Por un extraño impulso, que puede obedecer más a la magia que a la intención, se llega a esa transfiguración del espíritu interior, imposible de clasificar, de definir, sin intentar vivirla. Vivir o escribir llega a ser dilema cuando el encuentro con la palabra ha hecho de este mundo cotidiano algo irreconocible. Lo idéntico aparece distinto cuando el fuego ha quemado del interior del hombre los nombres propios, haciendo de ellos creación, palabra en la eternidad.