Prácticas de cuidado en el movimiento feminista universitario: un estudio de caso de las morras universitarias mexicanas *

Caring Practices in the University Feminist Movement: A Case Study of Mexican University Women

Raquel Ortiz-Ledesma

Prácticas de cuidado en el movimiento feminista universitario: un estudio de caso de las morras universitarias mexicanas *

Papel Político, vol. 30, 2025

Pontificia Universidad Javeriana

Raquel Ortiz-Ledesma a

Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, México


Recibido: 15 noviembre 2024

Aceptado: 11 marzo 2025

Publicado: 29 octubre 2025

Resumen: Este trabajo tiene como objetivo profundizar en las prácticas de cuidado que universitarias feministas proveen a sus compañeras y a ellas mismas para garantizar que los procesos de acompañamiento en colectivas feministas sean más amables para ellas y para su entorno. Se realizará un análisis cualitativo (doce entrevistas en profundidad: seis en universidades privadas y seis en universidades públicas) sobre las formas en las que las mujeres universitarias han buscado promover espacios de cuidado dentro de la misma militancia y, de este modo, resistir ante las violencias de sus contextos. Los resultados profundizan en los siguientes ejes de análisis: su acercamiento al feminismo y al movimiento estudiantil universitario; las prácticas de cuidado que ellas identifican en sus relaciones dentro de las colectivas, y la inspiración y el impacto que les ha generado el formar parte de estas asociaciones. Los hallazgos también complejizan el tema de los cuidados, ya que, si bien las estudiantes llevan a cabo diversas actividades para cuidarse entre ellas y encuentran técnicas de cuidado hacia ellas mismas, la mayor parte de las ocasiones el trabajo las desgasta de forma tal que esto refleja y reivindica el hecho de que el trabajo de cuidados lo realizan solamente las mujeres universitarias. Se concluye con la propuesta de generar un cuestionamiento del sistema, que permita cuidados más integrales y desde todas las partes.

Palabras clave:feminismo, colectivas feministas, trabajo de cuidados, prácticas de cuidado, movimientos sociales, México.

Abstract: This work aims to delve into the care practices that the feminist student community provides to their colleagues and themselves with the aim of guaranteeing that the accompaniment processes in feminist collectives are kinder for them and their environment. Through this research, an analysis will be carried out on the ways in which university women have sought to promote spaces of care within the militancy itself and in this way resist the violence exerted by their environments. This research is carried out through a qualitative analysis of in-depth interviews with twelve student activists in Mexico. The results delve into a review of her approach to feminism and the university student movement; the care practices that they identify in their relationships within the collective ones; as well as the inspiration and impact that being part of these associations has generated. The results complete the theme of care since they reflect that, although the students carry out various activities to take care of each other and find care techniques for themselves, the reality is that in most cases the work wears them out in such a way that it reflects how care work is carried out only by women. It concludes with the proposal to generate a questioning of the system, which allows for more comprehensive care from all sides.

Keywords: Feminism, Feminist Collectives, Care Work, Care Practices, Social Movements, Mexico.

Introducción

Históricamente la búsqueda de promoción de oportunidades para las mujeres ha sido una deuda constante. Varios de los marcos normativos que se tienen actualmente han formado parte de esto. Las cuatro conferencias internacionales que se han desarrollado desde 1975 1 capturan los muchos esfuerzos a nivel mundial que han buscado la promoción de mundos más justos para las mujeres. A pesar de estos esfuerzos, aún faltan varias acciones que tienen que desarrollarse en la búsqueda de generar oportunidades para ellas. En el año 2023, la brecha salarial a nivel mundial era de casi el 30 % en países como Corea del Sur, de más del 20 % en los Estados Unidos, del 15 % en México, del 13,6 % en Chile y en el promedio de los países de la OCDE del 11,3 % (OCDE, 2025). En ese mismo año, la ONU estimó que casi una de cada tres mujeres a nivel mundial había sido víctima de violencia física o sexual por parte de su pareja, que 51 000 mujeres y niñas murieron a manos de parejas o familiares a nivel mundial y que cada 10 minutos moría una mujer por el simple hecho de ser mujer (ONU Mujeres, 2024a). Ellas también son las más afectadas por la crisis climática, tan solo basta con observar que se calcula que el 80 % de las personas desplazadas por el cambio climático son mujeres (Organización de las Naciones Unidas [ONU], 2022) y, finalmente, con relación a la pobreza, se ha declarado que las mujeres de 25 a 34 años tienen 25 % más de probabilidad de vivir en condiciones de pobreza que los hombres de este mismo grupo (ONU, 2024).

La denominada cuarta ola se ha distinguido porque en ella el movimiento feminista ha encontrado su globalización, como afirma Rosa Cobo (2019). A partir de esto, las necesidades y denuncias de las mujeres a nivel global se encuentran en las plataformas digitales para unir sus voces (desde una mirada intergeneracional) y para presentar los reclamos ante el sistema capitalista, así como para hacer una denuncia ante la violencia sexual y la femininización de la pobreza (Cobo, 2019). Desde hace más de una década se han realizado marchas y expresiones en contra de la violencia hacia las mujeres, como en el caso de las mujeres italianas, quienes, mediante la frase “Si no es ahora, cuándo”, reclamaron la explotación de los cuerpos de las mujeres; el movimiento Ni una Menos en Argentina del 2015; la marcha de las mujeres en Estados Unidos que expresaba la inconformidad de la llegada a la presidencia de Trump en 2017; el primer paro realizado en ese mismo año en el que participaron más de 50 países, 2 y, un año después, la protesta de las mujeres españolas, quienes salieron a marchar luego de una huelga pacífica el 8 de marzo y después de la sentencia del 20 de marzo del caso La Manada. Verónica Gago establece que la revolución feminista se ha expandido a diversos rincones del planeta con el objetivo de establecer el fin la violencia en todas sus expresiones y esto ha permitido el impulso del movimiento a nivel trasnacional (Gago, 2020). Las demandas en este momento adquirieron un carácter en el que la relevancia del cuerpo se percibe no solo en términos simbólicos y materiales —lo que se interpreta como el fin a la violencia—, sino que se politiza su papel en los ámbitos ético y político, lo que permitió nuevas posibilidades de vínculos, filiaciones y articulaciones que no se adhieren a las categorías y valores universales (Félix de Souza, 2019, p. 91). De este modo, las acciones que se generaron se expandieron, como lo menciona Gago (2020) en el caso de la huelga feminista, ya que se percibe como un horizonte práctico y como una perspectiva analítica desde las luchas.

Para la lectura feminista de la cuarta ola, México es un buen referente, debido al análisis que se ha hecho sobre la violencia perpetrada hacia las mujeres de Ciudad Juárez. Al respecto, Rita Segato (2013) propone que los feminicidios en este lugar pueden leerse como productores y reproductores de impunidad, en vez de como una consecuencia de esta. De este modo, se consideran entrelazados muchos elementos que integran significados, propósitos y condiciones de posibilidad que brindan un entendimiento de dichas violencias (Segato, 2013).

México comienza a despertar frente a esta problemática a partir de 2019, cuando se percibe la efervescencia del movimiento feminista en el país. A raíz de un caso de violencia perpetrada por elementos de seguridad contra una joven, las calles de la Ciudad de México se llenaron con el objetivo de alzar la voz y de reclamar un alto hacia las distintas formas de violencia (Álvarez Enríquez, 2020). En este momento, la diamantina rosa simbolizó una forma de resistencia y una expresión de libertad y de cuidado. Entre todas las formas de violencia que pudieron generarse para atacar a quienes siguen perpetuando opresiones, las mujeres que salieron a defender a otras mujeres eligieron aventar diamantina rosa al representante de gobierno. Si bien existen diversas revisiones respecto a lo que ocurrió durante la última década sobre la globalización del movimiento feminista (Aguilar, 2020; Cobo, 2019; Gago, 2020), el análisis de esta investigación se enfoca en el movimiento universitario feminista. De acuerdo con Melucci (1999), los movimientos sociales deben entenderse como sistemas de acción, es decir, hay que entender y descubrir el sistema de relaciones internas y externas que constituye la acción. Parte de estas relaciones son las que se generan entre las personas que forman parte del movimiento, por lo que es importante entender estas relaciones internas mediante el estudio de uno de los grupos principales en varios de los movimientos: el estudiantado. En palabras simples, gracias los movimientos sociales pueden materializarse los movimientos sociales universitarios. Desde la mirada de Dip (2023), la existencia de estudiantes per se no promueve el movimiento social, ya que el movimiento implica la organización política de estudiantes. Por ende, los movimientos estudiantiles requieren de prácticas políticas (desde prácticas inorgámicas y espontáneas hasta las que se institucionalizan) por parte del estudiantado (Dip, 2023). De ahí que resulte relevante dentro de este análisis identificar dichas relaciones internas y externas que permiten entender el movimiento feminista en el contexto universitario.

En particular, este trabajo tiene como objetivo profundizar en las prácticas de cuidado que universitarias feministas proveen a sus compañeras y a ellas mismas para garantizar que los procesos de acompañamiento en colectivas feministas 3 sean más amables para ellas y para su entorno. Se realizará un análisis cualitativo a través de doce entrevistas en profundidad a mujeres estudiantes universitarias para que, desde su experiencia, ellas compartan las estrategias que han buscado para promover espacios de cuidado dentro de la misma militancia y, de este modo, resistir ante las violencias ejercidas en sus entornos.

El movimiento feminista universitario

Uno de los aspectos más importantes que establece Melucci (1999) al analizar los movimientos sociales es la relación entre objetivos, creencias, decisiones e intercambios que interactúan dentro de un campo sistémico. El movimiento entonces se nutre de estos elementos que interactúan entre sí para fortalecer las relaciones sociales que conectan a los actores que forman parte de dichos movimientos. En el caso del movimiento feminista universitario, identificar los objetivos, las creencias, las decisiones y los intercambios que forman parte de la organización y de las unidades que se conforman sistémicamente resulta clave para entender cómo es que el movimiento fluye en un lapso, así como las razones de su expansión y disminución.

De acuerdo con la literatura, se han realizado varios análisis históricos sociológicos de los aspectos organizativos del movimiento social universitario en México. Deborah Cohen y Lessie Jo Frazier (2004) explican en su revisión del movimiento estudiantil del 68 cómo se excluyó de los espacios de poder a las mujeres que participaron en el movimiento por “falta de habilidades políticas”; al tiempo que se invisibilizó el trabajo que ellas crearon, porque se consideraba que no era “relevante” (Cohen y Frazier, 2004), a pesar de que mucho de lo que aportaron en aquel momento tenía que ver con brindar distintos tipos de cuidado, como el trabajo en cocinas colectivas para alimentar a la población militante (Cohen y Frazier, 1993). Esto permitió el crecimiento del movimiento, ya que, por un lado, las mujeres sostenían la vida (Pérez, 2019), mientras que, por otro lado, politizaban el espacio público a través de las conversaciones y de los diálogos que construían en la calle, en los mercados o en las plazas (Cohen y Frazier, 2004).

Después de esta etapa, se observó otro auge de los movimientos sociales, entrada la década de 2010, con el movimiento #YoSoy132. Esta es la etapa de la tecnopolítica, de acuerdo con Tarrow (2011), uno de los elementos para la acción política es el uso del teléfono móvil y del internet. A nivel internacional, varios movimientos sociales juveniles habían emergido en esa época: la primavera árabe, los ocupados Wall Street, el movimiento estudiantil chileno o el 15M, que tuvo lugar en España, los cuales son solo algunos ejemplos que ilustran la disconformidad de la sociedad. Uno de los grandes diferenciadores en esta etapa es el uso del internet como un instrumento que crea las condiciones “para una forma de práctica compartida que permite a un movimiento sin líderes, sobrevivir, deliberar, coordinar y expandirse” (Castells, 2012, p. 219). De acuerdo con lo que establece Rovira (2014), el gran éxito del movimiento #YoSoy132 desde una mirada feminista reside en que se puede considerar como una red de activistas en el espacio público y digital, lo que le permitió diferenciarse de otros movimientos porque era horizontal, democrática, colectiva, descentralizada y heterogénea. De este modo, las redes que se generan “irrumpen como enjambres en las calles demandando y ejerciendo un poder distribuido y democrático” (Rovira, 2014, p. 55). Este movimiento, dado su origen y su continuidad, se ha considerado como un espacio en el que la danza, la amistad y el movimiento fueron esenciales (Muñoz, 2012). En el caso de la participación de las mujeres en este movimiento, Vera (2014) señala que “la política del 132 estuvo sostenida y dirigida por mujeres que participaron y siguieron haciéndolos con otros proyectos” (p. 149).

Finalmente, se observa el impacto de la globalización del feminismo a partir de 2019, cuando comienzan a gestarse varios reclamos por parte de las mujeres en México que, a su vez, se reflejan en demandas que buscan visibilizar y atender las violencias hacia las estudiantes, profesoras y trabajadoras en los centros universitarios. En la literatura actual en México, autoras como Martha Castañeda (2022), María Guadalupe Huacuz (2022), Florencia Peña y Scherezada López (2022), Marisa Ruiz (2022) han llevado a cabo análisis sobre la violencia en la universidades hacia las mujeres. Como una respuesta ante esta violencia, algunas autoras han revisado y analizado los protocolos de actuación, entre las que se destaca Adriana Aguayo (2022). Para el caso de la organización colectiva feminista, Walys Becerril (2019) identifica la forma en la que las mujeres que se colectivizan se apropian de la tecnología en las colectivas feministas; Araceli Mingo (2020) analiza las trayectorias de universitarias feministas en el activismo; 4 Margarita Tapia-Fonllem (2021) analiza las narrativas de mujeres universitarias feministas activistas en el feminismo, y Daniela Cerva (2020) ha desarrollado un análisis del activismo feminista en universidades de México, en el que señala que la política feminista de las colectivas pone en el centro el debate sobre la violencia, lo que refleja la falta de acción de las autoridades para atender dichas problemáticas. Existe un reclamo porque no hay un actuar ante las denuncias. Así, se coloca al cuerpo como una expresión de rabia y de enojo para reclamar justicia (Cerva, 2020). Esta cuestión la rescata también Gago (2020) cuando habla de la posibilidad que tienen expresiones de protesta como la huelga feminista y cuando hace el análisis de la forma en la que pueden expandirse las distintas expresiones de hartazgo que existen, así como los modos en que logran configurarse como colectivo las mujeres que se encuentran, que luchan y que sueñan con un mundo distinto.

El movimiento universitario feminista tiene un doble anclaje en la incorporación de las políticas de género en las universidades desde la mirada de Cerva (2020), puesto que, por un lado, las estudiantes se insertan en un ambiente en el que conocen y en el que se forman en temas de género desde un espacio que permite la generación de conocimiento; mientras que, por otro lado, al abstraer dichos conocimientos exigen que en estos espacios se atienda la violencia contra las mujeres de forma adecuada. Las estudiantes realizan distintas actividades de diversa índole para acompañarse, para aprender y generar conocimiento en conjunto y para resistir. 5 Entre estas actividades podemos identificar charlas, talleres, conferencias, activaciones de sensibilización, expresiones artísticas, círculos de lectura, cafés feministas, tendederos de denuncia, creación de campañas de comunicación, marchas internas, elaboración de pliegos petitorios con solicitudes para los centros educativos, etc. La posibilidad de compartir, de aprender, de generar conocimiento en conjunto y de promover saberes, al tiempo que son conscientes de su posición dentro de las formas de violencias que las atraviesan, genera la expectativa de que la universidad debe protegerlas. Hay una exigencia mayor para instituciones como estas (Cerva, 2020, p. 153) debido a que es este el momento en el que las mujeres universitarias logran identificar que aquello que les afecta y que las violencias que han vivido no son algo que solo les ocurre a ellas, sino que se trata de una violencia tanto estructural como institucional. Aunado a esto, ellas encuentran que en espacios que debería ser “seguros”, como la universidad o los centros educativos, estas violencias se perpetúan y se normalizan. Martha Castañeda (2022) explica mejor lo anterior cuando menciona que los espacios académicos

son crisoles de todas la desigualdades que caracterizan a las sociedades a las que pertenecen: las de género, que colocan a las mujeres en posiciones de profunda desventaja en sus relaciones con los hombres, también forman parte de los procesos de sociabilidad que tienen lugar en el interior de esos espacios. (Castañeda, 2022, p. 20)

Esta conciencia en las estudiantes es la que las lleva a organizarse y de realizar actividades de acompañamiento y de cuidado, así como de resistencia —enfocadas en la denuncia y la visibilización de las violencias a nivel institucional— y de la exigencia de transformación de dichas prácticas o manifestaciones de las violencias epistémicas, estructurales e institucionales que convergen en los centros educativos.

El sostenimiento de la vida a partir de la fuerza de las mujeres: una mirada desde la economía feminista

Cuidar en un sistema capitalista, heteropatriarcal, racialmente estructurado, neocolonialista y antropocéntrico (Bascuas y Roco, 2019) es una tarea titánica. Como se ha mencionado, a partir de la década de los años 70 el movimiento feminista comienza a teorizar sobre la condición de las mujeres en una sociedad que privilegia, jerarquiza, diferencia y excluye dependiendo del origen de las personas. Así, conceptos como el de interseccionalidad emergen para tratar de reflejar y representar las distintas exclusiones, violencias y desigualdades que viven distintos grupos, las cuales se acentúan entre más cerca estén de salirse de los márgenes.

Teorizar sobre el cuidado comienza con la mirada de Gilligan (1977) y con la definición de la ética del cuidado, con la que se refuta la teoría del desarrollo moral de Kolhberg, que establece que el desarrollo moral de los hombres es mayor que el de las mujeres. Gilligan concluye que el desarrollo moral que ellas tienen es distinto e igual de valioso. Este enfoque resalta que las mujeres toman decisiones poniendo por encima el cuidado de las personas cercanas y los lazos de solidaridad, empatía y amor hacia ellas. De ahí proviene lo que hoy se conoce como la ética del cuidado (Alvarado, 2004).

En esta misma década se empiezan a llevar a cabo análisis sobre la división de trabajo en el sistema. Algunas autoras que son referentes en este tema son Silvia Federici, Cristina Carrasco y Amaia Pérez Orozco, por mencionar unas pocas. Ellas establecen una forma distinta de revisar las desigualdades de este sistema y concentran la atención en esta nueva perspectiva. Carrasco (2013) utiliza como ejemplo el mapa de Australia, con el cual se imparte la educación en esta región y que a ojos de cualquier otra nacionalidad parece estar al revés, para señalar que

con la economía sucede algo semejante al mapa. Hemos aprendido una visión que se nos ha presentado como única y, sin embargo, es parcial y distorsionadora. La economía feminista cambia la perspectiva, flexibilizando y ampliando la mirada para incorporar la experiencia de las mujeres; lo que permite reformular conceptos centrales del análisis económico, desarrollar nuevos marcos analíticos y elaborar políticas públicas que den respuesta a la realidad de mujeres y hombres. (p. 43)

Todas estas autoras han revisado y analizado la forma en la que el sistema social ha generado una distribución de actividades entre lo público y lo privado y ha jerarquizado dichas actividades, privilegiando las conocidas como “productivas” y restándole importancia al trabajo reproductivo, que se ha delegado a las mujeres. 6 Se entiende, entonces, que analizar desde esta perspectiva es lo que nos permite entender el término de economía feminista.

De acuerdo con Cristina Carrasco (2011), el objetivo de esta economía es “elaborar una nueva visión del mundo social y económico que integre todos los trabajos necesarios para la subsistencia, el bienestar y la reproducción social y tenga como principal objetivo las condiciones de vida de las personas” (p. 208). Desde esta perspectiva, todos los trabajos que se realizan en este planeta son importantes y deberían ser considerados como valiosos. El problema está en que, de acuerdo con la jerarquía actual, el trabajo reproductivo y de cuidados, como lo agrega Carrasco (2011), se ha quedado fuera de este espacio, pero lo anterior es insostenible, dado que el mundo no puede vivir solo del trabajo mercantil, como ella lo llama, sino que es necesario el trabajo familiar doméstico, que es el responsable de la vida humana. La autora enfatiza en que si bien este trabajo ha tenido varias denominaciones a lo largo del contexto histórico —trabajo doméstico, trabajo no remunerado, trabajo doméstico familiar, trabajo reproductivo, trabajo reproductivo y de cuidados—, integra todas las actividades que realizan las mujeres y que el sistema asume que se realizaran sin un costo. En el caso de los cuidados, Carrasco (2006) explicita que “si creemos que el objetivo social, económico y político central son las personas, su calidad de vida y bienestar, entonces el “cuidado” es una parte constitutiva fundamental” (p. 40).

¿Qué implica cuidar? Desde la mirada de la economía feminista, y en palabras de Carrasco (2006), el cuidado no es necesariamente un trabajo, sino que incluye un rango amplio de actividades e

implica afectos, relaciones, soporte emocional, etc., aspectos todos ellos absolutamente necesarios para el desarrollo humano y que, sin embargo, han quedado ocultos en la medida que el trabajo doméstico ha comenzado a invisibilizarse. Se trata entonces de insistir en la necesidad de hacer emerger estas dimensiones intangibles que fácilmente escapan a los análisis y estadísticas tradicionales. (p. 41)

En este sentido, las expresiones de cuidado en el movimiento universitario feminista son todas aquellas acciones que las estudiantes realizan y que integran afectos, relaciones, soporte emocional, entre otros elementos que buscan su bienestar y que en su trabajo diario terminan invisibilizándose en el sistema universitario, ya que se asume que son parte de las habilidades o “súper poderes” que ellas pueden y deben otorgar al colectivo.

En investigaciones anteriores se han analizado, profundizado y revisado elementos como dinámicas organizativas (Cerva, 2020, 2022), así como formas de comunicación y de expansión del movimiento (Gago, 2020); incluso, podría considerarse una aproximación desde la perspectiva feminista en movimientos como el de México 68, del cual ya se ha hablado (Cohen y Frazier, 2004), o de movimientos más contemporáneos que integran la tecnopolítica, pero que basan su continuidad en el fortalecimiento de redes de amistad, en la danza y en las relaciones democráticas, colectivas y horizontales (Rovira, 2014). De la misma forma, se ha revisado cómo varias autoras mexicanas han explorado las distintas representaciones de violencia en espacios universitarios (Castañeda, 2022; Huacuz, 2022; Peña y López, 2022; Ruiz, 2022), así como sobre los protocolos de actuación (Aguayo, 2022). Además, se han revisado las historias de las trayectorias en el mundo feminista desde diferentes metodologías (Becerril, 2019; Mingo, 2020; Tapia-Fonllem, 2021) y, finalmente, se han revisado desde una perspectiva enfocada en las emociones del movimiento feminista de la cuarta ola, como es el caso de Anzo (2022). A pesar de lo anterior, no hay un análisis o un estudio de los cuidados en los movimientos feministas universitarios desde la mirada de la economía feminista. Esta mirada permitiría visibilizar la relevancia de considerar prácticas de cuidado en otras expresiones o movimientos sociales.

De acuerdo con el colectivo The Care Collective, 7 estamos en una era de crisis de cuidados que se ha agudizado durante los últimos cuarenta años con la orientación hacia un mundo de políticas neoliberales que ha priorizado el capital por encima de todo (The Care Collective, 2021) y que, sin lugar a dudas, se olvida de poner a las personas en el centro, como la economía feminista establece (Pérez, 2015). ¿Qué significa poner la vida en el centro? Se puede entender como sostener las condiciones de posibilidad de vidas que merecen la pena de ser vividas (Pérez, 2015). Para identificar cuáles vidas merecen ser vividas, tendríamos que hacer una reflexión sobre el sistema que habitamos —capitalista, heteropatriarcal, racialmente estructurado, neocolonialista y antropocéntrico (Bascuas y Roco, 2019)—, en el que la vida del hombre blanco, burgués, varón, adulto y heterosexual (BBVAH) 8 (Pérez, 2019) es la que se pone en el centro, puesto que, en la jerarquía que ha diseñado este sistema, esa es la figura que provee y produce. Desde la mirada de la economía feminista, habría que revisar cómo es que este sujeto tiene el tiempo y la facilidad para producir. La economía feminista, como ya se ha mencionado, pone el énfasis en dicha invisibilidad del trabajo y expone cómo el trabajo no remunerado se ha subestimado en el sistema actual, a pesar de que permite que las actividades productivas puedan llevarse a cabo (Pérez, 2015, 2019); por ende, esto produce “el producto más precioso que puede aparecer en el mercado capitalista: la fuerza de trabajo” (Federici y Cox, 2018).

En México, el trabajo de cuidados es realizado en su mayoría por mujeres, puesto que el 75 % de las personas mayores de 15 años que cuidan son mujeres, mientras que casi el 25 % son hombres. Además, las mujeres brindan casi 40 horas semanales a las labores de cuidados, mientras que los hombres dedican 25 horas en promedio (Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], 2022), lo que, si se colocara en términos monetarios, equivale a una cuarta parte del producto interno bruto anual. Lo anterior nos permite observar la forma en la que el trabajo de cuidados ha recaído en las mujeres, debido a la división sexual del trabajo. Esto genera que los cuidados se deleguen a solo un grupo de personas y, si bien esto permite la sostenibilidad de la vida, no implica las mismas oportunidades para todas las personas. Existe un grupo que sigue siendo tratado como inferior y esto perpetúa las desigualdades del sistema.

¿Cómo se puede revertir esto? El colectivo The Care Collective propone un cambio en las jerarquías preestablecidas que promuevan un igualitarismo radical. Para lograr esto, todas las formas de cuidado entre humanos y no humanos deben valorarse, esto es, deben ser reconocidas y dotadas de recursos de igual manera para atender todas las necesidades, para, con esto, hacer posible la sostenibilidad de las relaciones y de dichos cuidados. A esto lo llaman ética del cuidado promiscuo. Este concepto implica una ética que se amplíe desde el interior al exterior, redefiniendo las relaciones desde lo más íntimo hasta lo más lejano, y considerando que el trabajo de cuidados debe contar con los recursos necesarios y organizarse de modo democrático (The Care Collective, 2021, pp. 56-59).

Metodología de la investigación

Se realizó un total de doce entrevistas en profundidad para las que se elaboró un guion con distintos ejes de análisis: el primero estaba enfocado en el activismo de las estudiantes y en su historia personal; el segundo, en las prácticas de cuidado que ellas identifican en sus redes colectivas y hacia ellas mismas, y, finalmente, el tercero, en la inspiración de su activismo y en el impacto del movimiento en sus vidas. Cada entrevista tuvo una duración promedio de 100 minutos y se realizó entre los meses de octubre y noviembre de 2024. La mayoría de las sesiones se llevaron a cabo de manera individual, con la excepción de un colectivo que pidió realizar la entrevista de forma grupal, para considerar la opinión de todas las integrantes de su comité ejecutivo en una misma sesión. Las entrevistas fueron virtuales, grabadas y transcritas. Para el procesamiento de la información recolectada, se utilizó la técnica de análisis temático (Braun y Clarke, 2021).

La muestra se conformó a partir de estudiantes activistas del movimiento universitario, tanto de instituciones públicas como privadas, con el fin de generar un balance. Se realizaron seis entrevistas a estudiantes de universidades públicas y a seis de universidades privadas. En cuanto a sus edades, se entrevistó a siete estudiantes de entre 18 y 22 años, a cuatro de entre 23 y 28 años y a una de entre 28 y 32 años. Dichas estudiantes provienen de distintas latitudes del país: dos de ellas son del norte, ocho de ellas son de la región centro, una de ellas es del sureste y una más es de la región occidente. La selección de la muestra se realizó en función de la accesibilidad y del interés en participar en la investigación y con criterios acordes al objetivo de la misma. Se cambiaron los nombres de las estudiantes para atender a la confidencialidad de la investigación. Se buscó documentar las experiencias de universitarias feministas alrededor de las prácticas de cuidado con el objetivo de brindar un análisis exploratorio que permita entender desde la economía feminista elementos que no se han revisado en los métodos organizativos del movimiento feminista universitario en México (Hernández Sampieri et al., 2007).

Estudios anteriores han analizado el movimiento feminista a nivel mundial (Gago, 2020), en América Latina (García y Valdivieso, 2005; De Castro Tavares et al., 2016), las formas de violencia en los espacios académicos (Castañeda, 2022; Huacuz, 2022; Peña y López, 2022; Ruiz, 2022), así como los protocolos de actuación (Aguayo, 2022) y las expresiones de protesta en el caso mexicano (Cerva, 2020, 2022). De la misma forma, se han revisado las historias de las trayectorias en el mundo feminista desde diferentes metodologías (Becerril, 2019; Mingo, 2020; Tapia-Fonllem, 2021) y se ha revisado desde una perspectiva enfocada en las emociones del movimiento feminista de la cuarta ola, como es el caso de Anzo (2022). Finalmente, existen metodologías e investigaciones que recuperan las técnicas de autocuidado y de cuidado colectivo en colectivas feministas o desde el activismo (López-Céspedes y Guzmán Sierra, 2022; García, 2021; SURKUNA, 2021; Machado, 2023). Sin embargo, el análisis específico enfocado en las prácticas de cuidado que tienen las colectivas feministas en las universidades mexicanas no se ha revisado previamente y resulta importante para comenzar a visibilizar la temática en espacios académicos.

Evidencias contrastadas del trabajo de campo

Para el análisis e interpretación de los datos cualitativos, se construyeron categorías sobre las trayectorias feministas, las prácticas de cuidado que ellas promueven y el impacto del activismo en sus vidas. Es importante señalar lo que ellas identifican como esos momentos que las hacen actuar y que se relacionan con observar que lo personal es político. En este sentido, revisar cuáles son las prácticas que ellas realizan resulta relevante, porque permite dar cuenta de cuáles son las actividades y las acciones que, a pesar de que se realizan, siguen en la lógica capitalista y, por lo tanto, se invisibilizan. Esto es importante conocerlo porque brinda un panorama de las razones por las que ellas deciden o no mantenerse en el movimiento o bajo qué condiciones. La categorización es inductiva, porque emergió de los datos de sus vidas.

Las historias que llevan al activismo feminista en las universidades

Ser parte del feminismo para todas las estudiantes entrevistadas tiene un común denominador, todas vivieron la violencia en carne propia y “sintieron” que algo no está bien. Esto significa que ellas fueron entendiendo de a poco que existen ciertas estructuras sociales que las colocan en un lugar que no las hace sentir cómodas ni suficientes. Sarah Ahmed (2017) lo expresa muy bien cuando afirma que “el feminismo puede empezar con intensidad, eso contra lo que chocas y te despierta […] sientes que algo está mal o que te están haciendo algo malo. Sientes una injusticia” (Ahmed, 2017, p. 42). Para las entrevistadas, su acercamiento radica en la experiencia de esas cosas que no están bien, que son una injusticia y que quizá no logran identificar como tal, de la misma manera que Ahmed (2017) lo establece en su texto. La universitaria Simone hace recapitulación de lo que Ahmed (2017) afirma cuando comparte lo siguiente:

Siempre existe esta narrativa de que nosotras entramos en este movimiento por nuestra propia historia. Creo que, en lo personal yo tengo diferentes momentos en mi existencia en los que me hago consciente de que tengo la necesidad de hablar. En su momento, no le podía poner feminismo, en este momento, ya no sé si puedo llamarme así. Creo que también el hecho que nos hace ser un poco más consciente es la historia que escuchamos de nuestras cuidadoras, de quienes nos hacen a nosotras, de toda la línea que nos conlleva. (Entrevista 2)

Por otro lado, para Virginia, muchas emociones se generaron en ella desde una temprana edad, porque percibió que algo no estaba bien: “Como la impotencia que sentía, la rabia y la furia que me daban muchas de las situaciones que pasaban alrededor mío” (entrevista 7). Lo mismo sucede con Rosa, quien explica que su acercamiento a este movimiento sucede desde sus primeros momentos de infancia en casa: “Me empiezo a dar cuenta de cómo las mujeres somos tratadas de manera diferente a los hombres por algunos estereotipos” (entrevista 1). Hypatia expresa que desde sus orígenes en un pueblo pequeño observó la violencia, cuando afirma “soy de una comunidad muy chiquita. Vengo de un contexto donde las mujeres son muy maltratadas” (entrevista 9). Hay algunas personas que no logran identificar el momento inicial de su activismo, como es el caso de Clara, quien menciona que “no hay un momento exacto que yo diga que todo empezó, siempre fui una niña que tenía un sentido de justicia” (entrevista 6). Finalmente, hubo algunos testimonios en los que sus antecesoras o profesoras las acercaron al movimiento, como el caso de Frida, quien comparte lo siguiente: “Fui a una marcha porque mi mamá me llevó. Eso me hizo investigar y conocer más” (entrevista 3).

Al hacer una revisión de los momentos en los que las entrevistadas se acercaron al movimiento feminista, se evidenció que la mayoría de ellas observó ciertas injusticias desde la infancia, y fue allí cuando comenzaron a hacerse más conscientes de que estas desigualdades se presentan de modo sistémico entre más crecen (entrevistas 2 y 7).Varias de las universitarias identificaron que su aproximación se dio en la etapa de la preparatoria, cuando alcanzaron a observar que esta situación no es solo un tema que las atraviesa a ellas, sino que se ven espejeadas con sus compañeras. Clara lo menciona al afirmar lo siguiente: “Cuando realmente descubrí que existía un movimiento feminista fue en la prepa y cuando me empecé a enfrentar cara a cara a procesos machistas y estos comentarios que se nos hacen más como mujeres que tenemos un proyecto de vida” (entrevista 6). Valentina expresa esta misma sensación de darse cuenta del tema sistémico:

Vi los tendederos de denuncia de mi preparatoria y siento que fue una forma de ver que a mí también me habían pasado muchas cosas como las que se mencionaban ahí y no les había dado importancia. Lo recuerdo mucho porque chicas que estaban haciendo el tendedero en mi escuela me preguntaron si me había pasado algo así y reflexionando me di cuenta de situaciones de acoso que había vivido en mi secundaria. (Entrevista 10)

Finalmente, Dolores comparte que “llega la preparatoria y justamente hubo una ola de denuncias por parte de un colectivo feminista ahí en la escuela y yo vi a todas las chicas alzando la voz, teniendo esta parte de apoyo entre ellas y yo dije: ¿qué es esto?” (entrevista 11).

Este despertar para todas es abordado por Ahmed (2017), cuando explica que, si bien el feminismo es un trabajo de memoria, al darnos cuenta de que todas hemos atravesado distintos tipo de violencia entendemos que el problema va más allá de nuestra piel. La estudiante Virginia lo menciona de forma muy clara cuando explica que

no importa el lugar donde estuviera. Son lugares diferentes, pero siempre había violencias que se seguirán repitiendo y que no eran independientes del lugar en donde estaba, ni de la comunidad con la que me estaba rodeando, sino que estaban en todas partes. (Entrevista 7)

El grupo de estudiantes más joven tenía entre 10 y 13 años cuando el movimiento feminista a nivel internacional comenzó a tomar la fuerza que hoy mantiene en su etapa de la globalización. Este mismo grupo tenía entre 12 y 15 años cuando la pandemia de la COVID-19 llegó a México y esta situación las llevó a encerrarse en sus casas. Varias de ellas tuvieron momentos en los que se dedicaron a informarse a través de las redes sociales sobre lo que ocurría afuera, tal como lo mencionaron Rosa, Frida, Virginia, Ruth y Dolores (entrevistas 1, 3, 7, 8 y 11). Al respecto, Dolores afirma que en dicho contexto “el auge de las redes sociales estalló y fue una oportunidad para formarme más sobre el feminismo. Y fue un choque muy triste, pero también uno que me abrió los ojos de muchas maneras” (entrevista 11). Es eso momento también se expandió la sensación de injusticia, porque en sus propios hogares ellas vivieron la violencia. 9

La participación en el movimiento universitario feminista

Ahmed (2017) menciona que el camino para volverse feminista integra “cómo describimos nuevamente el mundo en el que estamos. Empezamos a identificar eso que me ocurre a mí, les ocurre a otras. Empezamos a identificar patrones e irregularidades” (p. 48). Como ya se mencionó, las estudiantes entrevistadas han identificado que hay un común denominador respecto a las violencias que viven: en principio, no es algo aislado y se va perpetuando a través de ciertas dinámicas. Esto las llevó a querer formar parte de ese algo más grande que les permitiera sentirse aceptadas y entendidas, para compartir con otras que habían vivido lo mismo.

La mayor parte de ellas quieren formar parte de esto para conocer y para sentirse acompañadas, como mencionan Clara, Simone, Eleanor, Valentina, Coco, Rosa y Frida (entrevistas 1, 2, 3, 5, 6, 10 y 12), pero también porque consideran que tienen que realizar algo para contribuir al movimiento feminista. Ellas esperan que las injusticias cesen, que algo cambie, que las instituciones movilicen sus estructuras estáticas y que lleven a cabo procesos de transformación más ágiles. Se sienten con la responsabilidad de actuar. Como Simone, quien afirma que ella comenzó a formar parte de un movimiento feminista universitario por “el miedo a la inacción institucional. En ese momento la universidad era un lugar hostil para las denuncias estudiantiles, creo que hoy lo sigue siendo. Pero en ese momento, ellas dijeron necesitamos algo que nunca se ha hecho” (entrevista 2).

Algunas otras se suman de una u otra forma porque comienzan a observar violencias dentro de las instituciones que, como menciona Cerva (2020), deberían ser los espacios en donde pueden sentirse seguras. Varias lo establecen de este modo. Por ejemplo, Clara comparte cómo se sumó al movimiento universitario:

En la carrera, cuando sentí una afectación más directa o explícita en mi vida. Ver [las violencias] en el aula. Antes había tenido el privilegio de no haberme encontrado comentarios tan explícitos, tan abiertos en espacios educativos, donde todas deberíamos tener seguridad y deberíamos poder llegar a sentarnos y aprender sin que se nos juzgue por ninguna otra razón. (Entrevista 6)

Ante esta sensación de injusticia, las estudiantes han decidido tomar las riendas y actuar ante la expresión de estas violencias. Hypatia lo retoma cuando habla del nacimiento de la colectiva feminista de la que forma parte y explica que dicha agrupación

surge en 2019 bajo las demandas de que existe la violencia de género y la universidad no está haciendo lo suficiente para poder combatir ese problema, porque no tiene las herramientas, no refleja esa seguridad que se necesita para que las mujeres puedan denunciar. (Entrevista 9)

Es por esto que el rechazo a lo que ocurre en la institución genera un sentimiento de denuncia y de protesta. Amelia menciona que “la parte de la institucionalización del movimiento hecha por estudiantes no me parece. Yo sabía que había muchas cosas que no podíamos hacer” (entrevista 4).

Varias de las entrevistadas mencionan que su acercamiento al movimiento feminista, ya sea en su primera, segunda, tercera ocasión, se dio tanto por la encarnación de las violencias como por el compromiso de estar ahí para las demás, ya que existe un conocimiento previo de cómo se llevan los procesos de denuncia, 10 la creación de eventos, los acompañamientos que realizan, etc. Para Rosa y Frida, la sensación de formar parte de movimientos vigentes en sus universidades se debe a que esperan que no vuelva a suceder lo que ocurrió en el pasado, y a que, gracias a su experiencia activista, ahora tengan herramientas que puedan proveer al grupo para que ellas puedan manifestarse de forma segura (entrevistas 1 y 3). En el caso de Simone, Eleanor y Clara ocurre de un modo similar: ellas comparten que, a través de su formación y experiencia, se han ido movilizando hacia una posición o figura de acompañantes de nuevas generaciones, a las que han brindado esa guía y apoyo (entrevistas 2, 5 y 6). Finalmente, Hypatia menciona que la creación de su colectiva feminista surgió de la intención de proporcionar acompañamiento: “Cuando había algún tendedero tratábamos de apoyar a las chicas. Porque montar un tendedero en una universidad como esta es terrible todavía. Tú montas tu tendedero y [el personal de] seguridad lo arranca. Entonces había que hacer guardia y ayudarles” (entrevista 9).

En general, la mayor parte de ellas se integra o agrupa con el objetivo de llevar a cabo actividades de acompañamiento, denuncia, socialización de la información y generación de redes. De acuerdo con Hypatia, las principales actividades de la colectiva que crearon en su universidad son

actividades de resistencia, como la creación de marchas, tendederos, mesas de diálogo, pero también hemos comenzado a hacer acompañamientos. Cuando las estudiantes tienen que ir a la universidad, nosotros acompañamos, damos orientación y a veces nada más se trata de escuchar a las compañeras porque deciden no levantar una denuncia formal y ahí se queda. 11 (Entrevista 9)

Las prácticas de cuidado: significantes del cuidado

Cuidar para este grupo de mujeres significa salvaguardar el bienestar de las personas que las rodean. Eso implica proteger, dar atención, estar pendiente, etc. Muchas de ellas —Coco, Clara, Amelia, Simone, Frida, Hypatia y Virginia— mencionan la importancia de poner primero a las personas que cuidan mediante su activismo (entrevista 2, 3, 4, 6, 7, 9 y 12). Esto es, la forma en la que pueden generar una diferencia al acompañar en la situación a la que se enfrentan. Como comenta Carrasco, esto tiene que ver con el trabajo de los afectos, de lo emocional y de soporte que se brinda a otras mujeres en la búsqueda de generar un bienestar. Esa serie de redes invisibles que tejen entre ellas son una forma de resistencia antes las múltiples violencias a las que se enfrentan y de las que, en este momento, son más que conscientes de ello.

Cuando se les preguntó por el significado que dan a los cuidados, para varias esta fue una de las interrogantes más difíciles de responder. Como Simone lo expresa, “es una palabra difícil de definir, y yo lo dirigiría al tema de reconocer. Cuidar es reconocer la existencia de otra persona, reconocer que el proceso que tú estás viviendo lo estás viviendo por algo y es muy válido” (entrevista 2). Ellas van descubriendo poco a poco que ese cuidado les permite hacer notar la jerarquía que tiene este sistema sobre las vidas que valen más que otras 12 (Pérez, 20215). Sin un reconocimiento de las personas en nuestro entorno, la condición de posibilidad no existe.

Para las entrevistadas, cuidar integra garantizar el bienestar de las personas y buscar estar para ellas. Como lo menciona Valentina, cuando afirma que para ella cuidar es “poner las necesidades de otras personas en primer plano para hacerla sentir un bienestar” (entrevista 10), o cuando Hypatia comparte que cuidar significa para ella “proteger, acompañar, pero con un cierto límite, sin desprotegerme. Es acompañar a alguien hasta que mis límites me lo permiten” (entrevista 9). Coco comparte que es “demostrarle [a quien se cuida] que hay una persona con la que puede contar y que se preocupa por sus necesidades y emociones” (entrevista 12). Para Simone, cuando cuidamos a alguien es porque esa persona “siente que voy a brindar ayuda, reconocer la vulnerabilidad de esa persona y aunque no me la pida [la ayuda] tienes esa gran responsabilidad de reconocerla como persona y reconocer a alguien vulnerable” (entrevista 2). Amelia comparte que “el cuidado es que no se nos tenga que poner en una posición innecesaria poniendo de por medio nuestra integridad” (entrevista 4). Finalmente, Virginia, desde su experiencia trabajando el tema de los cuidados, comparte una reflexión relacionada con este tema cuando se le pregunta qué es cuidar desde su perspectiva. Ella expone que durante un tiempo realizó una investigación de mujeres cuidadoras y se dio cuenta de la forma en la que se distribuía el trabajo y termina comentando que no debemos olvidar que, cuando hablamos de cuidado, “alguien tiene que sustentar toda la cadena de cuidados para que alguien pueda producir todos los días” (entrevista 7).

La generación de redes, 13 el sostenimiento a través de ellas

Los movimientos sociales se mantienen vivos gracias a la integración e interdependencia de individuos y grupos que conservan una identidad colectiva que les lleva a actuar (Melucci, 1999). En el contexto de los movimientos estudiantiles, para efectos de esta investigación, dicha identidad colectiva se visibiliza en cómo se tejen las relaciones de personas que poco a poco van sumándose a estos movimientos. Uno de los elementos principales para tejer esas relaciones es la confianza. Las estudiantes entrevistadas en esta investigación coinciden en que la confianza es esencial para formar parte de una colectiva feminista. La mayoría de ellas hace énfasis en las relaciones horizontales que se promueven y en el modo en el que se acompañan, construyendo un espacio seguro entre ellas. Esto les permitió descubrir afinidades que pensaron imposibles con ciertas mujeres y que de otro modo no se habrían dado la oportunidad de conocer, fortaleciendo una identidad colectiva que las asume como feministas y mitigando la sensación de soledad que implica asumirse como tal. Ruth comparte esa sensación cuando comenta que

en una sesión hablando con las chicas reafirmé que muchas personas piensan como yo y que no estaba sola. Esto también me consterna, porque cuando volteo a ver a mi familia, amigos o quienes considero amigos veo que tienen ideales muy distintos a mí. Llegar a la colectiva fue darme cuenta de que no soy yo nada más, que no estoy loca, y creo que eso me hizo crecer mucho como persona. (Entrevista 8)

Virginia, de la misma forma, habla de este sentimiento de afinidad y de pertenencia cuando comparte que estar en la colectiva la ha ayudado “porque es muy difícil poder explicarle a otras personas cómo me siento cuando no están compartiendo el mismo sentimiento” (entrevista 7). Por su parte, para Clara las redes tenían otras posibilidades vinculatorias:

Eran espacios que teníamos para compartir experiencias y conocimiento. Si alguien quería poner un tema en la mesa si se prestaba a eso, pero también queríamos solo conversar o tener un espacio de apoyo. En esos espacios tratábamos de ser muy abiertas, de compartir y empatizar mucho con la otra. Éramos todas, insisto, algunas por vivencia personas, otras por este sentido de justicia o prevención, pero esa un sentimiento compartido. (Entrevista 6)

La existencia de estos grupos les permite a las estudiantes saber que no están solas, que hay alguien más que las acompaña y entiende su dolor y que en varias ocasiones es suficiente con estar para la otra, con ese acompañamiento. Como menciona Hypatia, una de las cosas que más disfruta de estar o ser parte de la colectiva “es estar para la otra” (entrevista 9), o como lo dice Dolores, cuando afirma que “a mí me gusta el estar con el grupo que estamos. Verlas ahí y sé que ellas van a estar ahí conmigo y que vamos a acompañar a otras y tener ese lugar para eso” (entrevista 11). Finalmente, Amelia menciona que durante su etapa activista, que sucedió en pandemia, la crisis era tal, tanto a nivel universitario como a nivel personal, que el grupo era lo que la sostenía. En sus palabras, “las únicas que nos podíamos cuidar eran quienes estábamos viviendo lo mismo” (entrevista 4). En estas colectivas se refleja de modo constante cómo los cuidados y los afectos son parte esencial para sostener las acciones que están realizando y les permiten mantener la fuerza de seguir trabajando en este sentido. Desde la mirada de la economía feminista, ellas buscan seguir generando estos cuidados para sostenerse, mientras buscan distintos modos de contribuir a la colectiva, al grupo y a sus compañeras. Clara lo explica mejor cuando define que su colectiva “era una red de apoyo para todas en donde ofrecíamos nuestros talentos y poníamos al servicio de las demás personas” (entrevista 6). Todas ellas reflejan la importancia de las redes y la forma en que se vinculan a través de las emociones, los afectos y los cuidados para sostenerse en espacios en donde las condiciones debieran ser seguras para ellas. De modo tal que, a la violencia estructural que ellas viven se suma la violencia institucional y, en este ecosistema, ellas encuentran mecanismos para resistir y sostenerse a través de prácticas de cuidado que se brindan entre todas.

Aunado a lo anterior, es importante mencionar en este punto la forma en la que se refleja la globalización del feminismo en estos movimientos. Cuando se conversa con las estudiantes, muchas de ellas hablan de grupos de WhatsApp, de cuentas de Instagram, de herramientas tecnológicas o de plataformas como Zoom o Discord, que, durante la pandemia y después, les permitieron mantener esos espacios para compartir inquietudes, historias de violencia, consejos o alertas de personas violentadoras. Para la mayor parte de ellas, el canal de comunicación, más que las asambleas o las reuniones presenciales, se lleva a cabo a través de estos medios. De parte de todas se percibe la confianza en el grupo —a pesar de no conocer a todas las integrantes—, así como una suerte de “pacto común” en el que todas buscan garantizar la seguridad de la colectiva. Como lo menciona Simone, “los grupos de WhatsApp son un espacio seguro. Primero, por la comodidad, segundo, porque todas las personas que están ahí están por una razón” (entrevista 2). Hypatia señala el tema de la complicación de coincidir y del acompañamiento digital: “Casi nunca coincidimos en horarios, pero siempre estamos en el grupo de WhatsApp y nos contamos ahí todo. Llegué, fui, hice y todo pasa por ahí. Absolutamente todo. Creo que ese ha sido un espacio virtual en donde hemos tratado de tener mucho contacto” (entrevista 9).

Al preguntar sobre la creación de espacios (físicos o digitales) para promover contención y apoyo, la mayor parte habla de espacios que surgen a partir de las violencias y como un mecanismo de acompañamiento, mientras que solo algunas mencionan la intencionalidad de establecer encuentros en donde conversen, contengan y aprendan. Rosa, Virginia, Clara y Eleanor hablan de forma directa de espacios conocidos como cafés feministas, en los que aprendían diversas corrientes del feminismo y compartían entre las fundadoras de este espacio con las nuevas generaciones, con el objetivo de que lograran identificar cuál era el lugar desde el cual se posicionaban. En estos cafés ellas no solo aprendían, sino que se sentían con la confianza de compartir sus emociones, sus sentimientos, las frustraciones en los momentos álgidos del movimiento e, inclusive, la desesperanza, ya que estos espacios se promovieron en algunos centros cuando la protesta en México estaba en su clímax (entrevistas 1, 5, 6 y 7). Cuando se conversó sobre esta experiencia, no puede dejar de notarse el parecido con los círculos de autoconciencia feminista del movimiento feminista de los años 60 y 70. 14

De forma general, todas ellas hablan de espacios digitales creados con el objetivo de acompañarse a través de los grupos de WhatsApp entre sus amigas —o desconocidas— a través de chats originados para denunciar violencias y obtener información sobre posibles asesorías legales, médicas o psicológicas (entrevistas 1, 2, 3, 4, 5, 6 7, 8, 9, 10, 11 y 12). Muchas de ellas encuentran un lugar al que acudir en caso de tener dudas sobre el apoyo que pueden llegar a requerir: desde los procesos de denuncia de manera formal, las inquietudes respecto a su sexualidad, así como los recursos de apoyo para mantener su salud mental en un estado óptimo. Estos lugares se convierten en una suerte de “bazares” que les permiten encontrar respuestas ante las preguntas que surgen en su primera etapa adulta, ya que quizás, desde el origen de cada una, es complicado acceder a la información “segura” más allá de las redes sociales, a menos de que alguien que vive las mismas condiciones, y que ellas identifican como par, comparta esos saberes. De esta manera, ellas acceden al conocimiento de manera horizontal, se apropian de esos conocimientos y se vuelven con ellos para seguir compartiéndolos.

Al observar esta tendencia del mundo digital y el auge de la comunicación por estos medios, algunos de los aspectos que pueden considerarse son la forma en la que se generan esos mecanismos de confianza, así como las herramientas que permiten garantizar la seguridad de quienes forman parte de estos grupos. Cuando se le preguntó cómo es que confiaban en compartir información sensible a través de grupos con cientos de personas —a las que quizá no habían visto antes—, Clara contestó lo siguiente:

Te la juegas al principio, y viene de saber que desafortunadamente todas las que estábamos ahí habíamos tenido una experiencia o conocíamos una experiencia de una mujer muy cercana. Creo que impulsadas por este enojo y por este deseo de que ya no sigan sucediendo estas cosas te la juegas, y dices bueno a lo mejor si algo sucede —claro que podías tener miedo—, pero te la juegas guiada por esta necesidad de que las cosas cambien y ya no tengamos que ir a la universidad y estar rodeadas de violencia machista. (Entrevista 6)

El papel de las emociones dentro del movimiento

Las emociones dentro de este análisis se convierten en un marco medular para aproximarnos a estas historias. Son las emociones las que permiten entender los rumbos que toman cada una de las estudiantes en su búsqueda, no solo para encontrarse como mujeres feministas, sino en su proceso de autoconocimiento. Para Ahmed (2018), las emociones se movilizan entre el mundo de los cuerpos y los objetos del mundo, entre el mundo mismo. Son las emociones la causa y la consecuencia de formar parte del movimiento feminista. Al preguntar a las entrevistadas sobre el papel de las emociones en su participación dentro del movimiento feminista universitario, todas explicaron que el papel de las emociones es crucial por distintos aspectos: les permite sentir ese impulso para realizar algo, les conmueve al punto de querer acompañar a alguien, es importante trabajar en la gestión emocional para encontrar formas de sobrellevar el ser parte del movimiento y, finalmente, hay un desgaste emocional que conlleva el ser parte de las colectivas feministas.

En primer lugar, ellas perciben que las emociones les ayudan a asegurar el sentido de identidad y de pertenencia al grupo, pero también que les permite politizarse. Como Frida, quien menciona que las emociones son “esenciales porque te impulsan a sentirte parte del movimiento y te hacen sentir segura de ser parte de él. Te hacen sentir compañía” (entrevista 3). Como ya se ha mencionado, desde la economía feminista los cuidados integran afectos que permiten no solo tejer relaciones, sino sostener la vida (véase la sección “La generación de redes, el sostenimiento a través de ellas”). De acuerdo con Ahmed (2014), el papel que tienen las emociones en la politización de los sujetos se genera gracias a viajes emocionales que reaniman la relación entre el sujeto y el colectivo, de forma que

lo que nos mueve son las emociones y la manera en que nos mueven implica interpretaciones de las sensaciones y los sentimientos, no solo en el sentido de que interpretamos lo que sentimos, sino también porque lo que sentimos puede depender de interpretaciones pasadas no necesariamente realizadas por nosotras, puesto que nos preceden. (Ahmed, 2014, p. 259)

Sobre el papel de las emociones en los procesos de acompañamiento, las estudiantes comparten la importancia de regular las emociones en los procesos de denuncia por mucho que se quiera quemar todo. Como menciona Hypatia, cuando dice que

no podemos poner su cara en toda la escuela [refiriéndose a la persona acusada en un proceso de denuncia social, por medio del escrache] porque entorpece el proceso [jurídico o de queja formal en la institución]. Sale peor, porque estaríamos hostigando a la persona. Entonces, ha sido muy importante contenerme para dar seguridad a la persona que va a levantar la denuncia. (Entrevista 9)

Otras estudiantes también mencionan el tema de la regulación, por ejemplo, Valentina comparte que “pensar fríamente es muy importante, hay muchos factores que tenemos que considerar porque, por ejemplo, decirle de cosas a alguien [persona denunciada] hace que la denuncia o el proceso se obstaculice” (entrevista 10). Mientras que Coco secunda que es muy importante “tener la cabeza fría porque las personas se pueden sentir perdidas y necesitan a alguien que los apoye o los guíe” (entrevista 12). De la misma forma, Dolores comparte que también observa una gran relevancia de las emociones,

tanto para mí, como la persona que está en el proceso de la denuncia. Hablando un poco del lado de quien acompaña, muchas veces, a veces las emociones hay que guardarlas en ese momento, por más enojada que te sientas o así, no puedes proceder de una forma violenta, porque eso tiene repercusiones. (Entrevista 11)

Clara menciona algo similar con relación a las emociones y a la represión de las mismas, ya que, dentro de su participación en la colectiva a la que perteneció, no había posibilidad de algo más importante que lo que estaban realizando en ese momento (entrevista 6). Si bien parte importante de la inteligencia emocional tiene que ver con regular las emociones, es igualmente importante observar cómo viven esta regulación las estudiantes y sobre todo el subtexto del discurso, ya que hay una mirada en la que se les dice que hay que ser frías, pensar fríamente o guardar emociones que se asocian desde la mirada feminista de la jerarquía con la emoción y el pensamiento (Ahmed, 2014; Carrasco, 2006, 2011; Pérez, 2015), lo que las coloca en un lugar en donde terminan actuando bajo la lógica dominante. Ahmed (2014) señala que, en el movimiento feminista,

debemos insistir en explicar por qué nuestra indignación es razonable, incluso ante otros que la usan para demostrar un razonamiento equivocado. Hacer declaraciones públicas, lograr ser escuchadas, escribir pancartas: estas son estrategias cruciales para el feminismo, aun cuando no logren que se les abran las puertas. (p. 269)

En el caso del desgaste emocional, Rosa explica la relación del activismo con las emociones:

El feminismo es un movimiento muy fuerte. Se vuelve una carga emocional muy fuerte que hace que estés lidiando con esto todo el tiempo. Se sienten emociones muy fuertes. Se siente mucha energía. Tristeza, enojo. Sí me afectó, porque como que te drena. Sí es algo muy fuerte emocionalmente e hizo que después de la primera situación que tuve me hizo alejarme del movimiento, hasta el momento en que vi la necesidad quise sumarme. (Entrevista 1)

Clara también habla de la carga emocional, cuando menciona la carga afectiva de las temáticas que tratan en las colectivas:

Es importantísimo, es innegable el peso emocional que te lleva después en este tipo de temas. Era innegable y un costo que pagas por estar en las colectivas. No solo tienes el desgaste de tus propios problemas, sino que también te llevas el desgaste emocional de que las cosas no avanzan, o que estás luchando por una causa que para quienes debería ser importante no lo es. (Entrevista 6)

El desgaste emocional es un reflejo de las múltiples formas en las que las estudiantes deciden contribuir a otras, estar para otras, apoyar procesos de otras y, con ese propósito, concentrar sus energías en el movimiento. Desde la mirada de la economía feminista, todos los afectos están colocados aquí como un deseo de sostener, porque son ellas quienes se sostienen, así como las mujeres sostienen la vida. Sin embargo, las repercusiones que esto genera al replicar lo que el sistema espera de ellas generan un desgaste emocional para quienes se suman como parte del movimiento, porque, además de sus actividades y responsabilidades como estudiantes y futuras profesionistas, están para sus compañeras. Si se tomara como ejemplo la metodología del uso de tiempo de estas estudiantes desde la mirada de Carrasco (2016), podría observarse que, seguramente, de las 24 horas de su tiempo, más de 4 horas al día están enfocadas en estos temas. Lamentablemente, ese tiempo para muchas de ellas no refleja algún resultado (respecto a las resoluciones de los casos, las políticas implementadas en las universidades, etc.), lo que genera frustración. Esta es una de las emociones que también suelen sentir o con la que ellas están familiarizadas. Como menciona Hypatia, los procesos de acompañamiento que realizan son frustrantes cuando no se logra el objetivo de la denuncia:

Tú te sientes, de alguna forma, comprometida con alguien que agarraste la mano y le dijiste si vamos a denunciar . Le das confianza y al final tienes que poner cara de “¿qué crees? no procedió”. Entonces, es muy frustrante. Cuando eso pasa, hemos acudido al escrache, porque, si no se puede institucionalmente, se debe de poder por otra vía. (Entrevista 9)

Finalmente, Amelia menciona el peso de las emociones y cómo estas impactan su vida: “Viví el enojo, la impotencia y la tristeza de muchas personas y que es lo mínimo que pude haber hecho en ese tiempo, pero no me correspondía a esa edad porque no tenía las herramientas necesarias” (entrevista 4). Como Ahmed (2014) señala cuando habla del viaje emocional, ellas viven constantemente estos viajes que son los que las reafirman como sujetas políticas, sin embargo, dentro de estos viajes se hacen conscientes de las múltiples batallas que, como feministas, deben enfrentar en este sistema y que, en muchas ocasiones, no cuentan con las herramientas necesarias, al estar recién integradas al movimiento, o, peor aún, se hacen conscientes de que este trabajo no le correspondía a ellas y, aun así, ellas deciden hacerse cargo, en la búsqueda de sostener.

La tarea de acompañar

Al realizar las entrevistas, hay una narrativa en la que ellas mencionan cómo llegan al movimiento, cómo se convierten en sujetas políticas, desarrollando su agencia, y cómo terminan su formación universitaria acompañando a otras mujeres más jóvenes que están cruzando el mismo camino. En todas las entrevistas, se observa un profundo compromiso de compañía que de alguna forma busca “acuerpar 15 ” a las que vienen. Pero también se observa una falta de acompañamiento hacia ellas mismas, mientras se integraban al movimiento. Si bien hubo estudiantes que fueron recibidas por generaciones de otras jóvenes —que les fueron cediendo sus lugares—, la mayoría comparte que le habría gustado tener un mayor apoyo o cercanía por parte de mujeres que las acompañaran en su proceso. En la experiencia de Frida, Simone, Amelia, Clara, Virginia e Hypathia, se expresa una sensación de que no hubo un cuidado suficiente hacia ellas y, por eso, buscan generar los espacios seguros para cuidar a las que vienen (entrevistas 2, 3, 4, 6, 7 y 9). Cuando se analizan las edades de estas estudiantes, dos de ellas entran en el rango de 18 a 22 años; tres de ellas, en el rango de 23 a 28 años, y una de ellas, en el rango de 28 a 32 años. Dentro de los papeles de liderazgo, se observa que todas ellas ocuparon puestos de lideresas en sus colectivas. Lo anterior indica que, debido a las circunstancias, dichos liderazgos emergieron en muchas ocasiones sin tener un referente que acompañara o propiciara el espacio seguro que ellas buscan replicar con sus compañeras.

Para Marcela Lagarde (1999), la genealogía feminista es clave para promocionar liderazgos entrañables de mujeres, y, para que esto ocurra, es importante visibilizar no solo las historias de nuestras ancestras (como se observa más delante de este artículo), sino tener referentes en la disciplina o en el movimiento en el que participan. Y no es que no haya habido mujeres que estuvieran formando parte de estos movimientos (como se mencionó anteriormente, cuando se explicó a qué se refiere el movimiento feminista universitario y quiénes lo integran), puesto que mujeres con más experiencia dentro de los centros universitarios están luchando por mejores condiciones para todas, pero ¿se están compartiendo estas experiencias? Lagarde (1999) especifica que “necesitamos hacer la transmisión de nuestras experiencias y mientras más pronto mejor” (p. 34). Del mismo modo, Mónica Moreno (2024) señala que generar diálogo intergeneracional es muy importante en el activismo político y social, porque “permite una vinculación de ideas, valores y experiencias que enriquece y transforma los ámbitos de compromiso político y social” (p. 19). Esto permite que la memoria adquiera una gran relevancia como un puente entre generaciones, lo que motiva relecturas que se ajusten a las realidades de dichos liderazgos juveniles. Para las estudiantes feministas, es muy importante que existan referentes de mujeres con trayectorias feministas en los centros educativos que les permitan sentirse acompañadas en este trayecto.

Cuando se habla de acompañar, muchas de ellas utilizan la palabra acuerpar. Para Clara, este término significa lo siguiente:

Llegar a ser esa tablita donde ellas puedan recargarse. Si bien esa situación o causa que están luchando es de ellas, nosotras estamos aquí paradas junto a ustedes o alrededor de ustedes para que se recarguen en nosotras. Llegar a dar el apoyo, reconocer que a lo mejor yo no conozco lo que se está sintiendo en este momento, pero estoy ahí en la búsqueda de apoyar. Creo que es algo demasiado importante, porque a veces puede dar bastante miedo estar paradas frente a un grupo de directivos de una institución por la causa. Llegar a acuerpar es muy importante, porque significa que no están aquí solas, es algo que les está afectando directamente, pero aquí estamos las demás. (Entrevista 6)

Simone también define este concepto y lo menciona continuamente durante la entrevista:

Estar presente todo el proceso independientemente de cuál sea tu proceso. Significa acompañar tu proceso independientemente de qué es lo que quieres hacer. No quieres renunciar, me toca acompañarte. ¿Quieres denunciar? Me toca acompañarte y comprarte la cartulina para hacer tu tendedero porque tú estás muy afectada emocionalmente para hacerlo. Acuerpar significa llevarles el megáfono, acuerpar significa hacer una barrera entre ellas y quienes quieran venir a pelear. Acuerpar significa el darle ese apoyo físico y emocional desde la sororidad a mujeres que están viviendo su proceso y que puedan estar seguras que no van a estar solas durante todo ese proceso. (Entrevista 2)

Como ya se ha comentado, el término acuerpar proviene del feminismo comunitario y se utiliza como un acto político que expresa sentir las violencias que las demás compañeras tienen y habitar el espacio como defensa ante dichas violencias (Cabnal, 2017). Las estudiantes reinterpretan este concepto y lo llevan a su realidad, buscando generar esos espacios físicos de encuentro con otras mujeres que están en un momento difícil para hacerlas sentir su compañía no solo de forma física, sino emocional, buscando sostener.

Cuando se les preguntó por qué hay que acompañar a las nuevas generaciones, ellas hablaron de la forma en la que eso a ellas les habría cambiado la perspectiva. A Clara, por ejemplo, le hubiera gustado que alguien la acompañara en su proceso:

Me hubiera sentido más segura para hacer las cosas y habría hecho una gran diferencia para mí. Habría podido reconocer situaciones de violencia que viví. No tuve oportunidad de voltear y decir: oye me pasó esto. No sé si puedo hacer algo. Hubiera cambiado mi acercamiento. Cuando descubrí que existía, me metí de lleno, e, insisto, de repente puede ser una cosa que te sobrepasa, y ya estás hundida en estos temas. Ya no sabes qué hacer con tus emociones, tus sentimientos, con cómo sobrellevarlo. Creo que haber tenido este acompañamiento, además de haberme permitido sentir segura, justo me hubiera podido ayudar a no entrar tan de lleno y no irme en picada a ver qué sucedía, sino haberme cuidado más a mí misma. (Entrevista 6)

Como puede notarse, si bien acompañar es parte de las prácticas de cuidado que llevan a cabo la estudiantes entre ellas, es importante resaltar la importancia de tener referentes y liderazgos con mayor experiencia, los cuales les brindarían a las mismas un sentido mayor de identidad y, sobre todo, un espacio seguro. De la misma forma, se observa cómo conceptos como acuerpar son tan importantes en sus procesos de resistencia y queda claro por qué los liderazgos intergeneracionales son más que necesarios en movimientos sociales y, más que eso, desde la mirada feminista, en colectivas y movimientos feministas, ya que les permiten reconocer y nombrar la genealogía de sus ancestras y maestras.

Las herramientas de autocuidado

En las últimas décadas, y como respuesta a las demandas del sistema económico hegemónico actual, se han desarrollado enfoques para el bienestar integral. 16 En el caso de la autodefensa feminista, y considerando el contexto mundial de las múltiples violencias a las que se enfrentan las mujeres, se vuelve “imprescindible el desarrollo de estrategias de autocuidado […] dirigido, por una parte, a la protección frente a riesgos y amenazas externas y, por otra parte, a la protección integral e interna, feminista, de la salud y el bienestar personal” (Machado, 2023). Pero ¿qué es el autocuidado?

De acuerdo con la Colectiva Mujeres, “el autocuidado es el derecho de las mujeres defensoras y de todas las mujeres al bienestar, a la seguridad y a la autorrealización” (Machado, 2023), y es lo que las hace preguntarse qué pueden hacer para realizar de forma sostenible sus luchas sin sacrificar la propia vida. En los grupos activistas feministas, el autocuidado promueve la salud y el bienestar personal frente a las demandas que se exigen en los centros educativos debido a su papel como lideresas del movimiento universitario. Como ya se ha revisado, los procesos de acompañamiento de denuncias o violencias machistas que ellas realizan las desgasta no solo emocionalmente, sino mentalmente. El “costo” de formar parte de la colectiva, como menciona Clara, es bastante alto. De las diez estudiantes que han acompañado al menos un proceso por cuenta propia porque así lo han deseado, 17 todas necesitaron un momento para ellas — que identifican como autocuidado, lo que se verá más adelante— después de situaciones de gran carga emocional. De manera específica, seis de ellas siguen formando parte de colectivas y acompañando procesos, una de ellas continúa apoyando al movimiento de forma paralela a través de proyectos educativos y tres siguen involucradas en movimientos feministas después de haber terminado su programa de estudios de distintas áreas.

Las entrevistadas mencionan ciertos elementos para el autocuidado, como el vivir sus emociones y dejarlas salir, poner límites y el acompañamiento psicológico o algunos procesos rituales. Sobre lo anterior, Rosa menciona que “necesito sacarlo y desahogarme […]. Hablar con mis amigas. El hecho de contar con alguien con quien poderlo platicar, porque sabes que es gente que te va a entender y no te sientes sola en este movimiento” (entrevista 1). Para Virginia, un elemento clave son sus relaciones interpersonales: “Me apoyo mucho en mis amigas o en mis vínculos súper cercanos para compartir cómo me estoy sintiendo” (entrevista 7). Valentina expresa que

después de las marchas si me tomo mi tiempo de llorar un ratito conmigo, porque ir a una marcha siempre es fuerte […], es mi forma de sacar todo, frustraciones, alegrías, todo […]. Ponerme una pijama calientita que diga que estamos haciendo las cosas bien. (Entrevista 10)

Se observa entonces que lo que ellas identifican como “vivir las emociones y dejarlas salir” es una búsqueda de espacios donde puedan hablar, compartir y, desde los afectos, cuidarse, pero también es un espacio que parece que ellas están pidiendo después de todo el trabajo de cuidados que dedican a otras personas y dentro del movimiento. Resulta paradójico observar mujeres ayudando a otras mujeres que no encuentran o que olvidan tener esos tiempos para ellas, por lo que, como menciona Federici (2004), sus actividades de cuidados favorecen al parásito más grande del planeta: el sistema capitalista patriarcal.

Para el caso de poner límites, las estudiantes mencionan que el movimiento feminista universitario también implica declarar que no se puede tener una responsabilidad mayor a la que se acordó en un primer momento, que es importante darse cuenta de cuándo parar y, como se mencionaba anteriormente, no poner en riesgo la propia salud o la vida para estar para las demás personas. Decir no y establecer límites claros con las instituciones o con los actores que forman parte del movimiento es vital para que ellas logren su bienestar. Lamentablemente, la mayoría de ellas aprende esta lección dentro del movimiento, cuando tienen sus primeros involucramientos o posiciones de liderazgo. Frida explica que, después de su involucramiento en un movimiento actual, aprendió lo siguiente:

Hay que poner límites. Decir hasta aquí llego yo. Si siento este sentimiento de responsabilidad, de cuidarlas. Como lideresa tengo que saber que tengo un cargo que debo tomarme en serio, pero reconocer que mi cargo tiene un límite. Como estudiante, como una mujer de 18 años que no conoce todo de la vida y se tiene que cuidar. (Entrevista 3)

Como Frida, muchas de ellas comienzan con responsabilidades que, a sus ojos, parecen fascinantes. El asombro que les genera el colectivo (Ahmed, 2014) las invita a dar lo mejor de sí. A través de cuidados y de afectos hacia las compañeras del movimiento, van entrando en un bucle que parece no tener remedio. Clara menciona esto cuando dice que en ese momento lo más importante es estar para las demás. Algunas preguntas surgen a partir de esto: ¿por qué tendrían estudiantes estar brindando todo a otras estudiantes? ¿Por qué ellas consideran que si no están ellas nadie más hará algo al respecto? ¿Qué relación tienen estos liderazgos heroicos con la perpetuación de la división del trabajo que Federici, Carrasco y Pérez enuncian? ¿Son similares a las miradas de la madre abnegada que está ahí para su descendencia?

Finalmente, sobre los procesos terapéuticos o psicológicos, todas mencionaron llevar o haber llevado uno, aunque esto no se relaciona precisamente con su pertenencia al movimiento feminista. De cualquier forma, ellas afirman que este tipo de acompañamiento le ha ayudado a sobrellevar su activismo. Dolores afirma lo siguiente: “Voy a terapia y ahí trato de gestionar lo que vivo” (entrevista 11). Con lo anterior, se entiende que las estudiantes buscan tener herramientas para cuidarse y encontrar el bienestar en sus vidas. Como Dolores, prácticamente todas comenzaron procesos de terapia durante su papel como lideresas o un poco después de formar parte del movimiento. Sino lo consideran necesario inicialmente, se vuelve imperativo para mantenerse emocionalmente bien.

La inspiración y el impacto

Cuando se les preguntó sobre las personas que les inspiran o que les sirven de referente para su activismo en la universidad, muchas de las estudiantes hablaron sobre mujeres mayores de sus vidas, como sus madres (entrevistas 1, 2, 3, 7, 9, 10, 11 y 12) u otras mujeres de su linaje. Valentina, por ejemplo, admira a su mamá: “He visto su resiliencia, he visto la mujer tan fuerte que es” (entrevista 10). Coco mencionó que una de sus grandes referentes es su tía abuela:

[Ella] está muy metida en el feminismo y siempre ha hecho todo por la escucha activa. Recuerdo que invitaba a mujeres a su casa para que le hablaran de lo que querían hablar. Siempre he admirado el tiempo que ha dado a otras personas, pero sin descuidarse a sí misma. Es algo que quisiera tomar para mí. (Entrevista 12)

Como ya se mencionó previamente, Lagarde (1999) establece que es muy importante contar con una genealogía de mujeres que nos permita saber por qué hacemos lo que hacemos. En este sentido, varias de ellas logran identificar mujeres cercanas que se vuelven parte importante de su vida y que les hacen creer que lo que hacen lo están haciendo bien. De todas ellas, aproximadamente la mitad hablaron de figuras como profesoras. Esto también se vuelve interesante porque refleja cómo dentro del movimiento universitario feminista pueden existir referentes de profesoras universitarias que están involucradas en la misma lucha (Castañeda, 2022), pero, al mismo tiempo, da cuenta de las posibles tensiones que existen entre las agendas de unas y de otras, porque inclusive muchas de las estudiantes, si bien tienen buenas relaciones con profesoras y administrativas de las universidades, prefieren generar espacios solo de estudiantes.

En todos los testimonios es constante la inspiración en amigas o compañeras que han conocido en el camino del activismo feminista y de quienes aprenden constantemente. Son ellas quienes las han inspirado a formar parte del movimiento feminista, y con quienes han construido vínculos y han mantenido lazos que las ayudan a sostenerse como compañeras de aulas, como amigas universitarias, como futuras profesionistas con un mismo deseo de mejorar las condiciones para todas las mujeres desde el espacio que actualmente habitan y, sobre todo, como compañeras de lucha que buscan cambiar las normativas en sus espacios académicos para visibilizar las violencias, para denunciar los casos de impunidad, para resaltar de formas creativas las agresiones hacia sus compañeras, para recordar que esta lucha no ha terminado, para formar y preparar a otras compañeras, para sensibilizar sobre la situación de violencia en el país en el interior de la universidad y para transformar, poco a poco, positivamente la universidad que les tocó vivir. Como Clara, quien mencionó su admiración e inspiración en “compañeras más grandes que ya tenían más conocimiento muy avanzados, no solo en lo teórico, sino cómo tratarnos nosotras entre mujeres y cómo realmente compartimos y transmitirnos esta realidad y esta empatía” (entrevista 6). Asimismo, Coco habló de su gran admiración por una compañera que fue parte de la colectiva: “Yo la verdad las veces que la veía hablar, defenderse, yo decía yo sí quiero ser como ella” (entrevista 12).

De la misma forma, se les preguntó a las estudiantes cuál consideraban que era la contribución que el movimiento feminista hizo en todas las dimensiones de su vida. Para ellas, la gran diferencia hoy en día es “mirar con gafas violeta 18 ” y ser conscientes de las desigualdades de este sistema económico y social (entrevistas 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11 y 12). Rosa, por ejemplo, explica que “me ayudó a reconocer patrones y actitudes en mi vida. Hoy soy una persona más consciente y puedo darme cuenta de si estoy en una situación de violencia y qué no estoy dispuesta a permitir” (entrevista 1). Coco también compartió que desde que forma parte del movimiento tiene otra mirada: “Cuestiono mucho más todo, me pregunto por qué pasa todo esto y si realmente debería pasar, pero, sobre todo, si se puede cambiar. Tener una mirada más crítica de las cosas que pasan” (entrevista 12). Para Valentina e Hypatia también tiene que ver con una sensación de mayor seguridad ante la vida (entrevistas 9 y 10); y Rosa siente más confianza al expresarse:

[Soy] más valiente a la hora de levantar la voz. Buscar la manera de hacer acciones o un plan de acción para tener un plan a largo plazo. Involucrarme me ha ayudado a tener un panorama más amplio de saber cómo puedo hacer las cosas. (Entrevista 1)

Asimismo, su activismo les ha permitido un sentido de identidad que no quieren dejar de lado porque esto las ha transformado. A partir de estas experiencias, las estudiantes se convierten y se asumen o se adscriben como feministas. Clara mencionó que actualmente en su cuenta de LinkedIn indica que es una profesionista feminista: “Que es algo que me ha ayudado a identificar quién soy y a qué espacios quiero pertenecer, tanto como persona como profesional” (entrevista 6). De este modo, asumirse feministas para ellas si bien comienza en la etapa universitaria, se mantiene en el continuo para muchas de ellas y, como Clara, se vuelve parte de su identidad.

En el caso de otras compañeras, ellas llegan a hablar de que ya no se autonombrarían como feministas —como el caso de Simone o de Amelia—, porque, después de todas las marchas, protestas, pliegos petitorios, acompañamientos, reuniones con personal directivo, diseño de actividades de sensibilización y un sinfín de emociones y de desgaste físico, mental y emocional, de trabajos en horas de descanso, de atención inmediata a casos, de minutos acumulados en cuentas de plataformas virtuales, así como de cuestionamientos de representantes de los centros educativos que vivieron como parte del movimiento feminista universitario, el concepto ya no es suficiente para definir lo que consideran que son el día de hoy. Puede ser que, en una especie de negación, ellas elijan no asociarse más al término por las emociones negativas que les generó.

Sumando a lo anterior, es importante considerar los costos emocionales de los que se han hablado previamente y los aprendizajes que ellas han tenido de estas experiencias. En este sentido, este punto se relaciona con la forma en la que ellas se han volcado al movimiento feminista y con cómo buscan prevenir este desgaste emocional. Clara lo explica mejor, cuando afirma lo siguiente:

Sí hay causas para mí en esta vida que sí requieren que alguien que a veces sigas luchando, incluso cuando no estás en tu mejor momento, pero definitivamente he aprendido también a privilegiar y a darle un lugar muy importante a mi propia tranquilidad y a mi propia salud mental. Algo que siempre he tratado de mantener en mi cabeza es que, para ayudar a alguien más, primero tienes que estar bien tú. Es algo que le diría a la Clara del pasado. Y ya después sigues con tu lucha si quieres seguir con tu lucha. (Entrevista 6)

Por su parte, Amelia decidió enfocarse en promover proyectos educativos feministas, pero esto también tuvo un coste que la ha dejado fuera del activismo feminista:

Siento que hoy estoy mejor, pero hay cosas que ya no puedo hacer. Hoy ya no puedo ir a marchas. Antes daba pláticas de prevención, ya tampoco lo puedo hacer. Ya no me pongo en una posición política dentro de la institución porque el proceso no me favorece. He tenido que buscar apoyo por fuera. (Entrevista 4)

Como puede observarse, aunque las intenciones de muchas de ellas en un inicio son generar ese espacio seguro con las compañeras, la lógica de los cuidados que se mantiene en estos espacios las desgasta a un punto tal de que algunas de ellas después de esta experiencia deciden no formar más parte de la misma. Pensar en no volver a una marcha feminista por el daño causado, no formar parte de espacios como facilitadora de talleres o dejar de identificarse con el movimiento, son solo algunos de los impactos que tiene el hecho de que el sistema que habitamos —en este caso, incluyendo el sistema universitario— funcione bajo las lógicas del mercado, en las que este trabajo sigue invisibilizado y, aunque no se reconoce, puesto que muchas de las universidades no proveen de estos espacios de acompañamiento para las mujeres que denuncian, por ejemplo, se sigue exigiendo de ellas que asuman papeles que no les corresponden y que cumplan con este trabajo de cuidados para sus compañeras, así como de contención frente a posibles manifestaciones o expresiones de descontento por parte del movimiento.

Conclusiones

El movimiento feminista actualmente ha ganado varias batallas. Se han logrado conquistar luchas que durante varios siglos han querido alcanzarse. Las múltiples conferencias que se han realizado en Naciones Unidas en donde los países se proponen una lista de metas por alcanzar es una ruta que deben seguir sin duda en la búsqueda de alcanzar y de lograr que se promuevan oportunidades para todas las personas y que se reduzcan las desigualdades. Sin embargo, esto no puede acabar ahí. Las violencias que viven las mujeres alrededor de todo el mundo no tienen que ver solo con la generación de oportunidades. Mientras no cuestionemos el sistema que habitamos y que seguimos alimentando, los cambios no serán posibles ni suficientes.

Analizar algunas experiencias del movimiento feminista universitario en México brinda un primer panorama de la forma en la que necesitamos repensar este sistema. En la investigación que se llevó a cabo, se realizaron doce entrevistas a estudiantes universitarias y recién egresadas de distintas latitudes del país y de distintas instituciones públicas y privadas. Con el objetivo de conocer cuál es el papel del cuidado en estos movimientos, así como en la continuidad de los mismos, se realizó un análisis desde la mirada de la economía feminista, en la que se plantean diversas preguntas a las estudiantes, como cuál es la forma en la que se aproximan al feminismo y al movimiento feminista universitario, cuáles son las prácticas de cuidado que llevan a cabo dentro de las colectivas de las que forman parte, cuáles son las técnicas de autocuidado que implementan y, finalmente, cuál es la inspiración y el impacto que tiene el movimiento en sus vidas.

Con respecto a lo obtenido en esta investigación, se puede concluir que las estudiantes entrevistadas comienzan su vida en el feminismo porque perciben un mundo jerárquico, opresor, violento y hostil hacia ellas, y son la sorpresa, la indignación, la rabia y el dolor los que las llevan a accionar o a protestar al respecto. Para ellas, entre más mayores se hacen, más logran ver las desigualdades que habitan, específicamente en la etapa de la adolescencia, que es la etapa en la que se perciben como sujetas sexuadas. Muchas de ellas comparten cómo empezaron a cuestionar el porqué de los mandatos de género y que esto fue lo que las llevó a incursionar en el movimiento feminista. Asimismo, la razón por la que buscan sumarse al movimiento feminista universitario atiende a una necesidad de sentir que están realizando algo más que presenciar estas diferencias, al tiempo que quieren poner un alto a las violencias estructurales, institucionales, epistémicas, etc., que se presentan en el entorno universitario, porque es en esos momentos en los que pueden concluir que no se trata de un evento aislado, sino que la violencia atraviesa a cada una de las mujeres que las rodean. Entre ellas, se hacen conscientes de que si bien dichas violencias pueden variar dependiendo del origen que tiene cada una —desde una mirada interseccional—, existe algo que las identifica: todas a sus dieciocho años han vivido situaciones de violencia física, emocional, institucional, familiar, etc. 19 Esto es lo que genera que busquen un espacio en el que puedan sentir que su voz resuena con otras voces que viven las mismas realidades, lo que provoca un sentimiento de pertenencia.

Al formar parte de estos grupos, asociaciones o colectivas, ellas encuentran las redes que las hacen sentir acompañadas en la lucha por transformar su realidad. Las atenciones, los detalles, los acompañamientos, las confesiones, las pláticas, las lágrimas, las contenciones y las diversas muestras más de cariño y afecto que brindan en estos espacios son los que generan que las redes crezcan y que se construyan espacios seguros para las que forman parte del grupo y para todas aquellas que estén pasando por una situación de violencia y no lo saben o están descubriéndolo. A través de poner el cuerpo en cada una de las actividades que realizan, de volcar sus energías en llevar a cabo el trabajo que nadie más está haciendo y de adquirir una responsabilidad que no les corresponde —pero al Estado y, en este caso específico, a los centros educativos sí—, es que ellas han buscado mantener a las colectivas o a las asociaciones que han creado. A costa de su propio bienestar, han generado estrategias para seguir atendiendo y dando apoyo a otras compañeras.

En el caso del Estado, este debería garantizar un México sin violencia hacia las mujeres, generando políticas y acciones que atiendan la violencia de género en el país e implementando un sistema de justicia capaz de atender todos los casos de violencia, de llevar a cabo reparación de daño para familiares de las víctimas y de generar medidas y acciones que permitan un cambio de cultura y que fortalezcan un sistema de cuidados nacional que pueda desplegarse de forma correcta y que comience con la aprobación del decreto por el que se expide la Ley General del Sistema Nacional de Cuidados, que se presentó a finales del 2021. 20

Con respecto a las responsabilidades de los centros educativos, la tarea es más allá de la generación de protocolos. Se deben integrar medidas que busquen la prevención, la atención, la sanción del acoso y del hostigamiento sexual; se deben diseñar capacitaciones y sensibilización para el personal; se debe promocionar la igualdad de género en los planes de estudio e investigación, y se deben reparar los daños que han sufrido las estudiantes en dichos espacios. Estas acciones, sin embargo, deben ser consideradas desde una perspectiva de género y deben cuestionar las violencias institucionales que se viven y que se ejercen dentro de estos espacios. No se puede exigir que una o dos personas —los centros o las oficinas de género de estos planteles— sean quienes realicen toda la tarea, porque, de ser así, se estaría replicando la división de trabajo, como hasta el momento ocurre en muchas universidades, en las que se crean estas oficinas o departamentos para darle seguimiento y atención a las violencias. Mientras no se entienda que la responsabilidad le corresponde a todos, las consecuencias de las violencias se seguirán no solo perpetuando, sino exponenciando.

En el trabajo de investigación se pudo revisar que las estudiantes identifican el cuidado como la acción de proteger, poner atención a las personas que lo requieran, buscar que la integridad de las personas quede intacta, así como respetar y acompañar los procesos de quienes están en una posición vulnerable debido a las situaciones de violencia que viven. Es este quizás el tema que complejiza dicha situación, porque, al buscar por todos los medios el bienestar de las terceras personas, en la mayor parte de las ocasiones se pierde de vista el propio bienestar, y es este el reflejo de la misma distribución del trabajo que se ha comentado a lo largo del artículo. Son las mujeres las que cuidan, son las mujeres las que realizan el trabajo de estar para las demás personas, son ellas las que llevan a cabo las actividades que son invisibilizadas. Son las mujeres las que sostienen la vida.

En esta investigación se refleja cómo son las mujeres quienes llevan a cabo las actividades invisibilizadas de cuidado entre sus propias compañeras para atender los casos de violencia machista ocurridos en los propios centros de estudio. De tal modo que, a pesar de que actualmente existen protocolos de atención de violencia en varias de las universidades a nivel nacional —que se han generado como una respuesta a las demandas de la cuarta ola—, aún no es suficiente. Las violencias ejercidas en estos espacios son complejas, por un lado, mientras que, por otro lado, las violencias estructurales y la cultura son un caldo de cultivo para que las posibles soluciones no tengan el impacto esperado. A pesar de esto, los espacios universitarios —como ya se mencionó previamente— deben desarrollar acciones que prevengan, sancionen y atiendan las violencias ejercidas en estos espacios y no deben dejar la responsabilidad del cuidado a jóvenes que están cuidado a jóvenes, cuando la única responsabilidad que debería tener una joven estudiante es la de estudiar y ser una joven universitaria con todo lo que eso implica, como Clara lo menciona en algún momento de la entrevista y que se ha convertido en una máxima de esta investigación.

Finalmente, se les preguntó cuál es la inspiración y el impacto que tiene en sus vidas el movimiento feminista. La mayoría identificó a mujeres que les precedieron y les enseñaron que hay que luchar, que hay que ser fuertes, que hay que buscar cambiar las cosas cuando no les gusten. La genealogía feminista de las estudiantes les permite darse cuenta de por qué el cuidado es importante, de por qué construir vínculos brinda sostén emocional, de la importancia de tejer redes entre ellas para sostenerse. Son esos cuidados que han vivido en casa desde sus familiares mujeres, a través de amigas que las suman al movimiento universitario feministas o de profesoras, que ellas aprenden la importancia del cuidado en un espacio tan hostil y violento hacia ellas. Estos cuidados son la forma en la que ellas aprenden a sobrevivir en los espacios que habitan y son el modo con el que se mantienen a salvo las unas a las otras. Pero es esta misma enseñanza la que sigue replicando la división del trabajo de forma tal que ellas mismas tienen debates internos entre lo que deben contribuir y en dónde deben colocar los límites. Este es el mismo ejemplo de una madre promedio en el país que le brinda todo a su familia y ella queda al final. Las estudiantes entrevistadas en muchas ocasiones se colocan al final de la lista de prioridades, y, aunque logran lo imposible —estudiar una carrera profesional y ser activistas de tiempo completo—, los costos son altos y, sobre todo, la lógica no tendría que ser esa. Deberíamos comenzar a preguntarnos si buscamos heroínas o personas de a pie que estén —en la medida de lo posible— satisfechas con sus decisiones y que se realicen en lo que desean.

Otro de los elementos que se resalta es el impacto que tiene la participación en el movimiento para que ellas se sientan más seguras, para que sepan que es posible crear cambios y transformar realidades, así como ser críticas de las estructuras sociales. Las gafas violeta no podrán quitárselas nunca más, y eso está bien. Ellas entienden que las cosas no cambiarán mañana mismo, pero afirman que lo que hacen tendrá un efecto en algún momento. Ellas son como las lideresas del movimiento feminista global que buscaron cambios, a pesar de que no los verían.

Cuando se les hizo la pregunta de por qué continuaban en el movimiento feminista, muchas de ellas compartían que era porque sentían que, si no lo hacían ellas, no lo haría nadie más. Tan solo basta con mirar en las calles cualquier 8 de marzo, 28 de septiembre o 25 de noviembre para darse cuenta de que muchas de las que están ahí pueden llegar a tener esa misma sensación: “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas”. Las consignas que retiemblan fuerte en el centro de todas las ciudades en cada una de estas fechas nos permiten conocer que el sentimiento es compartido por cada estudiante universitaria que solo quiere atender sus clases, aprender y construir un mundo mejor, poniendo al servicio de la sociedad sus talentos para solucionar problemáticas. El gran problema es que, mientras ellas intentan buscar ese espacio en el mundo profesional, siguen sosteniendo el movimiento a través de las denuncias de la perpetuación de las violencias en sus espacios de estudio.

Con todo lo anterior, se puede concluir que, si bien los espacios que las estudiantes feministas universitarias generan en sus entornos buscan ser los refugios más amables y los espacios seguros para ellas, donde se sientan confiadas, acompañadas y fortalecidas, esto no es suficiente mientras las estructuras sociales sigan como hasta ahora. Porque ellas siguen cuidándose, frecuentándose, queriéndose, atendiéndose y poniéndose atención, mientras que el sistema sigue aprovechando este papel cuidador para seguir sin tomar responsabilidad desde todas las esferas. Tenemos que ser más audaces y revolucionar este sistema con cuidados promiscuos, para que todas las partes tomen responsabilidad y cuiden.

Agradecimientos

A todas las mujeres que con generosidad y valentía compartieron conmigo sus experiencias y sentires, a quienes confiaron en mi sin conocerme y a quienes dedicaron tiempo y mirada para editar este texto: infinitas gracias.

Gracias por resistir, por cuidar, por sostener la vida con coraje. Por ustedes la esperanza persiste y por ustedes escribo.

Muchas gracias,

Raque

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Entrevistas

Anónimo (2024), “Entrevista 1. Rosa”, entrevistado por Raquel Ortiz-Ledesma, [zoom/audio], Querétaro, 5 de octubre de 2024.

Anónimo (2024), “Entrevista 2.Frida”, entrevistado por Raquel Ortiz-Ledesma, [zoom/audio], Querétaro, 5 de octubre de 2024.

Anónimo (2024), “Entrevista 3.Simone”, entrevistado por Raquel Ortiz-Ledesma, [zoom/audio], Querétaro, 13 de octubre de 2024.

Anónimo (2024), “Entrevista 4.Amelia”, entrevistado por Raquel Ortiz-Ledesma, [zoom/audio], Querétaro, 30 de octubre de 2024.

Anónimo (2024), “Entrevista 5.Eleanor”, entrevistado por Raquel Ortiz-Ledesma, [zoom/audio], Querétaro, 8 de octubre de 2024.

Anónimo (2024), “Entrevista 6.Clara”, entrevistado por Raquel Ortiz-Ledesma, [zoom/audio], Querétaro, 12 de noviembre de 2024.

Anónimo (2024), “Entrevista 7.Virginia”, entrevistado por Raquel Ortiz-Ledesma, [zoom/audio], Querétaro, 9 de noviembre de 2024.

Anónimo (2024), “Entrevista 8.Ruth”, entrevistado por Raquel Ortiz-Ledesma, [zoom/audio], Querétaro, 9 de noviembre de 2024.

Anónimo (2024), “Entrevista 9.Hypatia”, entrevistado por Raquel Ortiz-Ledesma, [zoom/audio], Querétaro, 11 de noviembre de 2024.

Anónimo (2024), “Entrevista 10.Valentina”, entrevistado por Raquel Ortiz-Ledesma, [zoom/audio], Querétaro11 de noviembre de 2024.

Anónimo (2024), “Entrevista 11.Dolores”, entrevistado por Raquel Ortiz-Ledesma, [zoom/audio], Querétaro, 11 de noviembre de 2024.

Anónimo (2024), “Entrevista 12.Coco”, entrevistado por Raquel Ortiz-Ledesma, [zoom/audio], Querétaro, 11 de noviembre de 2024.

Notas

* Artículo de investigación

1 Ciudad de México (1975), Copenhague (1980), Nairobi (1985) y Beijing (1995) (ONU Mujeres, 2024b).

2 Chile, Brasil, Argentina, México, Pakistán, Turquía y España, son solo algunos ejemplos. Se estima que el llamado alcanzó más de 45 países a nivel mundial (Gualano, 2018).

3 En varias universidades las colectivas feministas se conforman específicamente por estudiantes universitarias. Sin embargo, dentro de las universidades existen profesoras, investigadoras, administrativas, así como profesionistas de apoyo que se reconocen como feministas. Si bien muchas de las estudiantes buscan espacios solo de estudiantes, reciben guía y acompañamiento por parte de otras mujeres que trabajan o colaboran dentro de los espacios académicos y estas personas también generan una gran influencia en las estudiantes. De tal forma, en las universidades convergen feministas con objetivos, papeles de incidencia y agendas que es importante visibilizar para entender la complejidad del mismo movimiento universitario feminista. Martha Castañeda (2022) lo explica mejor cuando menciona que las nuevas protagonistas (las feministas universitarias) siguen los pasos de las profesoras y académicas que iniciaton el largo camino de la oposición a las violencias en las universidades desde la década de 1960 y de las trabajadoras administrativas que empezaron a denunciar el acoso laboral y el hostigamiento sexual. Ahora, las universitarias que pertenecen a estos grupos académicos laborales presionan también a las mujeres que ocupan puestos directivos para que actúen de manera consecuente con sus demandas de género (Castañeda, 2022)

4 De acuerdo con Aidee Rodríguez, Rocío Quintal y Claudia Salinas (2022), los activistas son “sujetos que se encargan de cambiar el estado de las cosas cuando se encuentran ante una situación”( p. 871). Las autoras hacen una revisión del significado en el tema de los activistas de derechos humanos y establecen que las personas activistas construyen el significado a partir de su labor, del hacer diario, de los obstáculos que se presentan, así como de los vínculos que van formando. En el caso del activismo feminista, la autora Marisol Anzo (2022) define que en el caso de México la primera representación es la que ocurre en la década de los años 90 con el caso de los asesinatos en Ciudad Juárez y en el que, a través de su tesis Del dolor a la esperanza: constelación de emociones en el activismo feminista contra el feminicidio en contextos sociales de alta violencia en México, busca destacar el componente emocional que se refleja en el activismo, en el que emociones como el miedo, el dolor y la rabia permiten los procesos de acción y movilización de las mujeres.

5 CLACSO (Cano et al., 2024) realiza una recopilación llamada Mareas feministas en las universidades latinoamericanas. Hilando dedde la experiencia: autoetnografías de la revuelta feminista en las universidades latinoamericanas en la que se habla desde las historias de profesoras y estudiantes universitarias y de su acercamiento al feminismo y varias de ellas comparten las distintas expresiones feministas como estudiantes de universidad

6 Para conocer más al respecto, Federici (2004) establece un análisis en su libro Calibán y la bruja, en el que establece desde una mirada histórica la forma en la que el patriarcado se difunde en el mundo occidental y en los territorios colonizados por Europa, y resalta la forma en la que el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado se apalancan para generar el sistema que habitamos actualmente.

7 Comenzó como un grupo de lectura de personas de distintas disciplinas que se reúne desde 2017 con el objetivo de comprender y abordar las diversas crisis de atención. Algunos de sus miembros son Kamie Hakin, Andreas Chatzidakis, Jo Littler, Lynne Segal y Cahterina Rottenberg.

8 De acuerdo con Pérez (2015), quien le da continuidad a la idea que instala María José Capellín en el seminario generado por colectivos de mujeres y sindicatos debido a una Ley de Atención a la Dependencia en 2005 y habla del hombre BBVA: blanco, burgués, varón y adulto. Amaia Pérez integra la h de heterosexual. En el imaginario social, esta representación se ubica en el centro de la sociedad y, como tal, posee todos los privilegios en esta. Dentro de un sistema jerárquico, es quien se coloca en la primera posición y, por ende, posee los recursos y el poder y a partir de él se define la vida misma (Pérez, 2015).

9 De acuerdo con EQUIS, Intersecta y la Red Nacional de Refugios (2020), en el período de pandemia México vivió un aumento en los casos de violencia hacia las mujeres. El total de mujeres asesinadas en abril de dicho año fue de 11,2 mujeres por día. Asimismo, de marzo a abril, el porcentaje de mujeres asesinadas aumentó un 2 %, y el total de llamadas relacionadas con violencia sexual, familiar y contra mujeres en abril de 2020 fue de aproximadamente 143 llamadas por hora.

10 La complejidad de estos procesos radica en que, cuando se lleva a cabo una denuncia, el tema no para ahí. Para las estudiantes que realizan la denuncia, existe una dificultad de querer realizarla porque, primeramente, no sabe si será un mecanismo confiable y existe el temor de que, al enterarse de la denuncia, exista una repercusión social para ellas. De la misma forma, la denuncia es el primer paso del recorrido, puesto que, después de esto, se integran elementos como el proceso de investigación (que puede llevar varios meses), los espacios en que se evalúa el caso a través de la denuncia y de la investigación realizada y, finalmente, la toma de decisión de las medidas adoptadas para este caso. En muchas ocasiones, y dependiendo de los protocolos, la medida se establece para la persona denunciada, pero no se vuelve con una respuesta para la persona denunciante sino hasta finalizar el proceso. Aunado a esto, en muchas ocasiones es una o son dos personas las que brindan dicha atención a los casos y que deben llevar los procesos de investigación al mismo tiempo, lo que genera y retrasa la dictaminación de las medidas generadas. Finalmente, a esto se agregaría que en muchas de las decisiones la dictaminación no tiene más efecto que en los espacios universitarios, pues estas son medidas que se toman dentro de dichos centros, pero para que esto proceda se deben llevar a cabo las denuncias de manera legal para tener un mayor impacto.

11 Como ya se ha mencionado, los procesos de denuncia pueden durar meses por cuestiones tanto de la investigación como de los pasos necesarios para generar una dictaminación. En muchas ocasiones, estas denuncias no se vuelven válidas porque no hay suficiente evidencia, en otras ocasiones, cuando se toman medidas se opta por brindar medidas formativas y en varias universidades no existen sanciones que ellas consideren justas, por lo que la duración del proceso y las decisiones para muchas de ellas son la razón perfecta para generar el escrache que es inmediato y una “funa” pública para los agresores.

12 Pérez (2015) no es la única que habla en este sentido. Ya desde la mirada de la filosofía política y del derecho de la escuela de Frankfurt, Alex Honneth (1992) hablaba sobre una teoría del reconocimiento, en la que se refería al poder que tienen la exclusión y menosprecio para generar en las personas que son excluidas no solo la limitación de su autonomía, sino que propicia el sentimiento de que no son sujetxs moralmente iguales. De una forma similar, Butler (2010) habla sobre las vidas que merecen ser lloradas en sus investigaciones, haciendo referencia a cómo en las guerras se generan jerarquías sobre las vidas que merecen tener un reconocimiento y sobre aquellas que deben ser lloradas.

13 Se refiere a todas las vinculaciones multidireccionales que generamos con otras personas para la promoción y el sostenimiento del bienestar y de la vida. Otro de los términos que también se utiliza en este caso es el de cadenas de cuidados, que se refiere a la forma en la que las mujeres brindan estos cuidados cuando otras mujeres no pueden hacerlo, porque se insertan en el sector productivo (López et al., 2022). El ejemplo más claro de esto son las migraciones de mujeres del Sur Global que se dirigen a países de Europa o de América del Norte para realizar un trabajo no remunerado y de cuidados. En el caso de lugares como México, este mismo fenónemo se observa en las mujeres que vienen de las comunidades rurales a trabajar a las ciudades. Para los estudios feministas, este es un concepto importante y, desde la mirada de la economía feminista, este concepto es el pilar que permite tejer relaciones con las personas del entorno.

14 Malo (2004) describe la forma en que estos grupos tienen un auge total en la década de los años 70, y se gestan desde el feminismo radical. Con ellos se buscaba “‘despertar la conciencia latente’ que todas las mujeres tenían de su propia opresión, para propiciar la reinterpretación política de la propia vida y poner las bases para su transformación” (p. 22). Estos grupos tenían como propósito que las mujeres pudieran ser expertas de sus propias opresiones desde una experiencia íntima y personal.

15 Dentro del feminismo comunitario esta palabra busca resaltar la forma en la que las mujeres acompañan a otras mujeres que han vivido distintos tipos de violencias: estructural, desde el extractivismo y con la defensa del territorio, dentro de sus comunidades. Lorena Cabnal (2017) explica que, dadas todas estas condiciones de opresión dentro de las comunidades de pueblos originarios, como en su caso, en Guatemala, se generan colectivas que permiten sostenerse entre ellas. En sus propias palabras: “Por eso nos cuerpamos, es decir, estamos y sentimos las injusticias e indignaciones que viven otros cuerpos y la naturaleza a causa del patriarcado; nos juntamos y actuamos con plena conciencia para defender de manera colectiva nuestro cuerpo. Porque, antes que de derechos humanos (DD. HH.), se trata de principios de vida de nuestras cosmogonías, y porque se trata de un acto político de reivindicación de la vida” (Cabnal, 2017, p. 102). Para las estudiantes feministas, acuerpar es una palabra que implica el acompañar como un mecanismo de resistencia contra las múltiples violencias que viven como estudiantes y como una forma de acto político en protestas, marchas y acompañanmiento de compañeras que han denunciado o que están viviendo alguna violencia.

16 Uno de estos ejemplos es el de Margaret Swarbrick, quien desarrolló en 2006 el modelo de las ocho dimensiones del bienestar integral, que integra la dimensión emocional, física, espiritual, social, intelectual, ocupaiconal, ambiental y financiera (Swarbrick, 2006).

17 Rosa, Frida, Simone, Amelia, Eleanor, Clara, Virginia, Hypatia, Valentina y Dolores.

18 Es una metáfora utilizada para representar la perspectiva de género y cómo, a través de ella, se logran observar las desigualdades entre hombres y mujeres y las estructuras que perpetúan dichas desigualdades.

19 Se menciona en este apartado las violencias múltiples que enfrentan estudiantes, pero no pueden dejarse de lado a las otras mujeres que habitan los centros universitarios y espacios educativos, y que viven constantemente situaciones de violencia. Como ya se ha revisado, entender la complejidad de estas violencias hacia distintos grupos, así como los objetivos que cada una de ellas tiene, forma parte de la diversidad del movimiento feminista universitario.

20 Presentaron el 30 de noviembre esta iniciativa Martha Lucía Micher Camarena, Oiga María del Carmen Sánchez Cordero Dávila, Blanca Estela Piña Gudiño, Ma. Guadalupe Covarrubias Cervantes, Bertha Alicia Caraveo Camarena y el senador Cesar Arnulfo Cravioto Romero, integrantes del Grupo Parlamentario Movimiento de Regeneración Nacional; Patricia Mercado Castro e lndira Kempis Martínez, del Grupo Parlamentario de Movimiento Ciudadano; Beatriz Paredes Rangel, del Grupo Parlamentario del Partido Revolucionario Institucional; María Graciela Gaitán Díaz, del Grupo Parlamentario del Partido Verde Ecologista de México; la senadora Geovanna del Carmen Bañuelos de la Torre y Cora Cecilia Pinedo Alonso, del Grupo Parlamentario del Partido del Trabajo, y Alejandra del Carmen León Gastélum y Nancy de la Sierra Arámburo (Senado de la República, 2021).

Notas de autor

a Autora de correspondencia. Correo electrónico: rortizle@tec.mx

Información adicional

Cómo citar: Ortiz-Ledesma, R. (2025). Prácticas de cuidado en el movimiento feminista universitario: un estudio de caso de las morras universitarias mexicanas. Papel Político, 30. https://doi.org/10.11144/Javeriana.papo30.pcmf

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