Dislocar la catástrofe: arte, limbos y pulsos

Volumen 20-Número 2 : julio-diciembre 2025 

Editores invitados : Camila Duque- Jamaica1 y  Santiago Lemus2

FECHA DE CIERRE DE CONVOCATORIA: 15 DE ENERO DE 2025

Este dosier clama voces que, tras la imagen del desastre y la inminencia de la muerte, reviertan el paradigma catastrófico: aquellas que confrontan los panoramas fatalistas que no dejan percibir el espacio como un nicho de posibilidades y que describen el tiempo como estático y rígido, presentando la muerte como el fin. ¿Es la relación vida-muerte un concepto binario?

De este modo, este número hace un llamado a relatos que encarnen un pensamiento fúngico y una actitud vírica que como el arte sobrevive, transforma, contamina y prospera. Prácticas artísticas (música, artes plásticas y visuales, artes escénicas y posibles mutaciones disciplinares) que atraviesan diversos saberes y disciplinas, aquellas que buscan transducir con lo otro, pasar entre cuerpos la vibración que es capaz de producir inherentemente movimiento.

Invocamos cuerpos que avisten las pulsaciones del mundo: vidas latentes o formas de cadáveres, entidades en persistente descomposición o germinación, presencias al borde o en el entrecruce de lo letal y lo vital, forcejeos entre la vida y la muerte. Cuerpos que agencian procesos creativos a causa del avistamiento, capaces de asumir una y mil formas de reflejar, resaltar, escuchar, rodear, replicar, observar o hacer sensibles estos gestos en textos de reflexión o investigación. ¿Acaso no es allí donde es posible encontrar horizontes para reincorporar imágenes del pasado, acompañar nacimientos y entierros e imaginar tiempos futuros?

 

Algunas posibles pulsaciones del mundo

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Árbol caído

 

¿Si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo hace algún sonido? Alrededor de esta pregunta, varias premisas han ocupado posibles soluciones. La más común: si no hay oído que lo escuche, no hay sonido. Sin embargo, cuando el árbol cae, eso que llamamos sonido es la perturbación vibrátil de ondas en un medio. Ante esa alteración, en el bosque, otros cuerpos resuenan con el estruendo. La cuestión entonces sería ¿qué produce en los otros cuerpos presentes el sonido de la caída? ¿Qué pasa con ese cuerpo caído? ¿Qué pasa si en el mejor de los casos nadie lo encuentra?

La perturbación produce movimiento, la madera se hace presente, el tiempo pasa y otros organismos se apropian del cuerpo caído. Se convierte en un nuevo ecosistema. En medio de una red compleja de relaciones inter-especies, ese árbol (entre la línea de la muerte) es potencia de la vida. Este cuerpo, ahora es espacio, es nido de pájaros, insectos y otras formas de presencia.

Uno, dos, tres, miles de árboles caen en los bosques todos los días.

¿Cómo los lenguajes artísticos pueden repensar paisajes de ruina y desastre como potenciales vías de deseo y movimiento?

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El cadáver y el muerto

 

Cuando el cuerpo yace, líneas de texto en el acta de defunción dan cuenta de un espécimen frío y ausente, pero ¿cómo reconstruimos años de vida en este planeta? Ante el silencio de la carne, el encuentro con la herida libera posibles narraciones capaces de traer los muertos a presencia y esclarecer los relatos.

Diseccionamos para saber qué ocurrió con un cuerpo cuando la muerte llega sin razón aparente. Rastreamos y avistamos relaciones de partes para encontrarnos con un todo. Cortamos e inspeccionamos como quien busca un indicio para entender la existencia del cadáver. Perseguimos el rastro para saber qué falló en medio de una hilera de mecanismos concatenados. Exploramos el cuerpo, capa por capa, fibra por fibra, para reconstruir la imagen del microsegundo en el que la vida acontece muerte. ¿Cuándo el cadáver se vuelve muerto y quién lo dictamina?

¿No es el cadáver espacio para habitar tiempo explosivo de creación? ¿Podría ser el objeto escultórico, la composición sonora, la imagen cinematográfica, la coreografía (la creación artística en sí misma) un símil de anatomía forense? ¿Puede el arte ocupar el lugar del cadáver para enfrentar el relato de la herida?

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Virus

 

Existen millones de entidades microscópicas que se mueven por los paisajes del planeta, compuestas únicamente por material genético y una cápsula de proteínas. Al no ser células completas, carecen de capacidad metabólica y de funciones como la división celular o la síntesis proteica. Sin embargo, su principal actividad consiste en infectar desde diminutas bacterias hasta organismos multicelulares como los humanos para su reproducción. Esta entidad utiliza el mecanismo celular para producir copias de sí misma, empleando el huésped como dispositivo de locomoción y a menudo provocando su desintegración.

Esta interacción minúscula ha provocado que alrededor de 40,4 millones de personas hayan muerto por enfermedades asociadas al VIH (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) o que la mayoría de la población humana haya tenido que encerrarse en sus casas varios meses evitando el contacto con sus parientes, desocupando calles y plazas a causa del COVID 19.

¿No implica estar vivo la necesidad de habitar un nicho que favorezca la interacción y el equilibrio entre todas las partes? Si consideramos la vida como una entidad capaz de reproducirse, adaptarse y responder a estímulos, los virus cumplen parcialmente con estos criterios, pero necesitan un otro para realizar estas funciones. En su estado inactivo fuera de un huésped, son poco más que complejas moléculas de proteínas y ácidos nucleicos. Es una actitud vírica necesitar del otro para que el acto creativo suceda.

¿Podría el arte ser un espacio para re-conocer al otro como fundamento de codependencia? ¿En qué momentos son las prácticas creativas interacciones virales, mutualistas, depredadoras o parasitarias?

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Saprófitos

 

Capas y capas de materia orgánica en descomposición inundan los suelos. En la acumulación, la proliferación de hongos saprófitos transforma los residuos en incubadoras. Mientras la materia se transforma, colonias de insectos, lombrices y otros hongos invaden, se reproducen y dispersan en el espacio. Pero ¿qué otros movimientos pueden desencadenar este suceso? Mutar el residuo abre espacio no solo a nuevas formas de vida, sino también a la posibilidad de crear alianzas: una compleja red de relaciones.

En algunas franjas de bosque lluvioso costero en las tierras bajas del sur de Camerún, es común encontrar una especie particular de hormigas conocidas por su cercana relación con la Leonardoxa africana. Por un lado, gracias a las estructuras huecas de la planta, las colonias de hormigas encuentran el lugar ideal para habitar, no solo para construir espacio, sino también para sobrevivir manteniendo una fuente de alimento constante a través del néctar y los frutos producidos por el cuerpo vegetal. De manera recíproca, las hormigas contribuyen a protegerla contra herbívoros, hongos patógenos y plantas competidoras.

Sin embargo, recientes observaciones añaden a este intercambio de dos vías otros seres: los hongos. Del primer factor de beneficio, se desencadena otro proceso de vida. En algunas hojas de la planta crecen parches de levaduras capaces de reciclar los residuos producidos por las hormigas para transformarlos en nutrientes disponibles para la planta e, incluso, para ellas mismas. Sumado a esto, cuando las levaduras tienen el tamaño suficiente, las hormigas las utilizan como una especie de trampa que les permite atrapar presas grandes.

Un grito de vida, un eco de alianzas.

¿Cómo el arte puede suscitar complicidad, tejer experiencias afectivas y crear provocaciones simbióticas para hilvanar las tensiones del mundo?

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Nepantleras

 

El espacio intermedio, conocido en náhuatl como nepantla, es habitado por presencias que se denominan nepantleras. Esta entidad se caracteriza por sus cualidades de tránsito, mediación y enlace entre mundos disímiles y múltiples. Evidencia las fricciones, pero también los puntos de contacto.

Las nepantleras son aquellas que trascienden los puntos intermedios de los planos, las dimensiones y los territorios y los alienta a movilizarse. Disponen el cuerpo para interceder o interrumpir los espacios entre medios, navegan entre las economías locales, moldean el sentido de pertenencia de las generaciones con el territorio, adquieren y transitan el conocimiento biológico y ecológico, median en las luchas por la justicia ambiental y social, cultivan en las fronteras, hallan los poros en las barreras, atraviesan un limbo y lo hacen propio.

Gracias a ellas sobre los lugares secos emerge el agua nuevamente, en las fisuras de ladrillos crecen plantas ruderales, en los lugares áridos ya es tiempo de cosecha, hay hogar donde antes solo había intemperie, hay raíz en medio de la ruina. El agua oscura ahora es un espejo y el duelo un humedal.

¿Puede el/la artista adoptar el rol de la nepantlera? ¿Pueden las prácticas artísticas abrir espacios en el mundo como la nepantla y navegar entre los limbos y las grietas?

 

Posibles ejes de reflexión

 

  • Prácticas ancestrales y/o futuros posibles
  • Discursos, institucionalidad y/o estéticas sobre el duelo, la enfermedad, lo moribundo y/o la muerte
  • Perspectivas históricas de lo vivo y lo muerto
  • Procesos vitales, letales y post mortem de los seres de la Tierra
  • Espiritualidad y presencias liminales
  • Tensiones de los discursos de muerte y vida entre la ciencia y el arte
  • La vida y la muerte de las materias, imágenes y corporalidades que componen los lenguajes artísticos
  • Prácticas de la vida y la muerte como experiencia colectiva, simbiótica o afectiva
  • Mutantes o prótesis
  • Parásitos, máquinas e inteligencias artificiales
  • Potencia de la vida en la ruina y el desastre

La propuesta puede considerar uno o varios ejes de reflexión.

 

 [1] Camila Duque-Jamaica es artista visual de la Pontificia Universidad Javeriana y Magister en Artes plásticas, electrónicas y del tiempo de la Universidad de Los Andes, Colombia. Actualmente es docente del Departamento de Artes Visuales de la Pontificia Universidad Javeriana y trabaja de manera independiente en proyectos de investigación creación.  Su práctica artística se interesa por las relaciones que suceden en el territorio entre diferentes actores humanos y no humanos, especialmente en las marcas o indicios que se hacen presentes en el paisaje a raíz de estos cruces y tensiones. En ese marco, su práctica atraviesa puntos de referencia en la ecología, el arte y la pedagogía. 

   [2] Santiago Lemus vive en Bogotá y es Maestro en Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Colombia, con estudios adicionales suspendidos en Medicina Veterinaria. Actualmente, cursa la Maestría en Conservación y Uso de la Biodiversidad en la Pontificia Universidad Javeriana, donde también es docente en el Departamento de Artes Visuales. Su experiencia como investigador se ha desarrollado en proyectos interdisciplinares que integran artes plásticas, ciencias naturales y humanas.   Ha trabajado en el área de Museología del ICANH, realizando investigaciones y estrategias comunicativas para la articulación con comunidades y actores locales. También ha participado en los proyectos Trazas, Oficios y Territorios y Ciudad de Piedra de la Universidad Nacional de Colombia. Su obra artística se centra en la relación entre arte, naturocultura y paisaje, resultado de la observación de procesos socio ecológicos, especialmente la ganadería. A través de la investigación de la materia orgánica, la imagen y el sonido, crea dispositivos sensibles materializados en intervenciones in situ, objetos escultóricos, performances y videos. 

 

 

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