La restauración del exconvento de Tzintzuntzan. Un modelo de participación comunitaria*

The Restoration of the Ex-Convent of Tzintzuntzan. A Model of Community Participation

Apuntes: Revista de Estudios sobre Patrimonio Cultural, vol. 34, 2021

Pontificia Universidad Javeriana

José Manuel Martínez Aguilar a

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México


Mirna Rodríguez Cázarez

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México


Recibido: 13 Mayo 2019

Aceptado: 27 Abril 2021

Publicado: 30 Diciembre 2021

Resumen: En enero de 2004 inició la primera etapa de la restauración del exconvento franciscano de Tzintzuntzan, México, con la participación directa de la comunidad local, a través de la Escuela Taller de Tzintzuntzan y el apoyo de instituciones de gobierno y privadas. Debido a la importancia histórica del edificio, las condiciones en que se encontraba, sus dimensiones, pero sobre todo la manera en cómo se involucró a la comunidad, la obra puede considerarse una de las más importantes que se hayan realizado en Michoacán, y un modelo en lo que respecta a la intervención y conservación del patrimonio edificado en México y América Latina. La restauración se desarrolló en varias etapas y duró casi ocho años, pero concluyó de manera exitosa, abriéndose el edificio al público en 2012 con el nombre de Centro Cultural Comunitario Tzintzuntzan.

Palabras clave:franciscanos, patrimonio, conservación, Michoacán, Santa Ana.

Abstract: In January 2004 the first stage of the restoration of the Franciscan ex-convent of Tzintzuntzan, Mexico began with the direct participation of the local community through the Tzintzuntzan Workshop School and the support of government and private institutions. Due to the historical importance of the building, the conditions in which it was found, its dimensions, but above all the way in which the community was involved, the work can be considered one of the most important ever carried out in Michoacán, and a model in terms of intervention and conservation of built heritage in Mexico and Latin America. The restoration was developed in several stages and lasted almost eight years, but concluded successfully, opening the building to the public in 2012 under the name of Tzintzuntzan Community Cultural Center.

Keywords: Franciscans, heritage, conservation, Michoacán, Santa Ana, Michoacán, Santa Ana.

Introducción

En enero de 2004 comenzó una de las obras de restauración más importantes que se hayan realizado en el estado de Michoacán, México: la del exconvento de San Francisco de Asís de Tzintzuntzan. Requirió de dos años ininterrumpidos solo para que se completara la primera etapa de tres, y casi ocho años más para que quedara concluida toda la obra. Nos atrevemos a afirmar que fue una de las más importantes que se hayan llevado a cabo en Michoacán por varias razones: por la relevancia histórica y arquitectónica del inmueble, por el estado deplorable en que se encontraba, por lo complejo que fue la logística previa y durante la obra, por la complejidad de la intervención técnica, por la inversión económica que se hizo y porque la estrategia para su intervención en una primera etapa fue en su momento pionera en el país.

El convento de San Francisco era parte del conjunto conventual de Tzintzuntzan en la época colonial, junto como el templo de la misma advocación, además del templo de Nuestra Señora de la Soledad, la capilla de la Concepción, la capilla de la Tercera Orden (siglo XVIII), el hospital de indios, la semanería, el atrio principal con su cruz atrial, las capillas posas, el atrio del hospital con su cruz atrial y una fuente bautismal por sumersión. El conjunto conventual, que abarcaba unos 56.000 metros cuadrados, era el corazón de la ciudad, a partir del cual se habían trazado las calles y repartido los solares en una antigua congregación (Martínez, 2015).

En este trabajo se expone la importancia histórica y arquitectónica que tuvo el convento en la época virreinal, las gestiones que se hicieron antes y durante la intervención, cómo fue que se formó y qué fue la Escuela Taller de Tzintzuntzan, cómo se efectuó la restauración en sus distintas etapas y cuál fue el uso final que se le dio al edificio al terminar su intervención. Una parte está basada en bibliografía y otros documentos, pero en su mayoría es testimonio de una experiencia de los autores al participar en la restauración durante más de dos años.

Importancia histórica y arquitectónica del inmueble

El exconvento de Tzintzuntzan tiene sus antecedentes en la capilla y convento de Santa Ana, levantados por indicaciones del franciscano fray Martín de la Coruña a finales de 1525 o principios de 1526, siendo las primeras edificaciones católicas de todo el occidente de la Nueva España. Se erigieron en las laderas del cerro de Tariácuri, al sureste de la entonces cabecera de la provincia de Michoacán, con materiales endebles, mientras se iniciaba la evangelización de los pueblos cercanos. Alrededor de 1533 los franciscanos hicieron construir un segundo convento con su templo en el valle de Tzintzuntzan, en donde se encuentra el edificio actual (Warren, 1977). A partir de entonces fue este convento el centro de irradiación de la fe católica en la provincia de Michoacán, desde donde salían los religiosos a bautizar y evangelizar a numerosos pueblos, así como a fundar nuevos conventos y capillas. En 1536 se formó la custodia de los Santos Apóstoles de San Pedro y San Pablo de Michoacán, sujeta a la provincia del Santo Evangelio de México, de la cual el convento de Tzintzuntzan seguía siendo la cabeza (Espinosa, 2003).

Fue en el templo de Tzintzuntzan donde Vasco de Quiroga tomó el cargo de obispo de Michoacán en 1538, como lo ordenaba una bula papal, por lo que se convirtió en la primera catedral de Michoacán, siendo entonces una edificación de adobe y paja, “paupérrima y muy pequeña” (Warren, 1977, p. 117). En el convento residieron entre 1538 y 1565 notables religiosos como Jerónimo de Alcalá, Ángel de Valencia, Miguel de Bolonia, Juan Focher, Juan Bautista de Lagunas, Jacobo Daciano y Maturino Gilberti. En su noviciado se formaron ministros como Diego Muñoz, Alonso Ortiz, Juan de Serpa y Pedro de Pila (Espinosa, 2003). A partir de 1565, la custodia franciscana se elevó a provincia, quedando el convento de San Buenaventura de Valladolid como la sede, por lo que quedó el de Tzintzuntzan con la categoría de guardianía, teniendo bajo su doctrina la misma cabecera y nueve pueblos cercanos (Carrillo, 1996).

El edificio que podemos ver en la actualidad fue producto de una reconstrucción que se efectuó entre 1579 y 1601 por iniciativa de fray Pedro de Pila, fray Francisco Aboitiz y fray Miguel Ortiz (Martínez, 2015). Según el padre Alonso Ponce (Ciudad Real, 1993, p. 77), para 1586, el convento era “bueno, acabado, hecho de cal y canto, con su claustro, dormitorio e iglesia, la cual tenía un retablo muy vistoso, y el convento un aljibe de agua llovediza y una buena huerta con grandes higueras y nogales”. Una vez terminado fue considerado uno de los edificios franciscanos más grandes y suntuosos de la Nueva España (Espinosa, 2003), el cual contaba con comunidad religiosa, estudios y noviciado, con capacidad de albergar más de treinta religiosos (Carrillo, 1996). Se trataba de un edificio característico del barroco plateresco de Michoacán de finales del siglo XVI (Yokoyama, 1997), de dos plantas, con 3.500 metros cuadrados, sin contar espacios abiertos y el noviciado que se hallaba en un edificio propio, del cual ahora quedan pocos vestigios. Sus muros fueron levantados con piedras basálticas (janamu), reutilizadas del centro ceremonial prehispánico del lugar; sus cubiertas eran de viguería de madera, apoyadas sobre arrocabes del mismo material, tablones, terrado cubierto con una estructura de madera y tejamanil, que después fue reemplazado por teja de barro. En los cruceros del techo del claustro se ubicaron cuatro bellos alfarjes de madera, de herencia mudéjar, de los pocos que han sobrevivido en México (Phillips, 1999). Los pisos eran de baldosas de barro y de piedra de recinto; las puertas y ventanas eran de madera de pino reforzadas con herrajes; los marcos de la mayoría de puertas y ventanas eran de cantería al igual que los pilares, arcos, cornisas, escaleras, poyos, sacrarium, pila para el agua bendita y la portada de la capilla abierta; sus aplanados eran de cal y arena, bruñidos y decorados con pinturas al fresco, que mostraban escenas religiosas, motivos vegetales y medallones de santos.

Su programa arquitectónico estaba conformado por la capilla abierta, portal de sacramentos, portería, aljibe, claustro bajo y alto, corredores, sacristía, sala capitular, sala de profundis, refectorio, cocina, dispensario, huerto mayor y menor, caballerizas, pajero, cuarto de aperos, lavaderos, letrinas, oficinas, biblioteca, aulas de estudios, celdas, antecoro, corredores, escaleras y enfermería (Martínez, 2015).

Las gestiones previas y el estado de conservación antes de la restauración

Desde inicios del siglo XXI, la asociación civil Adopte una Obra de Arte, de Michoacán, encabezada por Fausto Zerón-Medina y Josefina Laris, se propuso el ambicioso objetivo de gestionar la restauración del exconvento de Tzintzuntzan. Fue una tarea compleja el conseguir la aprobación y participación de los diferentes grupos que de alguna manera tenían injerencia en el edificio. De inicio, era de propiedad federal, por lo que el Gobierno tenía que aprobar la iniciativa y al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) le competía autorizar los permisos correspondientes.. Por ser un edificio que tenía, aunque fuera de manera parcial, un uso religioso, el arzobispado de Michoacán tenía que consentir la intervención y cerciorarse de que una vez restaurado seguiría haciendo uso de los espacios que ocupaba la parroquia para sacristía y notaría. La comunidad y los representantes de bienes comunales de Tzintzuntzan, que durante décadas habían impedido que el INAH o cualquier institución ajena a la población “echara mano” del edificio, tuvo que ser persuadida de los beneficios que generaría el tener un inmueble restaurado y manejado por la propia comunidad para beneficio de la misma (Martínez y Rodríguez, 2012). También se involucró al resto del pueblo, a las autoridades estatales y municipales, al párroco, a los cargueros de la Soledad, a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, al Centro INAH Michoacán y a la Secretaría de Urbanismo y Medio Ambiente, que finalmente fue la que realizó el proyecto de intervención y lo ejecutó. Desde luego que las voluntades habrían sido infructuosas sin los recursos técnicos y económicos suficientes. La mayor parte de las aportaciones provenían del gobierno estatal –a cargo de Lázaro Cárdenas Batel– y en menor porcentaje del federal –durante el mandato de Vicente Fox–, así como de diversas instituciones, entre las que destacan la Generalitat Valenciana, Daimler-Chrysler, el banco JP Morgan, World Monuments Fund, ECOSOLy otras que posteriormente se sumaron al proyecto, como American Express y la Casa Real Danesa.

De origen se esperaba que una vez restaurado el edificio pudiera funcionar como un centro cultural con talleres de oficios tradicionales, aulas de usos múltiples, biblioteca, área administrativa, museo, notaría, cafetería, comedor, cocina, sanitarios, venta de artesanías y espacios para eventos culturales, que permitieran solventar los gastos de mantenimiento del propio inmueble. Con el tiempo se hicieron algunas modificaciones al proyecto original de uso, pero la idea básica se mantuvo.

El estado de conservación del edificio al iniciar el año 2004 era deplorable, y estaba registrado por la World Monuments Fund (WMF) como uno de los cien monumentos más importantes en peligro de desaparecer. Los límites originales del edificio estaban invadidos por viviendas de algunas familias de la misma comunidad, que décadas atrás se habían fijado el objetivo de resguardarlo y evitar la intromisión de extraños. La mayor parte de las cubiertas estaban apuntaladas, porque la viguería se había deshecho de los cabezales por hongo; algunos muros exteriores se encontraban tapados hasta más de un metro de altura por lodo, basura y vegetación; la fachada posterior del edificio tenía serios problemas de desplomo, con riesgo de venirse abajo; la mayoría de la pintura mural se hallaba encalada o parcialmente perdida; una buena parte de los elementos de piedra, incluyendo cantería, estaban fracturados, perdidos, exfoliados o manchados; además, casi todas las puertas y ventanas, sin ser muy antiguas, se habían fracturado y resecado.

Una observación más cuidadosa en cada uno los elementos constructivos evidenciaba una enorme cantidad de etapas constructivas e intervenciones realizadas durante siglos, lo cual dificultaba su lectura, por lo que se requirió llevar a cabo una investigación más profunda que permitiera comprender, además de la materialidad del inmueble, los usos de los espacios a lo largo de su historia.

La Escuela Taller de Tzintzuntzan

El cinco de enero de 2004 comenzaron los trabajos de restauración del exconvento de San Francisco Tzintzuntzan en su primera etapa, a través de la Escuela Taller de Tzintzuntzan. La idea de las escuelas taller fue creada en España en 1985 con la finalidad de rescatar los oficios tradicionales, atender los centros históricos de las ciudades y capacitar a jóvenes y adultos desempleados (RETAL, 2020). Más tarde fue replicada en América Latina, siendo la de Tzintzuntzan una de las primeras escuelas de este tipo en México. Se trataba de un proyecto donde se involucró a una parte de la comunidad para la intervención de su propio edificio, al mismo tiempo que se les preparaba como auxiliares de restaurador, para que una vez terminada la restauración fueran ellos quienes se encargaran del mantenimiento del edificio y del resto del patrimonio de Tzintzuntzan, además de tener la preparación necesaria para ser contratados por restauradores en distintos proyectos de conservación del patrimonio en Michoacán. Para tal fin se convocó a jóvenes de Tzintzuntzan y comunidades aledañas, desempleados y que no estuvieran estudiando, a inscribirse a la Escuela Taller en alguna de sus cinco especialidades: albañilería (en dos grupos), cantería, carpintería, electricidad y pintura mural. Una vez realizadas las entrevistas necesarias quedaron más de noventa jóvenes de ambos sexos formando los seis grupos, coordinados por el mismo número de especialistas. La dirección de la Escuela Taller estuvo a cargo de la arquitecta Lourdes Islas, quien después fue relevada por Francisco Javier García; la encargada de la academia y después de la coordinación general de la Escuela fue la maestra Mirna Rodríguez Cázarez; mientras que el maestro José Manuel Martínez, como coordinador de monitores, fue el responsable directo de la restauración. Participaron también la psicóloga Yunuén Reséndiz, contadores, secretarias, un almacenista y algunas cocineras, estas últimas debido a que a todos los integrantes de la Escuela Taller se les servía de manera gratuita un desayuno y una comida diariamente. Además, recibían una pequeña beca de mil pesos, que les servía para transporte o para lo que ellos dispusieran. La jornada de clases y trabajo diaria iniciaba a las ocho de la mañana y concluía a las cinco de la tarde.

La supervisión de la restauración estuvo a cargo del arquitecto Ulises Chávez Coria y del maestro Héctor Álvarez Contreras, de la Secretaría de Urbanismo y Medio Ambiente, así como del Centro INAH Michoacán, a través de la doctora María Lizbeth Aguilera Garibay. Desde luego que hubo auditorías continuas, principalmente de parte del gobierno del estado, y se elaboraban los informes de los avances para conocimiento de las instituciones supervisoras, los benefactores y la sociedad en general. Por su lado, la participación de Adopte una Obra de Arte fue continua y cercana durante todo el tiempo que duró la intervención. En distintos momentos se contó con la asesoría de diversos especialistas, entre los que se encontraron: Xavier Cortés Rocha, director de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes; Lilia Rivero Weber, titular de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural; especialistas de la dirección general del INAH y del centro INAH, Michoacán; el ingeniero Roberto Meli Piralla y el arquitecto Fernando López Carmona; los doctores Luis Alberto Torres Garibay y Eugenia María Azevedo Salomao, de la Facultad de Arquitectura dependiente de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo; el doctor José Cruz de León, de la Facultad de Ingeniería en Tecnología de la Madera, también de la Universidad Michoacana, entre otros.

La preparación de los estudiantes de la Escuela Taller fue compleja, debido a la disparidad en sus edades (de 18 a 45 años), y por nivel de educación que tenían, siendo que algunos no sabían leer ni escribir mientras que otros habían estudiado hasta la preparatoria. No obstante, se canalizó a todos ellos a los diferentes talleres de acuerdo a las habilidades previas y la elección de cada persona. En aulas provisionales, las y los estudiantes recibieron información básica sobre conceptos y procedimientos de restauración y conservación, y como parte de esto se hicieron viajes de reconocimiento a diferentes sitios que contaban con patrimonio histórico y arquitectónico, con el fin de que pudieran tener una idea de lo que existe en el estado y de que valoraran su propio patrimonio; no obstante, la mayor parte de su preparación fue práctica.

A través de los estudiantes se tuvo contacto cercano con la comunidad, pues se invitaba de forma periódica a los padres de familia de cada uno de ellos y al resto del sector a ser testigos de los avances de obra que se estaban logrando gracias a los jóvenes de la ETT. En diciembre de 2005, cuando se concluyeron los trabajos de la primera etapa, se realizó una emotiva ceremonia de inauguración parcial y los estudiantes recibieron una constancia de terminación de estudios, avalada por la Secretaría de Educación Pública, que los acreditaba como auxiliares de restaurador.

La intervención en su primera etapa

La primera etapa de restauración, que al principio correspondía a la zona oriente y sur del edificio y después se amplió, fue la más compleja, porque de inicio no se tenían herramientas, materiales y equipos de protección necesarios, ni mano de obra suficientemente calificada. Mientras llegaban los insumos y se preparaba a los estudiantes, desde enero de 2004 se iniciaron algunas actividades preliminares, como la adaptación de una oficina provisional para los coordinadores del proyecto; la protección de los muros de los corredores en el claustro bajo; la revisión y colocación de puntales en los espacios donde la viguería tenía riesgo de caer; la remoción de basuras, tierra y escombros que había al poniente y al sur del edificio; el inventario de madera y piezas de cantería en desuso, entre otras. En las primeras semanas también se demolió una pequeña construcción de adobe que se emplazaba al poniente del edificio, dejándose una entrada para introducir materiales a un patio de maniobras del exconvento y sacar escombros del mismo.1

Conforme fueron llegando los materiales, herramientas y equipo de protección, se instaló provisionalmente un taller de carpintería, que posteriormente fue equipado con maquinaria especializada en lo que había sido la notaría; se adaptó otro espacio como almacén; se construyó una cocina provisional en el huerto sur del exconvento; se liberó el piso que estaba tapado con tierra; se liberaron aplanados de cemento de los muros de la antigua cocina, que se hallaban con altos niveles de humedad; en el mismo espacio se liberaron dos alacenas que estaban tapiadas y una ventana por donde salía el humo originalmente. También se colocaron andamios y un tobogán para tirar escombros al patio de maniobras; se revisaron los cabezales de la viguería; se repararon las instalaciones hidráulicas y sanitarias originales, que consistían en tubería de barro y canales de piedra. Además, se hicieron calas en la base de las fachadas principal y posterior del exconvento y en la de algunos pilares del claustro bajo para revisar la cimentación. Mientras tanto, la restauradora de bienes muebles Alicia Ortega hizo calas en los muros para determinar dónde había pintura mural.

Al paso de las semanas se colocó una cubierta provisional en la azotea del edificio para que los talleres de albañilería comenzaran con la demolición de la losa de concreto, además del retiro de terrado, el desencofrado de cabezales, la liberación de riostras, viguería y arrocabes en mal estado y el tratamiento químico de los elementos de madera en buenas condiciones. En los entrepisos también se revisaron los cabezales y se liberaron baldosas de barro, terrados, riostras, viguería y arrocabes en malas condiciones, previa protección de muros. Posteriormente se integraron arrocabes, viguería, encofrados, riostras, tablas, terrados, losa de compresión, baldosa en entrepisos y ladrillo e impermeabilizante en losas de azotea, según las especificaciones del proyecto original. Este taller también participó en la restauración y rehabilitación del aljibe, que tenía años en desuso.

Para el hachado de vigas se contrataron a tres jóvenes de Erongarícuaro que contaban con estas habilidades, quienes enseñaron a los estudiantes del taller de carpintería tal procedimiento. Con la asesoría del profesor, los jóvenes del mismo taller se encargaron de fabricar los arrocabes y riostras que remplazarían a las que habían sido retiradas y de dar tratamiento a la madera con preservadores para madera y aceite de linaza. También cepillaron y prepararon las tablas machimbradas que serían colocadas sobre la viguería; trabajaron en la restauración de puertas y ventanas que se encontraban en condiciones de seguir en uso, y dado que el portón de la entrada principal al exconvento era inservible, de mala calidad y poco valor histórico, se procedió a la fabricación de un nuevo portón, reutilizando tramos de viguería retirada que estaba en buenas condiciones estructurales.

El taller de cantería trabajó en la fabricación de elementos cuyas fracturas o partes faltantes no permitían su correcto funcionamiento, como cornisas, gárgolas, poyos, peldaños de las escaleras, piezas para pisos, marcos de puertas y ventanas; también se encargó de la colocación, limpieza, restitución y rejuntado de piedra basáltica y cantería, que incluía la portada de la capilla abierta del exconvento.

Por su parte, el taller de electricidad realizó la instalación de todos los circuitos eléctricos por pisos, entrepisos y cubiertas, sin dañar los muros y la colocación de accesorios. Se buscó que las lámparas, reflectores, contactos y apagadores fueran discretos, pero que no ocultaran su carácter contemporáneo.

Por último, los jóvenes del taller de pintura mural, guiados de cerca por la restauradora Alicia Ortega, se encargaron de retirar las capas de cal que cubrían la pintura del portal de sacramentos, la portería y otros espacios, que datan de los siglos XVI al XVIII, así como de velar y consolidar capas pictóricas y partes de aplanados parcialmente desprendidos en todos los muros de la primera etapa que así lo requerían.

En todos los talleres, se hicieron constantes pruebas y prácticas con piezas de desecho, antes de intervenir el patrimonio, y, desde luego, se contó con la constante supervisión de los encargados del taller y de los restauradores. Por otro lado, aunque no estaba incluido en el proyecto original, se vio la necesidad de restituir los aplanados de los muros en donde se habían perdido desde hacía décadas o siglos, para proteger la integridad de los propios muros y de los cabezales de las vigas ante la humedad ambiental y la lluvia. Para lograrlo se pidió el consentimiento del INAH y de las autoridades correspondientes y se reunió a la gente del pueblo para explicar la importancia de integrar dichos aplanados. La aceptación ante los argumentos expuestos fue unánime, por lo que se procedió a tal acción utilizando los mismos materiales que conformaban los aplanados originales, según los vestigios que presentaba el edificio. Solo se dejaron expuestos los petroglifos existentes, como testigos de la reutilización de las piedras del sitio prehispánico de Tzintzuntzan.

Las intervenciones posteriores y adicionales

Por solicitud de Adopte una Obra de Arte, los patrocinadores o la comunidad, la Escuela Taller también participó en actividades que no estaban considerados en el proyecto original, tales como la construcción de una capilla de veladoras, a un costado del templo de la Soledad, en la que participaron todos los talleres menos el de pintura mural. Este taller trabajó en la restauración de la pintura de la capilla del hospital de la Concepción, mientras que a la licenciada Alicia Ortega se le pidió restaurar la venerada imagen del Santo Entierro, resguardada en el templo de la Soledad. Mientras duró la intervención de la imagen la comunidad estuvo siempre presente y al tanto de los avances, al igual que en todas las demás obras.

De manera paralela a la restauración del edificio en su primera etapa, a través de Adopte una Obra de Arte se contrató a la empresa IARSA S. A. de C. V. para restaurar el muro vestigio de lo que fue el noviciado, localizado al suroeste del exconvento. Las acciones de intervención que se realizaron en este muro fueron el desmonte y reconstrucción de dos tercios de su altura total, lo que permitió corregir el desplome, que representaba un riesgo para el muro y para la propia gente.

Una vez terminada la primera etapa de restauración, los jóvenes que formaban la Escuela Taller de Tzintzuntzan crearon una cooperativa denominada COOREPATH, que en coordinación con la empresa IARSA intervino entre 2006 y 2008 la crujía poniente del exconvento, que se encontraba a punto del colapso. Como parte del procedimiento se desmontó y reconstruyó una parte del muro y se consolidó el resto; con la asesoría de ingenieros especialistas se integraron tensores para sujetar los muros paralelos; se restituyó la viguería y la cubierta y se integraron aplanados, instalaciones eléctricas y pisos de madera.

Bajo la asesoría de la Dirección General del INAH, en la persona del arquitecto Salvador Aceves García, se hicieron trabajos de consolidación del subsuelo del claustro, mediante la colocación de cuatro pilotes, y se atendieron problemas que causaban humedad en los muros. Para la restauración de los corredores de los claustros y el muro norte colindante al templo de San Francisco, se contrató a la empresa Vega Arquitectos S. A.

En 2007 la restauradora de bienes muebles Xochiquetzal Rodríguez Horta participó en la restauración de la pintura mural del refectorio, celdas y escaleras, así como en los alfarjes de madera de los claustros, labor que incluyó el tratamiento a las partes originales, la sustitución de piezas faltantes y la reintegración de la colorimetría original. En un muro de la escalera noroeste se identificó una imagen de fray Jacobo Daciano, quien habría estado en la década de 1550 en Tzintzuntzan. El 22 de febrero de 2008 la reina Margarita II de Dinamarca y el príncipe consorte Enrique de Laborde de Monpezat, acompañados del presidente de México Felipe Calderón Hinojosa y del gobernador de Michoacán Leonel Godoy Rangel, visitaron el exconvento y reconocieron la obra y legado de fray Jacobo Daciano, ancestro de la reina Margarita. Luego del recorrido, la Casa Real danesa aportó alrededor de 196 mil pesos mexicanos para contribuir a los diversos trabajos de restauración del edificio, incluyendo la pintura mural (Lo relevante, 2008).

Por otro lado, a la maestra Mirna Rodríguez se le encomendó ejecutar la instalación de los sanitarios en uno de los espacios que habían perdido la cubierta, localizado al suroeste del edificio. Se trató de una integración de arquitectura contemporánea en un edificio histórico, que desde nuestro punto de vista fue bien logrado.

En 2010, Salvador Aceves, Saúl Alcántara y la Universidad de Chapingo trabajaron en el saneamiento ambiental de los olivos del atrio. También se trabajó en la consolidación de los muros perimetrales del atrio y los caminos procesionales. Por su parte, la licenciada Xochiquetzal Rodríguez trabajó en la restauración de la pintura mural de la capilla abierta del exconvento y en la capilla del hospital (Martínez y Rodríguez, 2012).

El Laboratorio de Análisis y Diagnóstico del Patrimonio (LADIPA), en conjunto con la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente (ECRO), realizaron desde el año 2012 el estudio y conservación de un acervo escultórico de la época colonial que se resguardaba en el exconvento de Tzintzuntzan, denominado Cementerio de Cristos. Se restauró una imagen de bulto de San Francisco, una de Santa Ana, una imagen de Dimas o Gestas y otras piezas de gran valor patrimonial (LADIPA, 2020). Una imagen del siglo XVI que representa el Descendimiento de Cristo o La piedad, manufacturada en relieve con pasta de caña de maíz, fue retirada en el 2007 como parte de los trabajos previos a la restauración de los alfarjes y hasta el momento no se ha colocado en su sitio original, en uno de los cruceros del claustro bajo.

Como parte de la colaboración entre el INAH, la Secretaria de Cultura y el grupo de restauradores, entre los que estaba la maestra Mirna Rodríguez, se recuperaron tanto los niveles de pisos como los diseños originales de piedra laja en los andadores del huerto sur. Además se levantaron las bardas que los rodean, utilizando el sistema de piedra laja, similar al de los basamentos prehispánicos del antiguo centro ceremonial de Tzintzuntzan (Yácatas) y al de las bardas del atrio.

El Centro Cultural Tzintzuntzan

Para administrar el edificio restaurado se creó un patronato desde el año 2006, formado en su mayor parte por gente de la misma población. El objetivo fue poner en función en el mismo edificio un centro de cultura sustentable denominado Centro Cultural Comunitario de Tzintzuntzan, que tuviera diversos usos culturales, académicos, museográficos, y, desde luego, que el propio edificio fuera un atractivo para el turismo.

En una buena parte del exconvento se instalaron salas museográficas donde se expone parte de la historia prehispánica, virreinal y reciente de Tzintzuntzan. La museografía fue realizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y quedó a cargo del Centro Cultural Comunitario Tzintzuntzan, fundado en el año 2006. La inauguración del museo fue hecha el 21 de noviembre de 2011 por el entonces presidente de México Felipe Calderón Hinojosa y para el 4 de noviembre de 2012 el arzobispo Alberto Suárez Inda ofició en el templo parroquial una misa de acción de gracias por la conclusión de las obras de restauración (INAH, 2012).

El recinto está dividido temáticamente en tres grandes bloques: Prehispánico, Virreinal y Tzintzuntzan hoy; de acuerdo al Sistema de Información Cultural México:

En el primero de ellos se abordan el tiempo y el espacio del imperio purépecha, que floreció durante el Posclásico y llegó a ser el segundo en extensión e importancia en Mesoamérica luego del mexica; [se estudian] los orígenes de los purépechas […] una civilización con singular arquitectura, avanzada metalurgia y sofisticada alfarería, hábil en el uso y comercio de la turquesa; los enigmas de su lengua; el establecimiento de Tzintzuntzan como centro político y religioso del imperio; su estratificada y compleja estructura social y administrativa; la economía; la guerra; la cosmovisión y los saberes, así como algunas cédulas complementarias como La administración de justicia y El comercio y los mercados. En las dos salas dedicadas al “Virreinato” se aborda el fin del sueño del linaje uacúsecha por la Conquista y la fusión de dos razas, dos culturas, dos visiones del mundo, que urdieron el entramado del mestizaje colonial. […] Este apartado incluye las cédulas: La conquista de México-Tenochtitlan, Los españoles llegan a Tzintzuntzan, El último cazonci, La evangelización, Los franciscanos, Don Vasco y la Segunda Audiencia, El traslado de la sede catedralicia, Tzintzuntzan en el Virreinato, Secularización del clero y otras más de orden complementario. El último segmento, “Tzintzuntzan hoy”, se plantea como un espacio vivo que invita a la participación activa de la comunidad; son presentadas piezas artesanales, de manufactura tzintzuntzeña, como muebles de chuspata, piezas de popotillo y cerámica, donde el visitante podrá tomar parte en la relectura de la historia de lo que fue la capital del imperio purépecha. (SIC, 2020)

También se reactivó el uso de la notaría parroquial, con su respectivo archivo, y la sacristía con su debido uso parroquial. Se dejaron oficinas para la administración del Centro Cultural, la antigua cocina se atavió con muebles, utensilios y algunos alimentos secos, para recrear cómo debió ser originalmente, al igual que la celda del guardián del convento, en la planta alta. Actualmente, el exconvento se ha posicionado como un lugar de preferencia para realizar reuniones de importancia para la propia comunidad, eventos académicos y culturales, como la extensión de Festival de Música de Morelia y el Festival Internacional de Cine de Morelia. Hace años se promocionaba para efectuar eventos sociales como bodas y bautizos, pero por política de la administración se retiró este servicio. Cabe mencionar que desde la restauración del exconvento la visita al sitio fue integrada a las páginas digitales del INAH nacional y federal, como parte de la promoción de sitios y monumentos de interés en México

Es bien sabido que el exconvento restaurado fue una de las claves para que se otorgara al municipio de Tzintzuntzan la declaratoria de Pueblo Mágico en el año de 2012 y para integrar al pueblo como parte de la Ruta de Don Vasco. El exconjunto conventual colonial, sumado al antiguo centro ceremonial conocido como La Yácatas, las tradiciones, las artesanías y las bellezas naturales del municipio fueron pretextos más que suficientes para que se considere este lugar como uno de los mayores atractivos de Michoacán para el turismo nacional e internacional, por lo que la inversión hecha para la restauración del exconvento bien valió la pena.

Conclusiones

Las escuelas taller en América Latina surgieron a principios de la década de 1990, en un esfuerzo por desarrollar competencias laborales en la restauración del patrimonio histórico para así enfrentar el desempleo y el abandono de edificios públicos (RETAL, 2020). Bajo este modelo se creó la Escuela Taller en Tzintzuntzan, como una de las primeras del país. Gracias a este proyecto se logró que los vecinos se involucraran en el proceso y restauración de su patrimonio y que se comprometieran a su mantenimiento, principalmente a través de un patronato y con mano de obra de los egresados de la ETT. Esta forma de involucrar a la población fue una de las principales razones para considerar la restauración del exconvento franciscano de Tzintzuntzan como una experiencia que, a pesar del tiempo que ha pasado desde su ejecución, podría ser ejemplar para intervenciones futuras en el patrimonio construido.

Por otro lado, se trató de una obra de gran trascendencia, primeramente por la historia tan importante del inmueble, que implicaba numerosas etapas constructivas desde el siglo xvi hasta años recientes previos a la intervención. En segundo lugar, por el lamentable estado de conservación en que se encontraba, la cantidad de metros cuadrados intervenidos y la dificultad que esto implicaba en todos los sentidos, puesto que en algunos casos se tuvo que sustituir por completo, desde pisos hasta viguería, cuidando siempre de respetar el proyecto original, con base en los principios de conservación del patrimonio. Tercero, por la cantidad de personas e instituciones que se involucraron en todo el proceso –en la gestión, en la intervención, en la supervisión, en la inversión de recursos económicos, etc.–, siendo de este modo un proyecto multidisciplinar. Por último, debido a la participación de las instituciones para reunir una fuerte inversión.2

La Escuela Taller no solo colaboró y fue parte del rescate del patrimonio edificado con el que cuenta la comunidad, sino que también rescató parte de la juventud de Tzintzuntzan que no trabajaba ni estudiaba. Esto también motivó a muchos de ellos a seguir preparándose, por lo que una gran parte terminó la primaria, la secundaria e incluso una carrera universitaria; otros se sumaron a los trabajos de restauración del mismo exconvento en su segunda y tercera etapa, o se integraron a varias empresas de restauración. Entre el grupo que formó la ETT se debe resaltar la participación que tuvieron las mujeres en la intervención del exconvento, pues casi la mitad de los estudiantes eran de sexo femenino, incluso algunas eran madres. Estas jóvenes y señoras trabajaron a la par con los hombres en casa uno de los talleres, lo que demuestra que las actividades en una obra de restauración como la que se realizó en Tzintzuntzan no son exclusivamente para varones.

Referencias

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Notas

* Artículo de investigación científica.

1 Cabe aclarar que al habitante de esta casa el municipio le otorgó una propiedad a cambio de ceder el lugar que había aprovechado durante décadas, pero que de facto no le pertenecía. . Aunque no hay una cifra oficial, para el año 2012 se hablaba de 12 millones de pesos (INAH, 2012).

2 Aunque no hay una cifra oficial, para el año 2012 se hablaba de 12 millones de pesos (INAH, 2012).

Notas de autor

a Autor de correspondencia. Correo electrónico: majmanuel999@hotmail.com

Información adicional

Cómo citar este artículo: Martínes Aguilar, J. M., y Rodríguez Cázarez, M. (2021). La restauración del exconvento de Tzintzuntzan. Un modelo de participación comunitaria. Apuntes, 34. https://doi.org/10.11144/Javeriana.apu34.retm

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