Abstract
A lo largo de muchos años, este espacio que con pulso débil apenas respiraba pasó a componerse de diversos latidos que hoy se escuchan con vehemencia: un cuerpo palpitante. Bajo toneladas de escombros, la vida seguía allí, esperando ser recordada. Fueron muchos los seres que lo vieron morir, pero también muchos quienes lo han acompañado y alentado a volver. Dora, sembradora de agua y madre supo reconocerlo, pudo acunarlo y verlo crecer nuevamente. Como una Nepantlera, cuidadora de lo que florece en los márgenes, empezó a trenzar entidades humanas y no humanas, a leer los signos del agua enterrada, a abrir poros donde solo había límites e hizo del paisaje un tejido de encuentros. Su gesto fue el de la escucha, el de la siembra lenta, el de la paciencia. Desde allí, tejió vínculos y enredó raíces con voluntades, conectó el agua con la memoria. De este modo, el humedal (su obra y uno de sus hijos) es un textil vivo.

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Copyright (c) 2025 Dora Villalobos Burgos