinco características principales se muestran en la retórica gubernamental china: 1) sinceridad y confianza mutua en el campo político, 2) cooperación ganadora en la esfera económica, 3) aprendizaje mutuo en la cultura, 4) estrecha coordinación en asuntos internacionales y 5) refuerzo mutuo entre la cooperación de China con la región como un todo, y sus relaciones bilaterales con países individuales de la región (Ministerio de Comercio de la República Popular China, 2016).

Además, tres novedades se insertan en el contexto de este nuevo policy paper: 1) Foro China-Celac (realizado en el 2015), nueva plataforma para la cooperación, que promueve el desarrollo de las relaciones sino-latinoamericanas en muchas esferas, donde China comienza a promover la cooperación colectiva con ALC, principalmente, a través del Foro; 2) cooperación pragmática “1 + 3 + 6”, orientada por el Plan de Cooperación China-América Latina y el Caribe (2015-2019) (punto 1), se utiliza la cooperación comercial, financiera y de inversiones como fuerzas motrices (punto 3), y se identifican energía y recursos, infraestructura, agricultura, manufactura, innovación científica y tecnológica y tecnología de la información como prioridades de cooperación (punto 6); y 3) cooperación de capacidad “3x3”, construcción conjunta de las tres principales demandas en América de logística, electricidad e información, permitiendo interacciones beneficiosas entre empresa, sociedad y gobierno, y expansión de los tres canales de financiamiento, fondos de inversión, préstamos de crédito y seguros.

Los principales destinos de estas inversiones chinas fueron, principalmente, al sector de hidrocarburos, seguido por el de minería y otras actividades primarias diversas. 25 En términos proporcionales, cabe resaltar que, aunque las inversiones chinas destinadas a América Latina y América del Sur todavía compongan un valor tímido ante el total, mayoritariamente concentrado en el propio Sudeste de Asia y sus múltiples cadenas productivas de valor, el continente figura como su segundo destino estratégico; al menos en lo que se refiere específicamente a las Inversiones Extranjeras Directas (IED) (China, Oficina Nacional de Estadísticas, 2017). 26

Tales inversiones extranjeras directas en la región presentan la siguiente naturaleza: orientación a largo plazo y seguridad de recursos; establecimiento de firmas chinas con poca o ninguna transferencia tecnológica los países de destino; ausencia de condicionalidades políticas; ausencia de promoción de una agenda específica por parte de la RPC; y, finalmente, obras de infraestructura que implican la obligatoriedad de firmas del país asiático (Slipak, 2014; Svampa y Slipak, 2015). De esa forma, grosso modo, estos flujos se destinan meramente a la compra de materias primas y formación de joint-ventures para adquisición de licencias de explotación de recursos naturales; y, en casos de obras de infraestructura, para la actuación de empresas transnacionales en alianza con estatales chinas. Los países del continente quedaron restringidos a la tarea de proveedores de estos recursos, algo muy lejos de una deseada relación menos asimétrica, con externalidades productivas positivas, y que mejorara el comercio intraindustrial (Moreno, 2015).

De la misma manera, China viene expandiendo de forma expresiva la inversión directa a partir de la segunda década del siglo XXI, cuyo interés primordial se ha vuelto la energía, más específicamente el petróleo, cobre y hierro. El IED chino en América del Sur se concentró sobre todo en tal sector (56,5% del total acumulado entre 2005 y 2018), donde la mayor parte se dirigió al segmento petrolero, en acuerdos establecidos con Brasil, Ecuador y Venezuela. Las participaciones de otras áreas de actuación de las empresas chinas en el continente fueron: 20,4% en metales; 9,6% en el sector de transporte (automóviles); 4,6% en la agricultura y 3,3% en inmuebles. La Figura 10 muestra mejor estos indicadores en términos absolutos.

Distribución de la Inversión Extranjera Directa y de los activos acumulados de China en América del Sur (total: 163,41 mil millones de US $), 2005-2018
Figura 10
Distribución de la Inversión Extranjera Directa y de los activos acumulados de China en América del Sur (total: 163,41 mil millones de US $), 2005-2018


Fuente: American Enterprise Institute (s. f.)

Se evidencia empíricamente, de esta forma, la estrategia china de garantizar el acceso a las fuentes de commodities en la región (Ray y Gallagher, 2017). Es posible aun una matización de tales inversiones en la siguiente tipología, de acuerdo con sus propósitos: a) orientados a los recursos naturales; b) orientados al mercado; y, finalmente, c) orientados a la eficiencia (Vadell, 2011). La gran mayoría de los IED con destino a la región se encuadran en el primer tipo, destinados a la explotación de sectores estratégicos para el país asiático, tales como de cobre, acero, petróleo y soja. Además, según lo que se ha dicho, la propia inversión existente en infraestructura está vinculada a la construcción de corredores de exportaciones para facilitar la salida de esos productos.

Las inversiones procedentes de China no tienden a desarrollar capacidades manufactureras locales o regionales, ni actividades intensivas en conocimiento tecnológico o encadenamientos productivos (Vadell, 2013). La ubicación de las empresas chinas, que direccionan las inversiones a las commodities, tiende a potenciar y profundizar actividades extractivas en detrimento de actividades económicas de mayor valor añadido, reforzando el carácter reprimarizador de las economías de la región. En este contexto, este nuevo paradigma se enmarca perfectamente en lo que Svampa y Slipak (2015) definen como “Consenso de los Commodities”.

Elucidando mejor, tal consenso corresponde a una adhesión amplia a un proyecto basado en la exportación de los recursos naturales, independiente de las matrices ideológicas y políticas de los Estados en cuestión; de ese modo, tanto gobiernos progresistas emergentes en el contexto de la “ola rosa” en la región, aunque de inclinación más liberal, se insertan en este contexto (Slipak, 2014).

Al analizar las exportaciones de los países sudamericanos seleccionados por China, por sector, es claro que se destacan los sectores agrícola y extractivo, según muestra la Tabla 3.

Tabla 3
Cuatro (4) principales productos exportados a China por América del Sur, 2016
Cuatro (4) principales productos exportados a China por América del Sur, 2016


Fuente: Elaboración propia a partir de Hausmann et al. (2014)

Pensando en América Latina como un todo, China prácticamente triplicó su cuota del total de las exportaciones del continente en la última década: triplicó —e incluso, más— las exportaciones de productos extractivos y duplicó su cifra de las exportaciones agrícolas; donde, en ambos casos, América del Sur tuvo gran preponderancia (Ray y Gallagher, 2017). En el presente momento, diez años después de la crisis financiera sistémica de 2008, el menor peso asignado a las exportaciones como driver del crecimiento chino ha contribuido a la caída, también, en el volumen comercial movido entre el país asiático y la región. Irónicamente, en algunos casos, tal caída de las importaciones en los últimos años —consecuencia directa de las desaceleraciones y crisis económicas por las que muchos de esos países pasaron, con aumento del desempleo y enfriamiento del consumo— ha contribuido a reducir el déficit comercial o, incluso, a aumentar los superávits con la potencia asiática, como en Brasil, Chile, Perú, y Uruguay en especial (Fondo Monetario Internacional, 2018b).

Sin embargo, además de las inversiones categorizadas como “green fields” (donde la empresa del país de origen inicia las operaciones prácticamente de cero, con proyectos construyendo nuevas instalaciones productivas, hubs u oficinas), China también invierte y actúa bastante a través de fusiones y adquisiciones de activos en los países sudamericanos, principalmente a través de sus grandes grupos estatales (Ray y Gallagher, 2017). Son los casos, por ejemplo, de la adquisición de la planta hidroeléctrica de Tapajós por el consorcio China’s Three Gorges Corporation, o de la adquisición de participación accionaria mayoritaria (54,6%) de la CPFL Energia por parte de State Grid; y también de las líneas de financiamiento abiertas por el China Development Bank, mayor institución de fomento del país, y de carácter público, a las firmas petroleras Petrobras y PDVSA (Ministerio de Comercio de la República Popular China, 2016; O Globo, 2017; Reuters, 2017, 2018), solo para citar algunas de muchas iniciativas.

Sin embargo, hay que destacar que el patrón sectorial de comercio con China fue marcado por una relación asimétrica en la que se verificaron elevados superávits a favor de la región en los productos primarios o derivados de recursos naturales, pero con crecientes déficits en los productos manufacturados (de baja, media y alta intensidad tecnológica). Esto fue intensificado, sobre todo, tras la crisis internacional, cuando China dirigió parte de sus exportaciones de bienes industriales de Europa y Estados Unidos a la región (Vadell, 2011). En vista opuesta, las exportaciones chinas a los países sudamericanos están compuestas fundamentalmente por productos electrónicos y mecánicos de mayor sofisticación tecnológica, como muestra la Tabla 4.

Tabla 4
Cuatro (4) principales productos importados de China por América del Sur, 2016
Cuatro (4) principales productos importados de China por América del Sur, 2016


Fuente: Hausmann et al. (2014)

Además, cabe anotar que los países de América del Sur que poseen capacidades industriales aún considerables siguen siendo los más perjudicados por la inundación de esas importaciones chinas y la especialización comercial (Vadell, 2013; Slipak, 2014). China no se presentó en ningún momento como potencia contrahegemónica o revisionista, sino que reprodujo —aunque en parte, por la ausencia de condicionalidades políticas o imposición de una agenda liberalizadora— el viejo patrón asimétrico Norte-Sur (Vadell, 2013, p. 54).

Teniendo en cuenta los múltiples elementos aportados en las últimas dos secciones, la afirmación de que la mayor presencia china tiende a reforzar las barreras económicas y políticas en el desarrollo a largo plazo de América del Sur es confirmada, ya que la región poco avanzó en términos de construcción de sus propias estrategias nacionales desarrollistas y de inserción internacional a través de la exportación de manufacturas. Así, los países sudamericanos se vuelven cada vez menos complejos y sofisticados productivamente; más dependientes de la dinámica del comercio internacional y sus oscilaciones de precios, generando eventuales incertidumbres en lo que se refiere al crecimiento y balance de pagos.

Este cuadro tiende a agravarse aún más con el reciente giro ideológico en la región, con la aparición de nuevas fuerzas políticas de inclinación neoliberal conformadas por el pensamiento neoclásico y contrarias a políticas intervencionistas e industriales. Sumado a esto, como afirman Ray y Gallagher (2017), el nivel actual de precios más bajos de commodities —que implica un menor ingreso de divisas a los Estados de la región— y la guerra comercial entre China y EE. UU, encabezada por Donald Trump, solo agravan tales incertidumbres y hacen nebuloso el futuro de América del Sur.

Consideraciones finales

El presente artículo ha buscado discutir un patrón específico en las relaciones chino-sudamericanas, en el cual, para América del Sur, la especialización regresiva en un contexto de dependencia puede ser constatada a través de los datos presentados.

Así, algunas conclusiones se pueden inferir de lo que se ha discutido: 1) la importancia de China en el impulso del crecimiento económico de la región a partir de 2001-2002 fue un factor fundamental para entender la recuperación económica sudamericana tras el fracaso de las políticas económicas neoliberales y, simultáneamente, en la intensificación del proceso de desindustrialización y reprimarización de las economías sudamericanas; 2) China es altamente dependiente de recursos naturales, lo que ocasiona inestabilidad en el sistema internacional y la búsqueda de mercados y suministro/oferta por parte del gobierno chino. Para los países sudamericanos, la solución sería realizar alianzas con China para suplir su mercado, realizando, junto con los chinos, un proceso de industrialización de los recursos naturales regionales (lo que no fue constatado); 3) para América del Sur, la financiación en infraestructura realizada por China, en puertos, carreteras, ferrocarriles, son beneficiosos para la región en reducir los costos, disminuir los estrangulamientos logísticos y mejorar la competitividad. Sin embargo, la dependencia de la exportación de commodities es un obstáculo por el bajo valor añadido, vulnerabilidad de precios y variaciones internacionales de oferta y demanda.

Las ganancias temporales de los términos de intercambio no deben sustituir proyectos de diversificación industrial de mayor valor añadido y de fomento científico tecnológico o, de lo contrario, la inserción sudamericana en la economía global será la misma de los siglos XIX y XX. Así, se visualizan matices que corroboran la hipótesis de una nueva etapa de la dependencia sudamericana, debido a la especialización regresiva de la región, reprimarización, desindustrialización y la histórica dependencia en recursos naturales con bajo valor añadido. Sin embargo, cabe señalar que no hay una imposición ideológica o condicionantes económicos y políticas strictu senso, sino prerrogativas que se basan en el propio desarrollo económico-político de China, basado principalmente en el comercio cuando se refiere a las relaciones internacionales, en función de las especificidades de la política exterior china y también de su dependencia en recursos naturales.

En este nuevo orden mundial, es crucial para América del Sur comprender las características de sus vínculos con China al definir su inserción global, ya que la región sirve a los objetivos geopolíticos de la nueva política exterior china de transformar el sistema internacional en un sistema multicéntrico. Así, es crucial buscar modificar las condiciones internacionales en las que se involucra, proceso que requiere el establecimiento de estrategias de inserción internacional que superen el perfil de meros exportadores de commodities en lo que se refiere a las relaciones con los polos dinámicos de la economía global. Por lo tanto, sería de suma importancia, en este sentido, que gobiernos y autoridades decisorias sudamericanas establezcan condiciones y acuerdos institucionales más rigurosos para garantizar que el IED chino también incluya en alguna medida transferencias de tecnologías y know-how, así como creación de facilidades para la salida algunos productos manufacturados de la región para el mercado del país asiático.

Esta correlación de fuerzas puede ser evaluada a partir de criterios que visualicen los efectos secundarios, como la propia desintegración de América del Sur, si bien tiene creciente relevancia, habría que tener en cuenta la falta de interés estratégico de determinadas políticas de los gobiernos sudamericanos en un proyecto de integración soberano y autónomo. Por lo tanto, cabría para los gobiernos no ser meros figurantes de un itinerario creado del otro lado del Pacífico, y actuar de manera menos fragmentada y más propositiva, convergiendo en los diversos patrones de inserción externa (en un contexto de ausencia de una efectiva perspectiva integracionista), para vislumbrar efectivamente un nuevo perfil de desarrollo, con inclusión social, conjuntamente con una inserción internacional soberana. En otros términos, aunque se visualice un proceso de desintegración sudamericana, engendrada por la activa participación de China en la región, esa ascensión puede ser visualizada como una ventana de oportunidad para América del Sur al comprender su potencial en términos integradores/estratégicos y las características de sus vínculos con China al definir su inserción global.

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Notas

1 Exceptuando el comercio intrarregional, solo Venezuela, Colombia y Ecuador no tenían a China como principal destino de sus exportaciones, en el marco de dos ocho países aquí estudiados.

2 El documento se puede consultar en su totalidad en Xinhua (2016).

3 Destacamos, en este sentido, la elección de Mauricio Macri a la presidencia de Argentina en 2015; la de Pedro Pablo Kuczynski en el Perú en 2016; la de Lenín Moreno en Ecuador en 2017, y la de Sebastián Piñera a la de Chile en 2018. Esto sin contar el controvertido proceso de impeachment que depuso a la presidenta Dilma Rousseff en Brasil y llevó al poder a su vicepresidente, Michel Temer, con una activa participación para derrocarla. Todos estos nuevos mandatarios, en mayor o menor medida, fueron responsables por un policy switch en la política económica hacia una orientación más ortodoxa y de liberalización.

4 Esta característica de la estructura productiva mexicana, fruto del proceso globalizante, y que perdura, ya tiene décadas, es muy bien descrita en Calderón, Mortimore y Peres (1995) y Medeiros (1997).

5 Teniendo en cuenta que, por las características estructurales aludidas, más del 70% de las exportaciones mexicanas se destinan al mercado americano (Hausmann et al., 2014).

6 La base de datos es una extensión de la originalmente traída en el mapeo hecho por Ricardo Hausmann, César Hidalgo y otros talentosos economistas del MIT (Hausmann et al., 2014).

7 En el marco teórico de la dependencia no existe un pensamiento homogéneo, sino varias corrientes e interpretaciones. Esta heterogeneidad de análisis sobre el tema de la dependencia surge a partir de debates y disputas teóricas realizadas durante las décadas de 1960 y 1970. Dos grandes visiones se establecieron: la de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, y la de Theotonio dos Santos, Ruy Mauro Marini, Vania Bambirra y Orlando Caputo. La primera teorizó la dependencia para aceptarla como el patrón de desarrollo y dominación de las sociedades latinoamericanas; la segunda, lo hizo para buscar su superación. En nuestra visión, esa segunda corriente sería la más original, de cuño “dependentista marxista-revolucionaria”, que generó una base teórica, histórica y dialéctica entre los factores específicos de la realidad latinoamericana y las transformaciones del sistema mundial capitalista, con el fin de construir una interpretación crítica del papel de América del Sur (y Latina) dentro de ese sistema. Así, contribuyó a pensar caminos políticos adecuados de superación de las contradicciones características de la condición periférica y dependiente por la vía de la revolución socialista.

8 El contexto histórico donde la Cepal emergió era de una crisis aguda de la economía mundial y colapso del multilateralismo y comercio internacional a lo largo de casi toda la década de 1930. En ese período también habría surgido la Teoría Moderna del Desarrollo Económico, que constituyó un nuevo rumbo para la disciplina que se consolidó en los años 1950, gracias al embate y ataque emprendido por la revolución keynesiana contra la ortodoxia neoclásica predominante en la disciplina hasta entonces. En un ambiente donde la ciencia económica de manera general era dominada o por las teorías neoclásicas o por el keynesianismo, casi todas las escuelas teóricas tenían la creencia en la existencia de un recetario universalmente válido para acelerar el crecimiento. Sin embargo, muchos de los conceptos de esas teorías eran restringidos e irrelevantes, debido a las profundas diferencias existentes entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado (Nery, 2011, pp. 31-32).

9 Para Furtado (2000), el subdesarrollo constituía un proceso histórico autónomo y no una etapa que antecedía un grado superior e idealizado de progreso económico y desarrollo; se trata de un fenómeno particular resultante de la penetración de empresas capitalistas en estructuras productivas arcaicas.

10 En las décadas anteriores a la Gran Depresión, los países latinoamericanos crecieron, impulsados por el aumento persistente de las exportaciones al mundo desarrollado. Sin embargo, esto expuso con aún más intensidad la región a las oscilaciones cíclicas exógenas de la economía internacional, que se manifiesta de forma mucho más deletérea en la periferia, que a su vez no es capaz de regular sus inversiones (Prebisch, 2011, p. 138).

11 Tales estructuras de dominación coexisten en medio de un sector exportador dinámico de bienes primarios y otros de subsistencia, que otorgaron a dichas economías periféricas el rótulo de “dualistas” (Kay, 1989; Nery, 2011).

12 Esto solo cambió, como se ha dicho, con el “crash” de 1929 y la Gran Depresión, que estimuló estrategias industrializadoras sustitutivas de importaciones pautadas por el mercado interno en la mayoría de los países latinoamericanos. Era la única salida frente a la erosión de la integración financiera de la periferia con el centro en función de la insolvencia generalizada de los primeros, que colapsó los precios de los géneros agrícolas y minerales (Medeiros y Serrano, 2012).

13 Según esa teoría, los países productores de bienes primarios no tendrían necesidad de industrializarse porque producirían con menos eficiencia y perderían las ventajas que el comercio les proporcionaba en sus productos de exportación que ya contenían con estructuras dinámicas (Nery, 2011, p. 45).

14 Este análisis sobre el deterioro de los términos de intercambio es fundamentalmente de Prebisch, que se enfocó en las condiciones de demanda y de oferta del mercado de commodities. Esto ocurriría en función de las distintas elasticidades-renta de la demanda para importaciones en el centro y en la periferia, caracterizando la llamada “Ley de Engel”. O sea, las importaciones de productos primarios de la periferia por el centro suben a un ritmo menor que el crecimiento de la renta nacional, mientras que las importaciones de bienes manufacturados por la periferia del centro suben por encima de la renta (Kay, 1989, p. 33).

15 Las líneas correspondientes al cobre y plomo se colocaron en el eje secundario para no perjudicar la visibilidad de la Figura. Exceptuando el petróleo, cuyo valor fue calculado por la unidad de barril e intermedio entre WTI, Brent y Dubaih Fateh, el valor de todos los demás indicadores se calcula por tonelada métrica.

16 Venezuela fue insertada en el eje secundario para no obstaculizar la visualización de la Figura.

17 En realidad, la contribución del sector manufacturero al valor agregado del Producto Bruto Interno (PBI) ha sido decreciente para la economía mundial desde 2004, mientras que la del sector industrial en general también sigue la misma tendencia desde mucho antes (Banco Mundial, 2018).

18 Como destaca Rodrik (2015, p. 5), la desindustrialización obstruye las posibilidades de naciones pobres/periféricas/en desarrollo de converger en los niveles de renta de las economías avanzadas una vez que se ve afectado el principal vector de crecimiento que es el manufacturero: el más dinámico tecnológicamente y capaz de aprovechar la productividad y la frontera de innovación.

19 La enfermedad holandesa podría ser sintetizada como una situación donde las rentas ricardianas derivadas de la venta de commodities aprecian en demasía la tasa de cambio en función de la entrada de divisas acentuada por el boom exportador. Así, aísla la tasa de cambio de un nivel competitivo al equilibrio industrial, dificultando el acceso del sector manufacturero al mercado externo, e incluso al interno. Recibió ese nombre porque fue originalmente acuñada en referencia a la conyuntura de Holanda en los años 1960, después de descubrir una gigantesca reserva de gas natural que reveló que lo que parecía una bendición era, de hecho, una maldición (Bresser-Pereira, 2014, pp. 217-219; Palma, 2014, p. 14).

20 En términos simplificados, la complejidad económica arbitra la multiplicidad de conocimientos enraizados en el régimen productivo de determinado país, explicitando la diversidad de estructuras de valor agregado existentes en él mismo. Es medida a través de tal diversidad y también por la ubicuidad (que denota la cantidad de países con los que tal producto de la pauta exportadora se relaciona en red) y las aproximaciones de la variedad de capacidades de las que la sociedad dispone (Hausmann et al., 2014). Así, el indicador se mide a partir de la mezcla y desarrollo de las ecuaciones para diversidad ( ) y ubicuidad ( ) nacionales, que encuentran su expresión final en la fórmula , que permite la captura de la varianza nacional interna en términos de complejidad económica (Hausmann et al., 2014).

21 En lo que se refiere a la macroeconomía doméstica, China también cuenta con obstáculos considerables tanto por el lado de la oferta como por el de la demanda. Respecto al primero, cabe observar el agotamiento de los conductores iniciales que facilitaron su crecimiento en las décadas post-reformas: la apertura comercial, la industrialización del segmento de bienes de consumo leves y las condiciones laborales cualitativamente distintas. Por el lado de la demanda, el bajo consumo familiar como % del PIB todavía dificulta la pujanza del mercado interno, sin embargo, se compensa por el aún alto importe de inversiones (Perkins, 2013).

22 La desaceleración de China fue particularmente significativa para la caída de los precios de los géneros agrícolas y minerales; aunque, en lo que se refiere en específico al petróleo, otros factores han sido más preponderantes, como, por ejemplo, la ampliación de la oferta energética a partir de la política de shale gas estadunidense (Rühl, 2014; Colomer, 2015).

23 El policy paper puede ser consultado en la página web oficial del gobierno.

24 El policy paper puede ser consultado en la página web oficial del gobierno.

25 Algunas de las empresas que han invertido recientemente en América del Sur y podrían ser citadas son: en el sector de minería, Chengdu Tianqi Industry Group Co Ltd., Shandong Gold Group, Nanjinzhao Mining & Metallurgy Limited; en el sector de energía, China’s Three Gorges Group, China Power Investment, CNPC, CIC; en el sector de transportes, Didi Chuxing, China Communications Construction, China Merchants, BYD; en el sector de agricultura, Shanghai Penxin, etc. (American Enterprise Institute, s.f.).

26 Los indicadores pertinentes a la inversión extranjera directa presentan algunos problemas y distorsiones de medición en función del papel estratégico desempeñado por Hong Kong, principal eslabón de la China continental y su conexión con el mundo exterior, tanto en términos de constituir un polo reexportador como una fuente de capitales y flujos financieros, por lo que es el principal destino del IED chino (Perkins, 2013). Sin embargo, consideramos aún tal base oficial de datos (NBS) como la más fidedigna entre las existentes.

* Artículo de investigación

Notas de autor

a Autor de correspondencia. Correo electrónico: bernardo.rodrigues@pepi.ie.ufrj.br

Información adicional

Cómo citar este artículo: Salgado Rodrigres, B., y Shoenmann de Moura, R. (2019). De la Ilusión de las Commodities a la Especialización Regresiva: América del Sur, China y la nueva etapa de la dependencia en el Siglo XXI. Papel Político, 24(2). https://doi.org/10.11144/Javeriana.papo24-2.icer

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