El artículo trata sobre la participación de los observadores del Patriarcado de Moscú al Concilio Vaticano II. Su presencia –al lado de representantes de otras iglesias no en plena comunión con la Iglesia de Roma– fue determinante para que se llevara a cabo “el gran examen de conciencia de la Iglesia” en referencia al problema del restablecimiento de la unión de todos los cristianos. En una sede de tal magnitud como la de un Concilio ecuménico de la Iglesia Católica, se tomó contacto y conciencia de esta realidad y de la necesidad imperiosa de dar inicio a un diálogo constructivo que sentara bases sólidas para volver a la unidad deseada y orada por Cristo antes de su inmolación en la cruz. Se puede apreciar de manera sintética el camino seguido por católicos y ortodoxos, los pasos dados y el crecimiento que se dio antes, durante y después del inmediato posconcilio.
The article deals with the participation of the Observers of the Patriarchate of Moscow at the Second Vatican Council. Their presence, with that of the representatives of other churches not in full communion with the Church of Rome, was decisive to carry out the “great examination of conscience” of the Church regarding the restoration of the union among all Christians. In an event of such magnitude as the Ecumenical Council of the Catholic Church, awareness of that reality was raised, as well as the imperative need to start a constructive dialogue with solid foundations to return to the unity desired and prayed by Christ before his immolation on the cross. It will be possible to appreciate—in a synthetic way—the path followed by Catholics and Orthodox, the steps taken and the growth that occurred before, during and after the immediate post Council.
El Concilio Vaticano II fue un acontecimiento eclesial que en el ámbito ecuménico dio un giro trascendental en las relaciones de la Iglesia Católica romana con las demás iglesias cristianas de Oriente y de Occidente. Con las comunidades orientales se dejaban atrás casi mil años de indiferencia, y con las occidentales, casi medio milenio de polémicas y acusaciones.
En su momento, la presencia de representantes del Patriarcado de Moscú como observadores delegados de esta Iglesia Ortodoxa al Concilio fue algo sorprendente. El hecho motivó un interés especial por parte del mismo evento conciliar y de los medios de comunicación del mundo, ya que la geopolítica y la mentalidad de entonces veían este acontecimiento como algo insólito, llamativo, e incluso para algunos, preocupante.
El Concilio permitió un encuentro entre cristianos de todas las denominaciones que difícilmente se hubiera podido realizar en otros escenarios, aunque el Consejo Ecuménico de las Iglesias había dado pasos interesantes en este sentido con reuniones que convocaban a representantes de muchas iglesias, pero de duración limitada a días o semanas. En cambio, el Vaticano II permitió que tales contactos se prolongasen por cuatro años, es decir, durante el tiempo que duró el Concilio. Esto hizo madurar a la Iglesia toda acerca del problema lacerante de las divisiones entre aquellos que se llaman cristianos.
La invitación a los otros cristianos a participar de alguna manera en el Concilio y su aceptación dio inicio a una serie de relaciones, conocimientos, encuentros y experiencias nuevas que ayudaron a desintoxicar las relaciones y ver aspectos nuevos y desconocidos en el otro; y al finalizar el Vaticano II se habría de advertir cuán positiva resultó la experiencia de hacer este camino juntos, Oriente y Occidente.
En un primer momento, todas las iglesias ortodoxas creyeron que el papa Juan XXIII deseaba convocar un Concilio
La primera actitud del Patriarcado de Moscú al conocer el anuncio hecho por el Papa sobre el futuro Concilio fue el de un profundo silencio. Solo algunos meses más tarde, el patriarca Alexis I
Si bien la Iglesia rusa siguió con cierto interés y reserva la preparación del Concilio, más adelante, cuando se oyó hablar sobre la posibilidad de enviar observadores, el Patriarcado ruso se pronunció mediante un artículo anónimo publicado en mayo de 1961, en la
Por su parte, Nikodim
Es desagradable la ausencia de los católicos a este Congreso. Ella expresa, por parte de los jefes de la Iglesia Católica, una falta de amor por la paz. El dogma del primado del Papa ha aislado a la Iglesia Católica de las otras iglesias. Ella busca salir hoy de este aislamiento por medio del Concilio y se sostienen conversaciones con representantes de las otras iglesias. Pero es fácil comprender que el objetivo del Concilio no consiste en unir a los cristianos, sino dividirlos según los criterios políticos que fueron y permanecen inmutables para el Vaticano. …la teoría del Papa es la expresión más sintética y clara del espíritu de mundanidad y de legalismo externo que ha penetrado, en notable medida, en la vida y en la enseñanza de la Iglesia Católica […]. No es solo casualidad que el abismo entre el Vaticano y la humanidad progresista se acreciente cada día que pasa; nosotros pensamos que un conflicto entre las masas de los católicos creyentes, por un lado, y los jerarcas del Vaticano, por otro, es inevitable. Este conflicto del resto ya ha iniciado con la liquidación de uniones como la de Brest
En el mismo año, en entrevista con el padre Antoine Wenger, de
Se escribe siempre en la prensa que la Iglesia Ortodoxa Rusa tiene sentimientos poco amigables hacia la Iglesia romana. Debo decir que estas afirmaciones no se corresponden con la realidad. Los cristianos ortodoxos rusos albergan los mejores sentimientos fraternos hacia la Iglesia Católica toda, hacia su jerarquía y sus fieles. Pero la Iglesia rusa no aprueba la actividad que el Vaticano muestra en el campo político. En sus relaciones, el Vaticano se muestra a menudo opuesto a nuestro país. Nosotros, fieles de la Iglesia Ortodoxa Rusa, somos también ciudadanos leales de nuestro país y amamos ardientemente nuestra patria. Por esto, toda expresión dirigida contra nuestro país no contribuye a mejorar nuestras relaciones mutuas. Nosotros no aprobamos estas actividades políticas de la Iglesia Católica romana y las condenamos. Sin embargo, nosotros no estamos contra la Iglesia Católica como tal.
Estas actitudes y comentarios reflejaban, en su momento, hostilidad y prevención por parte de la Iglesia Ortodoxa Rusa ante el acontecimiento del Concilio de la Iglesia Católica. Al no tener más que informaciones parciales y fragmentadas, sus primeras posiciones fueron de defensa prevenida y de máxima atención ante los movimientos que realizaban los católicos en este campo.
A eso hay que sumar, además, nueve siglos de incomprensiones y desconocimiento entre estas iglesias, la asunción de posiciones y concepciones en extremo politizadas y la ausencia casi absoluta de cualquier tipo de contacto entre dos mundos que se sentían de por sí antagonistas. No obstante, durante las fases antepreparatoria y preparatoria del Concilio, la Iglesia Ortodoxa Rusa –y con ella las otras iglesias ortodoxas– tuvieron la posibilidad de comprender mejor el objetivo del Concilio y la evolución que, en diversos aspectos, se había puesto en marcha al interior de la Iglesia Católica, de tal manera que esta actitud habría de transformarse en un interés genuino por los trabajos preparatorios del Concilio.
¿Cómo se llegó a invitar a observadores no católicos al Concilio Vaticano II? Sobre esta idea había ya algunas propuestas en el momento en que el papa Pío XI consultó al episcopado sobre una eventual reanudación del Concilio Vaticano I
De las invitaciones hechas a los no católicos para participar en Trento, es interesante subrayar la del papa Pío IV al zar Iván IV de Rusia, para que hiciera presencia en el Concilio mediante el envío de representantes de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Infortunadamente, la oposición de los reyes de Polonia de ese entonces impidió que los mensajeros del Papa llegaran con su invitación a Moscú, y el Pontífice vio frustrada así su iniciativa de procurar la presencia de los rusos al Concilio
El proyecto “Invitación de observadores no católicos” comenzó a ser examinado cuidadosamente durante las sesiones preparatorias del Concilio Vaticano II, incluso ya desde los trabajos de la fase antepreparatoria y preparatoria, de acuerdo con las instrucciones del papa Juan XXIII, quien había afirmado su disponibilidad de acoger a los representantes de los “hermanos separados” en caso de que ellos quisieran asistir al Concilio.
Después de numerosas reuniones, deliberaciones y votaciones consultivas, la iniciativa de invitar a representantes oficiales de las otras comunidades cristianas al Concilio, en calidad de “observadores”, fue delineada y presentada por el cardenal Agostino Bea, en un “Estatuto” especial que, por encargo del Papa, había elaborado para presentar a la Comisión Central Preparatoria pocos meses antes de la creación oficial del Secretariado para la Unión de los Cristianos.
El “Estatuto de los observadores” fue discutido, sometido a votación y aprobado, pero faltaba claridad sobre quién debía ocuparse de las invitaciones; la Comisión preconciliar para las Iglesias Orientales sostenía que a ella correspondía por derecho esta tarea, pero al contactar al patriarca Atenágoras I
En efecto, las cartas de invitación enviadas a las iglesias no católicas –firmadas por el cardenal Bea y monseñor Johannes Willebrands, presidente y secretario del Secretariado para la Unión de los Cristianos, respectivamente), en nombre del santo Padre–, presentaron el “Estatuto de los observadores”, que precisó la naturaleza y el papel de estos en cuatro puntos:
Los observadores ofrecerán a las iglesias separadas de Roma una información veraz sobre el acontecimiento del Concilio. Ellos podrán asistir a las sesiones públicas solemnes y a las asambleas generales donde serán discutidos los decretos del Concilio. Ellos no asistirán a las sesiones de comisión, salvo en ciertos casos particulares y con autorización especial. Ellos no tendrán derecho a la palabra ni al voto. El Secretariado para la Unión de los Cristianos servirá de intermediario entre los organismos del Concilio y los observadores, para suministrar a estos las informaciones necesarias para que sigan fácilmente y de modo más eficaz los trabajos del Concilio, y organizará para ellos coloquios con personas calificadas, que podrían ser los mismos padres conciliares, sobre los temas discutidos al Concilio.
Tales planteamientos se encuentran también en el “Reglamento del Concilio”, cuyo Artículo 18, del capítulo noveno de la primera parte, describe otros derechos y deberes de los observadores:
Los observadores pueden informar a sus comunidades sobre problemas tratados en la sede Conciliar. Están por esto obligados a mantener el secreto sobre los mismos ante los demás, igual que todos los padres del Concilio, según establece el Artículo 26. El Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos regula las relaciones entre el Concilio y los observadores, de tal manera que estos puedan seguir los trabajos del Concilio.
La invitación a los observadores de las iglesias ortodoxas fue hecha, en un primer momento, por medio del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, en 1962. Esto, debido a que la Iglesia Católica tuvo en cuenta la decisión de todas las iglesias ortodoxas, reunidas en la I Conferencia Panortodoxa de Rodas
En consecuencia, los católicos consideraron oportuno transmitir la invitación a participar en el Concilio de manera conjunta, por medio del Patriarcado Ecuménico, y no de manera separada, a cada iglesia ortodoxa particular.
Con excepción del Patriarcado de Moscú, las demás iglesias ortodoxas enviaron su respuesta a Constantinopla. Sin la anuencia de Moscú, el patriarca Atenágoras –en nombre de toda la ortodoxia y queriendo mantener su unidad– dio respuesta negativa a la invitación de la Iglesia Católica e informó a Roma sobre la imposibilidad de mandar observadores ortodoxos al Concilio, al cual le deseaba total éxito.
Por eso, quedó absolutamente sorprendido cuando el Patriarcado de Moscú envió dos observadores a la primera sesión del Concilio, a pesar de que el Patriarcado Ecuménico había telegrafiado dos veces a Moscú para reconfirmar su posición sobre el particular. En este caso, la Iglesia Ortodoxa Rusa actuó de modo totalmente independiente, sin tener en cuenta la opinión de las otras iglesias ortodoxas y, sobre todo, el interés del Patriarcado Ecuménico de dar a Roma una respuesta colegial de toda la ortodoxia, según se había acordado durante la I Conferencia Panortodoxa de Rodas
El primer contacto se hizo por medio de cartas y encuentros personales entre el arcipreste Vitali Borovoi
Posteriormente, monseñor Willebrands se reunió con el metropolita Nikodim, responsable del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú, y conversaron implícitamente sobre la necesidad y las ventajas de hacer conocer a las autoridades religiosas de Moscú, de manera más directa, el pensamiento del papa Juan XXIII sobre el Concilio, de modo que esta información de primera mano fuese un elemento indispensable para la toma de posición del Patriarcado de Moscú frente al Concilio y el envío de observadores a este. Al respecto, el Patriarcado habría hecho entender su deseo de recibir una invitación directa por parte de Roma antes de dar respuesta definitiva a la cuestión del envío de observadores al Concilio.
En otro encuentro, de carácter reservado, entre el metropolita Nikodim y el cardenal Eugenio Tisserant, que tuvo lugar en Metz, se discutieron las “garantías en lo que se refería a la actitud apolítica del Concilio”. El cardenal pudo decirle al metropolita que, en el Concilio, no habría ninguna condena explícita al comunismo, ya que –algunos meses antes– la Comisión Central Preparatoria había decidido no usar el término políticamente equívoco de “comunismo” y lo había sustituido por el de “materialismo ateo”. En esta reunión también se ultimaron detalles para un viaje de monseñor Willebrands a Moscú.
El objetivo primordial del viaje era explicar a las autoridades religiosas de Moscú la naturaleza y los fines últimos del Concilio en tres pasos: (1) Ilustrar las intenciones que habían movido al papa Juan XXIII a convocar el Concilio, claramente expresadas ya en la constitución apostólica
Después de haber examinado el informe de monseñor Willebrands, tras su regreso de Moscú a Roma, el cardenal Agostino Bea dirigió al metropolita Nikodim un telegrama, en el cual le informaba sobre el envío inminente de una invitación oficial del Vaticano al patriarca Alexis I de Moscú. El mismo día, la Santa Sede envió las invitaciones oficiales al Patriarcado Ruso. Al recibirlas, el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rusa, bajo la Presidencia del patriarca Alexis, examinó la invitación de Roma, así como los informes que el metropolita Nikodim había elaborado junto a monseñor Willebrands, sobre la preparación del Concilio Vaticano II de la Iglesia Católica romana.
A la luz de tales informes, el Santo Sínodo tomó la decisión histórica de enviar observadores delegados al Concilio. La
Aceptar la invitación a enviar al Concilio Vaticano II, de la Iglesia Católica, observadores del Patriarcado de Moscú. Nombrar –como observadores del Patriarcado de Moscú al Concilio Vaticano II– al representante de la Iglesia Ortodoxa Rusa ante el Consejo Ecuménico de las Iglesias, profesor en la Academia Eclesiástica de Leningrado, arcipreste Vitali Borovoi, y al jefe de la Misión Espiritual Rusa de Jerusalén, archimandrita Vladimir Kotliarov. Disponer el siguiente ordenamiento para los observadores del Patriarcado de Moscú al Concilio Vaticano II: (a) Los observadores informarán detalladamente al Patriarcado de Moscú sobre el trabajo del Concilio Vaticano II y sobre las reacciones por este provocadas en el ambiente eclesiástico y social. Ellos presentarán regularmente, al menos una vez por semana, un informe sobre los estudios conciliares al jefe del Departamento Eclesiástico de Relaciones Exteriores, arzobispo Nikodim, de Yaroslav y Rostov, enviando al mismo tiempo material impreso sobre el Concilio y las publicaciones y revistas relativas. (b) En su calidad de observadores conciliares, los observadores ilustrarán, si necesario, la posición del Patriarcado de Moscú a las instituciones competentes de la Iglesia Católica romana. Encargar al jefe del Departamento Eclesiástico de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú, el arzobispo Nikodim, de Yaroslav y Rostov, de informar regularmente al Santo Sínodo sobre los trabajos del Concilio Vaticano II.
Casi al final del mismo día de apertura del Concilio, hacia las ocho de la noche, el Secretariado para la Unión de los Cristianos recibió un telegrama proveniente de Moscú, en el cual el Patriarcado Ruso le comunicaba la decisión de enviar dos observadores delegados al Concilio y los nombres de dichos representantes
Con motivo de las noticias difundidas en estos días por las agencias de información, el Secretariado para la Unión de los Cristianos comunica oficialmente que la Iglesia Patriarcal de Rusia ha anunciado, con un telegrama de fecha 11 octubre, la designación de dos observadores delegados al Concilio: el arcipreste Vitali Borovoi y el archimandrita Vladimir Kotliarov.
Los dos observadores rusos llegaron a Roma al mediodía del viernes 12 de octubre y se alojaron en la Pensión Castello, en las cercanías de Castel Sant’Angelo
Durante esta primera sesión del Concilio, los observadores de la Iglesia Ortodoxa Rusa fueron los únicos representantes de las iglesias ortodoxas calcedonianas. Su presencia suscitó verdadero interés, especialmente por parte de los medios de comunicación, que a menudo buscaron acercárseles para establecer con ellos entrevistas y coloquios
Durante el Concilio, los observadores tuvieron un puesto realmente privilegiado en el aula conciliar: debajo de la tribuna de San Longinus, muy cerca de la mesa de la Presidencia y de los padres cardenales. Ellos mismos crearon un comité especial de coordinación para acordar quiénes serían sus voceros en las diferentes audiencias y recibimientos.
¿Qué hacían los observadores durante el Concilio? ¿Cómo transcurría para ellos una jornada en Roma? Aquí es necesario tener en cuenta las actividades que tenían dentro y fuera del aula conciliar.
(1) Asistían a todas las congregaciones generales, y así pudieron seguir plenamente el desarrollo de los trabajos. (2) Participaban de la liturgia y de las oraciones con las cuales iniciaba la jornada, antes del inicio de los trabajos propiamente dichos
(1) Como observadores, preparaban los
El arcipreste Vitali Borovoi, al responder a las preguntas de un entrevistador de la agencia
Está fuera de duda que el pontificado del papa Juan ha contribuido sensiblemente a crear un nuevo clima en nuestras relaciones recíprocas y en las de la humanidad entera. [...]. Dado mi carácter de observador delegado y las normas relativas a las cuales debo sujetarme, no me es posible dar un juicio sobre las actividades desarrolladas en el Vaticano II. Me limitaré a subrayar la atmósfera llena de libertad que ha permitido a los padres conciliares exponer opiniones diversas, la atmósfera de benevolencia y de sentimientos fraternos hacia los otros cristianos, y la actitud de amistad por parte de la mayoría de los miembros del Concilio en sus relaciones conmigo.
A la pregunta de un entrevistador de la revista
Este Concilio es verdaderamente un gran acontecimiento, y esto por la importancia de los argumentos tratados, por el número de los obispos llegados para participar en él, por el modo como se desarrolla. […]. Se trata entonces en gran parte de argumentos internos de la Iglesia Católica, pero por esto no menos importantes y actuales. Se trata de la impostación de problemas que en definitiva reflejan aquellos que afloran cotidianamente en la vida interna de cada una de las iglesias, especialmente en lo que tiene que ver con su Impresionante es el número de los obispos que participan, sobre todo porque ellos provienen de cada parte del mundo y representan por tanto las exigencias de fieles que viven en las condiciones más diversas y bajo concepciones políticas, culturales y económicas muy diferentes. En cuanto al modo como se desarrollan las discusiones, dejadnos decir que hemos quedado verdaderamente sorprendidos por la libertad y democracia de las intervenciones, porque a cada obispo es dejado el modo de expresar libremente su pensamiento y someterlo a la aprobación de los otros obispos. Todo esto nos ha impresionado, porque no creíamos que en la Iglesia Católica hubiese tanta libertad de discusión. Hemos quedado mucho más gratamente impresionados en cuanto este sentido democrático, del cual hemos sido testigos, nos permite esperar que también en las relaciones con las iglesias no católicas será más fácil encauzar el diálogo y poner las bases para una serena discusión.
Y en otras entrevistas declaraban que el primer gran éxito del Concilio había sido justamente el mejoramiento de las relaciones entre los cristianos. En efecto, los observadores rusos no encontraron jamás dificultad o desconfianza en sus relaciones con el Secretariado, el Consejo de Presidencia y los padres conciliares
La
Después de la primera sesión (11 de octubre-7 de diciembre de 1962) el significado del Concilio Vaticano II viene ya reconocido por todos, en particular modo, por los cambios significativos y fundamentales que se delinean no solo en la vida interior de la Iglesia Católica, como también en sus relaciones con el mundo externo. Es suficiente mirar los datos publicados en los últimos tiempos por la prensa mundial para convencerse de que un cambio importante en la actividad y en la estructura de la Iglesia romana no podía dejar de influenciar a la masa de personas que de ella depende. En 1962, la grey de esta Iglesia sumaba, según estadísticas católicas y protestantes, 558 millones de personas (es decir, el 18, 2 % de la población mundial). Como centro de la suprema jerarquía de la Iglesia romana, cuyo episcopado proveniente de todo el mundo y reunido en Roma cuenta con cerca de 2.800 miembros, el Concilio es llamado a ser la más alta expresión de su vida litúrgica, exegética y jurídico-canónica. El Concilio de los obispos de la Iglesia apostólica es en sí un acontecimiento sacramental, litúrgico y divino, y representa una etapa nueva en la interpretación de la doctrina eclesial y en sus relaciones con los diversos campos de la vida humana. Finalmente, sus decisiones deben determinar la configuración futura de la vida de la Iglesia e introduce nuevas reformas en el orden eclesiástico. Como dijo Juan XXIII, el Concilio por él convocado viene a sacar “nueva fuerza” para la organización interna de la Iglesia romana. El Papa ha insistido repetidamente en el hecho de que la Iglesia debe adaptarse a las nuevas condiciones de su ministerio, y que después del cambio en la vida religiosa de los fieles es indispensable una renovación. La doctrina cristiana, aunque mantenga inmutada su esencia, debe ser formulada en modo diverso y nuevo que corresponda mayormente a la conciencia moderna del hombre. El Concilio de la Iglesia, cual asamblea universal del episcopado católico, debe examinar, ante todo, las cuestiones de la doctrina. El aspecto dogmático de la vida de la Iglesia exige, de los padres conciliares, ser formulado en modo nuevo, como decía el Papa. En el campo de una renovación de la vida cristiana de su numerosa grey, el Concilio debe adentrarse en las necesidades y exigencias características de nuestra época. Esto exige también la ión de la disciplina eclesiástica a las necesidades de nuestro tiempo.
Estos son los participantes del Patriarcado de Moscú al Vaticano II: arcipreste Vitali Borovoi (estuvo en las cuatro sesiones del Concilio); archimandrita Vladimir Kotliarov (estuvo en la primera sesión del Concilio); arcipreste Jakov Ilich (estuvo en la segunda sesión del Concilio); arcipreste Liverij Voronov (estuvo en la tercera y cuarta sesión del Concilio); archimandrita Juvenali Poiarkov (estuvo en la cuarta sesión del Concilio); señor Nikolai Anfinoguenov (estuvo en la primera, segunda y cuarta sesión del Concilio); y señor Boris Nelubin (estuvo en la tercera y cuarta sesión del Concilio). Los cinco primeros participaron como observadores, y los dos últimos, como intérpretes
La participación de los observadores al Concilio arrojó resultados y enseñanzas de inmediato y de largo plazo.
Hacia el final del Concilio, el papa Pablo VI podía hablar con los observadores no católicos sobre los frutos que juntos habían sembrado y recogido durante y al término del Vaticano II: la conciencia general acerca del problema del restablecimiento de la unión de la Iglesia una y del compromiso de todos los cristianos de trabajar por este deseo del Señor; el conocimiento recíproco como personas y como comunidades cristianas vivas, orantes y operantes en el nombre de Cristo; el reconocimiento de los propios errores y de ciertos sentimientos negativos mutuos, por los cuales se había pedido perdón al Señor y a los hermanos, al descubrir su raíz no cristiana, y la voluntad de transformarlos en sentimientos dignos de la escuela de Cristo; la conquista de comenzar a amarse y haber restablecido una comunión recíproca en la caridad, para que el mundo reconociera en ello su condición de discípulos de Cristo; la reanudación de relaciones humanas, serenas, bienhechoras y confiadas; y el comenzar a orar juntos.
Otros resultados inmediatos son los siguientes: la creación del Instituto Ecuménico de Jerusalén de estudio sobre la Historia de la Salvación; el comenzar a pensar teológicamente sobre la unión como reconocimiento de los valores del otro al interior de la Iglesia universal; las contribuciones de los observadores, con sus sugerencias, para mejorar y hacer más concretos algunos documentos conciliares, como el decreto sobre el ecumenismo
Un ejemplo notable de los frutos y de la importancia de la participación de los observadores de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Concilio Vaticano II fue el cambio progresivo de la actitud del metropolita Nikodim de Leningrado, jefe del Departamento para Asuntos Exteriores del Patriarcado de Moscú, hacia el Concilio y la Iglesia Católica.
Este cambio se advierte al confrontar sus primeras declaraciones acerca del anuncio del Vaticano II –en las cuales atacó frontalmente la “política vaticana” y expresó su total desacuerdo con ella– con los hechos por él protagonizados durante y después del Concilio: hizo dos visitas oficiales al papa Pablo VI; participó en las ceremonias de clausura del Concilio Vaticano II; hizo retiros de un mes con los padres jesuitas, para hacer los ejercicios ignacianos; escribió una tesis doctoral sobre el papa Juan XXIII, en la Academia Teológica de Leningrado; permitió el intercambio de estudiantes ortodoxos con estudiantes de las universidades romanas y la recensión de libros de Roma para las bibliotecas rusas ortodoxas; peregrinó a los principales santuarios marianos de Europa e hizo una visita oficial al papa Juan Pablo I.
En otras palabras, la participación de los observadores en el Concilio permitió –como fue el caso del metropolita Nikodim– eliminar preconceptos, prejuicios y prevenciones hacia otros cristianos, de manera especial, hacia los católicos. En este caso particular ayudó su posición como responsable del Departamento para Asuntos Exteriores del Patriarcado de Moscú, ya que Nikodim era el primero en recibir y leer los
Lo anterior nos muestra la importancia del trato frecuente y recíproco entre los cristianos, que posibilita la creación de amistades que perduran y se siguen desarrollando con el tiempo. El contacto directo, jamás sustituible por los libros o el estudio, es fundamental para construir el camino hacia la unión:
Otros frutos que se vieron después del Concilio, específicamente con la Iglesia Ortodoxa Rusa, fueron los siguientes: los diálogos sobre Iglesia y sociedad organizados conjuntamente por esta y la Iglesia Católica en 1967, en Leningrado, y en 1970, en Bari, Italia; el reconocimiento de los matrimonios mixtos en 1967; la presencia en Moscú de la delegación católica con motivo del quincuagésimo aniversario del restablecimiento del Patriarcado; las visitas del metropolita Nikodim a Alemania, Francia e Italia; la intercomunión sacramental aceptada en 1969; el mensaje del papa Pablo VI con ocasión de la muerte del patriarca Alexis I de Moscú (18 de abril de 1970) y el envío de una delegación del Vaticano a sus funerales; y la elaboración por parte del Secretariado para la Unión de los Cristianos de un directorio ecuménico, en dos partes:
Un artículo de la
En la historia de las relaciones recíprocas entre nuestra Iglesia y la Iglesia Católica romana, el año 1965 ha aportado una serie de elementos sustanciales, entre los cuales en modo particular el intercambio de mensajes de buenos deseos entre el santísimo papa Pablo VI y el santísimo patriarca Alexis y el viaje a Rusia del obispo de Mauria Johannes Willebrands, secretario del Secretariado de la Iglesia Católica romana para la Unión de los Cristianos. También la presencia a la cuarta y última sesión del Concilio Vaticano II de los observadores de nuestra Iglesia, el arcipreste profesor Vitali Borovoi y el archimandrita Juvenali Poiarkov, ha tenido mucha importancia en crear una atmósfera benévola entre las iglesias Rusa y Católica romana. Los observadores han referido sistemáticamente al excelentísimo presidente de la Sección para las Relaciones Eclesiásticas Exteriores, el cual a su vez ha informado al santo Sínodo de nuestra Iglesia sobre el trabajo que se desarrollaba al Concilio Vaticano.
Así mismo, en un discurso dirigido al cardenal Agostino Bea, el arcipreste Vitali Borovoi expresó un balance muy positivo de su participación al Concilio:
…nosotros estamos felices de poder comunicar a las iglesias que nos han enviado, a las confesiones y a las asociaciones eclesiales, que aquí en Roma hemos sido testigos del modo como nuestros hermanos católicos romanos, en su Segundo Concilio Vaticano, con la oración y con gran celo pastoral, buscan las mejores vías para la renovación de su Iglesia y para el establecimiento de un diálogo fraterno en condiciones de igualdad con otros cristianos para “alabar juntos al Espíritu Santo”.
Durante el Vaticano II e incluso en su preparación fueron cruciales las relaciones que los papas del Concilio sostuvieron con las autoridades religiosas y políticas de la Unión Soviética. Estas contribuyeron ampliamente a crear un ambiente propicio que facilitó la distensión, el entendimiento y la cooperación mutua.
Entre tales contactos son dignos de mencionar el intercambio de telegramas entre Nikita Kruschev
También cuentan el intercambio de telegramas entre Juan XXIII y el patriarca de Moscú Alexis I, y la audiencia privada que este Papa concedió en el Vaticano a la hija de Kruschev, Rada Kruschova, y a su esposo Alexei Adjubei. En el mismo sentido se pueden mencionar las gestiones del mismo Papa, ante las autoridades soviéticas, en favor de la liberación del metropolita Josif Slipyj, arzobispo mayor de los ucranianos católicos de rito oriental, encarcelado desde hacía 18 años
El papa Pablo VI hizo lo propio, al intercambiar mensajes con el patriarca Alexis I, con ocasión de su ascenso al solio de San Pedro; envió saludos y una delegación pontificia a la Unión Soviética, con ocasión del jubileo sacerdotal del Patriarca; y se escribieron de nuevo con ocasión de la inauguración del pontificado. Pablo VI también recibió, en audiencia privada, en dos ocasiones, al metropolita Nikodim de Leningrado, miembro del Santo Sínodo y responsable del Departamento para los Asuntos Exteriores del Patriarcado de Moscú.
Algunos gestos concretos de los papas del Vaticano II ayudaron a crear un clima propicio para que las relaciones con los hermanos de las otras iglesias se dieran de la mejor manera y sentaran las bases para crecer y avanzar en el trabajo ecuménico.
En el caso de Juan XXIII, se pueden mencionar los siguientes hechos: la creación del Secretariado para la Unión de los Cristianos, con el fin de ayudar a los no católicos a seguir los trabajos del Concilio; sus reiteradas solicitudes a los “hermanos separados” de orar por el éxito del Concilio; su acogida, en el Vaticano, a todos los cristianos no católicos que desearan reunirse con él; su invitación a las iglesias y comunidades cristianas no católicas a hacerse presentes con observadores delegados a los trabajos del Concilio; su encuentro cordial con los representantes oficiales de las iglesias no católicas, al inicio de la primera sesión conciliar, que era la primera reunión de esta naturaleza que tenía lugar después de las separaciones ocurridas en los siglos XI y XV.
Respecto de los gestos de Pablo VI en favor de las relaciones con las iglesias no católicas, deben mencionarse los siguientes: las audiencias que ofreció siempre a los observadores, al inicio y conclusión de cada sesión del Concilio; su visita a la abadía de Grottaferrata, centro de rito oriental en las afueras de Roma; su petición de perdón, en nombre de la Iglesia Católica, a las otras iglesias y comunidades cristianas, por cuanto a ella correspondiera de responsabilidad en la separación, y su oferta de perdón por las ofensas recibidas; su encuentro, en Tierra Santa, con los patriarcas ortodoxos Atenágoras I de Constantinopla, Benedictos de Jerusalén, y Yéguishé Derderian, patriarca armenio-ortodoxo (no calcedoniano) de Jerusalén. Pablo VI saludó y agradeció la presencia de los observadores de las otras iglesias al Concilio en su carta encíclica
La presencia de los observadores ortodoxos y de las demás confesiones cristianas al Concilio Vaticano II permitió el inicio del “gran examen de conciencia de la Iglesia” acerca del problema de la unidad de sus miembros, deseada y orada por Cristo antes de su inmolación en la cruz
Los trabajos del Concilio posibilitaron el contacto con los otros cristianos y dieron lugar a experiencias que antes no habían sido posibles: unos y otros vivieron juntos, oraron, conversaron, se escucharon, dialogaron, compartieron, se respetaron, se pidieron perdón, eliminaron prejuicios casi milenarios y tomaron conciencia de la responsabilidad de trabajar individual y colectivamente por la unión.
Y al final corroboraron que, al hacer parte de la gran familia de Cristo, seguían, amaban y servían al mismo Dios. Fueron claves, en este contexto, dos cuestiones: de lado y lado “depusieron las armas”, “salieron de las trincheras”, y comenzaron a dialogar y a conocerse, viendo más lo que nos une que lo que nos divide; también aprovecharon la oportunidad de conocer al otro, de ver la inmensa riqueza de la cual ese otro es depositario y lo que puede aprender de él.
La Iglesia entera –como dijo Juan Pablo II– debe aprender a respirar de nuevo con sus dos pulmones, Oriente y Occidente.
Los observadores hicieron parte de un evento realmente histórico: el encuentro en la caridad entre las iglesias de Oriente y de Occidente, como conviene a los auténticos discípulos de Cristo, algo que antes del Concilio parecía casi imposible concebir.
Esta es una historia que debe continuar y a la cual cada uno debe contribuir según las propias posibilidades. La participación de estos hermanos en el Concilio nos hizo de nuevo, a todos, compañeros de camino en nuestra común historia eclesial. Con su participación hemos comenzado a escribir juntos, nuevamente, la historia de la Iglesia. Y si bien hay mucho que hacer todavía en campo ecuménico y este camino se vislumbra largo y complejo, es alentador saber que debemos y podemos hacerlo juntos en el nombre del Señor. La responsabilidad es de todos, y como bien precisó el papa Juan XXIII:
En el último día del juicio particular y del juicio universal será pedido a esta conciencia, no si ha hecho la unidad, sino si por ella ha orado, trabajado y sufrido; si se ha impuesto disciplina sabia y prudente, paciente y clarividente; y si ha dado vigor a los impulsos de la caridad.
Para estimular el trabajo hacia la plena unidad, es necesario por parte de nosotros, en Occidente, conocer mejor el Oriente cristiano y hacerlo conocer a los otros
Concluimos con tres textos del Concilio que invitan a aportar a la causa de la Union entre los cristianos y a profundizar en el conocimiento de los hermanos de las otras Comunidades eclesiales:
La preocupación por el restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores; y afecta a cada uno según su capacidad, ya sea en la vida cristiana diaria o en las investigaciones teológicas e históricas. Esta preocupación manifiesta ya de alguna manera la unión fraterna existente entre todos los cristianos, y conduce a la plena y perfecta unidad, según la benevolencia de Dios. Hay que conocer la mentalidad de los hermanos separados. Para esto se requiere necesariamente un estudio que debe realizarse según la verdad y con espíritu benévolo. Los católicos adecuadamente preparados deben adquirir un conocimiento de la doctrina e historia, de la vida espiritual y cultural, de la psicología religiosa y de la cultura propia de los hermanos. Teniendo en cuenta las condiciones de las diversas regiones, debe llevarse a los alumnos a un conocimiento más completo de las iglesias y comunidades eclesiales separadas de la Sede Apostólica Romana, para que puedan contribuir al restablecimiento de la unidad entre todos los cristianos, que hay que fomentar según las normas de este santo Sínodo.
Artículo de investigación
El Concilio Vaticano II fue convocado por el papa Juan XXIII, el lunes 25 de diciembre de 1961, mediante la constitución apostólica
“La primera impresión en los ambientes ortodoxos fue, pues, más allá de sorpresa, de temor. Se creyó en efecto que el Papa tuviese la intensión de convocar un Concilio unionista, a la manera del Concilio de Florencia (1439), y de frente a esta posibilidad se manifestó inmediatamente la poca preparación doctrinal y organizativa de las comunidades ortodoxas, más aún, la peligrosidad para ellas de tal evento: esto podía resultar en una grave crisis religiosa, que habría difundido más ampliamente el escepticismo y el indiferentismo religioso y habría profundizado aún más las divergencias y divisiones internas en la ortodoxia moderna” (
Alexis I (Serguéi Vladimírovich Simanski). 9 de noviembre de 1877-17 de abril de1970. Fue Patriarca de Moscú y de toda Rusia de 1945 a 1970. Después de haber completado estudios, primero jurídicos y después teológicos, se hizo monje en 1902, sacerdote en 1903 y finalmente, en 1913, obispo de Tikhvin. Se convirtió en jefe espiritual de la diócesis de Nóvgorod en 1926, metropolita de Leningrado en 1933 y Patriarca en 1945. En 1943 discutió con Stalin la posibilidad de un
Diario de alta circulación en Rusia desde los tiempos de la Unión Soviética. Fue fundado el 17 de marzo de 1917 y durante el periodo soviético expresó la opinión oficial del gobierno publicada por el Presidium del Sóviet Supremo de la URSS.
Se denomina Unión de Brest a la decisión adoptada en 1596 por la Metropolía de Kiev, Galitzia y toda Rus de la Iglesia Ortodoxa de romper su dependencia del Patriarca de Constantinopla y entrar en comunión con la Iglesia Católica bajo la autoridad del Papa de Roma, a fin de evitar la dominación por el recién creado Patriarcado de Moscú, en 1589. La unión se formalizó en la ciudad de Brest, en la República de las Dos Naciones (o Comunidad Polaco-lituana), en la moderna Bielorrusia. El grupo resultante es la actual Iglesia Greco-Católica Ucraniana.
Atenágoras I (Aristokles Pyrou). Tsaraplana (Grecia), 25 de marzo de1886-Estambul (Turquía), 6 de julio de 1972. Fue Patriarca ecuménico de Constantinopla (1949-1972). Se encontró con el papa Pablo VI en su viaje como peregrino a Jerusalén, en enero de 1964. Así comenzó un “diálogo de la caridad” entre Roma y Constantinopla y una sincera amistad entre los dos hombres. El 7 diciembre 1965, en la conclusión del Concilio Vaticano II, en el cual habían participado observadores ortodoxos, fueron abrogados los anatemas de 1054, que habían simbolizado la escisión de la cristiandad oriental y occidental. En junio 1967, Pablo VI viajó a Estambul y, en signo de reparación, se arrodilló en Santa Sofía en el mismo lugar donde los delegados romanos habían lanzado los anatemas. En octubre 1967, Atenágoras se encontró con Pablo VI en Roma, donde celebró una liturgia de paz y de perdón y rindió homenaje a las tumbas de Pedro y Pablo (N. Lossky; G. Cereti; A. Filippi; y L. Sartori, eds.,
Fue convocada por el patriarca Atenágoras I, del 24 de septiembre al 1º de octubre de 1961, en la isla griega de Rodas, con la participación de todas las iglesias ortodoxas.
Vitali Borovoi. Bielorrusia, 18 de enero de 1916-Rusia, 7 de abril de 2008. Fue representante de la Iglesia Ortodoxa Rusa ante el Consejo Ecuménico de las Iglesias, en los periodos 1962-1966 y 1978-1985. Fue observador en el Concilio Vaticano II entre 1962 y 1965, y miembro del Grupo Mixto de Trabajo entre la Iglesia Católica romana y el Consejo Ecuménico de las Iglesias entre 1965 y 1972. Después de ordenado, fue vicepresidente del Seminario Teológico de Minsk y profesor de Historia Cristiana Antigua en la Academia Teológica de Leningrado, decano de la Catedral patriarcal de Moscú y profesor de Historia Eclesiástica Bizantina en la Academia Teológica de Moscú. Desde 1985 sirvió como vicepresidente del Departamento de Relaciones Exteriores de la Iglesia del Patriarcado de Moscú (N. Lossky; G. Cereti; A. Filippi; y L. Sartori, eds.,
Vladimir Kotliarov. Aktobe (Kazajistán), 27 de mayo de1929. Fue ordenado en 1953 y prosiguió su formación en la Academia Teológica de Leningrado donde recibió el Doctorado en Teología en 1958. En 1962 fue enviado a Jerusalén como miembro de la Misión Eclesiástica rusa. Fue uno de los observadores de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Concilio Vaticano II. Fue representante del Patriarcado ruso ante el Consejo Ecuménico de las Iglesias. En 1965 ejerció como embajador del Patriarcado de Moscú ante el Patriarcado Ortodoxo de Antioquía. En 1966 fue transferido a la diócesis ortodoxa de Berlín con el título de exarca patriarcal de todas las parroquias rusas de Europa Central. En 1967 fue nombrado arzobispo, y en 1992, metropolita. Actualmente es metropolita emérito de San Petersburgo y Ladoga, y miembro del santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rusa (N. Lossky; G. Cereti; A. Filippi; y L. Sartori, eds.,
Mientras que la Iglesia Ortodoxa Rusa se hacía presente en el Concilio Vaticano II, mediante sus dos observadores delegados, la URSS enviaba como periodista acreditado, para cubrir las cuatro sesiones conciliares, a M.P. Mcedlov, representante de la
Nikita Serguéievich Kruschev. Kalinova (Ucrania), 15 de abril de 1894-Moscú, 11 de septiembre de 1971. Fue dirigente de la Unión Soviética durante una parte de la Guerra Fría. Desempeñó las funciones de primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1953 y 1964, y de presidente del Consejo de Ministros, de 1958 a 1964. Fue responsable de la desestalinización parcial de la Unión Soviética, para respaldar el progreso del programa espacial soviético y varias reformas relativamente liberales en materia política interna. Sus colegas del partido lo retiraron del poder en 1964. Fue remplazado por Leonid Brézhnev como primer secretario y por Alekséi Kosygin como presidente del Consejo de Ministros.
Sobre la situación vivida por la Iglesia Ortodoxa Rusa durante el régimen soviético véase a
“Que todos sean uno, como tú en mí, oh Padre, y yo en ti; que sean ellos también una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21).