Al clic de la clica. Reconfiguración identitaria en expandilleros salvadoreños y la práctica de la fotografía participativa*

Click on the Clicka. Identity Reconfiguration in Salvadoran Ex-Gang Members and the Practice of Participatory Photography

No clique do clique. Reconfiguração indenitária em gangsters salvadorenhos e prática da fotografia participativa

Universitas Humanística, núm. 88, 2019

Pontificia Universidad Javeriana

Agnes del Rosario Jiménez Romo a

El Colegio de la Frontera Norte, México


Recibido: 03 Abril 2018

Aceptado: 31 Enero 2019

Publicado: 20 Diciembre 2019

Resumen: Este artículo de reflexión tiene como objetivo acercarse al tema de las pandillas en El Salvador, mediante las expresiones de reconfiguración identitaria generadas en el marco de una experiencia de fotografía participativa con un grupo de hombres que pertenecieron a estas colectividades. A través de sus narraciones, descripciones, y ejercicios de acción-reflexión, se creó un encuentro de voces y miradas que, de forma dialógica, analiza, interpreta y reconstruye fragmentos de sus realidades anclados a sus experiencias y los significados de estas. La identidad en el contexto de la pandilla, las formas y los significados de las violencias como mediación de relaciones sociales, y el estigma social como dispositivo de producción del otro son los tres ejes analíticos que permiten comprender la dificultad de la construcción identitaria en el contexto de una sociedad estigmatizadora, el nuevo autoconcepto a partir del distanciamiento de las prácticas de violencia y la conciencia sobre las posibilidades de cambio.

Palabras clave:pandillas, identidad, violencia, estigma social, fotografía participativa.

Abstract: This reflection paper aims to provide insights into the gangs in El Salvador based on expressions of identity reconfiguration produced in the frame of a participatory photography experience with a group of men who belonged to those collectives. With their accounts, descriptions, and exercises of action-reflection they created an encounter of voices and views that dialogically analyzes, interprets and rebuilds some fragments from their realities, anchored to their realities and the meanings thereof. Identity in the context of a gang, the forms and meanings of violence as mediation in the social relationships, and the social stigma as a device producing the otherness are the three analytical lines allowing understanding how difficult it is to build an identity in the context of a stigmatizing society. All this also allows for the new self-concept built after the distancing from the violent practices as well as the awareness on the possibilities for change.

Keywords: gangs, identity, violence, social stigma, participatory photography.

Resumo: Este artigo de reflexão objetiva se aproximar da questão das gangues em El Salvador, mediante expressões de reconfiguração identitária geradas no âmbito da experiência da fotografia participativa, com um grupo de homens que pertenceram a essas coletividades. Através de suas narrações, descrições e exercícios de ação-reflexão criou-se um encontro de vozes e olhares que, de forma dialógica, analisam, interpretam e reconstroem fragmentos das suas realidades, ancorados em suas experiências e significados. A identidade no contexto da gangue, as formas e significados das violências como mediação de relações sociais e o estigma social como dispositivo de produção do outrem são os três eixos analíticos que permitem entender a dificuldade da construção identitária no contexto de uma sociedade estigmatizante, o novo autoconceito baseado no distanciamento das práticas de violência e a consciência sobre as possibilidades de mudança.

Palavras-chave: gangue, identidade, violência, estigma social, fotografia participativa.

Introducción

Si bien el fenómeno de las pandillas juveniles y la violencia en El Salvador no es una temática nueva en las agendas de investigación, poco se ha abordado desde una mirada que se centre en explorar el tema de la identidad de los actores sociales que han pertenecido a estos grupos y las reconfiguraciones que se generan a partir de estar fuera de estos, a través de disciplinas visuales como la fotografía con un carácter participativo.

En este trabajo realizo un análisis sobre las expresiones de discurso oral y visual que hacen referencia a la reconfiguración identitaria de un grupo de hombres1 que pertenecieron a diversas pandillas en El Salvador, las cuales se generaron durante un taller de fotografía participativa. En este sentido, las imágenes como recursos metodológicos articulan infinidad de posibles discursos que, a su vez, conforman narrativas socialmente construidas que dan cuenta de las identidades sociales (Chaplin, 1994).

De igual manera, se reconoce desde el punto de vista metodológico el empleo de la fotografía participativa como instrumento de investigación, y como herramienta para construir discursos y análisis sobre lo que observamos y cómo nos vinculamos con eso. No obstante, siendo una metodología positivamente valorada, también se reconocen las limitaciones, dificultades y posibilidades encontradas durante la investigación.

El encuentro de miradas. La experiencia de la fotografía participativa

Diferentes perspectivas y disciplinas plantean que en la actualidad la utilización de imágenes en la investigación en ciencias sociales configura un campo de estudios que goza de un creciente reconocimiento e interés (Banks, 2010; Pink, 2007; Pole, 2004). Esto se debe en buena medida a los dos motivos señalados por Banks (2010): la omnipresencia de las imágenes en nuestras sociedades ha servido de reclamo a los investigadores a la hora de realizar estudios sobre las imágenes existentes o sobre las que producen en el proceso de investigación realizadas por los investigadores o por los sujetos participantes en la investigación; y la sospecha de que las imágenes pueden revelar aquello que no es accesible por otros medios.

Gracias al acercamiento a estas perspectivas sobre el uso de las imágenes como herramientas de investigación y aunadas a la revisión de la información de estudios anteriores sobre pandillas en Centroamérica, pude formular una serie de supuestos que me permitieron ir construyendo el abordaje y la metodología de esta investigación y que se pueden resumir de la siguiente manera:

Los pandilleros construyen una identidad individual y colectiva alrededor de su inclusión en la pandilla, la cual se ve fuertemente cuestionada y reconfigurada a partir de la salida de esta, y se expresa en sus dinámicas cotidianas, en los vínculos y las relaciones sociales, en los espacios que habitan y la manera como lo hacen, en el aspecto físico de los sujetos, y en sus discursos sobre el cambio y la calma2. Esto es mediado por las dinámicas y expresiones de violencia a nivel estructural, simbólico y criminal, que fortalecen relaciones sociales que tienen como raíz central el estigma social asignado y autoasignado.

Partí de la idea de realizar una investigación que explorara la identidad de los sujetos desde sus discursos a través de sus experiencias, opiniones, expectativas, necesidades y carencias, para que a partir de sus interpretaciones reflexionáramos en conjunto sobre los cambios que se han generado en sus identidades. Por esta razón, el diseño metodológico estuvo enfocado en conocer algunas dimensiones de vida de los participantes que no fueran únicamente las que se vinculan directamente con la violencia o las pandillas.

La construcción de los supuestos anteriores es, al mismo tiempo, la justificación del uso de la fotografía participativa como la principal herramienta metodológica de esta investigación, ya que permitió representar a través de imágenes y reflexiones algunas experiencias vitales fortalecidas por los significados y las valoraciones de quienes las han protagonizado.

La fotografía es ante todo un testimonio (Rabadán, 2014; Rabadán y Contreras, 2014), cuando se crea una imagen se construye un significado, se eligen los elementos “retóricos” que conformarán el mensaje y se cuenta una historia. Desde esta perspectiva, el carácter participativo que puede adquirir la fotografía implica transformar nuestras dinámicas de comunicación y socialización para promover un intercambio más dialógico, horizontal y participativo de conocimientos y experiencias (Wang y Burris, 1994); de tal manera, nos involucra en procesos de cambio que promueven y legitiman el derecho a tomar y apropiarnos de nuestra palabra.

Esta herramienta de comunicación fomenta, por un lado, la acción en el universo físico e imaginario-simbólico de los sujetos al crear y captar sus imágenes (Barthes, 1989), y, por otro lado, da paso a las reflexiones que los sujetos hacen en dos momentos: el primero, al tomar las decisiones técnicas y conceptuales sobre la producción de sus imágenes; y el segundo, al reflexionar sobre las fotografías producidas y las formas en las que las vinculan a sus propias vivencias.

La práctica de la fotografía participativa es al mismo tiempo colectiva y procesal, prioriza las dinámicas que se crean en el contexto de la realización de las imágenes por encima del resultado final. Además, permite producir imágenes que favorecen la expresión de las subjetividades, ya que al fotografiar nuestro entorno, visibilizamos y legitimamos nuestra mirada, fomentando la generación de conocimiento colectivo, el desarrollo del pensamiento crítico y el aporte de valores a la sociedad (Wang, 1999; Caso, 2014; Fuga Foto, 2016). Bajo estas premisas, y de la mano de un grupo de ocho integrantes de la organización Homies Unidos,3 diseñamos y llevamos a cabo un taller de fotografía participativa4 en la ciudad de San Salvador que tuvo como objetivo tanto conocer la herramienta y las posibilidades que tiene para contar historias personales y colectivas, como aprender de las formas en las que los otros narran sus historias, para reconocer cómo nos vemos los unos a los otros y cómo respondemos ante la realidad que nos rodea. Las sesiones del taller se complementaron con observación participante y entrevistas semiestructuradas que abordaron aspectos autobiográficos del ingreso a la pandilla, y la vida dentro y fuera de esta.

Más que una metodología o una herramienta comunicativa, la fotografía participativa es una propuesta de ejercicio de libre expresión, es un encuentro de miradas y voces que, a partir de la construcción de imágenes, recupera, problematiza y verbaliza las consideraciones de las vivencias de los protagonistas de esta investigación, sus cambios, anhelos, deseos e inconformidades ante la realidad que los rodea; así, su universo simbólico se hace presente, se reflexiona y se materializa a través de imágenes que cobran mayor sentido si se acompañan de reflexiones.

Las temáticas que se abordaron durante el taller fueron: 1) ¿qué es eso llamado fotografía?; 2) construcción de imágenes fotográficas; 3) nuestras relaciones con las imágenes; 4) imagen-emociones; 5) técnica fotográfica; 6) historias de mi vida a través de fotografías; 7) autodescripciones con fotografías; 8) barrio y entorno cotidiano; 9) las violencias; 10) retrato; 11) narrativa de la imagen; 12) construcción de historias a través de la fotografía y edición de proyectos fotográficos.

A través de distintos ejercicios, como podemos verlo en las figuras 1 y 2, cada participante realizó imágenes en las que la identidad y la exploración del entorno cotidiano fueron el norte de la brújula que encaminó a esta experiencia, para después ponerlo en común y reflexionarlo con el resto de los compañeros.

Prácticas fotográficas. Luis, San Salvador, 2015
Figura 1.
Prácticas fotográficas. Luis, San Salvador, 2015


Prácticas fotográficas. Raul, San Salvador, 2015
Figura 2.
Prácticas fotográficas. Raul, San Salvador, 2015


La identidad como construcción social. Un proceso no resuelto

Frente a mi está Adrián, un hombre sentado que toma los últimos tragos de una taza de café, fue pandillero de la Mara Salavatrucha durante 18 años, más de la mitad de los que lleva vivo, en un par de semanas cumplirá 34.

“Ya no soy aquello que era” (TA, 2015, p. 42),5 menciona constantemente a lo largo de las sesiones del taller de fotografía, sobre todo cuando alguno de sus compañeros lo llama por su mote de pandillero, ahora prefiere ser llamado por su nombre, Adrián:

[…] yo pasé de ser don nadie a ser Adrián, hoy por lo menos soy Adrián, tengo un nombre, me encanta mi nombre […] antes para la gente yo era el pipero, el ladrón, el que arrebataba carteras en los semáforos, el que jalaba celulares y hoy gracias a Dios ya no soy eso y aunque el demonio luche por atormentar mi vida no va a poder. (TA, 2015, p. 42)

El relato de Adrián brinda algunas pistas para entender que hablar de la identidad implica volcarnos a una experiencia de ser-estar, a un sentido de unicidad pero también de colectividad, pertenencia, espacio-tiempo, vínculos, relaciones y experiencias; enlistarlas de esta manera parece cosa fácil, pero analizar este concepto desde su pluralidad de significados ha de implicar un reto mucho más complejo, como el que resulta al intentar dar una respuesta concreta a la pregunta: ¿quién soy yo?

Así lo afirma Bauman (2001) cuando habla de que la identidad se ha convertido en un prisma a través del cual se descubren, comprenden y analizan todos los aspectos de interés de la vida cotidiana contemporánea que tienen que ver con el encuentro entre las formas en las que nos pensamos y nos sentimos. Para Sánchez y Hernández, es “la estructura cognitiva y emocional que describe la relación entre el sujeto y sus construcciones simbólicas, a partir del reconocimiento y la diferenciación” (2012, p. 109), todo esto enmarcado en una temporalidad y una espacialidad definida. Este concepto se fortalece con la idea de que los actores sociales se construyen siempre en relación con sus referentes e imaginarios (Sánchez y Hernández, 2012), lo cual permite dibujar un mapa que articula y cohesiona el sentido de la identidad.

La perspectiva de Sánchez y Hernández (2012) permite analizar el tema de la identidad en colectivos tan complejos como las pandillas, no como sujetos aislados (Cruz y Portillo, 1998), sino como actores sociales que construyen relaciones y vínculos con los otros y con su entorno (Nateras, 2014).

Aunado a esto, es importante tomar en cuenta el conjunto de referentes y códigos que le dan sentido y significado al término pandillero (Santamaría, 2007). Usualmente al nombrarlo emergen los tatuajes, el lenguaje corporal, los grafitis, la apropiación de los espacios públicos, y los códigos de vestimenta que constituyen elementos performativos y constitutivos de estas identidades. Estos elementos fungen como una serie de códigos de comunicación que expresa visiblemente la pertenencia de los sujetos a un colectivo y que se construye, en buena medida, sobre la base de las diferencias frente a los otros (Reguillo, 2012; Santamaría, 2007), los cuales son los integrantes de las pandillas contrarias, el resto de la sociedad y los símbolos que la representan.

De esta manera, se puede afirmar que la identidad pandilleril, entendida e identificada por el uso de tatuajes, el lenguaje corporal, la delimitación y defensa del territorio, entre otras características, no son la identidad en sí misma, sino las expresiones a través de las cuales se manifiesta esta identidad de manera colectiva e individual, creando una forma de comunicación muy particular entre los integrantes de estos colectivos y el resto de la sociedad.

¿Cuáles son, entonces, las marcas del carácter identitario que están presentes en las personas que pertenecieron a las pandillas? Considero que las claves para responder esta pregunta se encuentran en las múltiples historias de quienes han integrado estos colectivos, y para poder comprender estos relatos hay que conocerlos de la voz de sus protagonistas.

La sesión del taller de fotografía dedicada a trabajar el concepto de identidad tuvo como objetivo que los participantes pudieran hacer un ejercicio de autoanálisis a través de la narrativa sobre su propia persona. Todos coincidieron en que están viviendo un proceso de cambio mediado por algunos factores importantes: la salida de la pandilla, la sobriedad o el proceso de rehabilitación de drogas y su conversión cristiana. A partir de haber identificado estos factores la dinámica consistió en describir y reflexionar sobre cómo eran antes de esos cambios y cómo son ahora, lo que les permitió crear una serie de autorretratos que presentaron y analizaron de forma colectiva, como podemos verlo en las figuras 3, 4, 5 y 6.

Lo que era antes. Andrés, San Salvador, 2015
Figuras 3.
Lo que era antes. Andrés, San Salvador, 2015


Lo que soy ahora. Andrés, San Salvador, 2015
Figura 4.
Lo que soy ahora. Andrés, San Salvador, 2015


Esta foto me gustó, yo solo me la tomé, me gustó porque no me veo como que soy pandillero, sino que a mí se me quitó la cara de pandillero, antes yo andaba con otra mirada, hoy ya no, ya tengo cara quizá más de un señor normal. (TA, 2015, p. 41)

Lo que era antes. Gerardo, San Salvador, 2015
Figura 5.
Lo que era antes. Gerardo, San Salvador, 2015


Lo que soy ahora. Gerardo, San Salvador, 2015
Figura 6.
Lo que soy ahora. Gerardo, San Salvador, 2015


Compañeros, mi nombre es Gerardo y estoy representando cómo era antes y cómo soy ahora, aquí estoy triste, no tenía yo rumbo, sólo andaba en la calle viendo la locura, con mi vida ingobernable, agarrando lo que no era mío por cualquier vicio y que me llevó a estar encerrado por largo tiempo.

Entonces vemos aquí lo que soy ahora, pidiéndole ayuda a un grupo, derrotándome con mis defectos de carácter, ayudando a los que necesitan, a los enfermos como era antes yo […] no haciendo lo mismo que hacía antes, como vemos aquí, agarrando cosas, usted me entiende, tratando de caminar recto y agarrarme de la mano de Dios, es el único que nos puede ayudar a salir adelante y no ser lo mismo de antes. (TG, 2015, p. 155)

En estas historias se percibe una identidad narrada que funge como un vehículo que transporta formas sociohistóricas y culturales que se manifiestan en los relatos de los actores. El carácter dinámico de la identidad y su relación directa con el tiempo y el espacio generan su trascendencia, no puede separarse de los otros ni del contexto en el que está enmarcada, ya que estas son las condiciones que hacen posible su definición y su uso social.

La forma como entendemos la identidad depende directamente de la historia que la acompaña y de los distintos actores que han participado en su narración e interpretación (Sánchez y Hernández, 2012). De esta forma, la identidad constituye una experiencia ligada a la conciencia que tenemos del mundo que nos rodea, cómo lo experimentamos y nos experimentamos como parte de él, para poder nombrarlo y narrarnos.

Los rostros de la violencia

Históricamente la mayor parte de países de América Latina ha atravesado por procesos políticos que han puesto en evidencia la imposibilidad de los estados para conformar una estructura social que vincule a los sectores de población menos favorecidos sin tener que recurrir a políticas de control social con una fuerte carga de prácticas violentas para mantener el orden y su legitimidad (Cruz, 1997; Martín-Baró, 1989; Sánchez, 2005).

En El Salvador, esto se hace evidente con la cada vez más autoritaria presencia de los cuerpos de seguridad (policía y ejército) en el espacio público, los cuales ejercen un poder punitivo que ha generado mayor resistencia y reestructuración de los segmentos de la población que históricamente han estado segregados y excluidos. El uso de la fuerza por parte de los regímenes aparece como una forma viable de mantener tanto el orden democrático como el control político, y con ello lograr una supuesta estabilidad social (Sánchez, 2005).

En este marco de violencia se insertan las pandillas como una de las expresiones más evidentes de estas relaciones agotadas y violentas entre los sujetos, el Estado y las instituciones sociales. Las pandillas se han convertido en un actor social protagónico a partir de la finalización del conflicto armado junto con otras expresiones de violencia que se han posicionado en el escenario social de manera progresiva (Cruz, 1997).

Actualmente, los ajustes estructurales del sistema político salvadoreño de orden neoliberal se han fortalecido de políticas militarizadas que generan desigualdad, exclusión y empobrecimiento, favoreciendo el crecimiento de la violencia criminal en conjunto con el deterioro de las relaciones entre los distintos sectores sociales, erosionados por las desigualdades de riqueza e ingreso, y acompañados por una disminución en el poder adquisitivo (Martínez y Sanz, 2012). Bajo estas condiciones el Estado ha adquirido un carácter inflexible que se refleja en modelos de represión autoritaria y violencia militarizada para restablecer el orden.

Como consecuencia de esta situación de violencia estructural, las respuestas sociales buscan la manera de superar esta exclusión, al grado en que en algunos sectores de la población se han legitimado los discursos de las distintas estructuras criminales, llámese pandillas, mafias o cárteles de droga. Así, se incorporan a ellas una ruptura de sentido en la que las relaciones interpersonales y la vida misma se desarrollan progresivamente en una violencia cotidiana.

La dimensión social de la violencia tiene que ver con condiciones muy complejas que actúan como un ciclo y afectan directamente el equilibrio del orden establecido. Por lo tanto, no debe ser percibida o analizada en términos de actos individuales de anormalidad en una sociedad normalizada, sino más bien como un mecanismo de comunicación en el que se albergan múltiples discursos ligados a las instituciones y a la sociedad con el fin de configurar y regular las relaciones de poder.

El tema “las violencias” se abordó en el taller de fotografía con el objetivo de que los participantes pudieran reflexionar sobre las lógicas, manifestaciones y dimensiones de este concepto, ya que este es el vínculo inmediato cuando se habla de pandillas. ¿Qué me y nos significa la violencia? ¿Dónde la ven expresada? ¿Cuáles serían las posibles vías de salida? Estas fueron algunas de las preguntas que detonaron la reflexión durante el taller y que se responden con los relatos de los protagonistas. La dinámica consistió en que cada uno de los participantes imaginara que tenía que fotografiar situaciones que expresaran la violencia que se vive en su entorno y otras que representaran formas de contrarrestar esa violencia; podían describir o hacer dibujos de las posibles fotos y cada uno compartió sus ideas.

Primero la violencia delincuencial, asaltos en los buses, robos, la brutalidad policial, todo el raterismo que anda ahí en la calle, trata de blancas. Puse también violencia infantil, mucha gente pone a trabajar a niños en la calle, les quitan el dinero, en la noche los violan y los maltratan.

¿Cómo contrarrestar este tipo de violencia? Primero puse educación, porque es la base fundamental para que una población viva en armonía, cada año aquí en El Salvador se quedan como trescientos mil niños sin educación. En segundo lugar he puesto empleo digno, un sistema de salud integral que tiene que llegar a toda la población, tanto rico como pobre deben de tener acceso, no discriminando a nadie porque la salud es un bien común. Otra forma sería atender a la población con trabajadores sociales, para una orientación adecuada y temprana así les podrías hacer ver a los jóvenes que no caigan en lo de nosotros, porque todos nosotros hemos quedado algo atrofiados de nuestra mente. (TR, 2015, p. 106)

Carlos, San Salvador, 2015
Figura 7.
Carlos, San Salvador, 2015


Abel, San Salvador, 2015
Figura 8.
Abel, San Salvador, 2015


[Sobre figura 7]. Esta foto la tomé porque por aquí vive alguien que dijo que me iba a matar y eso no me gusta porque el ser humano no tiene el poder de quitarle la vida a alguien, solo Dios. (TC, 2015, p. 76)

[Sobre figura 8]. Estas son fotos de lugares que no me gustan, yo anduve en estas casas después de vender mis zapatos para comprar droga, molestaba a los vecinos para pedirles dinero y gracias a Dios esto ya no ha pasado. Esta foto la tomé porque me trajo un recuerdo triste, a pesar de ser una foto bonita, en esta foto a los pies de este muñeco, compraba droga y me sentaba ahí a drogarme o a dormirme cuando no tenía más que drogarme. Ahora yo abandoné esa casa, y tomé estas fotos para no olvidar de donde me salvó Dios. (TA, 2015, p. 78)

La vida marcada: el estigma social en el universo de las pandillas

[…] somos lo peor del mundo cuando estamos dentro de ese mundo, somos las personas que nadie quiere hacer amistad con nosotros, somos los indeseables, la gente nos tildan de la lacra de la sociedad, yo sentí todo ese rechazo en mi vida, entonces yo también rechazaba a todo el mundo, para mí no era agradable la gente que no era de pandilla, para mí no valían nada. (EC, 2015, p. 118)

Carlos fue pandillero de la Crazy Raiders durante 12 años, recuerda que lo primero que hizo cuando decidió cambiar su vida fue borrarse los tatuajes porque había gente que podía matarlo si se los veía o podía ser reconocido por la policía, quien seguramente lo llevaría a prisión:

No es que tuviera miedo es que ya había comenzado a tener el deseo de cambiar mi vida, yo sabía que iba a morir si no me los quitaba. Fui con un supuesto doctor que me iba a hacer un trabajo quirúrgico, me iba a quitar solo una capa de la piel para que no se me notaran, este señor me quitó dos o tres capas de piel y me dejó estas cicatrices, cuando me veía los brazos me sentía peor que cuando tenía los tatuajes porque me habían quedado las marcas y me daba pena, la gente me veía y me sentía excluido no me agradaba pero sabía que era una necesidad quitármelos. (EC, 2015, p. 117)

La presencia del estigma social en las sociedades latinoamericanas ha tenido una evolución comprensiva, donde desigualdad, segregación, discriminación y exclusión han sido algunas de las características que históricamente han acompañado y definido a las crisis de las sociedades.

En la actualidad, existe el mismo tipo de estigma por la condición económica, por las posibilidades —muchas veces nulas— de acceso a una vida digna, por el lugar de proveniencia y por la apariencia física, el color de la piel, la forma de vestir, los ornamentos que se usan y la forma en la que mostramos nuestros cuerpos. Estos elementos son una manifestación de quiénes somos, pero también pueden ser los causantes de que seamos percibidos como actores de un afuera social, construido porque la trama social existente solo es capaz de suscitar exclusión.

Desde esta perspectiva, y a la luz de lo que De Sousa (2009) denomina fascismo social, se pueden explicar algunas de las distintas caras de la crisis societal por la que atraviesa El Salvador, la cual se ha fortalecido a costa del crecimiento de las problemáticas de violencia, específicamente de la criminal expresada en las pandillas. De Sousa (2009) enfatiza en que no se trata de un fascismo como régimen político, sino más bien de uno social y civilizacional. Este fascismo es producido por la sociedad en lugar del Estado y se caracteriza por generar relaciones extremadamente desiguales bajo una lógica de poder que crea formas de exclusión severas y potencialmente irreversibles.

En las vivencias y reflexiones de Carlos se dibuja claramente este fascismo social como una estructura en la que están insertos algunos estigmas que son capaces de conformar el tipo de relaciones sociales que los individuos pueden establecer con los demás: los tatuajes y las marcas que cuentan en sus historias, los trayectos, las emociones, los deseos y las pertenencias que se han vuelto los delatores de una vida que la sociedad recrimina y excluye porque le representa todo lo que amenaza el orden social.

De esta manera, el concepto de estigma tiene que ver con una serie de atribuciones, relatos descriptivos de aspectos, conductas o circunstancias en un sujeto concreto (Goffman, 1964). Funciona como un dispositivo comunicativo en el que solo se legitima el atributo si se entrecruza con una categoría social (enemigo, pobre, delincuente, violento, pandillero) que es asignada al sujeto para aislarlo del cuerpo social, y lo convierte en “anormal” a través de la discriminación, el rechazo y la exclusión. Es una desaprobación social que está cargada de características a nivel personal que son percibidas como contrarias a las normas sociales establecidas (Goffman, 1964; Guerrero e Izuzquiza, 2003). El estigma social se vuelve una construcción en la que desde su origen intervienen el sujeto estigmatizado y la sociedad, por esta razón ocultar, matizar o desaparecer estas características se vuelve vital, aunque eso signifique convertirlas en cicatrices.

Las atribuciones descalificadoras que rodean a las personas que integran o que han integrado grupos de pandillas y han sido partícipes de la violencia simbólica y explícita sirven para legitimar la desigualdad social a través de relaciones estigmatizadas, de tal manera que proclamar una identidad pandilleril es un objeto de estigma social por la carga criminalizante que trae consigo incorporar la identidad individual y colectiva de estos grupos.

Así pues, el estigma que existe alrededor de la identidad que construyen estas colectividades forma una cadena que parece no tener fin, donde se unen eslabones de exclusión, violencia y segregación que sitúan al pandillero como el origen y la justificación de los miedos sociales. Este factor resulta muy favorable para las élites, ya que el estigma opera en la legitimación de los procesos represivos y autoritarios, y se ampara en el miedo, movilizando emociones que fortalecen la exclusión social (Guerrero e Izuzquiza, 2003).

En la vida de Carlos, así como en la de muchos otros pandilleros retirados, el estigma social se expresa de muchas maneras: la apariencia física, la forma de vestir, el lenguaje corporal, el tatuaje, por mencionar algunos elementos. Los dos primeros son fácilmente transformables, pero el tema de los tatuajes es mucho más complicado; como todo símbolo, los tatuajes son capaces de provocar diálogos, crean y recrean relaciones sociales, son una marca permanente que previene y provoca a los otros contra quienes los portan.

Los signos que en algún momento fueron los distintivos de Carlos como pandillero hoy se han convertido en un estigma interiorizado; atrás quedaron los días en los que la exhibición de su cuerpo tatuado era importante para él, hoy sus cicatrices son, desde su propia mirada, un recordatorio de su vida pasada, que también debe esconder porque legitiman la mirada estigmatizadora de los otros.

Ahora me siento muy bien porque sé que no tengo problemas con ninguna pandilla ni con la gente porque no ando marcado con nada y puedo ir a cualquier lugar, las personas que andan manchadas no pueden ir a una playa pública porque están expuestos a que les quiten la vida, si es una privada no pueden estar ahí por haber sido parte de la delincuencia, no encajas en ningún lado, ni en la sociedad ni en las pandillas, entonces yo prefiero andar sin manchas porque al no tenerlas no hay problema solo son cicatrices de la piel, cuando a mí me preguntan: “¿qué te pasó ahí?”. Yo digo: “ah, es que agarré fuego en un carro”, y nadie me saca de ahí aunque yo sé que es mentira. (EC, 2015, p. 118)

Aprendizajes y conclusiones

Yo he querido tratar de reflejar un poco la situación que vive la gente de San Salvador, mostrar parte de lo que se vive, todas las fotos las tomé en el centro de San Salvador, ¿te acuerdas aquella vez que fuimos caminando? (se dirige a mí) aquella vez que nos fuimos con ella me la llevé por toda la Arce, la metí al Calvario, todo eso, vos sabés lo que es eso, la pasé en medio de donde los coyotes, la frontera entre las dos pandillas, para que ella pueda testificar y le puedas relatar a tu gente que estuviste en el barrio más peligroso de todo El Salvador, por eso te llevé ahí, ahí donde viste hay M16, AK47, pistolas, granadas, ahí por donde compramos las pilas para abajo ahí hay de todo, ahí puedes comprar lo que quieras mientras tengas la conexión, por eso te quise llevar para que vieras que puedes andar por donde quieras, caminar por donde sea, porque no andabas a la sombra de mi persona, andabas bajo la protección de Dios y nosotros éramos enviados en ese momento para protegerte. Quise representar lo que pasa en muchas partes del país en el lugar más peligroso del país. (TR, 2015, p. 118)

Raúl, San Salvador, 2015
Figuras 9a
Raúl, San Salvador, 2015


Raúl, San Salvador, 2015
Figuras 9b
Raúl, San Salvador, 2015


Las reflexiones de Raúl son el resultado de la exploración espacial que lo conecta con su barrio, como podemos ver en las figuras 9a y 9b.

A lo largo del desarrollo de este artículo he intentado exponer y analizar algunas expresiones de las reconfiguraciones identitarias que surgieron durante el taller de fotografía participativa. Entender la noción de identidad desde una clave narrativa e identificar las mediaciones importantes que la conforman me permite afirmar que la identidad individual sigue siendo un proceso no resuelto, siempre latente, dinámico, que está profundamente vinculado al contexto y a la temporalidad que la acompaña, moldea y configura.

Es importante señalar que los códigos y las significaciones compartidas dentro de las pandillas permiten configurar una identidad colectiva, pero este trabajo hace hincapié en que las particularidades de la dimensión individual de la identidad solo pueden conocerse a través de los actores sociales, protagonistas de sus realidades, sus construcciones simbólicas y las formas en que las expresan y narran. Por lo tanto, considero importante analizar fenómenos sociales de esta naturaleza desde una mirada que no generalice, sino que identifique factores que son importantes para entender los procesos de reconocimiento y diferenciación desde la voz de quienes los protagonizan.

El retiro de la pandilla como factor que detona un proceso de reconfiguración identitaria permite cuestionarme qué pasa con estos sujetos que dejaron de ser pandilleros y están construyendo otra mirada sobre sí mismos. En esta mirada hay un entrecruce de elementos identitarios importantes determinados por una historia, un espacio y un tiempo. ¿Qué sucede con un individuo que ha incorporado y actuado por mucho tiempo acorde a una identidad fuerte, sólida, definida y que por circunstancias decididas o impuestas atraviesa por un proceso de reconfiguración de esta?

Los sujetos una vez fuera de la pandilla atraviesan un limbo social, sus acciones ya no se ajustan para sostener lo que decían que eran, pero continúan siendo marginados, excluidos y ahora perseguidos por las adversidades que acompañan esta condición; esto se ilustra en la negación del término pandillero sustituido por frases como: “aquello que era antes”, “eso que ya no soy”, porque al nombrarlo se revive y se hace presente.

Es necesario entonces disipar la mirada reduccionista que describe la construcción de la identidad y su reconfiguración únicamente en términos de lo que se es y lo que no, para dar paso a la performatividad de este concepto, es decir, a las acciones que nos permiten decir quiénes somos: si antes los tatuajes reafirmaban la pertenencia a un grupo, ahora borrarlos reafirma la desvinculación de este.

Hablar de una reconfiguración identitaria a partir de estar fuera de la pandilla replantea el sentido de vida y la defensa de la subjetividad, aunque esta se encuentre permeada por la internalización del estigma social. Implica un ejercicio dialéctico entre el tránsito de las prácticas violentas de los actores hacia la calma, violencia que ha sido ejercida como parte de su conformación identitaria pero que también ha sido una respuesta al ser negados, rechazados y excluidos del cuerpo social.

Sin embargo, en el contexto salvadoreño, y en el de las pandillas específicamente, la violencia funciona como un dispositivo comunicativo que de manera tanto histórica como cultural se vuelve estructural de la mano de la impunidad, y deviene a condición de la reproducción de las relaciones de poder. Así, perpetúa vínculos dicotómicos con el Estado, sus cuerpos de seguridad y con una sociedad en contra de ella misma, que rechaza y criminaliza a los pandilleros pero que al mismo tiempo los produce ante la escasa voluntad social y la imposibilidad de actuar en función a una reintegración igualmente social. De este modo, la pandilla, siendo resultado de esta configuración histórica, es producida en el discurso dominante como un afuera social, como el otro necesario en la reproducción de tales relaciones sociales.

El distanciamiento social en el que viven quienes pertenecieron a las pandillas se encuentra en la base del estigma y se reafirma con la ausencia de oportunidades para hablar sobre sí mismos, crear vínculos de otras maneras, y construir y resignificar una mirada diferente. Si bien no se trata de desvincularse de su vida pasada, se trata de transformar la forma en la que la perciben. Por lo tanto, usar herramientas como la fotografía participativa permitió reflexionar, analizar y discutir los aspectos que los participantes del taller consideraron vitales para hablar de ellos, desde sí mismos y su cotidianidad.

El taller se convirtió en un espacio de producción de conocimiento colectivo, de encuentros, de coconstrucción de sujetos, pero sobre todo de posibilidades de mirarse de otra manera para reconocerse a sí mismos y a los otros, como cuando Adrián se miró a sí mismo a través de su autorretrato, y le gustó lo que vio y reconoció que lo que está ahí no estaba antes porque ahora tiene otra mirada. De esta manera, la fotografía fue el pretexto para el encuentro, el cuestionamiento y la reflexión que los sujetos hicieron sobre sus propias vidas; no solo fue un espacio para generar información sino un lugar donde el sujeto se produjo a sí mismo.

Finalmente, considero que es sumamente importante apostar por un cambio de pensamiento en el reconocimiento de los individuos con el propósito no solo de contribuir a un proceso de desestigmatización de sus identidades, sino también favorecer el reconocimiento de estas, la cohesión social y la construcción de relaciones más humanas para formar redes más solidarias que impulsen a la acción y abonen a la reconstrucción de nuestros tejidos sociales.

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Notas

* Artículo de investigación
El artículo deriva de la investigación realizada en la Universidad Iberoamericana Puebla.

1 Los nombres de los participantes utilizados en este artículo fueron cambiados para proteger su identidad.

2 Robert Brenneman (2010) ha encontrado en sus investigaciones sobre al papel de la religión en el contexto de las pandillas que la idea de calma se vincula fuertemente con un cambio de vida en los pandilleros gracias al acercamiento y a la conversión a la religión protestante, específicamente en la Iglesia evangélica o pentecostal.

3 Es una organización que nace como una respuesta civil ante la problemática de las pandillas y que continúa vigente en San Salvador y en Los Ángeles (California). Está constituida por hombres y mujeres que pertenecieron a distintas pandillas.

4 El taller tuvo una duración de mes y medio con tres sesiones semanales que incluyeron ejercicios teórico-prácticos sobre fotografía, salidas de campo, revisiones de edición fotográfica y reflexiones colectivas sobre los resultados obtenidos durante las salidas.

5 Los códigos de las citas textuales están sistematizados de la siguiente manera: Código 1: E=entrevista, T=taller. Código 2: Nombre del participante A=Andrés, C=Carlos, G=Gerardo, R=Raúl. Código 3: Año. Código 4: página de la cita textual.

Notas de autor

a Autora de correspondencia. Correo electrónico: ajimenez.desc2019@colef.mx

Información adicional

Cómo citar este artículo: Jiménez Romo, A. de R. (2019). Al clic de la clica. Reconfiguración identitaria en expandilleros salvadoreños y la práctica de la fotografía participativa. Universitas Humanística, 88. https://doi.org/10.11144/Javeriana.uh88.ccri

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