El patrimonio cultural de un callejón*

The Cultural Heritage in an Alley

Apuntes. Revista de estudios sobre patrimonio cultural, vol. 31, núm. 2, 2018

Pontificia Universidad Javeriana

María Graciela Manjarrez Cuéllar a

Universidad de Guanajuato, México


Jaime Alfredo Bailleres Landero

Universidad de Guanajuato, México


Fecha de recepción: 23 Enero 2018

Fecha de aprobación: 08 Agosto 2018

Fecha de publicación: 18 Diciembre 2018

Resumen: La reflexión presente considera que la ciudad de Guanajuato, México, es representada como un patrimonio universal por su cultura emblemática de sitios históricos y artísticos. Sin embargo, el vecindario de un callejón tiene lugares y rasgos culturales significativos basados en otros objetos de valor, como son las experiencias laborales, ambientales, sociales y afectivas. Aquí no importan tanto los objetos del patrimonio institucionalizado sino las experiencias de vida de los habitantes en su relación diaria con ellos. Su valor no solo está representado en las piezas de arte o históricas en sí mismas, sino en el uso que los habitantes les dan en sus interrelaciones.

Palabras clave: lugares de patrimonio, vida diaria, comercio, cultura.

Abstract: This reflection starts from the fact that Guanajuato, Mexico, is represented as a city of universal heritage thanks to its emblematic culture of artistic and historic venues. However, the neighborhood in an alley is plenty of significant cultural traits and places based on other valuable objects, like the working, environmental, social and affective experiences. In this place those objects belonging to the institutionalized heritage do not care so much as the life experiences the inhabitants have with such objects in their daily lives. Their value is not only represented in the very artistic or historic pieces, but in the use the inhabitants make of them in their interrelations.

Keywords: heritage places, daily life, trading, culture.

Un exminero, vecino del callejón
Figura 7
Un exminero, vecino del callejón


Fotografía: archivo de los autores.

Introducción

El ensayo presente tiene como propósito valorar el uso del patrimonio cultural instituido como el acervo de una colectividad emplazado por un valor mercantil. Los habitantes de un lugar, como es en este caso un callejón, se apropian de su espacio comunitario como vecinos y así establecen un sentido propio, distante del patrimonial instituido. Aquí se aborda una discusión basada en la noción sociológica de patrimonio definida como una cultura real vivida, que puede ser distinta a la que se espera de sus habitantes como ciudadanos. En este contexto, el patrimonio es el conjunto de modelos que regulan el comportamiento y apropiación de los bienes inmateriales y materiales de sus integrantes (García, 2011, p. 17) que les otorgan sentido de colectividad. Pueden ser referentes culturales, históricos, naturales o restos heredados del pasado y del presente que se hacen presentes al compartir un territorio, pero los más significativos son los de las experiencias vividas en común. Para mostrar, a manera de ejemplo, esta relación, se han realizado recorridos de observación de campo, con entrevistas y un registro fotográfico de la vecindad del Callejón de Peña Grande, además de la revisión de la bibliografía sobre el tema, con el propósito de abrir esta discusión.

La hipótesis que se plantea es que el patrimonio cultural ha sido sustituido paulatinamente debido al valor comercial que conduce a privatizar los lugares de relación social de sus habitantes, pero que las vecindades, como la que se muestra en este estudio, se sirven de los símbolos comunitarios vividos en común para crear una convivencia basada en necesidades mutuas. La ocupación de una calle –como es un callejón– tiene diversas interpretaciones: una la define como un asentamiento con un tratamiento legal, explicado en general como apropiación y uso del conjunto de bienes patrimoniales; otra interpretación es que se trata de un legado de lugares que han sido apropiados no solo por los vecinos sino por la Nación, mantenidos por sus mitos en torno a la misma y reproducidos por varias generaciones para su preservación.

La noción de patrimonio, adoptada en general desde 1972, ha sido una medida de protección contra la destrucción y para la conservación de los bienes universales naturales y culturales (Unesco, World Heritage, s,f.); su antecedente se encuentra en la práctica de la recolección de objetos que luego fueron atesorados como colecciones de museo (en lo que respecta a las piezas de arte). Pero el patrimonio sobre el cual se reflexiona aquí no solo se refiere a los bienes materiales sino, también, a los inmateriales, definidos como expresiones que surgen de las tradiciones orales y por aquellas manifestaciones creadas por los usos en común. Son intercambios de símbolos de cohesión social, de uso y protección del ambiente, de significados valiosos para una comunidad que dan valor a su vida diaria, y a los que se exponen los transeúntes.

La interpretación patrimonial no solo está ligada a la historia y el arte, también tiene una dimensión económica generada por el uso de esos bienes en la actividad de comercio de los negocios establecidos en las zonas turísticas, tanto de propietarios locales como nacionales o transnacionales, quienes ocupan los lugares más rentables por su atractivo histórico y cultural. Lo que resulta de esta ocupación es que se traslapan las viejas costumbres tradicionales de sus habitantes con los clichés turísticos y la publicidad de estos establecimientos. Se transita en la puesta en escena de la oferta comercial de símbolos transnacionales, nacionales y locales, y que tiene un interés considerable por localizarse en la zona histórica y cultural más simbólica de las ciudades. Es el caso del centro histórico de la ciudad de Guanajuato, donde se crea una tensión con las experiencias locales que no siempre tienen esos referentes comerciales.

Este es el panorama del fenómeno mundial de privatización de los espacios públicos, con la cual se aprovecha la utilidad del ingreso por el ramo del turismo. Las ciudades enfrentan, de esta manera, una relación discontinua con el espacio (Castells y Mollenkopf, 1999, p. 438) en la que se entremezclan los emblemas empresariales con las costumbres locales, mediados por sus interrelaciones de capital. El proyecto de la modernidad genera una crisis de descomposición en la que la tradición agota su discurso de validación comunitaria. La ciudad vivida en la modernidad ha entrado en crisis debido a que ha agotado sus discursos de cohesión social, entre los cual se incluye la cultura local, para ser lanzada a la sociedad de masas (Touraine, 2012, p. 93). También se ha distanciado del progreso y las mejores condiciones de vida que motivaron el éxodo de habitantes del campo a la ciudad. La cultura de masas o de medios influye en casi todas las esferas de producción social.

El ámbito llamado público, al expandir su economía en los espacios de relación social de una población, genera una segregación causada por las dificultades de acceso de los habitantes a los recursos de capital que usualmente se destinan al turismo; este es un sector socioeconómico favorecido que puede consumir tanto los servicios turísticos como los de recreación, en un ámbito en el que se van sectorizando las zonas patrimoniales. Lo público es el lugar de una convivencia colectiva experimentada por los habitantes por su cultura local, a la que se le agregan los símbolos de los negocios, aunque de un modo marginal.

Algunos datos recientes dan una idea de la importancia del turismo con la economía del valor patrimonial: en 2015 el Estado de Guanajuato tenía 5 853 677 habitantes (Inegi, 2015) (el 4,9% del total del país) y aportaba al PIB (producto interno bruto) nacional por su comercio el 4,2%. La ciudad de Guanajuato, por su parte, en 2010 tenía alrededor de 184 000 habitantes. En un solo mes –mayo de 2017– llegaron a la ciudad 65 655 turistas, quienes hicieron un gasto de $172 172 785 (pesos mexicanos; aproximadamente US$...) (Inegi, 2015 y Secretaría de Turismo del Estado de Guanajuato, 2017).

Aunque va ganando terreno la expansión del comercio en las zonas de valor cultural, los habitantes locales se relacionan en la cotidianeidad en una red intersubjetiva de experiencias de vida, en la que intercambian sus intereses basados en las experiencias en común. El espacio se construye como una intersección de múltiples tráficos, desde los sectores para el turismo, el comercio y el entretenimiento local, hasta aquellos relacionados con los eventos culturales religiosos, deportivos y de arte, que congregan a sus habitantes por las vías peatonales. Es decir, el encuentro obligado se da por el tránsito en las calles o las plazas públicas, no porque esa interrelación dé lugar a su apropiación, sino porque son lugares de paso. Los habitantes hacen suyos los circuitos de paso por el uso que les dan, sobre todo el que se hace por las experiencias vividas en común y, así, dichos circuitos adquieren otro sentido, apartado de lo patrimonial instituido. Aun cuando en Guanajuato se tienen numerosos objetos patrimoniales de gran valor, los habitantes de una zona vecinal como un callejón usan sus lugares en común por el encuentro en una convivencia de asistencia mutua y de redes de amistad o parentesco. Son lazos de afecto.

Surge así la reflexión sobre la relación del vivir en una ciudad con un patrimonio universal constituida como un símbolo de tradición, por un lado; y por otro, la significación de un espacio, como un callejón, como hay tantos en esta ciudad, que le suma sus vivencias al centro patrimonial de modo marginal. Esto lleva a plantear una posible paradoja entre lo vivido local y el poder del capital, así como el carácter de la relación entre los lugares consagrados y los legitimados por sus habitantes. El objetivo de este escrito es la reflexión sobre la posibilidad de establecer esta relación.

El lugar de convivencia

Con el propósito de tener un punto de partida basado en lo local, se llevó a cabo una observación de campo en el callejón y en los sitios usuales del turismo patrimonial, con la intención de conocer la dinámica de los usuarios de estos lugares. Para el estudio se ha considerado la interpretación de la sociología, como, entre otras, la de Pierre Nora (2001) sobre la noción de los lugares de la memoria, quien destaca que hay una ruptura con el pasado en la historia que deslegitima la memoria como representación del pasado vivido. En los años ochenta el autor relacionó la memoria colectiva nacional francesa y la disciplina de la Historia, para señalar que la memoria se activa cuando la tradición se activa y que la memoria nacionalista monumental se encontraba en vías de extinción. La memoria en este sentido no es un recuerdo, sino una “economía general del pasado con el presente”, es un ritual y es la historia de su laicización, que actúa como la “memoria, patrimonio y conmemoración”, cuyo sentido se materializa por sus modos de rememorarse (Allier, 2008, p. 13). Así, los emblemas de lo patrimonial son un recurso para la conmemoración de una nación o una ciudad. La gran Historia organiza el recuerdo oficial con los rituales de las hazañas de la Nación, con emblemas que le dan homogeneidad a la colectividad y sacralización a los lugares, es decir, el patrimonio nacional y universal. Su sacralidad cívica es la de una “creatividad humana, de las grandes civilizaciones, la autenticidad, la historia, la ciencia y arte universales” (Arroyo, 2009, p. 6). Por su parte, el discurso del turismo es el entretenimiento, cuestión que, tratándose de una ciudad como Guanajuato, entremezcla los valores culturales-históricos con los del mercado en un escaparate de paso. En los recorridos turísticos, tan pronto como se relatan los símbolos como anécdotas curiosas, se olvida pronto su valor real y se desvaloriza el peso que tuvieron esos lugares en sus momentos de importancia. Los guías de turistas hacen reír a los turistas, para entretenerlos, como en la cultura de masas y para ganarse una propina extra.

Un gran relato de la historia universal de la humanidad está en internet, en donde la diversidad es puesta en planos en las pantallas de los dispositivos, unos tras otros, desplegados en segundos, con sus íconos convertidos en souvenirs del entretenimiento hiperreal. Su omnipresencia mediática en los sitios patrimoniales ha sido también una oportunidad para ofrecer datos de esos lugares a través de instrumentos como el código QR de respuesta rápida para los teléfonos móviles. También es un lugar común el particular valor que turistas o locales le dan a esos símbolos históricos y culturales patrimoniales, en un recorrido de vista de pájaro que quedará plasmado en la fotografía selfie en alguna red social de medios; usualmente esas imágenes están vacías tanto de significados como de sentido histórico o cultural, porque obedecen a otros propósitos. Pero, por otra parte, este fenómeno ha tenido una respuesta de revaloración hacia el rescate de la conservación de las tradiciones inmateriales o materiales, en una paradoja de cierre de defensa ante el despojo de los lugares de uso comunitario, a la vez que de apertura de otras significaciones.

En la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial aprobada por la Asamblea General de la Unesco en 2003 y puesta en marcha en 2006, se aceptó a México como Estado parte, junto con otros 175 países. En 2017 la Unesco lo definió como el patrimonio cultural no tangible, es decir, aquel que es oral o inmaterial (Unesco, 2017). De esta manera se ha promovido una legitimidad universal que ha dado a conocer la noción de la cultura inmaterial y se ha fortalecido el respeto a la valoración de los bienes de cada cultura creada por sus propios miembros. En este contexto, ellos son considerados “portadores de cultura”, como se reafirmó en la Reunión Internacional de Expertos de la Unesco realizada en Río de Janeiro en 2012 (Villaseñor y Zolla, 2012, p. 77).

Se podría preguntar: ¿cómo se valida este proceso?, ¿desde qué podium hablan los expertos para señalar quiénes son los portadores, si en muchas ocasiones sus informantes son sujetos que teatralizan su cultura para el mercado extranjero?; muchos de ellos son guías de turistas improvisados o que no pertenecen a una etnia y caracterizan un folclor mercantilizado.

No es propósito de este escrito abundar en estos importantes asuntos, sino solo señalar que los sujetos mencionados en este escrito son vecinos que no saben que son portadores de una cultura, aunque lo son. Ellos se reconocen como vecinos, amigos, fieles o ciudadanos, pero no se asumen como agentes de su cultura. Tampoco como mercancías, sino como integrantes del legado de una calle de paso vecinal, que es una peña. Han heredado un lugar cuyas minas y emblemas históricos son fuente de explotación desde tiempos coloniales hasta los actuales, lo que enriquece sus relatos; pero este lugar también se caracteriza por la presencia e influencia de habitantes de paso o de vecinos permanentes asentados en este lugar.

El patrimonio de un callejón

Guanajuato fue declarada como Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1988 por sus emblemas históricos y culturales así como por la singularidad de sus asentamientos. Fue fundada en 1570 por el rey Felipe V de España como Estancia de Guanajuato, denominada Real de Minas Guanajuato. Luego se constituyó la Alcaldía Mayor en 1574 y en 1790 fue declarada Intendencia. También fue capital de la República durante el periodo del presidente Benito Juárez. Con la Independencia, en 1821, se convirtió en la ciudad capital del Estado. En 1903 el presidente Porfirio Díaz inauguró uno de sus símbolos, el Teatro Juárez; otros son el Palacio Legislativo, el Monumento de La Paz, el monumento a Hidalgo y la Presa de la Esperanza. En 1953 se empezaron a realizar los Entremeses Cervantinos y en 1972 se dio inicio al Festival Cervantino, un evento cultural y artístico de gran valor en América Latina por su calidad y diversidad, el cual se celebra anualmente.

Guanajuato conserva su carácter de ciudad minera, con vetas de oro y plata cuya explotación se encuentra activa desde el siglo XVI hasta la fecha. También posee otro rasgo particular, el de tener una población flotante continua compuesta por visitantes extranjeros y nacionales y residentes temporales o en proceso de convertirse en permanentes, así como por migrantes oriundos de diversos lugares del país, que le dan a la población una movilidad cultural amplia. Por ser la capital del Estado y la sede de los poderes estatales, recibe a migrantes de paso para realizar oficios diversos. Asimismo, las calles son transitadas por una población numerosa temporal conformada por usuarios de sus instituciones de educación del nivel medio y superior. Otro dato que tiene un gran peso en la población es que más del 90% de los habitantes profesan la religión católica de manera devota, por lo que todo el año se llevan a cabo diversas actividades que congregan a la población para las celebraciones. Por ser un lugar muy activo todo el año hay eventos diversos de arte, ciencia, cultura, religión y deporte. Sus emblemas patrimoniales son muchos y uno de los más representativos, como ya se dijo, es el Teatro Juárez, el cual, por su valor histórico del siglo XIX y por su actividad cultural, es también un importante centro de reunión (Fig. 1).

Teatro Juárez. Se
resalta el letrero: “cuida tu patrimonio”
Figura 1
Teatro Juárez. Se resalta el letrero: “cuida tu patrimonio”


Fotografía: archivo de los autores.

Guanajuato tiene una orografía montañosa y sus vías de tránsito son calles irregulares, con caminos subterráneos, túneles y callejones; de estos últimos se dice comúnmente que nadie tiene una cifra precisa de cuántos son, en parte por ser sus asentamientos muy abruptos. Los túneles son también un emblema de la ciudad y dan cuenta de la irrigación por canales y ríos desde tiempos decimonónicos; luego fueron convertidos en vialidades de tránsito de automóviles y camiones. Los caminos que comunican las vías principales con las casas de habitación se caracterizan por subidas y bajadas pronunciadas; en muchos casos se transita a pie por los callejones porque no hay acceso para los vehículos.

El callejón de este estudio se localiza en la ladera de la montaña; es una vía peatonal estrecha usada principalmente por vecinos como sucede en un barrio, que comparte sus historias, junto con leyendas y otros sucesos verídicos. Se denomina el Callejón de Peña Grande por estar situado originalmente en una peña. Sus habitantes fueron ocupando el lugar conforme la ciudad fue creciendo, con un aumento considerable a partir de 1950 (Inegi, s.f.). Algunas casas tienen un valor histórico y son inmuebles catalogados que usualmente se sitúan a pie de calle, pero en general las del callejón son producto de una ocupación improvisada que avanzó a la par con el crecimiento de la población.

A lo largo del texto se muestra el recorrido que se realizó por el callejón, que dio lugar a la escritura de esta reflexión, cuya interpretación fue surgiendo en varios años de tránsito por este lugar enigmático. Los conceptos de este artículo son operativos, es decir, han servido para seguir una argumentación que sea capaz de interpretar la observación realizada. Nos hemos servido tanto de datos actuales como de fuentes clásicas para su interpretación.

“Todos se conocen”

El título de esta sección hace alusión a declaraciones de vecinos del Callejón de Peña Grande, ubicado en el área del centro de la ciudad; aunque es más habitacional que turístico, se ha considerado para este ensayo por representar una pequeña muestra de los vínculos entre los vecinos hechos por lazos de parentesco y amistad. Se trata de unos cincuenta vecinos aproximadamente que conviven en el callejón, aunque la cifra no es exacta por la movilidad de la población. No todos han residido allí por mucho tiempo; por ejemplo, se integran temporalmente a la dinámica del lugar algunos estudiantes de nivel medio y superior que rentan habitaciones o casas, una práctica común en esta ciudad; ellos son bien recibidos por los habitantes permanentes y a veces se les da un precio especial en el consumo de servicios por ser estudiantes. Los vecinos también se visitan a sus casas, cuidan de algún miembro de la familia, conversan en el paso a pie o en los negocios del callejón, en una convivencia cordial. Si requieren de algún servicio, como la compra de comida en las tiendas cercanas, cualquiera ayuda con agrado. La solidaridad puede demostrarse en hacer la compra de un vecino que por alguna razón no la puede hacer, o en dar algún recado, ya que todos se conocen. Están pendientes de todos, porque se relacionan a pie, de cuerpo a cuerpo. Entre todos se construye una red de ayuda mutua que crea lazos de afecto en condiciones de necesidades semejantes.

Entrada al Callejón
de Peña Grande
Figura 2
Entrada al Callejón de Peña Grande


Fotografía: archivo de los autores.

Varios vecinos han heredado de sus padres la casa donde actualmente viven, y pueden convivir varias generaciones en una casa. Muchos adultos tienen el recuerdo de su infancia en este lugar. Algunos de los que ya no viven ahí, pues encontraron casa en las afueras, extrañan tener los servicios cercanos que se pueden recorrer a pie, como un mercado, iglesias, hoteles, tiendas, un centro deportivo o las paradas de camión. Estas circunstancias permiten que, para cubrir las necesidades de la vida diaria, no sea necesario tener coche y, si se llega a necesitar, habrá quien lo comparta. Se camina como si fuera la extensión de una intimidad espacial familiar, de un pie detrás del otro sin requerir de más vehículo que el del cuerpo propio para cargar los muebles, las bolsas de comida, los tanques de gas o los garrafones de agua. Así mismo, cuando se hacen reparaciones a una casa, se cargan en los hombros por el callejón los pesados materiales de construcción.

El caminar es un poder hacer, realizar actos propios, es la potencia que “no sucede en el tiempo” sino en un no-ahora, sin sucesión causal pero potencial. Un acto es el “ahora” pero la potencia es el “siempre”, no como presencia sino como no-actualidad del tiempo en su conjunto inmutable (Virno, 2003, p. 30). El cuerpo tiene una atemporalidad, como si siempre hubiera estado ahí y se pone en marcha sin requerir el impulso de un elemento externo. Al caminar se extiende la potencia del “nosotros” porque todos poseen un cuerpo, se reconocen con la fraternidad de un gesto, por una sonrisa, sin usar las palabras habladas, aunque todos saben los nombres. El ser llamado por su nombre otorga a la identidad propia el ser parte de una familia vecinal, con niños a quienes se les consiente o llama la atención como si fueran de todos. El ambiente es semejante al de las familias, las pláticas son sobre situaciones comunes, asuntos personales que se viven a diario, desde consejos, orientación de escuelas e intercambio de cosas, hasta empleos, alguna ayuda o los problemas maritales y de los hijos. La comunicación es fluida en la oralidad porque es la que integra el “proceso creativo del conocimiento” (Rodríguez, 1995, p. IX), no como acto de habla sino por la posibilidad de ser aceptable o reconocido en sus códigos.

Salir de la casa propia es el encuentro con todos, no hay manera de pasar inadvertido, es estar expuesto a la visibilidad de los cuerpos, tan propio de las culturas latinoamericanas. El decir “todos se conocen” deja implícito el que “todos nos necesitamos” y se asiste al otro como si fuera un refugio frente a la adversidad o los sucesos de la contingencia; es una práctica cultural habitual que se hace patrimonial en el territorio latinoamericano.

Un resultado del capitalismo vivido en este espacio es el trabajo en la economía informal, a la que se dedican varios vecinos, así como a ser empleados de oficinas de gobierno; hay quienes tienen pequeños comercios, y también hay desempleados y jubilados. Algunos tienen oficios de herreros, carpinteros, albañiles, panaderos, jubilados, mineros, así como madres que trabajan todo en el hogar. Las actividades del mercado laboral en la ciudad a las que se dedican estos vecinos obedecen a “factores adicionales a la edad, como escolaridad, apoyos económicos familiares, composición de la familia, entre otros” (Conapo, 2014, p. 34).

Algunas tiendas, como la panadería, tienen décadas funcionando, en este caso 58 años; esta es bien conocida, tanto en el barrio como en la ciudad; allí trabajan personas que atienden a lo largo de todo el día porque tiene fama de hacer pan casero; está ubicada en el callejón, atienden al público desde las cinco de la mañana y el pan se hace a la media noche; es fuente de trabajo y venta de materia prima porque su producto también es revendido. En la misma mesa donde se hace el pan se atiende a la gente, todo está a la vista, siempre está abierta para el que quiera entrar, como si se tratara de la cocina de una casa. Al pan le llaman artesanal porque los ingredientes son elaborados por ellos mismos y son de bajo costo, lo cual permite ofrecer bajos precios de venta, por lo que atraen también a compradores que no son del callejón.

La panadería del callejón,
Los Ratones
Figura 3
La panadería del callejón, Los Ratones


Fotografía: archivo de los autores

La necesidad hace que a lo que es de propiedad personal se le dé el máximo rendimiento al ponerse al servicio común; no es unifuncional sino que puede comercializarse o ponerse al servicio de una colectividad. Las habilidades propias son dispositivos que convierten a estos hogares en unidades de la economía familiar, donde cada quien cumple una función de producción. Por ejemplo, las festividades religiosas ponen en juego el ingenio de una familia que se encarga en cada festividad de recibir y alimentar a los músicos de una iglesia, para lo que hace un ahorro de varios meses con tal de tener esa distinción. O se puede cuidar de los ancianos y recibir a los niños de otras familias, como si la propia casa fuera una extensión del patio, del callejón o de la calle. Se comportan como familias extensivas que integran no solo a los familiares sino a la comunidad en sus actividades religiosas y se las ingenian entre todos para conseguir los recursos para todos.

La calle y la casa están limitadas por las paredes, que cumplen la función de proteger del ambiente o de las amenazas de la delincuencia, más que la de garantizar una privacidad. Son casas abiertas donde una parte de la sala o la cocina se usan para vender; en ellas las funciones tradicionales de distribución de la casa se extienden a las de las necesidades de la familia. En el callejón hay tiendas de abarrotes o de películas reproducidas a un precio módico que son parte de las salas de las casas. Se trata de hogares multifuncionales con espacios diversificados que permiten aumentar los ingresos familiares y adaptarse a las necesidades del consumo de la vecindad.

Venta de películas
en la casa
Figura 4
Venta de películas en la casa


Fotografía: archivo de los autores.

La economía informal en México no es un fenómeno reciente y no es solo para los desempleados. La mayoría de la población económicamente activa está inserta en la informalidad y, aunque se tengan trabajos formales, miembros de la familia se dedican a labores diversas para ganar unos pesos extra. Se realizan oficios como planchar y lavar ropa, reparar o lavar coches, venta de comida, reparación y venta de artículos domésticos, renta de habitaciones, reparaciones mecánicas, cuidado de niños o enfermos; casi todo puede representar un ingreso adicional mediante una estrategia de sobrevivencia que se sirve de las redes de apoyo. Aproximadamente la mitad de la población de niveles socioeconómicos bajos y medios se encuentra en la economía informal en el Estado (Inegi, 2016).

De esta manera, con la ayuda de todos, los costos de vida se reducen y no hay desperdicio porque “lo sobrante” se aprovecha o es objeto de otra función. El autoempleo es un recurso para cubrir las necesidades básicas o de un ingreso adicional al salario del proveedor de una familia, así que todos colaboran con los demás. La especialización en los oficios que se aprenden en los trabajos formales se convierte en recurso al ser comercializada con medios propios en el autoempleo. Lo propio no se encuentra individualizado sino que es de una comunidad que necesita de los otros, porque se articula “para-otro, el uno y la colectividad (...) a través del otro y para el otro” (Nancy, 2001, p. 35). De esta manera el sustento de vida construye una red con otros, sostenida por lazos de necesidades mutuas. Muchas de estas personas son vendedores en la calle y aunque vendan casi las mismas mercancías no se crea una competencia, sino que se trata de una administración de bienes de lo público en la que cada quien puede tomar una parte; al respecto decía una vecina: “el sol sale para todos”.

Los vínculos de solidaridad del Callejón de Peña Grande son su patrimonio, así como los vínculos laborales, religiosos, familiares y amistosos creados por y para una comunidad que mantiene sus prácticas de buena vecindad. Los vecinos construyen un sentido de pertenencia para sus familias en relación con las actividades que realizan, como las religiosas, deportivas, escolares o laborales. Se trata de experiencias vividas en común, entre las cuales el ritual patrimonial formal ni siquiera se menciona.

“Son de fuera”

Grafiti en el callejón
Figura 5
Grafiti en el callejón


Fotografía: archivo de los autores.

Un recorrido por el callejón permite observar grafitis que representan al menos a tres pandillas que, según la declaración de una vecina, “son de fuera”. Señalaba, con descontento, que se trata de jóvenes de una escuela secundaria cercana que está a la vista del vecindario, que suben por el callejón para mofarse a lo lejos de sus compañeros. Incluso un vecino levantó una pared para que no llegaran a su casa, aunque con ella cubre la vista de la ciudad, y lo prefirió así para no tener esos visitantes externos. Crear un cerco con una pared es un límite que provee inmunidad como respuesta a la desconfianza creada por la inseguridad pública, de lo que puede resultar un dilema: “¿Cómo pensar –pero también vivir– lo común en la época de la inmunización?” (Esposito, 2009, p. 90) ¿Puede lo inmune ser un patrimonio?

La incidencia delictiva es alta en la ciudad pues en un solo mes –mayo de 2017– el índice delictivo fue de 10.412 casos de delitos graves como el homicidio, la extorsión, el secuestro y el robo. El Estado ocupa el sexto lugar de inseguridad a nivel nacional, después de haber sido un lugar de los más seguros y ser actualmente un corredor industrial pujante (Segob, 2018). Estos son tiempos en los que en las ciudades los vecinos optan por cerrar sus espacios porque los gobiernos no son capaces de garantizar la seguridad de los habitantes. Se produce así un cierre cultural “al que no es de aquí”, un límite a la diferencia dada por las costumbres de la gente o sus creencias, por la amenaza que “los de fuera” pueden representar. Son ellos los que no se integran a las costumbres del barrio y hay que ponerles un límite, son individuos sospechosos. El cluster o cierre de las áreas vecinales es un fenómeno urbano mundial, pues en muchas partes se vive en riesgo de amenazas constantes, unas, creadas por los medios de comunicación y las redes sociales, y otras reales, lo cual ha provocado un estado de temor tal que los vecinos, aunque se ayudan entre sí, cierran sus espacios de convivencia con la diversidad. Y todo esto en una ciudad como Guanajuato, que tiene un gran tráfico de inmigrantes.

Se ha legislado la defensa del patrimonio en común, tanto los ambientes naturales como los culturales, al ser considerados como patrimonio universal. A partir de la Convención de 1972 para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural, la Unesco estableció que ciertos lugares de la Tierra tienen un “valor universal excepcional” y pertenecen al patrimonio común de la humanidad. Son:

190 países que han ratificado la Convención del Patrimonio Mundial, como es comúnmente conocida, y forman parte de una comunidad internacional unida en la misión conjunta de identificar y proteger el patrimonio natural y cultural más importante de nuestro planeta. La Lista del Patrimonio Mundial incluye en la actualidad un total de 1.073 sitios (832 culturales, 206 naturales y 35 mixtos) en 167 Estados Partes (Unesco, Patrimonio Mundial, s.f.).

Lo común también es el espacio urbano, tan común que se vuelve una presencia invisible, ya que son patrimonio también el pavimento, el alumbrado, el tipo de asentamientos que se usan como si siempre hubieran estado ahí.

El Callejón de Peña Grande está separado espacialmente por dos imágenes de vírgenes, la de Guadalupe y la del Carmen, que son resguardadas por vecinos que velan por su buen mantenimiento. Por otra parte, para mover la imagen del niño Jesús ubicado dentro de la capilla se hace una ceremonia que congrega a los vecinos y es motivo de un ritual de sacralidad del objeto. Los motivos religiosos representan un metalenguaje que proviene de los relatos de tiempos lejanos y absolutos sobre el nacimiento de Jesucristo, cuya omnipotencia va más allá de toda circunstancia terrenal; su mirada es abarcadora y “siempre nos ve”, como dijo una vecina a cuyo esposo “quiso llevárselo Dios” apenas unos días antes de la entrevista. La práctica cultural de la religiosidad es uno de los rasgos patrimoniales más afirmados prácticamente en casi toda cultura.

Nacimiento del Niño
Jesús
Figura 6
Nacimiento del Niño Jesús


Fotografía: archivo de los autores.

Para otro vecino vivir en Guanajuato “es tranquilo”, porque “todo está cerca”. La inseguridad pública discrimina un espacio por su aceptación o rechazo, con un patrón de inclusión/exclusión jerárquica y genera un principio de orden que no constituye un centro simétrico sino “una multiplicación de sentidos, sin que exista uno solo consensuado” (Luhmann, 1998, p. 19). Las diferencias del barrio se disipan en la gran comunidad cristiana utópica que reúne más allá de los asuntos terrenales y la esperanza hace expresar a los vecinos que las calles son tranquilas “a pesar de lo que se vive”, como lo afirma una vecina. Surge así la paradoja de una comunidad cristiana universal que aunque es abarcadora de toda diferencia terrenal, puede tipificar al foráneo como amenaza; se puede suavizar el rechazo si se es aceptado por la comunidad, si fuera “hombre de fe” o “buena gente”, y de la convicción de que Dios perdona a los pecadores, tal como lo declara otra vecina.

Sin embargo, un evento reciente alteró la tranquilidad de la historia del callejón: el fallecimiento de un estudiante externo a la vecindad que cayó de la azotea de una casa hacia la peña. Parece ser que se trató de un accidente, pero se levantaron conjeturas y algunos vecinos culparon a los policías por ser ellos personas ajenas al callejón. Debido al suceso, el callejón fue visitado por gente de “afuera”, como periodistas, turistas y curiosos. Con el suceso es probable que se haya agregado una leyenda más a esta ciudad, uno más a los comunes relatos de espantos y momias, y ahora sobre un joven muerto, foráneo al callejón. Guanajuato es una ciudad de relatos de leyendas y el callejón también tiene sus cuentos de espantos, como el de “un enano que se aparece en las paredes”, por el cual, según una vecina, “pusieron la capilla” como protección. También recorre el callejón la leyenda común del Caballo Negro que vendría a decapitar a las personas, su origen es la vieja leyenda de la Edad Media del Jinete sin Cabeza, contada con frecuencia por las familias católicas tradicionales. En la tradición oral es recurrente el recurso del mito, y la repetición de cada relato va renovando los detalles, de esta manera se transmite la evocación del “más allá” con sus misterios. La historia de los Cristeros es otro relato común en la región; de ellos se dice que “se llevaban a las muchachas”, según lo expresó un vecino de 78 años, minero y albañil. Una función de las leyendas es crear una didáctica para moralizar la conducta y establecer un orden para seguir la tradición.

Un exminero, vecino del callejón
Figura 7
Un exminero, vecino del callejón


Fotografía: archivo de los autores.

Para el vecino don Seferino, la gente de las nuevas compañías mineras “son unos rateros” porque se quieren quedar con las tierras. “Se llevan todo los canadienses, que dejen nuestras minas”, dice. El 70% de las concesiones de la explotación minera está en manos extranjeras y las empresas de Canadá son las que más han aprovechado la minería actual en México. De las diez minas de oro más grandes de México, siete están concesionadas a empresas canadienses (Garduño, 2015). Para este vecino del callejón, la memoria del trabajo de veintiséis años en las minas es la de una relación con el ambiente, ya que para él Guanajuato “es bonito por sus picachos y garambullos” (unos frutos púrpuras de las cactáceas que se dan en las colinas).

Vecina doña Concha
Figura 8
Vecina doña Concha


Fotografía: archivo de los autores.

Doña Concha tiene 73 años y viajó por varios lugares del mundo como premio por sus altas ventas durante los 36 años que trabajó vendiendo productos de Tupperware. En particular recuerda un lugar que le gustó mucho, Roma, tanto que ya no quería regresar a su país, pero en una ocasión le prestó su coche a su hija, quien atropelló y casi mata a un niño que estaba en la parte trasera; desde entonces le dio miedo andar en coche y se impresionó tanto que ya no quiso volver a viajar. Ahora solo sale a la puerta de su casa, donde vive con su familia, pero ella quisiera irse de ahí por tantos escalones que tiene el callejón, y dice que hasta la vendería para irse a un lugar donde pueda caminar y andar en la calle. Pero también expresa que quizás, si eso sucediera, tampoco podría caminar por sus limitaciones físicas, pero mantiene la ilusión de la movilidad que tuvo en su pasado.

Se ha considerado aquí solo una muestra representativa de algunos habitantes de un callejón, que ha de ser la historia de otros tantos callejones. El recorrido confirma la conjetura inicial sobre la distancia simbólica que hay entre el patrimonio turístico y el de una localidad. Cada quien habla desde su locus de pertenencia real, de experiencias propias en relación con intersubjetividades puestas en común, con sus imaginarios compartidos, puestos siempre al ras del suelo en la necesidad práctica. Los relatos de la Nación sobre los símbolos del patrimonio turístico, con sus referentes históricos y culturales, poseen una función de integración del territorio colectivo, pero también de generación de especulación del capital. Por su parte, los habitantes construyen su propio relato a partir de su vida en común.

La hospitalidad y amabilidad de los habitantes de Guanajuato son rasgos característicos de esta ciudad y también están presentes en los sitios de paso, al igual que en el transporte público. Quizás estas actitudes sean resultado, entre otros factores, del tipo de convivencia como la que se da en el Callejón de Peña Grande.

Reflexiones

Las historias de la vida diaria de la gente constituyen un patrimonio creado a partir de sus experiencias. Es un legado que va pasando de boca en boca en las reuniones familiares o en una improvisada plática en los escalones del callejón, donde el pasado puede ser debatido por alguien que diga que tal asunto no es verdad, porque no hay ningún tribunal que lo juzgue, además de que no hace falta. Ningún historiador en su cabal juicio puede decir que las cosas sucedieron tal cual lo dice un vecino, menos aún si estas provienen de la memoria colectiva o individual porque no hay archivos para consultar y verificar la veracidad de su relato, sino que son un recuerdo construido por el imaginario de una colectividad que ha tenido experiencias en común. El lugar de la memoria solo tiene importancia si es significativo por lo vivido, cuestión que puede ser modificable, cambiante, múltiple y legítima, con o sin expertos en el tema.

Cada lugar elabora su propia sacralización de mitos fundacionales y su significado se legitima como un legado de convivencia. El ritual que convoca a las festividades religiosas congrega y reproduce la tradición, es un metaescenario con su temporalidad puesta fuera de la inmediatez. Por su parte, los inmuebles históricos de la ciudad son un telón de fondo de la historia oficial sacralizada en su religiosidad, tan civil como institucional, destinada a lo pasajero de recorridos turísticos cliché. La religión sigue siendo un factor de cohesión de una comunidad considerada sagrada por su cercanía omnipresente con Dios, mientras que un héroe de la patria, como Miguel Hidalgo, ya no se considera sagrado por el común de la gente, en parte porque ha sido impuesto por la doctrina cívica. “Toda sociedad humana es una empresa de edificación de mundos. La religión ocupa un lugar destacado en esta empresa”, con una vida longeva ritualizada (Berger, 1969, p. 6). El acto simbólico se encuentra en la repetición renovada y la doctrina cívica ha dejado de venerarse, entonces el venerar a una virgen le agrega un plus de fundamento a la vida diaria, mientras que los símbolos cívicos son transitorios.

Es una tendencia, en la privatización creciente de las ciudades y las urbanizaciones cerradas, hacer una “segregación voluntaria” de lo foráneo, debido a la inseguridad en el espacio público. Las transnacionales, bancos, oficinas de gobierno, élites de poder local, empresas de turismo, culturales, deportivas y religiosas, tienen cada vez más el dominio del centro histórico de Guanajuato. Se presupone, tradicionalmente, que se logra la identidad mediante el valor patrimonial otorgado a los objetos simbólicos materiales, y así los convierte en un espectáculo de reliquias fundacionales de identidad nacional, ya que sus emblemas son una recreación fragmentada del pasado. Los habitantes, por su parte, mantienen a la par sus tradiciones entremezcladas con los flujos de poder.

Hay una dislocación entre un proyecto de modernidad que se diseña en las oficinas conforme a un presupuesto y desdibuja el valor cultural de las particularidades de las comunidades, las cuales se van haciendo a través de sus relatos significativos y en los recorridos de la vida diaria. Hoy la inoperancia del modelo político y económico para la creación de sentidos colectivos abarca casi todas las esferas de actividad individual y colectiva, pero, simultáneamente, los habitantes “de a pie” se apropian de los espacios de sentido de una colectividad y aportan códigos de pertenencia propios. Las historias particulares son una propiedad en común del hacer y el sentir.

Referencias

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Notas

* Artículo de investigación

Notas de autor:

a Autora de correspondencia. Correo electrónico: graciela.hoja@gmail.com

Información adicional:

Cómo citar este artículo: Manjarrez, M. G. y Bailleres, J. A. (2017). El patrimonio cultural de un callejón. Apuntes, 31(2). https://doi.org/10.11144/Javeriana.apu31-2.pcuc

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