El concepto de patrimonio a partir de la historiografía santandereana, Colombia*

The Concept of Heritage according to the Historiography in Santander Province, Colombia

Apuntes. Revista de estudios sobre patrimonio cultural, vol. 31, núm. 2, 2018

Pontificia Universidad Javeriana

Álvaro Acevedo Tarazona a

Universidad Industrial de Santander, Colombia


Fecha de recepción: 30 Agosto 2017

Fecha de aprobación: 15 Noviembre 2018

Fecha de publicación: 18 Diciembre 2018

Resumen: La historiografía permite conocer el trasegar del concepto de patrimonio así como su transformación en el tiempo. A partir de tres casos historiográficos, el artículo concatena la labor desarrollada por el académico Horacio Rodríguez Plata, las nuevas perspectivas de estudio realizadas en la Escuela de Historia de la Universidad Industrial de Santander (UIS) y el aporte otorgado por el historiador Armando Martínez Garnica, quien establece que el concepto de santandereanidad y las fases productivas en el departamento de Santander, Colombia, han sido los antecedentes del actual auge turístico en la región de la provincia del Socorro. El reconocernos como miembros de una sociedad y partícipes en la recuperación de su memoria y tradiciones nos lleva a hacer un análisis reflexivo para conocer los orígenes de la transformación del patrimonio a partir de un objeto de memoria hasta convertirse en atractivo turístico en el departamento de Santander. Este análisis reflexivo propuesto permite evidenciar los cambios ocurridos en el imaginario colectivo y en la espacialidad constituida por el paisaje y la geografía como constructos de los que el hombre forma parte y los cuales conserva, transforma o altera de acuerdo con su percepción de la realidad. La recuperación del patrimonio debe llevar al hombre a recordar las glorias de los tiempos pasados, preservar ese patrimonio en el presente y consolidar su recuerdo en el futuro.

Palabras clave: departamento de Santander, historia regional, memoria, patrimonio, turismo regional.

Abstract: Historiography allows knowing the path gone by the Heritage concept as well as its transformation over the time. Based on three historiographical cases, this article links together the work developed by the scholar Horacio Rodríguez Plata, the new study perspectives implemented in the History School of the Universidad Industrial de Santander (UIS), and the contribution by the historian Armando Martínez Garnica, who defines the concept of santandereanidad [native to Santander]. The productive areas in the Santander Province, Colombia, have been the background supporting the current tourism boom in this region of Socorro in this Province. Recognizing ourselves as members of a society and participants in the recovery of the memory and traditions is leading us to a reflective analysis intended to know the origins of the heritage transformation based on a memory object until becoming a tourism attraction in the Santander Province. The reflective analysis proposed herein allows showing the changes that took place both in the collective imagery and in the spatiality formed by the landscape and the geography as constructs in which the man is a part, and so he either preserves, transform or disrupt them according to his perception of reality. The concern about the cultural heritage should make the man to remember the glories of past times, to preserve the heritage in the present and to consolidate the memories for the future.

Keywords: Santander Province, regional history, memory, heritage, regional tourism.

Vista
de la Catedral del Socorro desde la estatua de Antonia Santos Plata

Vista de la Catedral del Socorro desde la estatua de Antonia Santos Plata


Fotografía: Colombia Turismo Web.

Introducción

La historiografía regional en el departamento de Santander, Colombia, tiene sus inicios por lo menos desde la primera década del siglo XX. Mucho antes de formarse los historiadores profesionales en la Escuela de Historia de la Universidad Industrial de Santander, en la Academia de Historia de Santander se pensó la historia de los actores y grupos sociales que perfilaron esta región. Si bien aquellos académicos o historiadores pioneros no contaban con una profesionalización universitaria de la disciplina, procuraron realizar la indagación de la historia regional con los criterios de una historia patriótica y heroica, con orientaciones temáticas tanto sobre los orígenes de la nación colombiana durante el siglo XIX como antes de este hecho constitutivo, hasta remontarse a lo que en su momento se llamó la historia de las sociedades prehispánicas y la historia del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo.

Por tanto, la historiografía regional en el departamento de Santander empezó en 1929 con la creación del Centro de Historia de Santander, denominado en 1946 como Academia de Historia. Su propósito fue escribir una historia que identificara la nación y la región y que inculcara valores cívicos ciudadanos (Samacá, 2014). Y aunque el trabajo fuese local o regional, algunos integrantes de estas primeras etapas de la Academia de Historia de Santander estuvieron articulados con la Academia Colombiana de Historia; este fue el caso de Horacio Rodríguez Plata, uno de sus académicos más sobresalientes y quien hizo parte de un periodo de transición entre el trabajo histórico académico y el profesional universitario. Muchos años después, en el decenio de los años ochenta, con la creación del programa de Historia en la Universidad Industrial de Santander, se presentaría a la sociedad santandereana y del país una propuesta de profesionalización universitaria.

En este tránsito desde la creación del Centro de Historia de Santander hasta la actualidad, ya cercano a un siglo de desenvolvimiento historiográfico, son numerosas –y desconocidas– las producciones escritas tanto de académicos como de profesionales de la historia. En razón de este acervo historiográfico tan vasto, en estas líneas se abordan únicamente dos textos coyunturales que efectúan planteamientos conceptuales y problemáticos de la historia regional, el primero de ellos es de Horacio Rodríguez Plata, y el otro, de Armando Martínez Garnica. A partir de esta selección argumentada –y arbitraria, sin duda– se propone hilvanar intertextualmente con otros planteamientos un análisis en triple sentido: de una parte, considerar la historia regional como una reflexión teórica y temática de la historiografía; de otra, evidenciar la relación existente entre la historia regional y la historia local, como disciplina, con el concepto de patrimonio, muy a propósito de la ausencia rememorativa de nuestra memoria social, que no es otra cosa que la incapacidad de traer al presente la herencia trasmitida por la memoria y, en consecuencia, la imposibilidad de producir una escritura valorativa y argumentada de nuestro acontecer nacional, regional y local, interpretado y recordado para la sociedad en una elaborada temporalidad de mediano y largo plazo; finalmente, mostrar la trascendencia de la historiografía en la constitución de proyectos turísticos en el departamento de Santander, tales como la Ruta Comunera y el Parque Nacional del Chicamocha (Panachi) enlazados con la propuesta de santandereanidad.

Precisamente, el Grupo de Investigación de Políticas, Sociabilidades y Representaciones Histórico-Educativas –con su línea sobre patrimonio cultural y junto con el Semillero de Investigación en Turismo Alternativo y Sostenible, derivado de este grupo y orientado en la Sede UIS Socorro– se pregunta por el patrimonio santandereano y por la resignificación del mismo como una poderosa fuerza del presente para vivir e interpretar el acontecer de la sociedad actual. Un propósito y una adecuación educativa que van más allá de la enseñanza de la historia patrimonial, pues el deseo de vivir las experiencias de quienes habitaron en una región, en una localidad, debe ser incorporado a la vida como un atributo del ser y no como una repetición o imitación decorativa de la vida, pues bien nos recuerda Nietzsche que “todo ornamento oculta aquello que adorna” (2006, pp. 156-157).

Este escrito comparte la tesis de que la historia y la historia del patrimonio como deseo de experiencia de los seres acontecidos 1 , más allá de la historia como aprendizaje, utilidad y saber, están de moda como musealización expandida en el espacio-tiempo, pero que es precisamente esta inflación patrimonial, en venta, la forma de desvirtuar la eficacia de la acción conservadora patrimonial. Rituales, costumbres, tradiciones y objetos culturales pierden su vitalidad originaria para llegar al presente como especímenes embalsamados, inertes, cuidadosamente clasificados y etiquetados y sometidos a la tiranía del turismo de masas, con ciudades o parques temáticos complacientes con la banalidad y vacuos de sentido. Arquetipos de una hiperrealidad construida con representaciones y valoraciones sociales, ideológicas e intelectuales que dejan de ser culturales para convertirse en objetos inflacionarios de culto que se exponen como mercancías (González-Varas, 2014, pp. 7-16). De manera que este vuelco hacia el pasado para experimentar a los seres y las cosas que nos antecedieron es una posibilidad de encuentro del espíritu humano con la historia como sentido y vitalidad, pero, al mismo tiempo, una imposibilidad al convertirse en una ilusión más. Y es aquí, entonces, donde es válido preguntarse, como Heidegger, por la autenticidad imposible del ser en el marco de esta inflación patrimonial, que crea una fascinación por la réplica para las sociedades de consumo, o que crea no lugares –en la conocida expresión de Marc Augé (1998)– como Venecia, Las Vegas y, más cercanamente, Panachi o el Ecoparque Cerro del Santísimo en el departamento de Santander.

En Colombia, incluso, el problema patrimonial va más allá de lo anteriormente enunciado. Carlos Rincón en su libro Avatares de la memoria cultural en Colombia muestra que “la tarea paralela de monumentalización idealizada de imaginarias identidades dio lugar a realidades edificadas” (Rincón, 2015, p. 43). Es decir, los museos y aquellos espacios dedicados a la memoria tales como el Castillo de San Felipe (Cartagena), el Complejo Histórico de la Gran Convención (Ocaña), el Museo Nacional (Bogotá) o el Museo Arqueológico La Merced (Cali) son una pequeña muestra de la manifestación de la memoria cultural de un país como Colombia en el que en cada parque hay una estatua, un busto o una escultura para conmemorar mártires, sacerdotes, héroes de la Independencia y hasta boxeadores. Sin embargo, todos estos espacios han sido readaptados, reconstruidos y reasimilados para dar una nueva dimensión espacial a las piezas exhibidas, sin olvidar que sus filiaciones culturales han sido reelaboradas para mantener una memoria histórica y hacer una reinterpretación del pasado desde el presente; para el caso santandereano, la Academia de Historia y la Escuela de Historia de la UIS han sido fundamentales en esta transición con estudios basados en la historia regional.

La historiografía regional como forjadora del turismo en el departamento de Santander

Al referirse a la historiografía regional en Santander es ineludible considerar a Horacio Rodríguez Plata, quien en su libro La antigua Provincia del Socorro y la Independencia aborda la participación de la población del Socorro y de la provincia en el proceso de emancipación neogranadina y aclara que el movimiento del 10 de julio en el Socorro influyó como acelerador en el movimiento del 20 de julio de 1810 en Santa Fe de Bogotá. De igual manera, Rodríguez Plata también se acercó al proceso de trasformación de las costumbres y desenvolvimiento del pueblo santandereano a partir de la participación alemana en el intento de modernizar a Santander en la segunda mitad del siglo XIX, especialmente con la llegada de Geo von Lengerke y la Misión Pedagógica Alemana. En este libro, Rodríguez Plata retoma un concepto de historia expuesto en 1925 por Eugenio J. Gómez:

[…] la historia, defectuosa como toda obra humana, ha concretado en un hecho o en un individuo los sucesos trascendentales de la humanidad dejando olvidados casi siempre a los verdaderos artífices-causas del fenómeno social. Una guerra resume una época; un soberano encarna toda una etapa de civilización; un general simboliza las glorias o desgracias de un pueblo; el escritor prestigioso da nombre a las generaciones de su tiempo; el afortunado jefe de una misión consagra en su patronímico la fama de una obra colectiva y el modesto obrero de la idea o de la victoria, mísero grano de arena del aluvión humano, pasa inadvertido para los usufructuarios del triunfo o los consagrados por la fama (Gómez, 1925, citado por Rodríguez, 1963, p. 17).

En este fragmento el autor recalca que, ante todo, la historia es una obra humana, la cual, centrándose en un hecho o en un individuo, olvida a los “artífices-causas del fenómeno social”. Las acciones humanas –advierte Gómez– son colectivas pese a que los historiadores las cristalicen en la participación rectora de los “usufructuarios del triunfo o los consagrados por la fama”. Es posible estar de acuerdo con Rodríguez Plata y, por consiguiente, con Gómez también. Luego de describir los acontecimientos, el historiador procura analizarlos al pasar de una comprensión descriptiva a un intento explicativo. Para el historiador tal vez lo importante es entender qué ocurrió en una época específica, “cuáles fueron las circunstancias y móviles que llevaron a los hombres y mujeres a actuar de una y no de otra manera. Por supuesto que habrá que evaluar y emitir juicios, pero siempre buscando explicar los procesos históricos” (Acevedo, 2011).

Lo cierto es que en la historiografía de las academias de historia es frecuente encontrar interpretaciones legitimadoras o juicios morales de los procesos históricos, y se obvian u ocultan los aspectos explicativos que dan luces sobre los grupos sociales (Acevedo, 2011). En el caso de la obra citada de Rodríguez Plata, llama la atención que este no busca solo describir unos sucesos acaecidos, sino que procura también explicar las actuaciones y acontecimientos con interpretaciones a partir de lo que la documentación expresa. Pese a que el historiador socorrano procura un diálogo constante con los documentos de la época, su análisis se enfoca, en particular, en los sucesos que configuraron políticamente la provincia del Socorro desde la crisis monárquica de 1808. Estemos o no de acuerdo con el enfoque historiográfico de Rodríguez Plata, es importante validar un punto de vista propuesto en la interpretación de las fuentes: no hay que conformarse solo con hacer una historia estrictamente política o económica o social, se debe intentar también una caracterización regional. Y esto es lo que precisamente recomienda Carlos Antonio Aguirre en un texto actual titulado La historia regional en la perspectiva de la corriente francesa de los Annales (2015, pp. 273-297).

Siguiendo los postulados de esta escuela o de esta primera tendencia de análisis, Aguirre Rojas argumenta que no solo es posible sino que es una necesidad hacer historia regional de los seres humanos que se desenvuelven en un territorio, a partir de una tematización económica, social, política o cultural (Aguirre, 2015, p. 276). Retomando a Marc Bloch, Aguirre Rojas enfatiza que se pueden identificar dos modos de hacer historia regional en términos científicos: “reconstruyendo de un lado la evolución histórica de una determinada región que puede ser económica, o social, o cultural o política, y del otro lado recreando la evolución en el tiempo de una estricta región histórica en cuanto tal” (2015, p. 277). A partir de sus observaciones es posible plantear tres cuestiones fundamentales para hacer historia regional: ¿cómo definir el concepto de región?, ¿cómo reconstruir la evolución histórica de esa región? y ¿cómo precisar lo que implica reconstruir dicha evolución de manera científica?

Según este orden de preguntas es posible considerar que el análisis que ofrece Rodríguez Plata de la provincia del Socorro permite tres inferencias a partir de su búsqueda de hacer historia regional: la primera relata los aspectos políticos y sociales de la provincia del Socorro y relaciona la posible región social con otras dinámicas entrelazadas que permiten pensar en una historia regional basada en la evolución histórica de la misma provincia, y deja abierta, además, la posibilidad de pensar que la historia de esta provincia es la de una compleja región histórica. La segunda manifiesta una preeminencia de lo político al explicar los sucesos y hechos acaecidos a partir del 10 de julio de 1810. Y por último, se advierte en el análisis de Rodríguez Plata una cierta influencia de la Nueva Historia en su propósito de conducir su trabajo, de la historia patria a la historia regional política y social.

A través de sus escritos, Rodríguez Plata también propone invocar la objetividad, la exactitud de los sucesos, porque el historiador debe olvidarse de sí mismo para que en la escena de su obra hagan presencia los héroes, los comerciantes, los campesinos, las mujeres, esto es, quienes han hecho la historia (Foucault, 1997, p. 8). Esta actitud implica escribir una historia desde el silencio del mismo historiador quien debe “callar sus preferencias y superar sus aversiones […] adquirir una cuasi-existencia sin rostro y sin nombre” cuando se trata de recordar e interpretar el acontecer de los grupos sociales (Foucault, 1997, p. 8). Y, no obstante, tal distanciamiento es un imposible porque el historiador, por más que lo intente, tiene una vinculación afectiva, ideológica o explicativa con los seres que se propone traer a la actualidad, pues todo deseo de experimentar el acontecer de quienes ya no están se hace con base en la cercanía y no del distanciamiento.

Precisamente esta búsqueda de héroes, leyendas, mujeres y personajes comunes que han hecho la historia, junto con la necesidad de expresar una pertenencia a la provincia socorrana, constituyen el primer impulso que lleva a la creación de un plan de rescate patrimonial conocido como la Ruta Comunera. Con motivo del Bicentenario de Colombia en el año 2010 se promueve una ruta turística que va desde el municipio del Socorro hasta la capital de la República, Bogotá, pasando por los departamentos de Santander, Boyacá y Cundinamarca. El ánimo por revivir la historia lleva al Ministerio de Cultura a promover el turismo a través de la visita a diferentes municipios reconocidos por su tradición revolucionaria, tales como Socorro, Guadalupe, Confines, Oiba, Suaita, San Benito, Charalá, Güepsa, Barbosa, Puente Nacional, Saboyá, Chiquinquirá, Simijaca, Fúquene, Susa, Ubaté, Sutatausa, Nemocón, Cogua y Zipaquirá. Varios de estos municipios se proclaman como bastiones de las ideas independentistas y, asimismo, cuentan con innumerables sitios que permiten conocer los orígenes de la nación colombiana.

La Revolución Comunera, antesala de la Independencia de Colombia, se gesta en el municipio del Socorro el 16 de marzo de 1781 cuando una joven rasga el edicto que contenía los nuevos impuestos sobre el algodón e imponía el monopolio sobre el aguardiente y el tabaco para financiar la guerra de la Armada de Barlovento contra Inglaterra; de la conmemoración de estos acontecimientos surge el proyecto turístico de la Ruta Comunera.

Cabe anotar que sitios como el Parque de la Independencia en el Socorro, con todo el reconocimiento histórico que posee por considerarse la cuna de la libertad en Colombia, se funden con el turismo de aventura que se disfruta a pocos kilómetros de allí en el Parque Nacional del Chicamocha (Panachi), obra impulsada bajo el concepto de santandereanidad con el propósito de re-conocerse como hijos de las “bravas tierras de Santander” (Fig. 1) 2 .

Monumento
a José Antonio Galán en el Parque de la Independencia de Socorro, Santander
Figura 1
Monumento a José Antonio Galán en el Parque de la Independencia de Socorro, Santander


Fotografía: Arturo Giraldo.

Horacio Rodríguez Plata junto a otros académicos de la historia serían pioneros en narrar el proceso independentista en Colombia desde sus orígenes en los municipios del Socorro y Charalá, además de unir la historia regional santandereana con las trasformaciones productivas y las migraciones que permitieron el desarrollo económico del departamento de Santander, hitos que no se han descuidado en la promoción turística de la región santandereana. Si bien aún no existe un pleno sentido valorativo del patrimonio y una preservación del mismo mediante una reflexión sobre su impacto en la sociedad, ni políticas públicas consistentes para su gestión y desarrollo, vale la pena destacar que se reconoce a la historiografía, y especialmente a la producida en la Escuela de Historia de la Universidad Industrial de Santander, como impulsora de este nuevo renglón económico en la región.

La Escuela de Historia: la formación profesional para pensar la historia y el turismo regional

Con posterioridad a la publicación de estos trabajos de Rodríguez Plata y de tantos otros académicos, en Santander se empezaría a gestar un programa académico que tendría como objetivo la formación de historiadores que pensaran el acontecer regional desde los enfoques de una historia profesional universitaria.

A partir de trabajos de grado enfocados en la interpretación histórica de la región santandereana, con monografías de los municipios y el descubrimiento de ciclos productivos, se logró consolidar la conceptualización del “ser santandereano” y, a partir de ello, el consiguiente fomento al turismo. Hay que reconocer que el concepto de “santandereanidad”, surgido como propuesta explicativa en el interior de la Escuela de Historia de la UIS y aunado a una propuesta política, es el punto de apoyo para la consolidación de la empresa turística actual en la región. El turismo en Santander ha presentado un incremento a partir del proyecto identitario de la “santandereanidad” (Guerrero y Pérez, 2005) en su propósito de “convertir el patrimonio en conmemoración de la santandereanidad” (Giedelmann y Rueda, 2013) y en “Patrimonio Cultural de la Humanidad” (Oviedo, 2014), lo que ha conllevado al desarrollo regional a través de proyectos productivos alrededor de manifestaciones culturales materiales e inmateriales e, incluso, a través de nuevos espacios de identidad cultural como es el Parque Nacional del Chicamocha (Panachi).

Precisamente el anhelo del hombre por conocer su pasado, aunado al deseo de viajar y vivenciar en sitios reales cada uno de los lugares de la memoria, la imaginación o la inspiración (Pérez, 2015), conllevan al fomento y promoción del turismo al incorporar temáticas como la ecología, la gastronomía o la arquitectura urbana o rural, las cuales permiten descubrir territorios olvidados o desconocidos. El patrimonio se funde con políticas públicas para la divulgación de la cultura e incorpora valores patrióticos y cívicos en quienes se acercan con curiosidad a estos lugares, pues los historiadores dan “respuestas plausibles acerca de los ‘orígenes’ de la civilización, la cultura, el urbanismo, el Estado” (Rincón, 2015, p. 185).

Así, la memoria colectiva evoca un recuerdo que permanece en el patrimonio –tal vez intencionalmente– y permite que el denominado pasado pueda ser pensado en el presente de una forma heroica, patrimonial, crítica e incluso lúdica, con el fin de rememorar hechos que posibilitaron la formación de la región y que deben asegurarse en el recuerdo de un grupo humano para consolidar la inmortalidad de los héroes que construyeron su espacio histórico y regional (Fig. 2).

Monumento
a los Comuneros en el Parque Nacional del Chicamocha (Panachi)
Figura 2
Monumento a los Comuneros en el Parque Nacional del Chicamocha (Panachi)


Fuente: Patton, 2010.

No hay que olvidar que la historiografía está ligada a la vida en múltiples sentidos. Como advierte Nietzsche, el acercamiento a la historia puede hacerse desde tres posibilidades: monumental, anticuario y crítico; y el exceso de alguno de estos tres tipos –que son favorables para la historia y para la vida– también es perjudicial. En el caso de la historia monumental, por ejemplo, elevar al máximo el reconocimiento de los sentimientos de un pueblo o una nación lleva implícitos la analogía, el fanatismo, la idolatría y la devoción. Lo mismo sucede con la historia anticuaria, pues ella conserva –con fidelidad y con amor– el lugar del que se viene y lo que es por lo que es, pero su exceso convierte los vestigios legados en objeto de culto y de reliquia (Nietzsche, 2006, p. 40). Y con la historia crítica también puede suceder igual, porque el historiador, en su propósito de develar el acontecer, puede cometer una injusticia, puede pensar erróneamente al constituirse en el primero en emitir un juicio, y “al ser atrapado en la red sutil de sus justicias y verdades, no vuelve a encontrar de nuevo el mundo elemental de deseos y aspiraciones” (Nietzsche, 2006, p. 40). Ya advertía Nietzsche que “lo histórico y lo ahistórico son igualmente necesarios para la salud de los individuos, de los pueblos y de las culturas” (2006, pp. 19 y 40). Ignorar hasta cierto punto la dimensión histórica de las cosas es favorable para la vida, pero olvidar completamente el sentido de lo histórico puede conducir a perder por completo la dimensión de lo que se es, y esto es lo que puede suceder cuando relegamos por completo la memoria y con ella el legado del patrimonio. El riesgo de olvidar por completo consiste en que la felicidad que ello trae crea una atmósfera protectora y vital –incluso para que germinen nuevas ideas– pero al mismo tiempo puede solapar la realidad. Y esto es precisamente lo que se obtiene a través de la satisfacción y la felicidad que proporciona una experiencia turístico-cultural vivida a través de la simulación e imitación de lo real. Explorar lugares y tiempos remotos sin tener que sortear los peligros y las incomodidades que implican los viajes auténticos a sitios distantes permite la creación de una cultura explotada y provechosamente convertida en producto. Bien dice Ignacio González-Varas Ibáñez que:

[…] el nuevo turista no se limita a mirar los tesoros con la reverente mirada de antaño, sino que se convierte en protagonista: participa de esta realidad fingida y protagoniza su propia historia, una historia particular experimentada al margen de la Historia (2014, p. 223).

Sitios en el municipio del Socorro como la Casa de la Cultura Horacio Rodríguez Plata, la Casa del Comercio, la Casa del Primer Alférez Real del Socorro, la Ermita, la Catedral de Nuestra Señora del Socorro, la Casa de Berbeo, el Parque de la Independencia, las estatuas de Manuela Beltrán y José Antonio Galán, la Capilla de Santa Bárbara, el Convento de los Capuchinos, la Quinta Fominaya, la Plaza Cívica José A. Morales o el Parque Antonia Santos, se convierten en parada obligatoria para el turismo en el departamento de Santander, en sitios para rememorar el pasado y recordar que parte de la independencia colombiana se gestó en este municipio (Rey, 2016). Sin embargo, como afirma González-Varas, “somos incapaces de convivir con las ruinas auténticas a no ser que las convirtamos en ruinas patrimoniales” (2014, p. 223). De manera similar a lo expresado, Carlos Rincón argumenta que a “la antigüedad la ha recubierto el presente, los disímiles y contradictorios presentes” (Rincón, 2015, p. 200). De tal manera que el pasado es la imagen que nos hacemos de él y, por tanto, esta imagen siempre será nueva, diferente y enmarcada en la pluralidad. Y es en este diálogo que aparece como un eco la voz de un egresado del programa de Historia de la Universidad Industrial de Santander, Luis Rubén Pérez Pinzón, para recordarnos que:

[…] la región centro-oriente de la cual forma parte el departamento de Santander, cuenta con el 40% del total nacional de los atractivos turísticos; dispone de 750.000 hectáreas de parques naturales y 15 de los 35 centros históricos declarados en el país, sin olvidar que cuatro de los pueblos de patrimonio de Colombia se encuentran en esa misma región (24%) (Pérez, 2015, p. 105).

La formación profesional en la Escuela de Historia ha permitido reconocernos como una región y ha acompañado, a su vez, ciertas políticas gubernamentales para el fomento del turismo y así proyectar la posibilidad de un nuevo momento histórico del espacio regional santandereano. Sin embargo, esta historia no se ha consolidado. Quizá hasta ahora se han escrito atisbos académicos al respecto, pero tal vez aún estamos inmersos en el ropaje que solapa la realidad y no nos permite reconocer esta nueva etapa económica en el departamento de Santander, y menos aún nos permite reflexionar sobre las consecuencias tanto culturales como ambientales que podrían tener para la región en el largo plazo. Probablemente estamos imbuidos y anestesiados por la novedad de teleféricos, la percepción de ingresos económicos y la grandeza de atractivos turísticos que no nos permiten reconocer lo que se oculta tras el ropaje que solapa la realidad para que olvidemos nuestro pasado, nuestros orígenes y que, por buscar una felicidad pasajera, nos hace olvidar nuestra historia.

Martínez Garnica: momentos históricos para el desarrollo del turismo

Para Armando Martínez Garnica “todo historiador que se ocupe del pasado de las gentes que lo antecedieron en el territorio que ocupa a su cotidianidad hace historia regional” (Martínez, 1991). Además, Martínez Garnica es claro al decir que “imitando a nuestros antepasados de la provincia de Soto, terminamos invitándolos a que nos acompañen con la siguiente convocatoria: ‘todo aquel que contribuya al conocimiento de Santander es santandereano’” (Martínez, 1991, p. 92); es decir, que el historiador regional de Santander es todo aquel que ocupa su indagación en torno a aquellas gentes que en el pasado realizaron su cotidianidad en el mismo territorio santandereano actual.

Martínez Garnica define cinco momentos históricos del espacio regional santandereano, en cada uno de los cuales “puede distinguirse el movimiento laboral que definió la personalidad cultural de cada provincia” (Martínez, 1991).

El primer momento, entre 1540 y 1590, es susceptible de ser definido por la actividad económica productiva principal como “aurífero” o “minero” y en él se destacan como centros políticos y económicos las ciudades de Vélez y Pamplona.

El segundo momento, entre 1590 y 1650, puede ser definido como “agropecuario”, debido a la construcción de empresas agropecuarias que surgieron luego de la drástica caída de la producción aurífera que deconstruyó los circuitos mercantiles y desequilibró la balanza de pagos, siendo la gobernación de Girón su novedad política.

El tercer momento está demarcado entre 1650 y 1810 y se puede definir como “artesanal” por la expansión de la agroindustria domiciliaria subsidiada por la parcela campesina y ligada a la habilidad artesanal que promovió el crecimiento demográfico y mercantil, polarizado por las villas de San Gil y Socorro. Desde los últimos decenios del siglo XVIII la provincia del Socorro junto con las de Guanentá y Vélez se caracterizaron por su prosperidad comercial, lo que se vería reflejado en la apertura de caminos, remates de tierras de resguardos y libertad de esclavos para que entraran en el mercado de trabajo.

El cuarto momento (1810-1910) engloba las debacles producidas por las guerras de independencia y la lenta recuperación del sector comercial agropecuario que polarizó el crecimiento económico en torno a la demanda del mercado mundial; a este momento se le puede definir como “agroexportador” y la novedad es el surgimiento de Bucaramanga y Cúcuta como centros de acopio y distribución de las manufacturas industriales importadas.

Finalmente, el quinto momento (1910-1991) se caracteriza por la novedad del crecimiento de la provincia de Mares y el surgimiento de centros de producción petrolera como Barrancabermeja y Sabana de Torres y los de acopio como San Vicente de Chucurí. Debido a la expansión petrolera, este quinto momento se podría definir como “petrolero”, y en él se destaca la integración de una red compleja de intercambios entre los polos regionales y los centros provinciales de mayor desarrollo como Barrancabermeja, San Gil y Barbosa, entre otros.

En la actualidad se podría hablar de un nuevo momento o etapa para el espacio regional santandereano y es la pauta cultural que actualmente resignifica al departamento de Santander. Ante la búsqueda de una mejor calidad de vida y el auge de la industria turística, podría denotarse esta actualidad como el sexto momento. La industria turística ha tenido un importante repunte en el departamento de Santander desde la inauguración del Parque Nacional del Chicamocha (Panachi) en 2006. Y la provincia del Socorro no ha sido la excepción a este fenómeno turístico, no obstante que su enfoque ha sido más hacia el ámbito cultural que hacia el turismo de aventura.

Por tanto, es importante retomar la historia regional y darle un vuelco hacia la historia cultural que permita reconocer a la provincia del Socorro como potencial aurífero, agroindustrial y turístico desde su fundación hasta la actualidad. Además, se debe reconocer la importante riqueza del patrimonio santandereano representado en las calles, plazoletas, casas e iglesias existentes en los diferentes municipios, las cuales se materializan también como patrimonios arquitectónicos que están en mora de ser valorados por los colombianos, porque no basta solo con reconocerlos como pueblos patrimonio sino que es necesario evitar su deterioro. En este punto es necesario establecer un concepto de patrimonio como aquello que se elige cuidar, conservar y proteger como testimonio de un pasado imaginado o soñado y que tiene mucho que ver con lo que somos y queremos ser (Gamboa, 2018). El término patrimonio ha sido tomado de la arquitectura, el derecho, la arqueología, la antropología, la geografía y la historia, entre otras disciplinas y ciencias, para resignificar las representaciones sociales del pasado, dando una valoración a los vestigios que atestiguan esas representaciones y que han trascendido en el tiempo. De esta manera se puede argumentar que patrimonio es todo aquello que se elige “cuidar, conservar, proteger, porque sirve de sustento concreto, empírico, para la memoria, para los relatos que nos creemos y nos contamos a nosotros mismos sobre nuestro origen” (Gamboa, 2018). Es decir, las representaciones del pasado que en determinado momento se consideren válidas para una sociedad es lo que se considera como patrimonio. Para el caso que nos atañe, los vestigios de la Independencia conservados en el municipio del Socorro son lo que da origen a una Ruta de la Independencia, pues son dignos de ser conservados; de hecho, en la Casa de la Cultura Horacio Rodríguez Plata y en varios centros culturales se encuentran artefactos, armas, uniformes de las gestas de 1810 como muestra de la importancia de esos eventos para los socorranos. No obstante, para los pobladores de un corregimiento cercano como lo es Guane, se ha privilegiado la conservación de objetos como cerámicas y mantas que se derivan de su origen indígena. Es decir, el valor y estimación que una comunidad otorgue a sus vestigios históricos le permitirá constituir su patrimonio. A pesar de estar ambos poblados en el departamento de Santander y de estar a tan solo 53 kilómetros de distancia entre sí, Guane y Socorro difieren en su percepción acerca del patrimonio y otorgan importancia a los vestigios que los hacen visibles ante una comunidad regional y nacional, pues “cada actor social tiene una idea diferente sobre el pasado” (Gamboa, 2018).

Claramente, la representación del actor social puede entrar en pugna con lo establecido por el Estado, las diferencias de lo que se considera digno de ser conservado pueden no coincidir, incluso entre los académicos y especialistas. El “valor” otorgado a un vestigio es subjetivo y ello conlleva a que se tengan diferentes perspectivas de lo que es “importante” para una comunidad, pues esto depende de la representación que se haga del pasado o de la “identidad” que se busque incorporar. Estas diferencias o acercamientos que pueden existir entre los valores que una comunidad y el Estado otorguen a un bien material, también se aplican a los patrimonios culturales, naturales, arquitectónicos, máxime si se tiene en cuenta que en la actualidad el turismo se ha enfocado en estos ítems, lo que lleva a tensiones entre el potencial turístico y la conservación de una región determinada; si bien el turismo produce desarrollo y riqueza, puede ser nocivo para una comunidad o para el ambiente natural; así, quienes pretenden disfrutar de los recursos provenientes de las actividades turísticas pueden verse afectados por problemas tales como el daño ecológico provocado en cuencas hidrográficas o la aparición de carga antrópica en sitios que se creían exentos de la presencia humana. En conclusión, “el pasado se seguirá construyendo y reconstruyendo a medida que el presente se transforme” y el patrimonio estará ligado a ello, como lo sugiere Jorge Gamboa.

Patrimonio cultural: entre los instantes de gloria y los días de olvido

El patrimonio es la herencia recibida del pasado y es la herencia que el futuro tendrá del presente, porque la sociedad recibe el patrimonio del pasado, lo custodia y lo trasmite a las generaciones futuras: “el patrimonio es así una selección subjetiva y simbólica de elementos culturales del pasado que son revitalizados, adaptados o reinventados desde y para nuestro presente” (González-Varas, 2014, p. 8).

Si bien la historia nos permite evidenciar los momentos heroicos ocurridos en el pasado, también es la historiografía la que narra el acontecer a partir de las fuentes para descubrir que fueron campesinos, mujeres y gentes del común quienes construyeron, y aún construyen, la nación colombiana. Como perenne recuerdo, los diferentes gobiernos nacionales, regionales y locales han construido patrimonios históricos, se han adaptado paisajes culturales, sitios arqueológicos y conjuntos arquitectónicos, museos, parques, plazoletas y archivos para exaltar la labor de personajes que han pasado a la posteridad por sus aportes a la ciencia, la tecnología, la economía, la política y, obviamente, a la historia. De igual manera, en los últimos años los gobiernos se han preocupado por mantener el patrimonio cultural intangible, es decir, costumbres, leyendas, mitos, religiones, música, tradiciones e idiomas, entre otros, que son los bienes culturales intangibles legados a un grupo humano y que son tenidos en cuenta por una sociedad por la importancia simbólica, estética o artística que poseen. De acuerdo con la Unesco, “el patrimonio cultural en su más amplio sentido es a la vez un producto y un proceso que suministra a las sociedades un caudal de recursos que se heredan del pasado, se crean en el presente y se transmiten a las generaciones futuras para su beneficio” (Unesco, 2014, p. 132). Por supuesto, en este concepto se incluye el patrimonio inmaterial o intangible descrito anteriormente.

En Colombia la conservación y transmisión del patrimonio cultural es una tarea esencial para la sociedad con el fin de mantener una identidad histórica –en medio de la pluralidad y la diversidad– a través del reconocimiento y la valoración de diferentes obras artísticas y turísticas que, pese al consumo, permitan recordar de dónde provenimos y a quiénes debemos la libertad. Y si bien, como argumenta González-Varas Ibáñez, este patrimonio cultural llega al presente con la intención de no olvidar los días de gloria e impedir los instantes de olvido entre los ciudadanos, hay que intentar, entonces, resignificar su sentido como herencia transmitida por la memoria. No obstante, en el caso santandereano, ha sido lo contrario.

Hace pocos años, otro profesional egresado del programa de Historia de la Universidad Industrial de Santander, Juan Francisco Spinel Luna, argumentó que “los parques son una herramienta política en la pedagogía de implementar los valores nacionales a la sociedad” (Spinel, 2009, p. 50), y para demostrar su hipótesis propuso analizar los instantes de gloria acontecidos que motivaron la creación del Parque García Rovira de Bucaramanga, espacio público de gran significado político y social para los habitantes de esta ciudad. El Parque García Rovira remonta su historia a finales del siglo XIX cuando, bajo los oficios del gobernador Alejandro Peña Solano y la buena intención del Concejo de Bucaramanga, se dispuso su formación con el firme propósito de que la ciudadanía no olvidara el sacrificio del héroe de la Independencia Custodio García Rovira. El héroe de la independencia debía quedar plasmado en un “pedestal de mármol”; este “y la estatua de bronce serían colocados en el centro de un cuadrado de 7 m2 trabajado en material de primera clase”. Además, tendría mosaicos con piedra calcárea y cuarzo blanco y unas escaleras hechas en granito rojo y cuarzo azul. Todo ello fue inaugurado el 20 de enero de 1907 “en medio de una verdadera fiesta cívica donde se dio cita todo el pueblo, considerándose sin exagerar como el más grandioso evento que hasta entonces se haya podido dar en la ciudad” (Spinel, 2009, p. 121).

La estatua del prócer –traída desde Hamburgo–, la ornamentación de las zonas verdes y la finalmente gloriosa inauguración fue el origen de Bucaramanga como “Ciudad de los Parques”, epíteto que ha quedado en el olvido porque, quizá, como argumenta Latorre Cabal:

Al pasado no hay que volver la inteligencia porque no es susceptible de modificar, de modelar a voluntad y antojo. Allá está impasible, incambiable, congelado, más fuerte que el granito. Victorioso sobre nosotros […] La referencia debe estar siempre en el futuro que es modelable, dúctil, blando, acomodaticio […] (1961, p. 21-22).

Igual argumento nos muestra Spinel, pues con la inauguración del Parque García Rovira “atrás quedaba Palonegro y su capítulo de horror”. En su momento, la creación de este parque emblemático de Bucaramanga “era el oráculo que anunciaría el porvenir de un pueblo que cerraba sus heridas a fuerza del trabajo honrado en su parcela, el comercio, la industria y las artes” (Spinel, 2009, p. 122). Pese a la desidia con la que se ha tratado este patrimonio, el Parque García Rovira, tal vez por ser el primero en Bucaramanga, es todavía el recuerdo de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX cuando estos espacios públicos contaban con estatua de bronce y pedestal de mármol y granito como símbolo del poder político. En 1907 la estatua fue erigida en medio de una verdadera fiesta cívica y congregó a toda la población. El principal motivo: olvidar los días tristes de la Guerra de los Mil Días y “refundar” la ciudad bajo la premonición de tiempos mejores. Sin embargo, hoy este parque muestra la transformación física del objeto cultural y se erige como un patrimonio bruscamente condenado al olvido. En este caso, la regionalidad que se intentaba construir mediante el progreso, la recuperación de la institucionalidad y el patriotismo, dieron paso a una distopía en la cual los restos de un pasado olvidado son yuxtapuestos con nuevas construcciones que conviven en medio de la contaminación y la mezcla de situaciones.

El Parque García Rovira es muestra palpable de la manera como las ruinas de la memoria son despojadas de su significado hasta el punto que el pasado es degradado por una sociedad que quiebra el sentimiento de pertenencia a un lugar. Empero y paradójicamente, como se ha tratado de mostrar en lo que va corrido de este escrito, es esta misma sociedad la que vuelve a monumentalizar nuevos espacios y símbolos con fines identitarios. En los últimos diez años el gobierno departamental se propuso recobrar los instantes de glorias pasadas para terminar con los días de olvido de lo que significaba ser nacido en “las bravas tierras de Santander”. De esta manera se construyó un sitio conmemorativo denominado Parque Nacional del Chicamocha (Panachi), concebido con el objetivo explícito de perpetuar la memoria de los héroes de la gesta comunera y como patrimonio intencionado para mantener presente y vivo en la conciencia el sentimiento de santandereanidad que reidentificara y permitiese apropiar la memoria histórica de un territorio dominado por “la raza que lucha y sueña en la conquista del porvenir” 3 . Sin embargo, la conservación de los vestigios de la memoria en sitios sometidos al turismo de masas, como en este caso, convierten al patrimonio cultural en un recurso económico que genera riqueza y en un importante medio de entretenimiento: se pasa de la esfera contemplativa y desinteresada del mundo espiritual a la utilización activa y pragmática de las sociedades del hipercapitalismo avanzado (González-Varas, 2014, p. 10).

Otros ejemplos de esos atractivos turísticos son el Parque Recreacional Acualago, el Ecoparque Cerro del Santísimo, el Páramo Santurbán, el embalse Hidrosogamoso, la Alameda de Girón, el Parque del Tabaco en Piedecuesta, el Museo Militar “Batalla de Palonegro” y el Parque Tecnológico de Guatiguará, muestras de la unión entre naturaleza, historia y tecnología para incrementar la oferta turística en el departamento de Santander y fortalecer el imaginario colectivo de la santandereanidad. Y en este nuevo momento se crean políticas de turismo que abarcan la infraestructura y los servicios que permiten el desarrollo de rutas temáticas y la visita a museos y casas de la cultura en el espacio regional santandereano que consolidan la industria turística como alternativa productiva con variadas opciones artesanales, hoteleras, gastronómicas, paisajísticas, históricas, religiosas y patrimoniales:

Esa competitividad en infraestructura, servicios y productos turísticos se ha estimado en 265 atractivos naturales. Los recursos del patrimonio cultural, asociados con construcciones arquitectónicas, casas de la cultura, museos, etc. se asocian con 65 bienes patrimoniales, de los cuales el 26% corresponde a atractivos arquitectónicos que concentran 17 inmuebles, las casas de cultura participan con el 26% con 17 bienes patrimoniales, 15 recursos históricos que alcanzan el 23%, y en menor proporción, los 9 museos, otros 6 bienes y patrimonio cultural y tecnológico como el ICP, Neomundo, etc. (Pérez, 2015, p. 104-105).

No obstante, y una vez pasada la euforia ante la novedad de conocer al Panachi o alguno de los sitios anteriormente mencionados, y dejando nuevamente en el olvido las glorias de héroes sumidos en el silencio de tiempos idos, se puede argumentar que estos atractivos turísticos más que ser lugares para la memoria o el recuerdo, solo buscan deparar un placer estético en el que los artistas son “creadores de sociedad, productores de historia” (Rincón, 2015, p. 199). Está en manos de todos los santandereanos valorar el patrimonio histórico y cultural legado de las provincias de Santander y transmitido de generación en generación hasta nuestra época para reconocer la riqueza natural del paisaje y la geografía regional; de igual manera, es preciso no desconocer el esfuerzo de los próceres, caudillos y gentes del común que permitieron la Independencia de Colombia; también estimar, en justa medida, la férrea voluntad de tantos coterráneos que a través del arte, la cultura, el deporte, la política y la economía nos permiten reconocer cada día la herencia transmitida por la memoria y que no es otra cosa que el patrimonio cultural. Un patrimonio cultural unido a la memoria como campo de investigación para rescatar del olvido a quienes forjaron la región y que deben ser reconocidos por encima de las formas colectivas de masificación de la historia y “de las grandes metanarrativas, de culturas post que encontraron punto de referencia obligado precisamente en esas nuevas teorías de la memoria” (Rincón, 2015, p. 63).

Conclusiones

Marc Bloch (citado por Aguirre, 2015) plantea que:

[…] la historia regional sería la reconstrucción científica de la evolución histórica de una región, es decir, de una cierta individualidad histórica en movimiento o desplegando una cierta dinámica, a partir de la compleja dialéctica entre determinados fundamentos geográficos y ciertos fenómenos de orden económico, o político, o cultural, o social o histórico, según el tipo de región estudiada o abordada (2015, pp. 286-287).

Es cierto que la historia es necesaria para la vida y para la acción pues los seres humanos debemos utilizar el pasado para la vida, y los acontecimientos sucedidos son el insumo para escribir la historia a través de la reflexión, la comparación y la distinción porque la rememoración e interpretación de la historia debe impulsar a una nueva cultura que esté al servicio de la vida más que al del saber erudito y crítico, esto es, una cultura que se viva, que se sienta. Y el historiador, a través de la conservación del patrimonio cultural entendido como “un sentimiento simple y conmovedor de placer y satisfacción de la realidad modesta, ruda y hasta penosa en que vive un individuo, un pueblo” (Nietzsche, 2006, p. 41), debe propender por la conservación de la vida y las tradiciones para transformar la sociedad.

Actualmente podemos decir con firmeza que el pasado está de moda y el patrimonio goza de popularidad. El pasado se ha tomado como presente para perpetuar la memoria de los seres que hicieron posible a la región santandereana; sin embargo, esa reapropiación simbólica que ayudaría a reafirmar nuestra nacionalidad y localidad –con respeto a la pluralidad, la diversidad y la diferencia– en torno al patrimonio cultural, ha sido solapada con la construcción de “parques de la memoria”, donde si bien se invita a través del patrimonio cultural a recordar los instantes significativos que permitieron consolidar el departamento de Santander, estos solo han quedado resguardados en nuestras frágiles memorias como días del olvido.

Por ello hay que regresar a interrogar la genealogía, los orígenes de lo que somos como sociedad regional, local y patrimonial en un conjunto de seres diversos llamado nación colombiana, pues el “genealogista tiene necesidad de la historia para conjurar la quimera del origen” (Foucault, 1997, p. 23). Seguramente nuestra historia patrimonial, aún por descubrirse, es una suma de acontecimientos, disfrazados unos, vacuos otros. No se trata de ir a la búsqueda de la historia regional y patrimonial para ofrecerle a la sociedad identidades inamovibles, pues lo único cierto de la historia es el cambio de las sociedades; tampoco se trata de hacer una historia monumental del patrimonio para rendirle veneración y culto y, de esta manera, desconocer las nuevas creaciones como reinvención de la vida (Foucault, 1997, p. 9) 4 . Se trata de reconocer lo plural que habita en la sociedad, en la heterogeneidad y no exclusivamente en la identidad. Y, ante todo, reconocer que estas representaciones se instalan en lo discontinuo, en la lucha, en las representaciones de la dominación, en la violencia instalada y regulada como un sistema de reglas llamado Estado-Nación.

Y si partimos de esta búsqueda pacientemente documental por los orígenes, cabe preguntarse que si hace ya casi cien años se perfiló una ruta de investigaciones sobre la región santandereana ¿por qué no se ha configurado, por lo menos, una cartografía de esta ruta? Desde que se crearon el Centro de Historia de Santander en 1929, la Academia de Historia de Santander en 1946, el programa profesional universitario de Historia en 1987 y, desde 1994, una Maestría en Historia ¿por qué la historiografía regional y patrimonial de Santander aún espera sus historiógrafos? La tarea que le espera a la Academia de Historia de Santander, a los historiadores profesionales universitarios y a la sociedad santandereana, sin ambages, es monumental, anticuaria y crítica porque “cuando la inteligencia es proyectada, casi rabiosamente hacia el futuro, ella va dejando atrás, como un lastre, el pasado” (Latorre, 1961, p. 20).

Referencias

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Notas

* Artículo de reflexión

1 La expresión seres acontecidos surge a partir de Heidegger y es retomada por Francisco Zuluaga para indicar “la ‘realidad histórica’ como aquella realidad objeto del estudio de la disciplina histórica, asumiendo que la realidad comprende todos los entes que mudan en el tiempo, sin establecer una distinción específica entre la naturaleza y los seres humanos”. Por tanto, historiadores como Marc Bloch argumentan que la historia en tanto disciplina es la "ciencia de los hombres en el tiempo” (Zuluaga, 2005).

2 Fragmento de la canción Si pasas por San Gil del compositor Jorge Villamil Cordobés.

3 Fragmento del Himno de Santander escrito por Pablo Rueda Arciniegas.

4 Para Foucault la historia monumental es la que tiene como tarea “restituir las grandes cumbres del devenir, mantenerlas en una presencia perpetua, reconstruir las obras, las acciones, las creaciones según el monograma de su esencia íntima”.

Notas de autor:

a Autor de correspondencia. Correo electrónico: tarazona20@gmail.com

Información adicional:

Cómo citar este artículo: Acevedo, A. (2018). El concepto de patrimonio a partir de la historiografía santandereana. Apuntes, 31(2). http://doi.org/10.11144/Javeriana.apc31-2.cphs

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