Tras la memoria de un mártir: la vida de Tiberio Fernández Mafla*

Following the Memory of a Martyr: Tiberio Fernández Mafla’s Life

Darío Martínez M

Tras la memoria de un mártir: la vida de Tiberio Fernández Mafla*

Theologica Xaveriana, vol. 73, 2023

Pontificia Universidad Javeriana

Darío Martínez M a

Pontificia Universidad Javeriana, Colombia


Recibido: 31 enero 2020

Aceptado: 13 mayo 2020

Resumen: Este artículo rescata la memoria y narra la vida del presbítero católico Tiberio Fernández Mafla. Pretende visibilizar lo invisibilizado en ruptura con el olvido que cierta lógica histórica dominante arroja sobre las víctimas relegadas por el mantenimiento del “orden establecido”. Aspira a recuperar y reconstruir su vida, su activismo social, su compromiso cristiano, su martirio y la injusticia cometida contra su comunidad y contra él.

El periplo vital de Tiberio Fernández Mafla se presenta segmentado en cuatro periodos. El primero reconstruye el entorno de su niñez y primera juventud a pesar de la poca información con la que se cuenta al respecto; el segundo aborda su formación y trabajo en el Instituto Mayor Campesino, IMCA. Aquí es importante hacer memoria acerca de este importante centro de formación del campesinado colombiano y mostrar el decisivo influjo que el modelo de organización cooperativa tuvo sobre Tiberio, quien se encargó de promoverlo con pasión; el tercero se ocupa de su preparación sacerdotal, de su paso por el Seminario Nacional de Cristo Sacerdote, en La Ceja (Antioquia), para realizar su formación en Filosofía (1970-1972), y de su paso por la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, para realizar sus estudios en Teología (1974-1977) ; el cuarto contextualiza su labor como párroco en la población de Trujillo, entre los años 1985 y 1990. Su trabajo pastoral y su estrategia de promoción social basada en la organización cooperativa se convirtió en el blanco de la violencia desatada entre las guerrillas izquierdista del Ejército de Liberación Nacional, ELN, y grupos narco-paramilitares en connivencia con agentes del Estado.

En la denominada “masacre de Trujillo”, Tiberio y los integrantes de muchas de las asociaciones cooperativas fueron cruentamente asesinados y sus organizaciones destruidas. Al hacer presente la injusticia del pasado, este texto pretende recordar la vida del presbítero Tiberio Fernández y de todas las víctimas que murieron con él, y vincular dicha injusticia a la injusticia actual, concretada en la estigmatización y el asesinato de líderes comunales, defensores de derechos humanos y activistas sociales.

Palabras clave:memoria, Instituto Mayor Campesino (IMCA), organización cooperativa, Trujillo (Valle del Cauca), conflicto armado.

Abstract: This article reclaims the memory and narrates the life of the Catholic priest Tiberio Fernández. It aims to make visible the invisible in rupture with the oblivion that a certain dominant historical logic casts on the victims relegated by the maintenance of the “established order”. It also attempts to recover and rebuild his life, his social activism, his Christian commitment, his martyrdom, and the injustice committed against his community and against him. The life of Tiberio Fernández is segmented into four periods. The first one attempts to rebuild the environment of his childhood and early youth despite the little information that we have about it; the second one shows us his training and his work at the Instituto Mayor Campesino (IMCA). At this point, it is important to remember this training center for the Colombian peasantry and to show the decisive influence that the cooperative organization model had on Tiberio, who promoted it with passion. The third period deals with his priestly preparation, his time at the National Seminary Cristo Sacerdote, in La Ceja (Antioquia), where he completed his studies in Philosophy (1970-1972), and his time with the School of Theology at the Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, where he studied Theology (1974-1977). The fourth period offers a context of his work as a parish priest in the town of Trujillo, between 1985 and 1990. His pastoral work in Trujillo and his social promotion strategy based on cooperative organization became the target of violence unleashed between the leftist guerrillas of the National Liberation Army (ELN) and narco-paramilitary groups in collusion with state agents. In the so-called “Trujillo massacre”, Tiberio and the members of many of the cooperative associations were bloodily murdered and their organizations destroyed. By presenting the injustice of the past, this text not only attempts to remember the life of the priest Tiberio Fernández, and all the victims who died with him, but further links that injustice to the current injustice, materialized in the stigmatization and murder of community leaders, human rights defenders, and social activists.

Keywords: Memory, Instituto Mayor Campesino (IMCA), Cooperative organization, Trujillo (Cauca Valley), Armed conflict.

Introducción

Este artículo narra la vida del presbítero católico Tiberio Fernández Mafla, secuestrado, torturado y asesinado por agentes del Estado en asocio con grupos narcoparamilitares en abril de 1990, en Trujillo (Valle del Cauca, Colombia)1.

Aunque ningún relato (por logrado que sea) puede recoger la vivacidad y el colorido de una vida, los seres humanos no tienen más remedio que acudir a la narración para contar una existencia histórica y pretender que los distintos relatos de esa vida, junto con sus diversas perspectivas de lectura, puedan infundir aliento hoy a dicho pasado2. Es importante tener en cuenta también que contar la historia de una vida es realizar un ejercicio de memoria que se apoya en testimonios y en registros escritos, para ser fiel a lo acontecido. El relato alcanzado se suma entonces como contribución o como aporte a la memoria colectiva, esto es, se vincula al campo de fuerzas de la memoria social3.

¿Por qué hacer relato y memoria de la vida de Tiberio Fernández Mafla treinta años después de su muerte, cuando se implementa un proceso de paz nacional? ¿Por qué recordar a una de tantas víctimas de la guerra en Colombia, cuando todavía persisten la violencia, el conflicto armado y el asesinato de líderes sociales? ¿Acaso sería mejor el olvido y el silencio? ¿O dejar ir con el pasado el sufrimiento de las víctimas? ¿Para qué recordar lo que se quedó sin futuro?

Aportar este relato a las iniciativas de memoria, a las organizaciones de víctimas de la violencia, a las comunidades eclesiales y a la academia, reitera el convencimiento ético de que el olvido es inadmisible en una sociedad construida a través de dinámicas de injusticia y muerte.

Olvidar significaría aceptar sin crítica el pasado, aprobándolo sin protestar, y reafirmar con ello el mecanismo de victimización y violencia. Por el contrario, hacer memoria es traer al presente la injusticia cometida a los muertos, poner en primer plano el sufrimiento de las víctimas, vincular la injusticia pasada y la injusticia presente, reclamar el derecho de lo posible frente a la facticidad histórica que sigue asesinando defensores de derechos humanos, activistas sociales y líderes comunales4. Se trata entonces, por medio de la memoria, de recobrar el valor de lo que fue y sigue siendo insignificante desde la lógica de la barbarie.

La historia de Colombia está tejida con gruesos hilos de violencia, despojo, esclavitud, injusticia y desigualdad. Su versión oficial, la de los vencedores, se presenta dejando en la sombra a las víctimas. Estas son tan solo el precio necesario para mantener el orden, alcanzar el progreso, o como se quiera llamar el bienestar de las élites y los grupos privilegiados5.

Ser víctima es sufrir una violencia impuesta, ser privado de los recursos mínimos para la subsistencia, vivir en la inseguridad económica, sin acceso al trabajo o a un salario digno. Ser víctima es vivir la precariedad de los servicios de salud, vivir sin poder adquirir una vivienda adecuada, no participar de una educación de calidad y vivir la vejez con la incertidumbre que surge de la carencia de un apoyo social6. Las víctimas son un gran número en Colombia, se concretan específicamente en la población indígena, en la población afro, en los campesinos desposeídos, en los desplazados por la violencia, en los habitantes de los barrios marginados, en las legiones de trabajadores informales, en las mayorías pobres y excluidas del orden social.

Tiberio Fernández Mafla, en su condición de cristiano y de sacerdote católico, no desconoció el sufrimiento de las víctimas ni fue insensible a la injusticia sufrida por la mayoría de la población. Por eso invirtió su vida al servicio de los pobres, particularmente al servicio y la promoción del campesinado del norte del Valle del Cauca. Trabajó por superar los obstáculos que impedían a estos campesinos alcanzar una vida digna, emprendió iniciativas que crearon soluciones concretas a su asfixiante situación económica, se jugó su existencia en la transformación de su realidad social. Aunque el distintivo particular del cristianismo en la cultura occidental es su decidida opción ética por las víctimas y los más necesitados de una sociedad7, infortunadamente, con el transcurso del tiempo, ese mensaje original se desvirtuó. El relato cristiano fue utilizado durante siglos en América Latina como discurso integrado a las estrategias de adoctrinamiento, sometimiento, dominación social, por parte de distintos grupos de poder, que lo neutralizaron ideológicamente y lo convirtieron en ungüento de resignación ante la situación social.

Solo en contadas excepciones, en la historia de América Latina y de Colombia en particular, se interpretó el alcance real del cristianismo en relación con situaciones de injusticia que exigían transformación. Fue hasta entrada la segunda mitad del siglo pasado cuando distintas comunidades cristianas latinoamericanas recuperaron el potencial social de esta creencia religiosa, en una vuelta a la tradición bíblica centrada en el amor al prójimo, el servicio a las víctimas y la atención a los más necesitados.

Si no se llamara la atención o se insistiera sobre la importancia de la creencia cristiana en la vida de Tiberio Fernández Mafla, se correría el riesgo de presentar una memoria adulterada o un retrato deformado de su existencia. Se desconocería o se omitiría la fuente profunda de la cual brotó siempre su interés social y su compromiso con la comunidad campesina. Porque su real motivación fue la causa de Jesucristo, su seguimiento y enseñanzas. Siguiendo a Jesucristo, luchó por el mejoramiento de las condiciones de vida de los más pobres y se opuso siempre a la violencia, cualquiera fuera su procedencia. Fiel a estas creencias que orientaron su vida fue asesinado por quienes encontraron en él un gran obstáculo para sus pretensiones.

El periplo vital de Tiberio Fernández se presenta a continuación segmentado en cuatro periodos. El primero reconstruye el entorno de su niñez y primera juventud; el segundo aborda su formación y su trabajo en el Instituto Mayor Campesino; el tercero se ocupa de su preparación sacerdotal; y el cuarto contextualiza su labor como párroco en la población de Trujillo.

Este artículo debe mucho a los miembros de la Asociación de Familiares Víctimas de la Masacre de Trujillo, Afavit, y a algunos habitantes de Trujillo, sin cuya memoria, relatos y gentil colaboración no hubiera sido posible. Tiberio Fernández Mafla no fue un hombre de escritura. Esta afirmación significa que hasta el momento de elaboración del presente artículo no se tiene conocimiento de material o fuente escrita de procedencia o autoría del mismo padre Fernández, más allá de algunas cartas de trámite que escribió como estudiante de la Facultad de Teología que se encuentran en el archivo de la Facultad.

Por tal razón se hacen fundamentales las fuentes orales y el recuerdo vivo (testimonios) de quienes lo conocieron, como recurso primero para realizar esta reconstrucción. En consecuencia es importante mencionar los nombres de algunas personas que de manera especial acompañaron el proceso de investigación y de escritura de este relato sobre la vida del padre Fernández, con aportes muy significativos. Mis agradecimientos especiales a Gladys Fernández, a Gladys Leal, a Doris Osorio y al padre Luis Guillermo Trujillo, S. J.; en el Instituto Mayor Campesino, a Artemio España y a Erminsu David (director del Instituto).

Abriendo caminos

El norte y el centro del Valle del Cauca fueron poblados por sucesivas olas de colonizadores provenientes, en su mayoría, de los departamentos de Antioquia y de Caldas. Hacia finales de los años 20 y comienzo de los años 30 del siglo pasado, el crecimiento poblacional del municipio de Riofrío fue desbordante, y la producción cafetera era el epicentro de sus actividades8. Cuando el sueño de la tierra prometida –que motivaba a los colonos recién llegados– se deshizo ante el hecho de que las tierras planas y mejores ya tenían dueño, el desplazamiento hacia las zonas abruptas y montañosas de las cordilleras Occidental y Central de Colombia se llevó a cabo con determinación y sin remedio. Este proceso de poblamiento es descrito por Adolfo Atehortúa, historiador de la región, así:

La fantasía colonizadora surtió de brazos la recolección del grano y el cuidado de los arbustos de las tierras bajas. No eran pocos los hombres que trabajaban en las arroceras de Riofrío o para quienes, con un poco más de fortuna, criaban reses y cerdos destinados al consumo de los cosecheros. Poco a poco empezaron a levantarse rebaños compuestos en su mayor parte de ganado criollo, cruzado con el blanco orejinegro de Antioquia o el normando en los sectores más fríos. No faltaron tampoco el cultivo de la caña y los trapiches. Eran, todas ellas, las actividades previas de aquel que llegara sin recursos suficientes. En la parte plana de Riofrío o en las nacientes fincas de las zonas más bajas de Vernaza, se trabajaba, se recuperaban energías y bolsillos extenuados tras el largo viaje y se comenzaba a preparar una definitiva incursión a la montaña en busca de baldíos para extraer madera y sembrar café inmediatamente. Con la fuerza de los nuevos colonos y sus familias, una estructura productiva más equitativa desde el punto de vista de la distribución de la propiedad cafetera luchaba incesantemente por abrirse paso.9

En este contexto se inscribe la travesía que hizo la familia conformada por Sinforiano Fernández, María Isabel Mafla y sus primeros hijos, desde el oriente de Caldas. Como muchas otras familias, migraban en busca de mejores posibilidades de vida y futuro para su prole. Los Fernández Mafla se establecieron finalmente en la vereda La Vigorosa del municipio de Riofrío, zona alta de la cordillera Occidental. Allí, con mucho esfuerzo y trabajo forjaron una finca que llamaron El Vergel, en la que nacieron el resto de sus hijos, que en total fueron siete: Eleázar, Ángel, Ana María, Jorge, Luis Alfredo, Tiberio y Daniel10.

Tiberio de Jesús Fernández Mafla nació el 9 de abril de 1943; fue bautizado poco después, el 16 de mayo, en la parroquia que se encuentra en el corregimiento de Salónica, adscrito al municipio de Riofrío. Aunque aún hoy el poblado de Salónica es corregimiento, tiene un trazado a la altura de cualquier municipio de ese departamento. Es de suponer que la cercanía de la finca de la familia Fernández Mafla al corregimiento es la razón por la que Tiberio fue bautizado allí. En ese tiempo, la partida de bautismo, como documento de identidad, no solo significaba un reconocimiento en el ámbito de la institución católica, sino en el ámbito institucional del Estado nacional; por tanto, dicha partida validaba la ciudadanía política11.

Tiberio tuvo la niñez propia de la vida rural y campesina; sin embargo logró algo que no era muy común, o difícilmente se alcanzaba en su tiempo y circunstancias: superar la formación escolar básica de los estudios primarios. “Estudió en la escuela de La Vigorosa, salió muy inteligente y no perdía año, fue muy apreciado por las profesoras […] Entró a secundaria, y en Tuluá, a la bondad de los amigos, siguió estudiando y terminó el bachillerato”12. Esta formación, sin duda, abrió otros horizontes en el joven que lo ponían a distancia de las labores del agro. Dice su sobrino:

Recuerdo cuando mi papito Sinforoso lo mandaba a cortar caña, entonces Tiberio se le escondía en la cocina de mi mamá, entonces mi mamá le daba libros para que leyera y lo escondía en la cocina para que papito no lo encontrara, mi papito lo seguía buscando porque Tiberio le daba miedo de la pelusa de la caña.13

De forma temprana y entre juegos Tiberio mostró especial interés por la temática religiosa. La narrativa bíblica que se presentaba en forma de historia sagrada, en los textos escolares, incidió decisivamente en él. “Tiberio tenía su vocación sacerdotal, él cogía la cartilla de la historia sagrada, se subía a un zapote y predicaba a sus hermanos y a los trabajadores. En medio de esa predicación los hermanos lo bajaban del árbol a punta de pepas de zapote”14. Con el paso del tiempo, los juegos infantiles se cristalizaron en una incipiente vocación religiosa. El joven Tiberio se creyó llamado por Dios al sacerdocio, y a pesar de las dificultades económicas de su familia, que no podía costearle la carrera sacerdotal, decidió hacerse presbítero de la Iglesia Católica.

Y fue cuando mi papá lo llevó al Seminario de Palmira y allí lo recibieron y Tiberio iba muy bien hasta el día que el señor obispo le dijo que él no podía seguir en el Seminario porque él no pertenecía a la diócesis de Palmira. Aquí comenzó el dolor de cabeza, dos años vagando sin poder seguir estudiando. Mi papá tocaba puertas con los sacerdotes de aquí de la parroquia y los políticos, puertas cerradas y a tranca por dentro.15

¿Cómo abrir caminos y posibilidades distintas a las de faenar la tierra? Para una familia campesina de comienzos de los años 60, en Colombia, era casi imposible la movilidad socioeconómica o la escolarización de sus miembros. El destino de los trabajadores de la tierra era seguir siendo eso y nada más, casi sin posibilidad de un cambio significativo a nivel cultural, social o económico.

El sociólogo Camilo Torres Restrepo, en su ensayo “La violencia y los cambios socioculturales en las áreas rurales colombianas”, presentado en el I Congreso Nacional de Sociología llevado a cabo en Bogotá, en marzo de 1963, a propósito de esta sociedad tan fuertemente estratificada y jerarquizada concluye que al encontrarse los canales de movilidad socioeconómica estructuralmente obstruidos para la mayoría de la población, la violencia se constituye en el factor de cambio fundamental en algunas áreas campesinas de Colombia. Afirma que ante la oclusión de la promoción económica y sociocultural por vías institucionales, la violencia abre un canal “anormal” mediante el cual el campesinado realiza su movilidad, toma conciencia como grupo de presión y busca sus objetivos16.

Después que a Tiberio lo despidieron del Seminario de Palmira, él se dedicó a los quehaceres de la finca, a apartar los terneros por la tarde o a ordeñar las vacas por la mañana […] a las cogidas de café, limpias de maíz y frijol, desmatorrar los potreros, cercas y alambradas, aunque con mucha pereza, era feliz ayudando a organizar la Junta de Acción Comunal, arreglos de caminos, invitando a los comités y festividades.17

Aunque Tiberio se ejercitó en las labores agrícolas y supo lo que era ser un campesino, nunca se sintió realmente cómodo en esos desempeños18. Su vocación lo impulsaba hacia otros horizontes y actividades. Es profundamente significativo que desde su juventud haya tenido una sensibilidad especial hacia el trabajo comunitario y haya sido tremendamente consciente de la importancia de la vida comunitaria para el crecimiento colectivo y personal.

Probablemente Tiberio aprendió la importancia de la unidad y la solidaridad campesina por medio de la experiencia que significó vivir en una región apartada, en la cual la ayuda de la casa vecina –que se encuentra en ocasiones realmente lejana– resulta esencial para remediar carencias o necesidades; quizás su profunda sensibilidad respecto del trabajo comunitario se haya enriquecido como oyente de Radio Sutatenza, emisora que propugnó por la organización de la acción comunal como medio para el desarrollo campesino19. En cualquier caso es de notar que desde su juventud Tiberio se involucró con la acción comunitaria y la valoró enormemente.

Al buscar cualificarse en la organización comunitaria campesina, Tiberio encontró la oportunidad que parecía imposible, un camino atractivo de formación que le permitió estar más cerca de sus aspiraciones y sueños.

Dios vela en la mayor necesidad y apareció el Instituto Mayor Campesino y al frente el padre Francisco Javier Mejía, el cual en sus andanzas conocía a Tiberio y a su familia y se lo llevó para que trabajara con él como profesor […] gracias al padre Pacho, que descansa en paz, que a él y al Todopoderoso, Tiberio coronó su carrera y seguía en ella hasta el día en que las fieras humanas acabaron con su vida.20

La universidad campesina

A comienzos de los años 60, en un curso de cooperativismo llevado a cabo en Roldanillo (Valle) aconteció el encuentro entre Tiberio y el padre Francisco Javier Mejía, S. J.21, encuentro que representó para los dos oportunidad de crecimiento y construcción de una amistad profunda hasta la muerte del jesuita. El padre Mejía descubrió la incipiente vocación sacerdotal en Tiberio, el joven líder comunal; y este descubrió en Pacho (como cariñosamente aprendió a llamarlo) el cura que él mismo quería ser, el paradigma a imitar, el mentor.

El jesuita Francisco Javier Mejía Londoño (1905-1984), para la fecha, era un avezado sacerdote, cuyo apostolado se definía por su activismo social en favor de los grupos sociales más necesitados de Colombia. Provenía de una familia oriunda de Salamina (Caldas). Había cursado estudios de Humanidades y Filosofía en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y había recibido una formación teológica tradicional en Bélgica. Cuando el episcopado colombiano creó la Coordinación de Acción Social (1944), el padre Francisco se entregó de lleno al apostolado social, organizando la juventud obrera católica que se aglutinó luego en el Centro de Trabajadores Cristianos, Cetrac.

Su trabajo se especializó en la formación de dirigentes, la elaboración de cartillas y textos de apoyo, y en la orientación por medio de cursos, retiros espirituales y asesorías. También contribuyó a forjar una de las más importantes federaciones sindicales del país, la Unión de Trabajadores de Colombia, UTC. De forma paralela colaboró con cursos y conferencias en el plan del Episcopado nacional que urgía la formación de sacerdotes en el campo social.

Fue un entusiasta de la acción cooperativa y se convirtió en uno de sus principales conocedores e impulsores en Colombia. Fundó La Unión Cooperativa Nacional, Uconal, en los años 50, y convencido del importante papel que podría desempeñar la acción cooperativa para obreros y campesinos, fundó la Cooperativa de Desarrollo, Coopdesarrollo, a comienzos de los años 60. En esa época, ya en Cali, se desempeñó en la dirección de la Coordinación Nacional de Acción Social, CNAS, que mediante una cruzada promovió la fundación de la Universidad Obrera (1962). En Buga creó el Instituto Mayor Campesino (1965) y en Tuluá abrió el Centro Social Rural Diocesano, Cesordi, a principios de los años 7022.

En realidad, la situación de todo el país a finales de los años 60 y principios de los años 70 era convulsionada. La violencia política continuaba incesante, mientras que el crecimiento y la organización de la izquierda socialista y la izquierda comunista eran innegables. Las clases populares (obreras y campesinas) quedaban de nuevo excluidas del pacto político celebrado por los partidos tradicionales que se ensayaba bajo el nombre de Frente Nacional (1958-1974), y el surgimiento de los grupos guerrilleros, bajo el ejemplo de la Revolución cubana, no se hizo esperar.

Prevaleció la concentración de la propiedad de la tierra y de la riqueza, mientras que la reforma agraria y la participación económica fueron diferidas a futuro. El descontento hacia la clase dirigente fue creciente, como el poblamiento de las grandes ciudades y núcleos urbanos ante la falta de oportunidades en las zonas rurales23.

El traslado del padre Francisco Javier Mejía a Cali, a principios de los años 60, realmente obedeció al pedido del arzobispo de esta ciudad, monseñor Uribe Urdaneta, quien se encontraba muy preocupado por la situación de violencia que azotaba la región y la expansión del movimiento sindical agrario organizado por la Confederación de Trabajadores de Colombia, CTC, de clara inspiración izquierdista. Se necesitaba al padre Mejía para que propusiera alguna alternativa a la ola de comunismo que proliferaba en los círculos sindicales de la región y redireccionara el ejercicio sindical y la formación de líderes mediante los postulados de la doctrina social de la Iglesia . Sin embargo, la estadía del padre Mejía en la capital del Valle del Cauca fue efímera: quienes lo invitaron resultaron escandalizados por sus planteamientos, y lo expulsaron de la Universidad Obrera24.

Por fortuna, en ese momento, la alta sociedad que regía los destinos de la ciudad de Buga se interesaba por la fundación de una universidad que –como la Javeriana– diera formación a sus hijos y a los hijos de la clase adinerada de la región. El padre Mejía, profundamente consciente de la situación de la población campesina, logró interesar a los benefactores en construir una obra social, una universidad para los campesinos que no tendrían nunca las oportunidades que tenían los hijos de la clase acomodada. La persuasión, que siempre fue un distintivo de este sacerdote, pasaba por argumentar que, si se quería detener la violencia y el desarrollo del sindicalismo comunista –amenaza real de la prosperidad de los ingenios azucareros– se debía educar integralmente al campesinado, para que se abriera camino por medios distintos a los del comunismo agrario y la lucha armada25.

Bajo el auspicio de monseñor Julián Mendoza, obispo de la diócesis de Buga, la idea de la universidad fue una realidad gracias a las generosas contribuciones de la sociedad bugueña. En abril de 1962, en la otrora hacienda La Julia, nació el Instituto de Ciencias Sociales y Económicas, conocido desde entonces popularmente como “la Universidad Campesina”26.

Mientras se construían los edificios de la universidad en las afueras del municipio de Buga, el padre Mejía organizó dos frentes de trabajo: uno, en una casa situada en Buga, en la que asistieron los primeros alumnos a nivelar su bachillerato, como condición indispensable para acceder a una formación superior especializada. Esta sede funcionaba en horario nocturno, ya que sus estudiantes eran trabajadores del campo durante el día. Es de reconocer que la dotación de toda la infraestructura del centro académico fue gestión del mismo padre Mejía, quien contaba con un grupo de benefactores entre los fundadores de la obra, los comerciantes, quienes simpatizaban con su trabajo. El cuerpo docente fue integrado por profesores provenientes de colegios del municipio que, conscientes de la necesidad de la población campesina, se sumaron al proyecto sin recibir una remuneración por su trabajo27.

Otro frente asumió la formación de líderes adultos en la hacienda La Esmeralda, en el municipio de Guacarí; la casa y los predios fueron prestados para tal tarea por el patricio bugueño Modesto Cabal Galindo, presidente del Ingenio Pichichí. En dicha locación se impartían cursos de formación en acción comunal, bases del cooperativismo, nociones de oratoria e introducción a la doctrina social de la Iglesia. Desde sus inicios, la organización concedió a los campesinos que participaban de sus cursos y de sus actividades el subsidio para sus desplazamientos y alimentación. Colaboraban con el padre Mejía, como cuerpo docente en estas jornadas, un equipo conformado por jesuitas y laicos que trabajaban en universidades y centros educativos de Cali28.

Aunque el padre Mejía lideró el proyecto del Instituto, se rodeó de un equipo de jesuitas, religiosas y laicos sin los cuales hubiera sido imposible adelantar el funcionamiento de ese centro educativo. Entre las personas que acompañaron el proceso, en estos primeros momentos, podrían mencionarse a los padres jesuitas Jairo Gómez y Célico Caicedo; a un grupo de hermanas dominicas de La Presentación decididamente comprometidas con la causa campesina; y a un equipo de colaboradores laicos, entre quienes se destacó el líder social Gastón Jiménez, quien en 1967 sería uno de los fundadores de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC, una de las organizaciones campesinas de más relevancia y significado en el país en toda su historia.

Tiberio Fernández, después de conocer al padre Mejía, se sumó con determinación al equipo de sus colaboradores laicos. Se inició trabajando en la Coordinación Nacional de Acción Social, CNAS, estudió y se formó en los distintos cursos que se impartían en el Instituto, y se consolidó como docente, líder y promotor de ese proyecto educativo. La simbiosis –si se permite aquí esta expresión– entre Tiberio y la “Universidad Campesina” fue total. Aquel le aportó toda su energía vital al desarrollo y funcionamiento de esta obra social, mientras que la atmósfera del Instituto le aportó a Tiberio una formación invaluable que forjó claros rasgos de su personalidad y de su carácter como actor social. Tiberio siempre reconoció al Instituto, ante todo, como su casa, y en segunda instancia como el alma mater que lo educó y lo hizo crecer como ser humano29.

Tiberio encontró en la Universidad Campesina su lugar en el mundo. Allí pudo expresar su personalidad alegre, formarse intelectualmente y ejercer el activismo social en el ámbito del campesinado. Se le reconocía por su buen sentido del humor, su extraordinaria facilidad para hacer bromas y contar chistes de todos los colores, su gusto por la música popular, con la cual creció y amenizó siempre su vida, su talento para cantar y bailar, sobre todo la música “salsa”; además, por su capacidad de expresión y persuasión, elementos que le hicieron un magnífico orador y conferencista30.

Como estudiante y profesor se interesó de manera particular por la organización cooperativa; como promotor social se entrenó en las salidas de campo por medio de las cuales promovió la organización comunal, la acción cooperativa y la misión del Instituto; como aspirante al sacerdocio se dio tiempo: en silencio esperó el momento oportuno para emprender su formación sacerdotal.

A mediados de los 60, las instalaciones del Instituto en las afueras de Buga estaban construidas, por lo que las distintas actividades se centralizaron allí y el proyecto institucional comenzó a funcionar bajo una estricta disciplina de internado. Tiberio hacía parte del equipo de profesores de planta.

El sitio albergaba a mujeres y a hombres venidos del campo y de distintos lugares de Colombia. Como era costumbre en los centros educativos católicos, mujeres y hombres tenían dormitorios apartados: ellas eran alojadas en la Casa Lourdes, que funcionaba bajo la supervisión de las hermanas de La Presentación, mientras que los hombres se alojaban en la parte trasera del campus. La jornada para todos iniciaba las 5:30 a. m., y se asistía a la misa diariamente, a las 6:00 a. m.; luego se servía el desayuno y a las 8:00 a. m. comenzaban las clases, que se prolongaban hasta el mediodía. El almuerzo se servía a las 12.30, y en seguida se hacía la pausa para la siesta o los deportes. En la tarde había trabajo agrícola en las huertas, o con los animales (porque había que permanecer y conservarse campesino). La cena era a las 6:30 p. m. y, luego de un lapso dedicado a actividades lúdicas o al estudio, se hacía silencio total.

Las clases apuntaban a consolidar dos especialidades: la capacitación de los estudiantes en acción comunal, asociaciones de usuarios y sindicalismo agrario, en la cual el joven campesino era formado como promotor en la organización de comunidades rurales; la otra capacitaba a los estudiantes en cooperativismo agrario y el énfasis se hacía más en el aprendizaje de los procesos de producción y mercadeo. En esta dirección, el joven campesino era formado como promotor en la organización de cooperativas rurales. Obviamente, a los programas se integraban la aprobación de los trabajos de campo, de los exámenes y de las tesis finales31.

El grupo de amigos más cercano a Tiberio, en esta época de práctica educativa, fruto de compartir la vida cotidiana de la universidad, lo constituyeron otros profesores del centro y colaboradores del área administrativa. Ellos fueron: Gladys Leal, secretaria personal del padre Mejía y asistente para las cuestiones administrativas del Instituto; Marivon Guillermó, profesora francesa que investigaba experiencias de formación agraria en América Latina; Ema Barbosa, profesora; y el padre Silvio Zuluaga, S. J., profesor que luego abandonaría el sacerdocio y la orden religiosa. Este grupo forjó una amistad especial que hacía más amable las distintas actividades laborales del Instituto y, en sus horas libres, disfrutaba del humor, el don de gentes y la camaradería de Tiberio32.

Es importante subrayar que Tiberio fue un convencido promotor de la organización cooperativa, que lo cautivó –entre otras razones– por el empoderamiento económico que este tipo de organización brinda a sus asociados. Mientras que las empresas del capitalismo tradicional tienen como fin la acumulación de capital y como medio el ser humano, Tiberio creía que la asociación empresarial cooperativa ponía como fin al ser humano y como medio al capital. Para él, la asociación cooperativa propugnaba por establecer una organización en la que los trabajadores eran simultáneamente los aportantes y los gestores de la empresa. Estaban creadas con la meta de producir o de distribuir, de forma conjunta y eficiente, bienes o servicios para satisfacer las necesidades de sus asociados y de la comunidad en general. Cuando las cooperativas producen ganancias o excedentes se tienen que destinar a sus reservas o fondos y a reintegrar a sus asociados parte de estas ganancias; obviamente, en proporción al uso de los servicios o a la participación en el trabajo cooperativo, sin perjuicio de reducir los aportes iniciales, para siempre conservarlos con su valor real.

Fue tan marcado el compromiso de Tiberio con la organización cooperativa, que impresionó a un grupo de israelíes que visitaron el Instituto durante su periplo latinoamericano, animado con el fin de intercambiar experiencias con distintos centros de instrucción agrícola en el mundo. De ahí que en 1969 Tiberio Fernández se encontró visitando Israel, por algunos meses, invitado por una organización judía interesada en que se conocieran y se difundieran las experiencias agrícolas de los más importantes kibutz de esa nación33.

Sin recorrer su propio país, Tiberio tuvo su primer viaje internacional a la edad de 26 años. Resulta tentador imaginar la riqueza y variedad de impresiones que en distintos aspectos recibió el joven colombiano en dicho viaje, y en especial, lo que pudo significar para este creyente cristiano la experiencia de encontrarse en el espacio geográfico en que históricamente existió Jesús de Nazaret. Sea como haya sido, el Israel que visitó Tiberio en ese momento se encontraba aún agitado por las medidas de seguridad propias del Estado de excepción que imperaba como consecuencia de la reciente guerra del Sinaí que lo había enfrentado con Egipto.

El sacerdocio como apostolado social

En 1970, Tiberio inició sus estudios filosóficos en el Seminario Nacional de Cristo Sacerdote en La Ceja (Antioquía). Allí permaneció tres años completando el trienio como requisito para acceder al ciclo de formación teológica. De finales de noviembre de 1972 data un documento expedido por el rector de esa institución, en el cual certifica “que el Señor Tiberio Fernández Mafla cursó en este establecimiento los cursos de primero, segundo y tercero de Filosofía, durante los años 1970, 1971 y 1972, y que su conducta durante este tiempo fue buena34.

¿Por qué Tiberio acude a este seminario para iniciar sus estudios filosóficos? ¿Contó realmente con otras opciones? Las respuestas a estas preguntas no se pueden ofrecer con certeza. Sin embargo es lícito suponer que, a su regreso del viaje por Israel, mantuvo una conversación con el padre Mejía en la cual expresó su decisión de no postergar más su opción por el presbiterado en la Iglesia Católica.

En ese momento, en la vida formativa de un seminario mayor cualquiera, su edad ya era la propia de un sacerdote recién ordenado o a punto de recibir su ordenación sacerdotal. Quizás esa fue la razón por la que se descartaron los seminarios más cercanos del Valle del Cauca. Era y es conocido que el Seminario Cristo Sacerdote de La Ceja se identifica por dar acogida a lo que se han llamado “las vocaciones tardías”. ¿Vocación tardía próximo a cumplir los 27 años? Quizás hoy la pregunta resulte pertinente, pero en el contexto de hace 50 años, su situación puede aceptarse como comprensible.

Tiberio solía manifestar, con humor, su diferencia de edad en relación con sus compañeros de seminario35, espacio en el cual evidentemente debió distinguirse por su juventud. También cabe pensar que el factor económico jugó un papel preponderante a la hora de estudiar en el Seminario Cristo Sacerdote, pues se buscaba un centro educativo que no fuera tan costoso, y el padre Mejía apoyó a Tiberio con su generosidad habitual.

Por tres años Tiberio adelantó sus estudios de Filosofía con buenos resultados. Por las notas que se observan en las certificaciones se puede establecer que era un estudiante capaz y consagrado, sin mucho interés por la elucubración y la abstracción que lo alejara de los asuntos concretos. Se instruyó en latín y griego, en materias filosóficas (Lógica, Metafísica, Cosmología, Ética, Teodicea, e Historia de la filosofía), e igualmente adelantó algunas asignaturas de carácter teológico36.

Durante 1973 Tiberio retornó a la Universidad Campesina, pero las circunstancias del centro se habían transformado. Los recursos financieros eran escasos y la vida del internado se hacía insostenible. Las donaciones de las familias fundadoras habían menguado y, francamente, entre los recursos oficiales y las donaciones voluntarias no se obtenía el capital suficiente para sostener funcionando la universidad.

El padre Mejía se definía como un “pordiosero”, quien en vez de estar estructurando auténticos líderes campesinos, invertía la mayor parte de su tiempo en la consecución de recursos para la sobrevivencia de la obra social37. Al encontrarse el Instituto cerca del colapso financiero, se necesitaba con urgencia otra gestión en la dirección de la obra. Así fue como el padre Francisco Javier Mejía, S. J., fue sustituido por el padre Gustavo Jiménez Cadena, S. J., en 1974, y la Universidad Campesina pasó a ser el Instituto Mayor Campesino, cambio que no fue puramente nominal.

En primera instancia se dio fin al internado, se reestructuró el equipo de jesuitas y colaboradores de la institución, y se buscó adaptar la infraestructura del centro a un nuevo modelo productivo que hiciera viable su autosostenibilidad. Se pusieron en práctica la consecución de recursos de cooperación internacional y la gestión de ayuda extranjera se tornó una estrategia usual en el centro educativo que no renunció a la formación y al acompañamiento del campesinado, solo que ahora se haría de otra forma. Los promotores estarían más en terreno y los distintos cursos se impartirían como invitación, solo si estaba garantizado su financiamiento por anticipado38.

Para principios de 1974, Tiberio había conseguido que el padre Mejía y el obispo de la diócesis de Buga, monseñor Julián Mendoza Guerrero, utilizaran sus influencias para que la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana lo recibiera como alumno extraordinario. Su caso fue tan especial que, mientras estudiaba en Bogotá, Tiberio logró vivir en las mismas Facultades Eclesiásticas de Chapinero, caso excepcional en la comunidad jesuítica. El padre Virgilio Zea González, S. J., en el momento, decano de la Facultad, recibió una comunicación de monseñor Mendoza fechada el 11 de enero de 1974, en la que decía lo siguiente:

Me resta entonces presentarte a Tiberio, a quien conozco muy bien y en quien tengo gran confianza, pues no solo a mí sino también al clero diocesano nos ha sabido demostrar su gran capacidad de trabajo, su grado de honradez, sus excelentes virtudes morales, entre ellas el deseo de servir y el espíritu apostólico.39

Tiberio estudió en Bogotá, entre 1974 y 1977. Justamente en su primer año, el padre Zea fue sustituido en la decanatura académica de la Facultad de Teología por el padre Alberto Múnera Duque, S. J. En la carpeta del estudiante que reposa en los archivos de dicha Facultad se encuentra un buen número de cartas y comunicaciones que Tiberio dirigió al padre Múnera, solicitando permisos, certificados o postergaciones de sus responsabilidades académicas.

En general, las calificaciones certificadas son buenas y muestran que Tiberio fue una persona inteligente y recursiva. Perfeccionó el francés como segundo idioma mientras que estudió hebreo como lengua antigua. Sin embargo, es claro que su interés no fue intelectual en el sentido de dedicarse a la teología como especialización académica; más bien comprendió sus estudios como una herramienta que lo potenciaría para desarrollar su labor pastoral como sacerdote.

Bajo la orientación de los profesores de la época, Isabel Corpas, y los padres Parra, Zea , Bravo, Cárdenas, Múnera, De Roux, Arenas, Gutiérrez, Bernal, Ortíz, Velásquez, González, Restrepo , Pongutá, Drouin, Tiberio cursó las asignaturas propias del área bíblica (Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, Historia de Israel, Deuteronomio, Profetas, Salmos y Sapienciales, San Pablo y San Juan), las asignaturas del área Sistemática (Revelación y Fe, Misterio de Dios, Moral fundamental, Cristología, Mariología, Gracia, Escatología, Sacramentos en general y de cada Sacramento en su especificidad), Teología de la Iglesia, Teología de la vida religiosa, Antropología teológica, Historia de la Iglesia y Derecho canónico40.

Ya en 1977, finalizado su trienio teológico, lo entusiasmó la proximidad de su ordenación sacerdotal y la posible continuación de sus estudios en procura de la Maestría en Teología. En carta fechada el 3 de marzo de 1977, escribió al padre Múnera a propósito de su ordenación: “Apreciado padre Alberto […] quiero decirle que para mí sería una honra y un orgullo contar con su presencia o mejor con su compañía en este día tan anhelado durante mi vida”41. Por otra parte, mientras adelantaba las asignaturas del ciclo de Maestría, había elegido al padre Álvaro Restrepo, S. J., para que lo asesorara y orientara en el trabajo de elaboración de su monografía de grado42. La ordenación de Tiberio se llevó a cabo en la Catedral de Buga, en el primer semestre de 1977, con la asistencia de toda su familia. La celebración se hizo en Tuluá, con la participación de numerosos amigos y miembros de diferentes comunidades en las que Tiberio había trabajado43.

No obstante, los planes de estudio de Tiberio, quien buscaba culminar la Maestría, se vinieron abajo a principios de 1978, cuando las necesidades de su diócesis se impusieron. En carta al padre Múnera, fechada el 9 de enero de ese año, escribió:

Después de saludarlo, el objetivo de esta es, en primer lugar, agradecerle todos sus gestos de generosidad para conmigo durante mi permanencia en esta Facultad de Teología que usted acertadamente regenta. En segundo lugar quiero manifestarle que por disposición de monseñor Julián Mendoza G., mi superior inmediato, me veo en la urgencia, muy a pesar mío, de interrumpir mis estudios correspondientes al Magister […] Finalmente quiero decirle que estoy enteramente a sus órdenes en la diócesis de Buga, en la Iglesia parroquial de San Bartolomé en la ciudad de Tuluá.44

En efecto, Tiberio comenzó el ejercicio de su ministerio sacerdotal de forma abrupta. Su obispo le confiaba su primera misión como sacerdote y era la labor con la que había soñado desde niño. Se desempeñó como párroco los últimos trece años de su vida: tres años en Tuluá, cinco en la parroquia de Andalucía y cinco en la parroquia de Trujillo, todos estos municipios cercanos entre sí, en el norte del departamento del Valle del Cauca.

En la parroquia de Trujillo (1985-1990)

Tiberio fue nombrado cura párroco en la Iglesia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, de Trujillo, en septiembre de 1985. Como párroco, no era ningún principiante: contaba ya con ocho años de experiencia. Sabía que debía familiarizarse con el contexto de la comunidad con la cual iba a trabajar, pero conocía bien la región, la cultura, el modo de vida de los campesinos y de las personas con las que va a interactuar.

En ese momento, Trujillo era un municipio de siete mil habitantes, conformado por nueve corregimientos y cerca de 38 veredas, cuyos habitantes dependían de la ganadería (bovina) y la agricultura (frutales, cacao, caña de azúcar, sorgo, frijol), en especial del cultivo del café. Predominaba la propiedad minifundista y el latifundio se encontraba en posesión de pocas personas. La historia de la tenencia de la tierra se enlazaba con conflictos políticos y sociales de larga data, en los que la violencia y el despojo han sido constantes.

Desde principios de los años 80, el narcotráfico irrumpió en la región, adquiriendo predios de manera significativa, con el fin de tener un control territorial que asegurara la producción, el procesamiento y la distribución de los sembrados de coca45. En este sentido, Tiberio se encontró con actores no tradicionales que buscaban establecer su nuevo negocio en el territorio.

Su trabajo en la parroquia no fue desarrollado de manera fortuita e improvisada; antes bien respondía a un plan de acción pastoral en el que confluían las ayudas y los aportes de diversas entidades y personas46. Aspecto central de su trabajo pastoral fue la construcción de tejido social y la promoción económica por medio de cooperativas, empresas comunitarias o familiares que operaron, tanto en la parte rural como en la parte urbana del municipio. Bajo la motivación y la ayuda de Tiberio se llegaron a conformar más de treinta organizaciones dirigidas por campesinos, en torno del cultivo y mercadeo del café, el lulo y la mora, panaderías, ebanisterías, tiendas, cerrajerías y otros emprendimientos47.

Con un equipo del Instituto Mayor Campesino, Tiberio trazó un proceso de formación de líderes y de animadores del trabajo parroquial. Este equipo fue integrado por los padres Neftalí Martínez, S. J. (en ese momento director espiritual de Tiberio), Luis Ortiz Valdivieso, S. J., y Guillermo Trujillo, S. J., quienes coordinaron un sinnúmero de reuniones a lo largo de esos años, que se realizaban en el salón parroquial o en las veredas mismas. Por lo general este equipo se ocupaba de iniciar los encuentros motivando bíblica, espiritual y pastoralmente a los asistentes, que luego pasaban a tratar asuntos específicos o problemáticas diversas, para coordinar acciones y emprendimientos. En las reuniones de más asistencia se llegaban a juntar entre 80 y 120 personas48.

También en este proceso de creación y consolidación de las empresas comunitarias contribuyeron organizaciones gremiales como la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC, y la Federación Agraria Nacional, Fanal, entidades nacionales como el Servicio Nacional de Aprendizaje, SENA, y universidades privadas como la Gran Colombia y la Inca, que brindaron apoyo técnico, formación e instrucción49. Es de notar que, además de la ayuda financiera que Tiberio podía recibir eventualmente de personas o de entidades nacionales, tenía muy buenos contactos con agencias de ayuda internacional en Alemania y en Suiza, países a donde viajó. Con estas agencias gestionó recursos en distintas ocasiones50.

Políticamente, el poder en Trujillo era disputado por dos corrientes del conservatismo: la holguinista, liderada por Juan Giraldo, un gamonal que dirigía una banda de hombres armados que ejercían acciones criminales; y la corriente lloredista, liderada por Rogelio Rodríguez, colaborador con las personas y con las obras sociales del municipio. Tiberio no ocultaba su amistad y su simpatía por este último ya que, además de ser un colaborador de la actividad parroquial, mostraba un comportamiento menos arbitrario y autoritario que su adversario político.

A este ambiente de contradicción política hay que añadir la presencia de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional, ELN, en algunas veredas situadas en las estribaciones de la cordillera Occidental, donde adelantaba trabajo político, buscaba reclutar campesinos y ganar adeptos para su causa armada. Como si fuera poco, a tal situación se sumó la llegada de un comando del movimiento guerrillero 19 de abril, M-19, disidente del grupo concentrado en Santo Domingo (Cauca) en razón de los compromisos derivados del proceso de paz que protagonizaba la corriente mayoritaria de esta organización; aquella disidencia se oponía a los diálogos de paz, y sin tener conocimiento previo del área, bases sociales o lectura del contexto en el cual se movía, introdujo un nuevo factor de desasosiego en la región, al secuestrar a las personas adineradas para financiar sus actividades51.

Tiberio, por su trabajo en las veredas, se había encontrado en varias oportunidades con los miembros del ELN y había logrado detener una incursión guerrillera directa al municipio. Más de una vez dijo a los guerrilleros que por medio de las armas no conseguirían nada y que era mejor que se fueran, porque la gente de la región deseaba vivir en paz. No obstante, la guerrilla –que reconocía el trabajo social que el cura adelantaba en la región y respetaba las organizaciones comunitarias parroquiales– respondió muy firmemente que no se tomaría el pueblo, pero que tampoco se iría52. La situación cambio cuando el ELN, acostumbrado a las prácticas de extorsión y secuestro de terratenientes de la región o de sus familiares para financiar su accionar, robó ganado y pretendió extorsionar a los narcotraficantes que empezaban a ser importantes en la zona: Iván Urdinola Grajales, Diego Montoya, “Don Diego”, y Henry Loaiza “El Alacrán”53.

A finales de los años 80 la situación de Trujillo era un verdadero polvorín a punto de estallar. Los narcotraficantes conformaron ejércitos privados en alianza con el Ejército oficial para responder a la guerrilla. Los holguinistas, derrotados en la disputa electoral por la alcaldía, conspiraron contra los lloredistas y contra el mismo Tiberio, circulando la voz en cafés, esquinas y mercados que los lloredistas y las organizaciones sociales que el sacerdote animaba estaban permeadas por la ideología revolucionaria del ELN. El Ejército, la Policía y los cuerpos de inteligencia del Estado se encontraban saturados de las acciones guerrilleras y no veían el momento de echar mano a los subversivos54.

El sábado 29 de abril de 1989, la ANUC organizó una movilización en el municipio; los campesinos de las distintas veredas marcharon en el casco urbano pidiendo al gobierno departamental mejores condiciones de vida: mejores vías, mejor atención en salud, mejor cubrimiento en educación, ampliación de las fuentes de empleo y creación de fuentes de crédito para la población. Para la administración central departamental, en cabeza del gobernador Ernesto González Caicedo, para las autoridades militares con sede en Buga, para los narcotraficantes y grupos paramilitares, los manifestantes no significaban más que la expresión de la subversión y el alzamiento animado por la guerrilla.

La marcha se entendió entonces como una provocación de la guerrilla que debía ser contenida y reprimida sin contemplaciones. Sistemáticamente, desde el día anterior, centenares de soldados y cuerpos de la policía antinarcóticos patrullaron el área rural y urbana, instalaron retenes y controles, con los que buscaron impedir el ingreso de los campesinos al municipio, y les advirtieron a estos que, si participaban en la marcha, serían detenidos55.

Aunque temprano en la mañana pudo parecer que la convocatoria no iba a tener éxito debido al temor provocado por la presencia de las Fuerzas Armadas, antes del mediodía, entre 2.500 y 3.000 campesinos (mujeres, hombres y niños) ya estaban marchando por las calles del pueblo en dirección a la plaza central. Allí fueron rodeados y acordonados por el Ejército, que impidió la entrada a la plaza de los suministros y los víveres con los que los campesinos pretendían permanecer hasta el domingo. Los militares pasaron del insulto y de las amenazas a los golpes y las detenciones.

Tiberio, acompañando a los campesinos congregados, fue propuesto como garante de la negociación. Su posición siempre se distinguió por hacer un llamado a la calma y a la conversación, para evitar que la marcha terminara en desgracia o se presentaran hechos violentos. Los delegados de los campesinos se reunieron con los delegados del gobernador, el alcalde y el comandante de la tropa, pidiendo la presencia del mismo gobernador para adelantar la negociación del pliego de peticiones, mientras que los delegados gubernamentales exigían disolver la marcha inmediatamente y conformar una comisión que sería atendida en Cali en la siguiente semana56.

Al anochecer llegó a la concentración un grupo rezagado de campesinos procedentes de la región de Cedrales, y con ellos intentaron ingresar a la plaza algunos vehículos cargados de alimentos. Cuando la fuerza pública quiso detenerlos, el conductor de un automóvil aceleró, con el fin de romper el acordonamiento y seguir al parque. Las Fuerzas Armadas dispararon y también arrojaron una granada contra la multitud. Hubo catorce heridos. La angustia y el pánico se apoderaron entonces del colectivo. El resto de la noche fue de zozobra, con la mayoría de los campesinos tendidos en el suelo. Todos temieron en cualquier momento una matanza57.

Al amanecer se resolvió disolver la marcha y los campesinos fueron saliendo de la plaza central; no se había concertado ningún acuerdo, las cosas seguirían como estaban, nada se había logrado. Las Fuerzas Armadas del Estado habían ganado la partida. Sin embargo, a Tiberio y a sus colaboradores de la parroquia no se les perdonó que hubieran asumido una posición de respeto y comprensión frente a los integrantes de la marcha, y se les criticó haberse puesto del lado de los campesinos.

A partir de este momento las fuerzas policiales y del Ejército iniciaron una feroz represión que, en un primer momento, se concentró contra los organizadores y los líderes de la protesta. En Trujillo se gestó un ambiente de miedo generalizado: detenciones, desapariciones, asesinatos se convirtieron en cotidianos para los profesores, transportadores y campesinos. Igualmente, a partir de esta marcha Tiberio empezó a recibir amenazas telefónicas, y las organizaciones que él animaba, a ser identificadas con agrupaciones relacionadas o cercanas a la guerrilla58.

En los primeros meses de 1990 la situación de orden público en todo el departamento del Valle del Cauca era bastante delicada. El comandante de la Tercera Brigada, Manuel José Bonett Locarno, quien lideró una lucha frontal contra las redes urbanas y rurales del ELN, desplegó el “Plan democracia 1990”, para garantizar las elecciones presidenciales de marzo, y el “Plan pesca”, para potenciar la ofensiva antiguerrillera y consolidar una posición de ventaja frente a la subversión. De acuerdo con estas iniciativas, en marzo se instaló el Puesto de Mando Adelantado, PDMA, en Andinápolis (uno de los corregimientos de Trujillo), comandado por el mayor Alirio Urueña Jaramillo, desde el cual se empezaron a movilizar patrullas militares en el área59.

En hechos lamentables, el jueves 29 de marzo, guerrilleros del ELN emboscaron a una patrulla del Ejército nacional, en el corregimiento de la Sonora; como consecuencia del enfrentamiento hubo siete militares muertos y un civil, y varios heridos, entre guerrilleros, militares y civiles. Al día siguiente se desató la reacción del Ejército con detenciones arbitrarias, desapariciones, torturas y asesinatos, tanto en la zona rural como en la zona urbana del municipio. Los detenidos, tras ser sometidos a horrendos vejámenes, fueron mutilados con motosierra y arrojados a las aguas del río Cauca60.

En la misa del domingo 1º de abril, Tiberio condenó la acción de la guerrilla del ELN, pero también rechazó la manera como el Ejército adelantaba su accionar. Denunció que las desapariciones y asesinatos no podían ocurrir en una región que se encontraba militarizada. Exigió la presencia de las autoridades civiles y de la Procuraduría, así como investigaciones que esclarecieran la verdad de lo que había acontecido en la emboscada y en los días posteriores a la misma61.

En la mañana del día 2 de abril fueron detenidos y desaparecidos en el pueblo miembros de las empresas cooperativas organizadas por Tiberio, como lo habían sido ya quienes hacían parte de ellas en la zona rural. Tiberio era muy consciente de la situación y de que su vida corría peligro. Sabía bien que los miembros de la fuerza pública consideraban equivocadamente que su apoyo a la organización campesina equivalía un respaldo al ELN. En un ambiente cada vez más turbio y confuso, lejano de las diferenciaciones y las claridades, Tiberio permaneció con su gente, a la que consideraba que debía servir, dada su propia condición como sacerdote de Dios62.

El día 16 de abril fue asesinado, en el centro de Tuluá, José Abundio Espinosa Quintero, un comerciante, entrañable amigo de Tiberio, quien había huido de Trujillo por amenazas contra su vida. Al día siguiente, cuando Tiberio regresaba a Trujillo después de haber presidido las honras fúnebres de su amigo, fue interceptado y desaparecido en la vía Tuluá-Trujillo, junto con su sobrina y dos acompañantes. Días más tarde, su cuerpo fue encontrado horriblemente baleado, mutilado y decapitado, en las aguas del río Cauca, en la vereda El Hobo, de Roldanillo63.

El asesinato de Tiberio fue quizás uno de los momentos de mayor intensidad de la llamada “masacre de Trujillo”, como se denomina la secuencia de detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, torturas, ejecuciones extrajudiciales y asesinatos selectivos, de carácter sistemático que se llevaron a cabo en los municipios de Trujillo, Riofrío y Bolívar, entre 1986 y 1994, con un estimado de 245 víctimas. De estos hechos se responsabiliza a las estructuras criminales de los narcotraficantes Diego Montoya y Henry Loaiza, en alianza regional y temporal con agentes del Estado, como el Ejército y la Policía, cuyo primer objetivo fue enfrentar la insurgencia armada64. Sin embargo, la consigna de expulsar al ELN de la zona fue aprovechada para aniquilar las organizaciones animadas por el padre Tiberio Fernández Mafla, consolidar política, económica y militarmente el territorio en beneficio del nuevo poder del narcotráfico, despojar tierras, y eliminar testigos o cualquier resistencia que se opusiera a dicho poder.

Este sórdido acontecimiento regional corrió la suerte de muchos otros acontecimientos violentos en Colombia: quedó sepultado por los sucesos que tuvieron lugar en los centros urbanos que padecieron su propia guerra: la del narcotráfico, la del exterminio de la Unión Patriótica, UP, y de los activistas de grupos de izquierda. Ya, en 1989, Pablo Escobar había organizado en Soacha el asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán, el Cartel de Medellín libraba una guerra contra el gobierno y contra el Cartel de Cali. Todos los días, los medios de comunicación mostraban las consecuencias del estallido de los carros-bomba en las principales ciudades del país.

Quizás la atención nacional centrada en los acontecimientos urbanos incidió para que desatendiera los lamentables acontecimientos conocidos como la “masacre de Trujillo”.

Conclusiones

Aunque el Estado colombiano se comprometió con la Ley de Víctimas, en 2011, y firmó un esperanzador acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, el grupo insurgente más antiguo del país, en 2016, persistió un gran descontento social en las regiones, a pesar de la considerable disminución de la violencia. El malestar social lo generaba la ausencia de políticas de Estado que den respuesta a las necesidades básicas de la gran mayoría de la población, la reticencia del gobierno del presidente Duque por implementar los acuerdos de paz, y las cifras de exmiembros de las FARC asesinados, al igual que líderes sociales, campesinos reclamantes de tierras y defensores de derechos humanos. Según cifras periodísticas, al menos 135 excombatientes de ese grupo guerrillero y más de 700 líderes sociales habrían sido asesinados tras los acuerdos de paz del año 201665.

Es de notar que, aun cuando la noticia de los líderes sociales asesinados se puede presentar independientemente de la de los excombatientes de las FARC, existe un imaginario estigmatizador en Colombia, que consiste en asociar a los líderes sociales con la guerrilla, con la ilegalidad, como si sus actividades fueran de carácter subversivo o de facto en contra del Estado. Se ha intentado, por medios diversos, criminalizar la protesta social, lo mismo que las acciones conducentes a transformar la situación de privilegio de unos pocos.

Este mecanismo victimal dirigido a desprestigiar el liderazgo comunitario y a estigmatizar las dinámicas de transformación colectiva, no es novedoso; constituye una práctica antigua de descalificación del antagonista social y un patrón para descifrar los ciclos de violencia. Tiberio fue víctima de ese mecanismo perverso y sus consecuencias difamatorias perviven incluso después de su muerte. Algunos siguen justificando su tortura y asesinato, o la desaparición de los miembros de sus organizaciones cooperativas, por creerlos miembros activos de la guerrilla del ELN, o por lo menos colaboradores de esa organización.

Sostener tercamente que Tiberio haya sido un colaborador de la guerrilla o activista del movimiento armado muestra desconocimiento garrafal de su vida, sus creencias, su formación, y para ser específicos, de su orientación política. Tiberio provenía de una familia de tradición conservadora y no transformó esta perspectiva durante su existencia66; más bien la cualificó en su contacto con el padre Mejía y con la formación que recibió.

A pesar de su gran sensibilidad social y su entrega sincera a los más necesitados, Tiberio no se vinculó a ningún movimiento de izquierda o de inspiración revolucionaria. No aprobaba los métodos ni las pretensiones del socialismo marxista y se oponía a cualquier tipo de violencia, independientemente de su origen. Su perspectiva teológica, para ser claros, no fue la de la teología de la liberación, de gran difusión en esos momentos en América Latina, aunque obviamente la debió conocer y discutir durante su paso por la Facultad de Teología. Realmente se tendría que estar muy atento a lo que alguno de los miembros de su parroquia puntualizó:

El padre Tiberio no era un sacerdote revolucionario. Era un cura con principios y carisma que trabajaba por sus feligreses. Ese era su objetivo: traerlos a la Iglesia como rebaño. No era radical. Alguna vez se habló en el pueblo de una “revolución educativa”. Era un programa de la Alcaldía para impulsar la paz a partir de la educación. Antes de que empezara el programa, el padre Tiberio pidió cambiar el término. Dijo que no era palabra adecuada para Trujillo.67

Que Tiberio no fuera un sacerdote revolucionario a la manera de Camilo Torres o que no fuera un abanderado de la teología de la liberación, como muchos otros en su momento, no lo hace un sacerdote cualquiera o del montón. El influjo de la formación jesuítica, su profunda sensibilidad por la justicia social, su amplia experiencia como promotor comunitario, le agregaba un plus a su servicio presbiteral. En este sentido, aunque Tiberio nunca descuidó el servicio sacramental en su acción pastoral, se salió del modelo tradicional de sacerdote para vincular a su ejercicio una perspectiva de organización social y económica que propugnaba por alcanzar o acrecentar el bienestar de los miembros de su comunidad.

Él no esperaba que la gente fuera a la Iglesia, sino que iba a buscarla afuera, en las veredas y en las calles, para detectar sus necesidades y proponer salidas concretas que promovieran tanto a las personas como a los grupos en los que aquellas podían asociarse. Tiberio nunca tuvo temor de estar entre la gente, de involucrarse con los más necesitados. Sabía que lo suyo no era dar una ayuda asistencial o esporádica, sino más bien apoyar procesos organizativos que mostraran a las personas su valía, así como sus posibilidades cuando decidían trabajar conjuntamente en procura de metas alcanzables. Estaba convencido de que su aporte a la transformación de la realidad social pasaba –para ponerla más cerca del Reino de Dios– por la organización solidaria de la economía, por cooperativas similares a los kibutz que había conocido en su estancia en Israel.

Su propuesta de organización económica comunitaria, realmente pionera y difícil de consolidar por el tejido social que necesita, se hizo blanco de los actores armados por el alto significado material y simbólico que representó para los pobladores de las veredas y el municipio de Trujillo; al destruirlas, los violentos destruyeron una alternativa que podía y que aún hoy puede empoderar a las comunidades más pobres y necesitadas.

El modelo de economía agraria dominante en el país impone el monopolio de la tierra para el ejercicio de la agricultura tecnificada y la explotación de la ganadería extensiva, la denominada “empresa agrícola”. Las comunidades campesinas se deshacen y su modo de vida se liquida bajo las difíciles condiciones económicas y sociales que deben enfrentar. Los campesinos se convierten entonces en jornaleros-asalariados, se multiplican las trabas o inconvenientes para la organización cooperativa y se teme o desconfía del potencial de las empresas agrícolas comunitarias.

Carlos Mario Zuluaga, director ejecutivo de la Asociación Colombiana de Cooperativas, Ascoop, en medio de la inauguración de la XXXII Jornada de Opinión Cooperativa denominada “Empresarialidad y capital social”, mostraba con cifras y experiencias concretas cómo el modelo de asociación cooperativa y economía solidaria es la mejor alternativa para generar capital social, empresas democráticas e inclusión económica en el país; especialmente, en las regiones que han vivido el conflicto armado68.

A través de toda su vida Tiberio descubrió que el Reino de Dios en la tierra tenía que ver con pensar y actuar en comunidad, priorizar la vida de todos sobre el acaparamiento de bienes por parte de algunos, luchar contra las causas de la pobreza y la desigualdad, solidarizarse con la causa campesina y cambiar sus condiciones de vida.

La causa campesina que Tiberio encarnó es un asunto largamente diferido y sin respuestas apropiadas por parte del Estado y de los sectores dirigentes del país. Con una reforma agraria siempre pendiente y por realizar, con condiciones de vida absolutamente insatisfechas, con campesinos excluidos de los centros de decisión, invisibilizados y obligados a abandonar los territorios o subsistir en condiciones de precariedad, es difícil imaginar cómo y bajo qué justificaciones la violencia pueda abandonar las regiones agrarias de Colombia.

En la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá se estaba en mora de activar la memoria de uno de sus alumnos más insignes: no por su academicismo, sino por constituirse en ejemplo para la universidad, y para los teólogos en particular, de servicio efectivo a las comunidades marginadas, sus realidades y sus conflictos.

Esta memoria puede articularse con las de las otras víctimas de la masacre de Trujillo y con la memoria de vida de tantos campesinos que fueron y son asesinados en medio del conflicto armado en Colombia. Es importante que la sociedad colombiana esclarezca su pasado, conozca el sufrimiento de las víctimas suprimido en los relatos oficiales y se haga consciente de que, sin una transformación de las condiciones de injusticia social, el sufrimiento de los excluidos seguirá presente.

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Notas

1 CNRR-Grupo de Memoria Histórica, La masacre de Trujillo, una tragedia que no cesa, 7-33.

2 Ricoeur, “La vida: un relato en busca de narrador”, 9-22.

3 Ricoeur, “Relato histórico y relato de ficción”, 157-181; Guillamón, “Memoria e historia: una reflexión en torno a sus especificidades y posibles relaciones”, 1-7; Seydel, “La constitución de la memoria cultural”, 187-214.

4 López, Seiz y Gurpegui, “Para una filosofía de la memoria. Entrevista al profesor Reyes Mate”, 101-120.

5 Zamora, “Pensar el presente desde la centralidad de las víctimas. Entrevista a Reyes Mate”, 342-355.

6 Reyes-Mate, “Violencia del terrorismo y superación de la violencia”, 110.

7 Girard, Veo a Satán caer como un relámpago, 212.

8 Latorre, Transporte y crecimiento regional en Colombia, 70-75; Monsalve, Colombia cafetera, 555-581.

9 Atehortúa, El poder y la sangre. Las historias de Trujillo (Valle), 49.“Vernaza” –a fínales de los años 20– era un corregimiento del municipio de Riofrío, y se consolidaría como municipio con el nombre de “Trujillo”, en abril de 1930.

10 Ballesteros Fernández, “Dos hermanos unidos por la vida y la muerte”.

11 Se conserva copia de este documento en Archivo Facultad de Teología, Carpeta del estudiante Tiberio Fernández Mafla.

12 Habitantes de Trujillo (Valle), “¡Tiberio vive hoy! Testimonios de la vida de un mártir, Tiberio Fernández Mafla”.

13 Ibíd.

14 Ibíd. Nótese que la formación y el cultivo de la tradición judeo-cristiana no se hacía a través de la lectura directa de la Biblia, sino de textos que presentaban la historia de salvación desde la perspectiva cristiana católica. Sin duda, una estrategia conservada por la estructura eclesial desde la Contrarreforma.

15 Habitantes de Trujillo (Valle), “¡Tiberio vive hoy! Testimonios de la vida de un mártir, Tiberio Fernández Mafla”.

16 “Anormal” en relación con los patrones culturales aceptados por la mayoría de la sociedad colombiana. La aclaración la hace el propio Camilo Torres (Torres, “La violencia y los cambios socioculturales en las áreas rurales colombianas”, 227-268).

17 Habitantes de Trujillo (Valle), “¡Tiberio vive hoy! Testimonios de la vida de un mártir, Tiberio Fernández Mafla”.

18 Ibíd.

19 Banco de la República, “Radio Sutatenza: un modelo colombiano de industria cultural y educativa”.

20 Habitantes de Trujillo (Valle), “¡Tiberio vive hoy! Testimonios de la vida de un mártir, Tiberio Fernández Mafla”

21 Gladys Leal, entrevistada por Darío Martínez.

22 O’Neill y Domínguez (dirs.), Diccionario histórico de la Compañía de Jesús, 2611.

23 Arrubla, “Síntesis de la historia política contemporánea”, 179-210.

24 Malagón Gómez, Tiempos de cosecha. Instituto Mayor Campesino: 55 años cultivando líderes y soste nibilidad, 53-61.

25 Ibíd., 62.

26 Ibíd., 63. En los años 70, cuando el funcionamiento del centro educativo se hizo inviable, se refundó bajo la denominación de Instituto Mayor Campesino, IMCA, nombre que se conserva hasta hoy.

27 Ibíd.

28 Ibid., 64.

29 Gladys Leal, entrevistada por Darío Martínez; Doris Leal, entrevistada por Darío Martínez.

30 Los entrevistados que conocieron de cerca a Tiberio coinciden en caracterizarlo de esta forma. Luis Guillermo Trujillo, entrevistado por Darío Martínez; Gladys Fernández, entrevistada por Darío Martínez.

31 Malagón, Tiempos de cosecha. Instituto Mayor Campesino: 55 años cultivando líderes y sostenibilidad, 74-77.

32 Gladys Leal, entrevistada por Darío Martínez.

33 Luis Guillermo Trujillo, entrevistado por Darío Martínez.

34 Este certificado se conserva en Archivo Facultad de Teología, Carpeta del estudiante Tiberio Fernández Mafla.

35 Gladys Leal, entrevistada por Darío Martínez.

36 Los certificados de sus notas en Filosofía se encuentran en Archivo Facultad de Teología, Carpeta del estudiante Tiberio Fernández Mafla.

37 Malagón, Tiempos de cosecha. Instituto Mayor Campesino: 55 años cultivando líderes y sostenibilidad, 80.

38 Ibíd., 99-100.

39 Esta carta se encuentra en Archivo Facultad de Teología, Carpeta del estudiante Tiberio Fernández Mafla.

40 Las certificaciones de las asignaturas cursadas, así como sus respectivas calificaciones se encuentran en Archivo Facultad de Teología, Carpeta del estudiante Tiberio Fernández Mafla.

41 Carta en Archivo Facultad de Teología, Carpeta del estudiante Tiberio Fernández Mafla.

42 Archivo Facultad de Teología, Carpeta del estudiante Tiberio Fernández Mafla.

43 Gladys Fernández, entrevistada por Darío Martínez.

44 Carta en Archivo Facultad de Teología, Carpeta del estudiante Tiberio Fernández Mafla.

45 CNRR-Grupo de Memoria Histórica, La masacre de Trujillo, una tragedia que no cesa, 122-148.

46 Luis Guillermo Trujillo, entrevista por Darío Martínez.

47 Véase a CNRR-Grupo de Memoria Histórica, La masacre de Trujillo, una tragedia que no cesa.

48 Luis Guillermo Trujillo, entrevistado por Darío Martínez.

49 CNRR-Grupo de Memoria Histórica, La masacre de Trujillo, una tragedia que no cesa, 150.

50 Luis Guillermo Trujillo, entrevistado por Darío Martínez; Gladys Leal, entrevistada por Darío Martínez.

51 CNRR-Grupo de Memoria Histórica, La masacre de Trujillo, una tragedia que no cesa, 106; 114.

52 Álvarez, “El asesinato del padre Tiberio”.

53 Ibíd.

54 Ibíd.

55 Atehortúa, El poder y la sangre. Las historias de Trujillo (Valle), 287-295.

56 Ibíd.

57 Pérez, Los enemigos de Trujillo, 65-78.

58 Atehortúa, El poder y la sangre. Las historias de Trujillo (Valle), 293.

59 Ibíd., 297.

60 Álvarez, “El asesinato del padre Tiberio”.

61 Atehortúa, El poder y la sangre. Las historias de Trujillo (Valle), 302.

62 Doris Osorio, entrevistada por Darío Martínez.

63 Atehortúa, El poder y la sangre. Las historias de Trujillo (Valle), 304.

64 CNRR-Grupo de Memoria Histórica, La masacre de Trujillo, una tragedia que no cesa, 42.

65 El Espectador-Redacción Judicial, “702 líderes sociales y 135 excombatientes habrían sido asesinados desde firma del acuerdo”.

66 Gladys Fernández, entrevistada por Darío Martínez.

67 Atehortúa, El poder y la sangre. Las historias de Trujillo (Valle), 285.

68 Hernández Bonilla, “Cooperativismo, el mejor modelo para el posconflicto”.

* Artículo de investigación asociado al proyecto de investigación “La posibilidad del perdón. Aproximación a Lc 15,11-32 desde la experiencia de la Asociación de Familiares de Víctimas de Trujillo (Afavit)”, el cual recibe apoyo de la Vicerrectoría de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana, con el ID 00007234.

Notas de autor

a Autor de correspondencia. Correo electrónico: dario.martinez@javeriana.edu.co

Información adicional

Cómo citar: Martínez M., Darío. Tras la memoria de un mártir: la vida de Tiberio Fernández Mafla”. Theologica Xaveriana vol. 73 (2023): 1-30. https://doi.org/10.11144/javeriana.tx73.tmmvtfm

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